Mundialización y Solidaridad

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V.·.I.·.T.·.R.·.I.·.O.·.L.·.
“V.·.M.·.,QQ.·.HH.·.todos en vuestros grados y condición,”
En los valles de Alicante, a 15 de octubre de 2011 (e.v.).
LA JUSTICIA MASÓNICA Y LA PROFANA. LA CONCORDIA COMO
OBJETIVO IMPRESCINDIBLE
En qué se diferencia la justicia masónica de la profana. El tema propuesto para su
estudio podría ser abordado desde una perspectiva que atendiera al desarrollo de
algunos preceptos establecidos en el Reglamento General, en los cuales se afirma
generalmente que subyace una superior finalidad conciliadora y en los se basa la
afirmación de que nuestra Justicia Masónica es distinta y más elevada que la profana,
marcadamente privada, entendiendo como privada aquella en la que la voluntad de las
partes y el bien común y general es determinante de la resolución buscada y dictada y
que la fraternidad es el principio inspirador de toda controversia y de su composición
final.
Y, en efecto, está conclusión podría –aunque con mucha dificultad-, obtenerse desde
un planteamiento que se limitara a la contemplación casi abstracta de ciertas
instituciones y procedimientos desde su estricta consideración individual, sin ponerse en
relación con la totalidad de los existentes y con la forma en que, al final, se actúa ante
conflictos surgidos en el seno de la O.·.. En la misma forma de proceder, buscar una
diferenciación con la Justicia profana sin analizar la evolución de esta última en los
últimos años y tomando como referencia para establecer tales diferencias una idea de
proceso y Justicia anclada en el derecho napoleónico, decimonónico, público y no
dispositivo, puede ser un error, pues los elementos de comparación no son reales,
adquiriendo uno de ellos una suerte de superioridad sobre el que se ignora, siendo así
que, tal vez, este último ha superado al nuestro en la búsqueda de fórmulas
conciliadoras.
Mi condición de procesalista en la vida profana me es, sin duda alguna, muy útil para
esta reflexión que, sin embargo, no quiero, naturalmente, que pueda convertirse en un
trabajo técnico, en una aplicación de conocimientos jurídicos profanos a una materia
masónica que requiere de elementos adicionales y no coincidentes, pues ello sería un
error y esta Pl.·. un simple trabajo profesional carente de alma y de sentido masónico.
No. No es ésta mi intención; nunca lo ha sido en mi Logia en la que busco otros
caminos y perspectivas, un crecimiento personal que no puede identificarse con los
conocimientos profesionales. Lo que pretendo en esta Pl.·. es muy diferente, es
profundizar en la realidad de nuestra Justicia y someter a una valoración colectiva la
necesidad de incorporar a la misma los elementos que le son característicos, los que, de
verdad, pongan el acento en la fraternidad, en la composición de los litigios mediante el
acuerdo de voluntades, con cesión de la razón propia a la razón colectiva o,
simplemente, a la buena fe para que brille por encima de todo el bien general y se
eliminen de las resoluciones y demandas todas las pretensiones en las que se oculten
intereses personales que pudieran sobreponerse a los de la O.·.. Porque, si ello no
sucede así y la norma permite que una parte pueda vencer a la otra, aunque las normas
lo autoricen y lo avalen, estaremos ante una Justicia tan similar como la profana e,
incluso, de peor calidad humana que ella.
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La buena fe masónica, la fraternidad y una cierta inercia o insuficiente reflexión, así
como una a veces excesiva adhesión a una tradición que no es tal, porque la tradición no
es sinónimo, ni argumento de paralización anacrónica, nos ha llevado a mantener como
una especie de sentimiento orgulloso e indiscutido que nuestra Justicia tiende en todo al
logro de la paz, por encima de otras consideraciones. Y, en este sentimiento dulce nos
hemos reconfortado sin pararnos a pensar que la realidad puede no ser tal y que ha
llegado el momento de avanzar hacia una justicia realmente conciliadora, no sometida a
un concepto formal de ley, que debe ser más oportuna que rigorista y que, en definitiva,
el hecho de que los órganos de Justicia Masónica no sean técnicos, sino constituidos por
Jurados, no implica necesariamente que nuestra Justicia sea menos legalista que la
profana o menos estricta en su aplicación o menos propensa a los excesos que la
aplicación absoluta de la norma genera.
La primera cuestión a abordar es la referida a los principios que rigen la Justicia
Masónica o, lo que es lo mismo, los criterios que deben utilizarse para la resolución de
conflictos surgidos entre hermanos, logias y entre unos y otros. Este dato es relevante
para determinar las diferencias existentes entre una Justicia que dice inspirarse en la
búsqueda de valores de fraternidad cuya finalidad es el bien común y la paz y otra a la
que se atribuyen unas cualidades que, indirectamente, cuando se quieren establecer
distinciones, es tachada de meramente legalista y ajena a propósitos que no sean los de
hacer valer la voluntad de la ley.
Pero para ello, es necesario en primer lugar, conocer la evolución del valor de la ley en
los Estados modernos, el sentido que tiene la ley como norma suprema para la
resolución de conflictos y la existencia, en su caso, de mecanismos que en ocasiones se
elevan sobre la norma para hacer imperar el acuerdo. Y, en este punto, no cabe
desconocer que el llamado positivismo, que fue una característica de la Revolución
francesa, necesario en tanto era obligado que la ley emanada de la Asamblea se
cumpliera sobre todo otro designio, comenzando por los propios Jueces del Antiguo
Régimen, no es ya una corriente de pensamiento que mantenga una posición de
superioridad tal que impida otras fórmulas y soluciones que, respetando la ley, permitan
salidas más cercanas a la satisfacción de los intereses en juego y a la evitación de la
conflictividad.
La ley, como fuente del derecho única; la ley como respuesta estatal entendida en su
acepción absoluta, carente de contradicciones, completa, clara y no contradictoria, ha
dado paso a una labor jurisprudencial, más acentuada en los sistemas anglosajones en
los cuales ni siquiera fue necesaria la ley como en Europa, creadora de derecho
apropiado al caso y que busca la Justicia por encima a veces de la esclavitud de una
norma general, cerrada y aplicable a supuestos que la realidad reiteradamente
demuestra huérfanos de regulación adecuada.
El dogma del imperio de la ley, anclado en la necesidad de garantizar la separación de
poderes, hoy entremezclados en nuestros sistemas democráticos por una cada vez mayor
partitocracia, la seguridad jurídica y la igualdad, han dado paso a la admisión de otras
formas de enjuiciar que confieren a la jurisprudencia un papel integrador de la norma y
que destacan en todo proceso; a la vez y paralelamente, hoy se entiende como hecho
común la importancia de la mediación, del acuerdo, del consenso, incluso con renuncia
a la aplicación de la ley penal (oportunidad) o a fórmulas de equidad que no tienen otro
límite que el orden público, es decir, que puedan decidir contra la ley salvo que ésta sea
imperativa y contraria a ese orden público.
Pues bien, el art. 141 del Reglamento es paradigma de una Justicia anclada en el
positivismo, alejada de toda influencia privada y necesitado de una reforma urgente si se
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quiere que, de verdad, la Justicia Masónica sea diferente a la profana en el sentido de
profundizar en la conciliación, pues hoy, el rigor de aquella la hace, si cabe, más
legalista y estricta que esta última. En efecto, el art. 141, 1) establece que la concordia
es el principio básico de la Justicia Masónica y que su finalidad es hacer que ésta reine
en las Logias y entre los Hermanos. Pero, inmediatamente, residencia la concordia en el
cumplimiento estricto de la Constitución y el Reglamento General, haciendo
equivalente, pues, concordia a sumisión y cumplimiento de la ley. La concordia se
consigue mediante la sujeción de todos a la ley, la cual se equipara expresamente con
los intereses generales, superiores a los particulares de cada hermano o logia. Un cierto
jacobinismo, aunque, en efecto y a diferencia de aquel, fruto de la voluntad general. En
la misma línea, el apartado 3) consagra la primacía de la Constitución y el Reglamento
General, definidos en sus textos normativos. Y, en fin, en momento alguno del
Reglamento se abre la puerta a solución alguna que diste de la aplicación desnuda,
exacta y literal de dichos textos normativos.
El positivismo imperante en la Justicia Masónica es tal, que ni siquiera se permite la
no aplicación de la ley cuando concurran razones de oportunidad para eludirla
atendiendo a valores o fines superiores, siendo solo las sanciones del art. 150 del
Reglamento las aplicables para graduar la punibilidad de la conducta y sin que los
órganos de la Justicia puedan aplicar otras medidas en su sustitución.
De este modo, la conciliación queda reducida al resultado de un desistimiento en la
presentación de la denuncia, sin que el Consejo de Familia pueda, a la vista del
Reglamento, imponer medidas de cualquier tipo.
De este modo, pues, no hay más instancia conciliadora en nuestra justicia que el
Consejo de Familia, el cual procede en casos limitados, sin una denuncia formalmente
deducida y con carácter previo, pues, al surgimiento incluso del procedimiento, pues la
conciliación no es otra cosa que un presupuesto de procedibilidad, un requisito que hay
que cumplir y de cuyo fracaso no deriva consecuencia alguna, ya que el Consejo de
Familia carece de competencias más allá que la de intentar un acuerdo que haga a las
partes desistir del conflicto. Y eso ya existe en el proceso profano. En los civiles como
mera opción dado el descubrimiento de que la conciliación obligatoria supone un simple
retraso cuando las partes no lo desean; en los penales por injurias y calumnias de modo
obligado, pero casi siempre resultado de un fracaso. Hoy, en el mundo profano, se va
imponiendo la mediación como método de solución de conflictos, incluso en el ámbito
penal, siendo las soluciones acordadas fruto de un acercamiento. Ahí nuestra justicia y
la profana se parecen e, incluso, esta última la supera, pues los mecanismos tendentes al
consenso están mucho más elaborados y son más efectivos por ser más comprometidos.
-Dejando de lado el ámbito de la conciliación, cabría entrar a analizar el funcionamiento
de los Jurados Fraternales y la Cámara Suprema, la forma de proceder y sus
resoluciones, esto es, los medios de que disponen para resolver las controversias, los
mecanismos de acuerdo, las fórmulas de oportunidad y el contenido de las resoluciones.
Pues bien, es claro que el proceso ante el Jurado Fraternal no es otra cosa que un
procedimiento típico, con una fase investigadora muy inquisitiva y una de audiencia
contradictoria que, a su final, concluye con una sanción tipificada en la norma. En
momento alguno el Reglamento prevé la posibilidad de poner fin al procedimiento
mediante la aplicación de fórmulas de oportunidad. Tampoco el Reglamento permite no
imponer sanciones sometiendo al condenado a condición tras la suspensión de la
condena o sustituyendo la medida por otras más adecuadas a la concordia que eviten los
efectos perjudiciales en la fama del condenado o, en fin, tampoco se permite aplicar la
equidad en lugar de la norma, de la Constitución o el Reglamento, que son los
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instrumentos en los cuales residenciamos esa “concordia” que se identifica con la ley y
no con la fraternidad que a veces exige otras disposiciones diferentes.
El procedimiento, se repite, tiene elementos típicos del proceso inquisitivo, que chocan
con los principios que se relatan en el art. 141 y que deberían ser objeto de
modificación, pues el pretendido carácter no profano de la Justicia Masónica no puede
ser argumento, como sucede en el Derecho Canónico, para instaurar una fase de
investigación secreta y realizada por el Ponente de oficio (art. 153,2). El conocimiento
de las actuaciones está tan limitado que no parece posible que el Ponente ponga a
disposición de las partes las mismas hasta la conclusión de la fase. De hecho, en ella los
inculpados solo pueden aportar ante el instructor documentos o testimonios escritos,
nunca pedir declaraciones orales u otros medios de prueba que, en todo caso es el
Ponente el que los actuará de oficio, sin vinculación a las peticiones de las partes. Y ni
siquiera se admite la participación de las partes en los actos que desarrolla el Ponente,
hecho éste que ya es un derecho en la Justicia profana.
Las diferencias en esta fase, cualesquiera que sean los argumentos que se quieran
considerar en defensa del modelo, no tienen justificación, se han superado por la
Justicia profana, más pública y contradictoria y solo tienen referentes vigentes en
modelos inquisitivos y en el proceso canónico.
Pero, a los efectos de establecer las concretas manifestaciones que el proceso masónico
presenta en relación con el fin de lograr la concordia, con fundamento en la conciliación
y la fraternidad, es obligado entrar a conocer de los mecanismos que el Reglamento
establece a los fines de lograr la evitación del proceso, su terminación anticipada por
razones de oportunidad o, en fin, la emisión de una sentencia que atienda a aquellos
logros o que pueda suspenderse por motivos superiores, siempre poniendo en valor de
modo preferente el bien común general o el del hermano o logia implicada si no entra en
colisión con el de la Orden en su conjunto.
Y ahí, el procedimiento masónico ha quedado rezagado en el tiempo a aquel en el que
regía el principio de legalidad estricto, trasunto del positivismo francés decimonónico
ya superado por las legislaciones profanas modernas más humanistas y menos políticas
en el sentido de que la superación de estos cánones es fruto del asentamiento de los
Estados de derecho y de la división de poderes.
Pues bien, el procedimiento masónico no prevé situación alguna en la que pueda
evitarse la iniciación del mismo, una vez deducida una denuncia, por razones de
oportunidad, esto es, por considerarse que, aunque se haya producido una infracción
normativa, es conveniente buscar soluciones consensuadas, pero impuestas por el
órgano de justicia. Tampoco prevé el Reglamento que se pueda poner fin a un
procedimiento iniciado y que se archive por los mismos motivos y, en fin, la sanción
impuesta es la que dispone el art. 150, graduada, es verdad, pero no disponible, ni
susceptible de ser suspendida por motivos de oportunidad.
El resumen de esta plancha es tan evidente, como claro desde su principio. La Justicia
Masónica está necesitada de una profunda reforma que la haga más humana, más
cercana a la resolución de conflictos de modo consensuado, que busque la concordia
efectiva en lugar de la aplicación estricta de la ley. No valen las palabras, ni los
principios cuando la norma no es coherente con ellos, cuando lo que se regula es
contrario a lo que se anuncia. La Justicia Masónica, avanzada hace años, es hoy
paradigma de un modelo anticuado, legalista, positivista en extremo, que pone en la ley
la garantía máxima de la vida colectiva, olvidando el valor de las personas ante una
seguridad que es a veces tan endeble, que no puede evitar conflictos permanentes. Y es
que la ley está al servicio de las personas y es un instrumento, no al revés y la
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fraternidad debería conducirnos a esta conclusión sin muchos esfuerzos. La prueba de
ello es que los procedimientos masónicos no terminan con la concordia y sí muchas
veces con HH.·, que se alejan de la Orden. Pensemos sobre ello y busquemos respuestas
en la Justicia profana. Hoy nos puede enseñar mucho.
He dicho
H.·. José María
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