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Diario: George Steiner sobre todo (I)
Alejandro Oliveros · Thursday, October 15th, 2009
Caracas
No tan luminosa la mañana de hoy, algo ocurrió en la noche de los astros para que la
claridad y el clima no sean los mismos de ayer. Tiene algo de neurótica, como si en sus
primeras horas estuviera de mal humor. Pero la mañana es una mujer y la
inestabilidad de sus humores parece proverbial. Confiemos en la intuición de
Shakespeare, no exenta de misoginia, (“Frailty your name is woman”) y que sea sólo
pasajera esta expresión de mal carácter, como suele y puede suceder. Por lo pronto,
pasan los días de un año que parece más bien el borrador de un año, algo que no es
definitivo, como un ensayo, del cual podemos, inútilmente, esperar ajustes y
enmiendas. Así de rápido está pasando este 2009, perplejo y alucinante.
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GEORGE STEINER
Hace tiempo que no me refiero al buen profesor George
Steiner en estos cuadernos, lo cual me parece un
descuido o una muestra de cómo andan mis lecturas de
desencaminadas. Sin embargo, uno de los pocos libros
que me traje de mi estadía en Boston, fue GEORGES
STEINER AT THE NEW YORKER, una colección de 63
ensayos publicados en la influyente revista y escogidos
con rigor por Robert Boyers. Reconozco haberle sido más
fiel a la revista que al autor de AFTER BABEL, cuyo
LANGUAGE AND SILENCE, sin embargo, fue uno de los
libros de crítica literaria que más me influyó durante los
años en los que fundé POESIA. Su estudio sobre Sylvia
Plath me lo tradujo Malena Sánchez Peláez para su
publicación en la revista. Y su inquietante escrutinio sobre Lukàcs fue motivo de
reiteradas discusiones con mi compadre Miguel Ron Pedrique, uno de los pocos
lectores de Steiner que encontré en esos días en los cuales el libro no había sido
traducido al castellano o al menos lo ignoraba. Mis distanciamientos comenzaron,
justamente, con el BABEL. Me pareció mas inflado que definitivo, un intento
desproporcionado de seguir los pasos y vueltas del lenguaje desde los primeros
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balbuceos en una caverna perdida del continente africano, hasta Benveniste, por lo
menos. Desde entonces, mis relaciones con el profesor Steiner son las más volubles, y
van, desde la rendida admiración, como en su acercamiento a Heidegger, hasta el
escepticismo y la sospecha, como en sus mentidas opiniones sobre la lengua hebrea o
sus dislatadas observaciones sobre Paul Celan (“La mejor poesía desde el Cantar de
los Cantares”. Con razón, el discreto Boyers dejó este ensayo fuera). Pero, asimismo,
le debo no pocos descubrimientos y gratificaciones. Los mejores fueron producidos
por sus trabajos para la publicación estadounidense.
Por el contrario, con THE NEW YORKER he mantenido una de mis pocas fidelidades
desde que comencé a frecuentarla a comienzos de los años setenta. La revista, como
otras tantas ,llegaba con asombrosa regularidad a algunos selectos puestos de
periódicos y revistas. Como el del cine La Castellana o, el mejor, en el centro de
Caracas, al cual me introdujo Juan Sánchez Peláez, otro adicto a las publicaciones
extranjeras. Allí, entre otras, uno podía comprar THE OBSERVER, THE TIMES, THE
NEW STATEMAN, THE DAILY TELEGRAPH, THE NEW YORK TIMES, THE NEW
YORK REVIEW OF BOOKS, LE NOUVEL OBSERVATEUR, LE MONDE, LES LETTRES
NOUVELLES, L’EXPRESS, amén de la prensa italiana y alemana. Lo mejor es que
llegaban por vía aérea y uno disfrutaba el placel inefable, y que sólo conocen los
iniciados, de leer lo mismo que se leía en las grandes y lejanas capitales europeas o
Nueva York. THE NEW YORKER era una de ellas y la que más me atraía y me sigue
atrayendo. En aquel momento eran colaboradores fijos, el viejo maestro Edmund
Wilson, Harold Rosenberg, W.H. Auden, Hanna Arendt, Andrew Porter, John Updike y,
por supuesto, George Steiner. Cuando conseguí mi primer empleo, después de cinco
años de automutilada carrera médica, lo primero que hice con mi primer sueldo fue
suscribirme a THE TIMES LITERARY SUPPLEMENT y THE NEW YORKER. Por años
mantuve la suscripción, aquí y en el exterior, hasta que, a mi regreso, las deficiencias
del correo acabaron con mi entusiasmo por las suscripciones. Pero mi fidelidad
permanecía tan firme como la de los místicos y cada vez que viajaba, o lo hacía un
amigo, indefectiblemente encargaba la publicación fundada por William Shawn en
1929. Durante los últimos años intenté suscribirme sin éxito. Hace unas semanas lo he
vuelto a intentar. Con disminuidas expectativas de ingresar en la lista de suscriptores,
viajé por un fin de semana largo a Bostón y allí me encontré con la grata sorpresa del
GEORGE STEINER AT THE NEWYORKER, que comencé a hojear ayer. Ayer también
recibí una llamada para que fuera a buscar el correo que recibo en el PO Box de unos
buenos amigos. Allí recibí, por fin, el primer número de mi suscripción. No puedo
decir con claridad lo que sentí, pero era algo así como volver a un viejo bar al cual
teníamos años sin frecuentar (“El que cambia de pub cambia de amigos”, dicen los
ingleses). Ahora, por una de esas cosas del insobornable azar, tengo ante mis ojos el
libro de Steiner y la primera entrega de la renovada suscripción a mi querido
NEWYORKER.
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ALFREDO SILVA ESTRADA (1933-2009)
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En 1972 preparé una antología de poesía venezolana, con la
colaboración de Eugenio Montejo, para la revista POESIA.
En el prólogo hacía la siguiente distinción, después de
calificar la lírica de Alfredo Silva Estrada, ligeramente sin
duda, como “formalista”: “Predomina en ellos mayor
reflexión sobre la palabra poética, asumiéndola muchas
veces como valor estético absoluto, a despecho de otras
implicaciones con la realidad que contrae todo significante.
Silva Estrada, Alfredo Chacón y Roberto Guevara, entre
otros, adoptan esta actitud dentro de la joven poesía venezolana”. Este fue el poema
que escogí para representarlo y lo transcribo aquí como apresurado homenaje a un
hombreque nunca dejé de admirar como intelectual y poeta, y querer como un amigo.
MUERTE
¿Qué te conduce hacia las manos invisibles,
muerte que vibras con armas de silencio?
Con todo, soy tu cómplice.
Pero no puedo seguir tu mandato
en la ola del brazo caído.
Las armas de tu alianza resguardan el silencio
y desmienten el sueño:
somos los hombres en vigilia.
En nuestros puños brillan las admirables armas
y no podemos asir el enigma de fugas arenosas
ni el éxodo del sueño.
Las armas languidecen y se desvive un orden,
un orden florecido entre filos:
la muerte que amamos desde siempre
en el remate de ortigas y denso pasmo.
La muerte irreal apenas,
apenas sostenida en la victoria de aquella fecha vaga.
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