all right - El Sembrador

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Nº
“ALL RIGHT ”
89
año 2015
En los grandes trasatlánticos, hacia el atardecer, cuando los viajeros
se retiran a descansar, un marino de vista aguda sube a la plataforma del
mástil, y después de recorrer con mirada escudriñadora la vasta llanura
de las aguas, con voz lenta, prolongada, grita: All right! “Todo está en
orden”, podéis ir a descansar tranquilamente. Tú también, hijo mío,
dedica unos momentos cada noche a echar una mirada escudriñadora en
tu conciencia.
Todos los instrumentos, en que queremos acumular electricidad,
antes hemos de aislarlos; de otra manera se escapa la corriente. Aísla
también el alma de las olas tumultuosas que se agitan por doquier en el
mundo, y cada noche dedica un rato a la meditación; ilumina tu alma.
Donde no penetran los rayos del sol, allí se crían hongos venenosos y
bichos de toda clase.
Antes de acostarte haz una pausa en el rezo de la noche, recorre con
el pensamiento el día y pregúntate: All right? ¿Está todo en orden?
¿Qué he hecho hoy?
¿Qué he omitido de lo que debía hacer?
¿Lo he hecho todo bien?
Y si has faltado en esto o en aquello, has sido negligente o has
pecado, levanta entonces tus ojos a Jesús sacrificado y di: “Señor, he
pecado. Perdóname. Mañana será otro día”.
Benjamín Franklin, el hijo ilustre de Norte América, el inventor del
pararrayos, procuraba con seriedad extirpar el más leve defecto de su
alma. Bien sabía qué poderío tienen aun las cosas menudas sobre
nosotros, y por esto hizo un tablero especial, en donde llevar cuenta
cada noche de las obras que había hecho durante el día; se alegraba de
sus victorias y deploraba sus defectos. Resumió en trece puntos las
virtudes, que examinaba cada noche. Eran: moderación, silencio (evitar
las palabras ociosas), orden, decisión, economía, diligencia, sinceridad,
justicia, sobriedad, pureza, tranquilidad de espíritu, honradez, humildad.
“He anhelado vivir – escribe de sí mismo - de manera que no cometa
pecado alguno; me he propuesto luchar contra toda mezquindad…
Porque sabía, o por lo menos creía saber, lo que es bueno y lo que es
malo, no era capaz de comprender por qué no podía obrar bien y evitar
el mal
Era muy severo para consigo mismo; anotaba cada día en su tablero
con unas crucecitas si pecó contra alguna de las virtudes. El balance de
una semana, por ejemplo, era como sigue:
¿No podrías tú también durante algunos años poner en práctica este
modo excelente de propia formación reflexiva? Si acaso encontraras
difícil esta vigilancia mediante el tablero, por lo menos nunca omitas el
examen de conciencia unido a la oración de la noche.
En el entierro de los Presidentes de los Estados Unidos de América,
todo se suspende durante cinco minutos. Cierran las tiendas llenas de
movimiento, los trenes rápidos se paran en plena vía, los hombres en las
calle se detienen… Todo queda envuelto en el silencio durante cinco
minutos, para recordar el gran acontecimiento.
Y en la educación de tu propia alma, ¿no es bastante deber para
imponer algunos minutos de silencio cada noche? Apártate del mundo
exterior y haz serio examen de conciencia.
Ni qué decir tiene que debes ser inexorablemente sincero contigo
mismo; a nadie podemos engañar tan fácilmente como a nosotros. ¿Qué
es lo que verás en el fondo de tu alma?
Muchas veces cosas extrañas. Si te atreves a ser sincero contigo
mismo, en más de una ocasión deberás hablar como habló Franklin
después de un serio examen de conciencia: “Vi espantado, que tengo
muchos más defectos de lo que me creía; pero por lo menos tuve la
satisfacción de ver que van disminuyendo. Muchas veces me sentí
tentado de dejar la cosa (el examen de conciencia); me hacía el efecto
como si esta puntualidad concienzuda que exigía de mí mismo, fuese
meticulosidad excesiva en cosas morales. No obstante, proseguí el
ejercicio. Y aunque nunca haya llegado a la perfección completa que con
ardor anhelaba, y de qué tan lejos me quedaba, no obstante me sirvió
este empeño para ser un hombre mejor y más feliz de lo que hubiera
sido sin él”.
Tú también notarás en ti mismo, por ejemplo, que debido a tu
temperamento, te enfadas demasiado aprisa, o que te inclinas a la
pereza, a reírte de los demás, etc. Pues no te tranquilices como tantos
otros, diciendo: “Soy así; es mi temperamento. No hay manera de
cambiarlo”.
¡Poco a poco! Precisamente aquí empieza el trabajo de la educación.
Concedemos que no se puede suprimir la naturaleza, mutilarla con
violencia; pero sí se la puede ennoblecer, levantar, es decir, se la puede
educar. Podemos ejercitarnos en virtudes que se oponen a nuestros
defectos y así poner orden en nuestras inclinaciones instintivas y
desordenadas.
Sigue cierto orden en la educación de tu alma: en primer lugar, lucha
contra las faltas que con libre albedrío y con la mente clara, contra la
fuerte protesta de tu conciencia, sueles cometer. Si has puesto orden en
ellas, lucha contra las precipitaciones y los descuidos más pequeños; y si
has alcanzado victoria aun en este terreno, entonces aplícate a vencer
las debilidades más insignificantes.
Si no sabes dominarte, no eres aún de carácter acabado. Es
superfluo hacer constar que el primer requisito del dominio de sí mismo,
es el conocimiento propio. ¿Qué tensión soporta la caldera? ¿Cuánto
combustible necesita? ¿Qué válvula debe usarse con más frecuencia?
¿Hasta qué grado está deteriorada la máquina? ¿Dónde hay que ponerle
más aceite?
¿Verdad, que a estas preguntas sólo sabrá contestar el maquinista
que conoce a fondo su máquina?
Te aconsejo, pues, encarecidamente, que no busques respuesta tan
sólo a esta pregunta: “¿Qué pecados he cometido hoy?”. Gracias a Dios,
muchos jóvenes viven meses y meses sin ningún pecado grave. Hazte
también preguntas de este género.
¿Cómo he podido ser tan cobarde, que por miedo a una sonrisa
irónica, haya negado este o aquel noble principio?
¿Cómo he podido ser tan rudo, que por respeto humano haya
hablado de una manera ofensiva de mi amigo?
¿Qué obras buenas, que he dejado de practicar, hubiera podido
hacer hoy?
¿En qué hubiera podido ser más noble, más cortés, más puntual,
más abnegado, más comprensivo?
¿He hecho algo para ensanchar el reino de Dios, sea en mi propia
alma, sea en la de otros?
Y así sucesivamente. En muchas de estas cosas ni siquiera suele
haber pecado; pero cabe muy bien la imperfección que puede destruir la
armonía de tu alma.
No temas bajar al fondo de tu espíritu, aunque tuvieras que
descubrir en sus profundidades un montón pululante de gusanos
asquerosos. Cuantas más veces les dirijas el reflector del examen de
conciencia, tanto más aprisa perecerán.
El buen examen de conciencia diario no consiste, pues, tan sólo en
sacar cuentas sobre las obras del día, sino en procurar descubrir la raíz
de cada falta. No sólo determino el mal, sino procuro dar también
respuesta a esta pregunta: ¿Cuál ha podido ser la causa de que en este
caso haya negado mis rectos principios? Hay que encontrar las raíces y
destruirlas.
Y en estas ocasiones descubrirás cosas interesantes.
“¡Hoy me he enfadado tantas veces!”. ¿Por qué? “Una vez, porque
no me gustaba algo en la comida y tuve que comerlo a pesar de todo;
después, me interrumpieron el juego de la tarde obligándome a estudiar;
tampoco he hallado el diccionario y en vano he revuelto todos mis libros
buscándolo”.
¿De qué te arrepentirás en esta ocasión?
Y, ¿qué es lo que te propondrás? Ir con cuidado, pero, ¿en qué
cosas? ¿En el enfado? No. Sino en no ser demasiado comodón y dado a
regalo. Esta es la raíz del defecto, la que se debe extirpar.
“Hoy me he enfadado muchas veces”. ¿Por qué? “Un compañero
reveló en casa que he dicho muy mal la lección de álgebra; y en la calle
ha empezado a burlarse”. ¿De qué tienes que arrepentirte? ¿Del enfado?
No. Sino de ser demasiado perezoso y egoísta.
Y así sucesivamente con todos tus defectos. Trata siempre de
descubrir la causa, la raíz del mal.
Para algunos jóvenes la dificultad consiste en que el desarrollo del
carácter no se hace en un día. Estaríamos dispuestos a resolver en un
arranque generoso: “¡De hoy en adelante quiero ser joven de carácter!”.
Pero no quieren comprometerse al trabajo minucioso, pequeño,
continuo, que se necesita para formar el carácter.
Sin embargo, en esto de nada sirve la decisión amplia; aquí sólo
cuentan las pequeñas victorias de cada día.
Tu examen de conciencia será aún más provechoso, si después de
descubrir la raíz de tus faltas, escoges tu defecto dominante y luchas
principalmente contra él, durante algunos meses.
Importa saber: ¿cuál es tu defecto dominante?
¿Recuerdas qué gritó Goliat al campamento hebreo? Escoged entre
vosotros alguno que salga a combatir cuerpo a cuerpo. Si tuviese valor
para pelear conmigo y me matare, seremos esclavos vuestros; mas si yo
prevaleciere y lo matare a él, vosotros seréis los esclavos, y nos serviréis.
(I Reyes, XVII. 3, 9). Pues bien, tu defecto dominante viene a ser una
especie de Goliat. Si lo vences, ya dominas lo demás.
Cada joven tiene un defecto capital, del que provienen después
todas sus debilidades. El uno tiene un temperamento rabioso; el otro
miente con facilidad o por lo menos, “exagera”; un tercero es
terriblemente cómodo, perezoso; el cuarto se inclina demasiado al
sensualismo, etc.
Pues aprovecha la ocasión de la rectificación. Declaración de guerra
a tu defecto capital. ¡Pero una declaración categórica! ¡Inexorable!
Párate cada mañana en tu rezo y si, por ejemplo, tienes que luchar
contra la ira precipitada, piensa de un modo concreto (naturalmente,
para ello bastan algunos minutos) las ocasiones que pueden presentarse
durante el día, en que te dejes llevar por la ira: en la escuela, en los
descansos, durante el juego, en casa con tus hermanos. Después haz el
firme propósito: “Venga lo que viniese, hoy quiero pasar el día sin
cóleras, sin precipitaciones. Dios mío, ayúdame en ello”.
Durante el día procura repetir la noble decisión que tomaste por la
mañana.
Por la noche, durante el rezo, examínate: ¿Has cumplido tu
propósito?
¿No lo has logrado? Pues mañana debes ser más fuerte.
¿Lo has logrado? Con alegría da gracias a nuestro Señor Jesucristo.
En algunos claustros está vigente aún la costumbre de examinarse la
conciencia mutuamente. Los religiosos se reúnen ciertos días, y cada uno
de ellos va enumerando los defectos que ha notado en los demás.
Si tienes un amigo de confianza, tú también puedes aprovechar este
medio, indudablemente muy eficaz, de propia educación. El ojo
observador de otro, descubrirá tal vez manchas donde nuestro amor
propio todo lo ve cubierto de nívea blancura. Alégrate si tienes un amigo,
que con amor sincero te avisa de tus defectos.
(Mons. Tihamér Tóth, “El Joven de Carácter”, Nueva Edición, 2009)
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