La lengua y sus variedades internas

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La lengua y sus variedades internas. La norma culta (guión)
VARIEDADES INTERNAS DE LA LENGUA
Las lenguas no son realidades uniformes, sino que se hallan diversificadas internamente en
múltiples variedades. Cualquiera, prestando un mínimo de atención, puede percibir diferencias abundantes
de tipo fónico, gramatical y léxico en el uso que hacen de la lengua los miembros de una comunidad
idiomática. Por ejemplo, en nuestro caso, es bien sabido que no hablan igual un mexicano, que un
argentino, que un español.
Tampoco en España el español se manifiesta de modo uniforme en las distintas regiones. Además
del tonillo o acento típico de cada zona, hay ciertas formas de pronunciar, rasgos gramaticales, giros y
palabras que caracterizan lingüísticamente cada una de las áreas de nuestra geografía.
Pero la fragmentación del idioma se puede observar incluso sin necesidad de desplazamientos
horizontales, es decir, en el espacio o territorio de un idioma. Así, podemos observar que, por ejemplo, no
se expresan de igual modo el obrero de la empresa y su director, el albañil y el arquitecto, el labrador y el
marinero, y ello aunque vivan en la misma región. Las variaciones, en este caso, muestran cierto grado de
correlación con la estructura social de la comunidad.
Además, el hablante individual, localizado lingüísticamente en un ámbito social y en un marco
geográfico, trata de adecuar en todo momento el estilo de su habla a la circunstancia en que se produce la
comunicación. Ninguno de nosotros se expresa de la misma manera en el grupo de amigos que en clase,
ante el profesor; ni nos dirigimos con los mismos términos a un hermano que a un desconocido. Hay, por lo
tanto, ciertas condiciones situacionales que exigen determinados usos y evitan otros.
Por otra parte, también están las llamadas variaciones tipológicas, las cuales dependen del
tema que se trate y del tipo de texto (si es humanístico, si es científico, si es divulgativo, si es
especializado...) [te remito al libro de texto, págs. 123 a 131].
En definitiva, el idioma que sirve de vehículo de comunicación a una comunidad lingüística es un
instrumento muy complejo; en él se pueden apreciar tres tipos de diferencias más o menos profundas,
dependiendo de tres factores:
•
•
•
El factor geográfico, por el que se distinguen las diferencias diatópicas o dialectales ( se
desarrollará en tema aparte)
El factor social o sociocultural, a causa de él apreciamos diferencias de tipo diastrático o sociales
(sociolectos).
El factor situacional, por el que se producen diferencias de estilo, situacionales o diafásicas.
Pero además, también se pueden analizar los fenómenos del idioma desde una perspectiva diacrónica,
es decir, histórica, atendiendo a su evolución. Desde este punto de vista, todo idioma es, en principio, una
modalidad dialectal de otro. Así, por ejemplo, el castellano surge como dialecto del latín y evoluciona, a
partir de este, hasta llegar a convertirse en lengua.
No todos los dialectos latinos del solar ibérico corrieron la misma suerte, pues no todos consiguieron
desarrollarse en la misma medida. El castellano, base del español, avanzó hacia el sur con gran pujanza,
absorbió al mozárabe y se impuso como lengua de cultura a los dialectos hermanos que lo flanqueaban a
oriente y occidente. Otros, como el astur-leonés y el aragonés, son denominados dialectos arcaicos o
históricos, ya que, aunque no han conseguido ser reconocidos como lenguas, se originaron, igual que el
castellano, a partir del latín.
Según la situación de comunicación en la que se encuentre el hablante, podemos hablar de distintas
modalidades diafásicas o registros lingüísticos. En este sentido encontramos una gradación en el uso de la
lengua entre dos extremos; estos extremos son el registro formal y el registro coloquial. El factor
posiblemente más importante para que un hablante elija uno u otro registro es el grado de confianza que
tiene con los interlocutores, aunque hay otros factores que s e deben también considerar (edad, sexo,
profesión, ideología, ámbito de interacción social etc.)
El registro formal, es el usado en situaciones de escasa confianza y, por lo tanto, es el más cuidado, con una
sintaxis mucho más elaborada, un vocabulario esmerado... se tiende a usar la lengua con la máxima
corrección. Por otra parte el registro coloquial, que es el uso que hacemos de la lengua cuando nos
encontramos en un ambiente familiar y de confianza, y se caracteriza por la espontaneidad, el léxico sencillo
y limitado, la sintaxis poco elaborada y la presencia de vulgarismos... Aunque, evidentemente, se darán
claras diferencias en el uso de un registro u otro según la persona tenga mayor o menor grado de
instrucción.
En el medio de estos dos extremos, encontramos el registro común, que es el que se usa, por ejemplo, en
los medios de comunicación, con un léxico estándar y una sintaxis sencilla, pero cuidada.
Las modalidades diastráticas (aquellas determinadas por la clase sociocultural del hablante) también se
conocen como niveles de lengua o sociolectos. Dentro de estas variedades, podemos distinguir, en cada uno
de los extremos, entre lengua culta (o nivel culto), que se caracteriza por ser un código muy elaborado, muy
cercano a la norma culta, cuyas características fundamentales son: riqueza de vocabulario, pronunciación
correcta, cuidada y adecuada, mensajes sintácticamente bien organizados, uso de cultismos... Y lengua
vulgar (nivel vulgar), es el nivel de lengua más alejado de la lengua culta y se caracteriza por el uso de
vulgarismos tanto en la pronunciación, como en la morfosintaxis, el léxico se caracteriza por vocablos mal
utilizados "enternecer" por "eternizar", "pederasta" por "pediatra"...), el uso de palabras malsonantes y
groseras...
Entre la lengua culta y la lengua vulgar, está la lengua estándar o común; se trata de un modelo intermedio
que se caracteriza por la sencillez expresiva y la corrección lingüística. Es el nivel usado en la escuela y en los
medios de comunicación.
LA NORMA CULTA
Anteriormente, hemos comentado que tanto el registro formal como el nivel culto están, lógicamente, más
cercanos a la norma culta que el registro coloquial o el nivel vulgar. Pero ¿qué es la norma culta? La RAE en
el Diccionario Panhispánico de Dudas la define como el conjunto de preferencias lingüísticas vigentes en una
comunidad de hablantes, adoptadas por consenso implícito entre sus miembros y convertidas en modelos de
buen uso. Y sigue la explicación indicando que sin ese conjunto de preferencias comunes, la comunicación
entre los hablantes de un mismo idioma se haría mucho más difícil, incluso imposible. De manera que la
norma surge, pues, del uso comúnmente aceptado y se impone a él, no por decisión o capricho de ninguna
autoridad lingüística, sino porque asegura la existencia de un código compartido que preserva la eficacia de
la lengua como instrumento de comunicación.
Esta norma se ha ido forjado a lo largo de los siglos favorecida por las vicisitudes históricas, con la
aceptación consciente o inconsciente de los hablantes y apoyada por la intervención directa de las personas
y organismos competentes (gramáticos, escritores, Academias). La encontramos escrita en gramáticas,
ortografías, diccionarios y libros de redacción y de estilo. Se enseña en la escuela y sirve de modelo para la
manifestación literaria.
No obstante, hay que tener en cuenta que la norma no es algo fijo; va evolucionando, va
cambiando, ya que no podemos entender un idioma como algo inamovible. De manera que, remitiéndonos
de nuevo a la RAE ese conjunto de preferencias lingüísticas convertidas en modelos de buen uso que
constituyen la norma no es igual en todas las épocas: modos de expresión normales en el español medieval y
clásico —e incluso en el de épocas más próximas, como los siglos XVIII o XIX—, documentados en escritores
de calidad y prestigio indiscutibles, han desaparecido del español actual o han quedado fuera del uso general
culto; y, viceversa, usos condenados en el pasado por los preceptistas del momento forman parte hoy, con
toda naturalidad, del conjunto de hábitos expresivos de los hablantes cultos contemporáneos.
Por otra parte, ya hemos visto que nuestro idioma no se usa de la misma manera en todos los
lugares en los que se habla. Las preferencias lingüísticas de los hablantes se ven, también, influidas por los
factores que determinan las variedades internas de un idioma (situación formal o informal; uso oral o escrito
de la lengua; zona geográfica de procedencia del hablante; nivel sociocultural…).
En cualquier caso, por su carácter de lengua supranacional, hablada en más de veinte países, el
español constituye, en realidad, un conjunto de normas diversas, que comparten una amplia base común: la
que se manifiesta en la expresión culta de nivel formal, extraordinariamente homogénea en todo el ámbito
hispánico, con variaciones mínimas entre las diferentes zonas, casi siempre de tipo fónico y léxico. Es el
español estándar: la lengua que todos empleamos, o aspiramos a emplear, cuando sentimos la necesidad de
expresarnos con corrección; la lengua que se enseña en las escuelas; la que, con mayor o menor acierto,
utilizamos al hablar en público o emplean los medios de comunicación; la lengua de los ensayos y de los
libros científicos y técnicos. Es, en definitiva, la que configura la norma, el código compartido que hace
posible que hispanohablantes de muy distintas procedencias se entiendan sin dificultad y se reconozcan
miembros de una misma comunidad lingüística.
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