1 En la era global: Ruptura de ecuaciones y dicotomías de la modernidad. Alfonso Pérez-Agote Universidad Complutense de Madrid En Ariño, A. (ed.) , “Encrucijadas de la diversidad cultural”, Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), Madrid, 2005, pp.313-336. 0. Introducción. En los anteriores Encuentros (García Blanco y Navarro, 2002) acabábamos nuestra contribución (Pérez-Agote, 2002) intentando caracterizar nuestra época como la era global, tratando con ello de señalar que en nuestros días coexisten diferentes procesos sociales que implican lógicas distintas. Unas son lógicas modernas que se perpetúan en la actualidad; otras son propiamente globales y, como tales, llevan a la disolución o, al menos, al desdibujamiento de ciertas características de la sociedad moderna. Observará el lector que nos situamos en contra de ciertas interpretaciones de nuestra época pensadas en términos de hipermodernidad reflexiva. Pensamos que se están produciendo cambios sustantivos y que algunos de ellos son de índole contraria a ciertas lógicas de la modernidad. Estamos frente a un cambio de tipo. Al menos una gran parte de la opacidad de la realidad social contemporánea proviene de que la sociología no ha reflexionado suficientemente en sus propios supuestos de comprensión. En gran parte han permanecido implícitos. Una de las características de la modernidad era que se trataba de un proyecto (Albrow, 1997, 200), y su agencia fundamental era el Estado. Ello implicaba dosis muy fuertes de reflexividad y una cierta predictibilidad del proceso. Sin embargo, hoy, una de las lógicas definidoras de la tecnología de la información es la lógica de la interconexión (Castells, 1997, vol. 1, 88), que lleva a consecuencias difícilmente previsibles. La morfología de red, a la que lleva la lógica de la interconexión, permite la conexión entre individuos y agentes de cualquier tipo obviando los límites y fronteras claramente establecidos por la lógica territorializada del Estado. En la modernidad el Estado cerraba territorialmente las lógicas sociales, condensándolas en la lógica política par excellence que era la lógica estatal. Y, además, esta lógica política se hacía cargo, en el sentido más estricto de esta expresión, de las disfunciones producidas en las otras esferas sociales, llevando a cabo una actividad residual(García Blanco, 1993, 479), compensatoria, gestionando la anomia (Pérez-Agote, 2002, 516), transformando los peligros en riesgos (Beck, 1992). Este trabajo es un intento de librarnos, mínimamente, de aquella opacidad, sacando a la luz algunos elementos que nos permitieron pensar la modernidad y que hoy nos encierran en una trampa que nos impide ver. 0. La crisis de algunas ecuaciones de la modernidad. 1.1 La ecuación Estado-mercado. Primero fue Marx quien tematizó esta ecuación en La ideología alemana (Marx y Engels, 1972, 5), al establecer que el primer grupo basado en los puros intereses económicos, sin institucionalización político-administrativa alguna, fue también el primer grupo nacional de la Historia. Después, Weber (1978) llevaría a cabo una 2 explicitación de teórica e histórica de aquella. En los paises occidentales en los que se ha producido un fuerte desarrollo capitalista el Estado ha sido el gran instrumento de configuración de un mercado nacional como umbral mínimo para la reproducción capitalista.1 Una de las esferas de la vida social en las que se produce una globalización, en el sentido más duro y restringido que podamos dar a esta expresión - como unicidad en tiempo real de todo lo que ocurre en esa esfera en todo el planeta- es el mercado financiero. Otros mercados se encuentran en grados más o menos avanzados de globalización. Sin embargo distamos mucho de tener una autoridad política que, teniendo competencia a escala global, sea capaz de asegurar lo que Weber (1978, 651) llamó la seguridad del tráfico: un sistema legal que descansa en una autoridad política sometida a él y capaz de hacerlo cumplir. Atravesamos en estos momentos una coyuntura bastante inestable de eso que hemos convenido en llamar orden mundial. El derecho internacional; el papel de Naciones Unidas; el derecho de injerencia; la auto-atribución por el gobierno de Estados Unidos de un papel regulador de este orden mundial; la arbitrariedad de este orden impuesto por un país democráticos a una escala para la que no tiene legitimidad democrática; la aparición en escena de organizaciones terroristas de enorme potencia mística y de plasticidad suficiente para infundir terror en diferentes poblaciones; la connivencia de determinados agentes económicos que actúan a escala global con agentes políticos que también lo hacen; estos factores nos hablan de una situación muy distante de lo que sería un Estado planetario. Hoy se hace necesario el análisis de las relaciones sociales que están debajo de los factores citados y de las interrelaciones entre ellos. Sobre estas cuestiones imperan los discursos periodístico, militar, político y económico. Pero las raíces sociales del problema deben ser desveladas; un caso en el que esta necesidad se hace patente es el del terrorismo. Se habla con excesiva facilidad de "el" terrorismo global, con lo que se alimenta la idea de una única organización, con una sola cabeza, el Eje del Mal. La idea de que existe un solo terrorismo, el que quiere destruir las bases de nuestra civilización occidental circula entre nosotros y tiene al menos dos funciones claras; la primera es que proporciona la alteridad necesaria para producir unanimismo en torno al único país que tiene capacidad bélica suficiente para imponer el orden a escala planetaria; la segunda es que inhibe el análisis de las causas y mecanismos sociales que están en la base de las actividades terroristas.2 1 Otro caso muy distinto sería el del desarrollo capitalista de los países del sudeste asiático. Estos se desarrollan en una época en que otros países son ya un buen mercado, y lo hacen para vender sus productos en ellos, vehiculando un nacionalismo económico cuyo soporte es un Estado con vocación de agencia de marketing de las corporaciones económicas surgidas en su seno. No es extraño, pues, que en este contexto de nacionalismo económico internacionalista surgiera el término glocal (Robertson,1992, 173-174), como necesidad del vendedor a escala global de adaptarse al estilo de cada sociedad local para poder vender sus productos. 2 La imagen de mentes malvadas diseñando el mal a escala global, el Eje del Mal, le sirvió al Presidente Bush Bush para justificar en los términos religiosos de los que le proveyeron ciertos tele-predicadores la Guerra de Irak. Recordemos que en Estados unidos no se ha producido en términos tan claros como en Europa la separación entre Religión y Estado. Existe una religión de Estado (Bellah, 1980; Hammond, 1980) y existe una, así llamada, iglesia electrónica (Hoover, 1988), cuyos tele-predicadores necesitan como marketing (Berger, 1970) para poder mantenerse y crecer de profecías tremendistas, que llevan a posiciones fundamentalistas. Este déficit de diferenciación social (similar en algún aspecto al que atribuimos a los países musulmanes ) es el que nos explica que a una campaña bélica se le llame 3 Como consecuencia de la inexistencia de este gobierno mundial se producen relaciones de diferente significación entre los agentes políticos y económicos cuando se trata de inversiones en países cuya seguridad jurídica interior no está plenamente garantizada. Las diversas administraciones públicas occidentales han propugnado unas veces gobiernos fuertes autoritarios y otras han apoyado una cierta estabilización política democrática, o, al menos una cierta gobernabilidad. Todo ello influye de manera decisiva en lo que he llamado la lógica de la estandarización política (PérezAgote, 2001 y 2002) a escala global. 1.2 La ecuación conocimiento-afectos. Esta ecuación, a la que ya me he referido en otro trabajo (Pérez-Agote, 2002)hace referencia a la conciencia de los actores sociales en sus vidas cotidianas. Es una ecuación que se da a la perfección en la sociedad local tradicional y que el nacionalismo restablece en la sociedad moderna: el proceso de construcción de cada Estado lleva consigo una descentración de las decisiones que afectan al individuo y una nueva centralidad va apareciendo en la vida de éste, la del Estado; la sociedad local sigue significando para el individuo un lugar donde todo lo que pasa le afecta pero ya no es el lugar donde pasa todo lo que le afecta, pues hay cosas que le afectan que vienen de lejos, del centro del Estado, que muchas veces ni siquiera ha visitado. En este sentido la modernización es un proceso de ruptura de la ecuación conocimiento-afectos, pues la sociedad local comienza a estar exo-centrada. Sin embargo, el nacionalismo, como vehículo de difusión de la idea y el sentimiento nacionales, restituirá progresivamente la cohesión emocional del grupo, reconstituyendo así la ecuación a una escala mayor. Dice Kohn que "el individuo de el nacionalismo tenía sus raíces en el orden de las emociones de grupo y en la cohesión `natural´." (H. Kohn, 1949, 168-9). Quienes trabajamos en la teoría de la agregación social y de las identidades colectivas tenemos tendencia a pensar que cuanto mayor es la escala de un agregado menor es el grado de cohesión emocional y de identificación con el colectivo. Es fruto de una visión estática y simplista de la vida social. Esta, en realidad, es una realidad muy compleja, compuesta de un número indefinido de agregados que tienden a unirse y a disgregarse, y que cada uno de ellos puede incluir una multiplicidad de otros agregados que se relacionan entre sí. La cohesión emocional de un agregado, puede estar asegurada por la interacción continuada, relaciones cara a cara que implican generalmente gran carga emocional. Las relaciones cara a cara se ritualizan progresivamente cuando aumenta la dificultad para llevar a cabo la interacción, distanciándose progresivamente en el tiempo. Pero a veces el agregado es de por sí de un tamaño tal que no es posible la interacción entre todos sus miembros, con lo que la posesión de símbolos comunes se hace más necesaria, lo mismo que la celebración de rituales que entrañen gran emotividad. Pero un agregado social a gran escala puede también asegurar su cohesión emocional a través del funcionamiento de unidades menores que guíen al individuo hacia su identificación con ese agregado mayor, proyectando así una gran emotividad en esta identificación superior. Solamente así puede comprenderse cómo en determinadas situaciones como las que implican regímenes totalitarios3, en las que no son posibles determinados grandes rituales de Justicia Infinita y el que provee de una estructura de plausibilidad social a creencias como la de que estamos ante un choque de civilizaciones. 3 He analizado los mecanismos de reproducción del nacionalismo vasco durante el franquismo (Pérez-Agote, 1984,1986, y en prensa) y H. Johnston lo ha hecho 4 celebración colectiva, se producen identificaciones con grandes agregados; la familia puede ser un engranaje fundamental y en general suele serlo, aunque no se den esas circunstancias especiales a las que me he referido. "El nacionalismo connota, entre otras cosas, una especie de identidad, en el sentido psicológico del término, denotando auto-definición. En este sentido, cualquier identidad es un conjunto de ideas, un constructo simbólico. Es un constructo particularmente poderoso por cuanto que define la posición de una persona en su mundo social. Lleva dentro de sí las expectativas sobre la persona y sobre diferentes clases de otro en los alrededores de esa persona, orientando, por tanto, las acciones de ésta. La identidad menos especializada, aquélla que posee la más amplia circunferencia, de la que se cree que define la verdadera esencia de una persona y que guía su comportamiento en múltiples esferas de la existencia social es, desde luego, la más poderosa. (…) En muchas sociedades la identidad religiosa lleva a cabo esta función. En otras el estado o la casta lo que la cumple. En el mundo moderno, esta identidad generalizada es la identidad nacional. " (Greenfeld, 1992, 20) El nacionalismo, por tanto, ha sido y sigue siendo una identidad colectiva de una potencia cohesiva extraordinaria. Fue la sublimación final de la ley general, enunciada por Tilly (1992, 175-177) para Europa, de progresiva homogeneización interna dentro de cada Estado y de progresiva heterogeneidad entre éstos. El nacionalismo ha sido la fórmula para llevar a cabo esta penúltima versión de la ecuación: todo lo que pasa dentro de mi Estado me afecta, todo lo que me afecta pasa dentro de mi Estado, y habitualmente sólo conozco lo que pasa dentro de mi Estado; y, además, en términos políticos, sólo es legítimo lo que es decidido dentro de mi Estado. Hoy, si embargo, se dan elementos que ponen en tela de juicio esa ecuación. Para lo individuos contemporáneos una parte de lo que pasa que les afecta viene de fuera, incluso desconocen de dónde viene, tanto en términos de decisiones políticas como en términos de decisiones que afectan su situación laboral y profesional. Ignoran gran parte de lo que les afecta. Pero, por otra parte, gracias al desorbitado crecimiento en cantidad y en complejidad de la comunicación de masas, conocen muchas cosas que no les afectan, al menos substantivamente. Conocen lo que no les afecta y desconocen lo que sí. Otra vez aquel equilibrio de la sociedad local queda roto. Pero también aparecen nuevos elementos en el horizonte. En primer lugar tenemos todas las nuevas formas de solidaridad y afecto hechas posibles y desterritorializadas y descorporeizadas por las nuevas tecnologías de la comunicación, y muy particularmente internet y el correo electrónico4. Y en segundo lugar nos encontramos con los fenómenos sociales, hablando en sentido estricto, que se refieren a lo que Albrow (1997, 175-177) ha denominado la ciudadanía performativa: conjuntos de individuos cuyo comportamiento tiene como referencia la escala más amplia posible de la solidaridad, la escala mundial. Una parte importante de los llamados nuevos movimientos sociales han servido de aprendizaje y precedente de esta ciudadanía performativa. Sobre ésta conviene hacer dos consideraciones, relevantes para nuestro objeto de reflexión. La primera se refiere a conectar estas nuevas formas de sentido y sentimiento de pertenencia a la globalidad planetaria con la anterior reflexión sobre la relación entre la dimensión del agregado y el grado de implicación afectiva y en términos de identidad personal. Un alto grado de para el caso catalán y el de los Países Bálticos durante la dominación soviética (Johnston, 1989, 1991, 1991a, 1994). 4 El libro de Patricia Wallace La Psicología de Internet trata de una serie bien interesante de temas, pero es , en mi opinión, un libro divulgativo de ínfima calidad (Wallace, 2001). 5 implicación afectiva con un agregado tan grande como el planeta mismo necesita estructuras, agregados, relaciones de menor dimensión y muy fuerte capacidad de captación de energía personal. Pero, por otra parte, y esta es la segunda consideración, para que esta dimensión reducida llegue a tener un alcance global se hace necesaria la utilización de las nuevas tecnologías de la comunicación. Por tanto, estamos obligados a pensar en formas fluidas y abiertas, no en sistemas, de relación y comunicación que son complejas y que se desarrollan en varios niveles. 2. La crisis de la dicotomía público/privado. La separación dicotómica de estos dos ámbitos de la vida social ha sido uno de los pilares básicos de la construcción de las sociedades democráticas europeas. En el interior del sistema europeo de Estados (Tilly,1992), que queda configurado en el siglo XVII, la sociedad cortesana (Elias, 1982) supone la construcción de lo público como la esfera política. La expresión célebre de Luis XIV, l'État c'est moi, significa la equiparación de lo público y lo político en la persona del Rey. Con posterioridad, desde la esfera privada, de la familia y los negocios, surgirá una nueva esfera pública, frente a aquella otra esfera pública política. Los burgueses, primero en ciertos salones regidos por damas y luego en los cafés, al abrigo de ellas, irán haciendo crítica literaria y luego crítica política; más tarde serán las sociedades secretas y los periódicos. La burguesía, al hacer crítica política, funda así la posibilidad de pensar en la sociedad como destinataria de la política, de pensar la sociedad, como un todo (Habermas, 1978, cap. 2). La representación democrática, permitirá la condensación de estas dos esferas en la esfera política de la modernidad, esfera política como esfera dibujada por las instituciones del Estado. La política es aquello que hace referencia al Estado, en una época, la modernidad, en la que el Estado condensa la realidad social en una totalidad. Esta es la génesis de la ecuación «público-político-estatal», propia de la sociedad moderna. Veamos ahora, en primer lugar(epígrafe 2.1), cómo esta ecuación entra en crisis en los países occidentales como consecuencia del desinteresamiento progresivo de las nuevas generaciones en relación con la política llamada convencional. En segundo lugar, procederemos a ver cómo, paralelamente, se va a sobrepasar la dicotomía que separaba lo público («públicopolítico-estatal») de lo privado y va a aparecer en el horizonte una nueva consideración de la política que implica una nueva ecuación entre política y cultura (epígrafe 2.2). Y, en tercer lugar, exploraremos un nuevo campo, la participación asociativa de importantes sectores de la población que lleva consigo una reformulación de las relaciones entre lo privado y lo público (epígrafe 2.3). 2.1 La crisis de la ecuación «público-político-estatal» :el llamado síndrome del privatismo. " Por privatismo entendemos – dice Conrad Lodziak –abstinencia o retirada de lo político, y, emparejado con esto, una focalización centrada en la vida doméstica y familiar, y/o alguna forma de auto-absorción. Así el concepto de privatismo es suficientemente amplio para comprender todas las tendencias culturales. En verdad algún concepto de privatismo figura en un amplio abanico de debates sobre aspectos particulares de la cultura contemporánea. Y así, discusiones sobre privatismo pueden ser encontradas en los debates sobre la emergencia y la expansión de una 'clase trabajadora opulenta', sobre la división público/privado en términos de género, sobre la identidad personal y colectiva, sobre la desaparición de las comunidades tradicionales, y sobre la 6 ideología del individualismo." (Lodziak,1995, 74-75)5. Siguiendo a Habermas, el proceso de privatización de la vida es un complejo formado por tres síndromes fundamentales. El síndrome del privatismo civil, cuya compleja composición veremos enseguida, que llevaría progresivamente a los individuos hacia una escasa orientación hacia el "input" del Estado, es decir, escasa orientación hacia la formación de la voluntad política, en relación con una alta orientación hacia el output, es decir, hacia los beneficios (bienes y servicios) que el estado proporciona a los individuos (Habermas, 1975 ; Held, 1989,92). Los otros dos síndromes, el de un privatismo familiar y el de un privatismo profesional, son los que orientan a la familia y al individuo, respectivamente, hacia el consumo conspicuo y el tiempo libre y hacia la carrera profesional , en la competencia por el status. La relación profunda que se establece entre el primer privatismo y los dos segundos, en el terreno de la producción del sentido social de la existencia, es que el sentido social se desvanece progresivamente en la esfera de lo público-político y se restablece de forma básica en la esfera de la privacidad familiar, donde a su vez la interacción se ve parasitada, en especial por los medios de comunicación de masas. El inicio del fenómeno que hoy damos en llamar privatización de la vida, como la compleja relación que en las sociedades occidentales se da entre las esferas económica, cultural y política, podemos situarlo, con Turner (1993), en el Siglo XIX, pero es desde principios del XX cuando la difusión del privatismo alcanza un ritmo rápido de difusión. El desarrollo de un consumo privado, de masas, primero, y de un Estado de bienestar(modalidad socializada de consumo), después, constituyen la plausibilidad social de este complejo fenómeno (Turner, 1993 ; Brittan,1977). Recordemos la importancia que Bell atribuye a la aparición, a comienzos del Siglo XX , de tres nuevos inventos : la producción en cadena de automóviles, el marketing y la publicidad, y la venta a crédito (Bell, 1976). También escribió sobre las consecuencias políticas de todo ello, sobre el ocaso de las ideologías políticas en los cincuenta (Bell, 1988). Puede ser que tenga razón Brittan (1977, 24) cuando dice que la vida cotidiana no es una invención moderna, pero la producción de masas y, sobre todo, el consumo de masas, participa directamente "en la continua reconfiguración de las condiciones de la vida diaria» (Giddens,1991, 199). Podemos pensar en el automóvil (Bell, 1976) y en el progresivo acceso a la propiedad del hogar, apoyado por los Estados bien a través de subsidios a la producción bien a la demanda, dependiendo de la coyuntura económica (Doling,1993, 72 y 80).Ambos bienes y los con ellos relacionados, como viajes, vacaciones y electrodomésticos, han modificado los comportamientos, los valores, y los intereses de los ciudadanos occidentales (Inglehart, 1977 y 1986). E incluso la identidad, aunque esta afirmación requeriría una discusión larga (Lodziak, 1955, 48 y ss)6. 5 Existen otras maneras de comprender el privatismo: como tradición cultural o ideológica, en relación con las políticas (Barnekov, Boyle, Rich, 1989; McGovern, 1998); como fenómeno más bien del orden psicoanalítico (Sennett, 1977; Lasch, 1991a). 6 Esta discusión lleva hasta la cuestión del déficit crónico de sentido propio de la modernidad y su continuada reproducción a través de un consumo desmedido que no llega a producir sentido en un sentido profundo. Los contradictores de esta tesis dirían que puede ser que la postmodernidad sea la época en que ya el sentido no es muy relevante en la vida de los ciudadanos. Algunos, como Bocock, se situaría en una posición intermedia, indicando que algún consumo ha llegado a ser un proceso de producción de identidad individual y colectiva ( Bocock, 1993, 67). Por otro lado se da en otros trabajos "la fuerte sugestión de que la gente se está trasladando desde una posición de clase como base de su auto-identificación a una forma más individual, en la que las pautas de 7 La tesis de la manipulación de las identidades (Lodziak, 1995, 45-72), independientemente del grado de aceptación que tengamos sobre ella, nos aporta la interesante idea de que el consumo no solamente trata de la creación de necesidades sino incluso de conflictos, aquellos que puedan ser resueltos solamente a través de su canalización hacia consumos (Lasch, 1991, 518). Bauman dice que el « consumo dirige las tensiones y conflictos que provienen de los subsistemas político y social a una esfera en la que son simbólicamente transfigurados y difuminados » (Bauman, 1992, 53). Por nuestra parte, hemos mostrado cual fue la estrategia en los setenta de canalización del conflicto ecológico hacia un consumo de medio ambiente, un medio ambiente producido por un nuevo sector productivo y consumido como un consumo colectivo (Pérez-Agote, 1976). La otra cara de esta moneda sería la cuestión de la apatía o la falta de interés de los ciudadanos en la política (Van Deth, 1989 ; Bennet, 1986). Este desinterés creciente en la política vendría reflejado, según Lodziak, " en el declive de la afiliación a los partidos políticos tradicionales y sindicatos" y en la "pérdida de la fe en las soluciones colectivas y políticas" (Lodziak,1995, 75). Aunque muchas veces los argumentos parecen implicar la creencia en una mitológica edad de oro en la que la generalidad de los ciudadanos estuviera realmente interesada en la política, en todo caso sí parece darse una crisis de los partidos políticos como canalizadores de los intereses de los ciudadanos ( Offe, 1988 y 1990)7 hacia los gobiernos y, por otra parte, también parece darse una progresiva aparición de poderes no elegidos que en connivencia con los Gobiernos deciden sobre las cuestiones más fundamentales al margen de los parlamentos y de los partidos (Offe,1988 ; Arblaster, 1987; Beck, 1994). En este trabajo nos referimos al aspecto restringido del privatismo civil: la progresiva separación social de la esfera de la política con respecto de la esfera de la vida cotidiana, lo que ocurre porque los ciudadanos se interesan cada vez más por los rendimientos que el Estado les produce (fundamentalmente rendimientos fiscales y de seguridad social) y progresivamente menos por su propia participación en el proceso de formación de la voluntad política, es decir, que los ciudadanos tienen una elevada orientación hacia el output y una escasa orientación hacia el input del Estado. Para Habermas, " Las instituciones y los procedimientos de la democracia formal han sido diseñados para que las decisiones del gobierno puedan adoptarse con suficiente independencia de motivos definidos de los ciudadanos. Esto se logra con un proceso de legitimación que provee motivos generalizados (una lealtad de masas difusa en su contenido), pero evita la participación" (Habermas, 1975, 53). La esfera política se amplía por lo general en su marco de acción y se autonomiza en su funcionamiento cotidiano del proceso de formación de voluntad legitimante, que se realiza en momentos concretos ritualmente constituidos (en especial el momento electoral) y que provee exclusivamente de "motivos generalizados"; y, por otro lado, se da una reducción de la politización de la vida cotidiana. consumo privado, redes de parentesco, hogar y familia llegan a ser más significativos." (Taylor-Goobye, 1991, 18). 7 Recordemos que para Offe la participación política de masas, a través de los partidos políticos, y el Estado Keynesiano de bienestar son los dos principios que compatibilizan el capitalismo y la democracia, lo que nos hace comprender que el proceso de privatización de la vida pone en entredicho esta compatibilidad. Y recordemos, además, cómo esta inversión de la relación entre masas y partidos (los partidos en lugar de canalizar las demandas de las masas modelan las actitudes de estas a través de los medios de comunicación) hace de la nuestra una época predispuesta a la aparición de populismos, ya que estos no son sino propuestas desideologizadas de restablecer la comunicación entre gobernante y gobernados (Wieviorka, 1993, capítulo2). 8 En este proceso de progresiva separación de la esfera política y de la esfera cotidiana del actor, de progresivo vaciamiento político de la cotidianidad, es evidente que tiene una importancia central el moderno sistema de partidos. Los partidos juegan un papel determinante en la constitución de una única esfera política diferenciada, canalizando inquietudes y fuerzas políticas hacia esa esfera, traduciéndolas a términos más racionales, en términos de definición de objetivos y medios para alcanzarlos. "Los partidos (u otras organizaciones del mismo tipo) alcanzan esa integración con el desarrollo de órganos partidarios específicos, liderazgo y programa; mediante la inclusión dentro del partido de diversos intereses concretos junto con las directivas o propósitos más generales que pueden tener alguna atracción sobre un público más amplio; y mediante la traducción de los propósitos inclusivos y difusos de los movimientos sociales, en términos más realistas de objetivos, problemas y dilemas políticos concretos, articulados mediante algunas organizaciones y actividades partidarias o similares" (Eisenstadt, 1969, 29-33). Los partidos, a través de esa traducción de intereses en objetivos y medios, racionalizan la vida política a través de su constitución y a través de su propia racionalización o burocratización interna, separando progresivamente la organización burocrática y particularmente su cúspide no sólo de sus votantes, sino de sus propios militantes. Típicamente, los partidos operan en su interior un proceso paralelo y del mismo signo al que ellos realizan en el exterior vaciando progresivamente la vida cotidiana de proyección política. Es decir, los partidos tienden a producir la desaparición progresiva de la vida interactiva y, en todo caso, desproveen a ésta de eficacia decisoria. Lo que significa que las decisiones se toman en la cúspide burocrática y que ésta se relaciona con los círculos de votantes, simpatizantes y militantes individualizadamente, salvo en momentos prefijados puntuales, como son los rituales de los congresos y las campañas electorales en los que se relaciona interactivamente con estos círculos. En similar sentido al de Weber cuando habla de relaciones sociales abiertas y cerradas (Weber, 1978, 35) podemos decir que los partidos políticos se cierran a la interacción social general de la sociedad y que en el interior de ellos sus burocracias, sus cúspides se cierran a la interacción que pueda darse entre los diferentes círculos a que antes hemos aludido. 2.2 La emergencia de una nueva ecuación entre política y cultura 8 (y entre política e identidad). No está claro, por el momento al menos, que lo que en nuestras sociedades se designa como nuevos movimientos sociales sea algo dotado de unidad o, al menos, de una cierta homogeneidad. Pensamos que la homogeneidad no está tan clara y que un concepto teórico abarcante de todos los movimientos y muy perfilado a la vez no es viable, al menos todavía. Coincidimos plenamente con Gusfield cuando establece que ante fenómenos tan diversos, una perspectiva demasiado abstracta y por tanto abarcante será poco útil para la investigación empírica. En su opinión, no existe una única teoría válida para todas las circunstancias (Gusfield, 1994, 93). Pero no debemos abandonar el término nuevos movimientos sociales: es el modo de designación de un campo que está produciendo resultados interesantes no solamente en el nivel de la lógica del comportamiento colectivo, sino también en el nivel del conocimiento de la complejidad de la sociedad contemporánea. Y esto último, de forma 8 Sobre esta cuestión son particularmente interesantes: (Morán, 1996-97), (Sommers, 1995 y 1995a) y (Swidler, 1986). 9 particular en relación al reenfoque de las relaciones entre el ámbito público, el privado y el ámbito político, y de las relaciones entre las diversas estructuras sociales (política, economía, cultura); y muy particularmente ayuda este campo a conocer cómo se producen importantes cambios culturales, que no son comprensibles si no se tiene en cuenta la influencia directa y a través de la comunicación de masas que ejercen estos movimientos en la cultura de la población en general. Como veremos, la capacidad de influencia se debe en parte, sólo en parte- a que un sector importante de ellos luchan por cambiar las significaciones más profundas de los elementos que socialmente confieren identidad personal y social a los individuos: ésta es la razón de que en estos momentos la dimensión cognitiva alcance tanta importancia en el análisis de los movimientos sociales. El hecho de que no haya una homogeneidad en los nuevos movimientos sociales y que, sin embargo, constituyan un legítimo objeto de reflexión es lo que está detrás del doble plano que encontramos en los planteamientos más elaborados sobre los nuevos movimientos sociales: la búsqueda de la dimensión interna del movimiento y la articulación de este movimiento con la sociedad en general. Melucci habla del doble plano para sobrepasar la «miopía de lo visible» de ciertos enfoques que se concentran en los efectos visibles y mensurables en el plano político: la producción de códigos culturales que se produce en las redes sumergidas del movimiento (un plano) es la que posibilita una acción visible en relación con el sistema político (otro plano) (Melucci, 1994,125). Pero, incluso, podríamos hablar de que los efectos de los nuevos movimientos sociales son detectables en tres niveles sociales: sobre el sistema político; sobre la población que participa más o menos activamente en el movimiento en cuestión sobre la población más o menos identificada con los plantemientos y códigos culturales del movimiento; y sobre la cultura de la población en general. Los efectos políticos de los nuevos movimientos sociales (primer nivel analítico) son los más fáciles de medir. En el plano de los códigos culturales es evidente que estos movimientos no solo actúan sobre quienes los forman (segundo nivel), y, por esta razón indicadores en términos numéricos de la afiliación o de la participación se quedan muy cortos en la medición de su influencia social. Los efectos culturales genéricos sobre la población (tercer nivel) son más difíciles de conocer y de medir; autores como Gusfield hacen llamada al elemento dramaturgia ( que lo toma de D. Snow,1979) y a la teoría de la sociedad de masas (Gusfield, 1994, 109 y ss). En nuestra opinión, son los efectos sobre los códigos culturales de la población en general los más buscados por los activistas, que pretenden muchas veces la realización de acciones llamativas para que sean espectacularizadas por los medios de comunicación de masas. Deteniéndonos en el segundo nivel, podemos decir que la militancia y la participación de individuos en estos movimientos sociales revela, por el tipo de vida que genera en ellos, una cierta función de producción de sentido de la vida en cada uno. Esta es la razón por la que resulta paradójico el hecho de que mientras el contenido específico sobre el que se monta un movimiento social sea concreto, parcial, no totalizante, desde el punto de vista de la transformación del sistema total basado en el Estado y el Mercado, sin embargo sí produce una cierta totalización de sentido de la vida en, por lo menos, algunos militantes concretos. Los enfoques instrumentales no son capaces de rendir cuentas de estos efectos sobre el militante. Los movimientos sociales como forma de vida, constituyen este segundo momento analítico, el de los efectos de la militancia en la vida cotidiana general de cada participante. Se puede argüir que los efectos se limitan a los participantes y que estos son escasos en relación a la población en general. Pero estos efectos actúan al menos de reveladores teóricos del déficit 10 crónico de sentido que caracteriza nuestra época. Nos hablan de los nuevos movimientos sociales como enclaves culturalmente establecidos al alcance de los ciudadanos para encontrar un lugar social en donde producir sentido colectivamente. El carácter cultural de los movimientos es complejo pues incluye diferentes sentidos y aspectos. Por un lado, no se plantean atacar directamente las estructuras totalizantes del Estado y del Mercado, sino que centrados en cuestiones concretas, tratan de variar los significados de importantes elementos constitutivos de la vida en común. De manera que juegan más con los contenidos culturales de la sociedad que con los contenidos económicos y políticos, entendida la política como la lógica de las instituciones del Estado. Es más, tratan muchas veces de evitar las determinaciones económicas y político-estatales de los fenómenos sociales. Esto quiere decir que conciben la cultura como variable independiente, resistiéndose a considerar las llamadas determinaciones objetivas. Sin embargo, no podemos decir que estos objetivos sean utópicos. Por varias razones. La primera es que no tratan tanto de cambiar las decisiones económicas y políticas como de concienciar a la población sobre significados culturalmente establecidos. En segundo lugar, porque los miembros de estos movimientos tratan ya de vivir con esos nuevos significados culturales. Es una especie de presentismo, que muchas veces es tratado desde fuera como ilusorio y marginal. De manera que sus objetivos son más bien culturales, tratando de influenciar a través de la dramaturgia mediáticamente espectacularizada (Edelman, 1988). Pretenden algo así como un contagio social. El carácter presentista de un movimiento social como modo de vida se refiere a vivir de acuerdo con los contenidos culturales que el movimiento trata de difundir y también tratan de vivir formalmente en términos democráticos. Los ingredientes más importantes de este elemento formal se refieren a la comunicación directa entre los miembros y a la participación directa en la vida y en las acciones. Acabamos de evocar la diversidad de movimientos sociales en función de su contenido cultural. Pero para explicitar en qué consiste esta diversidad necesitamos plantear la cuestión de la identidad en los nuevos movimientos sociales. Pensamos que hay una manera genérica en que la identidad se relaciona con estos movimientos9 . Los miembros de éstos tienen un sentimiento más o menos difuso y estructurado en varios niveles de pertenencia a una comunidad más o menos difusa. Como cada movimiento tiene una composición compleja en términos de grupos interiores, el grado de sentimiento varía, como es lógico, con la mayor o menor cercanía del grupo y con el grado de efervescencia del momento que se esté viviendo. Puede llegar esta solidaridad a ser supra o internacional. Algunos movimientos sociales tienen, además, una relación más específica con el problema de la identidad personal y social, ya que los contenidos culturales que intentan modificar están referidos a componentes de la en una sociedad concreta. Todos los elementos simbólicos con los que el individuo construye su identidad personal y social son significados socialmente producidos: los atributos individuales y los atributos colectivos que implican pertenencia. Importantes movimientos sociales están empeñados en la modificación de los significados culturalmente establecidos en relación con el género y la edad; son movimientos que trabajan específicamente sobre la identidad y que han desdibujado las fronteras entre lo público y lo privado, por una parte, y entre lo personal y lo social de la identidad, por la otra. Es un mismo proceso, bien definido por los psicólogos sociales europeos, el que ha producido este doble efecto: 9 Para una revisión crítica de la literatura sobre las relaciones movimientos sociales e identidades, ver (Hunt, Benford y Snow, 1994). entre 11 Trasladémonos ahora a este nivel analítico del individuo, el segundo nivel analítico de los movimientos sociales al que nos hemos referido antes, y pensemos en la relación que puede darse entre el movimiento social y el individuo que participa en él.. Los elementos de que dispone el individuo para la construcción de la identidad social tienen atribuido un determinado nivel de status y de poder (Hogg and Abrams, 1988). Bajo el supuesto de que toda persona desea poseer una identidad positiva, en términos sociales y de autoestima (Tajfel, 1978), podemos pensar en las estrategias que puede seguir un individuo cuyas características individuales le asignan un bajo status social para conseguir una identidad social positiva y su propia autoestima. Tajfel y Turner (1986) han establecido los tres tipos ideales de estrategia. La primera es la movilidad individual; el individuo se plantea una solución personal, que puede ser muy variada; puede tratar de cambiar, ocultar, disimular o, incluso, utilizar estratégicamente «his saliency». Como es comprensible la posibilidad de una estrategia de este tipo depende del grado de visibilidad de la saliency y en general de la dificultad que la sociedad establezca para la movilidad y de la disposición del individuo a llevar una vida que suponga una disgregación entre sus identidades íntima y social. La segunda estrategia, la creatividad social, es una estrategia colectiva que consiste en unirse con otros que están en la misma situación, para encontrar una estructura de plausibilidad, un medio social en el que convivir y en el que el rasgo negativo sea normal, puesto que es poseído por todos. Se trata de la formación de una estructura de plausibilidad en donde lo que es negativo en la sociedad en general aquí es la norma y, por tanto, carece de significación intragrupal. Ello suele llevar consigo un cambio de grupos de referencia: no se intenta un cambio de la significación cultural del rasgo, sino que se cambian los grupos con los que los individuos se comparan. Por ello suele ocurrir que en las márgenes sociales, incluso espacialmente localizadas de nuestra ciudades, suelen convivir en la marginalidad estos grupos formados por personas de bajo estatus social. Por fin, la tercera estrategia es también grupal, puesto que los individuos se unen para transformar mediante la acción colectiva los significados de su rasgo y el status conferido por la sociedad . Es la estrategia del cambio social o cultural de los movimientos sociales. Las fronteras entre los tres tipos de estrategias no son claras, particularmente entre el primer tipo y el segundo, y entre el segundo y el tercero. Para darnos cuenta de la difusa frontera entre la primera y la segunda estrategia pensemos un instante el caso del joven que ha descubierto su impulso homosexual y lo confronta con el repertorio de identidades de género socialmente vigente. Pasando por alto el viejo e interesante problema del terror anómico10 , podemos imaginar cómo este individuo puede optar por una doble vida; una vida familiar, profesional, como heterosexual, es decir en términos de movilidad individual, y otra vida oculta en términos de estructura de plausibilidad como grupo marginal. Y, por otra parte, la frontera entre la estructura de plausibilidad y el movimiento social es difusa. Todo movimiento social es, además, una estructura de plausibilidad, pero no toda estructura de plausibilidad es un movimiento social. Y, en el mismo sentido, una estructura de plausibilidad puede pasar a la acción, salir de las catacumbas, e irrumpir en la vida social general, lo que implica con frecuencia, desde el punto de vista del individuo, romper con la doble vida e identificarse plenamente en la intimidad y en público con su rasgo de bajo status, al mismo tiempo que pretende transformar colectivamente esta situación. Vistos en esta perspectiva, los movimientos sociales que tratan sobre los significados culturales de rasgos de la personalidad individual rompen con las fronteras entre lo privado y lo público («life politics», Giddens,1991). Los impulsos sexuales de la 10 Recordemos la polémica entre Peter Berger (1966) y Donald Carveth(1977 sobre el terror anómico del homosexual. 12 persona pertenecían al ámbito privado11, pero la resolución de la cuestión privada pasa por la acción colectiva en el campo público. Y por lo mismo se rompe la frontera entre lo personal y lo social, pues la significación personal de lo individual se resuelve a través de la pertenencia a un grupo. Pero no todos los contenidos culturales de los nuevos movimientos sociales pueden ser reducidos a elementos estructurantes de la identidad personal. En algunos son elementos del ámbito público los que pasan a ser elementos estructuradores de la identidad privada; la ecología, el pacifismo, los movimientos anti-nucleares, por ejemplo, trabajan con contenidos públicos. La conformación de grupos estructura una pertenencia que se convierte en elemento estructurante de la identidad privada e íntima De esta manera hemos retomado la cuestión del contenido cultural. Nos encontramos con dos procesos que tienen algo diferente y algo común. Un proceso que va de lo privado a lo público en los movimientos específicamente identitarios; y un proceso que va de lo público a lo privado, en los identitarios y en los otros; todo tipo de movimiento tiene una proyección en lo público mediante la acción colectiva y una proyección en lo privado, estructurando elementos de la identidad personal de los individuos; se colma siempre ese déficit de sentido de nuestra sociedad, aboliendo así la frontera entre los dos ámbitos. Si nos damos cuenta, el específico concepto de categoría social tiene mucho que ver con este carácter de la frontera entre lo público y lo privado. Categoría social es para Merton (1980) el conjunto de personas que tienen una característica común cuya posesión no produce por sí misma una conciencia de pertenencia pero, estando sujeta a la manipulación por la acción colectiva, la posesión les dispone a ser reclutadas como miembros de un grupo. Las categorías hombre y mujer no sólo no son simétricas por su diferente función y status, sino porque los hombres son un simple agregado estadístico y las mujeres además de eso son una categoría social. Nos gustaría llamar la atención sobre el hecho de que lo que está en juego con los movimientos sociales es, por un lado, la ruptura de las fronteras entre privado, público y político y, por otro lado, la percepción de que si la política es aquello que afecta a la dinámica y a la síntesis social (Balandier, 1967, 58), los nuevos movimientos sociales son políticos en un nuevo sentido: el de hacer política de otra forma, más allá de la institución del Estado, transformando los significados que unifican culturalmente nuestras sociedades. Si tenemos en cuenta que esta cohesión simbólica es operada por la cultura en toda sociedad, nos percatamos del lugar estratégico que ocupan en nuestras sociedades las relaciones entre la cultura y la política. La condensación de la vida social por el Estado nacional facilitó a la sociología clásica la respuesta y, probablemente, incluso le posibilitó plantearse positivamente la pregunta. Con ello, la sociología se embarcaba en una nave totalmente diferenciada de la de la antropología social, ya que ésta se las tenía que ver con sociedades que no estaban ordenadas totalmente por una estructura política diferenciada; la cultura resultaba así para la antropología social el orden estructurante por excelencia. La sociología se anclaba en la conjunción de lo económico y lo político, quedando así lo cultural y, paradójicamente, lo social (es decir lo social que no es ni económica ni políticamente relevante) en un segundo plano del escenario. «La modernidad fue una excepción, un periodo limitado de tiempo en el que se da una condensación territorial política de la vida social. Cuando el Estado se convierte en 11 Tal vez se pueda decir que los movimientos sociales de este tipo rompen también las fronteras entre lo íntimo y lo privado. 13 una de las instituciones, solamente en una de ellas, que controlan la vida de los hombres, la vida social recupera su sentido, las relaciones sociales vuelven a tener sentido en sí mismas. El etnocentrismo propio de la modernidad (Albrow, 1997, 9-10) pierde fuerza. Lo que es particularmente patente en relación con la explosión de la dicotomía moderna racional-irracional12, aquella que encerraba todo lo que no fuera racional en el cajón de sastre de lo irracional. Las grandes decisiones se vuelven tan lejanas en relación a los individuos que éstos pueden desarrollar comportamientos sociales que tienen más que ver con la socialidad y la sociabilidad (relaciones sociales cuya finalidad acaba en ellas mismas), y con algunas de las viejas instituciones sociales que la modernidad privó de sentido y de fuerza. No volverán éstas a ser lo que fueron, esto es seguro, pero sí recobrarán una cierta vitalidad cotidiana; y, probablemente, estos renacimientos tengan mucho que ver con el desinterés por la política convencional. Lo social y la identidad, frente a esta huida de las grandes decisiones hacia lo supraestatal o hacia lo global, recuperan su sentido propio. La vida social puede recuperar direcciones premodernas o no modernas» (Pérez-Agote, 2002, tesis 10). Cuando pensamos en los llamados nuevos movimientos sociales, los sociólogos hemos tendido a idealizar al militante o activista como el actor prototípico y hemos tendido a pensar en él como un actor cuya entrada en el movimiento significaba la adopción de una nueva forma de vida; lo hemos pensado como un militante monolítico, como un creyente cuya identidad social deriva principal de su condición de tal. La figura del militante es la del actor que, por motivaciones políticas realiza un análisis causal de los problemas sociales y lucha, de forma continuada y constante, por la consecución de un proyecto social, político en tanto que proyecto que se dispone a transformar el todo social. El militante prototípico es el activista que por coherencia con lo que piensa actúa y que subordina toda su vida a la militancia, iluminando ésta toda su existencia, a la que proporciona sentido. En una investigación reciente13 hemos encontrado indicios de que la caracterización de la figura del militante está sufriendo transformaciones, alejándose de este tipo ideal que acabamos de definir. Por un lado, podemos observar cómo en el mundo de las asociaciones que hacen de soporte de los nuevos movimientos sociales se da una fuerte tendencia a la profesionalización , en el sentido de necesidad de conocimientos técnicos ( en la materia que se trate) y jurídicos (por la progresiva judicialización de la lucha). En muchos casos, como ocurría en las asociaciones más dedicadas a la participación, se llegan a dar afinidades electivas entre ciertas conocimientos y, por tanto, ciertos estudios y ciertos movimientos sociales. Esta tendencia a la profesionalización supone tensiones ciertas con las nociones de militancia política y de compromiso total propias del tipo ideal de militante diseñado. Y, por otro lado nos hemos encontrado con formas diversas de ser militante y en algunos militantes hemos encontrado que compatibilizan su actividad militante con otras actividades cotidianas de trabajo y de ocio, de vida social al margen del movimiento. Este tipo de militantes pone en crisis la noción de compromiso total, e, incluso, pone en crisis la capacidad de la militancia para dotar de identidad social al militante. Se da, en este sentido, una secularización de la actividad política. Esta secularización implica, a su vez, una desdramatización de la actividad 12 Dice Albrow que lo que caracteriza la modernidad no es tanto la exclusión de la irracionalidad cuanto «la categorización de la vida en términos de la dicotomía racional/irracional» (Albrow, 1997, 53). El marco racional/irracional ya no es el que organiza la conducta diaria en todas las esferas de la vida. Pero acaso nunca haya existido esa edad de oro de la racionalidad. 13 Socialidad, Participación y Movilización en la sociedad española. Nuevas formas de construcción social de la identidad y el sentido. CICYT, 1999. 14 política y una pérdida del sentido profético que alcanzó esta actividad para generaciones de activistas cuyo compromiso se desarrolló durante la dictadura franquista. Esta secularización y desdramatización provendría en nuestros días de un efecto ciclo de vida, del cambio del ciclo de la vida de aquellos militantes. Pero también hemos encontrado esta secularización y desdramatización en militantes de nuevas generaciones, las que no conocieron el franquismo; estamos aquí ante un efecto generación o efecto del tiempo histórico: el paso de una dictadura a una democracia desdramatiza, sin duda, la vida social y la política. Con su transición democrática y su apertura al mundo, y en especial a Europa, España ha abierto el paso a una penetración más intensa de los procesos por los que atraviesan las sociedades occidentales. En general los sociólogos hemos pensado en sociedades monolíticas, ordenadas en torno a un centro (Shils,1975), compuestas por actores que comparten una coherencia simbólica monolítica, un dosel sagrado (Berger,1967) de procedencia religiosa o política. Esta coherencia simbólica era la que ordenaba y jerarquizaba los diversos ámbitos en los que el actor se movía. Eran sociedades centradas, habitadas por actores dotados de unidad y coherencia simbólicas. Esta ha sido la fórmula sociológica de reducción de la complejidad (Gehlen,1993). El correlato empírico de esta fórmula, de esta noción de sociedad era el Estado nacional occidental. Pero Weber ya nos anunció el advenimiento de un politeísmo de los valores: "los numerosos dioses antiguos, desmitificados y convertidos en poderes impersonales, salen de sus tumbas, quieren dominar nuestras vidas y recomienzan entre ellos la eterna lucha" (Weber, 1981,218) Esta idea del politeísmo contemporáneo ha sido muy desarrollada por la teoría de la diferenciación funcional de nuestras sociedades. La vida social se desenvuelve en esferas cada vez más diferenciadas y cada una de éstas despliega progresivamente sus propios símbolos. La pregunta es si una esfera de la integración simbólica es siempre necesaria, si necesariamente el individuo porta en sí la idea de su propia coherencia y si un sentido fuerte y rotundo de identidad es necesario para su existencia. La idea del pluralismo contemporáneo afecta tanto a la sociedad como al individuo; cada vez la sociedad comprende una mayor diversidad de formas de existencia y cada vez el individuo comporta en sí una mayor diversidad de sistemas simbólicos, de esferas inconexas, al menos relativamente. Pero tenemos que tener en cuenta que una forma de re-politización se está produciendo en algunos sectores sociales. Politización en el más estricto de los sentidos, como referencia y al dinámica y a la síntesis sociales: una dinámica y una síntesis que hace referencia a una nueva dimensión o escala, la planetaria: citemos la ecología, el feminismo, el movimiento anti-globalización y algunas ONGs. Como dice Albrow (1997, 175-177), comienza a haber ciudadanos globales (la ciudadanía performativa), cuyo compromiso tiene un alcance planetario. Pero el Estado correspondiente a estos ciudadanos ni siquiera se adivina en el horizonte» (Pérez-Agote, 2002, tesis 6). Aunque bien podríamos decir que los movimientos de la política internacional en torno a la guerra de Irak del año 2003 muestran que el debate entorno a la violencia mundial y a su legitimidad internacional más o menos democrática están en el centro de las pretensiones políticas de algunos países sobre todo. Rota la ecuación weberiana mercado/estado, quienes predominan dentro del nuevo mercado global aspiran a un estado global y a controlarlo. 2.3 La nueva esfera asociativa En nuestros sistemas políticos democráticos se da un contraste entre, por un lado, el flujo simbólico de la legitimación política, que va desde la base hasta la cima del 15 sistema político, y, por el otro, el flujo real de la política, que va desde la cima a la base, configurando las actitudes y los deseos de la población, por medio del consumo mediático de los mensajes políticos. Los partidos políticos no serían tanto los que canalizan las necesidades sentidas por la población - como predica la teoría clásica de los partidos (Michels, 1973)- cuanto los que, a través de los media, dicen al ciudadano lo que debe esperar de la política. Este contexto facilita, por un lado y como ya he mostrado en otros trabajos (Pérez-Agote, 2001 y 2002), la aparición de líderes populistas que prometen la restauración de una comunicación directa, sin intermediarios, entre el líder político y los ciudadanos (Wieviorka, 1993): y, por el otro, la búsqueda por los ciudadanos de formas de resolver sus problemas vitales no contemplados por la política, por los políticos. Esta última es una de las razones de la contemporánea profusión asociativa de nuestras sociedades y, en particular, de las que podemos llamar asociaciones de prestación de servicios14. Éstas nos sitúan delante de otro caso en el que se da una ruptura de la frontera que separa el ámbito público del privado, y en el que, por otra parte, se redefine el lugar social de la política. En una reciente investigación15 hemos atribuido a esta asociaciones una serie de características : complejidad, exterioridad, altruismo, profesionalización, localismo, despolitización, repolitización. Pensemos, por ejemplo, en una asociación de familiares de enfermos de alzheimer; al tener ésta una dimensión de prestación de un servicio, requiere una organización relativamente compleja, en la que necesariamente se dan cita distintos tipos de actores: familiares asociados, beneficiarios, usuarios, directivos, contratados administrativos, contratados especialistas y voluntarios. En estas asociaciones de prestación de servicio se da, para muchos de los implicados, una cierta exterioridad del objetivo en relación con los intereses personales, una motivación de tipo altruista y un discurso basado en la idea de solidaridad humana. Pero la necesaria prestación del servicio implica también una cierta profesionalización de la asociación. Esta profesionalidad puede ser entendida en varios sentidos. En primer lugar como necesidad de que personas con habilidades profesionales en relación con el objetivo primario de la asociación se incorporen a la vida de ésta; esta exigencia no lleva solamente a la incorporación de personal titulado que desarrolle tareas propias de su titulación, sino también a que el voluntariado sea escogido entre estudiantes de titulaciones relacionadas directamente con el servicio a prestar; en segundo lugar, al hablar de la profesionalización de las asociaciones podemos referirnos al hecho de que puede haber personas dentro de la asociación que estén asalariadas, tanto entre los profesionales relacionados con los objetivos como entre los que llevan a cabo las tareas de gestión y de administración. Por lo tanto, dentro de una asociación nos podemos encontrar con profesionales en el primer sentido (médicos, enfermeros, psicólogos, etc.) que sean profesionales en el segundo sentido (asalariados) o no (voluntarios); un tercer tipo de profesionalización lo encontramos en el hecho del progresivo control y dirección de las asociaciones de prestación de servicio por parte de los profesionales cualificados que, como asalariados o no, colaboran con la asociación. En este contexto, podemos hablar de un cuarto tipo de profesionalización es la del trabajo social, que se refiere más bien al hecho de que el trabajo social se ha convertido en una titulación reglada y en una profesión que se refiere de forma fundamental a la gestión de los llamados problemas sociales y al desarrollo de políticas dirigidas a la solución de los citados problemas o, al menos, a la suavización de sus 14 Para conocerel núcleo fundamental de problemas que significa este mundo social, me parece muy útil (Barthélemy, 2003). 15 Socialidad, Participación y Movilización en la sociedad española. Nuevas formas de construcción social de la identidad y el sentido. CICYT, 1999 16 consecuencias. En España la progresiva implantación histórica de estos estudios y esta profesión significó en sus inicios una cierta deterioración de la imagen del voluntariado, como consecuencia del carácter no profesional de éste. Pero el aumento de las tareas en el campo de los problemas sociales así como la progresiva profesionalización o semiprofesionalización (prácticas de estudiantes) del voluntariado, han originado una progresiva compatibilización de ambas tareas. La necesaria y por lo tanto progresiva profesionalización en el primer sentido, como necesaria profesionalización del servicio prestado, lleva a una profesionalización en el segundo sentido, como necesidad de acudir al mercado para encontrar buenos profesionales. Y ambas cuestiones promueven una cierta tensión con el altruismo. Es decir que se pueden dar tensiones en el seno de las asociaciones entre los no asalariados (voluntarios) y los asalariados. Sin embargo, es preciso añadir que puede producirse una compatibilización de roles e incluso la superposición de ellos en el mismo actor. Es normal, por ejemplo, que estudiantes o recién egresados que acudan a una asociación por motivos pragmáticos a llevar a cabo prácticas, acaben colaborando con ellas con motivaciones y prácticas altruistas. Y también encontramos una mezcla de profesionalización, pragmatismo y altruismo en muchos profesionales asalariados por cuenta de la asociación. De manera que pragmatismo y altruismo no son incompatibles; pero bien es cierto que se pueden producir tensiones entre voluntarios y asalariados. En todos estos aspectos de la vida asociativa podemos ver una cierta crisis del síndrome del privatismo civil. Un interconexión entre los intereses personales y un cierto sentido de bien común, que implica exterioridad y altruismo. En el mundo asociativo encontramos tensiones entre el ámbito privado y el exterior, colectivo y público. Pero también una cierta des-disociación, una cierta ruptura de la frontera entre lo privado y público, tal vez en un sentido nuevo. Michel Wieviorka ha visto con certera precisión cómo la emergencia de las víctimas en la esfera pública durante el siglo XIX constituye "un desplazamiento de las fronteras entre espacio público y espacio privado" (Wieviorka, 2004, 97)16. Por su misma naturaleza, las asociaciones de prestación de un servicio conllevan fuertes dosis de concreción y de localismo, ya que necesariamente trabajan sobre problemas y situaciones sociales concretos que están localizados. La necesaria apoliticidad (en relación al sentido convencional de la política como la política del Estado, de la esfera separada) de las asociaciones viene dada por su función concreta y su necesaria continuidad más allá de los normales cambios y alternancias de personas y partidos políticos. Esto les lleva a una cierta desvinculación de las instituciones políticas del Estado; en este estricto sentido sí puede hablarse de que vehiculan una cierta despolitización, y un mayor acercamiento a las instituciones locales. Esta tendencia al localismo puede ser muy fuerte en aquellas sociedades que, como la española con su reciente democratización que alcanza el nivel local y con su fuerte descentralización como consecuencia de la instalación del Estado de la Autonomías, soportan un proceso de descentralización, de acercamiento del poder político a los lugares de residencia y trabajo de los administrados. Por otro lado, la necesaria concreción en la que se mueven estas asociaciones de prestación de un servicio les lleva a eludir el planteamiento y análisis de las causas 16 Y ello se produce tanto en el campo internacional, con la creación de la Cruz Roja por Henri Dunant, tras Solferino, como en el ámbito interno, cuando médicos y juristas, sobre todo, comienzan a fijarse en las violencias sufridas por mujeres y niños, mirada que en el siglo XX hará nacer una nueva disciplina, la victimología (Wieviorka, 2004, cap. 3) 17 sociales que producen o, al menos, intensifican los problemas sociales que tratan de solucionar. En este otro sentido también puede hablarse de una cierta tendencia a la despolitización. Sin embargo, en otros sentidos podemos hablar también de una cierta repolitización de la vida social. En primer lugar, se puede observar una tendencia a la constitución de redes. Por un lado están las redes locales que vinculan diferentes tipos de asociaciones de prestación de un servicio. Y por el otro está la tendencia constitución de una red que integre nacionalmente todas las asociaciones locales de un mismo tipo. En ambos caso se opera una cierta reconstitución política, en los niveles local y nacional, de la actividad asociativa. En segundo lugar, y esto es interesante, el desarrollo de estas asociaciones de prestación de un servicio implica un cierto impulso para la recuperación de la concreción por parte de la actividad política de las instituciones públicas. Impulso que se contrapone a ciertos aspectos de la crisis de legitimación democrática de nuestras sociedades: estas asociaciones pueden reconstituir la concreción en la política, para que ésta deje de ser una esfera separada (política de la política), y los intereses y problemas de los ciudadanos puedan alcanzar la esfera política. Las relaciones del mundo asociativo con la esfera de la administración pública y la política convencional son complejas y deben ser analizadas en cada caso concreto. Ambas esferas a veces son concurrentes y pueden colaborar o entrar en conflicto. Pero es lógico pensar que a la larga, la administración pública, dada su escasez de recursos, se nutrirá en gran parte de este mundo asociativo, captando voluntariado y profesionales del mundo asociativo, concertando con las asociaciones la realización de tareas concretas o, incluso, fomentando la creación de asociaciones. Todo lo cual dibuja un nuevo mapa de relaciones entre lo privado y lo público y entre lo público y lo político en sentido convencional. Y, por otro lado, obliga a una reflexión sobre la política en sentido general, en una época en que el Estado no logra condensar territorialmente la totalidad de las lógicas sociales que diseñan la vida de los actores sociales. La política en nuestra época, sin dejar de ser la actividad social que se refiere a esa totalidad que llamamos Estado, es también la actividad que se refiere a esa nueva totalidad que llamamos la esfera global, y también la que se refiere a esa totalidad que llamamos cultura y que unifica los prejuicios colectivos de una totalidad social. Pero además puede que estemos asistiendo a la recuperación social de lo social, de las dimensiones de socialidad y de sociabilidad. La modernidad ha significado el predominio de la instrumentalidad en las relaciones sociales. El valor de una acción, de un comportamiento, su valoración social provenía de su puesta en relación con unos objetivos externos a la propia acción; objetivos fijados normalmente en el campo de la economía o de la política17. Era éste uno de los que Albrow (1997) ha llamado etnocentrismos de la modernidad. Es en este sentido en el que en mi opinión deben interpretarse ciertos comportamientos de las generaciones jóvenes en ciertos enclaves urbanos que muestran una innegable vitalidad social y que están sujetos a ritmos fuertes de transformación social y urbanística18. En estos lugares encontramos comportamientos de actores que los 17 En la investigación ya citada nos planteamos luchar contra este etnocentrismo, intentando romper con la visión militante, instrumental que puede hacer de las ters dimensiones del comportamiento que considerábamos socialidad/sociabilidad, participación, movilización - un continuum que va desde el menor valor de lo social hacia el mayor de la militancia política.. 18 En dos investigaciones en curso nos hemos encontrado con estos fenómenos. En una que estamos realizando para el Observatorio de la Juventud (Consejería de 18 legitiman en términos de experimentación. Son comportamientos legitimados como intentos de romper con dicotomías que son básicas en la estructuración de lo que llamamos vida moderna. Es particularmente recurrente el comportamiento de jóvenes, y no tan jóvenes, que montan un establecimiento comercial (sobre todo bares), del que pretenden vivir y en el que pretenden vivir, rompiendo así con las disociaciones entre trabajo y ocio, entre profesión y amigos. La ruptura de estas dicotomías es también frecuente en el mundo de la música: jóvenes que en base a una primera afición logran montar sobre ella una cierta profesionalización, borrando así las fronteras entre profesión y diversión. La pregunta que aparece inmediatamente en el horizonte es si estas actitudes y estos comportamientos que tratan de recuperar el valor social de lo social no son comportamientos políticos. Y si lo son, entonces ¿cómo redefinir la política? ¿Y en qué otros mundos no políticos, en el sentido convencional, podremos encontrar estas nuevas formas de la política, estas formas de recuperación del valor social de lo social? Bibliografía Albrow, M. (1997): The Global Age. State and Society beyond Modernity, Stanford, California, Stanford University Press. Arblaster, A. (1987): Democracy, Buckingham, Open University Press. Balandier, G. (1967): Anthropologie Politique, Paris, Presses Universitaires de France. Barnekov,T.K.; Boyle, R.; Rich, D (1989): Privatism as Urban Policy in Britain and the United States, Oxford, Oxford University Press. Barthélemy M.(2003), Asociaciones: ¿una nueva era de la participación?, Valencia, Tirant Lo Blanch. Bauman, Z. (1992): Intimations of Postmodernity, London Routledge. Beck, U. (1992): Risk Society: Towards a New Modernity, London, Sage. Beck, U. 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(éds.) (2001): La différence culturelle. Une reformulation des débats. Colloque de Cerisy, Paris, Balland. Alfonso Pérez-Agote es catedrático de sociología de la Universidad Complutense de Madrid. Sus principales campos de interés son: teoría social, identidades colectiva y políticas, proceso de secularización, cambios sociales contemporáneos en tres instituciones sociales: el estado, la religión y el trabajo. Entre sus libros, destacan: Medio ambiente e ideología en el capitalismo avanzado (1975); La reproducción del Nacionalismo(1984); El nacionalismo vasco a la salida del franquismo (1987); La sociedad y lo social (1989); Sociología del nacionalismo (1989); Los lugares sociales de la religión (1990); Complejidad y teoría social (1996); Mantener la identidad 22 (1997); Les nouveaux repères de l’identité collective en Europe (1999); Roots of the Tree. The Social Processes of Basque Nationalism (En prensa); La religión en España (En prensa).