1 Universidad Complutense de Madrid

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En la era global: Ruptura de ecuaciones y dicotomías de la modernidad.
Alfonso Pérez-Agote
Universidad Complutense de Madrid
En Ariño, A. (ed.) , “Encrucijadas de la diversidad cultural”, Centro de Investigaciones
Sociológicas (CIS), Madrid, 2005, pp.313-336.
0. Introducción.
En los anteriores Encuentros (García Blanco y Navarro, 2002) acabábamos nuestra
contribución (Pérez-Agote, 2002) intentando caracterizar nuestra época como la era
global, tratando con ello de señalar que en nuestros días coexisten diferentes procesos
sociales que implican lógicas distintas. Unas son lógicas modernas que se perpetúan en
la actualidad; otras son propiamente globales y, como tales, llevan a la disolución o, al
menos, al desdibujamiento de ciertas características de la sociedad moderna.
Observará el lector que nos situamos en contra de ciertas interpretaciones de nuestra
época pensadas en términos de hipermodernidad reflexiva. Pensamos que se están
produciendo cambios sustantivos y que algunos de ellos son de índole contraria a ciertas
lógicas de la modernidad. Estamos frente a un cambio de tipo. Al menos una gran parte
de la opacidad de la realidad social contemporánea proviene de que la sociología no ha
reflexionado suficientemente en sus propios supuestos de comprensión. En gran parte
han permanecido implícitos.
Una de las características de la modernidad era que se trataba de un proyecto
(Albrow, 1997, 200), y su agencia fundamental era el Estado. Ello implicaba dosis muy
fuertes de reflexividad y una cierta predictibilidad del proceso. Sin embargo, hoy, una
de las lógicas definidoras de la tecnología de la información es la lógica de la
interconexión (Castells, 1997, vol. 1, 88), que lleva a consecuencias difícilmente
previsibles. La morfología de red, a la que lleva la lógica de la interconexión, permite la
conexión entre individuos y agentes de cualquier tipo obviando los límites y fronteras
claramente establecidos por la lógica territorializada del Estado. En la modernidad el
Estado cerraba territorialmente las lógicas sociales, condensándolas en la lógica política
par excellence que era la lógica estatal. Y, además, esta lógica política se hacía cargo,
en el sentido más estricto de esta expresión, de las disfunciones producidas en las otras
esferas sociales, llevando a cabo una actividad residual(García Blanco, 1993, 479),
compensatoria, gestionando la anomia (Pérez-Agote, 2002, 516), transformando los
peligros en riesgos (Beck, 1992).
Este trabajo es un intento de librarnos, mínimamente, de aquella opacidad, sacando a
la luz algunos elementos que nos permitieron pensar la modernidad y que hoy nos
encierran en una trampa que nos impide ver.
0. La crisis de algunas ecuaciones de la modernidad.
1.1 La ecuación Estado-mercado.
Primero fue Marx quien tematizó esta ecuación en La ideología alemana (Marx y
Engels, 1972, 5), al establecer que el primer grupo basado en los puros intereses
económicos, sin institucionalización político-administrativa alguna, fue también el
primer grupo nacional de la Historia. Después, Weber (1978) llevaría a cabo una
2
explicitación de teórica e histórica de aquella. En los paises occidentales en los que se
ha producido un fuerte desarrollo capitalista el Estado ha sido el gran instrumento de
configuración de un mercado nacional como umbral mínimo para la reproducción
capitalista.1
Una de las esferas de la vida social en las que se produce una globalización, en el
sentido más duro y restringido que podamos dar a esta expresión - como unicidad en
tiempo real de todo lo que ocurre en esa esfera en todo el planeta- es el mercado
financiero. Otros mercados se encuentran en grados más o menos avanzados de
globalización. Sin embargo distamos mucho de tener una autoridad política que,
teniendo competencia a escala global, sea capaz de asegurar lo que Weber (1978, 651)
llamó la seguridad del tráfico: un sistema legal que descansa en una autoridad política
sometida a él y capaz de hacerlo cumplir.
Atravesamos en estos momentos una coyuntura bastante inestable de eso que hemos
convenido en llamar orden mundial. El derecho internacional; el papel de Naciones
Unidas; el derecho de injerencia; la auto-atribución por el gobierno de Estados Unidos
de un papel regulador de este orden mundial; la arbitrariedad de este orden impuesto por
un país democráticos a una escala para la que no tiene legitimidad democrática; la
aparición en escena de organizaciones terroristas de enorme potencia mística y de
plasticidad suficiente para infundir terror en diferentes poblaciones; la connivencia de
determinados agentes económicos que actúan a escala global con agentes políticos que
también lo hacen; estos factores nos hablan de una situación muy distante de lo que
sería un Estado planetario.
Hoy se hace necesario el análisis de las relaciones sociales que están debajo de los
factores citados y de las interrelaciones entre ellos. Sobre estas cuestiones imperan los
discursos periodístico, militar, político y económico. Pero las raíces sociales del
problema deben ser desveladas; un caso en el que esta necesidad se hace patente es el
del terrorismo. Se habla con excesiva facilidad de "el" terrorismo global, con lo que se
alimenta la idea de una única organización, con una sola cabeza, el Eje del Mal. La idea
de que existe un solo terrorismo, el que quiere destruir las bases de nuestra civilización
occidental circula entre nosotros y tiene al menos dos funciones claras; la primera es
que proporciona la alteridad necesaria para producir unanimismo en torno al único país
que tiene capacidad bélica suficiente para imponer el orden a escala planetaria; la
segunda es que inhibe el análisis de las causas y mecanismos sociales que están en la
base de las actividades terroristas.2
1
Otro caso muy distinto sería el del desarrollo capitalista de los países del
sudeste asiático. Estos se desarrollan en una época en que otros países son ya
un buen mercado, y lo hacen para vender sus productos en ellos, vehiculando un
nacionalismo económico cuyo soporte es un Estado con vocación de agencia de
marketing de las corporaciones económicas surgidas en su seno. No es extraño,
pues, que en este contexto de nacionalismo económico internacionalista
surgiera el término glocal (Robertson,1992, 173-174), como necesidad del
vendedor a escala global de adaptarse al estilo de cada sociedad local para
poder vender sus productos.
2 La imagen de mentes malvadas diseñando el mal a escala global, el Eje del
Mal, le sirvió al Presidente Bush Bush para justificar en los términos
religiosos de los que le proveyeron ciertos tele-predicadores la Guerra de
Irak. Recordemos que en Estados unidos no se ha producido en términos tan
claros como en Europa la separación entre Religión y Estado. Existe una
religión de Estado (Bellah, 1980; Hammond, 1980) y existe una, así llamada,
iglesia electrónica (Hoover, 1988), cuyos tele-predicadores necesitan como
marketing (Berger, 1970) para poder mantenerse y crecer de profecías
tremendistas, que llevan a posiciones fundamentalistas. Este déficit de
diferenciación social (similar en algún aspecto al que
atribuimos a los
países musulmanes ) es el que nos explica que a una campaña bélica se le llame
3
Como consecuencia de la inexistencia de este gobierno mundial se producen
relaciones de diferente significación entre los agentes políticos y económicos cuando se
trata de inversiones en países cuya seguridad jurídica interior no está plenamente
garantizada. Las diversas administraciones públicas occidentales han propugnado unas
veces gobiernos fuertes autoritarios y otras han apoyado una cierta estabilización
política democrática, o, al menos una cierta gobernabilidad. Todo ello influye de
manera decisiva en lo que he llamado la lógica de la estandarización política (PérezAgote, 2001 y 2002) a escala global.
1.2 La ecuación conocimiento-afectos.
Esta ecuación, a la que ya me he referido en otro trabajo (Pérez-Agote, 2002)hace
referencia a la conciencia de los actores sociales en sus vidas cotidianas. Es una
ecuación que se da a la perfección en la sociedad local tradicional y que el nacionalismo
restablece en la sociedad moderna: el proceso de construcción de cada Estado lleva
consigo una descentración de las decisiones que afectan al individuo y una nueva
centralidad va apareciendo en la vida de éste, la del Estado; la sociedad local sigue
significando para el individuo un lugar donde todo lo que pasa le afecta pero ya no es el
lugar donde pasa todo lo que le afecta, pues hay cosas que le afectan que vienen de
lejos, del centro del Estado, que muchas veces ni siquiera ha visitado. En este sentido la
modernización es un proceso de ruptura de la ecuación conocimiento-afectos, pues la
sociedad local comienza a estar exo-centrada. Sin embargo, el nacionalismo, como
vehículo de difusión de la idea y el sentimiento nacionales, restituirá progresivamente la
cohesión emocional del grupo, reconstituyendo así la ecuación a una escala mayor. Dice
Kohn que "el individuo de el nacionalismo tenía sus raíces en el orden de las emociones
de grupo y en la cohesión `natural´." (H. Kohn, 1949, 168-9).
Quienes trabajamos en la teoría de la agregación social y de las identidades
colectivas tenemos tendencia a pensar que cuanto mayor es la escala de un agregado
menor es el grado de cohesión emocional y de identificación con el colectivo. Es fruto
de una visión estática y simplista de la vida social. Esta, en realidad, es una realidad
muy compleja, compuesta de un número indefinido de agregados que tienden a unirse y
a disgregarse, y que cada uno de ellos puede incluir una multiplicidad de otros
agregados que se relacionan entre sí. La cohesión emocional de un agregado, puede
estar asegurada por la interacción continuada, relaciones cara a cara que implican
generalmente gran carga emocional. Las relaciones cara a cara se ritualizan
progresivamente cuando aumenta la dificultad para llevar a cabo la interacción,
distanciándose progresivamente en el tiempo. Pero a veces el agregado es de por sí de
un tamaño tal que no es posible la interacción entre todos sus miembros, con lo que la
posesión de símbolos comunes se hace más necesaria, lo mismo que la celebración de
rituales que entrañen gran emotividad. Pero un agregado social a gran escala puede
también asegurar su cohesión emocional a través del funcionamiento de unidades
menores que guíen al individuo hacia su identificación con ese agregado mayor,
proyectando así una gran emotividad en esta identificación superior. Solamente así
puede comprenderse cómo en determinadas situaciones como las que implican
regímenes totalitarios3, en las que no son posibles determinados grandes rituales de
Justicia Infinita y el que provee de una estructura de plausibilidad social a
creencias como la de que estamos ante un choque de civilizaciones.
3 He analizado los mecanismos de reproducción del nacionalismo vasco durante el
franquismo (Pérez-Agote, 1984,1986, y en prensa) y H. Johnston lo ha hecho
4
celebración colectiva, se producen identificaciones con grandes agregados; la familia
puede ser un engranaje fundamental y en general suele serlo, aunque no se den esas
circunstancias especiales a las que me he referido.
"El nacionalismo connota, entre otras cosas, una especie de identidad, en el sentido
psicológico del término, denotando auto-definición. En este sentido, cualquier identidad
es un conjunto de ideas, un constructo simbólico. Es un constructo particularmente
poderoso por cuanto que define la posición de una persona en su mundo social. Lleva
dentro de sí las expectativas sobre la persona y sobre diferentes clases de otro en los
alrededores de esa persona, orientando, por tanto, las acciones de ésta. La identidad
menos especializada, aquélla que posee la más amplia circunferencia, de la que se cree
que define la verdadera esencia de una persona y que guía su comportamiento en
múltiples esferas de la existencia social es, desde luego, la más poderosa. (…) En
muchas sociedades la identidad religiosa lleva a cabo esta función. En otras el estado o
la casta lo que la cumple. En el mundo moderno, esta identidad generalizada es la
identidad nacional. " (Greenfeld, 1992, 20)
El nacionalismo, por tanto, ha sido y sigue siendo una identidad colectiva de una
potencia cohesiva extraordinaria. Fue la sublimación final de la ley general, enunciada
por Tilly (1992, 175-177) para Europa, de progresiva homogeneización interna dentro
de cada Estado y de progresiva heterogeneidad entre éstos. El nacionalismo ha sido la
fórmula para llevar a cabo esta penúltima versión de la ecuación: todo lo que pasa
dentro de mi Estado me afecta, todo lo que me afecta pasa dentro de mi Estado, y
habitualmente sólo conozco lo que pasa dentro de mi Estado; y, además, en términos
políticos, sólo es legítimo lo que es decidido dentro de mi Estado.
Hoy, si embargo, se dan elementos que ponen en tela de juicio esa ecuación. Para lo
individuos contemporáneos una parte de lo que pasa que les afecta viene de fuera,
incluso desconocen de dónde viene, tanto en términos de decisiones políticas como en
términos de decisiones que afectan su situación laboral y profesional. Ignoran gran parte
de lo que les afecta. Pero, por otra parte, gracias al desorbitado crecimiento en cantidad
y en complejidad de la comunicación de masas, conocen muchas cosas que no les
afectan, al menos substantivamente. Conocen lo que no les afecta y desconocen lo que
sí. Otra vez aquel equilibrio de la sociedad local queda roto.
Pero también aparecen nuevos elementos en el horizonte. En primer lugar tenemos
todas las nuevas formas de solidaridad y afecto hechas posibles y desterritorializadas y
descorporeizadas
por las nuevas tecnologías de la comunicación, y muy
particularmente internet y el correo electrónico4.
Y en segundo lugar nos encontramos con los fenómenos sociales, hablando en
sentido estricto, que se refieren a lo que Albrow (1997, 175-177) ha denominado la
ciudadanía performativa: conjuntos de individuos cuyo comportamiento tiene como
referencia la escala más amplia posible de la solidaridad, la escala mundial. Una parte
importante de los llamados nuevos movimientos sociales han servido de aprendizaje y
precedente de esta ciudadanía performativa. Sobre ésta conviene hacer dos
consideraciones, relevantes para nuestro objeto de reflexión. La primera se refiere a
conectar estas nuevas formas de sentido y sentimiento de pertenencia a la globalidad
planetaria con la anterior reflexión sobre la relación entre la dimensión del agregado y el
grado de implicación afectiva y en términos de identidad personal. Un alto grado de
para el caso catalán y el de los Países Bálticos durante la dominación
soviética (Johnston, 1989, 1991, 1991a, 1994).
4
El libro de Patricia Wallace La Psicología de Internet
trata de una serie
bien interesante de temas, pero es , en mi opinión, un libro divulgativo de
ínfima calidad (Wallace, 2001).
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implicación afectiva con un agregado tan grande como el planeta mismo necesita
estructuras, agregados, relaciones de menor dimensión y muy fuerte capacidad de
captación de energía personal. Pero, por otra parte, y esta es la segunda consideración,
para que esta dimensión reducida llegue a tener un alcance global se hace necesaria la
utilización de las nuevas tecnologías de la comunicación. Por tanto, estamos obligados a
pensar en formas fluidas y abiertas, no en sistemas, de relación y comunicación que son
complejas y que se desarrollan en varios niveles.
2. La crisis de la dicotomía público/privado.
La separación dicotómica de estos dos ámbitos de la vida social ha sido uno de los
pilares básicos de la construcción de las sociedades democráticas europeas. En el
interior del sistema europeo de Estados (Tilly,1992), que queda configurado en el siglo
XVII, la sociedad cortesana (Elias, 1982) supone la construcción de lo público como la
esfera política. La expresión célebre de Luis XIV, l'État c'est moi, significa la
equiparación de lo público y lo político en la persona del Rey. Con posterioridad, desde
la esfera privada, de la familia y los negocios, surgirá una nueva esfera pública, frente a
aquella otra esfera pública política. Los burgueses, primero en ciertos salones regidos
por damas y luego en los cafés, al abrigo de ellas, irán haciendo crítica literaria y luego
crítica política; más tarde serán las sociedades secretas y los periódicos. La burguesía, al
hacer crítica política, funda así la posibilidad de pensar en la sociedad como destinataria
de la política, de pensar la sociedad, como un todo (Habermas, 1978, cap. 2). La
representación democrática, permitirá la condensación de estas dos esferas en la esfera
política de la modernidad, esfera política como esfera dibujada por las instituciones del
Estado.
La política es aquello que hace referencia al Estado, en una época, la modernidad,
en la que el Estado condensa la realidad social en una totalidad. Esta es la génesis de la
ecuación «público-político-estatal», propia de la sociedad moderna. Veamos ahora, en
primer lugar(epígrafe 2.1), cómo esta ecuación entra en crisis en los países occidentales
como consecuencia del desinteresamiento progresivo de las nuevas generaciones en
relación con la política llamada convencional. En segundo lugar, procederemos a ver
cómo, paralelamente, se va a sobrepasar la dicotomía que separaba lo público («públicopolítico-estatal») de lo privado y va a aparecer en el horizonte una nueva consideración
de la política que implica una nueva ecuación entre política y cultura (epígrafe 2.2). Y,
en tercer lugar, exploraremos un nuevo campo, la participación asociativa de
importantes sectores de la población que lleva consigo una reformulación de las
relaciones entre lo privado y lo público (epígrafe 2.3).
2.1 La crisis de la ecuación «público-político-estatal» :el llamado síndrome del
privatismo.
" Por privatismo entendemos – dice Conrad Lodziak –abstinencia o retirada de
lo político, y, emparejado con esto, una focalización centrada en la vida doméstica y
familiar, y/o alguna forma de auto-absorción. Así el concepto de privatismo es
suficientemente amplio para comprender todas las tendencias culturales. En verdad
algún concepto de privatismo figura en un amplio abanico de debates sobre aspectos
particulares de la cultura contemporánea. Y así, discusiones sobre privatismo pueden ser
encontradas en los debates sobre la emergencia y la expansión de una 'clase trabajadora
opulenta', sobre la división público/privado en términos de género, sobre la identidad
personal y colectiva, sobre la desaparición de las comunidades tradicionales, y sobre la
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ideología del individualismo." (Lodziak,1995, 74-75)5.
Siguiendo a Habermas, el proceso de privatización de la vida es un complejo
formado por tres síndromes fundamentales. El síndrome del privatismo civil, cuya
compleja composición veremos enseguida, que llevaría progresivamente a los
individuos hacia una escasa orientación hacia el "input" del Estado, es decir, escasa
orientación hacia la formación de la voluntad política, en relación con una alta
orientación hacia el output, es decir, hacia los beneficios (bienes y servicios) que el
estado proporciona a los individuos (Habermas, 1975 ; Held, 1989,92).
Los otros dos síndromes, el de un privatismo familiar y el de un privatismo
profesional, son los que orientan a la familia y al individuo, respectivamente, hacia el
consumo conspicuo y el tiempo libre y hacia la carrera profesional , en la competencia
por el status. La relación profunda que se establece entre el primer privatismo y los dos
segundos, en el terreno de la producción del sentido social de la existencia, es que el
sentido social se desvanece progresivamente en la esfera de lo público-político y se
restablece de forma básica en la esfera de la privacidad familiar, donde a su vez la
interacción se ve parasitada, en especial por los medios de comunicación de masas.
El inicio del fenómeno que hoy damos en llamar privatización de la vida, como la
compleja relación que en las sociedades occidentales se da entre las esferas económica,
cultural y política, podemos situarlo, con Turner (1993), en el Siglo XIX, pero es desde
principios del XX cuando la difusión del privatismo alcanza un ritmo rápido de
difusión. El desarrollo de un consumo privado, de masas, primero, y de un Estado de
bienestar(modalidad socializada de consumo), después, constituyen la plausibilidad
social de este complejo fenómeno (Turner, 1993 ; Brittan,1977). Recordemos la
importancia que Bell atribuye a la aparición, a comienzos del Siglo XX , de tres nuevos
inventos : la producción en cadena de automóviles, el marketing y la publicidad, y la
venta a crédito (Bell, 1976). También escribió sobre las consecuencias políticas de todo
ello, sobre el ocaso de las ideologías políticas en los cincuenta (Bell, 1988).
Puede ser que tenga razón Brittan (1977, 24) cuando dice que la vida cotidiana no es
una invención moderna, pero la producción de masas y, sobre todo, el consumo de
masas, participa directamente "en la continua reconfiguración de las condiciones de la
vida diaria» (Giddens,1991, 199). Podemos pensar en el automóvil (Bell, 1976) y en el
progresivo acceso a la propiedad del hogar, apoyado por los Estados bien a través de
subsidios a la producción bien a la demanda, dependiendo de la coyuntura económica
(Doling,1993, 72 y 80).Ambos bienes y los con ellos relacionados, como viajes,
vacaciones y electrodomésticos, han modificado los comportamientos, los valores, y los
intereses de los ciudadanos occidentales (Inglehart, 1977 y 1986). E incluso la
identidad, aunque esta afirmación requeriría una discusión larga (Lodziak, 1955, 48 y
ss)6.
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Existen otras maneras de comprender el privatismo: como tradición cultural o
ideológica, en relación con las políticas (Barnekov, Boyle, Rich, 1989;
McGovern, 1998); como fenómeno más bien del orden psicoanalítico (Sennett,
1977; Lasch, 1991a).
6 Esta discusión lleva hasta la cuestión del déficit crónico de sentido propio
de la modernidad y su continuada reproducción a través de un consumo desmedido
que no llega a producir sentido en un sentido profundo. Los contradictores de
esta tesis dirían que puede ser que la postmodernidad sea la época en que ya
el sentido no es muy relevante en la vida de los ciudadanos. Algunos, como
Bocock, se situaría en una posición intermedia, indicando que algún consumo ha
llegado a ser un proceso de producción de identidad individual y colectiva (
Bocock, 1993, 67). Por otro lado se da en otros trabajos "la fuerte sugestión
de que la gente se está trasladando desde una posición de clase como base de
su auto-identificación a una forma más individual, en la que las pautas de
7
La tesis de la manipulación de las identidades (Lodziak, 1995, 45-72),
independientemente del grado de aceptación que tengamos sobre ella, nos aporta la
interesante idea de que el consumo no solamente trata de la creación de necesidades
sino incluso de conflictos, aquellos que puedan ser resueltos solamente a través de su
canalización hacia consumos (Lasch, 1991, 518). Bauman dice que el « consumo dirige
las tensiones y conflictos que provienen de los subsistemas político y social a una esfera
en la que son simbólicamente transfigurados y difuminados » (Bauman, 1992, 53). Por
nuestra parte, hemos mostrado cual fue la estrategia en los setenta de canalización del
conflicto ecológico hacia un consumo de medio ambiente, un medio ambiente
producido por un nuevo sector productivo y consumido como un consumo colectivo
(Pérez-Agote, 1976).
La otra cara de esta moneda sería la cuestión de la apatía o la falta de interés de los
ciudadanos en la política (Van Deth, 1989 ; Bennet, 1986). Este desinterés creciente en
la política vendría reflejado, según Lodziak, " en el declive de la afiliación a los partidos
políticos tradicionales y sindicatos" y en la "pérdida de la fe en las soluciones colectivas
y políticas" (Lodziak,1995, 75). Aunque muchas veces los argumentos parecen implicar
la creencia en una mitológica edad de oro en la que la generalidad de los ciudadanos
estuviera realmente interesada en la política, en todo caso sí parece darse una crisis de
los partidos políticos como canalizadores de los intereses de los ciudadanos ( Offe, 1988
y 1990)7 hacia los gobiernos y, por otra parte, también parece darse una progresiva
aparición de poderes no elegidos que en connivencia con los Gobiernos deciden sobre
las cuestiones más fundamentales al margen de los parlamentos y de los partidos
(Offe,1988 ; Arblaster, 1987; Beck, 1994).
En este trabajo nos referimos al aspecto restringido del privatismo civil: la
progresiva separación social de la esfera de la política con respecto de la esfera de la
vida cotidiana, lo que ocurre porque los ciudadanos se interesan cada vez más por los
rendimientos que el Estado les produce (fundamentalmente rendimientos fiscales y de
seguridad social) y progresivamente menos por su propia participación en el proceso de
formación de la voluntad política, es decir, que los ciudadanos tienen una elevada
orientación hacia el output y una escasa orientación hacia el input del Estado.
Para Habermas, " Las instituciones y los procedimientos de la democracia formal han
sido diseñados para que las decisiones del gobierno puedan adoptarse con suficiente
independencia de motivos definidos de los ciudadanos. Esto se logra con un proceso de
legitimación que provee motivos generalizados (una lealtad de masas difusa en su
contenido), pero evita la participación" (Habermas, 1975, 53).
La esfera política se amplía por lo general en su marco de acción y se autonomiza en
su funcionamiento cotidiano del proceso de formación de voluntad legitimante, que se
realiza en momentos concretos ritualmente constituidos (en especial el momento
electoral) y que provee exclusivamente de "motivos generalizados"; y, por otro lado, se
da una reducción de la politización de la vida cotidiana.
consumo privado, redes de parentesco, hogar y familia llegan a ser más
significativos." (Taylor-Goobye, 1991, 18).
7 Recordemos que para Offe la participación política de masas, a través de los
partidos políticos, y el Estado Keynesiano de bienestar son los dos principios
que compatibilizan el capitalismo y la democracia, lo que nos hace comprender
que el proceso de privatización de la vida pone en entredicho esta
compatibilidad. Y recordemos, además, cómo esta inversión de la relación entre
masas y partidos (los partidos en lugar de canalizar las demandas de las masas
modelan las actitudes de estas a través de los medios de comunicación) hace de
la nuestra una época predispuesta a la aparición de populismos, ya que estos
no son sino propuestas desideologizadas de restablecer la comunicación entre
gobernante y gobernados (Wieviorka, 1993, capítulo2).
8
En este proceso de progresiva separación de la esfera política y de la esfera cotidiana
del actor, de progresivo vaciamiento político de la cotidianidad, es evidente que tiene
una importancia central el moderno sistema de partidos. Los partidos juegan un papel
determinante en la constitución de una única esfera política diferenciada, canalizando
inquietudes y fuerzas políticas hacia esa esfera, traduciéndolas a términos más
racionales, en términos de definición de objetivos y medios para alcanzarlos. "Los
partidos (u otras organizaciones del mismo tipo) alcanzan esa integración con el
desarrollo de órganos partidarios específicos, liderazgo y programa; mediante la
inclusión dentro del partido de diversos intereses concretos junto con las directivas o
propósitos más generales que pueden tener alguna atracción sobre un público más
amplio; y mediante la traducción de los propósitos inclusivos y difusos de los
movimientos sociales, en términos más realistas de objetivos, problemas y dilemas
políticos concretos, articulados mediante algunas organizaciones y actividades
partidarias o similares" (Eisenstadt, 1969, 29-33).
Los partidos, a través de esa traducción de intereses en objetivos y medios,
racionalizan la vida política a través de su constitución y a través de su propia
racionalización o burocratización interna, separando progresivamente la organización
burocrática y particularmente su cúspide no sólo de sus votantes, sino de sus propios
militantes. Típicamente, los partidos operan en su interior un proceso paralelo y del
mismo signo al que ellos realizan en el exterior vaciando progresivamente la vida
cotidiana de proyección política. Es decir, los partidos tienden a producir la
desaparición progresiva de la vida interactiva y, en todo caso, desproveen a ésta de
eficacia decisoria. Lo que significa que las decisiones se toman en la cúspide
burocrática y que ésta se relaciona con los círculos de votantes, simpatizantes y
militantes individualizadamente, salvo en momentos prefijados puntuales, como son los
rituales de los congresos y las campañas electorales en los que se relaciona
interactivamente con estos círculos.
En similar sentido al de Weber cuando habla de relaciones sociales abiertas y
cerradas (Weber, 1978, 35) podemos decir que los partidos políticos se cierran a la
interacción social general de la sociedad y que en el interior de ellos sus burocracias, sus
cúspides se cierran a la interacción que pueda darse entre los diferentes círculos a que
antes hemos aludido.
2.2 La emergencia de una nueva ecuación entre política y cultura 8 (y entre
política e identidad).
No está claro, por el momento al menos, que lo que en nuestras sociedades se
designa como nuevos movimientos sociales sea algo dotado de unidad o, al menos, de
una cierta homogeneidad. Pensamos que la homogeneidad no está tan clara y que un
concepto teórico abarcante de todos los movimientos y muy perfilado a la vez no es
viable, al menos todavía. Coincidimos plenamente con Gusfield cuando establece que
ante fenómenos tan diversos, una perspectiva demasiado abstracta y por tanto abarcante
será poco útil para la investigación empírica. En su opinión, no existe una única teoría
válida para todas las circunstancias (Gusfield, 1994, 93).
Pero no debemos abandonar el término nuevos movimientos sociales: es el modo de
designación de un campo que está produciendo resultados interesantes no solamente en
el nivel de la lógica del comportamiento colectivo, sino también en el nivel del
conocimiento de la complejidad de la sociedad contemporánea. Y esto último, de forma
8
Sobre esta cuestión son particularmente interesantes: (Morán, 1996-97), (Sommers, 1995 y 1995a) y
(Swidler, 1986).
9
particular en relación al reenfoque de las relaciones entre el ámbito público, el privado y
el ámbito político, y de las relaciones entre las diversas estructuras sociales (política,
economía, cultura); y muy particularmente ayuda este campo a conocer cómo se
producen importantes cambios culturales, que no son comprensibles si no se tiene en
cuenta la influencia directa y a través de la comunicación de masas que ejercen estos
movimientos en la cultura de la población en general. Como veremos, la capacidad de
influencia
se
debe
en parte, sólo en parte- a que un sector importante de ellos luchan por cambiar las
significaciones más profundas de los elementos que socialmente confieren identidad
personal y social a los individuos: ésta es la razón de que en estos momentos la
dimensión cognitiva alcance tanta importancia en el análisis de los movimientos
sociales.
El hecho de que no haya una homogeneidad en los nuevos movimientos sociales y
que, sin embargo, constituyan un legítimo objeto de reflexión es lo que está detrás del
doble plano que encontramos en los planteamientos más elaborados sobre los nuevos
movimientos sociales: la búsqueda de la dimensión interna del movimiento y la
articulación de este movimiento con la sociedad en general. Melucci habla del doble
plano para sobrepasar la «miopía de lo visible» de ciertos enfoques que se concentran en
los efectos visibles y mensurables en el plano político: la producción de códigos
culturales que se produce en las redes sumergidas del movimiento (un plano) es la que
posibilita una acción visible en relación con el sistema político (otro plano) (Melucci,
1994,125). Pero, incluso, podríamos hablar de que los efectos de los nuevos
movimientos sociales son detectables en tres niveles sociales: sobre el sistema político;
sobre la población que participa más o menos activamente en el movimiento en cuestión
sobre la población más o menos identificada con los plantemientos y códigos culturales
del movimiento; y sobre la cultura de la población en general.
Los efectos políticos de los nuevos movimientos sociales (primer nivel analítico) son
los más fáciles de medir. En el plano de los códigos culturales es evidente que estos
movimientos no solo actúan sobre quienes los forman (segundo nivel), y, por esta razón
indicadores en términos numéricos de la afiliación o de la participación se quedan muy
cortos en la medición de su influencia social. Los efectos culturales genéricos sobre la
población (tercer nivel) son más difíciles de conocer y de medir; autores como Gusfield
hacen llamada al elemento dramaturgia ( que lo toma de D. Snow,1979) y a la teoría de
la sociedad de masas (Gusfield, 1994, 109 y ss). En nuestra opinión, son los efectos
sobre los códigos culturales de la población en general los más buscados por los
activistas, que pretenden muchas veces la realización de acciones llamativas para que
sean espectacularizadas por los medios de comunicación de masas.
Deteniéndonos en el segundo nivel, podemos decir que la militancia y la
participación de individuos en estos movimientos sociales revela, por el tipo de vida que
genera en ellos, una cierta función de producción de sentido de la vida en cada uno. Esta
es la razón por la que resulta paradójico el hecho de que mientras el contenido
específico sobre el que se monta un movimiento social sea concreto, parcial, no
totalizante, desde el punto de vista de la transformación del sistema total basado en el
Estado y el Mercado, sin embargo sí produce una cierta totalización de sentido de la
vida en, por lo menos, algunos militantes concretos. Los enfoques instrumentales no son
capaces de rendir cuentas de estos efectos sobre el militante. Los movimientos sociales
como forma de vida, constituyen este segundo momento analítico, el de los efectos de
la militancia en la vida cotidiana general de cada participante. Se puede argüir que los
efectos se limitan a los participantes y que estos son escasos en relación a la población
en general. Pero estos efectos actúan al menos de reveladores teóricos del déficit
10
crónico de sentido que caracteriza nuestra época. Nos hablan de los nuevos
movimientos sociales como enclaves culturalmente establecidos al alcance de los
ciudadanos para encontrar un lugar social en donde producir sentido colectivamente.
El carácter cultural de los movimientos es complejo pues incluye diferentes sentidos
y aspectos. Por un lado, no se plantean atacar directamente las estructuras totalizantes
del Estado y del Mercado, sino que centrados en cuestiones concretas, tratan de variar
los significados de importantes elementos constitutivos de la vida en común. De manera
que juegan más con los contenidos culturales de la sociedad que con los contenidos
económicos y políticos, entendida la política como la lógica de las instituciones del
Estado. Es más, tratan muchas veces de evitar las determinaciones económicas y
político-estatales de los fenómenos sociales. Esto quiere decir que conciben la cultura
como variable independiente, resistiéndose a considerar las llamadas determinaciones
objetivas. Sin embargo, no podemos decir que estos objetivos sean utópicos. Por varias
razones. La primera es que no tratan tanto de cambiar las decisiones económicas y
políticas como de concienciar a la población sobre significados culturalmente
establecidos. En segundo lugar, porque los miembros de estos movimientos tratan ya de
vivir con esos nuevos significados culturales. Es una especie de presentismo, que
muchas veces es tratado desde fuera como ilusorio y marginal. De manera que sus
objetivos son más bien culturales, tratando de influenciar a través de la dramaturgia
mediáticamente espectacularizada (Edelman, 1988). Pretenden algo así como un
contagio social.
El carácter presentista de un movimiento social como modo de vida se refiere a vivir
de acuerdo con los contenidos culturales que el movimiento trata de difundir y también
tratan de vivir formalmente en términos democráticos. Los ingredientes más
importantes de este elemento formal se refieren a la comunicación directa entre los
miembros y a la participación directa en la vida y en las acciones.
Acabamos de evocar la diversidad de movimientos sociales en función de su
contenido cultural. Pero para explicitar en qué consiste esta diversidad necesitamos
plantear la cuestión de la identidad en los nuevos movimientos sociales.
Pensamos que hay una manera genérica en que la identidad se relaciona con estos
movimientos9 . Los miembros de éstos tienen un sentimiento más o menos difuso y
estructurado en varios niveles de pertenencia a una comunidad más o menos difusa.
Como cada movimiento tiene una composición compleja en términos de grupos
interiores, el grado de sentimiento varía, como es lógico, con la mayor o menor cercanía
del grupo y con el grado de efervescencia del momento que se esté viviendo. Puede
llegar esta solidaridad a ser supra o internacional.
Algunos movimientos sociales tienen, además, una relación más específica con el
problema de la identidad personal y social, ya que los contenidos culturales que intentan
modificar están referidos a componentes de la en una sociedad concreta. Todos los
elementos simbólicos con los que el individuo construye su identidad personal y social
son significados socialmente producidos: los atributos individuales y los atributos
colectivos que implican pertenencia. Importantes movimientos sociales están
empeñados en la modificación de los significados culturalmente establecidos en relación
con el género y la edad; son movimientos que trabajan específicamente sobre la
identidad y que han desdibujado las fronteras entre lo público y lo privado, por una
parte, y entre lo personal y lo social de la identidad, por la otra. Es un mismo proceso,
bien definido por los psicólogos sociales europeos, el que ha producido este doble
efecto:
9
Para una revisión crítica de la literatura sobre las relaciones
movimientos sociales e identidades, ver (Hunt, Benford y Snow, 1994).
entre
11
Trasladémonos ahora a este nivel analítico del individuo, el segundo nivel analítico
de los movimientos sociales al que nos hemos referido antes, y pensemos en la relación
que puede darse entre el movimiento social y el individuo que participa en él..
Los elementos de que dispone el individuo para la construcción de la identidad social
tienen atribuido un determinado nivel de status y de poder (Hogg and Abrams, 1988).
Bajo el supuesto de que toda persona desea poseer una identidad positiva, en términos
sociales y de autoestima (Tajfel, 1978), podemos pensar en las estrategias que puede
seguir un individuo cuyas características individuales le asignan un bajo status social
para conseguir una identidad social positiva y su propia autoestima. Tajfel y Turner
(1986) han establecido los tres tipos ideales de estrategia. La primera es la movilidad
individual; el individuo se plantea una solución personal, que puede ser muy variada;
puede tratar de cambiar, ocultar, disimular o, incluso, utilizar estratégicamente «his
saliency». Como es comprensible la posibilidad de una estrategia de este tipo depende
del grado de visibilidad de la saliency y en general de la dificultad que la sociedad
establezca para la movilidad y de la disposición del individuo a llevar una vida que
suponga una disgregación entre sus identidades íntima y social. La segunda estrategia,
la creatividad social, es una estrategia colectiva que consiste en unirse con otros que
están en la misma situación, para encontrar una estructura de plausibilidad, un medio
social en el que convivir y en el que el rasgo negativo sea normal, puesto que es poseído
por todos. Se trata de la formación de una estructura de plausibilidad en donde lo que es
negativo en la sociedad en general aquí es la norma y, por tanto, carece de significación
intragrupal. Ello suele llevar consigo un cambio de grupos de referencia: no se intenta
un cambio de la significación cultural del rasgo, sino que se cambian los grupos con los
que los individuos se comparan. Por ello suele ocurrir que en las márgenes sociales,
incluso espacialmente localizadas de nuestra ciudades, suelen convivir en la
marginalidad estos grupos formados por personas de bajo estatus social. Por fin, la
tercera estrategia es también grupal, puesto que los individuos se unen para transformar
mediante la acción colectiva los significados de su rasgo y el status conferido por la
sociedad . Es la estrategia del cambio social o cultural de los movimientos sociales.
Las fronteras entre los tres tipos de estrategias no son claras, particularmente entre el
primer tipo y el segundo, y entre el segundo y el tercero. Para darnos cuenta de la difusa
frontera entre la primera y la segunda estrategia pensemos un instante el caso del joven
que ha descubierto su impulso homosexual y lo confronta con el repertorio de
identidades de género socialmente vigente. Pasando por alto el viejo e interesante
problema del terror anómico10 , podemos imaginar cómo este individuo puede optar por
una doble vida; una vida familiar, profesional, como heterosexual, es decir en términos
de movilidad individual, y otra vida oculta en términos de estructura de plausibilidad
como grupo marginal. Y, por otra parte, la frontera entre la estructura de plausibilidad y
el movimiento social es difusa. Todo movimiento social es, además, una estructura de
plausibilidad, pero no toda estructura de plausibilidad es un movimiento social. Y, en el
mismo sentido, una estructura de plausibilidad puede pasar a la acción, salir de las
catacumbas, e irrumpir en la vida social general, lo que implica con frecuencia, desde el
punto de vista del individuo, romper con la doble vida e identificarse plenamente en la
intimidad y en público con su rasgo de bajo status, al mismo tiempo que pretende
transformar colectivamente esta situación.
Vistos en esta perspectiva, los movimientos sociales que tratan sobre los significados
culturales de rasgos de la personalidad individual rompen con las fronteras entre lo
privado y lo público («life politics», Giddens,1991). Los impulsos sexuales de la
10
Recordemos la polémica entre Peter Berger (1966) y Donald Carveth(1977
sobre el terror anómico del homosexual.
12
persona pertenecían al ámbito privado11, pero la resolución de la cuestión privada pasa
por la acción colectiva en el campo público. Y por lo mismo se rompe la frontera entre
lo personal y lo social, pues la significación personal de lo individual se resuelve a
través de la pertenencia a un grupo.
Pero no todos los contenidos culturales de los nuevos movimientos sociales pueden
ser reducidos a elementos estructurantes de la identidad personal. En algunos son
elementos del ámbito público los que pasan a ser elementos estructuradores de la
identidad privada; la ecología, el pacifismo, los movimientos anti-nucleares, por
ejemplo, trabajan con contenidos públicos. La conformación de grupos estructura una
pertenencia que se convierte en elemento estructurante de la identidad privada e íntima
De esta manera hemos retomado la cuestión del contenido cultural. Nos encontramos
con dos procesos que tienen algo diferente y algo común. Un proceso que va de lo
privado a lo público en los movimientos específicamente identitarios; y un proceso que
va de lo público a lo privado, en los identitarios y en los otros; todo tipo de movimiento
tiene una proyección en lo público mediante la acción colectiva y una proyección en lo
privado, estructurando elementos de la identidad personal de los individuos; se colma
siempre ese déficit de sentido de nuestra sociedad, aboliendo así la frontera entre los dos
ámbitos.
Si nos damos cuenta, el específico concepto de categoría social tiene mucho que ver
con este carácter de la frontera entre lo público y lo privado. Categoría social es para
Merton (1980) el conjunto de personas que tienen una característica común cuya
posesión no produce por sí misma una conciencia de pertenencia pero, estando sujeta a
la manipulación por la acción colectiva, la posesión les dispone a ser reclutadas como
miembros de un grupo. Las categorías hombre y mujer no sólo no son simétricas por su
diferente función y status, sino porque los hombres son un simple agregado estadístico y
las mujeres además de eso son una categoría social.
Nos gustaría llamar la atención sobre el hecho de que lo que está en juego con los
movimientos sociales es, por un lado, la ruptura de las fronteras entre privado, público y
político y, por otro lado, la percepción de que si la política es aquello que afecta a la
dinámica y a la síntesis social (Balandier, 1967, 58), los nuevos movimientos sociales
son políticos en un nuevo sentido: el de hacer política de otra forma, más allá de la
institución del Estado, transformando los significados que unifican culturalmente
nuestras sociedades.
Si tenemos en cuenta que esta cohesión simbólica es operada por la cultura en toda
sociedad, nos percatamos del lugar estratégico que ocupan en nuestras sociedades las
relaciones entre la cultura y la política.
La condensación de la vida social por el Estado nacional facilitó a la sociología
clásica la respuesta y, probablemente, incluso le posibilitó plantearse positivamente la
pregunta. Con ello, la sociología se embarcaba en una nave totalmente diferenciada de
la de la antropología social, ya que ésta se las tenía que ver con sociedades que no
estaban ordenadas totalmente por una estructura política diferenciada; la cultura
resultaba así para la antropología social el orden estructurante por excelencia. La
sociología se anclaba en la conjunción de lo económico y lo político, quedando así lo
cultural y, paradójicamente, lo social (es decir lo social que no es ni económica ni
políticamente relevante) en un segundo plano del escenario.
«La modernidad fue una excepción, un periodo limitado de tiempo en el que se da
una condensación territorial política de la vida social. Cuando el Estado se convierte en
11
Tal vez se pueda decir que los movimientos sociales de este tipo rompen
también las fronteras entre lo íntimo y lo privado.
13
una de las instituciones, solamente en una de ellas, que controlan la vida de los
hombres, la vida social recupera su sentido, las relaciones sociales vuelven a tener
sentido en sí mismas. El etnocentrismo propio de la modernidad (Albrow, 1997, 9-10)
pierde fuerza. Lo que es particularmente patente en relación con la explosión de la
dicotomía moderna racional-irracional12, aquella que encerraba todo lo que no fuera
racional en el cajón de sastre de lo irracional. Las grandes decisiones se vuelven tan
lejanas en relación a los individuos que éstos pueden desarrollar comportamientos
sociales que tienen más que ver con la socialidad y la sociabilidad (relaciones sociales
cuya finalidad acaba en ellas mismas), y con algunas de las viejas instituciones sociales
que la modernidad privó de sentido y de fuerza. No volverán éstas a ser lo que fueron,
esto es seguro, pero sí recobrarán una cierta vitalidad cotidiana; y, probablemente, estos
renacimientos tengan mucho que ver con el desinterés por la política convencional. Lo
social y la identidad, frente a esta huida de las grandes decisiones hacia lo supraestatal o
hacia lo global, recuperan su sentido propio. La vida social puede recuperar direcciones
premodernas o no modernas» (Pérez-Agote, 2002, tesis 10).
Cuando pensamos en los llamados nuevos movimientos sociales, los sociólogos
hemos tendido a idealizar al militante o activista como el actor prototípico y hemos
tendido a pensar en él como un actor cuya entrada en el movimiento significaba la
adopción de una nueva forma de vida; lo hemos pensado como un militante monolítico,
como un creyente cuya identidad social deriva principal de su condición de tal. La
figura del militante es la del actor que, por motivaciones políticas realiza un análisis
causal de los problemas sociales y lucha, de forma continuada y constante, por la
consecución de un proyecto social, político en tanto que proyecto que se dispone a
transformar el todo social. El militante prototípico es el activista que por coherencia con
lo que piensa actúa y que subordina toda su vida a la militancia, iluminando ésta toda su
existencia, a la que proporciona sentido.
En una investigación reciente13 hemos encontrado indicios de que la caracterización
de la figura del militante está sufriendo transformaciones, alejándose de este tipo ideal
que acabamos de definir. Por un lado, podemos observar cómo en el mundo de las
asociaciones que hacen de soporte de los nuevos movimientos sociales se da una fuerte
tendencia a la profesionalización , en el sentido de necesidad de conocimientos técnicos
( en la materia que se trate) y jurídicos (por la progresiva judicialización de la lucha). En
muchos casos, como ocurría en las asociaciones más dedicadas a la participación, se
llegan a dar afinidades electivas entre ciertas conocimientos y, por tanto, ciertos
estudios y ciertos movimientos sociales. Esta tendencia a la profesionalización supone
tensiones ciertas con las nociones de militancia política y de compromiso total propias
del tipo ideal de militante diseñado. Y, por otro lado nos hemos encontrado con formas
diversas de ser militante y en algunos militantes hemos encontrado que compatibilizan
su actividad militante con otras actividades cotidianas de trabajo y de ocio, de vida
social al margen del movimiento. Este tipo de militantes pone en crisis la noción de
compromiso total, e, incluso, pone en crisis la capacidad de la militancia para dotar de
identidad social al militante. Se da, en este sentido, una secularización de la actividad
política. Esta secularización implica, a su vez, una desdramatización de la actividad
12
Dice Albrow que lo que caracteriza la modernidad no es tanto la exclusión de
la irracionalidad cuanto «la categorización de la vida en términos de la
dicotomía
racional/irracional»
(Albrow,
1997,
53).
El
marco
racional/irracional ya no es el que organiza la conducta diaria en todas las
esferas de la vida. Pero acaso nunca haya existido esa edad de oro de la
racionalidad.
13 Socialidad, Participación y Movilización en la sociedad española. Nuevas
formas de construcción social de la identidad y el sentido. CICYT, 1999.
14
política y una pérdida del sentido profético que alcanzó esta actividad para generaciones
de activistas cuyo compromiso se desarrolló durante la dictadura franquista. Esta
secularización y desdramatización provendría en nuestros días de un efecto ciclo de
vida, del cambio del ciclo de la vida de aquellos militantes. Pero también hemos
encontrado esta secularización y desdramatización en militantes de nuevas
generaciones, las que no conocieron el franquismo; estamos aquí ante un efecto
generación o efecto del tiempo histórico: el paso de una dictadura a una democracia
desdramatiza, sin duda, la vida social y la política. Con su transición democrática y su
apertura al mundo, y en especial a Europa, España ha abierto el paso a una penetración
más intensa de los procesos por los que atraviesan las sociedades occidentales.
En general los sociólogos hemos pensado en sociedades monolíticas, ordenadas en
torno a un centro (Shils,1975), compuestas por actores que comparten una coherencia
simbólica monolítica, un dosel sagrado (Berger,1967) de procedencia religiosa o
política. Esta coherencia simbólica era la que ordenaba y jerarquizaba los diversos
ámbitos en los que el actor se movía. Eran sociedades centradas, habitadas por actores
dotados de unidad y coherencia simbólicas. Esta ha sido la fórmula sociológica de
reducción de la complejidad (Gehlen,1993). El correlato empírico de esta fórmula, de
esta noción de sociedad era el Estado nacional occidental.
Pero Weber ya nos anunció el advenimiento de un politeísmo de los valores: "los
numerosos dioses antiguos, desmitificados y convertidos en poderes impersonales, salen
de sus tumbas, quieren dominar nuestras vidas y recomienzan entre ellos la eterna
lucha" (Weber, 1981,218) Esta idea del politeísmo contemporáneo ha sido muy
desarrollada por la teoría de la diferenciación funcional de nuestras sociedades. La vida
social se desenvuelve en esferas cada vez más diferenciadas y cada una de éstas
despliega progresivamente sus propios símbolos. La pregunta es si una esfera de la
integración simbólica es siempre necesaria, si necesariamente el individuo porta en sí la
idea de su propia coherencia y si un sentido fuerte y rotundo de identidad es necesario
para su existencia. La idea del pluralismo contemporáneo afecta tanto a la sociedad
como al individuo; cada vez la sociedad comprende una mayor diversidad de formas de
existencia y cada vez el individuo comporta en sí una mayor diversidad de sistemas
simbólicos, de esferas inconexas, al menos relativamente.
Pero tenemos que tener en cuenta que una forma de re-politización se está
produciendo en algunos sectores sociales. Politización en el más estricto de los sentidos,
como referencia y al dinámica y a la síntesis sociales: una dinámica y una síntesis que
hace referencia a una nueva dimensión o escala, la planetaria: citemos la ecología, el
feminismo, el movimiento anti-globalización y algunas ONGs. Como dice Albrow
(1997, 175-177), comienza a haber ciudadanos globales (la ciudadanía performativa),
cuyo compromiso tiene un alcance planetario. Pero el Estado correspondiente a estos
ciudadanos ni siquiera se adivina en el horizonte» (Pérez-Agote, 2002, tesis 6). Aunque
bien podríamos decir que los movimientos de la política internacional en torno a la
guerra de Irak del año 2003 muestran que el debate entorno a la violencia mundial y a
su legitimidad internacional más o menos democrática están en el centro de las
pretensiones políticas de algunos países sobre todo. Rota la ecuación weberiana
mercado/estado, quienes predominan dentro del nuevo mercado global aspiran a un
estado global y a controlarlo.
2.3 La nueva esfera asociativa
En nuestros sistemas políticos democráticos se da un contraste entre, por un lado, el
flujo simbólico de la legitimación política, que va desde la base hasta la cima del
15
sistema político, y, por el otro, el flujo real de la política, que va desde la cima a la base,
configurando las actitudes y los deseos de la población, por medio del consumo
mediático de los mensajes políticos. Los partidos políticos no serían tanto los que
canalizan las necesidades sentidas por la población - como predica la teoría clásica de
los partidos (Michels, 1973)- cuanto los que, a través de los media, dicen al ciudadano
lo que debe esperar de la política. Este contexto facilita, por un lado y como ya he
mostrado en otros trabajos (Pérez-Agote, 2001 y 2002), la aparición de líderes
populistas que prometen la restauración de una comunicación directa, sin
intermediarios, entre el líder político y los ciudadanos (Wieviorka, 1993): y, por el otro,
la búsqueda por los ciudadanos de formas de resolver sus problemas vitales no
contemplados por la política, por los políticos. Esta última es una de las razones de la
contemporánea profusión asociativa de nuestras sociedades y, en particular, de las que
podemos llamar asociaciones de prestación de servicios14. Éstas nos sitúan delante de
otro caso en el que se da una ruptura de la frontera que separa el ámbito público del
privado, y en el que, por otra parte, se redefine el lugar social de la política.
En una reciente investigación15 hemos atribuido a esta asociaciones una serie de
características : complejidad, exterioridad, altruismo, profesionalización, localismo,
despolitización, repolitización.
Pensemos, por ejemplo, en una asociación de familiares de enfermos de alzheimer; al
tener ésta una dimensión de prestación de un servicio, requiere una organización
relativamente compleja, en la que necesariamente se dan cita distintos tipos de actores:
familiares asociados, beneficiarios, usuarios, directivos, contratados administrativos,
contratados especialistas y voluntarios. En estas asociaciones de prestación de servicio
se da, para muchos de los implicados, una cierta exterioridad del objetivo en relación
con los intereses personales, una motivación de tipo altruista y un discurso basado en la
idea de solidaridad humana. Pero la necesaria prestación del servicio implica también
una cierta profesionalización de la asociación. Esta profesionalidad puede ser entendida
en varios sentidos. En primer lugar como necesidad de que personas con habilidades
profesionales en relación con el objetivo primario de la asociación se incorporen a la
vida de ésta; esta exigencia no lleva solamente a la incorporación de personal titulado
que desarrolle tareas propias de su titulación, sino también a que el voluntariado sea
escogido entre estudiantes de titulaciones relacionadas directamente con el servicio a
prestar; en segundo lugar, al hablar de la profesionalización de las asociaciones
podemos referirnos al hecho de que puede haber personas dentro de la asociación que
estén asalariadas, tanto entre los profesionales relacionados con los objetivos como
entre los que llevan a cabo las tareas de gestión y de administración. Por lo tanto, dentro
de una asociación nos podemos encontrar con profesionales en el primer sentido
(médicos, enfermeros, psicólogos, etc.) que sean profesionales en el segundo sentido
(asalariados) o no (voluntarios); un tercer tipo de profesionalización lo encontramos en
el hecho del progresivo control y dirección de las asociaciones de prestación de servicio
por parte de los profesionales cualificados que, como asalariados o no, colaboran con la
asociación. En este contexto, podemos hablar de un cuarto tipo de profesionalización es
la del trabajo social, que se refiere más bien al hecho de que el trabajo social se ha
convertido en una titulación reglada y en una profesión que se refiere de forma
fundamental a la gestión de los llamados problemas sociales y al desarrollo de políticas
dirigidas a la solución de los citados problemas o, al menos, a la suavización de sus
14
Para conocerel núcleo fundamental de problemas que significa este mundo
social, me parece muy útil (Barthélemy, 2003).
15
Socialidad, Participación y Movilización en la sociedad española. Nuevas
formas de construcción social de la identidad y el sentido. CICYT, 1999
16
consecuencias. En España la progresiva implantación histórica de estos estudios y esta
profesión significó en sus inicios una cierta deterioración de la imagen del voluntariado,
como consecuencia del carácter no profesional de éste. Pero el aumento de las tareas en
el campo de los problemas sociales así como la progresiva profesionalización o semiprofesionalización (prácticas de estudiantes) del voluntariado, han originado una
progresiva compatibilización de ambas tareas.
La necesaria y por lo tanto progresiva profesionalización en el primer sentido, como
necesaria profesionalización del servicio prestado, lleva a una profesionalización en el
segundo sentido, como necesidad de acudir al mercado para encontrar buenos
profesionales. Y ambas cuestiones promueven una cierta tensión con el altruismo. Es
decir que se pueden dar tensiones en el seno de las asociaciones entre los no asalariados
(voluntarios) y los asalariados. Sin embargo, es preciso añadir que puede producirse una
compatibilización de roles e incluso la superposición de ellos en el mismo actor. Es
normal, por ejemplo, que estudiantes o recién egresados que acudan a una asociación
por motivos pragmáticos a llevar a cabo prácticas, acaben colaborando con ellas con
motivaciones y prácticas altruistas. Y también encontramos una mezcla de
profesionalización, pragmatismo y altruismo en muchos profesionales asalariados por
cuenta de la asociación. De manera que pragmatismo y altruismo no son incompatibles;
pero bien es cierto que se pueden producir tensiones entre voluntarios y asalariados.
En todos estos aspectos de la vida asociativa podemos ver una cierta crisis del
síndrome del privatismo civil. Un interconexión entre los intereses personales y un
cierto sentido de bien común, que implica exterioridad y altruismo. En el mundo
asociativo encontramos tensiones entre el ámbito privado y el exterior, colectivo y
público. Pero también una cierta des-disociación, una cierta ruptura de la frontera entre
lo privado y público, tal vez en un sentido nuevo.
Michel Wieviorka ha visto con certera precisión cómo la emergencia de las víctimas
en la esfera pública durante el siglo XIX constituye "un desplazamiento de las fronteras
entre espacio público y espacio privado" (Wieviorka, 2004, 97)16.
Por su misma naturaleza, las asociaciones de prestación de un servicio conllevan
fuertes dosis de concreción y de localismo, ya que necesariamente trabajan sobre
problemas y situaciones sociales concretos que están localizados. La necesaria apoliticidad (en relación al sentido convencional de la política como la política del
Estado, de la esfera separada) de las asociaciones viene dada por su función concreta y
su necesaria continuidad más allá de los normales cambios y alternancias de personas y
partidos políticos. Esto les lleva a una cierta desvinculación de las instituciones políticas
del Estado; en este estricto sentido sí puede hablarse de que vehiculan una cierta
despolitización, y un mayor acercamiento a las instituciones locales. Esta tendencia al
localismo puede ser muy fuerte en aquellas sociedades que, como la española con su
reciente democratización que alcanza el nivel local y con su fuerte descentralización
como consecuencia de la instalación del Estado de la Autonomías, soportan un proceso
de descentralización, de acercamiento del poder político a los lugares de residencia y
trabajo de los administrados.
Por otro lado, la necesaria concreción en la que se mueven estas asociaciones de
prestación de un servicio les lleva a eludir el planteamiento y análisis de las causas
16
Y ello se produce tanto en el campo internacional, con la creación de la
Cruz Roja por Henri Dunant, tras Solferino, como en el ámbito interno, cuando
médicos y juristas, sobre todo, comienzan a fijarse en las violencias sufridas
por mujeres y niños, mirada que en el siglo XX hará nacer una nueva
disciplina, la victimología (Wieviorka, 2004, cap. 3)
17
sociales que producen o, al menos, intensifican los problemas sociales que tratan de
solucionar. En este otro sentido también puede hablarse de una cierta tendencia a la
despolitización.
Sin embargo, en otros sentidos podemos hablar también de una cierta repolitización
de la vida social. En primer lugar, se puede observar una tendencia a la constitución de
redes. Por un lado están las redes locales que vinculan diferentes tipos de asociaciones
de prestación de un servicio. Y por el otro está la tendencia constitución de una red que
integre nacionalmente todas las asociaciones locales de un mismo tipo. En ambos caso
se opera una cierta reconstitución política, en los niveles local y nacional, de la
actividad asociativa.
En segundo lugar, y esto es interesante, el desarrollo de estas asociaciones de
prestación de un servicio implica un cierto impulso para la recuperación de la
concreción por parte de la actividad política de las instituciones públicas. Impulso que
se contrapone a ciertos aspectos de la crisis de legitimación democrática de nuestras
sociedades: estas asociaciones pueden reconstituir la concreción en la política, para que
ésta deje de ser una esfera separada (política de la política), y los intereses y problemas
de los ciudadanos puedan alcanzar la esfera política.
Las relaciones del mundo asociativo con la esfera de la administración pública y la
política convencional son complejas y deben ser analizadas en cada caso concreto.
Ambas esferas a veces son concurrentes y pueden colaborar o entrar en conflicto. Pero
es lógico pensar que a la larga, la administración pública, dada su escasez de recursos,
se nutrirá en gran parte de este mundo asociativo, captando voluntariado y profesionales
del mundo asociativo, concertando con las asociaciones la realización de tareas
concretas o, incluso, fomentando la creación de asociaciones. Todo lo cual dibuja un
nuevo mapa de relaciones entre lo privado y lo público y entre lo público y lo político
en sentido convencional. Y, por otro lado, obliga a una reflexión sobre la política en
sentido general, en una época en que el Estado no logra condensar territorialmente la
totalidad de las lógicas sociales que diseñan la vida de los actores sociales. La política
en nuestra época, sin dejar de ser la actividad social que se refiere a esa totalidad que
llamamos Estado, es también la actividad que se refiere a esa nueva totalidad que
llamamos la esfera global, y también la que se refiere a esa totalidad que llamamos
cultura y que unifica los prejuicios colectivos de una totalidad social. Pero además
puede que estemos asistiendo a la recuperación social de lo social, de las dimensiones
de socialidad y de sociabilidad. La modernidad ha significado el predominio de la
instrumentalidad en las relaciones sociales. El valor de una acción, de un
comportamiento, su valoración social provenía de su puesta en relación con unos
objetivos externos a la propia acción; objetivos fijados normalmente en el campo de la
economía o de la política17. Era éste uno de los que Albrow (1997) ha llamado
etnocentrismos de la modernidad.
Es en este sentido en el que en mi opinión deben interpretarse ciertos
comportamientos de las generaciones jóvenes en ciertos enclaves urbanos que muestran
una innegable vitalidad social y que están sujetos a ritmos fuertes de transformación
social y urbanística18. En estos lugares encontramos comportamientos de actores que los
17
En la investigación ya citada
nos planteamos luchar contra este
etnocentrismo,
intentando romper con
la visión militante, instrumental que
puede hacer de las ters dimensiones del comportamiento que considerábamos socialidad/sociabilidad, participación, movilización - un continuum que va
desde el menor valor de lo social hacia el mayor de la militancia política..
18
En dos investigaciones en curso nos hemos encontrado con estos fenómenos. En
una que estamos realizando para el Observatorio de la Juventud (Consejería de
18
legitiman en términos de experimentación. Son comportamientos legitimados como
intentos de romper con dicotomías que son básicas en la estructuración de lo que
llamamos vida moderna. Es particularmente recurrente el comportamiento de jóvenes, y
no tan jóvenes, que montan un establecimiento comercial (sobre todo bares), del que
pretenden vivir y en el que pretenden vivir, rompiendo así con las disociaciones entre
trabajo y ocio, entre profesión y amigos. La ruptura de estas dicotomías es también
frecuente en el mundo de la música: jóvenes que en base a una primera afición logran
montar sobre ella una cierta profesionalización, borrando así las fronteras entre
profesión y diversión. La pregunta que aparece inmediatamente en el horizonte es si
estas actitudes y estos comportamientos que tratan de recuperar el valor social de lo
social no son comportamientos políticos. Y si lo son, entonces ¿cómo redefinir la
política? ¿Y en qué otros mundos no políticos, en el sentido convencional, podremos
encontrar estas nuevas formas de la política, estas formas de recuperación del valor
social de lo social?
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Bibliografía
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transnacional. Las relaciones sociales entre grupos étnicos en el espacio metropolitano (Madrid y Bilbao). Los barrios
que hemos tenido de forma más directa bajo nuestros ojos, el de Lavapiés de Madrid y el de san Francisco de Bilbao,
constituyen, sin duda, dos buenos ejemplos de la vitalidad urbana a que me he referido.
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Alfonso Pérez-Agote es catedrático de sociología de la Universidad Complutense de
Madrid. Sus principales campos de interés son: teoría social, identidades colectiva y
políticas, proceso de secularización, cambios sociales contemporáneos en tres
instituciones sociales: el estado, la religión y el trabajo. Entre sus libros, destacan:
Medio ambiente e ideología en el capitalismo avanzado (1975); La reproducción del
Nacionalismo(1984); El nacionalismo vasco a la salida del franquismo (1987); La
sociedad y lo social (1989); Sociología del nacionalismo (1989); Los lugares sociales
de la religión (1990); Complejidad y teoría social (1996); Mantener la identidad
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(1997); Les nouveaux repères de l’identité collective en Europe (1999); Roots of the
Tree. The Social Processes of Basque Nationalism (En prensa); La religión en España
(En prensa).
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