El otro choque de culturas

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El otro choque de culturas
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Por Pau Luque día 2 abril, 2009
Génesis y desarrollo de la polémica de las dos culturas. Of recemos este
artículo publicado en Claves de razón prácica (189, Enero-Febrero de 2009)
para ayudar a contextualizar el próximo 50 aniversario de la conf erencia de C.P.
Snow en Cambridge, el antecedente directo de la “Tercera cultura”.
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La Conferencia Rede de Snow
Charles Percy Snow, en el marco de la prestigiosa conf erencia
Rede, pronunció en 1959 un discurso titulado “Las dos
culturas y la revolución científ ica”, que desataría una áspera
controversia en el seno de la vida cultural británica. El principal
eje sobre el que gira la conf erencia, la mutua incomunicación
entre dos comunidades –a las que él llama culturas [1]–, los
humanistas o literatos intelectuales, por un lado y, por el otro,
los científ icos, encuentra sustento en una circunstancia
personal: “por f ormación, yo era científ ico; por vocación era escritor”. En esta doble
condición, Snow cree encontrar la legitimidad y la f uerza para que sus observaciones
cobren valor.
Snow reprodujo las palabras de una ref lexión en voz alta que, en cierta ocasión, le
hiciera un científ ico de cierto renombre: “¿Por qué la mayor parte de los escritores
asumen opiniones sociales que hubieran parecido f rancamente inciviles y demodées en
tiempos de los Plantagenet? (…) Yeats, Pound, Wyndham Lewis, nueve de cada diez de
los que han dominado la sensibilidad literaria de nuestra época, ¿no puede decirse que
Arcadi Espada – ‘Periodismo 3C’
La Universidad Internacional Valenciana (VIU)
convocó en el Centro Cultural de la Fundación
Bancaja, una conf erencia del periodista Arcadi
Espada, que con el título 'Periodismo 3C', trató
sobre la denominada Tercera Cultura, una
corriente que busca tender puentes entre la
ciencia y las humanidades.
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han sido, no ya políticamente obtusos, sino políticamente mal intencionados? ¿No
contribuyó la inf luencia de lo que todos ellos representan a que Auschwitz f uese algo
mucho más que inminente?”. Snow, ante la sof lama esbozada en f orma de preguntas
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retóricas por ese anónimo científ ico de renombre, responde que la respuesta correcta
no era def ender lo indef endible, ni cuando f ueron f ormuladas ni en el momento de la
conf erencia. Al introducir Auschwitz en la pugna entre las dos culturas, como advierte
Lionel Trilling en su prof uso comentario sobre la polémica desatada por la conf erencia,
“Sir Charles [Snow] tiene vía libre para llegar a la total af irmación de las virtudes de los
científ icos” y, así, emprende un ejercicio de adulación al gremio de su prof esión: los
científ icos son honestos, no tienen prejuicios raciales, abogan por la igualdad y, sobre
todo, detentan la más apreciable de las virtudes a ojos de Snow, pues “llevan el f uturo
en los huesos”.
Nueva colección de libros de divulgación
científica de la UAB
En cambio, la cultura en la que él ejerce, la comunidad en la que milita por vocación, la de
los literatos, rezuma def ectos por todos sus poros [2], el más grave e injustif icable de
los cuales es no haber entendido la revolución industrial, o, de haberla entendido,
haberla rechazado.
De ahí que, para Snow, la cultura científ ica lleve el f uturo en los huesos, ya que esta
cultura sí ha entendido el signif icado (las aplicaciones sociales de la ciencia y la técnica)
de esa revolución tecnológica. En la otra orilla, la de los literatos, a los que denomina
luditas por antonomasia, “podemos decir que la tradición cultural reacciona deseando
que el f uturo no exista jamás”. El problema, para Snow, no era tanto la ignorancia de los
literatos en cuestiones científ icas como su anticuado sistema de valores morales, que
para este autor era totalmente contrapuesto a los métodos y resultados de la ciencia,
que era el saber destinado a sentar las bases de la ética moderna.
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La conf erencia de Snow suscitó una curiosa controversia sobre todo en Inglaterra; y,
entre las múltiples respuestas a su conf erencia, destaca la f eroz réplica de F. R. Leavis,
que se analizará más tarde. Antes se indagará en los antecedentes más signif icativos de
las relaciones entre ciencias y humanidades en el siglo xix, cuando tiene lugar, en
Inglaterra, una conspicua polémica entre T. H. Huxley y Matthew Arnold que abre las
puertas de f orma nítida al problema que Snow popularizó.
Verdad, bien, belleza, libertad, felicidad y justicia
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Los antecedentes de la cuestión
El hiato entre ciencias y humanidades es un contencioso relativamente joven en la
historia de las ideas en Occidente, pues la conf rontación sólo empezó a verse como tal
en el siglo xix. Es entonces cuando surge como una preocupación que provoca –para
decirlo a la manera de Stef an Collini– una ansiedad cultural que viene a ser la f orma
moderna de la oposición, no necesariamente virulenta ni enemistada, entre ciencias y
humanidades y que en los periodos anteriores discurrió por cauces algo distintos.
No es hasta el ecuador del siglo xix cuando llegamos al tiempo y al lugar donde puede
establecerse una correspondencia entre la tesis de Snow y sus antepasados teórico
Cultura 3.0 Català
–intelectuales. A partir de mitad del siglo XIX, en Gran Bretaña puede seguirse un hilo
conductor que, empezando por el historiador de la ciencia William Whewell, pasará por la
controversia entre T. H. Huxley y Matthew Arnold y terminará –o reempezará– con la
polémica idea de Snow de “las dos culturas” y la respuesta de F. R. Leavis.
Stef an Collini sostiene que “puede trazarse una genealogía específ icamente británica de
la ansiedad de las dos culturas”. Considera que esta genealogía responde al distinto
desarrollo de las instituciones sociales de educación e investigación y que “esta
distinción queda ref lejada en la peculiaridad lingüística por la cual el término ‘ciencia’ era
usado en un sentido restringido para ref erirse solamente a las ciencias ‘f ísicas’ o
‘naturales’”. En ef ecto, así lo conf irma el Oxf ord English Dictionary, en el que no se
encuentra ninguna entrada en este sentido restringido de la palabra ‘ciencia’ antes de
Articles en Català
Diàlegs amb la tercera cultura
Cicle de Conferències a Tarragona
Les arrels filosòfiques de l’Eco-Teología
Mas-Colell, el gestor de la ciència
1860, lo que revela que “el uso inglés del término había comenzado a disentir del uso de
las otras lenguas europeas”. De ahí que W. G. Ward llamara a los ingleses a “usar la
palabra ciencia en el sentido en que los ingleses comúnmente la usan; ref iriéndose a la
ciencia natural o experimental, y excluyendo el sentido metaf ísico o teológico” [3]. De
manera muy parecida, la acepción “científ ico” dirigida a los que practican el estudio de
Una breve historia de la violencia por Steven
Pinker
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manera muy parecida, la acepción “científ ico” dirigida a los que practican el estudio de
las ciencias naturales no ha lugar en Inglaterra antes de 1830 o 1840. Se atribuye al
historiador de la ciencia William Whewell la paternidad del término al quejarse
públicamente, en un artículo de 1834, de la f alta de una palabra para describir a “los
estudiantes del conocimiento del mundo material”; por ello “algún ingenioso gentleman
propuso que, por analogía con ‘artista’, podían llamárles ‘científ icos’, pese a que, tal y
como anota en el mismo texto, “esto no f uera generalmente aceptable” [4]. El ambiente
intelectual y en materia de investigación del momento en Gran Bretaña abría brecha
conceptualmente entre los que estudiaban el mundo natural y los que no; y este era un
paso indispensable, una precondición social, para que posteriormente se constituyera la
división entre las dos culturas.
Pero donde realmente se f orjó la génesis en el ámbito social inglés de la división entre
las dos culturas –en los términos en que luego se desarrolló tanto en la controversia
Lo más leido en los últimos 3 meses
Huxley/Arnold como en la de Snow/Leavis– f ue en el campo de la educación. Esta
aseveración que, sin dejar de ser verdad, se cumplió en menor medida en el resto de
1.
Daniel Kahneman: Pensamiento
rápido y lento
Estados europeos que en Inglaterra, guarda una de las claves para entender las
2.
connotaciones que adquirieron las susodichas controversias. La ciencia, como materia
de estudio, empezó a introducirse gradualmente en las instituciones de élite inglesas [5],
3.
La evolución “rara” de la psicología 5%
humana
Por qué no tienes libre albedrío
5%
pero en otros centros el estudio de las ciencias era estigmatizado como una actividad
vocacional, como un ejercicio mental, loable en este sentido, pero que desatendía los
f undamentos recomendables y apropiados para la f ormación y educación de un
gentleman. En ese momento la resistencia de los programas académicos, y de quien los
estructuraban, a un cierto grado de paridad entre las asignaturas de ciencias y las
4.
5.
Las ventajas sociales de la
monogamia
Richard Dawkins: Pecados de
nuestros padres
11%
4%
4%
disciplinas tradicionales bif urca la intelectualidad entre def ensores de la educación
científ ica y def ensores de la educación literaria o tradicional, en una tensión que estalla,
de manera muy elegante, eso sí, con una conf erencia de T. H. Huxley en 1880 y la
Lo más comentado de siempre
respuesta en otra conf erencia pronunciada por Matthew Arnold en 1882, curiosamente,
¿Creen en dios los científ icos? - 34
comentarios
en el mismo marco en que, casi ochenta años después, Snow dif undiría su idea de “las
dos culturas”: la conf erencia Rede en Cambridge.
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búsqueda de la hegemonía cultural - 12
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A f inales del siglo xix no había en Inglaterra, un def ensor más incisivo de la ciencia en
Fe y razón - 9 comentarios
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general y de la educación científ ica en particular que T. H. Huxley. Naturalista y
anatomista, prof esor en la Royal School of Mines, f ue invitado, en 1880, a impartir la
conf erencia de inauguración del curso académico en Mason College, una institución
Las Dos Culturas 2010, Cádiz 31 mayo – 1 junio
f undada en Birmingham, en el corazón de la Inglaterra industrial, proyectada para of recer
una educación científ ica a aquellos que quisieran orientar su carrera al comercio. En esa
conf erencia, bajo el epígraf e “Ciencia y Cultura”, Huxley, abuelo del célebre escritor
Aldous Huxley, lanzó un desaf ío a los def ensores de la educación tradicional y denunció
la resistencia, por parte de los partidarios de la educación tradicional o literaria a las
demandas y argumentos de la educación científ ica. Esta intransigencia en la def ensa de
la conf iguración tradicional de los curricula era a su parecer injustif icada y estrecha de
miras. Huxley no era strictu sensu un científ ico, sino que, como Lepenies dice en su
repaso histórico a las dos culturas en el siglo xix en Inglaterra, era “un def ensor político
de la ciencia, con el merecido apodo de bulldog de Darwin”, Huxley estaba convencido
Celebrado el 7 y 8 de septiembre-2009
del valor educativo del conocimiento científ ico simplemente porque en ello veía la
extensión sistemática del sentido común: “la educación no es nada más que la
instrucción de la mente en la leyes de la naturaleza, y quien tiene tal educación está
preparado, como una máquina de vapor, para hacer cualquier tipo de trabajo”. Huxley no
entendía que, ante la perspectiva de un f uturo comandado por la ciencia, ante el mundo
moderno cambiante a causa sobre todo de la técnica y la ciencia, las instituciones
educativas de Inglaterra siguieran empeñadas en la enseñanza de las lenguas clásicas
como si del idioma propio se tratara, ya que esto generaba la impresión pública de que
Enlaces
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sólo habían recibido educación aquellos quienes eran conocedores de latín y griego; los
Eduard Punset
que estudiaban el resto de disciplinas, que no f ueran, claro está, inglés o literatura, era
Foro Humanismo Secular
sencillamente especialistas. Para Huxley, el único modo de asegurar el sitio que debía
La revolución naturalista
tener la ciencia en educación, era rompiendo el monopolio de las lenguas clásicas; ojo,
no promovía la exclusión de las mismas, sino la reconsideración de su status académico.
Mind hacks
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Huxley decía tener dos convicciones muy arraigadas: por un lado, las materias de la
Skeptic blog
educación humanista no tienen un valor directo suf iciente para el estudiante de ciencias
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f ísicas que justif ique el –valioso– tiempo a ellas dedicado; por otro lado, para la
T he f rontal cortex
adquisición de una auténtica cultura, una educación únicamente científ ica es cuando
menos igual de ef icaz que una exclusivamente literaria. Huelga decir que esa igualdad de
Science and religion news
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ef icacia es para Huxley totalmente insuf iciente, pero le sirve para poner de manif iesto
Neurologica blog
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irónicamente la opinión de la mayoría de ingleses cultos inf luidos por las tradiciones
Rationally speaking
escolares y universitarias que no estarían de acuerdo con esa segunda convicción de
Memeing naturalism
Huxley, ya que “desde su punto de vista, sólo se adquiere cultura por medio de una
Arcadi Espada
educación liberal, lo que se entiende como sinónimo, no simplemente de instrucción y
educación literarias, sino de la enseñanza de un tipo concreto de literatura, la de la
Neurophilosophy
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antigüedad griega y romana”. El apóstol –como le denomina el propio Huxley– de esa
Tercera cultura (Podcast desde Chile)
cultura, abanderada por la mayoría de ingleses cultos, responde al nombre de Matthew
Rationalist International
Arnold y es citado por Huxley: “El señor Arnold af irma que cultura signif ica ‘conocer lo
Universo Paralelo
mejor que se ha pensado y dicho en el mundo’. Esto es, el análisis crítico de la vida tal
Revista Mètode
como aparece expresado en la literatura”.
Skeptic Mag.
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Huxley ve en Arnold dos proposiciones: 1) el análisis crítico de la vida es la esencia de la
cultura y 2) para tal análisis la literatura contiene material suf iciente para llevarlo a cabo.
Para el apodado bulldog de Darwin la primera proposición es apreciable, no así la
segunda. Bajo su punto de vista la cultura es algo distinto de unos conocimientos o una
habilidad técnica; cultura implica la aspiración a un ideal, así como la evaluación crítica a
través de la comparación con el modelo teórico. Ahora bien, “una cultura perf ecta
debería incluir una teoría completa de la vida, basada en el conocimiento tanto de sus
posibilidades como de sus limitaciones”; y, asintiendo a tal proposición, concluye que
“podemos disentir por completo de la presunción de que la literatura por sí sola pueda
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proporcionar estos conocimientos”, es decir, la negación de la segunda proposición de
Arnold. Huxley añade que para cualquiera que tenga conocimientos en ciencia f ísica lo
anterior resulta más evidente todavía: “Aun considerando el progreso sólo en la ‘esf era
intelectual y espiritual’, no puedo admitir bajo ningún concepto que las naciones o los
individuos progresen realmente si su bagaje no incluye algún conocimiento de las
ciencias f ísicas”. Los partidarios de esa noción
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de cultura def ienden la enseñanza de los clásicos como la única vía hacia la cultura. Para
Huxley la gran novedad de su época reside en “el papel cada vez más f undamental que
en ella [en su época] desempeña el conocimiento de la naturaleza”. Este es el rasgo
característico y casi def initorio del siglo xix crepuscular, carácter que los representantes
del humanismo parecen ignorar o, de conocerlo, lo rechazan.
La alusión directa a Matthew Arnold f ue interpretada por este último como una
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interpelación a lo que Lionel Trilling ha denominado “el estandarte personal” de Arnold,
esto es, la palabra ‘cultura’. Arnold, uno de los críticos literarios más signif icativos del
momento, dio su réplica dos años después, en 1882, en el mismo escenario en que
Snow arremetería contra los luditas –sin lugar a dudas Arnold estaba implícitamente en
esa casta– , la conf erencia Rede.
Para Arnold, que tenía rudos conocimientos en materia de ciencias, tal y como en un
gesto de honradez admitió en la propia conf erencia Rede [6], una de las principales
razones por las que se mostró en desacuerdo con Huxley se debe a que este último
apelaba a un concepto de literatura en un sentido muy restringido: de hecho en el más
restringido de todos semánticamente, el que se ref iere a belles– lettres: para Arnold,
‘literatura’ incluía mucho más que belles–lettres:
“Yo hablo de conocer lo mejor que se ha pensado y que se ha dicho en el mundo; el
prof esor Huxley dice que esto signif ica conocer literatura. Pero literatura es una amplia
palabra; signif ica todo aquello escrito con letras o impreso en f orma de libro. Los
Elementos de Euclides y los Principia de Newton son también literatura. Todo el
conocimiento que nos llega a través e los libros es literatura. Pero por literatura el
prof esor Huxley entiende solamente belles lettres. Él me hace decir que conocer lo mejor
que se ha pensado y dicho por las naciones modernas es conocer sus belles lettres y
nada más. Por conocer lo mejor que se ha pensado y expresado, me ref iero a conocer
no sólo las belles lettres, sino conocer también lo que ha sido escrito y dicho por
hombres como Copérnico, Galileo, Newton o Darwin”.
Por otro lado, los científ icos naturales no deberían haberse apropiado del concepto de
ciencia ya que, según Arnold, el estudio sistemático de los textos originales, la crítica
literaria y el estudio de las lenguas de la antigüedad también eran ciencias. Arnold, según
Lepenies, seguía, en este argumento, la nomenclatura empleada por los alemanes con el
término ‘Wissenschaf ten’para contraponerlo a la noción inglesa, empleada por Huxley,
que sólo contemplaba la ciencia natural. El peligro radicaba en la determinación de
Huxley de otorgar un papel predominante a las ciencias naturales en la educación
moderna ya que, si bien resultaba imprescindible calibrar y comprender los resultados de
las
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ciencias modernas para un adecuado conocimiento del hombre y del mundo, este tipo de
disciplinas, las ciencias naturales, suministraban un tipo de conocimiento sólo
instrumental, de manera que el científ ico no dejaba de ser un especialista. Arnold,
además, consideraba que hay una serie de necesidades de los humanos que no pueden
satisf acerse mediante las ciencias naturales, ya que el hombre no se contenta con el
mero conocer. Paraf raseando la calif icación de Trilling, la respuesta de Arnold a Huxley
no pudo ser más sencilla. Pero aquí el término ‘sencillo’ no es usado despectivamente o
en el sentido de f ácil o endeble; aquí ‘sencillo’ remite a un argumento realmente
ingenioso: hacer un ejercicio de laxidad para ampliar esos dos conceptos, ‘literatura’ y
‘ciencia’, de manera que, por extensión –y tal y como Arnold lo expone, por una cierta
conf usión o superposición entre ambos–, abarquen la ‘cultura’ entendida como el
análisis crítico de la vida. Así recordemos aquellas dos proposiciones que Huxley extraía
de los escritos de Arnold: 1) el análisis crítico de la vida es la esencia de la cultura y 2)
para tal análisis la literatura contiene material suf iciente para llevarlo a cabo. Huxley
decía que podía estarse de acuerdo con la primera de sus proposiciones, pero no con la
segunda. Con el ingenioso matiz introducido por Arnold en su réplica a Huxley, este
último, por lo menos a un nivel estrictamente f ormal, ya no puede estar en desacuerdo
tampoco con la segunda proposición, puesto que inserta la categoría ‘literatura
científ ica’ (Newton, Euclides, Copérnico, etc.) dentro de la más general ‘literatura’. O lo
equivalente: ese tipo específ ico de literatura nutre al genérico, reaf irmando la coletilla
“contiene material suf iciente para llevarlo a cabo [el análisis crítico de la vida, esto es, la
esencia de la cultura]”; consecuentemente, al destensar la noción de ‘ciencia’
–suscribiendo bajo su rótulo a la crítica literaria o al estudio de las lenguas de la
antigüedad– se la parapeta dentro de ‘literatura’. Matthew Arnold vio, en la conf erencia
de Huxley, un ataque medular a la educación tradicional o clásica inglesa. Huxley
arremetió contra los f undamentos que estructuran lo que en aquellos momentos se
consideraba un hombre culto en Inglaterra, un gentleman, para el cual no es que f uera
imprescindible el dominio del inglés, de la literatura y de las lenguas clásicas es que era
su carácter def initorio. Ocurrió que, en parte debido a esa educación tradicional, que
exigía elegancia y respeto, Arnold recondujo
su oposición a las tesis de Huxley reconstruyendo el panorama conceptual del asunto;
tarea, por cierto, nada f ácil y que desarrolló de manera sutil, tirando de los hilos que,
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estratégicamente, más le convenían. Al ejercicio reconstructor, Arnold le sumaba –a
modo de conclusión de la conf erencia– la certidumbre de que el creciente poder y
prestigio de la ciencia no desbancaría a las humanidades de su papel central en la
sociedad, puesto que la literatura y lo que ella signif icaba era un elemento inherente a la
condición humana: “Mientras la naturaleza humana sea lo que es, su atractivo
permanecerá irresistible”.
La respuesta de Leavis y su parentesco con Arnold
La respuesta de F. R. Leavis a Las dos culturas de Snow encuentra su precedente más
claro en la discusión entre Huxley y Arnold, por lo que puede establecerse una
correlación entre estos cuatro autores, para mostrar con claridad la continuidad del
debate, que se estructuraría como sigue:
1. T. H. Huxley, Ciencia ycultura, 1880: pro educación científ ica, contra el monopolio de
las humanidades clásicas.
2. Matthew Arnold, Literatura y ciencia, 1882: ni humanidades ni ciencias son
contingentes, es decir, ambas son necesarias, pero la ciencia es un conocimiento
instrumental; la literatura no.
3. C. P. Snow, Las dos culturas y la revolución científ ica, 1959: incomunicación entre
científ icos y literatos; estos últimos coartan la evolución y el progreso con su moral
arcaica.
4. F. R. Leavis, ¿Dos culturas? La importancia de C. P. Snow, 1962: literatura como
disciplina jerárquicamente superior.
De manera un tanto sorprendente, ni Snow, ni Leavis en su respuesta al primero
mencionaron a sus ilustres predecesores. Snow, además, impartió su conf erencia en el
mismo marco en el que Arnold, ochenta años antes, había dado su réplica a Huxley;
Snow no se acordó de ellos pese a que el tema a discusión f ue el mismo. En ambas
controversias se repite el mismo baile de ataque y contraataque: el representante o
partidario de las ciencias degrada –más Snow que Huxley– el estatuto académico y
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público en general de las humanidades y postula a la ciencia como aquello que
proporcionará los f undamentos de la ética moderna; el representante de las letras o las
humanidades se da por aludido –en el caso de Arnold de manera expresa– y responde
ensalzando las virtudes de su materia de estudio en contraposición a los conocimientos
que la ciencia aporta. Es con F.R. Leavis con quien se cierra este círculo, lo que no
signif ica, al contrario, que la polémica entre las dos culturas siga, a día de hoy,
suscitando encontradas opiniones.
Para Trilling los motivos por los que la discusión entre Huxley y Arnold vivió un segundo
asalto ochenta años después hay que encontrarlos en el cambio en la percepción que
se tiene de la ciencia respecto del pasado: “La ciencia puede ahora hacer mucho más, y
hacerlo más rápidamente, de lo que le estaba permitido hace una generación, y no
digamos en el siglo pasado, por lo cual ahora la ciencia es algo distinto de lo que el
mundo entendía por ciencia anteriormente”. De ahí que “El nuevo poder de la ciencia
posiblemente justif ica la resurrección del viejo tema victoriano”.
Vayamos ahora a ver la respuesta de Leavis, uno de los críticos literarios ingleses más
prestigiosos de mitad de siglo xx. En Leavis todavía llama más la atención que en Snow
el hecho de que no mencionara a Arnold; así lo hace notar Lionel Trilling: “Y F. R. Leavis,
cuya admiración por Arnold es notoria, y cuya posición con respecto a la relativa
importancia de la literatura y la ciencia en el campo de la educación es muy parecida a la
adoptada por Arnold”. La conf erencia de Leavis, titulada ¿Dos culturas? La importancia
de C.P. Snow, f ue pronunciada el día 28 de f ebrero de 1962, y publicada en T he
Spectator del día 9 de marzo. En la polémica mantenida entre Snow y Leavis hay algo en
lo que Trilling es contundente: “No puede haber discrepancia de opiniones sobre el tono
empleado por el doctor Leavis al hablar de Sir Charles. Es un tono sencillamente
inadmisible”. En esto Trilling es tajante: el tono de Leavis es deplorable; el contenido
puede discutirse, pero las f ormas no: “Es mal tono en el sentido personal, en virtud de
su crueldad; es tono que, manif iestamente, pretende herir”. Mario Vargas Llosa, en un
artículo publicado en El País, (“Las dos culturas”, 27 de diciembre de 1992), trató
también la controversia. Al ref erirse a la respuesta del prof esor Leavis dice: “La
respuesta del prof esor Leavis a C. P. Snow sorprendió a todo el mundo por su
f erocidad. A mi me sorprende más bien aquella sorpresa”. Leavis situó a la poesía y a la
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f icción, prosigue Vargas Llosa, como piedra de toque de la cultura, convirtiendo a la
literatura –y por ende, a la crítica literaria– en “el mejor exponente y el barómetro más
sutil de la espiritualidad, la moral, la f antasía y el grado de humanización de un pueblo”.
Por estas razones, nos dice el escritor limeño, el ataque contra los literatos aunque no
mencionado explícitamente por parte de Snow, “era una recusación integral de todo lo
que Leavis simbolizaba”. Ante lo que Vargas Llosa –y también Leavis– ve como una
agresión a todo un método de trabajo elaborado durante una vida entera, no duda en
atribuir normalidad al tono destripado de la respuesta de Leavis, pues se ha acusado,
argüiría Vargas Llosa, al crítico más ilustre de ser el emblema de la más retrógrada y
reaccionaria actitud ante la sociedad moderna: “No es extraño, por eso, que su réplica
f uera panf letaria y comenzara de la peor manera posible”. En lo que el propio Vargas
Llosa ha coincidido con Snow (así lo dirá en el “Segundo enf oque”, que más adelante
analizaremos) en denominar ataques ad hominem, Leavis descarga un torrente de
insultos y descalif icaciones que apenas guardan relevancia en la discusión sobre las
dos culturas [7]. Leavis decidió tomar cartas en al asunto al descubrir que Las dos
culturas podía ser usado como libro de texto en las escuelas. No es sólo que Snow
atacara al gremio de los escritores, del cual Leavis representaba una de sus más altas
instancias, sino que ese ataque –grosero, de pésimo estilo, sin ningún tipo de distinción
intelectual, en suma, vulgar– sería materia de estudio entre los escolares. Es este último
hecho el que provoca que Leavis se erija en baluarte de su gremio; y, ante la perspectiva
de la inclusión de la conf erencia de Rede en el ámbito de la educación, reconduce
irónicamente el hecho y admite la posibilidad de que sea estudiada en las escuelas: “La
conf erencia, de hecho, con su muestra de espontaneidad f ácilmente controlada en el
hablar de un gran hombre, ejemplif ica los modos de mala escritura en un riqueza y de
una manera en que, lo reconozco, tendría que ser usado por los maestros de escuela
como texto de crítica elemental”. Ocurre que Leavis, en vez de tratar de desgranar los
puntos realmente interesantes de la conf erencia de Snow, continúa por la misma senda
abierta por el autor de Las dos culturas, pero desde un punto de vista diametralmente
opuesto. Lo explica muy bien Trilling: “El doctor Leavis le contesta apasionadamente, con
un desprecio personal que oscurece en gran parte el problema”. En otro momento de su
conf erencia criticó el intento de Snow de establecer una analogía entre Shakespeare y la
segunda ley de la termodinámica, pues según él eran preguntas equivalentes en el
ámbito de las humanidades y de las ciencias. A juicio de Leavis: “No hay equivalente
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científ ico para esta cuestión”. Para Leavis, en Shakespeare, o en el arte, hay un trabajo
básico de la mente humana sin el que el surgimiento de la ciencia no habría sido posible:
la creación del mundo humano, incluido el lenguaje. Por ello la creación artística precede
a la ciencia y la trasciende, por lo que nunca podrá ninguna ley o teoría científ ica
equivaler a una obra de arte humana. Este es, al respecto de la pregunta sobre la
segunda ley de la termodinámica, el argumento de Leavis, que en este momento
conf luye con una idea f amiliar; la acepción de cultura. Cultura es la manera en que se
enriquece el espíritu humano, aquello que ya en el siglo xix denominaba Matthew Arnold
“la crítica de la vida” y que en el contexto inglés tanto tenía que ver con la f igura del
gentleman. Cultura es, en f in, aquello que nutre al espíritu, que tiene más que ver con la
sabiduría que con el conocimiento; por eso la ciencia, como conocimiento técnico no
tiene por qué ser necesariamente cultura: sólo en ocasiones, si ella repercute en esa
f unción espiritual, será cultura. Cuando los conocimientos técnicos y científ icos no
impliquen un activo en el proceso de enriquecimiento espiritual devendrán mera
inf ormación, datos estériles en la conf iguración de esa crítica de la vida. En lo que sí
hacía equivalencia Leavis era entre literatura y cultura. Esta herencia de Matthew Arnold
encontró en la f igura de Lionel Trilling un crítico análisis de la exégesis que hace Leavis
de la noción de cultura de Arnold: “Cuando el doctor Leavis af irma la superioridad de las
humanidades en la educación, da a la literatura mayor preponderancia de la que le
concedía Arnold, pero su postura, generalmente considerada, mucho se parece a la de
éste”. Para Leavis existe un axioma irref utable: la literatura interpela a la conciencia
moral, que es, a su vez, la génesis de toda creación artística, de la poiesis. Es en esta
f e ciega en la literatura, en la cultura, en la que Trilling halla el error de la crítica: “El
doctor Leavis no tiene en la debida consideración, ni mucho menos, aquellos aspectos
del arte que tienen carácter gratuito, que nacen del optimismo y del deseo de jugar”. El
parentesco con Arnold es notorio, pero su herencia no ha sido tan limpia como la simple
adopción de la f rase podría inducir a pensar; de ahí la af irmación de Trilling respecto a la
disparidad con la que cada uno def ine la relación entre ciencias y humanidades: en
Leavis tiene un estatuto jerárquicamente muy superior la literatura, mientras en Arnold,
sin dejar de ser la literatura la cultura dominante, la ciencia no es ignorada como parte
integrante de la crítica de la vida. Por otro lado, que la literatura es crítica de la vida es
una f rase incontestable, y que, además, pueda ser otras muchas cosas, también, aun
cuando, desde luego, Leavis se negaría en rotundo a admitir tal cosa. Que los literatos
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sean los mejor preparados para af rontar el f uturo porque lleven el pasado y el presente
en sus espaldas es un aserto (en cualquier caso igual de discutible que la unilateral y
pretérita certeza acuñada por Snow con respecto a los científ icos y su posesión ósea)
que podría, sin grandes estridencias, atribuírsele a Leavis. El límpido ejercicio de elogio
de la literatura llevado a cabo por Trilling no consigue esconder algo que Snow insinúa
pero no acierta a mostrar con toda su f uerza; a saber, una especie de egolatría literaria
que, si bien puede hallar su origen en la esf era íntima, se desenvuelve públicamente. Me
ref iero a la tenaz actitud de los escritores en colocar en el centro de la vida a la
literatura como el gran elemento que cambia el mundo, como el f actor que
invariablemente es la causa de las metamorf osis sociales. Esto se ve muy bien en el
canto de Trilling a la literatura en el ensayo sobre la controversia entre Leavis y Snow,
pero también en el artículo de Mario Vargas Llosa sobre la cuestión; y, sin querer
atribuirle f unciones de portavoz, parece ser este un sentir mayoritario entre los
literatos. Incluso podría decirse que ahí Snow, en la conf erencia Rede, se expresa en la
versión más ortopédica de esa actitud, pues recordemos que habla del gran poder e
inf luencia que ejerce la literatura en el f uncionamiento del mundo occidental. Coincide,
pues, con Leavis, pero la dif erencia descansa en términos de porvenir: mientras Snow
quiere apartar a la literatura del centro de decisiones, Leavis cree que debe mantenerse,
y no se trata de una cuestión de deber, sino de acceso a la realidad. Leavis, Trilling y
Vargas Llosa creen que las mejores armas para entender el mundo y organizarlo
justamente, independientemente de los avances científ icos, nos serán proporcionadas
por la literatura; y el carácter sensual de esas armas parece ignorar experiencias no
relacionadas con la literatura como f uente de enriquecimiento espiritual. Snow cree, en
cambio, que las mejores armas para gestionar el mundo serán aquellas que nos
permiten conocerlo, es decir, la ciencia. Al margen de estas coincidencias, no podría
haberse encontrado en ese momento mejor def ensor de la literatura que el propio
Leavis; y así lo admite Trilling. Por eso no entiende que, con las capacidades
persuasivas que Leavis ostenta, haya dado una réplica parcialmente errónea. El
contraataque de Leavis adolece de f alta de puntería. Con ello, aclara Trilling, no quiere
decir que Leavis ignore cuáles son los errores cometidos por Snow en su conf erencia,
por ejemplo la denuncia del atropello cometido por parte de Snow con los escritores
victorianos, sino que el propio Leavis, a rebuf o de los resbalones de Snow, incurre en el
error de desenf ocar el centro del debate. También parece relevante el apunte aportado
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por el propio Trilling y que arrojaría un poco de luz sobre el por qué de la errática réplica
de Leavis: “Como no se ignora, muy pocos son los escritores modernos hacia quienes el
doctor Leavis siente simpatía, y, en consecuencia, no puede def enderlos a gusto contra
el modo en que Sir Charles los describe”. Y no puede porque, en parte, también tiene
una opinión sobre ellos muy desf avorable, aunque de diversa naturaleza que la de Snow.
Leavis sabe que debe def ender la literatura, pero sabe igualmente que no puede hacerlo
poniendo a los escritores modernos sobre la mesa, porque a esos ni sabe ni quiere
def enderlos habida cuenta de lo malos que los considera; así que su respuesta, en
tanto que def ensa de la literatura, queda distorsionada porque, podría decirse, no tiene
a mano nada con lo que def enderse del ataque de Snow, por lo que opta por un f eroz
ataque ad hominem.
Segundo enfoque tercera cultura. La propuesta de John Brockman
En 1963, C. P. Snow, escribió una especie de epílogo sobre Las dos culturas, que
denominó Un segundo enf oque. Llama la atención que, ya al empezar este segundo
texto, remarca cuáles f ueron sus objetivos al dictar la conf erencia Rede: “A lo sumo
esperaba obrar como un acicate para la acción, primero en la enseñanza, y segundo –en
mi propio criterio la última parte de la conf erencia f ue siempre la más apremiante– en
avivar el interés de las sociedades ricas y privilegiadas por aquellas otras con menos
f ortuna”. En lo que se ref iere al avivamiento de las sociedades occidentales por aquellas
que euf emísticamente están en desarrollo, prosigue la optimista prof ecía que ya
anunciara en Las dos culturas: “Todo depende de que la revolución científ ica se extienda
por el mundo entero”. Hasta aquí nada nuevo. La novedad viene justo a continuación,
cuando hace una conf esión que, entiendo yo, arroja un poco de luz sobre la conf erencia
de 1959: “Antes de escribir la conf erencia pensaba titularla ‘Ricos y pobres’, y ahora me
arrepiento un poco de haber cambiado la idea”. En ef ecto, debería haberla titulado Ricos
y pobres, porque la propia estructura de la conf erencia implica que la conclusión es la de
imbricar el proceso de desarrollo tecnológico y científ ico en la batalla contra la
desigualdad. Bajo este contexto la idea de las dos culturas es, o debiera ser, si damos
por buena la conf esión anterior, una mera excusa, de menor enjundia, para proponer y
auspiciar su alegato, casi panf letario, a f avor de la implantación de la revolución
científ ica en los países pobres. Volvamos ahora al tema de la enseñanza a caballo de
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una cuestión tan criticada incluso por gente que apoyó a Snow en la reyerta con Leavis:
el Segundo Principio de la Termodinámica. “Me he arrepentido en cambio de haber
empleado, como piedra de toque del saber o ignorancia en materia científ ica, la
pregunta: ¿Qué sabe usted del Segundo Principio de la Termodinámica?”. Este principio,
admite Snow, es de la mayor trascendencia y generalidad; sin embargo, añade que no
tiene valor alguno para un no científ ico conocerlo enciclopédicamente, a menos que lo
comprenda en el lenguaje de la f ísica [8]. ¿Es exigible, se pregunta Snow, tal
comprensión a mediados del siglo xx? Snow cita a Lord Cherwell para responder
af irmativamente: “esa comprensión debería f ormar parte de una cultura general del siglo
veinte”. Pero, pese a estos “pros”, cuestiona la idoneidad del ejemplo para su propósito:
“Sin embargo, pref eriría haber escogido un ejemplo distinto. Había olvidado que la
enunciación del principio es para casi todo el mundo una jerga un poco insólita, y por lo
tanto cómica”.Sorprende que el hecho de que en algunos resulte cómico sea la razón
f inal por la que Snow renuncie a hacer del principio de entropía la piedra de toque del
saber científ ico; y más teniendo en cuenta que él mismo admite que muchos f ísicos
convendrían en que es quizá la más incisiva y oportuna de todas. En su lugar propone
otra rama de la ciencia que también debiera considerarse parte de la cultura general:
“Esta rama de la ciencia es hoy conocida por el nombre de biología molecular”. Conjetura
que ese estudio reúne las características ideales “para encajar en un nuevo modelo de
enseñanza”, ya que es el mejor candidato a piedra de toque del saber científ ico. Pero
además, o incluso con más urgencia que la ref orma educativa, Snow cree que entre
esas dos culturas debe existir una tercera, que haga de puente entre ambas. ¿A qué
tercera cultura se ref iere particularmente Snow?: “dicha cultura no tiene más remedio,
para cumplir su cometido, que entenderse en su propio lenguaje con la cultura científ ica”
y “cuando llegue, algunas de las ref eridas dif icultades de comunicación serán por f in
allanadas”. Así que este debe ser el gran cometido de una tercera cultura: solventar los
problemas de comunicación entre los dos gremios para que los literatos, a priori quienes
comunican con el público, puedan transmitir los conocimientos científ icos a la sociedad
de una manera más comprensible y luchar de esta manera contra la ignorancia propia y
la del público.
La idea de los escritores o humanistas como correa de transmisión entre quienes
estudian la realidad y quienes la habitan puede resultar algo ingenua, pero no ha sido
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óbice para que, inspirándose vagamente –o nominalmente– en ella, alguna gente la haya
tomado como ref erencia para un programa de desarrollo de una tercera cultura. Quien
con más insistencia ha apelado a una tercera cultura como modelo puente entre las dos
culturas en brecha ha sido el agente literario John Brockman. Fundador del proyecto
Edge, en el cual nació, en 1991, y se desarrolló, con Brockman a la cabeza, la idea de
una tercera cultura que él mismo, en el libro que sirvió de presentación de su proyecto
[9], def inió así: “la tercera cultura reúne a aquellos científ icos y pensadores empíricos
que, a través de su obra y su producción literaria, están ocupando el lugar del intelectual
clásico a la hora de poner de manif iesto el sentido más prof undo de nuestra vida,
replanteándose quiénes y qué somos”. Brockman interpreta que ha llegado el momento
de que eso que él denomina pensadores empíricos tome el relevo del gremio intelectual
tradicional, porque en la actualidad “una educación estilo años cincuenta, basada en
Freud, Marx y el modernismo, no es un bagaje suf iciente para un pensador de los
noventa”. Recoge las quejas de Snow sobre la no consideración del término “intelectual”
para los científ icos, adjetivo reservado sólo a los literatos, e intenta revertir la situación;
puesto que, pese a la polémica generada por Snow, las dos culturas siguen sin
comunicarse, los científ icos han pasado a comunicarse directamente con el gran público
y han prescindido de los humanistas. Hay que decir que, en un gesto de honestidad,
aunque ha adoptado el lema que Snow lanzó en el Segundo enf oque, Brockman
reconoce que la tercera cultura que él promueve no describe la tercera cultura que Snow
predijo. Para Brockman el f enómeno editorial de la literatura de divulgación científ ica
indica que, de hecho, existe ya esa tercera cultura. Como no es este un ensayo
dedicado a la crítica del proyecto de Brockman, no me extenderé en este punto, sin
embargo señalaré algunas críticas razonables a esa tercera cultura:
a) Para Sánchez Ron “hay quien ha apuntado que ya vivimos en una ‘tercera cultura’.
Que una muestra de ello es el gran número de libro de divulgación científ ica que se
publica en la actualidad. Sin duda que ello es cierto, aunque habría que recordar que el
género de la divulgación científ ica y el interés popular por resultados científ icos no es,
en absoluto, nuevo. Ambos tienen una larga historia. Una nueva cultura en la que la
ciencia y humanidades se integren necesita algo más que de buenos y numerosos
divulgadores. Si f uera suf iciente con esto, hace tiempo que no hablaríamos de culturas
separadas” [10].
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b) Existe también un problema sobre cómo se resiente la transmisión del conocimiento.
Así, Ovejero ha advertido que
buena parte de la ciencia popularizadapresenta unas peculiares
características que invitan a la preocupación acerca de la calidad de los
resultados presentados, del tipo de ciencia que se divulga, a cómo se hace,
a lo que está en juego”. Sostiene que “se tiene la impresión de que la
opinión pública parece haberse convertido en el tribunal donde se dilucidan
disputas académicas antes que el escenario en donde se exponen los
resultados consolidados, el conocimiento compartido por una comunidad
científ ica, una vez ha sido discutido [11].
c) En ningún momento habló Snow de prescindir de los literatos tradicionales, cosa que
sí ocurre en el proyecto de Brockman, donde sólo a Daniel C. Dennett, y con ciertas
precauciones, puede enmarcársele en el ámbito de las humanidades clásicas por su
f ormación de f ilósof o; el resto, aunque tengan intereses por las artes y las
humanidades (Stephen Jay Gould, por ejemplo), no están en elcatálogo de la tercera
cultura por esos intereses, sino por su f ormación y prestigio científ ico.
Notas
1 Si bien f ue a través de la Conf erencia Rede como el término “las dos culturas” adquirió
popularidad, Snow lo había utilizado por primera vez en 1956,
en New Statesman, en un artículo corto, donde encontramos la génesis de la tesis
expuesta en la Conf erencia Rede. Para un análisis de los conceptos y f rases análogas
de ambos textos véase la introducción de Stef an Collini a T he Two Cultures en Collini,
1993: XXV/XXVI.
2 Para un retrato de cierta hondura psicológica sobre la postura de C.P Snow hacia los
literatos véase la biograf ía escrita por su hermano, Philip Snow, Stranger and Brother: A
Portrait of C. P. Snow, MacMillan, Londres, 1982.
3 La cita, tomada del texto de Collini, corresponde a W. G. Ward, T he Dublin Review
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(1867).
4 El artículo de William Whewell responde al título de T he connection of the sciences by
Mrs Somerville, y apareció en la Quartely Review, 101 (1834). Nos dice Collini que ese
ingenioso gentleman que Whewell menciona es, curiosamente, el propio Whewell; la
tesis de la autoref erencia puede encontrarse en Sydney Ross, Scientist: the story of a
Word, Annals of Science, 18 (1962). En inglés la analogía se entiende mejor: de “artist”
a“scientist”.
5 El establecimiento de un curso de ciencias naturales en Cambridge en 1850 marcó un
hito.
6 Literalmente dijo: “Mis propios estudios han sido literarios prácticamente en su
totalidad y mis visitas al campo de las ciencias naturales han sido escasas e
inadecuadas, aunque esas ciencias han estimulado mi curiosidad”. Arnold:
http://www.gutenberg.org/ f iles/12628/12628–8.txt.
7 He aquí, prácticamente como curiosidad, pero que servirá para ref lejar la virulencia del
debate, algunas de las perlas más sonoras de Leavis hacia Snow: “1) El juicio que debo
hacer no sólo tiene que ver con que Snow no sea un genio; él es lo más
intelectualmente mediocre que se puede ser (pág. 10); 2) Snow es –iba a decir algo que
no puedo decir: Snow se cree un novelista–. (pág. 12); 3) Como novelista no existe; no
ha empezado a existir. No puede siquiera decir qué es una novela. Su insignif icancia
aparece en cada una de las páginas de sus libros (pág. 13); 4) Pensar es un arte dif ícil y
requiere entrenamiento y práctica en todos los campos. Es una ilusión patética y cómica
–y amenazante– por parte de Snow creer que es capaz de pensar sobre los problemas
en los que se of rece para aconsejarnos” (pág. 17).
8 Sobre la supuesta esterilidad teórico– intelectual del conocimiento del f uncionamiento
de la segunda ley de la Termodinámica o principio de entropía basta recordar que “para
orientarse –dice Fernández Buey– en los debates sobre crisis ecológica y sobre la
correcta resolución de los problemas implicados en ella, ayuda mucho la comprensión
del sentido del segundo principio de la termodinámica, como mostró, entre otros,
Nicolas Georgescu. Roegen hace ya años” (Francisco Fernández Buey, “Filosof ía pública
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y tercera cultura”, El País, 23 de mayo de 2000).
9 J. Brockman (ed.), La tercera cultura: más allá de la revolución científ ica, Tusquets,
Barcelona, 1996.
10 Para un desarrollo de esta crítica véase José Manuel Sánchez Ron, “La tercera
cultura”, Claves de Razón Práctica, n. 51, págs. 42-51, Abril 1995
11 Véase Félix Ovejero Lucas, “Las batallas de la ciencia popular”, Claves de Razón
Práctica, n. 128, págs. 31-37, Diciembre 2002
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Secciones: Historia de las ideas, Tercera Cultura
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2 Comentarios a “El otro choque de culturas”
Antoni Mont
abr 12th, 2009 - 20:28
Por dos veces se dice en el artículo, sin citas explícitas, que tanto Snow
como Huxley postulan que la ciencia “proporcionará los f undamentos de la
ética moderna”. Contrariamente a lo que sostiene el autor, yo creo que el
problema, para Snow –así como para para Brockman y para la mayoría de
quienes han incidido en la brecha entre las dos culturas– SI era el de la
ignorancia de los literatos en cuestiones científ icas, y NO era (o lo era muy
marginalmente) su anticuado sistema de valores morales.
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La ciencia nunca ha pretendido (y al decir la ciencia quiero decir los
científ icos y los epistemólogos serios) f undamentar los principios de la
ética. La ética y la moral son constructos de la mente humana que no se
derivan o deducen de las leyes f ísicas.
Tercera Cultura
abr 13th, 2009 - 19:34
Lo que dice el autor es que “Snow más que Huxley” pensaba que la ciencia
proporcionaría una nueva base a la ética. Uno de los científ icos de la
“tercera cultura” más divulgados por Brockman, E.O. Wilson, se hizo
f amosísimo por una cita en el último capítulo de la sociobiología en la que
proponía “biologizar” el estudio de la moral. Esto pareció muy escandaloso
en la época, pero desde entonces las ciencias naturales llevan años
estudiando la conducta ética y es indiscutible su impacto en teorías éticas
de cuño naturalista. En cambio ninguno de estos autores piensa que la
ética y la moral se “deduzcan” de las leyes f ísicas. Lo que proponen es
reunir la ética clásica con las ciencias naturales, teniendo en cuenta que
vivimos en la era de la neurociencia, de la etología, de la genética, etcétera.
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