01_Els lladres de forats dels camps de golf_VF

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Los ladrones
de hoyos de
campos de
golf
Texto: Sandra Gómez Rey
Ilustraciones: Carles Salas
Los cuentos de la abuela
É
rase una vez, en Lanjarón, un pueblo situado cerca de Granada y de Sierra Nevada, un campo de
fútbol, ​una piscina y una cancha de baloncesto. Los alumnos de sexto curso de la escuela pública tenían que
jugar su partido de fútbol de los sábados. Pero aquella mañana, las porterías no estaban. Habían
desaparecido.
– ¿Quién se las ha llevado? –preguntaba todo el mundo.
Los estudiantes respondieron todos a una, como si lo hubieran ensayado, con un movimiento sincronizado
de hombros, primero arriba y luego abajo, que quería decir: "pobres de nosotros, ¿cómo vamos a saber
dónde están las porterías?" El partido se canceló.
El sábado también era el día en que las estudiantes del instituto celebraban el partido semanal en la pista de
baloncesto. Aquella tarde jugaban la eliminatoria del campeonato femenino de la comarca. Pero se
encontraron que no había canastas en la cancha de juego.
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– ¿Sabéis dónde están las canastas? –preguntaban repetidamente los aficionados, impacientes por el
comienzo del partido.
Las jugadoras, más sincronizadas aún que los futbolistas, hicieron el gesto exacto de mover la cabeza de
izquierda a derecha y de derecha a izquierda, que quería decir: "no sabemos dónde están, y más vale que
quien se las haya llevado haga el favor de devolverlas ahora mismo o le haremos comer el balón con mucha
salsa picante". La desaparición de las canastas había hecho enfadar, y mucho, a las jugadoras.
Las entrenadoras de ambos equipos también ponían mala cara. La del equipo visitante, irritada por haber
hecho el viaje en vano hasta Lanjarón, preguntó, burlona, si las cestas se las había tragado la tierra. La
entrenadora de las chicas de Lanjarón le respondió enfadada, casi echando humo, que todo podía ser.
También podían haber marchado por su propio pie, las canastas, algo hartas de recibir golpes de pelota por
culpa de la mala puntería de las jugadoras visitantes.
¡Ay ay ay! ¡Que los ánimos se encendían rápido como una llama cerca de la hierba seca! Claro, en poco
tiempo todo el mundo discutía con todo el mundo: que si el partido se podía jugar igualmente sin canastas,
que si tampoco hacía falta la pelota, que si se podía jugar haciendo mímica... y que al final los dos equipos
quedarían empatados a puntos imaginarios.
En medio de la polémica, el más optimista del pueblo propuso colgar unas redes a dos farolas, cortar el
tráfico y jugar el partido en la calle. Pero entonces, ya nadie le escuchaba. El lío era formidable. Y finalmente
se decidió suspender el partido.
También en la piscina pasó algo extraordinario. Los abuelos de la residencia estaban a punto de comenzar la
clase de gimnasia acuática, cuando cerca estuvieron de empotrarse contra el fondo de la piscina... ¡porque
estaba vacía!
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– ¿Qué ha sido, del agua? Estamos en otoño y no hace calor como para que el agua se haya evaporado –
comentaban los abuelos y las abuelas entre ellos. Con una sincronía olímpica, todos a la vez se pusieron las
gafas bifocales y comprobaron la suerte que habían tenido de no haber saltado de cabeza. ¡Qué problema!
¡Una piscina sin agua no servía para nada! La miraron de cerca, la miraron de lejos. Pero, la miraran como la
mirasen, no había solución y la clase se tuvo que anular.
Mientras tanto, la noche se había apresurado en llegar y en el ayuntamiento ya no cabía nadie más. El pueblo
entero se había ido concentrando allí: los padres y las madres de los futbolistas de sexto, con los compañeros
de quinto, cuarto y tercero que los apoyaban, las chicas del equipo de baloncesto del instituto y el claustro
de maestros completo que las apoyaba, y, allí mismo, un centenar de aficionados que aplaudía como si
hubieran ganado la eliminatoria. También estaban la directora de la escuela, el presidente de la asociación de
padres y madres, el guarda de las llaves de las instalaciones deportivas y la vocal del comité de árbitros
amateurs.
Los abuelos de la residencia tampoco querían quedarse fuera, y empujaban con fuerza el gentío hacia dentro
del edificio consistorial. Les ayudaban los socorristas de la piscina, que aún llevaban los flotadores en la
cintura porque no habían tenido tiempo de quitárselos. También la doctora empujaba con ganas, y el
farmacéutico, y los enfermeros de urgencias, y la consejera primera de desinfección municipal y jefa de la
unidad del cloro... Por supuesto, el capitán de los bomberos y la directora de la corte suprema de la
Asociación de Amigos del Deporte también estaban.
Todos sin excepción querían hablar con el alcalde y expresarle el malestar por lo que consideraban un abuso
de autoridad: de ninguna manera pensaban admitir la retirada de los elementos imprescindibles para hacer
deporte con dignidad, como las porterías, las canastas y el agua de la piscina.
Había tanta gente rodeando al alcalde que apenas se le veía, y eso que estaba subido encima de una silla…
pero es que el hombre era muy bajito. Cuando por fin pudo abrir la boca para darles una explicación, todos
callaron. ¿O fue al revés?
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Primero, todo el mundo se calló y, después, el alcalde se vio capaz de hablar, y con un hilo de voz decía:
– ¡No es cosa del ayuntamiento ni de este alcalde que los elementos deportivos hayan desaparecido como
por arte de magia! Estoy tan conmocionado como vosotros, y algo tendrá que decidirse, porque sin hacer
deporte no se puede estar ni un día más. ¿Alguna idea? –preguntó el alcalde, un poco sudado y atormentado
al ver a tanta gente aglomerada en el despacho.
Entonces, una voz fuerte gritó por encima de todas las demás y se oyó:
– ¡Mirad! ¡Mirad qué dicen en las noticias! –vociferó el chico de los recados y la distribución postal. Hizo salir
a todos al vestíbulo, donde estaba el televisor.
– ¡Arriba, arriba el volumen! –exigían a gritos los presentes.
Escucharon una noticia que les dejó de piedra. El presentador del noticiero de la tarde, con voz clara dijo:
– Según las últimas informaciones, los robos se han producido en muchas poblaciones. Estamos pendientes
de confirmar que Lanjarón también es una de las localidades afectadas. A ver, un momento... ¡Efectivamente!
En Lanjarón les han robado el agua de la piscina, las porterías del campo de fútbol y las canastas de la pista
de baloncesto.
›› ¡Disculpen! Nos comunican que en el Circuito de carreras echan de menos las banderas de cuadros blancos
y negros que se blanden al final de las carreras de la Fórmula 1, el club de tenis denuncia que ha volado la
red de la pista central, los organizadores del medio maratón no encuentran las cintas de las líneas de meta, y
también desde otras comarcas nos dicen que los ladrones... Pero, ¿cómo es posible? Los ladrones se han
llevado los hoyos del campo de golf.
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›› También han birlado la nieve de las pistas de esquí de Sierra Nevada, incluso se han llevado la pista negra,
es decir, ¡un trozo de montaña! ¡Qué desbarajuste! Un instante, porque parece que las televisiones
internacionales informan de más robos: ¡las ráfagas de viento de las regatas de catamaranes, en el Pacífico!
¡Y las olas de siete metros de las competiciones de surf, en las costas de Hawai! Seguiremos informando.
Boquiabiertos, asombrados, intranquilos y sin palabras. Así se quedaron los que habían ido al ayuntamiento
a pedir explicaciones al señor alcalde bajito de Lanjarón. Pobre hombre, al menos él respiraba un poco más
tranquilo. Ahora nadie lo responsabilizaría de nada. Era evidente que aquel problema empezaba a ser de
alcance mundial. Y desde Lanjarón poco podía hacer él.
He aquí cómo el mundo entero se quedó sin poder practicar ningún deporte. Ponerlo todo en su sitio llevaría
tiempo y esfuerzo. Mientras tanto, la población se fue encontrando cada vez peor. Poco a poco, las personas
mayores se fueron quedando inmóviles, y los más jóvenes iban sumando kilos porque lo que comían no lo
quemaban, y de tanta energía que acumulaban les costaba dormir por las noches.
Mucha gente se apuntó a un gimnasio, pero muchos se colapsaron porque no había sitio para todos. Los más
listos encontraron soluciones prácticas como ir andando al trabajo, subir por las escaleras y no con el
ascensor, o sacar más a menudo el perro a pasear. Pero, los días iban pasando y no practicar ningún deporte
terminó pasando factura a la mayoría. Por ejemplo, a los estudiantes les costaba concentrarse y era más
difícil que sacaran buenas notas.
En cambio, antes de los robos, cuando habían entrenado durante la semana, era como si su cerebro también
hiciera flexiones y abdominales. Entonces, fuerte como un roble, producía endorfinas que les hacían estar
optimistas y con ganas de hacer muchas cosas.
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No hacer ningún deporte se había convertido en un problema para los gobiernos de las naciones. Las
personas pesaban demasiado y pasó lo que nadie esperaba: la Tierra había comenzado a girar más
lentamente. ¡Pobre Tierra! Tantas piruetas que había hecho cuando era joven y ahora viraba por culpa de
una carga demasiado pesada. Como aquello no podía ser, los gobiernos del mundo se reunieron en secreto y
decidieron una solución: irían a buscar la vieja emperatriz de China, descendiente de la legendaria dinastía
FutboLing que, según dice la historia, fueron quienes inventaron un juego de pelota primitivo que con los
años se convirtió en el fútbol de ahora.
Encontrar a la vieja emperatriz no fue fácil. Muy poca gente sabía dónde vivía, y hacía décadas que nadie la
había visto. De ella sólo se sabía que había seguido la tradición familiar, y que era una gran inventora de
deportes olímpicos no oficiales. Tardaron un poco en encontrarla pero, finalmente, la localizaron recluida en
un palacio chino de hielo, en una isla que no aparece en los mapas, muy cerca del Polo Sur.
Dos presidentas de dos naciones muy importantes del mundo fueron a verla, y le explicaron el grave
problema que había. La Emperatriz FutboLing, que tenía más de cien años y era muy sabia, las escuchaba
haciendo que sí con la cabeza como si conociera muy bien lo que le contaban.
Luego, se levantó y fue a abrir un cajón. De dentro sacó un pliego de papeles arrugados y un poco
polvorientos, y se los dio. A continuación, se intercambiaron una reverencia y la emperatriz FutboLing se
volvió a descansar. De vuelta a sus países, las Presidentas estudiaron con mucha atención aquellos papeles y
se dieron cuenta de que tenían la solución al problema. Una nueva colección de deportes debía nacer. Y
cuando esto ocurrió, enseguida se pusieron de moda en todas partes:
- Mundial de carreras de saltar a la comba por el aire, de azotea en azotea.
- Olimpiadas de escondite en un laberinto de paredes móviles y pasillos subterráneos secretos.
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- Liga de campeones de trepar a los árboles y construir nidos con cuerdas, cordones y lanas (para no pasar
frío por la noche).
- Campeonato de piruetas acuáticas y subacuáticas sobre delfines salvajes en alta mar.
Y así, una lista larga de deportes y competiciones que fue muy bien recibida por todos. Tanto los mayores
como los pequeños se apuntaron enseguida. Y sin pensárselo dos veces, los convirtieron en los nuevos
juegos olímpicos de la extramodernidad.
Mientras, poco a poco, el mundo recuperaba la normalidad, y los niños y niñas volvían a sacar buenas
notas. La policía no se detuvo hasta encontrar a los ladrones que tantas cosas del mundo de los deportes
habían robado. Y los localizaron, claro que sí: habían caído en su propia trampa porque los hallaron
enredados entre las redes de las canastas y de las porterías. Otros habían caído en los huecos de los campos
de golf, muchos quedaban atrapados entre las olas y la pista de esquí, y algunos ya no tenían escapatoria
haciendo eses sin parar dentro de los remolinos de las ráfagas de viento.
Los capturaron y los castigaron a recoger pelotas todos los días del año, excepto en las horas de dormir, y
también a pintar los cuadros negros de las banderas de la Fórmula 1. Era un trabajo muy aburrido porque,
como todo el mundo sabe, el color negro no se puede mezclar con ningún otro color.
Fin
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Los cuentos de la abuela es un recopilación de cuentos que el Observatorio de la Infancia y la
Adolescencia FAROS pone al alcance a través de su página web (www.faroshsjd.net) con el
objetivo de fomentar la lectura y difundir valores y hábitos saludables en la población infantil.
FAROS es un proyecto impulsado por el Hospital Sant Joan de Déu con el objetivo de promover
la salud infantil y difundir conocimiento de calidad y actualidad en este ámbito.
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