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La opción preferencial por el pobre
en Aparecida
Gustavo Gutiérrez
Como en el caso de las anteriores Conferencias episcopales latinoamericanas, la de Aparecida
marcará la vida de la iglesia en el continente.
Ellas son el resultado de procesos largos, con la participación de importantes porciones del Pueblo
de Dios, incluso en las asambleas finales, en las que desde Medellín –siguiendo la pista abierta por el
Concilio– participan activamente un número importante de laicos, sacerdotes, religiosas, miembros
de otras iglesias cristianas y de otras religiones, cuya contribución estuvo, igualmente, presente en la
V Conferencia1.
La preparación lejana de Aparecida está en los años anteriores, en el compromiso y en la fidelidad de
muchos al Evangelio y a los pobres de este continente, pese a todas las dificultades e, incluso,
incomprensiones. Está en “el testimonio valiente de nuestros santos y santas, y de quienes aun sin
haber sido canonizados, han vivido con radicalidad el evangelio y han ofrendado su vida por Cristo,
por la Iglesia y por su pueblo” (A. 98)2. Muchos de ellos son conocidos, otros tantos son anónimos,
pero todos son “testigos de la fe”, como dice el Documento (un reconocimiento y homenaje que
habíamos extrañado en las conferencias anteriores). Para quienes siguieron de cerca esa línea en la
vida de la iglesia latinoamericana, tal vez, Aparecida no resulte tan sorpresiva.
El camino inmediato a esta conferencia estuvo jalonado por diálogos y consultas con personas de
distintas posiciones, así como por diferentes reuniones del CELAM en las que se fue definiendo el
perfil de esa asamblea. Esta apertura estuvo también presente durante los días de la Conferencia y
contribuyó a hacer de ella un momento importante en la vida de la iglesia latinoamericana y
caribeña. Este clima tendrá, sin duda, influencia en el tiempo que sigue, en el que la recepción del
acontecimiento de Aparecida y de su Documento final jugará un papel decisivo.
El santuario mariano en que tuvo lugar la puso en un contacto cercano con la religiosidad de un
pueblo que la acompañó con sus oraciones. Se ha dicho que Aparecida significa una ratificación de
la línea teológico-pastoral asumida en las últimas décadas en los encuentros continentales
precedentes3. Es cierto en varios aspectos. A la vez, o más bien por esa misma razón, lo hace
creativamente, con la mirada en el tiempo que viene, teniendo en cuenta los desafíos actuales a la
vivencia y al anuncio del mensaje evangélico. A dichas fidelidad y apertura hay que prestar atención
si queremos ver la significación y alcance tanto del acontecimiento como del documento de
Aparecida.
1
En este artículo citaremos el Documento Conclusivo, según su última versión. Lo mencionaremos como
A.
El texto que precede reza así: “Esto ha permitido que la Iglesia sea reconocida socialmente en muchas ocasiones como una
instancia de confianza y credibilidad. Su
2
empeño a favor de los más pobres y su lucha por la dignidad de cada ser humano han ocasionado, en
muchos casos, la persecución y aun la muerte de algunos de sus miembros, a los que consideramos
testigos de la fe. Queremos recordar…” (id).
3
El documento dice en numerosos textos que se sitúa “en continuidad con las Conferencias precedentes”,
punto presente ya en el Discurso Inaugural de Benedicto XVI: “Esta V Conferencia General se celebra en
continuidad con las otras cuatro que la precedieron” (n.2). Y, en no menos numerosas oportunidades,
afirma que toma nuevamente, y que lo hace con renovada fuerza, la perspectiva del ver, juzgar y actuar,
así como la opción preferencial por el pobre. De ahí que el prefijo ‘re’ sea muy frecuente en el
Documento: revitalizar, retomar, renovar, etc.
Estas páginas no pretenden comentar el conjunto del Documento4, sino simplemente uno de sus ejes,
central eso sí, que da estructura al texto y nos proporciona un criterio fundamental de lectura del
texto y acontecimiento de Aparecida: la opción preferencial por el pobre. Efectivamente, como se
dice en el Documento final, esta perspectiva es “uno de los rasgos que marca la fisonomía de la
Iglesia Latinoamericana y Caribeña” (A. 391). Ese enfoque es expresión de la madurez de una
iglesia que, desde la segunda mitad del siglo pasado, se empeña en mirar cara a cara la realidad
social y cultural de un continente en el que debe testimoniar y anunciar la Buena Noticia, en
fidelidad al mandato de Jesús de buscar el reinado y la justicia de Dios (Mt.6,33)5.
Veremos en primer lugar la insistencia en saber discernir los signos de los tiempos, como lo pedía
Juan XXIII convocando al Concilio. Examinaremos, luego, cómo se presenta en Aparecida el
fundamento y las implicancias de la opción por el pobre. Finalmente, subrayaremos una de sus más
importantes consecuencias: la relación entre el anuncio del Evangelio y la transformación de la
historia.
I DISCERNIR LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS
En el proceso que llevó a Aparecida se fue afirmando la necesidad de asumir nuevamente el método
ver, juzgar, actuar. La lectura creyente (porque de eso se trata) de la realidad histórica se consideró
de capital importancia para perfilar la presencia evangelizadora de la comunidad cristiana
latinoamericana. Con lo cual la Conferencia se situó en la perspectiva lanzada en los días conciliares,
cuya presencia, en Medellín, Puebla y, algo menos, en Santo Domingo, es conocida.
Una lectura creyente
Desde el inicio Aparecida se propone hacer una lectura creyente de la realidad y la ubica en relación
con su tema central: “Como discípulos de Jesucristo nos sentimos interpelados a discernir los ‘signos
de los tiempos’, a la luz del Espíritu Santo, para ponernos al servicio del Reino, anunciado por Jesús,
que vino para que todos tengan vida y “para que la tengan en plenitud (Jn 10, 10)” (A. 33). El
discernimiento supone “una actitud de permanente conversión pastoral” como disposición personal
para “escuchar con atención” lo que el Señor nos dice (A. 366).
En continuidad
Como es sabido, quien la puso sobre el tapete en nuestra época fue Juan XXIII. Lo hizo en el texto
convocatorio del Concilio Humanae Salutis (1960), inspirándose en Mateo 16,3. En relación con los
libros proféticos en los que se encuentra lo que podríamos llamar una pedagogía del discernimiento
de los signos de los tiempos (ver Jeremías 1,11-19, por ejemplo). Pedagogía que conduce a un
aprendizaje difícil, a lo largo del cual la mirada sobre el devenir histórico debe afinarse
continuamente. El Papa apeló, también, a este enfoque en dos grandes encíclicas: Mater et Magistra
(1961) y Pacem in Terris (1963). Fue un llamado a ‘mirar lejos’, como Juan XXIII gustaba decir.
En la encíclica Ecclesiam Suam, de decisiva influencia en Vaticano II, Pablo VI volvió abiertamente
sobre el asunto. Finalmente, tenemos los documentos conciliares: al inicio de la Gaudium et Spes se
plantea el tema como la entrada que se asumirá, en un texto conocido, para leer la relación entre la
iglesia y el mundo: el escrutinio y discernimiento de los signos de los tiempos para “interpretarlos a
la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a
los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y
sobre la mutua relación de ambas” (n.4)6.
Este impresionante y concentrado conjunto de tomas de posición (situado, además, en un alto nivel
del Magisterio) en los años conciliares, han hecho de este punto de vista uno de los jalones más
relevantes y de mayores consecuencias de Vaticano II. Entre ellas las que hallamos en las
Se puede ver al respecto el artículo de Agenor Brighenti “Criterios para la lectura del Documento de
Aparecida. El pre-texto, el con-texto y el texto”. El original portugués será publicado por la revista
Convergência de la Conferencia de Religiosos de Brasil.
5
Una manifestación de esa madurez fue la persistencia de los episcopados de la gran mayoría de países –
ante las dudas de algunos– en decidir, antes y durante la asamblea, que, como en los casos anteriores,
hubiese un documento de conclusiones de la Conferencia.
6
Después de idas y venidas durante los trabajos conciliares, no se tomó la mención, hecha por Juan
XXIII, del texto de Mateo.
4
conferencias episcopales latinoamericanas, empezando con Medellín, que hacen de esta perspectiva
un eje metodológico de sus textos. Y que sigue con Puebla que la presenta como esquema del
conjunto de su documento. Su repercusión en la vida de la comunidad cristiana ha sido y es inmensa,
abriendo rutas al compromiso cristiano.
Un cometido permanente
La recepción tenida prueba su consonancia con el mensaje cristiano y su sensibilidad creyente. Es
una óptica que se entronca con la encarnación en la historia del Hijo de Dios, que revela el amor de
Dios por el género humano que vive en ese devenir histórico. Ése es su fundamento en la fe y en la
teología. Discernir lo que en él corresponde a las exigencias y presencia del Reino o aquello que, por
el contrario, representa su ausencia, es tarea del conjunto de la iglesia7. Efectivamente, desde un
principio quedó claro, en este derrotero, que los acontecimientos históricos que deben ser cernidos
no son sólo positivos, hay también, evidentemente, los que no se sitúan en la línea de los valores
evangélicos. Este intento de comprender la historia es capital para la tarea de proclamación del
evangelio, en ese horizonte se colocan los documentos mencionados.
Estamos ante una tarea permanente y que debemos renovar, así lo entiende Aparecida. Una serie de
hechos de los últimos años, tanto de orden económico, político, cultural, como en el ámbito religioso
y cristiano están diseñando, a un ritmo vertiginoso, una situación inédita que mueve el piso a muchas
de nuestras certezas y hace tambalear no pocos proyectos históricos presentes hasta hace muy poco.
Se trata, sin duda, del resultado de un largo recorrido, pero es cierto, también, que la historia apretó
el paso en tiempos recientes.
Sin duda, las formas de entrada de los pobres y oprimidos en el escenario histórico asumidas en el
pasado no son las mismas hoy, e incluso están en crisis y han dado pasos atrás; pero es necesario
estar atentos a las rutas inéditas que toman actualmente. Ellas expresan, con mayor nitidez que en
etapas anteriores, las distintas dimensiones de la condición de insignificancia y de discriminación.
No se puede identificar lo que llamamos irrupción del pobre a una sola de sus manifestaciones
históricas.
De este modo, el esbozo de la compleja realidad del pobre se va completando, por ensayo y por
error, con estridencias y sin ellas, pero finalmente se hace más preciso e interpelante, de lo cual toma
nota Aparecida. En otras palabras, estamos ante un proceso en curso, que no ha dado todavía todo de
sí.
La cuestión del método en Aparecida
El camino que debía seguirse para precisar las tareas de la comunidad cristiana en el hoy de América
Latina y el Caribe fue un asunto muy debatido en la preparación de Aparecida e, incluso, en la
Conferencia misma.
Ver, juzgar y actuar
Como lo hemos recordado, partir de un análisis y de una interpretación de la realidad social e
histórica se constituyó en un elemento decisivo en los documentos de Medellín y Puebla. No sucedió
lo mismo en Santo Domingo debido a indicaciones que respondían al temor de que hacer de ello un
primer paso significaba caer, se decía, en el “sociologismo” y renunciar –o al menos hacer muy
difícil– a adoptar la perspectiva de la fe cristiana.
Era ignorar el sentido de ese método que sostiene que el ver es ya una lectura creyente; quienes lo
practican, después de su lanzamiento por la Juventud Obrera Católica y el, más tarde, cardenal
Cardijn, lo saben bien. Algunas comisiones en Santo Domingo hicieron un intento de mantenerlo,
pero la disposición general que lo desaconsejaba empobreció, pese a ciertos logros, el producto final.
De ello hubo una conciencia clara en Aparecida
Lo hemos recordado porque ese incidente explica, en buena parte, la insistencia de la gran mayoría
de los episcopados en que se retomara ese método, que conduce a una lectura de los signos de los
tiempos. El Documento de Participación, como se podía esperar, no tocó el tema. Pero sí lo hizo el
Documento de Síntesis debido a los aportes de los diversos episcopados del continente, reconociendo
7
La Constitución Gaudium et Spes n.4, texto que hemos citado, habla de una tarea de la iglesia, y en sus
números 11 y 44 lo repite, pero refiriéndose al Pueblo de Dios.
que ese método había sido utilizado en anteriores Conferencias Latinoamericanas (cf. nn 34-36). Los
primeros proyectos de esquema del documento final –que no quedaron sino como borradores– no lo
mencionan, las dos primeras redacciones tampoco, aunque lo tienen, parcialmente, en cuenta. Ante
una insistencia posterior la Conferencia lo asume explícitamente, el asunto fue entonces ratificado y
reconocido a través de una votación. Lo dice con toda la claridad deseada el resumen del
Documento8, así como el mismo Documento Final (A. n.19, número que permanece desde la tercera
redacción)9. Y de hecho, después de un capítulo sobre los discípulos misioneros, el texto final se
ordena según esas tres etapas.
Los lugares teológicos
El discernimiento de los signos de los tiempos y el método ver, juzgar y actuar se encuentran en
relación con el clásico asunto de los lugares teológicos. Se trata de un aporte decisivo para la
metodología teológica de la parte de Melchor Cano, teólogo de la Escuela de Salamanca.
La nueva valoración de la historia humana en su época, el siglo XVI, no es ajena a esa temática10;
Cano intenta tener en cuenta ese hecho y propone de manera sistemática, y tal vez con cierta rigidez,
lo que llama lugares teológicos, los ve como fuentes que suministran la materia de la reflexión
teológica. Cano enuncia diez lugares, pero todos no están al mismo nivel, la Escritura y la Tradición
son los fundamentales y el punto de partida; entre los otros ocho están la vida de la iglesia y su
magisterio, así como la historia humana. Manteniendo, nos parece, el carácter de fuente, hay
tendencia actualmente a considerar que el lugar teológico es también un lugar eclesial y social desde
el cual se elabora el discurso sobre la fe11. Lo que da fundamento a esta función, incluyendo los
matices mencionados, es el dato bíblico de la presencia de Dios en la historia.
La “ley de la encarnación”
M.D. Chenu12 empleaba la expresión “ley de la encarnación” como una clave hermenéutica –cuya
fuente es la encarnación del Verbo del Padre en la historia humana– para comprender el mensaje
cristiano y la historia humana.
El discurso de Benedicto XVI, de gran influencia en las conclusiones de Aparecida13, insiste en el
Dios de rostro humano y, por lo tanto, en su presencia en la historia: “Dios es la realidad fundante,
no un Dios sólo pensado o hipotético, sino el Dios de rostro humano; es el Dios-con-nosotros, el
Dios del amor hasta la cruz” (n.3). El tema mateano del Emmanuel –de abolengo
veterotestamentario– impregna sus palabras y ofrece un fuerte apoyo para hablar de los
compromisos que los cristianos, y la iglesia en su conjunto, deben asumir ante la situación de
América Latina y el Caribe.
Al inicio de su discurso, con un lenguaje que, en el pasado, algunos veían con desconfianza, el Papa
afirma, incluso, que “el Verbo de Dios, haciéndose carne en Jesucristo, se hizo también historia y
cultura” (DI n.1)14. Al hacerse hombre entra en la historia humana y se sitúa en una cultura; son
“El texto tiene tres grandes partes que siguen el método de reflexión teológico-pastoral “ver, juzgar y
actuar”. Así se mira la realidad con ojos iluminados por la fe y un corazón lleno de amor, proclama con
alegría el Evangelio de Jesucristo para iluminar la meta y el camino de la vida humana, y busca, mediante
un discernimiento comunitario abierto al soplo del Espíritu Santo, líneas comunes de una acción
realmente misionera, que ponga a todo el Pueblo de Dios en un estado permanente de misión” (Resumen
n.3).
9
En la versión revisada, a este número se le agregaron unas líneas que insisten en que se trata, como lo
sabemos, de una lectura desde la fe.
10
Cf. A. Gardeil “Lieux théologiques”, en Dictionnaire de Théologie Catholique (París, Librairie
Letouzey et Ané, 1926) t. IX, Première Partie, col. 712-747.
11
Cf. Ver el artículo de V. Fernández, “Los pobres y la teología en la Notificación sobre las obras de Jon
Sobrino”, consultado el 8 de julio 2007 en http://www.uca.edu.ar/esp/sec-fteologia/novedades.
12
La presencia del tema de los signos de los tiempos en la GS debe mucho a sus aportes, ver su artículo
“Les Signes des tempos: réflexion théologique”, en Y.M.-J. Congar y M. Peuchmaurd, L´Eglise dans le
monde de ce temps t. II (París, Cerf, 1967), 205-225.
13
Ver al respecto G. Gutiérrez, “Benedicto XVI y la opción preferencial por el pobre”, en Páginas, n. 205
(junio 2007) 6-13.
14
Texto que no fue recogido en Aparecida, si bien es verdad que su contenido está presente en varios
lugares de su Documento final.
8
dimensiones necesarias y cargadas de consecuencias para una comprensión apropiada del mensaje
cristiano Un mensaje que se da en la historia, y que al mismo tiempo la transciende.
II REAFIRMACIÓN DE LA OPCIÓN PREFERENCIAL POR EL POBRE
El lazo entre Dios y el pobre impregna toda la Biblia. Bartolomé de Las Casas lo dice en un bello y
expresivo pensamiento, del que hizo una pauta de conducta en su solidaridad y defensa de los
habitantes autóctonos de estas tierras. Vale la pena citarlo, una vez más, hablando de una asamblea
eclesial continental: “del más chiquito y más olvidado, tiene Dios la memoria más viva y muy
reciente”. En esa memoria se basa la opción preferencial por el pobre, expresión contemporánea para
decir un punto central del mensaje cristiano.
Asumimos “con nueva fuerza esta opción…” (n.399), “se confirma nuestra opción…” (Resumen
n.6), “reafirmamos nuestra opción…” (Mensaje n.4), mantenemos “con renovado esfuerzo nuestra
opción…” (id. n.4). Aparecida multiplica esos enunciados, con ellos manifiesta una voluntad que
marca todo su texto: situarse en una continuidad reforzada y creativa de la opción preferencial por el
pobre, perspectiva adoptada por la iglesia latinoamericana y caribeña en las últimas décadas. Ella
perfila, lo dice en un texto ya mencionado, “la fisonomía de la iglesia” (A. 391) en el continente. Es
una convicción que Aparecida plantea como un punto de no retorno15.
El fundamento cristológico
Sin duda, una de las aseveraciones más relevantes del discurso inaugural de Benedicto XVI, y de
gran influjo en el texto final, concierne el fundamento teológico de la opción por el pobre. Tocar el
tema, y hacerlo en términos muy claros, ante la Conferencia episcopal del continente en el que
surgió la formulación de esa solidaridad con los pobres fue particularmente significativo.
El Papa encuadra dicha opción recordando que la fe cristiana nos hace salir del individualismo y crea
una comunión con Dios y, por eso mismo, entre nosotros: “La fe nos libera del aislamiento del yo,
porque nos lleva a la comunión: el encuentro con Dios es, en sí mismo y como tal, encuentro con los
hermanos, un acto de convocación, de unificación, de responsabilidad hacia el otro y hacia los
demás”. La opción por el pobre es un camino hacia la comunión, y encuentra en ella significación
más profunda y exigente. El texto que acabamos de citar continúa, en forma inmediata, de este
modo: “En este sentido, la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en
aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Cor. 8,9)”
(DI. n.3). Es la fe en un Dios que se ha hecho uno de nosotros y que se manifiesta en el testimonio
del amor prioritario de Jesucristo por los pobres.
En esa línea de encarnación es citado el texto en Aparecida. “Nuestra fe proclama que –dice
apoyándose en una frase del documento de la Iglesia en América (n.67)– ‘Jesucristo es el rostro
humano de Dios y el rostro divino del hombre’”. Sigue la cita del discurso del Papa: “Por eso ‘la
opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho
pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza’ (DI n.3)”. “Por eso”, equivalente al “en ese
sentido” del discurso papal, la mención del rostro de Cristo y del nuestro da, igualmente, el
fundamento de esa opción. De modo límpido lo sostiene Aparecida: “Esta opción nace de nuestra fe
en Jesucristo, el Dios hecho hombre, que se ha hecho nuestro hermano (cf. Hb 2, 11-12)” (A. 392)16;
la hermandad entre Cristo y los seres humanos, la comunión de que hablaba el Discurso inaugural es
acentuada en Aparecida por la referencia al texto de Hebreos.
Dos números más adelante, se retoma la idea de la opción por el pobre como implícita en la fe
cristológica o como naciendo de ella: “de nuestra fe en Cristo brota también la solidaridad como
actitud permanente de encuentro, hermandad y servicio” (A. 394). Esos diversos términos subrayan
la obligada relación entre Cristo y la opción por el pobre.
15
La frase opción preferencial por el pobre se encuentra 11 veces en Aparecida, la más breve, opción por
el pobre, 4 veces. De esas 15 menciones, 8 se hallan en el capítulo 8, que trata directamente del asunto.
No obstante, a esto hay que agregar numerosos textos que apuntan a lo mismo con expresiones sinónimas.
16
El Documento autorizado agrega una frase a este texto: “Ella, sin embargo, no es exclusiva ni
excluyente”; que enfatiza el sentido que tiene la palabra preferencial.
Vínculo señalado ya por las tres Conferencias latinoamericanas anteriores. En ellas aparece
nítidamente el fundamento cristológico de la opción por el pobre17. Todas se refieren, además, al
mismo texto de 2Cor. 8,9, al que aluden Benedicto XVI y Aparecida. Pero, indudablemente, la
formulación que hallamos en estos últimos textos da precisión, actualidad y un gran vigor a una
perspectiva que ha puesto un sello indeleble en la vida de la iglesia del continente y más allá de él.
De este modo, la opción por el pobre se constituye en un eje del Documento de Aparecida, y lo es
porque, precisamente, se trata de un eje de vida y de reflexión para un seguidor de Jesús18.
Los rostros de los pobres
El Documento deduce una importante consecuencia de lo dicho sobre el fundamento de la opción
por el pobre: “Si esta opción –dice– está implícita en la fe cristológica, los cristianos como
discípulos y misioneros estamos llamados a contemplar, en los rostros sufrientes de nuestros
hermanos, el rostro de Cristo que nos llama a servirlo en ellos”. Y acude a un texto de Santo
Domingo (n.178) para hacer ver el alcance de su afirmación: “Los rostros sufrientes de los pobres
son rostros sufrientes de Cristo” (A. 393). Ese reconocimiento implica “una mirada de fe” (A. 31).
El tema, de evidente inspiración evangélica, surge, como es sabido, en Puebla (nn.31-39). Su
recepción en las comunidades cristianas del continente y en muchas de sus celebraciones litúrgicas
fue enorme. Santo Domingo lo retomó, extendió la lista de esos rostros y pidió que se prolongara. Es
lo que ha hecho Aparecida, asumiendo un elemento relevante de la tradición eclesial latinoamericana
de las últimas décadas. Es más, tenemos, en el Documento, dos listas de los nuevos rostros de los
pobres en los que debemos reconocer la faz de Cristo19.
De modo preciso y firme se sostiene que el reto que viene de esos rostros sufrientes va al fondo de
las cosas: “ellos interpelan el núcleo del obrar de la Iglesia, de la pastoral y de nuestras actitudes
cristianas” (A. 393). La razón es clara y demandante, porque “todo lo que tenga que ver con Cristo,
tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Jesucristo: ‘Cuanto lo
hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron’ (Mt 25, 40)” (id.).
Estrecha relación entre Cristo y el pobre. El texto capital de Mateo 25, de larga presencia en la
historia de la evangelización y en la solidaridad con los pobres de este continente, es el basamento de
esta perspectiva. Por ese motivo es el pasaje bíblico más trabajado en la teología de la liberación20.
El número de Aparecida que estamos citando termina con un nuevo apunte cristológico: “Juan Pablo
II destacó que este texto bíblico ‘ilumina el misterio de Cristo’21. Porque en Cristo el grande se hizo
pequeño, el fuerte se hizo frágil, el rico se hizo pobre” (id.). En efecto, el texto de Mateo no se limita
a una cuestión de comportamiento del cristiano, a un asunto de ética de inspiración evangélica; nos
indica una pista para comprender el Emmanuel, el Dios con nosotros, el Dios presente en la historia
humana. Si no vamos hasta ese punto no entendemos su hondura y su alcance. Los contrastes que
presenta la frase citada resultan particularmente significativos y dicentes.
El texto con el que termina ahora el primer capítulo resume bien lo dicho en este párrafo: “En el
rostro de Jesucristo, muerto y resucitado, maltratado por nuestros pecados y glorificado por el Padre,
en ese rostro doliente y glorioso, podemos ver, con la mirada de la fe, el rostro humillado de tantos
hombres y mujeres de nuestros pueblos y al mismo tiempo su vocación a la libertad de los hijos de
17
Cf. Medellín, Pobreza, nn. 4c y 7, Puebla 1145 y 1147 y Santo Domingo 178 y 164.
Es interesante observar, al respecto, que un primer borrador del Mensaje presentaba en una frase ‘la opción preferencial
por los pobres y por los jóvenes’. Pero ante intervenciones que recordaron el carácter global, debido a su raíz evangélica, de
la opción por los pobres, y la condición de línea pastoral de la opción por los jóvenes, se decidió separar esas dos
afirmaciones y el texto quedó así: “Mantener con renovado
18
esfuerzo nuestra opción preferencial y evangélica por los pobres” y después: “Acompañar a los jóvenes
en su formación y búsqueda de identidad, vocación y misión, renovando nuestra opción por ellos”. Ese
aspecto pastoral, importante sin duda, está subrayado en el n. 446ª del Documento final que habla de la
opción preferencial por los jóvenes, en el contexto de la Pastoral de juventud.
19
Ver nn. 65, 402 y 407-430. En ellos se habla, entre otros, de migrantes, desplazados, víctimas del VIHSIDA, niñas y niños sometidos a la prostitución infantil, excluidos por el analfabetismo tecnológico,
tóxico-dependientes, tuberculosos, presos recluidos en condiciones inhumanas. Y se repiten las
menciones de mujeres, indígenas, afroamericanos, que, además, son considerados con mayor
detenimiento que el recibido en las Conferencias precedentes.
20
Cf. G. Gutiérrez, “Donde está el pobre está Jesucristo”, en Páginas n. 197 (feb. 2006) 6-22.
21
Juan Pablo II, Novo Millennio 49.
Dios, a la plena realización de su dignidad personal y a la fraternidad entre todos. La Iglesia está al
servicio de todos los seres humanos, hijos e hijas de Dios” (A. 31).
La preferencia por los pobres
Se trata de una opción, en tanto solidaridad y compromisos firmes, una opción no opcional, como se
ha dicho muchas veces. Una opción preferente por los pobres. Ambos vocablos son ahondados en el
Documento de Aparecida.
Un kairós: la emergencia del pobre
Lo que se ha llamado la irrupción del pobre en la vida del continente ha dado lugar a una reflexión, a
la luz de la fe, de ese signo de los tiempos.
Ese camino nos condujo a un estudio bíblico que resulta en la propuesta de la opción por el pobre.
La solidaridad que ella implica se refiere, en consecuencia, a los pobres reales, aquellos que viven en
una situación de injusticia y de insignificancia social, contraria a la voluntad de vida del Dios amor.
El Documento asume este enfoque y, desde la situación de los pobres y excluidos de nuestros días,
retoma con fuerza algunas notas en las que han insistido la vivencia y la reflexión sobre la opción
por los pobres en estos años.
En primer lugar, esboza una percepción de la complejidad de la pobreza, que no se limita a su
dimensión económica, por importante que ella sea. “El flagelo de la pobreza (…) tiene diversas
expresiones: económica, física, espiritual, moral, etc.” (A. 176). De allí su sensibilidad por “la
diversidad cultural” del continente que considera “evidente” (A. 56)22. Valora y considera un
“kairós”, un momento propicio, en el continente la nueva presencia de indígenas y afrodescendientes
que puede incluso llevarnos a “un nuevo Pentecostés”23. En un buen apunte, el Documento dice que
ellos “son, sobre todo, ‘otros’ diferentes que exigen respeto y reconocimiento. La sociedad tiende a
menospreciarlos, desconociendo su diferencia” (A. 89)24. En efecto, el pobre es el otro de una
sociedad que no le reconoce, salvo teóricamente, su dignidad humana.
En la misma vena, y acentuando la complejidad del mundo de la marginación e insignificancia
social, Aparecida trata de la situación de la mujer25, que sufre una ominosa exclusión por varias
razones26, y de quien “urge escuchar el clamor, tantas veces silenciado” (A. 454). Para ella vale,
asimismo, la cuestión del tipo de alteridad mencionada, de cierta manera la mujer es ‘otra’ respecto
de la sociedad actual, alguien a quien no se reconoce la plenitud de su dignidad humana. El texto
pone, además, el acento en aquellas que pertenecen a poblaciones particularmente marginadas, al
mismo tiempo que subraya la actualidad y la premura de ese estado de cosas. “En esta hora –se dice–
de América Latina y El Caribe urge escuchar el clamor, tantas veces silenciado, de mujeres que son
sometidas a muchas formas de exclusión y de violencia en todas sus formas y en todas las etapas de
sus vidas. Entre ellas, las mujeres pobres, indígenas y afrodescendientes han sufrido una doble
El texto continúa: “Existen en nuestra región diversas culturas indígenas, afrodescendientes, mestizas,
campesinas, urbanas y suburbanas. (…) A esta complejidad cultural habría que añadir también la de
tantos inmigrantes europeos que se establecieron en los países de nuestra región”. (A. 56).
23
“Los indígenas y afrodescendientes emergen ahora en la sociedad y en la Iglesia. Éste es un “kairós”
para profundizar el encuentro de la Iglesia con estos sectores humanos que reclaman el reconocimiento
pleno de sus derechos individuales y colectivos, ser tomados en cuenta en la catolicidad con su
cosmovisión, sus valores y sus identidades particulares, para vivir un nuevo Pentecostés eclesial” (A. 91;
ver los nn. 88-97 y 529-533).
24
El texto sigue en estos términos: “Su situación social está marcada por la exclusión y la pobreza. La
Iglesia acompaña a los indígenas y afroamericanos en las luchas por sus legítimos derechos” (A. 89). A
propósito de la presencia de los pueblos indígenas en Aparecida, ver el interesante artículo de Eleazar
López, “Aparecida y los indígenas”, en “Espacio de análisis, reflexión e información en torno al V
CELAM”, Boletín de Análisis 10, pp.1-6.
25
“En esta hora de América Latina y de El Caribe urge tomar conciencia de la situación precaria que
afecta la dignidad de muchas mujeres” (A. 48; ver, también, los nn. 451-458).
26
“Muchas mujeres (…) son excluidas, en razón de su sexo, raza o situación socioeconómica” (A. 65).
Otro texto habla de la necesidad de “superar una mentalidad machista que ignora la novedad del
cristianismo, donde se reconoce y proclama la ‘igual dignidad y responsabilidad de la mujer respecto al
hombre’ (DI n. 5)” (A. 453).
22
marginación.” (A. 454). Doble marginación sobre la que nos alertaba ya el texto sobre la Opción
preferencial por el pobre de Puebla (n. 1135, nota).
Queda mucho más por decir sobre las diferentes caras de la pobreza y de los sectores que padecen
más cruelmente la exclusión y la insignificancia social y cultural. Pero en este caso, como en muchos
otros, Aparecida no cierra el análisis ni la reflexión sobre estas realidades.
El Documento señala igualmente las causas de los variados tipos de pobreza27. Limitémonos a
mencionar lo que dice respecto de la globalización, tema presente en varios momentos del texto de
Aparecida. Comencemos por una afirmación de conjunto: “La globalización hace emerger en
nuestros pueblos, nuevos rostros de pobres” (A.402). La razón está en que “en la globalización, la
dinámica del mercado absolutiza con facilidad la eficacia y la productividad como valores
reguladores de todas las relaciones humanas. Este peculiar carácter hace de la globalización un
28
proceso promotor de inequidades e injusticias múltiples”. (A. 61) . Esto se debe a la tendencia que
la globalización favorece y que “privilegia el lucro y estimula la competencia (…)
aumentando las desigualdades que marcan tristemente nuestro continente y que mantienen en la
pobreza a una multitud de personas” (A. 62).
Aparecida es atenta también a un punto central de la práctica y la reflexión acerca de la opción por el
pobre: Los pobres mismos deben ser gestores de su destino. No se trata de hablar por los pobres, lo
importante es que ellos tengan voz en una sociedad que no escucha su clamor por la liberación y la
justicia. Ellos sienten “la necesidad de construir el propio destino” (A.53). A propósito del proceso
de “recuperación de identidades” de pueblos marginados, se dice que esos esfuerzos “hacen de las
mujeres y hombres negros sujetos constructores de su historia y de una nueva historia que se va
dibujando en la actualidad latinoamericana y caribeña” (A.97). Esto vale en varios campos: “día a
día los pobres se hacen sujetos de la evangelización y de la promoción humana integral” (A. 398).
Preferencia
En Medellín se sentaron las bases de lo que en el tiempo anterior a Puebla comenzó a llamarse
opción prioritaria, preferencial, privilegiada, y otras expresiones sinónimas, por el pobre. De hecho,
las tres palabras de la frase opción preferencial por el pobre corresponden, una a una, a las tres
acepciones del término pobreza que distingue Medellín: solidaridad con el pobre y rechazo de la
pobreza, pobreza espiritual, y pobreza real como condición injusta e inhumana29.
El término preferencia no intenta moderar –y menos todavía olvidar– la exigencia de solidaridad con
el pobre y con la justicia social. No se le comprende sino en relación con el amor de Dios. La
Escritura lo presenta como universal y preferente a la vez. A ello se refería Juan XXIII cuando
hablaba de “una iglesia de todos y particularmente una iglesia de los pobres”. Dos aspectos que
están, no en contradicción, pero sí en una tensión fecunda. Limitarse a uno de ellos es perder los dos.
Por ello, Aparecida dice –al inicio del capítulo que trata especialmente de la opción por el pobre–
que “la misión del anuncio de la Buena Nueva de Jesucristo tiene una destinación universal. Su
mandato de caridad abraza todas las dimensiones de la existencia, todas las personas, todos los
ambientes de la convivencia y todos los pueblos. Nada de lo humano le puede resultar extraño” (A.
380). En este marco hay que entender el sentido de la prioridad de los insignificantes y excluidos.
Es lo que hace el Documento cuando, al hablar de la opción por el pobre, afirma: que “sea
preferencial implica que debe atravesar todas nuestras estructuras y prioridades pastorales. La Iglesia
latinoamericana está llamada a ser sacramento de amor, solidaridad y justicia entre nuestros pueblos”
(A. 396). Transversal a todas las instancias eclesiales y no encajonada en determinados sectores, de
manera a ser sacramento de amor y justicia. A eso apunta la preferencia y no a amortiguar la
radicalidad de la opción.
Por un lado, la universalidad sitúa el privilegio de los pobres en un ancho horizonte y le exige
rebasar continuamente sus eventuales límites; a su vez, la preferencia por los pobres da concreción y
27
Los nn 43-82 tratan de las situaciones sociocultural, económica y sociopolítica.
Precisemos que el Documento deja en claro que se trata de “la globalización tal y como está
configurada actualmente” (A. 61).
29
Ver una breve descripción de ese proceso en G. Gutiérrez, “Pobreza y teología”, en Páginas n. 191
(febrero 2005) 12-28.
28
alcance histórico a dicha universalidad y le advierte del peligro de permanecer en un nivel engañoso
et nebuloso.
III EVANGELIZACIÓN Y COMPROMISO POR LA JUSTICIA
Son varias las cuestiones que se derivan del modo como es reafirmada y presentada la opción
preferencial por el pobre en Aparecida. Nos limitaremos a enfatizar una de ellas.
En continuidad con lo que llevamos dicho, que a su vez es el resultado de décadas de un recorrido en
el que no han faltado los altibajos, el Documento expresa una visión amplia y fecunda acerca de la
evangelización. Se dice tempranamente en el texto que los discípulos misioneros30 saben que la luz
de Cristo garantiza la esperanza, el amor, y el futuro, y añade: “ésta es la tarea esencial de la
evangelización, que incluye la opción preferencial por los pobres, la promoción humana integral y la
auténtica liberación cristiana” (A. 146). En efecto, uno de los alcances de la opción por el pobre
concierne el testimonio de la Buena Nueva.
Compartir una experiencia
El anuncio del Evangelio procede de un encuentro. Del encuentro con Jesús. Hemos encontrado al
Mesías, al Cristo, dice Andrés a su hermano Simón Pedro y lo lleva donde Jesús (cf. Juan 1,41-42).
Es un sencillo relato que nos dice en qué consiste lo esencial de la comunicación de la Buena Nueva.
Recordarlo le permite al Documento entrar en consideraciones que nos son muy cercanas, que
forman parte de muchas experiencias y que van al sentido mismo de la opción preferencial por el
pobre.
La alegría del discípulo
Ese compartir nace de la alegría del “encuentro con Jesucristo, a quien reconocemos como el Hijo de
Dios encarnado y redentor (…) deseamos que la alegría de la buena noticia del Reino de Dios, de
Jesucristo vencedor del pecado y de la muerte, llegue a todos (…), darlo a conocer con nuestra
palabra y obras es nuestro gozo” (A. 32). Sin esta experiencia la transmisión del mensaje se
convierte en algo frío y lejano que no llega a las personas. La opción por el pobre no escapa al riesgo
“de quedarse en un plano teórico o meramente emotivo, sin verdadera incidencia en nuestros
comportamientos y en nuestras decisiones” (A. 397). La alegría del encuentro con Jesús amplía
nuestra mirada y ensancha nuestro corazón.
La opción por los pobres nos pide “dedicar tiempo a los pobres, prestarles una amable atención,
escucharlos con interés, acompañarlos en los momentos más difíciles, eligiéndolos para compartir
horas, semanas o años de nuestra vida, y buscando, desde ellos, la transformación de su situación”
(ib.). No es una cuestión de condescendencia, sino de solidaridad y amistad, y la amistad significa
igualdad, reconocer su dignidad humana. El Documento lo entiende de este modo, advierte, por eso,
que debe evitarse “toda actitud paternalista” (ib.).
Pobrezas ocultas
“Sólo la cercanía que nos hace amigos –dice Aparecida– nos permite apreciar profundamente los
valores de los pobres de hoy, sus legítimos anhelos y su modo propio de vivir la fe. La opción por
los pobres debe conducirnos a la amistad con los pobres” (A. 398)31. En efecto, sin amistad con los
pobres no hay auténticamente solidaridad ni un veradero compartir con ellos, la opción es por
personas concretas, hijas e hijos de Dios.
Esta postura nos ayudará a percibir “los grandes sufrimientos que vive la mayoría de nuestra gente y
que con mucha frecuencia –dice el Documento con sensibilidad y finura– son pobrezas ocultas” (A.
176). Las hay entre los pobres, pobrezas modestas, poco llamativas, hechas vida cotidiana, tan
asimiladas que de ellas no se habla, vejaciones vistas como hechos ineluctables, un cierto pudor las
cubre con un manto de silencio. Ocurre sobre todo con las mujeres de los sectores pobres;
30
Varios participantes en la Conferencia postularon atinadamente, y eso quedó plasmado en el algunos
textos del Documento de Aparecida, que se suprimiera la ‘y’ de la expresión “discípulos y misioneros”,
para subrayar que todo discípulo de Jesús es necesariamente misionero. El testimonio discipular es,
efectivamente, una prolongación indispensable, en comunidad, de las misiones trinitarias del Hijo y del
Espíritu (cf. Ad Gentes nn.3-5).
31
El texto que sigue lo hemos citado antes y trata de los pobres como gestores de su destino.
marginadas, muchas veces al interior mismo de sus familias, pero no sucede únicamente con ellas.
Todas esas pequeñas (o grandes) miserias sólo salen a la superficie –cuando lo hacen– después de
mucho tiempo de amistad, y hasta se pide disculpas para hablar de ellas. Hasta allí hay que ir.
Estas consideraciones no obvian, de ningún modo, que la opción por el pobre significa, asimismo, un
compromiso por la justicia (lo veremos en el siguiente párrafo); simplemente nos hacen acentuar
aspectos centrales que pueden escaparse a una mirada que no cala suficientemente en las hondas
dimensiones de la opción por el pobre y en los aspectos más delicados de las personas.
La Iglesia abogada de la justicia y de los pobres
La opción por el pobre está incluida en la tarea evangelizadora, decía Benedicto XVI en una frase
citada líneas arriba. Esto lleva a plantearse el lugar de la acción por la justicia en el anuncio del
Reino.
Una palabra profética
Acción por la justicia y promoción humana no son ajenas a la evangelización. Todo lo contrario. No
terminan allí donde comienza el anuncio del mensaje cristiano, no son una pre-evangelización,
constituyen una parte de la proclamación de la Buena Noticia. Esto que hoy es evidente para
nosotros, y lo es en Aparecida, es el resultado de un proceso que fue haciendo comprender el sentido
de decir “que llegue tu Reino”. Es hablar de la transformación de la historia en la que el reinado de
Dios se hace presente ya, aunque todavía no plenamente. Es una andadura que se acelera desde el
Concilio, dónde se tomó seriamente la presencia de la iglesia en el mundo.
Las conferencias episcopales: Medellín afirma que Jesús vino a liberarnos del pecado, cuyas
consecuencias son servidumbres que se resumen en la injusticia (Justicia 3). El Sínodo romano sobre
Justicia en el mundo (1971) se sitúa en esa línea: la misión de la iglesia “incluye la defensa y la
promoción de la dignidad y de los derechos fundamentales de la persona humana” (n.37). Además
de la Evangelii Nuntiandi (n.29), Juan Pablo II lo dijo en Puebla, casi con los mismos términos del
Sínodo: la misión evangelizadora “tiene como parte indispensable la acción por la justicia y la
promoción del hombre” (DI III,2).
Benedicto XVI recuerda que “la evangelización ha ido unida siempre a la promoción humana y a la
auténtica liberación cristiana. “Amor a Dios y amor al prójimo se funden entre sí: en el más humilde
encontramos a Jesús mismo y en Jesús encontramos a Dios” (Deus caritas est, 15). Una cuestión de
principio: las infidelidades a ese postulado en la historia no lo modifican en tanto exigencia
permanente32. En ese orden de ideas, declara abiertamente, en un texto muy influyente en Aparecida:
“La Iglesia es abogada de la justicia y de los pobres”, y unas líneas más abajo repite la idea:
“abogada de la justicia y de la verdad” (DI n.4). Textos varias veces citados en Aparecida, con
agregados que ahondan su significación. “El Santo Padre nos ha recordado –se dice– que la Iglesia
está convocada a ser “abogada de la justicia y defensora de los pobres” ante “intolerables
desigualdades sociales y económicas” (A. 395). El punto queda claro. El anuncio del evangelio es
una palabra profética que anuncia el amor de Dios por toda persona, pero prioritariamente por los
pobres e insignificantes, y que denuncia la situación de injusticia que ellos padecen.
El anuncio del evangelio implica una transformación de la historia que gire en torno a la justicia, a
una respetuosa valoración de las diferencias de género, étnicas y culturales, y a la defensa de los más
elementales derechos humanos sobre las que debe fundarse una sociedad en la que se viva una
auténtica igualdad y fraternidad. Una sociedad de condiciones “más humanas”, según la cita de la
Populorum Progressio (n.21) que hace el Papa en su Discurso inaugural.
La mesa de la vida
32
Aparecida recoge la idea con una alusión a la actitud del samaritano que sale de su camino para atender
al herido: “Iluminados por Cristo, el sufrimiento, la injusticia y la cruz nos interpelan a vivir como Iglesia
samaritana (cf. Lc 10, 25-3 7), recordando que “la evangelización ha ido unida siempre a la promoción
humana y a la auténtica liberación cristiana” (DI n3)” (A. 26).
Denunciar la injusticia y proponerse establecer la justicia, son expresiones necesarias de la
solidaridad con persona concretas33. Creemos en un Dios de la vida que rechaza la pobreza
inhumana que no es otra cosa que muerte injusta y prematura. Todos estamos llamados a participar
en el banquete de la vida. “Las agudas diferencias, –afirma la Conferencia– entre ricos y pobres nos
invitan a trabajar con mayor empeño en ser discípulos que saben compartir la mesa de la vida, mesa
de todos los hijos e hijas del Padre, mesa abierta, incluyente, en la que no falte nadie. Por eso
reafirmamos nuestra opción preferencial y evangélica por los pobres” (Mensaje, 4). Mesa abierta, de
la que nadie está excluido, pero cuyos primeros invitados son los últimos de este mundo.
El Papa, en su discurso inaugural, hizo una interesante alusión al peligro en el mundo de hoy de una
actitud individualista e indiferente a la realidad en que vivimos. Aparecida la recoge con los mismos
términos: “la santidad no es una fuga hacia el intimismo o hacia el individualismo religioso”,
tendencia muy marcada en la sociedad y en el mundo religioso de hoy. El texto insiste, “tampoco un
abandono de la realidad urgente de los grandes problemas económicos, sociales y políticos de
América Latina y del mundo y, mucho menos, una fuga de la realidad hacia un mundo
exclusivamente espiritual” (A. 148; ver DI n3). Es en efecto, una gran tentación contemporánea en la
vida cristiana, de la que muchos se ufanan y que da buena conciencia al precio de abandonar el
testimonio de Jesús. Como si una postura intimista y recoleta, con la pretensión de moverse en una
esfera “exclusivamente espiritual”, respondiese fielmente a las exigencias evangélicas. En ese
sentido, el Papa y Aparecida hacen un gran llamado de atención a ese ‘purismo’ que no corresponde
a la auténtica pureza y limpidez del evangelio34.
Las Comunidades eclesiales de base, que “despliegan su compromiso evangelizador y misionero
entre los más sencillos y alejados, y son expresión visible de la opción preferencial por los pobres”
(A. 179)35, acentúan justamente la solidaridad que nace del amor a Dios y al prójimo y forma parte
de un “mandamiento único” (Deus Caritas 18).
En la Eucaristía, configurándonos con el Señor, y en escucha orante de su Palabra, hacemos
memoria de su vida, testimonio, enseñanza, muerte y resurrección y celebramos con gozo nuestra
comunión con Dios y entre nosotros (cf. A. 142).
CONCLUSIÓN
El Documento tiene una impronta de esperanza, pero no de ilusiones. Hacia el final del texto se
anota que “no hay otra región que cuente con tantos factores de unidad” como América Latina y el
Caribe. Pero se trata de una “una unidad desgarrada porque atravesada por profundas dominaciones
y contradicciones”, y el texto añade: “todavía incapaz de incorporar en sí ‘todas las sangres’ y de
superar la brecha de estridentes desigualdades y marginaciones” (A. 527). La frase de José María
Arguedas, con la que caracterizaba al Perú, vale en efecto para todo el continente. Ella expresa
nuestra diversidad y, también, nuestra riqueza y potencialidades. Señalar las dificultades presentes es
una cuestión de realismo y una condición indispensable para enfrentar debidamente los retos que
vienen de nuestra situación.
Aparecida ha intentado ver cara a cara esa realidad, sin subterfugios y escapatorias. Y presenta
exigencias a los discípulos de Jesucristo para que cumplan su misión con fidelidad al evangelio. Lo
hace convencida de que “la opción preferencial por los pobres nos impulsa, como discípulos y
misioneros de Jesús, a buscar caminos nuevos y creativos a fin de responder otros efectos de la
pobreza” (A.409). Y a sus varias causas y a sus múltiples consecuencias. La opción preferencial por
el pobre comprende un estilo de vida que ha inspirado muchos compromisos en tres niveles, diversos
pero relacionados: el anuncio de la buena nueva (en los terrenos pastoral y social), tal vez el más
“Asumiendo con nueva fuerza esta opción por los pobres, ponemos de manifiesto que todo proceso
evangelizador implica la promoción humana y la auténtica liberación “sin la cual no es posible un orden
justo en la sociedad’ (DI n.3)” (A. 399)
34
En la misma línea va la insistencia de Benedicto XVI y de Aparecida en señalar que “la vida cristiana
no se expresa solamente en las virtudes personales, sino también en las virtudes sociales y políticas” (DI
n.3 y A. 505).
35
Entre las modificaciones al texto final de Aparecida, más numerosas que en las Conferencias anteriores,
la más extensa corresponde a los párrafos que conciernen las comunidades de base.
33
visible; el teológico; y, como basamento de todo lo anterior, el de la espiritualidad, el seguimiento de
Jesús. Esto es lo que la hace uno los ejes transversales del Documento36.
Al inicio de estas páginas decíamos que el acontecimiento y el Documento de Aparecida marcarán la
vida de la iglesia de América Latina y el Caribe en el tiempo que sigue, pero es necesario completar
esa afirmación. Esto dependerá de la recepción que le demos a Aparecida, es algo que está en
nuestras manos37. En las manos de las iglesias locales, de las comunidades cristianas y de diferentes
instancias eclesiales. La exégesis, la interpretación de textos como éste, se hace en los hechos, en la
práctica. A eso nos llama la Buena Nueva del reinado de Dios en nuestro aquí y ahora.
36
Sobre los temas trabajados en teología de la liberación y el Documento de Aparecida, ver el blog All
things catholic de John Allen “The lasting legacy of liberation theology” (24 mayo 2007)
http://ncronline.org
37
Como dice Carlos Galli, Aparecida “fue un acontecimiento que, con el paso del tiempo, la recepción
eclesial y su influjo real dirán si llega a ser ‘histórico’” (“Aparecida ¿un nuevo Pentecostés en América
Latina y el Caribe?” en Criterio (Año LXXX, n. 2328) julio 2007) 362-371).
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