La opción preferencial por el pobre en Aparecida Gustavo Gutiérrez Como en el caso de las anteriores Conferencias episcopales latinoamericanas, la de Aparecida marcará la vida de la iglesia en el continente. Ellas son el resultado de procesos largos, con la participación de importantes porciones del Pueblo de Dios, incluso en las asambleas finales, en las que desde Medellín –siguiendo la pista abierta por el Concilio– participan activamente un número importante de laicos, sacerdotes, religiosas, miembros de otras iglesias cristianas y de otras religiones, cuya contribución estuvo, igualmente, presente en la V Conferencia1. La preparación lejana de Aparecida está en los años anteriores, en el compromiso y en la fidelidad de muchos al Evangelio y a los pobres de este continente, pese a todas las dificultades e, incluso, incomprensiones. Está en “el testimonio valiente de nuestros santos y santas, y de quienes aun sin haber sido canonizados, han vivido con radicalidad el evangelio y han ofrendado su vida por Cristo, por la Iglesia y por su pueblo” (A. 98)2. Muchos de ellos son conocidos, otros tantos son anónimos, pero todos son “testigos de la fe”, como dice el Documento (un reconocimiento y homenaje que habíamos extrañado en las conferencias anteriores). Para quienes siguieron de cerca esa línea en la vida de la iglesia latinoamericana, tal vez, Aparecida no resulte tan sorpresiva. El camino inmediato a esta conferencia estuvo jalonado por diálogos y consultas con personas de distintas posiciones, así como por diferentes reuniones del CELAM en las que se fue definiendo el perfil de esa asamblea. Esta apertura estuvo también presente durante los días de la Conferencia y contribuyó a hacer de ella un momento importante en la vida de la iglesia latinoamericana y caribeña. Este clima tendrá, sin duda, influencia en el tiempo que sigue, en el que la recepción del acontecimiento de Aparecida y de su Documento final jugará un papel decisivo. El santuario mariano en que tuvo lugar la puso en un contacto cercano con la religiosidad de un pueblo que la acompañó con sus oraciones. Se ha dicho que Aparecida significa una ratificación de la línea teológico-pastoral asumida en las últimas décadas en los encuentros continentales precedentes3. Es cierto en varios aspectos. A la vez, o más bien por esa misma razón, lo hace creativamente, con la mirada en el tiempo que viene, teniendo en cuenta los desafíos actuales a la vivencia y al anuncio del mensaje evangélico. A dichas fidelidad y apertura hay que prestar atención si queremos ver la significación y alcance tanto del acontecimiento como del documento de Aparecida. 1 En este artículo citaremos el Documento Conclusivo, según su última versión. Lo mencionaremos como A. El texto que precede reza así: “Esto ha permitido que la Iglesia sea reconocida socialmente en muchas ocasiones como una instancia de confianza y credibilidad. Su 2 empeño a favor de los más pobres y su lucha por la dignidad de cada ser humano han ocasionado, en muchos casos, la persecución y aun la muerte de algunos de sus miembros, a los que consideramos testigos de la fe. Queremos recordar…” (id). 3 El documento dice en numerosos textos que se sitúa “en continuidad con las Conferencias precedentes”, punto presente ya en el Discurso Inaugural de Benedicto XVI: “Esta V Conferencia General se celebra en continuidad con las otras cuatro que la precedieron” (n.2). Y, en no menos numerosas oportunidades, afirma que toma nuevamente, y que lo hace con renovada fuerza, la perspectiva del ver, juzgar y actuar, así como la opción preferencial por el pobre. De ahí que el prefijo ‘re’ sea muy frecuente en el Documento: revitalizar, retomar, renovar, etc. Estas páginas no pretenden comentar el conjunto del Documento4, sino simplemente uno de sus ejes, central eso sí, que da estructura al texto y nos proporciona un criterio fundamental de lectura del texto y acontecimiento de Aparecida: la opción preferencial por el pobre. Efectivamente, como se dice en el Documento final, esta perspectiva es “uno de los rasgos que marca la fisonomía de la Iglesia Latinoamericana y Caribeña” (A. 391). Ese enfoque es expresión de la madurez de una iglesia que, desde la segunda mitad del siglo pasado, se empeña en mirar cara a cara la realidad social y cultural de un continente en el que debe testimoniar y anunciar la Buena Noticia, en fidelidad al mandato de Jesús de buscar el reinado y la justicia de Dios (Mt.6,33)5. Veremos en primer lugar la insistencia en saber discernir los signos de los tiempos, como lo pedía Juan XXIII convocando al Concilio. Examinaremos, luego, cómo se presenta en Aparecida el fundamento y las implicancias de la opción por el pobre. Finalmente, subrayaremos una de sus más importantes consecuencias: la relación entre el anuncio del Evangelio y la transformación de la historia. I DISCERNIR LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS En el proceso que llevó a Aparecida se fue afirmando la necesidad de asumir nuevamente el método ver, juzgar, actuar. La lectura creyente (porque de eso se trata) de la realidad histórica se consideró de capital importancia para perfilar la presencia evangelizadora de la comunidad cristiana latinoamericana. Con lo cual la Conferencia se situó en la perspectiva lanzada en los días conciliares, cuya presencia, en Medellín, Puebla y, algo menos, en Santo Domingo, es conocida. Una lectura creyente Desde el inicio Aparecida se propone hacer una lectura creyente de la realidad y la ubica en relación con su tema central: “Como discípulos de Jesucristo nos sentimos interpelados a discernir los ‘signos de los tiempos’, a la luz del Espíritu Santo, para ponernos al servicio del Reino, anunciado por Jesús, que vino para que todos tengan vida y “para que la tengan en plenitud (Jn 10, 10)” (A. 33). El discernimiento supone “una actitud de permanente conversión pastoral” como disposición personal para “escuchar con atención” lo que el Señor nos dice (A. 366). En continuidad Como es sabido, quien la puso sobre el tapete en nuestra época fue Juan XXIII. Lo hizo en el texto convocatorio del Concilio Humanae Salutis (1960), inspirándose en Mateo 16,3. En relación con los libros proféticos en los que se encuentra lo que podríamos llamar una pedagogía del discernimiento de los signos de los tiempos (ver Jeremías 1,11-19, por ejemplo). Pedagogía que conduce a un aprendizaje difícil, a lo largo del cual la mirada sobre el devenir histórico debe afinarse continuamente. El Papa apeló, también, a este enfoque en dos grandes encíclicas: Mater et Magistra (1961) y Pacem in Terris (1963). Fue un llamado a ‘mirar lejos’, como Juan XXIII gustaba decir. En la encíclica Ecclesiam Suam, de decisiva influencia en Vaticano II, Pablo VI volvió abiertamente sobre el asunto. Finalmente, tenemos los documentos conciliares: al inicio de la Gaudium et Spes se plantea el tema como la entrada que se asumirá, en un texto conocido, para leer la relación entre la iglesia y el mundo: el escrutinio y discernimiento de los signos de los tiempos para “interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas” (n.4)6. Este impresionante y concentrado conjunto de tomas de posición (situado, además, en un alto nivel del Magisterio) en los años conciliares, han hecho de este punto de vista uno de los jalones más relevantes y de mayores consecuencias de Vaticano II. Entre ellas las que hallamos en las Se puede ver al respecto el artículo de Agenor Brighenti “Criterios para la lectura del Documento de Aparecida. El pre-texto, el con-texto y el texto”. El original portugués será publicado por la revista Convergência de la Conferencia de Religiosos de Brasil. 5 Una manifestación de esa madurez fue la persistencia de los episcopados de la gran mayoría de países – ante las dudas de algunos– en decidir, antes y durante la asamblea, que, como en los casos anteriores, hubiese un documento de conclusiones de la Conferencia. 6 Después de idas y venidas durante los trabajos conciliares, no se tomó la mención, hecha por Juan XXIII, del texto de Mateo. 4 conferencias episcopales latinoamericanas, empezando con Medellín, que hacen de esta perspectiva un eje metodológico de sus textos. Y que sigue con Puebla que la presenta como esquema del conjunto de su documento. Su repercusión en la vida de la comunidad cristiana ha sido y es inmensa, abriendo rutas al compromiso cristiano. Un cometido permanente La recepción tenida prueba su consonancia con el mensaje cristiano y su sensibilidad creyente. Es una óptica que se entronca con la encarnación en la historia del Hijo de Dios, que revela el amor de Dios por el género humano que vive en ese devenir histórico. Ése es su fundamento en la fe y en la teología. Discernir lo que en él corresponde a las exigencias y presencia del Reino o aquello que, por el contrario, representa su ausencia, es tarea del conjunto de la iglesia7. Efectivamente, desde un principio quedó claro, en este derrotero, que los acontecimientos históricos que deben ser cernidos no son sólo positivos, hay también, evidentemente, los que no se sitúan en la línea de los valores evangélicos. Este intento de comprender la historia es capital para la tarea de proclamación del evangelio, en ese horizonte se colocan los documentos mencionados. Estamos ante una tarea permanente y que debemos renovar, así lo entiende Aparecida. Una serie de hechos de los últimos años, tanto de orden económico, político, cultural, como en el ámbito religioso y cristiano están diseñando, a un ritmo vertiginoso, una situación inédita que mueve el piso a muchas de nuestras certezas y hace tambalear no pocos proyectos históricos presentes hasta hace muy poco. Se trata, sin duda, del resultado de un largo recorrido, pero es cierto, también, que la historia apretó el paso en tiempos recientes. Sin duda, las formas de entrada de los pobres y oprimidos en el escenario histórico asumidas en el pasado no son las mismas hoy, e incluso están en crisis y han dado pasos atrás; pero es necesario estar atentos a las rutas inéditas que toman actualmente. Ellas expresan, con mayor nitidez que en etapas anteriores, las distintas dimensiones de la condición de insignificancia y de discriminación. No se puede identificar lo que llamamos irrupción del pobre a una sola de sus manifestaciones históricas. De este modo, el esbozo de la compleja realidad del pobre se va completando, por ensayo y por error, con estridencias y sin ellas, pero finalmente se hace más preciso e interpelante, de lo cual toma nota Aparecida. En otras palabras, estamos ante un proceso en curso, que no ha dado todavía todo de sí. La cuestión del método en Aparecida El camino que debía seguirse para precisar las tareas de la comunidad cristiana en el hoy de América Latina y el Caribe fue un asunto muy debatido en la preparación de Aparecida e, incluso, en la Conferencia misma. Ver, juzgar y actuar Como lo hemos recordado, partir de un análisis y de una interpretación de la realidad social e histórica se constituyó en un elemento decisivo en los documentos de Medellín y Puebla. No sucedió lo mismo en Santo Domingo debido a indicaciones que respondían al temor de que hacer de ello un primer paso significaba caer, se decía, en el “sociologismo” y renunciar –o al menos hacer muy difícil– a adoptar la perspectiva de la fe cristiana. Era ignorar el sentido de ese método que sostiene que el ver es ya una lectura creyente; quienes lo practican, después de su lanzamiento por la Juventud Obrera Católica y el, más tarde, cardenal Cardijn, lo saben bien. Algunas comisiones en Santo Domingo hicieron un intento de mantenerlo, pero la disposición general que lo desaconsejaba empobreció, pese a ciertos logros, el producto final. De ello hubo una conciencia clara en Aparecida Lo hemos recordado porque ese incidente explica, en buena parte, la insistencia de la gran mayoría de los episcopados en que se retomara ese método, que conduce a una lectura de los signos de los tiempos. El Documento de Participación, como se podía esperar, no tocó el tema. Pero sí lo hizo el Documento de Síntesis debido a los aportes de los diversos episcopados del continente, reconociendo 7 La Constitución Gaudium et Spes n.4, texto que hemos citado, habla de una tarea de la iglesia, y en sus números 11 y 44 lo repite, pero refiriéndose al Pueblo de Dios. que ese método había sido utilizado en anteriores Conferencias Latinoamericanas (cf. nn 34-36). Los primeros proyectos de esquema del documento final –que no quedaron sino como borradores– no lo mencionan, las dos primeras redacciones tampoco, aunque lo tienen, parcialmente, en cuenta. Ante una insistencia posterior la Conferencia lo asume explícitamente, el asunto fue entonces ratificado y reconocido a través de una votación. Lo dice con toda la claridad deseada el resumen del Documento8, así como el mismo Documento Final (A. n.19, número que permanece desde la tercera redacción)9. Y de hecho, después de un capítulo sobre los discípulos misioneros, el texto final se ordena según esas tres etapas. Los lugares teológicos El discernimiento de los signos de los tiempos y el método ver, juzgar y actuar se encuentran en relación con el clásico asunto de los lugares teológicos. Se trata de un aporte decisivo para la metodología teológica de la parte de Melchor Cano, teólogo de la Escuela de Salamanca. La nueva valoración de la historia humana en su época, el siglo XVI, no es ajena a esa temática10; Cano intenta tener en cuenta ese hecho y propone de manera sistemática, y tal vez con cierta rigidez, lo que llama lugares teológicos, los ve como fuentes que suministran la materia de la reflexión teológica. Cano enuncia diez lugares, pero todos no están al mismo nivel, la Escritura y la Tradición son los fundamentales y el punto de partida; entre los otros ocho están la vida de la iglesia y su magisterio, así como la historia humana. Manteniendo, nos parece, el carácter de fuente, hay tendencia actualmente a considerar que el lugar teológico es también un lugar eclesial y social desde el cual se elabora el discurso sobre la fe11. Lo que da fundamento a esta función, incluyendo los matices mencionados, es el dato bíblico de la presencia de Dios en la historia. La “ley de la encarnación” M.D. Chenu12 empleaba la expresión “ley de la encarnación” como una clave hermenéutica –cuya fuente es la encarnación del Verbo del Padre en la historia humana– para comprender el mensaje cristiano y la historia humana. El discurso de Benedicto XVI, de gran influencia en las conclusiones de Aparecida13, insiste en el Dios de rostro humano y, por lo tanto, en su presencia en la historia: “Dios es la realidad fundante, no un Dios sólo pensado o hipotético, sino el Dios de rostro humano; es el Dios-con-nosotros, el Dios del amor hasta la cruz” (n.3). El tema mateano del Emmanuel –de abolengo veterotestamentario– impregna sus palabras y ofrece un fuerte apoyo para hablar de los compromisos que los cristianos, y la iglesia en su conjunto, deben asumir ante la situación de América Latina y el Caribe. Al inicio de su discurso, con un lenguaje que, en el pasado, algunos veían con desconfianza, el Papa afirma, incluso, que “el Verbo de Dios, haciéndose carne en Jesucristo, se hizo también historia y cultura” (DI n.1)14. Al hacerse hombre entra en la historia humana y se sitúa en una cultura; son “El texto tiene tres grandes partes que siguen el método de reflexión teológico-pastoral “ver, juzgar y actuar”. Así se mira la realidad con ojos iluminados por la fe y un corazón lleno de amor, proclama con alegría el Evangelio de Jesucristo para iluminar la meta y el camino de la vida humana, y busca, mediante un discernimiento comunitario abierto al soplo del Espíritu Santo, líneas comunes de una acción realmente misionera, que ponga a todo el Pueblo de Dios en un estado permanente de misión” (Resumen n.3). 9 En la versión revisada, a este número se le agregaron unas líneas que insisten en que se trata, como lo sabemos, de una lectura desde la fe. 10 Cf. A. Gardeil “Lieux théologiques”, en Dictionnaire de Théologie Catholique (París, Librairie Letouzey et Ané, 1926) t. IX, Première Partie, col. 712-747. 11 Cf. Ver el artículo de V. Fernández, “Los pobres y la teología en la Notificación sobre las obras de Jon Sobrino”, consultado el 8 de julio 2007 en http://www.uca.edu.ar/esp/sec-fteologia/novedades. 12 La presencia del tema de los signos de los tiempos en la GS debe mucho a sus aportes, ver su artículo “Les Signes des tempos: réflexion théologique”, en Y.M.-J. Congar y M. Peuchmaurd, L´Eglise dans le monde de ce temps t. II (París, Cerf, 1967), 205-225. 13 Ver al respecto G. Gutiérrez, “Benedicto XVI y la opción preferencial por el pobre”, en Páginas, n. 205 (junio 2007) 6-13. 14 Texto que no fue recogido en Aparecida, si bien es verdad que su contenido está presente en varios lugares de su Documento final. 8 dimensiones necesarias y cargadas de consecuencias para una comprensión apropiada del mensaje cristiano Un mensaje que se da en la historia, y que al mismo tiempo la transciende. II REAFIRMACIÓN DE LA OPCIÓN PREFERENCIAL POR EL POBRE El lazo entre Dios y el pobre impregna toda la Biblia. Bartolomé de Las Casas lo dice en un bello y expresivo pensamiento, del que hizo una pauta de conducta en su solidaridad y defensa de los habitantes autóctonos de estas tierras. Vale la pena citarlo, una vez más, hablando de una asamblea eclesial continental: “del más chiquito y más olvidado, tiene Dios la memoria más viva y muy reciente”. En esa memoria se basa la opción preferencial por el pobre, expresión contemporánea para decir un punto central del mensaje cristiano. Asumimos “con nueva fuerza esta opción…” (n.399), “se confirma nuestra opción…” (Resumen n.6), “reafirmamos nuestra opción…” (Mensaje n.4), mantenemos “con renovado esfuerzo nuestra opción…” (id. n.4). Aparecida multiplica esos enunciados, con ellos manifiesta una voluntad que marca todo su texto: situarse en una continuidad reforzada y creativa de la opción preferencial por el pobre, perspectiva adoptada por la iglesia latinoamericana y caribeña en las últimas décadas. Ella perfila, lo dice en un texto ya mencionado, “la fisonomía de la iglesia” (A. 391) en el continente. Es una convicción que Aparecida plantea como un punto de no retorno15. El fundamento cristológico Sin duda, una de las aseveraciones más relevantes del discurso inaugural de Benedicto XVI, y de gran influjo en el texto final, concierne el fundamento teológico de la opción por el pobre. Tocar el tema, y hacerlo en términos muy claros, ante la Conferencia episcopal del continente en el que surgió la formulación de esa solidaridad con los pobres fue particularmente significativo. El Papa encuadra dicha opción recordando que la fe cristiana nos hace salir del individualismo y crea una comunión con Dios y, por eso mismo, entre nosotros: “La fe nos libera del aislamiento del yo, porque nos lleva a la comunión: el encuentro con Dios es, en sí mismo y como tal, encuentro con los hermanos, un acto de convocación, de unificación, de responsabilidad hacia el otro y hacia los demás”. La opción por el pobre es un camino hacia la comunión, y encuentra en ella significación más profunda y exigente. El texto que acabamos de citar continúa, en forma inmediata, de este modo: “En este sentido, la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Cor. 8,9)” (DI. n.3). Es la fe en un Dios que se ha hecho uno de nosotros y que se manifiesta en el testimonio del amor prioritario de Jesucristo por los pobres. En esa línea de encarnación es citado el texto en Aparecida. “Nuestra fe proclama que –dice apoyándose en una frase del documento de la Iglesia en América (n.67)– ‘Jesucristo es el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre’”. Sigue la cita del discurso del Papa: “Por eso ‘la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza’ (DI n.3)”. “Por eso”, equivalente al “en ese sentido” del discurso papal, la mención del rostro de Cristo y del nuestro da, igualmente, el fundamento de esa opción. De modo límpido lo sostiene Aparecida: “Esta opción nace de nuestra fe en Jesucristo, el Dios hecho hombre, que se ha hecho nuestro hermano (cf. Hb 2, 11-12)” (A. 392)16; la hermandad entre Cristo y los seres humanos, la comunión de que hablaba el Discurso inaugural es acentuada en Aparecida por la referencia al texto de Hebreos. Dos números más adelante, se retoma la idea de la opción por el pobre como implícita en la fe cristológica o como naciendo de ella: “de nuestra fe en Cristo brota también la solidaridad como actitud permanente de encuentro, hermandad y servicio” (A. 394). Esos diversos términos subrayan la obligada relación entre Cristo y la opción por el pobre. 15 La frase opción preferencial por el pobre se encuentra 11 veces en Aparecida, la más breve, opción por el pobre, 4 veces. De esas 15 menciones, 8 se hallan en el capítulo 8, que trata directamente del asunto. No obstante, a esto hay que agregar numerosos textos que apuntan a lo mismo con expresiones sinónimas. 16 El Documento autorizado agrega una frase a este texto: “Ella, sin embargo, no es exclusiva ni excluyente”; que enfatiza el sentido que tiene la palabra preferencial. Vínculo señalado ya por las tres Conferencias latinoamericanas anteriores. En ellas aparece nítidamente el fundamento cristológico de la opción por el pobre17. Todas se refieren, además, al mismo texto de 2Cor. 8,9, al que aluden Benedicto XVI y Aparecida. Pero, indudablemente, la formulación que hallamos en estos últimos textos da precisión, actualidad y un gran vigor a una perspectiva que ha puesto un sello indeleble en la vida de la iglesia del continente y más allá de él. De este modo, la opción por el pobre se constituye en un eje del Documento de Aparecida, y lo es porque, precisamente, se trata de un eje de vida y de reflexión para un seguidor de Jesús18. Los rostros de los pobres El Documento deduce una importante consecuencia de lo dicho sobre el fundamento de la opción por el pobre: “Si esta opción –dice– está implícita en la fe cristológica, los cristianos como discípulos y misioneros estamos llamados a contemplar, en los rostros sufrientes de nuestros hermanos, el rostro de Cristo que nos llama a servirlo en ellos”. Y acude a un texto de Santo Domingo (n.178) para hacer ver el alcance de su afirmación: “Los rostros sufrientes de los pobres son rostros sufrientes de Cristo” (A. 393). Ese reconocimiento implica “una mirada de fe” (A. 31). El tema, de evidente inspiración evangélica, surge, como es sabido, en Puebla (nn.31-39). Su recepción en las comunidades cristianas del continente y en muchas de sus celebraciones litúrgicas fue enorme. Santo Domingo lo retomó, extendió la lista de esos rostros y pidió que se prolongara. Es lo que ha hecho Aparecida, asumiendo un elemento relevante de la tradición eclesial latinoamericana de las últimas décadas. Es más, tenemos, en el Documento, dos listas de los nuevos rostros de los pobres en los que debemos reconocer la faz de Cristo19. De modo preciso y firme se sostiene que el reto que viene de esos rostros sufrientes va al fondo de las cosas: “ellos interpelan el núcleo del obrar de la Iglesia, de la pastoral y de nuestras actitudes cristianas” (A. 393). La razón es clara y demandante, porque “todo lo que tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Jesucristo: ‘Cuanto lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron’ (Mt 25, 40)” (id.). Estrecha relación entre Cristo y el pobre. El texto capital de Mateo 25, de larga presencia en la historia de la evangelización y en la solidaridad con los pobres de este continente, es el basamento de esta perspectiva. Por ese motivo es el pasaje bíblico más trabajado en la teología de la liberación20. El número de Aparecida que estamos citando termina con un nuevo apunte cristológico: “Juan Pablo II destacó que este texto bíblico ‘ilumina el misterio de Cristo’21. Porque en Cristo el grande se hizo pequeño, el fuerte se hizo frágil, el rico se hizo pobre” (id.). En efecto, el texto de Mateo no se limita a una cuestión de comportamiento del cristiano, a un asunto de ética de inspiración evangélica; nos indica una pista para comprender el Emmanuel, el Dios con nosotros, el Dios presente en la historia humana. Si no vamos hasta ese punto no entendemos su hondura y su alcance. Los contrastes que presenta la frase citada resultan particularmente significativos y dicentes. El texto con el que termina ahora el primer capítulo resume bien lo dicho en este párrafo: “En el rostro de Jesucristo, muerto y resucitado, maltratado por nuestros pecados y glorificado por el Padre, en ese rostro doliente y glorioso, podemos ver, con la mirada de la fe, el rostro humillado de tantos hombres y mujeres de nuestros pueblos y al mismo tiempo su vocación a la libertad de los hijos de 17 Cf. Medellín, Pobreza, nn. 4c y 7, Puebla 1145 y 1147 y Santo Domingo 178 y 164. Es interesante observar, al respecto, que un primer borrador del Mensaje presentaba en una frase ‘la opción preferencial por los pobres y por los jóvenes’. Pero ante intervenciones que recordaron el carácter global, debido a su raíz evangélica, de la opción por los pobres, y la condición de línea pastoral de la opción por los jóvenes, se decidió separar esas dos afirmaciones y el texto quedó así: “Mantener con renovado 18 esfuerzo nuestra opción preferencial y evangélica por los pobres” y después: “Acompañar a los jóvenes en su formación y búsqueda de identidad, vocación y misión, renovando nuestra opción por ellos”. Ese aspecto pastoral, importante sin duda, está subrayado en el n. 446ª del Documento final que habla de la opción preferencial por los jóvenes, en el contexto de la Pastoral de juventud. 19 Ver nn. 65, 402 y 407-430. En ellos se habla, entre otros, de migrantes, desplazados, víctimas del VIHSIDA, niñas y niños sometidos a la prostitución infantil, excluidos por el analfabetismo tecnológico, tóxico-dependientes, tuberculosos, presos recluidos en condiciones inhumanas. Y se repiten las menciones de mujeres, indígenas, afroamericanos, que, además, son considerados con mayor detenimiento que el recibido en las Conferencias precedentes. 20 Cf. G. Gutiérrez, “Donde está el pobre está Jesucristo”, en Páginas n. 197 (feb. 2006) 6-22. 21 Juan Pablo II, Novo Millennio 49. Dios, a la plena realización de su dignidad personal y a la fraternidad entre todos. La Iglesia está al servicio de todos los seres humanos, hijos e hijas de Dios” (A. 31). La preferencia por los pobres Se trata de una opción, en tanto solidaridad y compromisos firmes, una opción no opcional, como se ha dicho muchas veces. Una opción preferente por los pobres. Ambos vocablos son ahondados en el Documento de Aparecida. Un kairós: la emergencia del pobre Lo que se ha llamado la irrupción del pobre en la vida del continente ha dado lugar a una reflexión, a la luz de la fe, de ese signo de los tiempos. Ese camino nos condujo a un estudio bíblico que resulta en la propuesta de la opción por el pobre. La solidaridad que ella implica se refiere, en consecuencia, a los pobres reales, aquellos que viven en una situación de injusticia y de insignificancia social, contraria a la voluntad de vida del Dios amor. El Documento asume este enfoque y, desde la situación de los pobres y excluidos de nuestros días, retoma con fuerza algunas notas en las que han insistido la vivencia y la reflexión sobre la opción por los pobres en estos años. En primer lugar, esboza una percepción de la complejidad de la pobreza, que no se limita a su dimensión económica, por importante que ella sea. “El flagelo de la pobreza (…) tiene diversas expresiones: económica, física, espiritual, moral, etc.” (A. 176). De allí su sensibilidad por “la diversidad cultural” del continente que considera “evidente” (A. 56)22. Valora y considera un “kairós”, un momento propicio, en el continente la nueva presencia de indígenas y afrodescendientes que puede incluso llevarnos a “un nuevo Pentecostés”23. En un buen apunte, el Documento dice que ellos “son, sobre todo, ‘otros’ diferentes que exigen respeto y reconocimiento. La sociedad tiende a menospreciarlos, desconociendo su diferencia” (A. 89)24. En efecto, el pobre es el otro de una sociedad que no le reconoce, salvo teóricamente, su dignidad humana. En la misma vena, y acentuando la complejidad del mundo de la marginación e insignificancia social, Aparecida trata de la situación de la mujer25, que sufre una ominosa exclusión por varias razones26, y de quien “urge escuchar el clamor, tantas veces silenciado” (A. 454). Para ella vale, asimismo, la cuestión del tipo de alteridad mencionada, de cierta manera la mujer es ‘otra’ respecto de la sociedad actual, alguien a quien no se reconoce la plenitud de su dignidad humana. El texto pone, además, el acento en aquellas que pertenecen a poblaciones particularmente marginadas, al mismo tiempo que subraya la actualidad y la premura de ese estado de cosas. “En esta hora –se dice– de América Latina y El Caribe urge escuchar el clamor, tantas veces silenciado, de mujeres que son sometidas a muchas formas de exclusión y de violencia en todas sus formas y en todas las etapas de sus vidas. Entre ellas, las mujeres pobres, indígenas y afrodescendientes han sufrido una doble El texto continúa: “Existen en nuestra región diversas culturas indígenas, afrodescendientes, mestizas, campesinas, urbanas y suburbanas. (…) A esta complejidad cultural habría que añadir también la de tantos inmigrantes europeos que se establecieron en los países de nuestra región”. (A. 56). 23 “Los indígenas y afrodescendientes emergen ahora en la sociedad y en la Iglesia. Éste es un “kairós” para profundizar el encuentro de la Iglesia con estos sectores humanos que reclaman el reconocimiento pleno de sus derechos individuales y colectivos, ser tomados en cuenta en la catolicidad con su cosmovisión, sus valores y sus identidades particulares, para vivir un nuevo Pentecostés eclesial” (A. 91; ver los nn. 88-97 y 529-533). 24 El texto sigue en estos términos: “Su situación social está marcada por la exclusión y la pobreza. La Iglesia acompaña a los indígenas y afroamericanos en las luchas por sus legítimos derechos” (A. 89). A propósito de la presencia de los pueblos indígenas en Aparecida, ver el interesante artículo de Eleazar López, “Aparecida y los indígenas”, en “Espacio de análisis, reflexión e información en torno al V CELAM”, Boletín de Análisis 10, pp.1-6. 25 “En esta hora de América Latina y de El Caribe urge tomar conciencia de la situación precaria que afecta la dignidad de muchas mujeres” (A. 48; ver, también, los nn. 451-458). 26 “Muchas mujeres (…) son excluidas, en razón de su sexo, raza o situación socioeconómica” (A. 65). Otro texto habla de la necesidad de “superar una mentalidad machista que ignora la novedad del cristianismo, donde se reconoce y proclama la ‘igual dignidad y responsabilidad de la mujer respecto al hombre’ (DI n. 5)” (A. 453). 22 marginación.” (A. 454). Doble marginación sobre la que nos alertaba ya el texto sobre la Opción preferencial por el pobre de Puebla (n. 1135, nota). Queda mucho más por decir sobre las diferentes caras de la pobreza y de los sectores que padecen más cruelmente la exclusión y la insignificancia social y cultural. Pero en este caso, como en muchos otros, Aparecida no cierra el análisis ni la reflexión sobre estas realidades. El Documento señala igualmente las causas de los variados tipos de pobreza27. Limitémonos a mencionar lo que dice respecto de la globalización, tema presente en varios momentos del texto de Aparecida. Comencemos por una afirmación de conjunto: “La globalización hace emerger en nuestros pueblos, nuevos rostros de pobres” (A.402). La razón está en que “en la globalización, la dinámica del mercado absolutiza con facilidad la eficacia y la productividad como valores reguladores de todas las relaciones humanas. Este peculiar carácter hace de la globalización un 28 proceso promotor de inequidades e injusticias múltiples”. (A. 61) . Esto se debe a la tendencia que la globalización favorece y que “privilegia el lucro y estimula la competencia (…) aumentando las desigualdades que marcan tristemente nuestro continente y que mantienen en la pobreza a una multitud de personas” (A. 62). Aparecida es atenta también a un punto central de la práctica y la reflexión acerca de la opción por el pobre: Los pobres mismos deben ser gestores de su destino. No se trata de hablar por los pobres, lo importante es que ellos tengan voz en una sociedad que no escucha su clamor por la liberación y la justicia. Ellos sienten “la necesidad de construir el propio destino” (A.53). A propósito del proceso de “recuperación de identidades” de pueblos marginados, se dice que esos esfuerzos “hacen de las mujeres y hombres negros sujetos constructores de su historia y de una nueva historia que se va dibujando en la actualidad latinoamericana y caribeña” (A.97). Esto vale en varios campos: “día a día los pobres se hacen sujetos de la evangelización y de la promoción humana integral” (A. 398). Preferencia En Medellín se sentaron las bases de lo que en el tiempo anterior a Puebla comenzó a llamarse opción prioritaria, preferencial, privilegiada, y otras expresiones sinónimas, por el pobre. De hecho, las tres palabras de la frase opción preferencial por el pobre corresponden, una a una, a las tres acepciones del término pobreza que distingue Medellín: solidaridad con el pobre y rechazo de la pobreza, pobreza espiritual, y pobreza real como condición injusta e inhumana29. El término preferencia no intenta moderar –y menos todavía olvidar– la exigencia de solidaridad con el pobre y con la justicia social. No se le comprende sino en relación con el amor de Dios. La Escritura lo presenta como universal y preferente a la vez. A ello se refería Juan XXIII cuando hablaba de “una iglesia de todos y particularmente una iglesia de los pobres”. Dos aspectos que están, no en contradicción, pero sí en una tensión fecunda. Limitarse a uno de ellos es perder los dos. Por ello, Aparecida dice –al inicio del capítulo que trata especialmente de la opción por el pobre– que “la misión del anuncio de la Buena Nueva de Jesucristo tiene una destinación universal. Su mandato de caridad abraza todas las dimensiones de la existencia, todas las personas, todos los ambientes de la convivencia y todos los pueblos. Nada de lo humano le puede resultar extraño” (A. 380). En este marco hay que entender el sentido de la prioridad de los insignificantes y excluidos. Es lo que hace el Documento cuando, al hablar de la opción por el pobre, afirma: que “sea preferencial implica que debe atravesar todas nuestras estructuras y prioridades pastorales. La Iglesia latinoamericana está llamada a ser sacramento de amor, solidaridad y justicia entre nuestros pueblos” (A. 396). Transversal a todas las instancias eclesiales y no encajonada en determinados sectores, de manera a ser sacramento de amor y justicia. A eso apunta la preferencia y no a amortiguar la radicalidad de la opción. Por un lado, la universalidad sitúa el privilegio de los pobres en un ancho horizonte y le exige rebasar continuamente sus eventuales límites; a su vez, la preferencia por los pobres da concreción y 27 Los nn 43-82 tratan de las situaciones sociocultural, económica y sociopolítica. Precisemos que el Documento deja en claro que se trata de “la globalización tal y como está configurada actualmente” (A. 61). 29 Ver una breve descripción de ese proceso en G. Gutiérrez, “Pobreza y teología”, en Páginas n. 191 (febrero 2005) 12-28. 28 alcance histórico a dicha universalidad y le advierte del peligro de permanecer en un nivel engañoso et nebuloso. III EVANGELIZACIÓN Y COMPROMISO POR LA JUSTICIA Son varias las cuestiones que se derivan del modo como es reafirmada y presentada la opción preferencial por el pobre en Aparecida. Nos limitaremos a enfatizar una de ellas. En continuidad con lo que llevamos dicho, que a su vez es el resultado de décadas de un recorrido en el que no han faltado los altibajos, el Documento expresa una visión amplia y fecunda acerca de la evangelización. Se dice tempranamente en el texto que los discípulos misioneros30 saben que la luz de Cristo garantiza la esperanza, el amor, y el futuro, y añade: “ésta es la tarea esencial de la evangelización, que incluye la opción preferencial por los pobres, la promoción humana integral y la auténtica liberación cristiana” (A. 146). En efecto, uno de los alcances de la opción por el pobre concierne el testimonio de la Buena Nueva. Compartir una experiencia El anuncio del Evangelio procede de un encuentro. Del encuentro con Jesús. Hemos encontrado al Mesías, al Cristo, dice Andrés a su hermano Simón Pedro y lo lleva donde Jesús (cf. Juan 1,41-42). Es un sencillo relato que nos dice en qué consiste lo esencial de la comunicación de la Buena Nueva. Recordarlo le permite al Documento entrar en consideraciones que nos son muy cercanas, que forman parte de muchas experiencias y que van al sentido mismo de la opción preferencial por el pobre. La alegría del discípulo Ese compartir nace de la alegría del “encuentro con Jesucristo, a quien reconocemos como el Hijo de Dios encarnado y redentor (…) deseamos que la alegría de la buena noticia del Reino de Dios, de Jesucristo vencedor del pecado y de la muerte, llegue a todos (…), darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo” (A. 32). Sin esta experiencia la transmisión del mensaje se convierte en algo frío y lejano que no llega a las personas. La opción por el pobre no escapa al riesgo “de quedarse en un plano teórico o meramente emotivo, sin verdadera incidencia en nuestros comportamientos y en nuestras decisiones” (A. 397). La alegría del encuentro con Jesús amplía nuestra mirada y ensancha nuestro corazón. La opción por los pobres nos pide “dedicar tiempo a los pobres, prestarles una amable atención, escucharlos con interés, acompañarlos en los momentos más difíciles, eligiéndolos para compartir horas, semanas o años de nuestra vida, y buscando, desde ellos, la transformación de su situación” (ib.). No es una cuestión de condescendencia, sino de solidaridad y amistad, y la amistad significa igualdad, reconocer su dignidad humana. El Documento lo entiende de este modo, advierte, por eso, que debe evitarse “toda actitud paternalista” (ib.). Pobrezas ocultas “Sólo la cercanía que nos hace amigos –dice Aparecida– nos permite apreciar profundamente los valores de los pobres de hoy, sus legítimos anhelos y su modo propio de vivir la fe. La opción por los pobres debe conducirnos a la amistad con los pobres” (A. 398)31. En efecto, sin amistad con los pobres no hay auténticamente solidaridad ni un veradero compartir con ellos, la opción es por personas concretas, hijas e hijos de Dios. Esta postura nos ayudará a percibir “los grandes sufrimientos que vive la mayoría de nuestra gente y que con mucha frecuencia –dice el Documento con sensibilidad y finura– son pobrezas ocultas” (A. 176). Las hay entre los pobres, pobrezas modestas, poco llamativas, hechas vida cotidiana, tan asimiladas que de ellas no se habla, vejaciones vistas como hechos ineluctables, un cierto pudor las cubre con un manto de silencio. Ocurre sobre todo con las mujeres de los sectores pobres; 30 Varios participantes en la Conferencia postularon atinadamente, y eso quedó plasmado en el algunos textos del Documento de Aparecida, que se suprimiera la ‘y’ de la expresión “discípulos y misioneros”, para subrayar que todo discípulo de Jesús es necesariamente misionero. El testimonio discipular es, efectivamente, una prolongación indispensable, en comunidad, de las misiones trinitarias del Hijo y del Espíritu (cf. Ad Gentes nn.3-5). 31 El texto que sigue lo hemos citado antes y trata de los pobres como gestores de su destino. marginadas, muchas veces al interior mismo de sus familias, pero no sucede únicamente con ellas. Todas esas pequeñas (o grandes) miserias sólo salen a la superficie –cuando lo hacen– después de mucho tiempo de amistad, y hasta se pide disculpas para hablar de ellas. Hasta allí hay que ir. Estas consideraciones no obvian, de ningún modo, que la opción por el pobre significa, asimismo, un compromiso por la justicia (lo veremos en el siguiente párrafo); simplemente nos hacen acentuar aspectos centrales que pueden escaparse a una mirada que no cala suficientemente en las hondas dimensiones de la opción por el pobre y en los aspectos más delicados de las personas. La Iglesia abogada de la justicia y de los pobres La opción por el pobre está incluida en la tarea evangelizadora, decía Benedicto XVI en una frase citada líneas arriba. Esto lleva a plantearse el lugar de la acción por la justicia en el anuncio del Reino. Una palabra profética Acción por la justicia y promoción humana no son ajenas a la evangelización. Todo lo contrario. No terminan allí donde comienza el anuncio del mensaje cristiano, no son una pre-evangelización, constituyen una parte de la proclamación de la Buena Noticia. Esto que hoy es evidente para nosotros, y lo es en Aparecida, es el resultado de un proceso que fue haciendo comprender el sentido de decir “que llegue tu Reino”. Es hablar de la transformación de la historia en la que el reinado de Dios se hace presente ya, aunque todavía no plenamente. Es una andadura que se acelera desde el Concilio, dónde se tomó seriamente la presencia de la iglesia en el mundo. Las conferencias episcopales: Medellín afirma que Jesús vino a liberarnos del pecado, cuyas consecuencias son servidumbres que se resumen en la injusticia (Justicia 3). El Sínodo romano sobre Justicia en el mundo (1971) se sitúa en esa línea: la misión de la iglesia “incluye la defensa y la promoción de la dignidad y de los derechos fundamentales de la persona humana” (n.37). Además de la Evangelii Nuntiandi (n.29), Juan Pablo II lo dijo en Puebla, casi con los mismos términos del Sínodo: la misión evangelizadora “tiene como parte indispensable la acción por la justicia y la promoción del hombre” (DI III,2). Benedicto XVI recuerda que “la evangelización ha ido unida siempre a la promoción humana y a la auténtica liberación cristiana. “Amor a Dios y amor al prójimo se funden entre sí: en el más humilde encontramos a Jesús mismo y en Jesús encontramos a Dios” (Deus caritas est, 15). Una cuestión de principio: las infidelidades a ese postulado en la historia no lo modifican en tanto exigencia permanente32. En ese orden de ideas, declara abiertamente, en un texto muy influyente en Aparecida: “La Iglesia es abogada de la justicia y de los pobres”, y unas líneas más abajo repite la idea: “abogada de la justicia y de la verdad” (DI n.4). Textos varias veces citados en Aparecida, con agregados que ahondan su significación. “El Santo Padre nos ha recordado –se dice– que la Iglesia está convocada a ser “abogada de la justicia y defensora de los pobres” ante “intolerables desigualdades sociales y económicas” (A. 395). El punto queda claro. El anuncio del evangelio es una palabra profética que anuncia el amor de Dios por toda persona, pero prioritariamente por los pobres e insignificantes, y que denuncia la situación de injusticia que ellos padecen. El anuncio del evangelio implica una transformación de la historia que gire en torno a la justicia, a una respetuosa valoración de las diferencias de género, étnicas y culturales, y a la defensa de los más elementales derechos humanos sobre las que debe fundarse una sociedad en la que se viva una auténtica igualdad y fraternidad. Una sociedad de condiciones “más humanas”, según la cita de la Populorum Progressio (n.21) que hace el Papa en su Discurso inaugural. La mesa de la vida 32 Aparecida recoge la idea con una alusión a la actitud del samaritano que sale de su camino para atender al herido: “Iluminados por Cristo, el sufrimiento, la injusticia y la cruz nos interpelan a vivir como Iglesia samaritana (cf. Lc 10, 25-3 7), recordando que “la evangelización ha ido unida siempre a la promoción humana y a la auténtica liberación cristiana” (DI n3)” (A. 26). Denunciar la injusticia y proponerse establecer la justicia, son expresiones necesarias de la solidaridad con persona concretas33. Creemos en un Dios de la vida que rechaza la pobreza inhumana que no es otra cosa que muerte injusta y prematura. Todos estamos llamados a participar en el banquete de la vida. “Las agudas diferencias, –afirma la Conferencia– entre ricos y pobres nos invitan a trabajar con mayor empeño en ser discípulos que saben compartir la mesa de la vida, mesa de todos los hijos e hijas del Padre, mesa abierta, incluyente, en la que no falte nadie. Por eso reafirmamos nuestra opción preferencial y evangélica por los pobres” (Mensaje, 4). Mesa abierta, de la que nadie está excluido, pero cuyos primeros invitados son los últimos de este mundo. El Papa, en su discurso inaugural, hizo una interesante alusión al peligro en el mundo de hoy de una actitud individualista e indiferente a la realidad en que vivimos. Aparecida la recoge con los mismos términos: “la santidad no es una fuga hacia el intimismo o hacia el individualismo religioso”, tendencia muy marcada en la sociedad y en el mundo religioso de hoy. El texto insiste, “tampoco un abandono de la realidad urgente de los grandes problemas económicos, sociales y políticos de América Latina y del mundo y, mucho menos, una fuga de la realidad hacia un mundo exclusivamente espiritual” (A. 148; ver DI n3). Es en efecto, una gran tentación contemporánea en la vida cristiana, de la que muchos se ufanan y que da buena conciencia al precio de abandonar el testimonio de Jesús. Como si una postura intimista y recoleta, con la pretensión de moverse en una esfera “exclusivamente espiritual”, respondiese fielmente a las exigencias evangélicas. En ese sentido, el Papa y Aparecida hacen un gran llamado de atención a ese ‘purismo’ que no corresponde a la auténtica pureza y limpidez del evangelio34. Las Comunidades eclesiales de base, que “despliegan su compromiso evangelizador y misionero entre los más sencillos y alejados, y son expresión visible de la opción preferencial por los pobres” (A. 179)35, acentúan justamente la solidaridad que nace del amor a Dios y al prójimo y forma parte de un “mandamiento único” (Deus Caritas 18). En la Eucaristía, configurándonos con el Señor, y en escucha orante de su Palabra, hacemos memoria de su vida, testimonio, enseñanza, muerte y resurrección y celebramos con gozo nuestra comunión con Dios y entre nosotros (cf. A. 142). CONCLUSIÓN El Documento tiene una impronta de esperanza, pero no de ilusiones. Hacia el final del texto se anota que “no hay otra región que cuente con tantos factores de unidad” como América Latina y el Caribe. Pero se trata de una “una unidad desgarrada porque atravesada por profundas dominaciones y contradicciones”, y el texto añade: “todavía incapaz de incorporar en sí ‘todas las sangres’ y de superar la brecha de estridentes desigualdades y marginaciones” (A. 527). La frase de José María Arguedas, con la que caracterizaba al Perú, vale en efecto para todo el continente. Ella expresa nuestra diversidad y, también, nuestra riqueza y potencialidades. Señalar las dificultades presentes es una cuestión de realismo y una condición indispensable para enfrentar debidamente los retos que vienen de nuestra situación. Aparecida ha intentado ver cara a cara esa realidad, sin subterfugios y escapatorias. Y presenta exigencias a los discípulos de Jesucristo para que cumplan su misión con fidelidad al evangelio. Lo hace convencida de que “la opción preferencial por los pobres nos impulsa, como discípulos y misioneros de Jesús, a buscar caminos nuevos y creativos a fin de responder otros efectos de la pobreza” (A.409). Y a sus varias causas y a sus múltiples consecuencias. La opción preferencial por el pobre comprende un estilo de vida que ha inspirado muchos compromisos en tres niveles, diversos pero relacionados: el anuncio de la buena nueva (en los terrenos pastoral y social), tal vez el más “Asumiendo con nueva fuerza esta opción por los pobres, ponemos de manifiesto que todo proceso evangelizador implica la promoción humana y la auténtica liberación “sin la cual no es posible un orden justo en la sociedad’ (DI n.3)” (A. 399) 34 En la misma línea va la insistencia de Benedicto XVI y de Aparecida en señalar que “la vida cristiana no se expresa solamente en las virtudes personales, sino también en las virtudes sociales y políticas” (DI n.3 y A. 505). 35 Entre las modificaciones al texto final de Aparecida, más numerosas que en las Conferencias anteriores, la más extensa corresponde a los párrafos que conciernen las comunidades de base. 33 visible; el teológico; y, como basamento de todo lo anterior, el de la espiritualidad, el seguimiento de Jesús. Esto es lo que la hace uno los ejes transversales del Documento36. Al inicio de estas páginas decíamos que el acontecimiento y el Documento de Aparecida marcarán la vida de la iglesia de América Latina y el Caribe en el tiempo que sigue, pero es necesario completar esa afirmación. Esto dependerá de la recepción que le demos a Aparecida, es algo que está en nuestras manos37. En las manos de las iglesias locales, de las comunidades cristianas y de diferentes instancias eclesiales. La exégesis, la interpretación de textos como éste, se hace en los hechos, en la práctica. A eso nos llama la Buena Nueva del reinado de Dios en nuestro aquí y ahora. 36 Sobre los temas trabajados en teología de la liberación y el Documento de Aparecida, ver el blog All things catholic de John Allen “The lasting legacy of liberation theology” (24 mayo 2007) http://ncronline.org 37 Como dice Carlos Galli, Aparecida “fue un acontecimiento que, con el paso del tiempo, la recepción eclesial y su influjo real dirán si llega a ser ‘histórico’” (“Aparecida ¿un nuevo Pentecostés en América Latina y el Caribe?” en Criterio (Año LXXX, n. 2328) julio 2007) 362-371).