1 La creciente División entre la Sinagoga y la Iglesia en el Primer Siglo El Fiscus Judaicus Por Christopher O’Quin © Christopher O’Quin, 2002 (Traducido por: Ms. Rhode Flores) No os dejéis engañar por extrañas doctrinas ni por antiguas fábulas, que para nada aprovechan. Porque si aún vivimos conforme a la ley judía, reconocemos que no hemos recibido la gracia... [Porque nosotros] hemos recibido la posesión de una nueva esperanza, habiendo dejado de observar el día de reposo o shabat, sino viviendo observando el Día del Señor. [Porque] es absurdo profesar a Cristo Jesús y judaizar puesto que el cristianismo no abrazó el judaismo, sino que fue todo lo contrario, el judaísmo el que abrazó el cristianismo. ”1 No aceptéis el judaísmo, sin embargo, si alguien os predica la ley judía escuchadle, porque es mejor prestar atención a la doctrina cristiana.... que al judaísmo…2 [Porque] en lo que se refiere a su escrúpulo en relación con las carnes y su superstición en lo relacionado con los shabats y el que se jacten de la circuncisión y sus fantasias en lo que se refiere al ayuno y las lunas nuevas … [estas] cosas resultan totalmente ridículas y no son dignas de prestarles atención”.3 Estas no son las doctrinas de los Reformadores de la Iglesia, de los sacerdotes católicos medievales y ni siquiera de la Corte de Constantino. Estas instructiones corresponden a los primeros años de la Iglesia postapostólica, alrededor del año 107 de la E.C. algo que a la mayoría de los creyentes mesiánicos les produce un tremendo sobresalto. ¿De qué modo llegó la Iglesia a una comprensión de sí misma de manera que hizo que fuese tan contraria al judaísmo y a la Toráh tan temprano en su desarrollo? Basándose en estas instrucciones podemos entender con toda claridad los mandamientos clave de la Toráh, como pueden ser las leyes Kosher, el observar el shabat, la circuncisión y las fiestas de la Toráh que ya se consideraban como si hubiesen sido abolidas. ¿De qué manera pudo esta teología antinominiana desarrollarse tan rápidamente en la Iglesia primitiva cuando en realidad las Escrituras Apostólicas ofrecen abundantes ejemplos que dan testimonio de la naturaleza eternal de la Toráh de Dios? Se desarrolló, en parte, debido a que la doctrina de la Iglesia Cristiana se basaba en mucho mas que que la simple 2 enseñanza apostólica. De hecho, existe una enorme cantidad de evidencia que sugiere que el Cristianismo posterior al Segundo Templo se redefinió a sí mismo a pesar de la enseñanza apostólica. Pero antes de continuar, nos será de gran ayuda definir algunos términos. Será importante distingir entre tres grupos principales: el Judaísmo traditional, las comunidades mesiánicas y la Iglesia Cristiana. Una vez que fue destruido el Templo en Jerusalén, el judaísmo se vio obligado a definirse de nuevo a sí mismo juntamente con sus costumbres relacionadas con el culto. Por ejemplo, ¿de qué manera se podían expiar los pecados sin que existiese el altar del Templo ni el sacerdocio levítico? Lo que emergió fueron tres tradiciones principales de la fe. En primer lugar, el Judaísmo tradicional (posteriormente conocido como el judaísmo rabínico) que continuó aferrándose a la inmutabilidad de la Toráh. Para ellos lo que estaba en juego en realidad no era si la Toráh seguía siendo de vital importancia, sino de qué modo se debía de obedecer a la Toráh a la luz de las nuevas restricciones. El segundo grupo, como los que acabamos de mencionar, continuó cumpliendo con la observancia de la Toráh en todos los aspectos de la vida, pero no pudieron escapar a lo que ellos consideraban el carácter inmutable de la persona de Yeshua de Nazaret como el Mesías. Compuesta tanto por judíos como por gentiles, esta comunidad de Yeshua Ha Mashiach era sumamente judía y cumplidora de la Toráh y es precisamente este grupo en el que debemos de pensar cuando usamos los términos "Comunidad Mesiánica". El tercer grupo surgió de una creciente gentilización de las comunidades por toda la Diáspora. A pesar de que estas congregaciones comenzaron como comunidades mesiánicas, debido al aumento en las presiones estas congregaciones adoptaron un carácter mas antijudío y adoptaron una teología notablemente contraria a la Toráh. Para principios o mediados del segundo siglo se habían despojado totalmente de las Señales del Pacto Judío y, por lo tanto, dejaron de permanecer dentro del seno del judaísmo y este es el grupo que posteriormente se convertiría en la iglesia cristiana gentilizada. ¿Pero qué clase de presiones pudieron causar semejante ruptura con las comunidades mesiánicas? Este artículo mostrará, haciendo uso de la evidencia histórica, que una gran parte de la doctrina de la Iglesia Cristiana se desarrolló en gran medida, no basándose en las enseñanzas del Nuevo Testamento, sino mas bien como una reacción al impuesto romano del primer siglo conocido como el Fiscus Judaicus. A fin de que podamos tener una visión clara de cómo un impuesto romano pudo 3 afectar a casi 2.000 años del desarrollo de la Iglesia, es preciso que tengamos una amplia comprensión de la historia de Israel con Roma. Los problemas con Roma comenzaron alrededor del año 63 a. de C. cuando el General Pompeyo empezó a anexarse, de manera arrolladora, la parte oeste de Asia, incluyendo Siria y Palestina. Habiéndole pedido uno de los partidos que interviniese en la disputa dinástica de Judea, Pompeyo explotó esta oportunidad al máximo, conquistando rápidamente Jerusalén y dictando una política interna manteniendo a los hasmoneos en el trono. Pero además provocó una duradera amargura y resentimiento al profanar el Templo en Jerusalén cuando entró en el Lugar Santísimo. Es mas, Jerusalén debía ser considerado un estado cliente de Roma y como tal, se esperaba que prestase servicio en la defensa de las fronteras en la parte este de Roma, suministrando el tributo y la información necesarias. Aunque al principio se le concedió a Israel una gran cantidad de libertad para mantener sus asuntos internos, no se vio realmente nunca libre de las intromisiones y las intervenciones de Roma. Josefo escribe: … [se les dijo a los judíos] que si apoyaban a Hircano [al que Roma decidió nombrar como Sumo Sacerdote] vivirían con prosperidad y tranquilidad, pudiendo disfrutar su propiedad y paz general, pero si se dejaban engañar por las frígidas esperanzas de aquellos que para su beneficio privado estaban ansiosos de que se produjese una revolución, encontrarían en él no un protector, sino un amo. Hircano no era un rey, sino un autócrata y César y los romanos no eran dirigentes y amigos, sino enemigos, que no estaban dispuestos a permanecer impertérritos mientras los judíos echaban de su puesto al hombre al que ellos habían nombrado”.4 Para el año 37 a. de C., los hasmoneos fueron destituidos y reemplazados por un rey idumeo llamado Herodes, el mismo Herodes que encontramos en los relatos del Evangelio. Lo que a Roma mas parecía importarle era que los diferentes reyes clientes mantuviesen la paz y que hiciesen llegar el pago de los tributos a Roma. Siempre y cuando un rey pudiese ofrecer esto, podía contar con la ayuda romana en contra de las amenazas a su corona. Herodes es el ejemplo por excelencia de un rey que gobernó con una crueldad despótica sobre su pueblo, confiando siempre en la asistencia de Roma. Sin embargo, después de la muerte de Herodes, el centro de Tierra Santa fue oficialmente anexado como la provincia de Judea y gobernado incluso de manera mas directa por diferentes prefectos. Bajo estas condiciones las tropas romanas estarían entonces estacionadas, de manera permanente, en la región. Sin embargo, Judea fue siempre una provincia conflictiva para Roma. “Desde el principio mismo Roma y los gobernadores de sus provincias se vieron obligados 4 a luchar en contra de las casi continuas y cada vez peores crisis internas, amargados por la incomprensión mutua de las actitudes religiosas de los unos y los otros”.5 Por fin, en el año 66 de la E.C., los problemas resultaron insostenibles. Josefo describe las condiciones en la víspera de la Revuelta Judía: Festo, que fue el próximo procurador, se enfrentó con la principal maldición de la nación, matando a un número considerable de bandidos y capturando a muchos mas. Albino, que le siguió, actuó de una manera muy diferente, siendo culpable de toda clase de fechorias. No satisfecho con las acciones oficiales, que representaban los robos y el saqueo extendido de la propiedad privada o la imposición de impuestos que inutilizó a toda la nación, permitió a aquellos que habían sido encarcelados por bandidaje por los tribunales locales o a sus propios predecesores, que fuesen comprados por sus familiares y solo el hombre que se veía incapacitado para pagar permanecía en la cárcel para cumplir su sentencia … [Se]suprimió totalmente la libertad de expresión, reinando por doquier la tiranía y a partir de ese momento las semillas de la próxima destrucción fueron sembradas en la Ciudad. Así fue Albino, pero su sucesor, Gesio Floro hizo que pareciese un ángel en comparación.... Despojó ciudades enteras, arruinó comunidades completas y prácticamente anunció a todo el país que todo el mundo podía convertirse en bandido si así lo deseaban, siempre y cuando él recibiese su tajada.6 Por último, Floro volvió su avaricia al Templo, quedándose con el oro y la plata de su tesoro. Además de todas las otras cosas que había hecho, esto hizo que el pueblo de Jerusalén considerase dicho acto como la gota que colmó el vaso y de inmediato Eleazar, el hijo del Sumo sacerdote Ananias, persuadió a los ministros del Templo para que prohibiesen todos los donativos y los sacrificios a los gentiles. Esto haría inevitable la guerra con Roma puesto que este hecho abolía los sacrificios ofrecidos a Roma y al Cesar mismo. La destrucción de Jerusalén era solo cuestión de tiempo y en el año 70 de la E.C. hicieron brecha en las murallas de Jerusalén siendo saqueados, robados y quemados la ciudad y el Templo. Louis Feldman calcula que cientos de miles de dólares en plata y en oro fueron sacados del Templo.7 Las fuerzas de los celotes lograrían mantenerse durante otros tres años en Masada, pero el destino de los judíos había quedado sellado. Judea se había convertido en algo insoportable para Roma y las autoridades romanas estaban decididas a no volver a permitir que se volviese a producir otra revuelta. El sentimiento antijudío por todo el Imperio es algo que dificilmente puede ser enfatizado en exceso. Por ejemplo, los habitantes gentiles de Antioquía, que 5 tenía una considerable comunidad judía, aprovecharon el prejuicio de los romanos en contra de los judíos. Inmediatamente después de la guerra instituyeron una persecución sistemática, cuyo propósito era la eliminación de las costumbres judías religiosas y todos los que se negaban a presentar sacrificios a las deidades paganas fueron castigados, estando prohibido cesar en el trabajo en el shabat y les fueron retirados cualquier otro “privilegio” a los judíos.8 Fue con este trasfondo que las represalias romanas por la rebelión de Jerusalén cayeron sobre todos los judíos en el imperio, siendo simbólicamente expresadas por medio de la viciosa extracción de un impuesto especial conocido como el Fiscus Judaicus (Impuesto judío).9 Este impuesto era equivalente a la paga de dos días de trabajo por persona al año, para aquellos de entre tres y 60 años de edad o, para expresarlo de otro modo, equivalía a dos días de sueldo por persona en cada hogar durante tres generaciones. Si un hombre se tenía a sí mismo, a su esposa y cinco hijos, su padre y su madre y posiblemente sus suegros (las familias extendidas eran la norma) le costaba 22 días de su sueldo para poder pagar el impuesto por ser judío. Para expresarlo con palabras actuales, si una familia tenía unos ingresos de 200 dólares por día, una familia de 11 miembros requeriría un pago anual de 4.400 dólares. El impacto producido por este impuesto sobre el desarrollo de la iglesia primitiva fue significativo debido a que afectó profundamente al corazón de la identidad judeocristiana. Si se podía imponer semejante impuesto a todos los judíos, entonces era preciso preguntar: “¿quién es judío?” La respuesta, sin embargo, no era tan sencilla como pueda parecer. Como explica Martin Goodman: Algunos gentiles podían convertirse en judíos por medio de la conversión a las prácticas religiosas judías, un proceso explícitamente formulado a mediados del primer siglo por Filo. Otros gentiles se sentían atraidos por las costumbres judías, como pudiera ser el shabat, sin que fuesen necesariamente considerados por otros judíos como prosélitos. De ellos, un número considerable en Antioquía habían sido, según Josefo, aceptados por los residentes judíos “de alguna manera como parte de ellos”. De modo que, de todos estos personajes anómalos, si es que afectaba a alguno de ellos, ¿cuáles debían de pagar el impuesto judío?10 Para cuando Domiciano se convirtió en Emperador (81- 96 E.C.) está claro que no existía un sistema real para determinar claramente quién era “judío”. Suetonio escribe: 6 Los agentes de Domiciano recogían el impuesto de los judíos con una especial falta de misericordia y adoptaron procesos no solo en contra de aquellos que mantenían secreto sus orígenes judíos con el propósito de eludir el impuesto, sino en contra de aquellos que vivían como judíos sin profesar el judaísmo. Recuerdo que cuando era niño estuve en una ocasión a un tribunal abarrotado de gente, donde el agente imperial hizo inspeccionar a un anciano de noventa años con el fin de establecer si había o no había sido circuncidado”.11 Por lo tanto, una de las consecuencias no intencionadas del impuesto judío era el de obligar a las diferentes comunidades a definirse como judías o no judías. Por un lado, estaban aquellos judíos tradicionales que se consideraban observantes de la Toráh y miembros del Pacto de Israel, que jamás hubiesen renunciado a esa identidad, con lo cual está claro que pagarían el impuesto. Por otro lado, estaban aquellos otros que, aunque eran judíos por sangre, intentaban ocultarlo con el fin de evitar tener que pagar el impuesto. ¿Cómo se podía hacer esto? Evitando la práctica de las costumbres judías, como pudiera ser el observar el sábado, celebrar las fiestas judías, etc. etc. Esto era algo mucho mas extendido de lo que podemos darnos cuenta de principio. Por ejemplo, había miles de judíos que habían sido capturados como esclavos y habían sido trasladados a Roma durante el asalto de Pompeyo a Jerusalén en el año 63 a. de C. Para la época de Domiciano muchos de sus descendientes se consideraban a sí mismos como totalmente romanos, no identificándose ni con su linaje ni sus costumbres judías. Por lo tanto, se mostraban amargamente resentidos por tener que pagar un impuesto tan excesivo debido a lo que consideraban como un accidente de nacimiento. Por último, estaban aquellos que aunque por sangre no eran judíos, sin embargo practicaban la fe judía tanto en las comunidades mesiánicas como las tradicionales judías. De estos dos grupos, la primitiva comunidad mesiánica descubrió que era especialmente vulnerable puesto que los seguidores de “El Camino” pertenecían a una fe que seguía aún siendo considerada como parte del judaísmo, aunque muchos o incluso la mayoría de ellos eran creyentes gentiles para entonces. Sin embargo, el impuesto judío resultaría ser mas destructivo bajo Nerva, el sucesor de Domiciano. Porque en el año 96 de la E.C., Nerva relajó el recoger el impuesto a aquellos que, según el historiador Casio Dio, “seguían sus costumbres ancentrales”. “A nadie se le permitía acusar a ninguna persona de cometer traición o de adoptar la forma de vida judía y Nerva eliminó los abusos, en lo que se refiere a la recolección del impuesto judío”.12 Las ramificaciones de esta decisión tuvieron un profundo impacto. Fíjese el lector que el “adoptar la forma de vida judía” era considerado equivalente a cometer traición. Es mas, indicaba que al evitar las costumbres externas de la fe judía, se podía al mismo tiempo 7 evitar tener que pagar el impuesto. En otras palabras, en lo que se refiere a la política del impuesto romano, el ser judío no tenía nada que ver con la etnicidad y sí tenía que ver todo con la práctica religiosa. Teniendo esto en cuenta, considere el lector lo que les debió de pasar por la mente a los creyentes gentiles, que eran nuevos a la fe mesiánica y que, hasta entonces, no habían sentido nunca la menor identificación con los judíos. No solo es que carecían de la menor afinidad natural con nada que fuese judío, sino que se hallaron como el objeto de la creciente polémica antigentil en el seno de las tradicionales comunidades judías. No debieron tardar en preguntarse por qué iban a desear identificarse con un pueblo que, en muchos casos, no tenía el mas mínimo deseo de identificarse con ellos y de tener que pagar para colmo un impuesto aplastante e injusto. Es mas, ¿acaso el tema principal de las epístolas de Pablo a los gentiles en Galacia y en Efeso no era el hecho de que no era necesario que los gentiles se hiciesen judíos, es decir, que se circuncidasen, con el propósito de tener una parte en “el mundo venidero”? La condición requerida según las enseñanzas de Pablo era estar “en el Mesías”. ¡De hecho, Pablo llegó incluso a decir que cualquier gentil que se esforzase por conseguir ser justo ante Dios, cambiando su condición de gentil por la de judío valiéndose de la ceremonia del prosélito, acabaría viéndose separado del Mesías (Gálatas 5:4)! Por lo tanto, Pablo fue claro diciendo que los gentiles no debían intentar cambiar de gentiles a judíos, sino que debían continuar siendo gentiles, considerándose a sí mismos como gentiles que habían sido injertados en Israel gracias al Mesías (Romanos 11:17). Uno debe de preguntarse acerca de las implicaciones del impuesto en relación con dicha teología. Piense el lector acerca del recaudador de impuestos romano local, que sabía dónde se encontraban las sinagogas locales y los nombres de aquellos que asistían a ellas. Puesto que le pagaban una comisión de todos los impuestos que lograba recaudar, tenía un gran interés financiero en conseguir el cumplimiento al 100% en lo que se refiere al impuesto judío. Imagine cuál no sería su asombro al descubrir que había toda una clase de personas en la sinagoga que estaban evadiendo este impuesto judío alegando no ser judías. Sin embargo, Roma había declarado que en lo que a ella se refería, el adoptar la "forma de vida judía” era, a efectos de los impuestos, lo mismo que ser judío y, por lo tanto, si los creyentes gentiles deseaban eludir el impuesto judío estaba claro que sería preciso crear nuevas tradiciones, tradiciones que podían ser explicadas como no judías. Para los judíos pertenecientes a las comunidades mesiánicas la opción debió 8 resultarles agonizante porque ellos, al contrario de lo que les sucedía a muchos creyentes gentiles, se consideraban totalmente judíos y creyentes en un Mesías judío. Para ellos, el renunciar a sus tradiciones ancentrales significaría darle la espalda a todo el contexto de su fe. Mientras que los gentiles podían considerar “las formas de alabanza judía” como innecesarias u opcionales, para el judío estas eran los símbolos mismos del Pacto establecido entre HaShem y Su pueblo. A penas cien años antes los judíos habían sufrido terriblemente resistiéndose a los esfuerzos de helenización por parte de los sirios, que lo que pretendían era eliminar los Símbolos del Pacto en el entorno de las comunidades judías. ¿Estarían dispuestos algunos creyentes mesiánicos a desarrollar una teología helenizada que eliminase los Símbolos del Pacto, logrando de ese modo tener éxito donde los sirios habían fracasado? Sin embargo las presiones existentes eran enormes. Si no pagaban el impuesto sin duda serían convertidos en esclavos, lo cual haría casi imposible el observar la Toráh y, por otro lado, ¿de qué modo podían justificar pagar un impuesto que lo que hacía era servir para pagar la conservación del templo pagano de Jupiter Capitolinus en Roma? Por último, ¿podían ser al mismo tiempo leales al Mesías y definir de manera diferente su fe en Yeshua HaMashiach de tal manera que no tuviesen que observar la adoración en Shabat, realizar la circuncisión y celebrar las fiestas de la Toráh? Aparentemente había aquellos cuyas conciencias se las arreglaban para racionalizar y eliminar o restar importancia al cumplimiento de lo establecido en la Toráh. La evidencia para ello procede de tres fuentes principales. En primer lugar, existe la evidencia de una creciente polémica anticristiana en el seno de la sinagoga. Desde un punto de vista judío, cualquier judío étnico que se negase públicamente a pagar el impuesto anual al Fiscus Judaicus sobre la base de que no era ya judío, en el sentido religioso, hacía que su apostasía estuviese por encima de toda duda.13 De modo que el renunciar a pagar el impuesto era, en realidad, renunciar a la fe judía y al renunciar a su fe judía la persona perdía cualquier esperanza de tener parte en el mundo venidero. Era claramente semejante a aquellos que, durante el periodo hasmoneo, se habían, por así decirlo, “descircuncidado”. La repugnancia hacia aquellos apóstatas y herejes no tardó en ser expresada en el birkat ha-minim recitado en el Shemonei Esrei: … Poco antes del final del primer siglo el Rabino Gamaliel y sus socios, [se vieron impulsados por estos acontecimientos a] alterar la liturgia de la sinagoga judía, lo cual representó introducir un cambio en la bendición número 12 del Shemonei Esrei haciendo que expresase una condena [tanto contra los apóstatas como contra] los creyentes cristianos judíos. 9 “No haya esperanza para los apóstatas y que el reino insolente sea rápidamente desarraigado, en nuestros días. Y que los nazarenenos y los herejes (minim) perezcan rápidamente y que sean borrados del Libro de la Vida y que no sean inscritos con los justos”…14 La segunda fuente de evidencia respecto a la creciente distincción entre la Iglesia y la Sinagoga procede de fuentes romanas. Por ejemplo, en una carta escrita por un gobernador de una provincia en Asia Menor llamado Plinio el Menor al Emperador Trajano (circa. 110 E.C.), trata a los cristianos como un grupo separado y diferente sin referencia alguna a los judíos o las costumbres judías. Escribe diciendo: “… no sabiéndo qué hacer en el futuro, envió un informe al Emperador Trajano a efectos de que a excepción del hecho de que se negaban a adorar a los ídolos no había detectado nada impropio en su comportamiento, informandole además de que los cristianos se levantaban al amanecer y cantaban himnos a Cristo como un dios y con el propósito de mantener sus principios se les prohibía cometer asesinato, adulterio, fraude, robo y cosas por el estilo. Como respuesta, Trajano envió un escrito ordenando que no se debía dar caza a los miembros de la comunidad cristiana, pero que si se encontraban con ellos debían de ser castigados”.15 De modo que vemos que para el año 110 E.C. el gobierno romano era capaz de considerar a la comunidad cristiana como algo separado y aparte de la sinagoga. Tal vez sea lo que no se menciona en este pasaje lo que resulta mas asombroso. Fíjese el lector que no se hace mención alguna de ninguna costumbre o práctica caracteristicamente judía. No se menciona tampoco la adoración en Shabat, ni la circuncisión y ni siquiera la lectura de la Toráh. Desde el punto de vista romano, la Iglesia Cristiana había encontrado una manera de definir de manera diferente su fe, con el fin de ser considerada totalmente independiente de las comunidades judías. Por último, y lo que resulta mas impresionante, es la evidencia que procede de la Iglesia misma. Al examinar los escritos de los Padres de la Iglesia primitiva podemos ver un cambio evidente en la manera en que la Iglesia se definía a sí misma después del año 96 E.C. Una manera en que esto se ve claramente es examinando el modo en que diferentes padres de la Iglesia se basaron en las Escrituras con el fin de que sus escritos tuviesen autoridad. La marca distintiva se basa en las Escrituras Apostólicas, donde hay una dependencia absoluta en el Tanach en lo que se refiere a la autoridad de las Escrituras. Para el año 96 E.C. en la epístola que le escribió Clemente a los corintios, vemos que existen 10 101 referencias a pasajes del Tanach, 24 referencias directas o alusiones a los escritos apostólicos y 17 referencias a pasajes combinados, donde se toma un pasaje del Tanach conectándolo con un versículo apostólico (véase, Génesis 7:1; Pedro 3:20; 2 Pedro 2:5). Sin embargo, de principios a mediados del segundo siglo, en una carta de Policarpio a los filipenses, se encuentran unas 59 referencias a los escritos apostólicos, incluyendo los Evangelios y solo tres referencias a pasajes en el Tanach (Salmos 2:11; Salmos 4:5; e Isaías 52:5) y esta tendencia resulta consistente entre todos los escritos de los padres de la iglesia primitiva, casi dejó de lado las referencias a la Toráh. ¿Se debe esto a que consideraban el uso de la Toráh como una práctica claramente judía de la cual deseaban distanciarse? Es evidente que este debe de ser el caso, puesto que Justino (circa 135 E.C.) afirma de manera categórica que el Cristianismo y el observar la Toráh no son compatibles. Pero si, Trifo, continúe, algunos de tu raza, que dicen creer en este Cristo, obligan a aquellos gentiles que creen en este Cristo a vivir, en todos los sentidos, según la ley dada por Moisés, o deciden no asociarse de manera tan íntima con ellos, yo, de manera semejante, tampoco los apruebo, pero estoy convencido de que incluso aquellos que han sido persuadidos por ellos a observar la dispensación legal, juntamente con su confesión de Dios en Cristo, probablemente se salvarán.16 Este es, sin duda alguna, un pasaje profundo puesto que requiere que se haga la pregunta de si la persona puede ser al mismo tiempo “salva” y seguir la Toráh o no. La respuesta dada por Justino es que aunque es posible que así sea, es algo que realmente se desaprueba en gran manera, lo cual indica una ruptura con la teología apostólica y mesiánica que ha equiparado el cumplimiento de la Toráh y la fe en Yeshua como dos cosas totalmente armoniosas. Resulta, por lo tanto, significativo, que precisamente en el momento mismo en que Roma desaconsejaba el cumplimiento de la Toráh por medio del impuesto, la Iglesia gentilizada estaba desarrollando una teología de disociación con la Toráh y todas las cosas judías. Esto no puede ser mera coincidencia. Resulta ineludible que después del año 96 E.C., el cristianismo posterior al segundo Templo comenzase a redefinirse en términos diferentes a los judíos. En lo que a Roma se refiere, la definición del judío era, a efectos del impuesto, una definición religiosa. Para los romanos los judíos eran aquellos que adoraban a la Divinidad, cuyo templo había sido destruido en Jerusalén y los que se negaban a adorar a otros dioses.17 En lo que se refiere a la Iglesia Gentil, el judío era aquel que continuaba practicando costumbres y “supersticiones” que habían sido abolidas por un entonces gentilizado "Jesucristo." 11 Sin embargo, para aquellos judíos y gentiles que continuaban caminando conforme a los mandamientos de la Toráh y que afirmaban que Yeshua era el Mesías, la vida habría de resultarles sumamente difícil. Como sugiere Philip S. Alexander en su artículo, “A Parting of the Ways from a Rabbinic Jewish Perspective,” la comunidad mesiánica se vio posteriormente perseguida por una alianza inconsciente de tres fuerzas poderosas: el gobierno romano, el triunfo del judaísmo rabínico y el hecho de que los gentiles se habían apoderado de la fe.18 Notas Finales 1 Roberts, Alexander Rev. & Donaldson, James, Eds., “The Epistle of Ignatius to the Magnesians,” Christian Classics Ethereal Library, Early Church Fathers, AntiNicene Fathers, Volume I, (Wheaton, Il: Wheaton College Press, 1998). 2 Roberts, Alexander. Rev., & Donaldson, James, Eds., “The Epistle of Ignatius to the Philadelphians,” Christian Classics Ethereal Library, Early Church Fathers, Anti-Nicene Fathers, Volume I, (Wheaton, Il: Wheaton College Press, 1998). 3 Roberts, Alexander, Rev. & Donaldson, James, Eds., “The Epistle of Mathetes to Diognetus,” Christian Classics Ethereal Library, Early Church Fathers, AntiNicene Fathers, Volume I, (Wheaton, Il: Wheaton College Press, 1998). 4 Williamson, G.A. Josephus, The Jewish War, (Penguin Press, 1970), p. 54. 5 Grant, Michael, History of Rome, (Scribners Press, 1978), p. 347. 6 Williamson, G.A. Josephus, The Jewish War, (Penguin Press, 1970), p. 149. 7 Feldman, Louis H. Biblical Archaeology Review, July/August, 2001, Vol. 27, No. 4. 8 Goodman, Martin, “Diaspora Reactions to the Destruction of the Temple,” Jews and Christians, the Parting of the Ways, A.D. 70 to 135. Ed. by James D.G. Dunn. (Eerdmans Publishing, Grand Rapids, MI., 1999), p. 30. 9 Ibid. p. 31. 10 Ibid. p. 32. 11 Graves, Robert, Suetonius, The Twelve Caesars, (Penguin Books, New York, 1979), p. 308. 12 Birley, Anthony, Nerva, Lives of the Later Caesars (Penguin Books. N.Y., 1976), p. 32. 13 Goodman, Martin. “Diaspora Reactions to the Destruction of the Temple,” Jews and Christians, The Parting of the Ways, A.D. 70 to 135, Ed. by James D.G. Dunn, (Eerdmans Publishing, Grand Rapids, MI., 1999), p. 32. 14 Julius Scott, in an unpublished paper entitled “Glimpses of Jewish Christianity from the End of Acts to Justin Martyr” presented at an ETS meeting in November 1997. [It should be noted that this edition of the Shemonei Esrei that includes the words “Nazarenes . . .” is that of the Cairo Geniza and not the one found in the Bavli. The one in the Bavli is not clearly directed against the Messianics.] 15 Williamson, G.A., Eusebius, The History of the Church, (Penguin Books, New York, 1989), p. 97. 12 16 Roberts, Alexander. Rev., & Donaldson, James, Eds., Chapter 47, “Justin, Dialogue of Justin, Philosopher and Martyr, with Trypho, a Jew,” Christian Classics Ethereal Library, Early Church Fathers, Anti-Nicene Fathers, Volume I, (Wheaton, Il: Wheaton College Press, 1998), p. 219. 17 Goodman, Martin, “Diaspora Reactions to the Destruction of the Temple,” Jew and Christians, the Parting of the Ways: A.D. 70 to 135, Ed. James D.G. Dunn, (Eerdmans Publishing Co., Grand Rapids, MI., 1999), p. 34. 18 Alexander, Philip S., “A Parting of the Ways from a Rabbinic Jewish Perspective,” Jews and Christians, the Parting of the Ways: A.D. 70 to 135, Ed. James D. G. Dunn, (Eerdmans Publishing Co., 1999), p. 24. Christian Classics Ethereal Library, Early Church Fathers, Anti-Nicene Fathers, Volume I, (Wheaton, Il: Wheaton College Press, 1998).