Milenio Diario de Monterrey Ricardo Monreal Ávila ¿Qué hacer con China? 26-Nov-03 (03:54) Según Gordon Thomas, un escritor sobre temas de espionaje, en el mismo momento en que se presentaban los ataques terroristas del 11 de septiembre contra las torres gemelas y el Pentágono, se firmaba en Afganistán un acuerdo entre Osama Bin Laden y una delegación de militares chinos, mediante el cual los talibanes recibirían misiles y sistemas chinos de defensa antiaérea a cambio de terminar con los ataques de extremistas musulmanes en la región de China noroccidental. Presuntamente, unas horas después de este acuerdo, la CIA recibía una alerta roja del Mossad (la agencia de inteligencia israelí) sobre la eventualidad de que China utilizara la red de Al Qaeda para realizar ataques terroristas en Estados Unidos. Estas y otras informaciones contiene el libro Semillas de odio. La conexión china con el terrorismo internacional, donde se pretende evidenciar un plan estratégico del “gobierno chino de aprovecharse de la actual crisis internacional para presentar a este país como una nueva superpotencia y convertirse así en uno de los mayores enemigos del mundo occidental”. En virtud de que los libros sobre espionaje contienen 49 por ciento de información real y 51 por ciento de realidad novelada, según la estimación de un buen editor de estas obras, habrá que tomar con reservas lo que de ahora en adelante se diga sobre esta especie de guerra comercial no convencional, que sería la propagación del terrorismo internacional. Por lo pronto, lo que no es un cuento chino sino una realidad de datos duros es el impresionante avance y despliegue que ha tenido este país en los últimos dos años en la distribución del comercio y la inversión extranjera a escala global, donde ha dejado tiradas en el camino a varias de las economías emergentes, entre las que se ubica de manera destacada la mexicana. Desde los años siguientes al 11-S, China es de los pocos países del mundo que ha registrado tasas de ocho por ciento de crecimiento económico, concentró 12 por ciento de la inversión extranjera directa en el mundo, generó 22 por ciento de las exportaciones manufactureras globales y es el beneficiario de 25 por ciento del déficit comercial de Estados Unidos, a tal grado que la semana pasado obligó al presidente George W. Bush a tomar medidas proteccionistas, en un intento por frenar el avance chino en su propio terreno. Nuestro país ha sido el principal damnificado de este realineamiento económico de posguerra. Luego de una década de ser el país con mayor crecimiento en sus exportaciones gracias al TLC, México fue desplazado por China en el comercio internacional durante los últimos dos años. Hay sectores como los textiles y ropa donde el panorama es desolador. En 2005, cuando concluya el Acuerdo sobre Textiles y Ropa suscrito en la OMC, China estará en condiciones de controlar tres cuartas partes de las 30 categorías de ropa importada en Estados Unidos, con lo cual sacaría del mercado a sus competidores actuales. En cifras, esto significaría para México la pérdida de cinco mmdd en exportaciones de productos textiles y el despido de 40 por ciento del personal actualmente ocupado en el sector maquilador de prendas. Por si fuera poco, la leyenda made in China ha colocado también en un viacrucis al mercado interno mexicano, de por sí devastado durante la década pasada por el pésimo diseño de los tratados de libre comercio. Basta con visitar una vivienda popular o de clase media de cualquier ciudad mexicana para ver que muebles de madera, enseres de cocina, aparatos electrodomésticos, herramientas, cuadros, ropa y hasta imágenes religiosas son productos chinos. El otro día en Plateros, Zacatecas, lugar donde se encuentra el santuario del Santo Niño de Atocha, encontré en varios puestos de comerciantes la versión asiática del niño milagroso, un santo de piel cobriza y ojos rasgados, cuyo primer milagro estaba en el precio: 50 por ciento más barato que la versión original. Ante este panorama, la pregunta obligada es qué hacer con China. Por supuesto, hay que empezar por eliminar el principal impuesto extraeconómico que ha permitido al dragón pasearse a sus anchas en casa ajena: la corrupción y la ineficiencia aduaneras, que han permitido el florecimiento de todo tipo de contrabando en nuestro país. Es válido aplicar un esquema de protección comercial que compense los subsidios de operación, las tasas impositivas preferenciales y los esquemas de financiamiento blando con que se producen los bienes de exportación chinos, tal como lo hace Estados Unidos y otros países de la OMC. De la misma manera, hay que evaluar la conveniencia de suscribir un TLC con China a fin de conservar y acrecentar las ventajas de las ramas donde aún es competitivo México (por ejemplo, sector automotriz) y aminorar o atenuar los efectos devastadores de los sectores actualmente golpeados (textil, ropa, electrodomésticos, zapatos y muebles). Sin embargo, habrá que ir al fondo del problema, el cual es la reorientación del esquema económico de México. Más que ver en China una amenaza, debemos considerar lo que hay detrás del llamado “milagro chino”. Nos encontraremos una fuerte inversión pública en obras de infraestructura (carreteras, presas y plantas de energía). Un crecimiento sostenido en educación y salud (formación de capital humano); especialmente en investigación científica y desarrollo tecnológico. Una política de apoyo estructural a la agricultura local. Una apertura comercial gradual y focalizada que le permitió instalar centros de exportación fuertemente vinculados, no divorciados ni aislados, del mercado interno. En suma, China ha trabajado todos estos años en la “internalización” de la globalización, no en el desmantelamiento de su mercado interno. Por supuesto, el superávit de su crecimiento económico contrasta con el déficit de su democracia política, pero esto es motivo de otra reflexión. Por lo pronto, si no corregimos el rumbo económico nos encontraremos, más temprano que tarde, no en las garras del terrorismo internacional, pero sí en la panza de un dragón comercial.