Un ejemplo del drama humano, Dédalo e Ícaro

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Un ejemplo del drama humano, Dédalo e Ícaro
Se cruzó hace un tiempo en mi camino la historia de Dédalo e Ícaro y me llevó a reflexionar sobre
algunas cuestiones, a mí entender, bastante interesantes, relacionadas con la filosofía.
Comencemos primero por decir quiénes fueron Dédalo e Ícaro. Ambos son personajes
pertenecientes a la mitología griega como Prometeo y Epimeteo, Hércules, Paris y Helena, etc.
Dédalo era un famoso arquitecto e inventor que, según se decía, había aprendido sus artes de la
mismísima diosa Atenea. Vale decir que Atenea era la patrona de Atenas, de allí el nombre de esa
ciudad que se conserva hasta nuestros días, y era considerada la diosa de la sabiduría, la
civilización y la guerra, entre otras atribuciones. Recordemos también algo del mito de Prometeo y
Epimeteo que, en un acto de justicia Prometeo le roba el fuego a los dioses, a Hefesto y Atenea,
para dárselo a los hombres. Fuego que simboliza la razón y la técnica, en última instancia, la
sabiduría y la ciencia.
Volviendo a Dédalo, este era ateniense pero, luego de asesinar a su sobrino Perdix, fue desterrado
a Creta. Un detalle importante para no pasar por alto en esta historia fue la causa de este
asesinato y posterior destierro. Perdix era tan o más brillante que Dédalo a la hora de inventar y
solucionar problemas prácticos. Dédalo, consciente de esto comenzó a sentir envidia por ello y
fruto de esa envidia resultó el homicidio de Perdix. Dice la mitología que Perdix fue salvado por
Atenea, en virtud de su brillante ingenio, cuando Dédalo lo empujó de lo alto del templo de Atenea
en la Acrópolis, convirtiéndolo en un ave, la perdiz. Ya diremos luego porque consideramos
importante este detalle. Por ahora sigamos con nuestra historia.
Luego de su destierro a Creta, Dédalo es empleado, en Knosos, por el famoso rey Minos, padre
del Minotauro, pero vamos por parte. Minos fue castigado por Poseidón, el dios del mar, por desoír
una promesa y por lo tanto desobedecerlo, a que su esposa, Pasífae, se enamorara de un toro y
concibiera una bestia mitad animal, mitad hombre, el Minotauro. Entonces Minos encargó a Dédalo
la tarea de construir un laberinto que sirviera de prisión para esta bestia. Fue así que Dédalo
construyó el famoso laberinto del Minotauro. Laberinto en el que se dejaban cada cierto tiempo
vírgenes en sacrificio. Entre esas víctimas está Teseo que, gracias al consejo de Ariadna y su hilo,
logra escapar del laberinto dándole antes muerte al Minotauro. Que fácil que es perderse en estas
historias, como en un laberinto de relaciones. A lo nuestro nuevamente.
Minos, por temor a que Dédalo revelara la solución para escapar del laberinto, ya que él había sido
el que lo había ideado, decidió encarcelarlo junto a su hijo, Ícaro, en el mismísimo laberinto.
Decisión no muy acertada por cierto ya que, conociendo cada rincón de dicha prisión, padre e hijo
escaparon a la brevedad. Ahora bien, no podían quedarse en tierra ya que si los encontraban los
volverían a apresar, y seguramente esta vez no cometerían el mismo error. Tampoco podían
abandonar la isla de Creta por mar ya que Minos...
...había ordenado registrar cada embarcación que entrara y
saliera de la isla. Así es que al ingenioso Dédalo se le ocurre
construir unas alas para poder escapar por el único lugar
posible, ya que ni por mar ni por tierra podían, el aire. Une
muchas plumas con cera y luego de haber construido un par de
alas para él y su hijo le enseña a este a usarlas, advirtiéndole
que no volara demasiado alto, ya que el sol derretiría sus alas,
ni demasiado bajo, porque la espuma del mar mojaría las
plumas e inutilizaría las alas.
Luego de esto partieron hacia la libertad remontando vuelo
desde la orilla del mar. Después de volar un rato Ícaro comenzó
a ascender, haciendo caso omiso al consejo que le había dado
su padre y, como Dédalo lo había pronosticado, sus alas se
derritieron con el calor del sol. Ícaro se precipitó hacia el mar y
murió. Dédalo continuó muy tristemente su viaje maldiciendo el
ingenio que lo había llevado a construir las alas que habían
llevado a su hijo a la muerte. En su honor construyó un templo a
Apolo, paradójicamente dios de la luz y el sol, en el que depositó las alas que lo salvaron a él de la
prisión de Minos.
Esta es a grandes rasgos la historia de Dédalo y su hijo Ícaro. Interesante es, por ejemplo que,
Dédalo haya aprendido su arte de Atenea y que, por envidia, haya sido desterrado de Atenas.
Fruto de la envidia, y esta del orgullo y el egoísmo, es que Dédalo comete el asesinato de su
sobrino. Curiosa es también la imagen del laberinto que en esta historia es encargada al hombre
que de alguna manera se encuentra atrapado en sí mismo, y que cumple la función de esconder la
vergüenza del rey Minos, castigado por desobedecer a los dioses. Y aquí no termina la cuestión,
sino que el mismísimo Dédalo es condenado al encierro en el laberinto que él mismo había
construido. A través de su inteligencia, de su ingenio que le había sido dado por los mismos
dioses, inventa un par de alas para volar, y su propio hijo, en un acto de soberbia, desobedeciendo
a su padre, como Minos había desobedecido a Poseidón, a la vez que queriendo ser superior o,
dicho de otra manera, deseando ser como los dioses, vuela más alto de lo recomendado y su
castigo es la muerte. Muerte por querer ser algo que no era. No es casual que Dédalo, luego del
fallecimiento de su hijo construyera un templo dedicado a Apolo, dios del sol, ya que el sol había
sido el que corrigiera el error de Ícaro, para depositar en él el símbolo de su arrogancia, esas alas
precarias construidas de pluma y cera.
Para los antiguos griegos el hombre estaba inexorablemente sujeto al destino del cual no podía
escapar. Muchos mitos relatan esto. Pero me llamaron la atención estos puntos expuestos más
arriba de la historia de estos personajes. La envida, el orgullo, la arrogancia, la impunidad de
desobedecer un dios, el quiebre del orden natural y su restablecimiento, el laberinto y sus múltiples
significados, la libertad, etc. Dédalo atrapado en el laberinto que él mismo había construido.
¿Cuantas veces el hombre se encuentra perdido en sí mismo? ¿No es acaso este un "síntoma" del
malestar contemporáneo? ¿No será que hemos construido nuestro "laberinto", nuestro "mundo",
para esconder nuestra vergüenza, nuestra arrogancia, nuestra impotencia, nuestro egoísmo y
nuestro orgullo? ¿Cuál es nuestra vergüenza, nuestra arrogancia? ¿No será por casualidad
nuestro “yo” el que se encuentra encadenado como Prometeo? ¿No hemos producido una ruptura
del orden natural, extinción, calentamiento global, etc.? ¿No es el causante de esto el mal uso de
aquello que Prometeo le supo robar a los dioses? Preguntas nomás. Si la filosofía está en el
preguntar, pues preguntémonos. Estas historias a mí, por lo menos, me dan que pensar.
FUENTE: http://eljuegodefilosofar.blogspot.com/2012/04/un-ejemplo-del-drama-humanodedalo-e.html#more
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