teología moral y derecho natural

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BRUNO SCHÜLLER
TEOLOGÍA MORAL Y DERECHO NATURAL
La Iglesia está trabajando hoy por una verdadera renovación de su teología. El autor
se pregunta si para la renovación de la teología moral no tendría que prescindirse de la
ley natural y acudir exclusivamente a la ley de gracia revelada por Cristo. Después de
estudiar el problema, llega a la conclusión de que la teología moral no puede llegar a
una madurez sin un auténtico trabajo, no sólo teológico-escriturístico, sino también
filosófico.
Wieweit Kann die Moraltheologie das Naturrecht entbehren?, Lebendiges Zeugnis, ½
(1965) 41-65
Quien en congresos o conversaciones privadas intenta acercarse a la solución de
cuestiones de teología moral con consideraciones de derecho natural, suele ser acogido
con escepticismo y aun con oposición. En parte es por desengaño. Mucho teólogos
opinaban que el derecho natural era la solución fácil, rápida y segura a los problemas
morales y jurídicos que se presentasen. Ha ido quedando claro que el método no es tan
fácil de aplicar; la discusión sobre la licitud de la pena de muerte, guerra atómica o
anticonceptivos debería en ese caso haber llevado a resultados más convincentes. No
falta quien piensa si no será el planteo en términos de derecho natural el que nos ha
metido en un callejón sin salida en estos problemas. Pero hay también otras
prevenciones: hoy tenemos una sensibilidad más acusada para la evolución histórica, y
el derecho natural parece que surge de una concepción estática del hombre. Y sobre
todo no se quiere seguir siendo tan fácil en conceder carta de ciudadanía a la filosofía
dentro de la teología, y la doctrina del derecho natural se presenta como resultado de
una reflexión filosófica, y no teológica.
¿Qué es lo que hay que retener de estas objeciones? Porque, que existe algo así, como
una ley natural, apenas habrá teólogo católico que lo niegue. Escritura, Tradición y
Magisterio lo garantizan. Pero cabría preguntarse sí K. Barth no escribe con razón:
"Concediendo que haya ley natural, el cristianismo no depende de ella; a él se le ha
manifestado la voluntad de Dios de manera más clara y segura en otra parte, en la obra y
palabra de Jesucristo." ¿Es entonces la ley natural una dimensión que la teología
reconoce, pero de la que puede prescindir por completo?
La Ley natural para los cristianos según el Nuevo Testamento
Entendemos por ley natural el conjunto de normas morales cognoscibles por el hombre
con independencia de la revelación, o, des de otro punto de vista, que se fundan en el ser
natural del hombre. El concepto opuesto es lex graliae (ley de gracia), la ley moral
sobrenatural, bajo la que se encuentra el cristiano en cuanto que es en Cristo una mueva
criatura", y que se - le manifiesta sólo por la fe en la revelación.
La prueba escriturística clásica de la existencia de la ley natural se saca de los dos
primeros capítulos de la carta a los Romanos. ¿Qué es lo que da ocasión a Pablo para
afirmar que los gentiles, aun sin la Torah, conocen las exigencias morales de Dios?
El tema general de los cuatro primeros capítulos es la justificación del hombre, no por
las obras de la ley, sino por la fe en Cristo Jesús (Rom 1,16s). En 2,13 se enuncia el
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principio de la justicia según la ley, ante la que de hecho fracasan tanto judíos como
gentiles (3,10-12; 3,20a) sirviendo, no para la justificación, sino para el conocimiento
del pecado (3,20b). Todos, resume Pablo, judíos y gentiles están privados de la gloria de
Dios (3,23) y sólo pueden ser justificados por su gracia, por la redención de Cristo
Jesús... (3,24s).
El evangelio sólo se entiende presuponiendo la culpabilidad del género humano. La
culpa de los judíos se aclara comparando su conducta con la Torah. Pero los gentiles no
tienen Torah. ¿Cómo pueden entonces ser pecadores ante Dios? Para responder a esta
pregunta, afirma Pablo que los gentiles, aun sin Torah saben que tienen que reconocer a
Dios como su creador y observar sus preceptos. Por eso, al negarse a ello "son
inexcusables" (1,20) y sólo de manera gratuita pueden llegar á ser justificados por la
redención de Cristo Jesús. La cuestión de la ley natural no surge, pues, sino como
previa al evangelio sirviendo a su comprensión. La teología sólo puede hablar así de la
ley natural: partiendo del evangelio y llevando de nuevo al evangelio.
Pero nuestra cuestión no está aún aclarada. Queremos saber sí los cristianos, a los que el
mismo Señor ha anunciado la voluntad de Dios, siguen dependiendo de la ley natural
para saber lo que Dios les exige. La parénesis apostólica nos da una orientación en este
punto. Es claro que la primitiva comunidad se atiene en las cuestiones morales ante todo
a las palabras de Jesús. Pero llegó en seguida a situaciones para cuyo juicio moral no
bastaban las palabras de Jesús. Un buen ejemplo: Pablo (1 Cor 7) en la cuestión del
divorcio se remite a las palabras del Señor ("precepto es no mío, sino del Señor", v. 10)
y en una cuestión, sobre la que el Señor no había dicho nada expresamente, ofrece su
solución ("les digo yo, no el Señor", v. 12). La solución en este caso como en otros
(pleitos entre cristianos: 1 Cor 6,1-7; obediencia a la autoridad pagana: Rom 13,1-7) la
busca en la adopción de normas conformadas en la diáspora judía ante situaciones
parecidas. Es curioso que por Ej., Rom 13,1-7 no contenga nada específicamente
cristiano.
Más interesante aún es el hecho de que Pablo (y otros autores neotestamentarios) adopta
del judaísmo helenístico catálogos de virtudes y vicios que traslucen el influjo de la
filosofía popular estoica; es decir, toma, al menos indirectamente, normas morales de un
ámbito ajeno a la revelación. Especialmente interesante es el catálogo de Flp 4,8 en que
se manejan conceptos típicos de la filosofía moral del helenismo. Pablo dice a los
Filipenses: lo que en el mundo es considerado como virtud, eso también debe ser objeto
del esfuerzo de los cristianos, por supuesto "en Cristo".
Parecida influencia reflejan las tablas domésticas neotestamentarias (Col 3,18-4,1; Ef
5,22-6,9; Tit 2,1-10 ... ). Con todo, hay en el NT señales de una cristianización: se omite
el apartado sobre la veneración de los dioses (sobre lo que habría que decir algo
totalmente distinto y nuevo) y se motivan cristianamente las demás máximas: Poco en
Col, algo más en Ef y 1 Pe. Pero esta cristianización (ni siquiera en la profundización
teológica de las relaciones entre los esposos comparadas a las de Cristo y la Iglesia: Ef
5, 22ss) no trae consigo novedad de contenido en los preceptos.
Resumiendo: La parénesis apostólica contiene de hecho máximas morales que no
proceden de la revelación sino de la ley natural, como era conocida fuera del ámbito de
la revelación. El proceder de la comunidad primitiva hace suponer que los cristianos
están sometidos a la ley natural cuando los mandamientos expresos de Cristo y los
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apóstoles no basten para enjuiciar una situación de la vida. Si esta suposición es
acertada o no, ya no es posible responderlo por Escritura, hay que hacer intervenir a la
reflexión teológica:
La ley natural para los cristianos a luz de la reflexión teológica
Los valores morales son siempre algo primario, irreductible a unidades más simples. El
hombre sólo los puede captar intuitivamente, en la experiencia moral inmediata. Por eso
los datos fundamentales de lo moral (bien y mal, deber y licitud, mérito y culpa...) no se
definen en sentido estricto, sino que se describen.
La fe no es un ver, una intuición, sino un conocimiento a través de signos. De ahí que
no suponga para el hombre un dato moral primario. El encuentro entre Dios y el
creyente se efectúa por medio de la palabra, del lenguaje. Y sólo es posible porque ese
lenguaje en que Dios se revela es un lenguaje humano, previamente conocido por el
hombre. El "vocabulario" moral del hombre, y con él las posibilidades de expresión que
Dios encuentra en el lenguaje humano cuando quiere revelarse al hombre, llega hasta
donde llega la experiencia moral humana, su conciencia moral natural. ¿Hay que
concluir, entonces, que Dios sólo puede revelar aquello que el hombre sabe ya o podría
saber? No, porque el hombre, aun en su existencia natural, es imagen de Dios, y por eso
el lenguaje en el que el hombre expresa el conocimiento natural de su existencia, debe
poder llegar a servir de signo análogo de una realidad que ya no es meramente humana,
sino divina. De hecho el mensaje moral del NT no nos anuncia primeramente la lex
naturae (ley dé la naturaleza) sino la lex grafiae, que es con respecto a aquella algo
indeclinablemente nuevo y sobrenatural: la misma gratia Christi dada al hombre, no
sólo como don, sino también como tarea. Sólo la analogía entre gracia y naturaleza,
entre lex grafiae y lex naturae, hace posible que la terminología moral de, nuestro
lenguaje pueda apuntar análogamente hacía la realidad sobrenatural de la lex gratiae.
Se sigue de esto que el hombre sólo es capaz de oír y entender de la fe el mensaje moral
de Cristo porque con anterioridad (lógica) a la revelación se entiende y expresa ya como
ser moral. Formulado de otra manera: Dios hace del hombre un posible "oyente de la
palabra", precisamente al situarlo como Creador bajo la ley natural. El estar bajo la ley
natural es la "potencia obediencial" para estar bajo la lex gratiae de Cristo.
Queda con esto contestada la pregunta de si es libre elección para el cristiano buscarla
voluntad de Dios en el mensaje moral de Cristo o en la ley natural. No hay tal
alternativa. El que se dirige a Cristo para que le diga lo que debe hacer, ése ha probado
ya con eso que, antes de ninguna respuesta de Cristo, se entiende como ser moral y se.
sabe llamado a dirigir su vida según la voluntad de Dios. Y la misma respuesta de
Cristo, entendida en la fe a través del lenguaje humano, le descubre mejor la ley natural,
único medio de entender la ley de Cristo.
Esta perspectiva nos da ocasión para tomar postura en una discusión frecuente en los
últimos decenios: ¿El mensaje moral del NT incluye nuevos preceptos que no
pertenecen al contenido de la ley natural? ¿Una moralidad natural bajo el primado de la
justicia serviría para dar: a conocer la moralidad sobrenatural bajo el primado de la
caridad? Se suelen confundir a veces en esta cuestión el punto de vista histórico y el
ontológico. El hecho histórico de que haya habido hombres que, sin contacto con la
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revelación, hayan conocido el mandamiento del amor a Dios, al prójimo, al enemigo,
podría todavía atribuirse tanto a la ley natural como a la gratia Christi operante también
en esos hombres. El hecho histórico contrario podría también atribuirse, tanto a que no
existen tales mandamientos en la ley natural, como a que la malicia humana ha cegado a
los hombres para percibirlos. El contenido de la ley natural sólo puede aclararse por la
reflexión ética.
Tan pronto como una norma moral se puede hacer inteligible desde el puro ser del
hombre, está probado que esa norma pertenece al acervo de la ley natural. Cabría
objetar que en la actual economía de salvación no se distingue exactamente lo que el
hombre es por su ser natural y lo que es por vocación sobrenatural. La objeción no está
fundada. Lo que el hombre entiende de sí mismo sin la fe pertenece a su ser natural. De
su vocación sobrenatural no sabe más que por la fe: En cuanto una norma se hace,
inteligible. sin usar de la fe como fuente de conocimiento, esa norma pertenece al
contenido de la ley natural.
El amor á Dios, al prójimo, al enemigo, la humildad, la fe, la esperanza, son los
mandamientos que se suelen citar como específicamente cristianos, y que de hecho
quizás no han sido nunca captados ni formulados antes de Cristo. Todos ellos, sin
embargo, se hacen inteligibles con la consideración del hombre creado por Dios como
persona encarnada en coexistencia con otros semejantes. La fe, para coger como
ejemplo uno de los que más se puede poner en duda que pertenezca a la ley natural, se
entiende como la apertura natural y esencial (por ella el hombre se constituye como
hombre) del ser del hombre hacia la participación sobrenatural y gratuita del ser de Dios
(potencia obediencial). El hombre puede y debe captar esa esencia profunda suya, por la
que está abierto a una posibilidad suprema cuya realización pertenece, ya no a su
iniciativa, sino a la libre gracia de Dios. Sin eso el hombre no sabría lo que es la fe
como respuesta a la revelación de Dios, y estaría incapacitado para recibir la llamada de
Cristo a la fe.
La novedad de la lex gratiae en relación con la lex naturae no está en que traiga
exigencias nuevas, sino en una elevación del plano de esas mismas exigencias, un plano
de "nueva criatura" que participa de la "naturaleza divina", que le hace vivir del amor, la
esperanza y humildad sobrenaturales, y eso como "gracia" inaccesible a su ser
puramente. humano. Los mandamientos de la lex naturae son ya para. el cristiano
mandamientos de la lex gratiae; y éstos se formulan con las palabras y concepto de
aquéllos. No es aceptable el reducir la lex gratiae a los mandamientos expresamente
consignados en la Escritura como mandamientos de Cristo. El cristiano, conociendo y
cumpliendo las exigencias de la ley natural debe hacerlo "en Cristo", y con. eso está
bajo la lex Christi y no meramente bajo la lex naturae. En la Escritura sólo está
expresamente anunciada una; pequeña parte de la ley de Cristo. Con sólo la Escritura no
se puede establecer una éticas económica y política y sin embargo, también este campo
está al servicio de Cristo y no sólo del Creador.
Resumamos: el mensaje de Cristo y la ley natural no son cosas entre las que se escoge.
El entender en la fe los mandamientos de Cristo tiene como presupuesto (trascendental)
el entender la ley natural; y para el creyente, la comprensión de la ley natural se traduce
necesariamente en conocimiento de la ley de Cristo. Esta es la causa por la que la
teología moral, precisamente por tener .como objeto inmediato la ley de Cristo, no
puede prescindir en sus reflexiones de la ley natural. Cuanto mejor se entiende la ley
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natural, en mejor situación se está para escuchar y captar en la fe la ley de Cristo, sin
falsearla.
Fundamento de la ley natural en su ser y conocer
Hemos hablado de la ley natural principalmente en cuanto fuente subjetiva de
conocimientos morales. ¿Cuál es el fundamento objetivo de esos conocimientos? La
clave nos la da el conocido axioma: el deber sé funda en el ser ("operari sequitur esse").
Porque el hombre es capaz de entender su propio ser, puede captar también las
exigencias morales que su ser le impone. Para el hombre todo don es a la vez tarea. Lo
único que el hombre puede hacer como criatura y ,debe hacer como persona, es aceptar
en libre decisión el ser que Dios le regala (cfr. 1 Cor 4,11).. Esta misma correlación
entre ser y deber se encuentra en la Escritura (Rom 6,813; 1 Cor 5,7; Gál 5,24; La gratia
Christi es don y mandato, nunca lo uno sin lo otro, y siempre ante todo don y sólo
después mandato. El mandato, lo que el cristiano debe hacer, sólo se hace inteligible
desde el don, el ser dado al cristiano.
Así pues, la teolo gía moral y la ética filosófica en la justificación refleja de los
conocimientos morales se guían por un principio formalmente idéntico. Sólo a partir del
ser del hombre o del cristiano, dado por Dios, pueden hacer inteligible la validez de esos
conocimientos. Esto no es siempre fácil de realizar, sobre todo en los casos límite en los
que al parecer entran en colisión dos obligaciones distintas. Aquí está la dificultad de
los problemas morales que hoy nos agobian, entre ellos el de los anticonceptivos. Pero
esta dificultad no hay que hacerla a la argumentación de derecho natural, como sí con
otro método se solucionasen más fácilmente. Siempre que no podemos apoyarnos en un
expreso mandamiento revelado por Dios, no- tenemos otro camino para conocer su
voluntad, que el interpretar d ser que nos ha dado Dios con sus exigencias. Todos, aun
cuando intenten rechazar este camino, lo suponen de manera espontánea cada vez. que
intentan fundamentar las. normas morales.
Ley natural e historicidad
El deber se funda en el ser. El axioma sigue valiendo para considerar la evolución
histórica del hombre y de la sociedad. El hombre no es algo fijo, cambia con el tiempo:,
. se realiza siempre en nuevas. posibilidades, permaneciendo hombre a través de ellas.
En su ser hay que distinguir el aspecto de continuidad ("naturaleza" o "esencia" en
sentido escolástico) y el de novedad. De ahí se sigue una distinción entre normas
permanentes y mudables. En la medida en que el hombre es distinto en el transcurso dé
la historia, debe estar también bajo distintos mandamientos. Es frecuente llamar de
derecho natural sólo a aquellas normas permanentes que se fundan en la "naturaleza"
metafísica e inmutable del hombre. Según esta terminología, las normas particulares
para las situaciones especiales o únicas quedan a la discreción del individuo; pero se
procura reducir al mínimo el campo de acción de esa discreción individual, dando el
mayor número posible de normas de conducta universalmente valederas. Reduciendo al
mínimo la mutabilidad histórica se cree evitar el peligro de relativismo. Esta
contraposición nace de una interpretación empobrecida del axioma "el deber se funda en
el ser". El axioma no dice nada de la estaticidad o mutabilidad del ser del hombre.
Determinar eso corresponde primariamente a la antropología metafísica. Sólo se afirma
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la correlación entre ser y deber. En la misma medida en que cambia históricamente el
ser del hombre, cambia la norma moral.
Por ejemplo, es distinta la norma de conducta de un hijo con sus padres mientras es
menor de edad o cuando ha dejado de serlo. También habría que pensar si sigue
valiendo hoy la exhortación neotestamentaria de que la mujer "esté sujeta en todo" al
marido (Ef 5,2224; Col 3,18; 1 Tim 2,12), pues parece basarse en cierta minoría de edad
de la mujer, lo que ya no es el caso por lo menos en Europa y América. Un último
ejemplo: ¿monarquía y democracia son formas de igual valor ante el derecho natural?.
¿0, al llegar a cierta madurez política, no se impone la democracia como la forma de
gobierno a que incondicionalmente hay que tender e intentar realizar? Sea lo que fuere,
a consideraciones de este tipo no se las puede tachar de relativismo ético, pues las
exigencias morales, aun siendo distintas, tratan de responder al mismo ser del hombre
que cambia históricamente.
¿Qué criterio hay para distinguir las normas permanentes de las variables? La respuesta
no tiene la importancia, que a veces se le da no es tan importante saber qué exigía Dios
a otras generaciones, si sabemos qué exige hoy. Con todo, es cierto que también se
muestra la historicidad del hombre en el ser capaz de aprender de la ciencia y
experiencia de las generaciones pasadas, y que el mensaje cristiano se nos comunica en
una transmisión oral y escrita que arranca desde el pasado. Esto supuesto respondemos:
cuanto más abstracto y general es un principio moral, mayor razón habrá para aceptarlo
como permanente: siempre habrá que amar al prójimo, nunca será lícito el adulterio y la
calumnia; cuanto más concreto y detallado, habrá que exa minarlo más a fondo, a ver si
sigue valiendo en la nueva situación. Esto nos exige el no juzgar las situaciones con
máximas heredadas, sino intentar interpretarlas en su ser buscando las exigencias que
traen consigo.
La misma exigencia se aplica a la parénesis neotestamentaria. Cristo y los apóstoles no
dirigen sus enseñanzas morales al hombre en cuanto tal, sino a judíos y galileos,
corintios y filipenses. Por no ser nosotros totalmente idénticos a ellos, tampoco tenemos
idénticas obligaciones. La teología moral tiene que tener eso en cuenta en sus pruebas
de Escritura: no todo lo escrito en la Escritura vale sin más para hoy (sometimiento de
la mujer al marido en todo; velo de las mujeres en la Iglesia, 1 Cor 11). Esto sería
biblicismo. Las dificultades de la argumentación de derecho natural no se evitan con
acogerse a la Escritura, pues son dificultades, no del método cognoscitivo del derecho
natural, sino de toda argumentación moral y ética.
Peculiaridad y dificultad de la argumentación ética
El deber del hombre sólo se entiende desde el ser del hombre. Pero no un ser empírico y
fáctico, sino que penetra hasta su esencia inteligible. Lo empírico en su facticidad, por,
ser contingente, no puede fundar una necesidad moral. En 2 Cor 11,14s parece como si
Pablo quisiera sacar una norma obligatoria para las mujeres del hecho de que ellas "por
naturaleza" tienen el pelo más largo que el hombre. Eso sería intentar lo imposible.
Epicteto dice que no es licito afeitarse porque Dios ha dado la barba al hombre para que
se distinga visiblemente de la mujer. Pero un hecho biológico no basta para fundar una
obligación moral. Sólo cuando se probase que la barba tiene una significación esencial
para el hombre, se habría fundado la prohibición de afeitarse.
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No siempre es tan fácil de distinguir lo meramente empírico de la esencia inteligible. En
la discusión actual sobre el juicio moral de los anticonceptivos, algunos manifiestan la
sospecha de que la teología moral católica no haya cometido el error de Epicteto,
elevando lo empírico a norma moral. Cierto que no se puede excluir a priori que haya
algún campo en el que el hombre tenga obligación de respetar las leyes biológicas (por
Ej. en el cuidado de la salud). Pero ¿vale eso mismo y sin limitaciones párala sexualidad
humana? ¿La integridad biológica del acto matrimonial es sin excepción constitutiva, de
su "esencia inteligible" y de su "naturaleza metafísica"?
Una segunda pecularidad y dificultad del conocimiento moral está en el carácter original
e intuitivo de la captación de los valores morales: Hay quienes no caen en la cuenta de
esto y quisieran imponerlos con la misma apodictieidad del teorema de Pitágoras. El
conocimiento moral no es algo a lo que se llega como término de un `razonamiento; lo
más que se puede hacer por el otro es llaman su atención en la dirección del valor que se
intenta comunicar.
Hay que afirmar, además, que los moralistas no ponen el debido empeño en la prueba
fenomenológica del hecho moral que se trata de juzgar; lo que conduce a
unilateralismos en el juicio de la conducta humana. Tómese el juicio moral de la
mentira, como ejemplo. Se la conceptúa como pecado venial, lo que admira a muchos
hombres de hoy que tienen una especial sensibilidad para captar el antivalor de la
mentira. Se llega ahí por no atender, en la fenomenología del lenguaje, más que al
aspecto de ser éste vehículo del pensamiento. Sí se considera el lenguaje no sólo como
vehículo del pensamiento, sino también como el medio en que se comunica la misma
persona, se verá que con la ment ira se falsea algo más profundo y esencial de la
conducta humana.
Otra peculiaridad del conocimiento moral que crea dificultades a la teología moral y a la
ética es que ése conocimiento está en función no sólo de nuestra claridad y agudeza
mental, sino también de nuestra voluntad y vida afectiva. Toda decisión para Dios lleva
consigo la apertura al bien, y toda decisión en contra de Dios lleva consigo una ceguera
para los valores morales. Téngase además presente la influencia configuradora del
ambiente y educación, del grupo social y época histórica sobre esa voluntad y
afectividad. Con todo esto debe contar la teología moral y la ética, para lo que no
pueden dejar a un lado la psicología y sociología; Hay aquí tareas que apenas han sido
abordadas.
Basten estas pocas advertencias para mostrar dónde está la dificultad del conocimiento
moral y por dónde hay que buscar las soluciones. No se eliminan estas dificultades, ni
se favorece su solución, con descartar del campo de la teología la reflexión filosófica
sobre el derecho natural. Dice Rahner: "Sólo cuando un hombre con toda su pasión
intelectual (por tanto, también como filósofo) se dedica a la teología, puede hacer buena
teología... "
Magisterio eclesiástico y ley moral
Al magisterio eclesiástico le ha sido confiada la revelación y con ella, la ley de Dios. No
sólo la lex Christi, sino también la lex naturae, con cuyo contenido coincide y gracias a
la cual se interpreta aquélla. La misma potestad tiene el Magisterio in rebus morum (en
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las cosas de costumbres) que in rebus fidei (en las cosas dé la fe). Hay un magisterio
ordinario y extraordinario, infalible y falible pero auténtico... Aquí nos ocuparemos de
la cuestión de la obligatoriedad que impone una decisión no infalible del magisterio
eclesiástico.
Supongamos que el valor moral de una norma no se puede probar como evidente ni por
Escritura, ni por Tradición, ni por consideraciones de derecho natural. Piénsese, por Ej.,
en el uso de las armas nucleares en guerra defensiva o en la valoración moral de la
inseminación artificial homóloga. Cuando en un caso así el Magisterio toma una
decisión con autoridad, pero no infalible ¿qué certeza tenemos de que eso nos trae un
mandamiento de Dios?; ¿qué obligatoriedad tienen estos juicios? Hay que atender, por
de pronto, al modo, fuerza y matices con que el Magisterio toma postura en la materia.
Pío XI, por eh, en la Casti connubii condena con más fuerza el uso de anticonceptivos,
que Pío XII la inseminación artificial. Se trata en todo caso de una diferencia gradual
difícil de medir. En contraposición al magisterio infalible tienen todas estas decisiones
una cosa en común; no está excluido que contengan un error. Pero no basta con eso para
que se puedan poner en duda. La duda sólo se justifica cuando aparecen razones muy
serias en contra de esa explicación, y hay que tener mucha precaución en creer que se
tienen tales razones y preguntarse primero si la locura y escándalo que aparece en la
decisión de la iglesia, no es la misma locura y escándalo del evangelio de Cristo
crucificado (1 Cor 1,23). Una garantía de lo contrario será el número y competencia de
los otros cristianos que comparten el propio pensamiento sobre la decisión en cuestión.
En general, se puede uno apartar de una apreciación del magisterio auténtico, cuando
para ello consta qué hay un consentimiento tácito del Magisterio, o cuando en la
práctica el Magisterio ha retractado su anterior decisión. Así se expresan los teólogos en
los manuales.
Se procede en esta cuestión a priori, partiendo de la asistencia del Espíritu Santo
asegurada por Cristo todavía hoy al Magisterio auténtico. ¿Después de 2000 años de
ejercicio de este magisterio no cabría completar y aclarar esta argumentación a
posteriori, determinando lo que en las decisiones del magisterio ordinario y
precisamente según el juicio del mismo magisterio ha aparecido como erróneo? Con
esto se podría dilucidar hasta qué punto el Espíritu Santo garantiza el salvaguardar de
errores al magisterio ordinario, y hasta qué, punto no. Con esto se podría también
establecer las condiciones bajo las cuales el magisterio auténtico pierde su
obligatoriedad para los fieles. Una tarea más para la teología moral.
Terminamos: la teología moral tiene hoy problemas de no fácil solución. Echarle la
culpa a la doctrina del derecho natural no favorecería sino que retardaría su solución.
Repensar la peculiaridad del conocimiento moral y de la argumentación ética nos parece
la tarea más urgente de la teología moral actual. Y esa tarea no se puede llevar a cabo
sin trabajo filosófico serio.
Trabajo y condensó: AUGUSTO HORTAL
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