La acrópolis - Taller de lectura y redacción

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La
acrópolis
seg‘un Quico
Juan Sasturain
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Para empezar
Este relato es la descripción de las desventuras de Nacho y Quico
que presentan, en forma oral y con tres sinodales, un examen de
Historia Universal. Para que el texto tenga sentido y se rían con las
desventuras de los dos estudiantes, recuerden algo de la historia de
los egipcios, los griegos y los romanos, que fueron los asuntos sobre
los que trató dicho examen:
Juan Sasturain
(1945- )
Nació en Adolfo González
Chaves, provincia de Buenos
Aires, Argentina. Es periodista,
guionista de historietas, escritor
y conductor de TV. Egresado
de Letras y docente de
Literatura. Ha colaborado en los
periódicos Clarín, La Opinión,
Página/12. Se desempeñó
como jefe de redacción de las
revistas Humor y Superhumor,
en 1977. Conduce los
programas de televisión Ver
para leer, que trata sobre
libros y escritores que él y
otros famosos recomiendan,
y Continuará... en el Canal
Encuentro, sobre la historia de
la historieta argentina.
Sasturain dice que es más fácil
escribir sobre otros que sobre
sí mismo. Entre sus obras están:
Perramus Historietas (1986),
Arena en los zapatos (1989),
Los sentidos del agua (1990), El
domicilio de la aventura (1995) y
Buscados vivos (2004).
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En la Guerra de Troya, los griegos, que habitaban la península de los Balcanes, se
enfrentaron con otros griegos, éstos de Asia Menor, y sitiaron la ciudad de Troya. Entre
los pueblos de Grecia continental estaban atenienses y espartanos.
Cuando terminaron las Guerras Médicas, entre persas y griegos, Pericles, el ateniense,
propició la construcción de una serie de templos que se edificaron en un pequeño
promontorio que recibió el nombre de Acrópolis.
Roma fue fundada por Rómulo y Remo, quienes fueron amamantados por una loba,
que hasta la fecha es el símbolo de Roma.
Los fenicios fundaron Cartago, que se convirtió en una poderosa nación que luchó
contra Roma en las guerras Púnicas. El general cartaginés fue Aníbal y atacó por
sorpresa a los romanos con elefantes con los que cruzó los Alpes.
El autor de la tragedia de Romeo y Julieta fue William Shakespeare, escritor teatral
inglés del siglo XVII.
N
acho se preguntaba de quién habría sido la idea. Quién habría
inventado ese tipo de exámenes modelo tribunal, especie de
consejo de guerra o interrogatorio al pie del patíbulo frente a
tres profesores: seguramente no había otro colegio en el país que
examinara así a sus alumnos. Quico, su amigo del alma y del aula, iba más
lejos y afirmaba, convencido, que era el único en el mundo. Las sospechas
sobre la diabólica invención recaían en la implacable señorita Virginia
Luján, experta en detección de mentiras y olvidos, enemiga del verano,
castradora de vacaciones, profesora de Historia Antigua y Medieval.
Y lo increíble es que en un primer momento les pareció que sería más
sencilla una última prueba oral que un cuestionario escrito.
—Hablando puedes arreglártelas mejor —dijo Nacho.
—Cierto: escribir no es lo mío —asintió Quico convencido.
Acaso recordaba cuando intentó declararle su amor por escrito a Lucrecia
Borges, la mejor alumna del tercer curso, los mejores ojos grises del
continente y el mejor perfil a la hora de la gimnasia, con un body ajustadito
que lo dejaba bizco. El pobre Quico estaba tan loco por ella que se atrevió
a escribirle una carta en verso libre y desprejuiciado en que “mediodía”
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rimaba con “te esperaría”, “mi sueño” con “desempeño” y “disimulo” con
lo único que puede rimar. Fue un desastre. No sólo porque desde ese día
Lucrecia no lo miró más ni se acercó a él a menos de cinco metros, como
si fuera un leproso, sino porque la traidora se encargó de difundir entre sus
amigas el contenido de la pieza poética. La carta circuló largamente en
fotocopias y entre risas hasta que Nacho y algunos amigos fieles lograron su
recuperación en una operación comando, que los llevó a introducirse en el
lavabo de mujeres con buenos resultados y muchos gritos.
Pero ahora Quico estaba frente a un desafío mayor que el desamor de Lucre,
estaba ante una mujer o algo parecido a eso: la vetusta señorita Luján. Según
las malas lenguas, el último beso que había recibido se lo había dado una
enfermera —no su madre— al nacer; ella, en cambio, se emocionaba todavía
al recordar que, años atrás, había besado a la momia de Ramsés II durante su
viaje a Londres y la visita tantas veces contada al Museo Británico...
—Si no sabes el tema, habla de otra cosa; pero no te quedes callado —fue la
recomendación final de Nacho, mientras empujaba a su amigo hacia la mesa
examinadora como si fuera un paracaidista tembloroso ante la puerta abierta
y el vacío.
—Tú, tranquilo... Y ruega para que me pregunten los fenicios; es lo único
que me sé —dijo Quico cruzando los dedos.
Y allá fue y se sentó, bastante sereno ante el terceto profesoral formado por
el gordo Díaz Parra, la Luján y el estirado Ramón Cos. Es que Quico había
estudiado así: entre casete y casete en el walkman, había echado algunas
miradas de ceño fruncido al texto jeroglífico. Por eso comenzó bien y hasta
estuvo ingenioso al principio: le preguntaron por la civilización cretense y
al minuto estaba hablando de los fenicios; lo pasaron a Cartago y se ingenió
para volver a los fenicios apenas se distrajeron; después no desbarró, aunque
dudó en el momento de nombrar los animales que había utilizado Aníbal
para cruzar los Alpes y vaciló entre camellos y rinocerontes, no iba tan
mal. Lo perdonaron y entró en la temible zona final de la serie de preguntas
sueltas, algo que para él, que soñaba con ser tenista, resultaba una especie
de tie-break contra Boris Becker, Navratilova y Stefan Edberg juntos:
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—Bien, bien, joven Reyes... —dijo la Luján—. ¿Puede decirnos ahora qué
era la Acrópolis?
No se sabe qué le pasó. Una nube de confusión y atolondramiento se
apoderó de Quico Reyes; la bestia analfabeta que se escondía agazapada
en los recovecos de su rapada cabezota salió a la superficie como un alien
iletrado y le hizo responder:
—La Acrópolis... La Acrópolis… —y el inconsciente sonreía, casi en
confianza con la inconmovible señorita Luján, rostro de piedra asiria,
examinadora y cirujana de almas—. ¿No era el nombre de la loba que
amamantó a...
—¿A quién? —dijo el gordo Díaz Parra más divertido que enfadado mientras
lo miraba con cara de observar un eclipse sin gafas negras.
—...Que amamantó a... Romeo y Julieta —completó Quico muy seguro.
Se produjo un silencio mortal, una tensión que bien podía resolverse en
carcajadas o en un alarido a lo Tarzán. Nadie podía afirmar semejante
barbaridad, dar tal prueba irrefutable de ignorancia y confusión y sobrevivir
a un examen de Historia Antigua y Medieval; Quico había conseguido
mezclar en una sola respuesta no sólo la geografía histórica griega y los
orígenes romanos, sino todo ello con el insospechable Shakespeare, nadie
más ajeno a sus lecturas y preocupaciones por lo demás.
Pero no hubo ni gritos ni risas. Sólo un leve gesto: sin volverse hacia sus
compañeros de mesa, sin consultarlos ni decir una palabra, la Luján movió
el índice, señaló primero a Quico y después la puerta. Nada más.
En síntesis: tarjeta roja para Reyes y la temida convocatoria de su amigo del
alma ante el tribunal militar con ese inmediato antecedente.
—Ignacio Saravia —dijo la señorita Luján.
—Soy yo —dijo Nacho como si fuera culpable de algo.
—Siéntese.
Y en verdad que, aunque Nacho sabía más, duró menos que Quico.
Arrancó con los egipcios, subió y bajó las pirámides con soltura, pero a
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la tercera pregunta se le mezclaron los faraones y, al pasar a los griegos,
confundió de modo imperdonable la guerra de Troya con las Guerras
Médicas. Cayó fulminado por un golpe de espada espartana que le partió el
fin de curso y las flamantes vacaciones sin inaugurar.
—Volveremos —dijo Quico casi desafiante mientras salían, juntos y
desolados.
Los profesores parecieron no registrar la amenaza.
Y sin embargo volverían, claro que sí. Como dicen que vuelve el asesino
al lugar del crimen. Ese infernal sistema de exámenes orales daba dos
aparentes oportunidades, aunque en realidad era como si los viernes
fusilaran y los lunes dieran el tiro de gracia a los supervivientes.
Así, dentro de tres días tendrían la única y última oportunidad de salvar el
curso, el tren que no podrían perder después de un año accidentado en que
habían tropezado en casi todas las asignaturas hasta quedar colgados de una
ramita y con el abismo bajo los pies, a lo Indiana Jones.
—No puedo volver a casa, Nacho... —dijo Quico mientras se quitaba la
chaqueta transpirada.
Estaban en la esquina del colegio, al sol, junto al resto de los rumiantes que
habían reprobado.
Juan Sasturain, “La Acrópolis según Quico”, en Los dedos de Walt Disney, 3ª ed. Madrid: Anaya, 1996, pp. 11-15.
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Lo que dicen
las palabras
Elijan la opción que mejor describa el significado de la palabra resaltada, según el contexto en que aparece.
…como un interrogatorio al pie del patíbulo…
a) cadalso
b) tribunal
c) horca
…enemiga del verano y castradora de vacaciones…
a) amiga
b) facilitadora
c) destructora
…después no desbarró, aunque dudó en el momento…
a) inventó
b) erró
c) acertó
…escribir una carta en verso libre y desprejuiciado…
a) enamorado
b) descuidado
c) cuidadoso
…una nube de confusión y atolondramiento…
a) aturdimiento b) reflexión
c) enamoramiento
…la bestia analfabeta que se escondía agazapada…
a) asustada
b) escondida
c) confiada
…en los recovecos de su rapada cabezota…
a) recuerdos
b) pensamientos c) rincones
…prueba irrefutable de ignorancia…
a) indiscutible
b) intolerable
¿De qué se
trató?
c) inacabable
I. Después de leer el texto que narra las desventuras de Quico, resuelvan
el siguiente cuestionario.
¿Cuál es el problema que se plantea en el relato?
¿En dónde, cuándo y durante qué tiempo se desarrollan los hechos?
¿Alguna vez han presentado un examen oral? ¿Qué piensan que sea más fácil, el oral o el escrito? ¿Por qué?
Fundamenten su respuesta.
¿Cuál era la situación de los dos amigos cuando les anunciaron que no habían pasado el examen? ¿Qué
podían hacer después de eso? ¿Creen ustedes que salvarán el año?
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¿Cuántos errores cometió Quico cuando le preguntaron por la Acrópolis? ¿En dónde estuvo la confusión?
¿Qué épocas mezcló?
Investiguen ¿cuántos siglos de diferencia hubo entre la guerra de Troya y las Guerras Médicas? ¿Cuál fue
primero?
¿Cómo se solucionó el problema? ¿El final del relato es el desenlace?
II. Señalen a qué personaje corresponden los textos siguientes. Escriban el número que corresponda:
1) Díaz Parra 2) Virginia Luján 3) Quico 4) Nacho
Mezcló en una sola respuesta la geografía griega y los orígenes romanos, con Shakespeare.
Se emocionaba al recordar que había besado la momia de Ramsés II durante un viaje a Londres.
Dudó en el momento de nombrar los animales que había utilizado Aníbal para cruzar los Alpes, y vaciló
entre camellos y rinocerontes.
¿La Acrópolis? ¿No era la loba que amamantó a… Romeo y Julieta?
…confundió las Guerras Médicas con la guerra de Troya.
…experta en detección de mentiras y olvidos, enemiga del verano, castradora de vacaciones…
Arrancó con los egipcios, subió y bajó las pirámides con soltura, pero a la tercera pregunta se le mezclaron
los faraones…
Había estudiado entre casete y casete en el walkman, había echado algunas miradas de ceño fruncido al
texto jeroglífico. . .
Cayó fulminado por un golpe de espada espartana que le partió el fin del curso y las flamantes vacaciones…
…más divertido que enfadado mientras lo miraba con cara de observar un eclipse sin gafas negras.
Jueguen, dibujen, escriban,
hablen, escuchen...
La historia continúa
Aunque el episodio del examen haya terminado, la
historia no puede acabar. Imaginen las escenas que
seguramente tuvieron lugar después y en las que
siguieron siendo los protagonistas Quico y Nacho.
Los dos amigos no están muy seguros de en dónde estuvo el error cuando contestaron las preguntas
que se les hicieron. Pongan de manifiesto todo su humor, y sus conocimientos de historia, para relatar,
en un texto en el que mezclen la narración, la descripción y el diálogo, lo que comentaron los dos amigos respecto al examen presentado. En esa conversación pueden intercalar otras equivocaciones que
surjan cuando reconstruyan su examen.
La desesperación de Quico no surge sólo de haber reprobado el examen, sino de lo que va a vivir
cuando llegue a su casa y relate su fracaso. Esta escena es otra posibilidad para continuar la historia y
darle otro final.
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