SOBRE EL PLURALISMO TEORICO Y EL IMPERIALISMO EN LAS

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SOBRE EL PLURALISMO TEORICO Y EL IMPERIALISMO EN LAS CIENCIAS CRITICAS 1
Frederic Munné
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1. LA FORMALIZACIÓN DEL CONOCIMIENTO TEÓRICO
Puestos a salvar o a condenar, parece que es más digerible hacerlo de alguna teoría suelta
que de toda una gran familia de teorías. Por ello, pienso que pocos lectores esperarán que una vez
expuestos los diferentes marcos teóricos que integran el panorama actual de la psicología social se
consideren todas las tendencias totalmente inválidas menos una, y ésta totalmente válida. En cuanto
a los que tal esperan, si la tendencia salvada de la hoguera no coincidiera con la del respectivo lector,
seguramente éste sacaría la impresión suspicaz de que el autor, no él, ha llevado el agua a su molino
y es simplemente el dogmático de turno.
Lo antenor caricaturiza la problemática que subyace en estas páginas. Y puestos a adelantar
soluciones añadiré, en el mismo tono, que de la valoración que se hace de cada marco, el lector
optimista o confiado puede sacar la impresión de que todos son verdaderos y el pesimista o incrédulo
de que ninguno lo es. Pero si quiere afinar, probablemente concluirá que en parte son válidos y en
parte no lo son.
Este preámbulo suena a eclecticismo, se dirá despectivamente más de uno. Hace años, y
desde la psicología, Gordon A llport (1964), de un modo realista y mesurado como era habitual en él,
en una conferencia dada en el XVII Congreso Internacional de Psicólogos (Washington, 1963).
después de matizar agudamente que la gente es ecléctica cuando se trata de almacenar hechos y
hacer generalizaciones empíricas pero está menos dispuesta a serlo a la hora de considerar las
categorías y los conceptos así como de aceptar cualquier teoría, puntualizaba que el eclecticismo
tiene mala prensa porque connota la carencia de un punto de vista propio. Además, decía, tiene la
debilidad de que es difícil encontrar principios orientadores para seleccionar lo que se conceptúa
verdadero de cada enfoque y unificar todo ello. Y en busca de tales principios apelaba a la autoridad
de este ilustre historiador de la psicología que fue Boring (1930), quien después de subrayar que los
eclécticos son muy numerosos y tal vez constituyan la mayoría de los psicólogos, aconsejaba acudir
como orientación a la historia, sin excluir toda evidencia válida sobre la naturaleza humana que
provenga de cualquier fuente dado que esto es basarse en la prueba pragmática de la fertilidad.
No sé si lo que se sostiene en estas páginas debe ser calificado, sin más, de eclecticismo.
Porque «toda reunión de elementos doctrinales en un conjunto armónico se llama eclecticismo pero
cabe distinguir entre la selección de doctrinas atendiendo sólo a su posible conciliación y en virtud de
las preferencias subjetivas del ecléctico, y la selección producida por un principio superior, que da a
cada uno de los elementos conciliados un sentido nuevo, y en este último caso toda nueva doctrina
filosófica es ecléctica» (Ferrater Mora, 1958, 393). Y es que lo importante no es la etiqueta sino los
argumentos o razones esgrimidos.
LOS NIVELES DE FORMALIZACIÓN
Exponer las teorías que forman el actual panorama de la psicología social requiere dos tareas,
1
El presente texto corresponde al capítulo 1 del libro de Frederic Munné (1996) titulado “ENTRE EL INDIVIDUO Y LA
SOCIEDAD. Marcos y teorías actuales sobre el comportamiento interpersonal”, E.U.B., Barcelona. Ha sido editado en el
presente formato digital por Claudio Acuña para fines pedagógicos en el ramo de Psicología Social 2010.
1
analíticamente diferenciables. De un lado, la descripción, lo más aséptica posible, de cada teoría; de
otro su valoración lo más explícita e intencional que sea posible. Este último aspecto, dificultado por
la multiplicidad de teorías existentes plantea la cuestión fundamental de las relaciones entre las
teorías y obliga a reflexionar seriamente sobre el significado epistemológico de la multiplicidad teórica
existente en nuestro campo. En la base de esta cuestión está el proceso de construcción de la
psicología social como ciencia teórica, del que ya me he ocupado en otro lugar (Munné, 1986) y del
que aquí se recogen, revisan y desarrollan aspectos relacionados con el contenido del presente libro.
Para más detalles, remito a dicho lugar al lector interesado
.
Se ha escrito que el ámbito de la teoría es la parte de la ciencia, sobre todo de la ciencia
social, que más se acerca a los principios sobre la concepción del mundo (Andréieva, 1979 b). Esta
cuestión, que es absolutamente fundamental para la ciencia, es mucho más compleja de lo que
aquella afirmación da a entender. Es preciso, pues, profundizar en ella, lo que nos lleva a analizar
ciertas características que presenta el conocimiento como generador de teorías.
En la construcción de éstas, en nuestro caso de las teorías psicosociales, intervienen varios
niveles de formalización del conocimiento. Su naturaleza epistemológica es muy diferente. En los dos
primeros niveles, próximos a la realidad concreta se generan las teorías micro y de medio alcance.
Son teorías que dan sentido a los datos empíricos, datos que de este modo pueden ser integrados en
conjuntos significativos. Pero ¿cómo o a partir de qué ellas tienen sentido? Estas teorías, que por
definición tienen un carácter sectorial, reciben sentido merced al marco que le sirve de referente
paradigmático. Este marco, de naturaleza asimismo teórica, constituye otro nivel, que supone unos
determinados modelos del hombre cada uno de los cuales genera un paradigma. Dicho marco tiene
también un sobremarco referencial, dado por las concepciones de la ciencia, que constituye el nivel
de los metaparadigmas. Finalmente, estos metaparadigmas encuentran el referente último específico
en el campo psicosocial mismo, o sea en la psicología social entendida como marco epistemológico
sustantivo. Como veremos, el término paradigma no es empleado en el mismo sentido que Kuhn. E
igual ocurre con el de metaparadigma en relación con Masterman (1970), que lo entiende como la
carga metafísica aneja a mi paradigma kuhniano.
La siguiente figura visualiza todo ello:
2
Las microteorías están muy pegadas a los datos, que en general y en términos cualitativos
son muy pocos. Por ello, tienen un corto alcance. Son, en consecuencia, teorías muy puntuales.
Pueden darse aisladas, esto es, confundidas con las hipótesis formuladas para el trabaja empírico, en
cuyo caso no dependen (aún) de los otros niveles. O pueden darse también integradas en alguna
teoría de medio alcance, que tratan de desarrollar en algún punto específico. No es preciso que
entremos en ellas. Así, las teorías de alcance medio constituyen el primer nivel teorizador
verdaderamente importante.
Veamos el nivel paradigmático. El científico, en las ciencias humanas, trabaja teniendo in
mente una determinada imagen-modelo del hombre (Simon, 1957; Searing, 1969; Hollis, 1977;
Chapman y Jones, 1980), que puede llegar a constituir una teoría informal. Y es que, a diferencia del
hombre de la calle, en él esta imagen intuida tiende a ser racionalizada generando un modelo
implícito pero lleno de significado, que constituye un paradigma.
Esto no es todo. La cuestión se complica porque interviene en el conocimiento otra imagenmodelo, relativa a la ciencia, o sea la concepción más o menos explicitada que uno tiene del
conocimiento científico, especialmente la vía y la forma de acceso al mismo. Son los casos, por
ejemplo, del positivismo y del antipositivismo. Lo dicho con respecto al modelo del hombre se repite
aquí, aunque al ser el hombre un fenómeno mucho más complejo que este producto cultural suyo que
es la ciencia, las concepciones sobre ésta son también menos complejas, pudiendo coincidir
diferentes modelos del hombre con un modelo determinado de la ciencia, que constituye un
metaparadigma.
Lo anterior introduce sustanciales modificaciones conceptuales a la teoría de Kuhn (1962,
1970, 1974) sobre los paradigmas, teoría que sin pretenderlo su autor aviva la discusión sobre la
dicotomización de la ciencia y el pretendido abismo entre la naturaleza y la cultura. Dejando para
después el concepto de paradigma, una modificación es que el contenido esencial de los paradigmas
es distinto en las ciencias naturales y en las humanas, pues en aquéllas viene dado por los diferentes
modelos del mundo y en éstas por los del hombre. No es de extrañar que se haya dicho que es difícil
encontrar algún paradigma, en sentido kuhniano, en sociología (Eckberg y Hill, en Gutting, 1980). Y
es que cuando se trata de ciencias cuyo objeto no sea el ser humano, la imagen-modelo del hombre
apenas parece tener relevancia, adquiriendo en cambio trascendencia la imagen-modelo que el
científico tiene del mundo material, imagen-modelo que al igual que en el caso del hombre lleva
adherida una determinada concepción de la ciencia, o sea del conocimiento de este mundo. Las
ideas de Aristóteles y Galileo pueden ser ilustrativas al respecto (ver la tesis de Lewin sobre ellas en
el cap. 4). En los términos antes mencionados, esto quiere decir que en la ciencia natural los
paradigmas responden a sendos modelos del mundo. Pues en las ciencias naturales y en el nivel
paradigmático, el modelo de hombre no es directamente relevante.
Otra modificación se refiere a la distinción que hemos hecho entre paradigma y
metaparadigma, como dos entidades epistémicas que no deben ser confundidas, por darse en un
diferente nivel de formalización. Las confunde Kuhn. Y también su crítico Laudan (1977) cuando
formula el constructo alternativo de «las tradiciones de investigación» relativas a familias de teorías
que comparten unas mismas metodología y ontología. Pero el contenido de un metaparadigma está
constituido por un modelo de conocimiento de la realidad, no separable de la concepción que se tiene
de ésta o sea del mundo como globalidad. Obsérvese, además, que en la ciencia natural no se
plantea, al menos con tanto vigor, o mejor dicho, necesidad, como en las ciencias humanas, el tema
metaparadigmático. Esto es lógico, ya que aquélla es la que definió el concepto de ciencia frente a la
filosofía, y en cambio fue desde la ciencia humana que se ha tenido que cuestionar tal definición.
Como es sabido, el teorema que Godel formuló en 1931, enuncia en su forma simple que en
todo sistema axiomático S, que formalice la teoría de los números, puede demostrarse que hay
proposiciones materialmente o intuitivamente verdaderas, formuladas en lenguaje de S, pero que no
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pueden ser reducidas ni refutadas a partir de la sintaxis, o sea de los axiomas y reglas de inferencia,
del mismo sistema (cfr. Garrido, 1971; Hasenjäger, 1971). Y se deriva de este teorema que un
sistema no puede explicarse por entero a partir de sí mismo, es decir que contiene proposiciones que
únicamente pueden ser probadas desde otro sistema. Este otro sistema, sea existente o creado, ha
de ser englobante al menos parcialmente del primero. Pues bien, ello permite entender mejor la
relación entre las microteorías, las teorías del alcance medio, los paradigmas y los metaparadigmas,
así como el que estos últimos necesiten, a su vez, para ser correctamente aprehendidos, de una
referencia al campo científico específico en el que los paradigmas adquieren sentido, campo que en
nuestro caso viene generado por el objeto psicosocial. En último término, estamos ante una serie de
estructuras cognitivas en cierto modo sujetas a dependencia. Seria interesante su análisis sistémico
como estructuras jerárquicas (sobre dicho análisis, ver Law White, Wilson y Wilson, 1969).
El mencionado campo científico resulta estar constituido por el marco disciplinar. La existencia
en la psicología social de varios marcos paradigmáticos que, como veremos a lo largo del libro,
coinciden en no poder ser valorados -estrictamente desde otras ciencias humanas, en especial desde
la psicología y la sociología, evidencia la sustantividad de la psicología social. En efecto, se verá que
lo singular del psicoanálisis, social (cap. 2) es no ser psicoanálisis, que el conductismo social (cap. 3),
es confundible con el conductismo al focalizarse en ciertos aspectos internos de la conducta
rechazados por este último, y que el sociocognitivismo (cap. 4) no es mera psicología cognitiva. Todo
esto por el lado de la psicología. En cuanto a la vertiente que mira a la sociología, el interaccionismo
simbólico (cap. 5) está considerado por la sociología como una corriente extraña y secundaria, a la
que contradictoriamente no se quiere renunciar, y el marxismo sociológico es del todo insuficiente
para construir una psicología social marxista (çap. 6). No es raro que vista desde la psicología, así
como desde la sociología, la psicología social siembre herejías por doquier. Pero a lo que íbamos:
Sólo desde el mencionado nivel disciplinar, esto es desde una visión integral del comportamiento
interpersonal de los sujetos, parece posible ver la insuficiencia a la par que el interés de cada
metaparadigma.
De lo expresado hasta aquí cabe hacer varias observaciones. La primera es sobre la
diferencia entre él conocimiento vulgar y el conocimiento científico En lo que concierne a las ciencias
humanas, en el conocimiento vulgar subyace una imagen del hombre, mientras que en el
conocimiento científico esta imagen es elaborada a través de un proceso de racionalización
generador de un modelo. Además, los niveles de formalización intervienen inversamente en lo relativo
a su grado de importancia. En efecto, en el conocimiento vulgar aquella imagen no parece estar
supeditada al modo de conocer, o lo está muy poco En cambio en el científico el modelo de hombre
queda condicionado o sujeto al método y en definitiva a la ciencia. De ahí, el papel
metaparadigmático de esta Pero esto no debe llevar a un equívoco un metaparadigma es «meta» por
ser más abarcador que el paradigma, pero no por prevalecer sobre éste. Por otra parte, el método y
la ciencia no son libres sino que responden y reflejan una determinada concepción, y por lo tanto una
interpretación y una valoración, de la realidad.
Otra observación, referida ésta al conocimiento científico, es que los niveles de formalización
teórica recuerdan los niveles quánticos de la microfísica. Quizá, como había dicho a mitades del XVIII
el naturalista sueco Linné en Philosophia botánica, «natura non facit saltus». Pero otra cosa hay que
decir del conocimiento científico, el cual es elaborado de una manera discontinua y opera por saltos;
esto es, a través de dichos niveles, que no son sino referentes dota dores de significación. Su función
es de anclaje, para usar un término grato a algunos psicólogos sociales como Sherif o Moscovici.
Finalmente el estudio de las relaciones entre los productos teóricos de cada nivel muestra
palpablemente que son muy frecuentes las teorías cuya pertenencia paradigmática puede ser
discutida. Y hay menos rechazo a las incursiones entre paradigmas (el conductismo sociocognitivo o
el sector cognitivo del marxismo con las aportaciones de Luna y de Usnadzé, pongamos por casos)
que entre metaparadigmas. Estos últimos constituyen bandos apriorísticamente irreconciliables, como
lo encarnan, por ejemplo, las discusiones a muerte entre los dialécticos y los estructuralistas.
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ESTRUCTURA EPISTEMOLÓGICA DE LA PSICOLOGÍA SOCIAL
El panorama actual de la psicología social como ciencia teórica, visto como una estructura de
formalización tal como ha sido descrita en el anterior apartado, puede representarse gráficamente
según el siguiente modelo (fig. 1.2):2
El centro del polígono está ocupado por el objeto global de referencia, esto es, por el
comportamiento psicosocial (Cps). A su alrededor, quedan sectorizadas paradigmáticamente las
teorías de alcance medio, en las que pululan las microteorías. En el nivel paradigmático,
correspondiente al contorno poligonal, figuran los marcos teóricos principales y secundarios. El
cuadrado exterior sitúa estos marcos metaparadigmáticamente, dicotorniza el nivel en dos grandes
metaparadigmas e indica matizadamente las disciplinas externas hacia las que tiende cada
metaparadigma. Su posición revela, además, la multidisciplinariedad del comportamiento psicosocial
y las tendencias al respecto de las distintas teorías particulares y paradigmáticas.
Los paradigmas y metaparadigmas han sido inferidos por inducción a partir de los rasgos
comunes y diferenciales de las teorías particulares y sus críticas que se verán a lo largo de los
capítulos siguientes. (Desde luego, esto no descarta la posible delimitación empírica de tales
entidades epistemológicas, tal como sugieren para la piscología Peiró y Salvador, 1987.) Por
2
Nota del Editor: Observar anexo 1 con el mismo cuadro pero actualizado por el autor al año 2008. Se replica cuadro
presente en edición digital de Frederic Munné (2008), La psicología social como ciencia teórica,
http://www.portalpsicologia.org/pdfs/2008Munne.pdf.
5
supuesto, representa una interpretación del estado actual tanto como histórico de la psicología social,
interpretación que afecta a las ciencias humanas e incluso a la ciencia en general. Su valor reside en
hasta qué punto puede aclarar e integrar los datos que maneja. Ahora bien, en tanto los aclara e
integra, es obvio que estos datos destilan nuevos sentidos. Por ello, esta interpretación tanto puede
tomarse como una conclusión del material a que se refiere como una fundamentación del mismo.
Aunque este libro se centra en los dos primeros niveles importantes de teorización, es
necesario conocer las características del nivel metaparadigmático y su contenido. Los diversos
paradigmas se integran en dos macrotendencias, opuestas en la explicitación del objeto propio de la
psicología social como ciencia, esto es, del comportamiento interpersonal: una centrada en la
interacción, que llamaremos por ello interaccionismo psicosocial, y otra en la persona en su
dimensión social, que llamaremos personalismo psicosocial. Veamos las características propias de
cada metaparadigma (Munné, 1986).3
En síntesis, las teorías que responden a los paradigmas integrables en el interaccionismo
psicosocial centran la psicología social en el estudio de las interinfluencias comportamentales.
Analizan las relaciones a través de pequeñas unidades de la interacción. Enfocan sus análisis sobre
todo de un modo estructural y/o funcional. La pequeña escala en la que operan las hace aptas para
emplear a fon do la experimentación y ser fieles a los presupuestos positivistas. Se acercan a la
psicología, evitando entrar generalmente en temas lindantes con la sociología. Tienen una visión
esencialmente atomística del hombre, visión que encierra el peligro de caer en el individualismo. En
fin, ideológicamente, están a la derecha de la otra tendencia genérica, tendiendo a defender
posiciones de significado conservador.
Las teorías de los paradigmas que tienden al personalismo psicosocial presentan
características de carácter opuesto. Procuran analizar la conducta social, a menudo llamada acción
social, de un modo integral, esto es, como la manifestación de un sujeto, el cual es llamado actor,
self, ego o persona. Interesados por la dimensión social del individuo humano, aprehenden este
último como un microsistema de interacción sociocultural, sistema que adoptan como unidad mínima
de análisis. Trabajan principalmente mediante observaciones sistemáticas, en parte obligadas por la
escala relativamente grande en la que se mueven. Suelen adoptar posiciones antipositivistas. Su
perspectiva mira, más o menos directamente, hacia el humanismo, uno de cuyos aspectos es el de
las relaciones entre la conducta real y la conducta ideal. De ahí la dimensión crítico-ética inherente a
esta tendencia. El enfoque analítico es más bien genético, histórico o dialéctico. Los teóricos
personalistas están más próximos a la sociología que a la psicología, cosa bien visible en la temática
tratada. El personalismo representa la visión holística en psicología social, la cual entraña el peligro
de caer en la especulación filosófica y el sociologismo. Ideológicamente se sitúa a la izquierda del
interaccionismo y presenta una connotación como mínimo progresista.
Desde cada metaparadigma se percibe de un modo opuesto la ciencia propia y la ajena. El
interaccionismo psicosocial, rigiéndose por el patrón de la ciencia natural, ve como psicología social
dura (hard science), la producida por las teorías propias y como psicología social blanda (soft
science) la ajena o sea la de los personalistas. En cambio, desde éstos el énfasis en las
características diferenciales de las ciencias humanas provoca la percepción de una psicología social
cálida frente una psicología social fría, debido al clima o rapport que proporcionan al lector los
estudios o las investigaciones llevadas a cabo, respectivamente, desde el personalismo o desde el
interaccionismo. Ambos pares de calificativos no deberían tomarse como peyorativos. Es indudable
que la lectura de un trabajo metaparadigmáticamente interaccionista ofrece más garantías
metodológicas de rigor conceptual y de control pero es también indudable que un trabajo personalista
3
Nota del editor: en el anexo 2 se encuentra un cuadro comparativo entre las dos grandes tendencias
metaparadigmáticas citadas por F. Munné, extraído de: F. Munné (2008), La psicología social como ciencia teórica,
edición on-line en http://www.portalpsicologia.org/pdfs/2008Munne.pdf
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proporciona más resonancias humanas. De ahí, el carácter técnico de aquél, y el atractivo y aún la
popularidad de muchos trabajos y teorías personalistas. (Compárense, por ejemplo, el libro de
Thibaut y Kelley con uno de Fromm).
Es muy importante señalar que, aunque el metaparadigma personalista es más específico de
las ciencias humanas, esto no significa que el otro metaparadigma no responda al comportamiento
interpersonal. Este, como comportamiento humano que es, es prismático (ver Munné, 1986). El
«naturalismo» de las teorías construidas a la sombra del metaparadigma interaccionista psicosocial
se refleja en el hecho de que son aplicables a lo no humano, cosa que no ocurre con las del otro
metaparadigma. De ahí que, en general, las teorías conductistas sociales puedan emplearse tanto en
el aprendizaje humano como animal. Y que en las sociocognitivas, especial mente en las formales,
suceda lo mismo en relación con las máquinas, singularmente las computadoras. Y de ahí también
que, en el nivel metaparadigmático, sea legítimo y coherente el positivismo en las ciencias críticas,
en la medida en que éstas estudien aspectos del sujeto cercanos a los objetos naturales.
Lo que básica, pero no exclusivamente, determina la filiación metaparadigmática de un
paradigma determinado es la congruencia entre el modelo de hombre que presupone y las
características descritas. Por ello, el sociocognitivismo y el conductismo social son paradigmas
netamente interaccionistas. Y la psicología social marxista es personalista. En el personalismo tiene
cabida también el paradigma humanista, pero en psicología social y en comparación con los otros
grandes marcos paradigmáticos su desarrollo es, al menos hasta hoy, bastante pobre (Maslow,
Rogers y poco más) y con tan escasa entidad en la construcción global de la disciplina que no le
dedicaremos ningún capítulo del libro.
Dos paradigmas más son fundamentales. Su naturaleza epistemológica es muy peculiar,
porque intentan salvar el abismo producido por el corte epistemológico entre los dos metaparadigmas
existentes. En efecto, a caballo de uno y otro, aunque con formulaciones polares, se desarrollan el
psicoanálisis social y el interaccionismo simbólico o mejor dicho las teorías del rol, que agrupan varios
marcos teóricos en un sólo paradigma. Su carácter intermetaparadigmático explica la fuerte y doble
reacción que sufren constantemente ambos paradigmas, procedente de los partidarios de cada uno
de ellos, carácter que asimismo les viene creando un grave problema de identidad. Aprovechemos
para señalar que no deben confundirse los marcos intermetaparadigmáticos con los marcos
intermedios, situados no entre dos metaparadigmas sino sólo entre dos paradigmas, como son la
teoría del campo o el freudomarxismo (ver figura 1.2).
Las características de cada paradigma serán objeto de estudio al tratar el respectivo marco
teórico. Para otras características específicas de cada nivel de formalización y otras propiedades
descriptivas y/o explicativas del modelo expuesto me remito a la fuente antes indicada.
Los MARCOS TEÓRICOS COMO PARADIGMAS CIENTÍFICOS
Transcurridos varios decenios del estimulante trabajo de Merton (1957) contraponiendo las
que desde entonces se conocen como teorías de alcance medio (middle range) y las grandes
especulaciones que abarca un sistema conceptual dominante, un pequeño balance lleva a dos
conclusiones. La primera es que no ha sido errónea su creencia en que había llegado el momento de
aquéllas, por lo que durante varios años proliferarían las teorías especiales, aplicables a campos
limitados de datos. Aparte de que sus palabras fueron, para muchos, casi un dictum, hay que
reconocer que incluso más allá de la sociología a la que directa y explícitamente él se refería, aquella
proliferación respondió a una necesidad histórica. La segunda conclusión es que hoy se siente clara y
reiteradamente la necesidad, en cierto modo contraria de elaborar y prestar atención a la teoría más
básica.
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En el sentido que aquí damos al término, un mejor conocimiento de los marcos paradigma
ticos pueden contribuir a elaborar la teoría básica Pero esos marcos no son el contrapunto al que se
refería Merton en su trabajo. En efecto, en sí mismos, no son propiamente teorías, al menos en el
sentido usual y estricto del término. No son estructuras conceptuales integradas y suficientes para
construir con ellas las teorías de alcance medio existentes o nuevas. No son simples sistemas
conceptuales generales, unificadores de grupos de teorías de alcance medio Ni lo que conecta éstas
entre si, porque esto resulta de la naturaleza de los hechos, a nivel factico, y a nivel conceptual de
constructos más amplios La teoría de la acción de Parsons (ver cap 5) no es por ejemplo, mi marco
paradigmático
Tampoco son simples marcos teóricos La entidad epistemológica de un marco meramente
teórico consiste en ser nada más que un marco de referencia. Claro es que, por lo mismo, es nada
menos que significante; o sea, que sin tales marcos, las teorías particulares no podrían ir más allá de
si mismas, faltándoles sentido con respecto a la totalidad de la realidad humana a la que en último
término siempre se refieren. Pues bien, como simple marco de referencia, el contenido de un marco
teórico está formado por un con junto, más o menos vasto y multiforme, de teorías particulares que, a
pesar de su pluralismo, presenta una fuerte cohesión, revelada paradójicamente en las constantes y
vivas discusiones habidas en su seno Por ejemplo, la teoría (teorías) del intercambio (cap 3)
constituye un marco teórico dentro de un paradigma. Pero como paradigma, un marco es algo más.
Por marco paradigmático entiendo todo conjunto coherente y relativamente autónomo de
premisas referentes a un determinado modelo de hombre, que proporciona un fundamento a
diferentes teorías de alcance medio, y eventualmente a vanos marcos simple mente teóricos. Estas
teorías o marcos obtienen su pleno sentido al tomar explicita o casi siempre, implícitamente dicho
modelo como fuente ultima de significado En definitiva, no es su carácter referente sino su carácter
fundamentante, lo que otorga al marco un rango paradigmático.
No desconocemos los más de veinte sentidos que Masterman (1970) ha encontrado en el
concepto de paradigma de Kuhn. Tampoco ignoramos las críticas sobre su ambigüedad y relativismo
(ver Shapere, 1971). Ni los desarrollos postkuhnianos (para una síntesis, ver Cerezo, 1987). A todo
ello hay que señalar que, aunque nos inspiramos en el concepto de Kuhn no entendemos que lo
básico de todo paradigma esté constituido por un logro empírico. Porque conceptualmente
considerado, este logro es un constructo construido desde las ciencias naturales, siendo vago su
significado en las ciencias humanas (quizá en éstas habría que referirse a un «logro conceptual
empíricamente significativo».) Si, en principio, nos basamos en la acepción sociológica dominante en
Kuhn (1962; 1974), para ser paradigmático un marco teórico tiene que generar una comunidad
científica, informal, pero bien diferenciada, caracterizada por disponer de unos canales de
comunicación propios, por compartir un mismo enfoque epistemológico, por emplear una terminología
conceptual común, por utilizar un método o métodos particulares, e incluso por asumir una similar
escala de valores.
Pero el núcleo de un paradigma, en las ciencias humanas, está en la asunción de un
determinado modelo del hombre, modelo que es, a la vez, sede y fuente de aquellos valores, y que
implica a los valores que por su parte conceptualizan a la ciencia4. Ahora bien, dicho modelo, aún
siendo el elemento nuclear, no es suficiente para que un paradigma se constituya fácticamente en un
marco teórico. De ahí las anteriores características kuhnianas, y que operativamente éstas sean
susceptibles de ser tomadas como indicadores sociales cuya confluencia integra un índice revelador
de la existencia de un marco paradigmático. Del mismo modo que antes se ha dicho que no todo
marco teórico es paradigmático, no todo paradigma aboca en un marco fundamentante de teoría.
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Nota del editor: en el anexo 3 se ha incluido una tabla con diferentes modelos del ser humano considerados en algunos
de los marcos paradigmáticos de la psicología social. Extraído de F. Munné (2008), La psicología social como ciencia
teórica, Edición on-line: http://www.portalpsicologia.org/pdfs/2008Munne.pdf
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Como ocurre con el fenómeno de las clases sociales, y salvando todas las diferencias, la
entidad de los marcos paradigmáticos puede ser fácilmente ocultada y en consecuencia negada.
Basta simplemente con moverse de un modo ahistórico y a microescala. Pero si consideramos toda la
complejidad del objeto y del conocimiento del mismo, incluyendo sus procesos de génesis, formación
y desarrollo epistemológicos, hay indicios más su suficientes para afirmar la entidad de los
paradigmas Lo mismo puede afirmarse de los metaparadigmas.
Para identificar un paradigma es preciso poner de manifiesto las fuentes de las que mana el
marco. Se trata de elementos no arqueológicos, sino esenciales y vivos. Por tal razón puede
afirmarse que el enfoque paradigmático permite recuperar le temps perdu. Quiero decir que obliga no
a regresar al pasado sino a ir volviendo la vista hacia atrás. En un delicioso trabajo, aún no publicado
y al que he tenido acceso gracias al profesor Federico Javaloy, Aronson (1988) con ocasión de
denunciar el arrinconamiento en que hoy se tiene a la teoría de la disonancia cognitiva se queja de
que muchas ideas importantes de nuestra ciencia se han desvanecido en la oscuridad no por estar
equivocadas ser inadecuadas, o ser mutiles, sino simplemente porque dejan de estar de moda, es
decir porque se prefiere lo más nuevo a lo mejor. Sin entrar en la cuestión de qué es o no mejor, lo
cierto es que hoy tendemos a sentirnos sugestionados por los últimos diez años, como dice Aronson.
Creo que está claro que ver tan sólo el último decenio es una tremenda miopía. Y esto me recuerda la
famosa frase del filósofo Whitehead de que una ciencia que vacila en olvidar a sus fundadores está
perdida. Y es que olvidar las raíces es tanto como perder la propia identidad. O si se quiere decir de
otro modo, echar por la borda nuestro patrimonio. Yo diría que estamos ante una manifestación más
del despilfarro contemporáneo, de lo que Vance Packard calificó muy gráficamente de la «civilización
del desperdicio».5
Un marco paradigmático es, en este sentido, el poso que va dejan do inexorablemente la
historia. Justo lo acumulativo, que Gergen (1973) se empeña en no ver, y que Schlenker (1974)
confunde con la ciencia. Gergen, contradictoriamente, unidimensionaliza la historia, lo cual es grave
porque del mismo modo que sin los marcos son irrelevantes las raíces y los fundadores, sin éstos es
difícil sino imposible ver los marcos. Y, valga el juego de palabras, la historia queda comprimida en un
presente sin historia.
El tempus histórico de los distintos productos teóricos y meta teóricos no parece ser el mismo,
sino que se corresponde con su amplitud o generalización, es decir con el nivel en que se encuentran
situados. Concretamente, en cuanto a los marcos, debería ser una obviedad señalar que del mismo
modo que emergen marcos con vocación paradigmática, otros, alcanzada esta vocación,
desaparecen o se transforman. (Hoy no tienen sentido, pongamos por caso, el asociacionismo o el
funcionalismo psicológicos.) En cualquier caso y debido a su mayor generalidad y fundamentalidad,
los marcos paradigmáticos son más resistentes al cambio que las teorías particulares, aunque no
sabemos todavía en qué condiciones ocurre esto.
La naturaleza histórica de los marcos permite discutir cuántos han de considerarse
paradigmáticos en psicología social, pues en último término el grado de madurez que ha de tener un
marco para merecer el calificativo de paradigmático no es ningún punto fijo. Depende, naturalmente,
del criterio que se adopte al aplicar los indicadores antes mencionados al proceso de formación
paradigmática. Piénsese que sociocognitivamente considerado (si se estima lícito aplicar un
paradigma para aclarar el propio proceso paradigmático) estamos ante un proceso más de
categorización, con los sesgos inherentes al mismo.
5 Por esto es de agradecer al prof. Amalio Blanco la incursión que hace en los clásicos de nuestra materia, presentada en
su libro «Cinco tradiciones en psicología social» (Madrid, Morata, 1988). Desgraciadamente, ha aparecido una vez
cerradas ya las presentes páginas.
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En relación con lo anterior, se podría recurrir al concepto de «preparadigma», que emplea por
ejemplo Caparrós para ubicar, dentro de la psicología contemporánea, al psicoanálisis en el que «las
ideas de Freud se han convertido en un auténtico a priori cultural» (1980, 105). En este sentido, por
su potencial o intenciones quizás se podrían considerar preparadigmáticas algunas de las corrientes
teóricas epistemológicas tanto actuales como emergentes.
Entre las actuales estarían tendencias como la sociobiología y la psicofisiología social, e
incluso la teoría general de sistemas, la dialéctica y la teoría de los juegos. A pesar de enmarcar
varias teorías particulares, no tratamos como marco paradigmático a la socio biología, ya que aparte
de los esfuerzos realizados (ver Clutton Brock y Harvey, 1986; Crawford, Smith y Krebs, 1987) y de
su situación interparadigmática, no parece contar al menos en psicología social con la suficiente
teoría que responda al claro modelo de hombre que subyace en ella. Ni a la psicofisiología social
(Cacioppo y Petty, 1983; Wagner, 1988), contrapunto de aquélla, de la que además se diferencia por
haber nacido sin vocación paradigmática. En fin tampoco tratamos como marcos teóricos
paradigmáticos a la teoría de los juegos o a la dialéctica ya que, a pesar de que son importantes
tendencias generales psicosociales, su entidad parece ser más relevante metodológica que
teóricamente.
Pasemos a los marcos emergentes. En los últimos decenios, ha habido múltiples y constantes
propuestas de nuevos «paradigmas» en el campo de las ciencias humanas y, más particularmente,
en el de las ciencias sociales. La situación empieza a sentirse sobrecargada y está esperando un
análisis en profundidad, apenas iniciado (ver Ibañez, 1985 y 1988). Son propuestas de alto interés por
lo que re presentan de denuncia y necesidad de alternativa más que por lo que realmente aportan, ya
que al menos hasta hoy no acaban de solidificar.
Quizás lo más interesante es que, vistas en conjunto y pese al distinto punto de mira de cada
una, parecen apuntar hacia una misma dirección. Simplificando las cosas y limitándonos a la
psicología social, a mi modo de ver, la base se sitúa decididamente en la vieja y conocida tesis
elaborada por Dilthey, antecedentes aparte, de que en las ciencias humanas (él se refirió a las
Geisteswissenschaften) el conocimiento va más allá de la explicación (Erklären) y es esencialmente
una comprensión (Verstehen). Pues bien, a partir de aquí, en la actualidad hay un desarrollo que va
enfatizando diferentes aspectos de este comprender, aspectos que están interrelacionados desde el
punto de vista lógico:
a) Comprender es explicar en términos propositivos. Esto lleva a un análisis de la conducta
como acción social. De ahí, la teoría de la acción (sólo en parte desvinculable de la sociología:
Weber, Parsons, Touraine,…). En este apartado hay que situar la aportación psicosocial de von
Cranach (1982; von Cranach y Harré, 1982). Este último nombre, indica que hay cierto enlace entre
esta corriente y la etogenia.
b) Comprender el comportamiento social supone interpretar. A la sombra de pensadores como
Habermas y Gadamer, así como el segundo Wittgenstein, nace un movimiento hermenéutico, dirigido
ya al análisis de textos (Taylor, 1985; Ricoeur, 1986), ya al análisis del discurso (Potter y Wetherell,
1987; Antaki, 1988), con cierta repercusión psicosocial.
c) Comprender, esto es interpretar, implica construir, cuando no deconstruir, la realidad social.
Esto, a su vez, puede ser entendido poniendo el énfasis en el contexto (contextualismo de Sarbin,
1977 y 1986; McGuire, 1983; Rosnow y Georgoudi, 1985; Georgoudi y Rosnow, 1955 a y b) o en la
historia (socioconstructivismo de Gergen, 1972, 1973, y especialmente 1982, aunque últimamente
este autor, dicho sea con palabras apestadas que he oído decir a Torregrosa, «autonomiza el
lenguaje frente a la realidad, de la que curiosamente partió». De las tres vertientes señaladas, esta
última es la que está intentando hacer, hasta hoy, aportaciones más directas a la psicología social.
Unas breves palabras sobre la teoría general de sistemas. Es muy posible que estemos ante
un intermetaparadigma emergente. Piénsese que el carácter abierto de un sistema facilita la
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integración del concepto de estructura, que le es consustancial, con el de génesis. En este sentido,
podría llegar a explicar algunos aspectos fundamentales de la temporalidad, como el cambio por
evolución inter(sub)sistemas. Esto es importante si se considera que el análisis científico requiere la
aprehensión sistemática de la totalidad a través del tiempo. No es casualidad que de esta teoría se
haya dicho que puede constituir un puente entre la psicología científica y la psicología comprometida
(Rapoport, en Bassin, 1968, 304 trad.). Por otra parte, no hay que ocultar el contenido relativamente
puntual y repetitivo que presenta, al menos hasta hoy. Y es que sus planteamientos, ya que no sus
presupuestos, vienen siendo básicamente formales. Además, poco espacio propio le dejan, en
principio, los intermetaparadigmas actuales. En fin, todo lo dicho da cuenta de la novedad, y de las
posibilidades y limitaciones explicativas y aplicativas, así como de la atracción o la indiferencia con
que la teoría general de sistemas es recibida por los diferentes sectores epistemológicos.
2. LOS SESGOS EPISTEMOLÓGICOS
Desde un empirismo epistemológico hay que reconocer, como una situación de hecho, que en
la psicología social malconviven o conviven, según se mire, una gran diversidad de teorías y familias
de teorías. Pero esto no basta. Tal reconocimiento exige también preguntar por la cuestión de
derecho o razón de ser, y la consiguiente validez o invalidez, de todas, algunas o una sola de dichas
teorías. En otras palabras ¿debe asumirse el pluralismo teórico o debe re chazarse en pro de un
monismo?
El monismo defiende a ultranza la propia posición teórica frente a cualquier otra, o sea como
la única válida. Rechaza, pues, toda teoría no «incardinada» en su paradigma y/o metaparadigma. El
pluralismo interpreta el hecho de la pluralidad teórica, en términos de que, en principio, cualquier otra
teoría puede ser tan válida como la nuestra, aunque en otro aspecto. Pues bien, el rechazo o
asunción de una en otra posición epistemológica dependerá del sesgo o sesgos que produzcan en el
conocimiento de la realidad, sesgos que tendrán un carácter fundamental dado el plano
epistemológico de que se trata
Hay que subrayar que ambas posiciones no se corresponden con los dos metaparadigmas.
Pueden darse en cualquier nivel de formalización y dependen menos de contenidos que del grado de
radicalismo con que es sostenida la posición propia. No son, por consiguiente, posiciones
metaparadigmáticas.
En principio, se rechaza el pluralismo por entender que responde a un conocimiento poco
desarrollado metodológicamente. En este caso, pues, se considera que el pluralismo resulta de la
inmadurez del conocimiento científico. En relación con ello, se ha distinguido (Royce, 1985) dos
clases de pluralismo, el secuencial o sucesivo y el simultáneo, considerando que aquél es propio de
las ciencias maduras, por lo que en general es menos preocupante y más preferible que el
simultáneo. Este último, al que normalmente se alude cuando se habla sin más de pluralismo, es
concebido, en consecuencia, como un resultado de la inmadurez de una ciencia.
Como es sabido, Kuhn, en su teoría de los paradigmas supuso originariamente (1964) que en
las ciencias maduras y en cada momento histórico hay un acuerdo, más o menos implícito y práctica
mente general, acerca del paradigma aceptado como válido, el cual pasa a constituir la ortodoxia
vigente. Según esto, el panorama científico quedaría dominado por un solo paradigma. Esto abrió un
animado debate sobre la madurez y la inmadurez en las ciencias, o en otras palabras sobre los
estadios preparadigmático, paradigmático y pluriparadigmático de las mismas. Insistentes e
importantes voces han argumentado en favor del pluralismo, sosteniendo que es el estado normal de
las ciencias, necesario para el progreso de las mismas (Campbell, 1960; Popper, 1963 y 1974;
Lakatos, 1968; Feyerabend, 1970; Ness, 1972). Aunque este debate no está cerrado, ha perdido
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buena parte de su interés a partir del reconocimiento, por el propio Kuhn (1970; 1977), no sólo de que
en las primeras etapas de una ciencia ya pueden formarse paradigmas y que un paradigma no
requiere forzosamente muchos partidarios, sino también de que una ciencia madura puede tener
simultáneamente varios paradigmas. Lakatos (1978) ha aportado datos a favor de esto último en el
campo de la ciencia física.
Así las cosas, parece innecesario, al menos a nuestros efectos, proseguir esta discusión. Y la
distinción entre el pluralismo secuencial y el simultáneo pierde trascendencia.
Pero es que, además, esa distinción olvida que las formalizaciones teóricas no son todas
iguales. Proponemos, en cambio, diferenciar el pluralismo horizontal, relativo a la diversidad de
productos teóricos en cada nivel, del pluralismo vertical, que alude a la diversidad de los niveles que
originan entidades teóricas epistemológicamente diferentes. Este último tiene una base cualitativa,
mientras que aquél responde a un fenómeno de orden cuantitativo. Cuando se habla del problema del
pluralismo teórico, la horizontalidad del fenómeno se da por supuesta. Sin embargo, no puede
aclararse la cuestión si no se considera el aspecto vertical del pluralismo. Esto es, hay que tener en
cuenta tanto la existencia de varias teorías como a de varios niveles de formalización.
Es entonces cuando se advierte la relatividad de la cuestión. Porque el pluralismo depende,
esencialmente, del nivel de formalización: La pluralidad, que prolifera en las teorías de alcance medio,
está muy reducida en el nivel paradigmático, es dicotomía en el metaparadigmático, y monismo en el
disciplinar. Así, hay una progresiva síntesis en el abanico epistemológico, formado por los niveles de
formalización que ya han sido descritos (fig. 1.3).
Por de pronto, en relación con el grado de desarrollo y formalización del conocimiento
científico, el pluralismo no desmenuza el campo científico. Recordemos que lo plural encuentra
godelianamente su inteligibilidad en algo englobante que, como tal, constituye otro nivel. Por lo
mismo, el nivel disciplinar, que en nuestro caso corresponde a la concepción sustantiva de la
psicología social, es monista. Más tan sólo lo es internamente. En sus relaciones con otros campos
científicos, es un subsistema abierto que se encuentra inmerso en el cosmos del pluralismo
disciplinar.
No parece que el pluralismo pueda imputarse a la inmadurez del conocimiento. Quizás pueda
explicarse desde el objeto de este cono cimiento.
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LA INABARCABILIDAD DEL OBJETO
Limitándonos al pluralismo en el nivel de los marcos paradigmáticos, constituye problema a
partir del momento en que se considera que tales marcos son simultáneamente incompatibles entre
sí, cosa que ocurre en la medida en que los supuestos epistemológicos en que se basan los
diferentes marcos sean mutuamente excluyentes. Y no siempre lo son. Por ello pudo observar Merton
(1975 cit. por Blau, 1982, prefacio, XX), que ternas diferentes requieren, con frecuencia, explicaciones
a cargo de teorías diferentes, al menos en un principio, por más que la meta última sea la de reducir
el número de las teorías diferentes que se requieren en un campo, de acuerdo con el principio de
Ockam.
Esto introduce la cuestión de la complementariedad de las teorías, que ha dado lugar a otra
discusión reciente El autor antes cita do, Royce (1978; 1980; 1985), observa que el pluralismo
secuencial puede ser complementario, lo que es preferible, o contradictorio. Pero el problema de
fondo y ahora si que importa la distinción entre lo secuencial y lo simultáneo, viene dado por la
complementariedad en este último. Hyland (1985) dice al respecto que no hay que las confundir entre
la complementariedad explanandum, que es a la que se refiere Royce y en la que dos teorías intentan
explicar dos conductas diferentes aunque relacionadas entre sí, con la complementariedad
explanans, en la que dos teorías intentan explicar una misma conducta.
Esta distinción no es certera. Porque el meollo del asunto no está entre dos conductas
diferentes, ni simplemente en una misma conducta, sino que afecta a dos o más aspectos diferentes
de una misma conducta. Una buena ilustración de a dónde lleva lo anterior nos la ofrece el psicólogo
social Vander Zanden (1984, 31) al comentar su propia afirmación de que «distintas teorías l1aman
nuestra atención sobre distintos aspectos del mismo fenómeno» por lo que no necesariamente unas
contradicen a otras, resultando útiles «al presentarnos una parte de la información en el
rompecabezas extremadamente complejo del comportamiento humano», añadiendo que las teorías
conductistas se centran en la forma en que un organismo adquiere determinadas respuestas, las
cognitivas en cómo la gente percibe o interpreta y elabora las conductas, las del interaccionismo
simbólico en cómo los sujetos definen las situaciones y acomodan conjuntamente sus cursos de
acción mediante el uso y la manipulación de símbolos, esto es de los significados sociales, etc.
La verticalidad del pluralismo complica más las cosas. Porque, en rigor, únicamente puede
hablarse de «lo mismo» dentro de cada marco. Ilustremos también esto. La explicación de los
prejuicios en términos psicoanalíticos de un mecanismo de defensa del yo o en términos
sociocognitivos de disonancia no tratan lo mismo. La primera se basa en los fenómenos afectivos,
mientras que la segunda en los procesos cognitivos. Y es altamente probable que en unos casos la
explicación clave esté más en la dimensión afectiva del fenómeno y en otros se encuentre en la
dimensión cognitiva. Una y otra explicación no tienen por qué ser incompatibles. Igual podría decirse
de las relaciones intergrupales tratadas desde el sociocognitivismo, el marxismo o el interaccionismo
simbólico. No son, estrictamente hablando, lo mismo. Etcétera.
La deducción a sacar es clara: no podemos explicarlo todo desde un marco único o desde una
sola teoría. Dado un marco o teoría no es posible desde él y sólo con él describir, explicar, ni predecir
del todo ni todos los aspectos de la realidad y sus fenómenos, sino únicamente aquéllos que son
congruentes con la fundamentación epistémica del marco o teoría en cuestión. El objeto de
conocimiento conduce al pluralismo porque es inabarcable. Para entendemos, en esta cuestión rige
un principio de inabarcabilidad parecido al principio de indeterminación o incertidumbre en la
microfísica, que formuló Heisenberg en 1936.
Esta inabarcabilidad afecta, desde luego, al selvático mundo de las teorías de alcance medio.
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Es posible, por ejemplo, explicar una determinada acción en términos atributivos o en términos
categoria les. Similarmente, en relación con las teorías del aprendizaje hoy se tiende a superar la idea
de que sólo puede ser cierta una única teoría general del aprendizaje. Más bien, se admite que tareas
diferentes pueden poner en juego distintos mecanismos de aprendizaje así como que individuos
diferentes pueden aprender una misma tarea median te distintos mecanismos, y que una teoría
puede postular un proce so de aprendizaje que utilice fases diferentes y sucesivas, todo lo cual
aisladamente considerado podría ser incluido en perspectivas generales divergentes entre si
(Reuchlin, 1979, 187 trad., donde pue den verse ejemplos detallados al respecto.)
La inabarcabilidad implica un perspectivismo epistemológico, que cuenta con una importante
tradición en el pensamiento filosófico, social y científico, con nombres como Leibniz, Simmel, Ortega,
Russell o Whitehead. Esto significa que el conocimiento aprehende la realidad por ángulos, como un
tomavistas. Y me apresuro a aclarar que, por ser parciales todos los ángulos, unos son mejores que
otros, o sea que no todos tienen el mismo valor. Pero esta ya no es una cuestión del objeto, como
veremos. La inabarcabilidad im plica también un relativismo epistemológico en el sentido de que la
validez descriptiva de una teoría o marco depende no tanto del ob jeto como del aspecto determinado
del mismo al que específicamente se refiere. Puede darse, pues, la paradoja de que lo que parece
objetivamente cierto o significativo desde un determinado aspecto, no lo sea o lo sea en menor grado
contemplado desde otro aspecto.
La inabarcabilidad significa que el pluralismo teórico no con lleva dar a todos los marcos un
mismo valor y alcance, ni menos afirmar que cualquier teoría vale. Exactamente, es lo contrario. El
pluralismo teórico supone dar a cada marco y teoría una validez diferente, única. Reconocerle un
valor específico, y por lo mismo absoluto, dado por su congruencia con el aspecto de la realidad que
trata directamente de conocer. Por ello, puede escribir Morales (1981), con referencia a las teorías del
intercambio social, que no hay que escoger entre una u otra teoría según sus méritos respectivos,
sino que hay que partir de los aspectos relevantes del fenómeno a estudiar para llegar al
conocimiento de los requisitos que debe cumplir la teoría que trate de explicarlo, añadiendo este autor
que lo contrario corre el peligro de caer en la escolástica.
Lo anterior permite sentar dos conclusiones generales sobre la explicación teórica, que la
crítica ha de tener muy en cuenta: La primera es que puede no ser incoherente acogerse a distintos
mar cos en cuestiones distintas. Y la segunda que puede no ser incoherente combinar varios marcos
para explicar un fenómeno determinado. Esto contesta, respectivamente, a dos acusaciones posibles
contra el pluralismo, hechas (tómese nota) desde lo absoluto del monismo. En lenguaje coloquial,
son: a) el pluralismo justifica los cambios de chaqueta; y b) el pluralismo proporciona una patente de
corso.
En cuanto a la primera conclusión debe señalarse que implica asumir la inabarcabilidad o
parcialidad del objeto en el respectivo nivel formalizador. Y esto representa poder pasar de una teoría
paradigma o metaparadigma a otra. Cabe, pues, emplear ya uno ya otro marco, y aquí hay que tener
en cuenta que, como decía el filósofo existencial Gabriel Marcel y sabemos desde Sócrates, en toda
pregunta ya está contenida la respuesta, lo que en nuestro caso per mite afirmar que toda cuestión
(específica) contiene ya el marco o teoría para explicarla. Desde la metodología, lo dejó bien claro
Newcomb (en Festinger y Katz, 1953, 18 trad.) al escribir que «toda ver dad o falsedad inherente a
nuestros hallazgos en una investigación es tanto función de las preguntas que decidimos hacer a
través de nuestra selección de los métodos como de la lógica aplicada a los datos obtenidos
mediante nuestras preguntas». Pues bien, justamente cuando uno no asume aquella parcialidad,
situándose en lo absoluto del monismo, es cuando ve el pluralismo como un cambio de chaqueta.
La segunda conclusión se refiere a que el pluralismo facilita las combinaciones entre marcos
distintos. De la inabarcabilidad se des prende que el pluralismo teórico no implica forzosamente
incompatibilidad. Así, los distintos marcos no sólo son combinables sino que puede ser conveniente
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combinarlos. Pero evitemos malentendidos. El pluralismo teórico no debe ignorar las diferentes bases
ni los diferentes datos obtenidos desde ellas, al intentar aprehender toda la multidimensionalidad del
comportamiento, en la vida social. En este sentido, sólo bajo ciertas condiciones pueden combinarse
marcos o teorías diferentes para integrar la explicación de un fenómeno dado. Con todo, las
posibilidades parecen sobrepasar las previsiones.
Obviamente, son más fáciles las combinaciones intra que inter metaparadigmáticas. Von
Cranach y Harré (1982), por ejemplo, recurren a la teoría general de sistemas, al interaccionismo
simbólico, a la sociología fenomenológica y a la teoría de los roles-reglas. Pero también ha habido
valientes construcciones teóricas, como la teoría interpersonal de la psiquiatría (ver cap. 2) que han
integrado elementos más allá del metaparadigma de base. E incluso intentos lími te de unir el
estructuralismo con la dialéctica, y viceversa, como los de Lévi-Strauss (ver cap. 6) y Althusser,
respectivamente. Claro es que el precio que se paga por tales hazañas es muy elevado. En el caso
de Sullivan, ha sido quedar en una atipicidad, tan exótica que le ha colocado fuera de « las grandes
rutas turísticas» de la ciencia psicológica y social, lo que le ha cerrado prácticamente las puertas a
cualquier influencia directa. Y en el caso de los otros dos autores, tanto la iracundia de las críticas y el
doble frente de las mismas como el mutismo absoluto con que otros sectores críticos han premiado
tales matrimonios multiparadigmáticos, revelan el carácter «contra natura» que se otorga a los
mismos.
En fin, los paradigmas no son moldes. Son marcos epistemológicos, o sea continentes a
rellenar, lo que no significa puras formas moldeadoras puesto que medularmente contienen un
modelo del hombre. Son algo más que meros dintornos que encierran un contenido seminal. Todo
marco teórico enmarca, valga la redundancia, la realidad. Por lo tanto, sólo es referente y significante,
y fundamentante si es paradigmático, en el aspecto de la misma que ha quedado delimitado.
Pero demos paso a la moderación. No hay que radicalizar ni las posibilidades ni los límites del
pluralismo. Ningún marco es un compartimento blindado, que impida llegar desde el aspecto que le
es propio hasta los restantes y viceversa. Esto se debe, sencilla mente, a la indestructible unidad del
objeto de conocimiento. Responde, pues, al principio de totalidad. El obstáculo parece salvable, pues
generalmente esos otros aspectos son aprehensibles de un modo indirecto. Sin embargo, esto
conlleva inevitables, y a menudo angustiosos, problemas metodológicos y de verificación, con el
gravoso coste adicional de una pérdida de significado y un aumento del grado de incertidumbre del
conocimiento. (Hemos estudiado algunos de estos problemas en el ámbito disciplinar, concretamente
sobre la relación entre la psicología, la psicología social y la sociología: Munné, 1971; 1986.)
Y ya que hablamos de métodos, aprovechemos para señalar que el objeto del conocimiento
también introduce el pluralismo en el plano metodológico de la investigación científica. En este plano.
el pluralismo parece ser mucho menos discutible. Según Schlenker (1977), al que sigue Jones (1985),
los psicólogos sociales no confían exclusivamente ni en una metodología rigurosamente cuantitativa
ni en una más sensible de carácter cualitativo, porque cada una tiene su lugar y las contribuciones de
un Goffman o un Garfinkel pueden enriquecer, sin necesidad de prescindir de las contribuciones de
un Kelley o Zajonc. Aunque Schlenker generaliza por cuenta ajena, su afirmación es plausible. Los
fenómenos sociales complejos pueden ser entendidos en una variedad de niveles por análisis
conceptuales, complementados con una metodología apropiada que comprende la introspección, las
observaciones controladas, la observación participante, el archivo de datos, la investigación
epidemiológica, los es tudios de casos, las simulaciones, los análisis sistémicos, los estudios
transculturales, los experimentos de campo no reactivos y los de laboratorio (Zimbardo, 1988). No es
difícil aceptar, con Patton (1980), que diferentes métodos y técnicas son apropiados para diferentes
situaciones. Y hay marcos, como el interaccionismo simbólico, que defienden explícitamente un
pluralismo metodológico.
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LA DOMINACIÓN EPISTEMOLÓGICA
Después de lo expuesto, puede afirmarse que el pluralismo teórico se encuentra en la base de
un conocimiento válido del objeto, al menos en las ciencias humanas. La existencia simultánea de
varios paradigmas, con múltiples teorías cada uno, parece ser una condición indispensable para el
avance del conocimiento científico en dicho ámbito.
En cambio, el monismo entraña graves riesgos. Expresiva es, al respecto, la conocida fábula
hindú (recordada por Allport, 1964) de los tres ciegos y el elefante: uno le toca el rabo y cree que es
una soga, otro confunde la pata con un pilar y el tercero la oreja con una silla de montar.
Es lógico que Lindholm (1985) sostenga que lo que es problema no es el pluralismo teórico
sino el monismo. Por añadidura, si la ciencia es adecuación del método al objeto y no al revés,
después de lo explicado no cabe duda que el conocimiento científico es el proporcionado por el
pluralismo. Pero si todo esto es así, ¿por qué se defiende y cómo se mantiene el monismo? Pregunta
que se formula menos en términos del objeto que de lo que dirige o se pretende con el conocimiento
del mismo. El objeto únicamente puede llevar nos a un primer acercamiento o aproximación a la
cuestión del pluralismo teórico. Para tocar fondo en esta cuestión hay que pasar del objeto al objetivo
del conocimiento.
Aunque un marco toma un determinado aspecto del objeto como clave, esto no significa que
no podamos convertir un aspecto determinado en hegemónico e incluso en absorbente del resto. A
menudo es empleado de tal forma que se intenta a través suyo explicar toda la conducta. Esto
sugiere la posibilidad de efectuar manipulaciones y, en último término de generar relaciones de poder.
Se discute mucho, desde siempre, si el conocimiento científico debe estar o no libre de valores
(ver Krasner y Houts, 1984), sin embargo, apenas se discute si la ciencia está o no libre de
dominación. Y cuando, excepcionalmente, esta se denuncia, se olvida el plano epistemológico. No se
trata sólo, como en Foucault (1978), de que el saber es poder, y viceversa. Antes, están la vía y el
modo del saber, como diligencias previas del poder. ¿Por qué se critica la colonización
estadounidense en psicología social (por ejemplo, Israel y Tajfel, 1972) y no se critican las posiciones
monopolísticas adoptadas desde cada uno de los marcos constitutivos de la psicología social?
Del objetivo puede hablarse en varios sentidos. Pero siempre en relación con los valores.
Ahora interesa menos como objetivo disciplinar que como el objetivo de cubrir todo el objeto en
exclusiva, esto es corno pretensión de abarcar el objeto. El objetivo conduce a comparar, pero no con
criterios objetivos, como en el caso del objeto, sino subjetivos, esto es, de escala de valores. Y como
discutir sobre valores es ideológico, sea dicho no en sentido peyorativo, por ahí entra la ideología
como instrumento crítico. Esto es así, por que «objetivamente», quiero decir realmente, no
conocemos objetos desnudos (a no ser que los desnudemos), neutros, sino sobrecarga dos,
enriquecidos axiológicamente. Es decir, conocemos sujetos.
En principio, la ideologización del conocimiento y más concreta mente de la tendencia a la
exclusividad de un marco o teoría hay que buscarla en el propio ser humano. El diagnóstico de Allport
(1964, 18 trad.) es frontal: «los problemas se presentan cuando un investigador afirma que su
parámetro preferido o el modelo que elige abarca la totalidad de la personalidad humana». Pero, al
menos en las ciencias críticas, la ideologización lleva adherida además la epistemología. El mismo
Allport debió de intuir esto al escribir que cada teórico suele ocuparse de un parámetro de la
naturaleza humana y construye un modelo limitado que se ajusta a sus datos especiales y a su estilo
personal. Por su parte, Zimbardo (1988, 175) pare ce ir más lejos: «Una de las lecciones de la
psicología social moderna, especialmente de la tradición lewiniana, es que el hombre es menos
racional y más “racionalizador” de lo que él mismo imagina.»
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El ansia del científico, especialmente en las ciencias humanas, a dar explicaciones
monopolísticas, a explicarlo todo desde un único punto de vista, plantea una importante cuestión, de
lo que podría llamarse epistemología antropológica. Mejor dicho, se trata de una cuestión situada en
el trasfondo de la epistemología, donde ésta se adentra en el mundo de los valores y de su
predominio, o sea de la ideología. Y es que en el problema del monismo y el pluralismo están
inextricablemente unidas la cuestión epistemológica y una cuestión de relaciones de dominio.
No se trata de analizar aquí estas relaciones como lo hace la sociología de la ciencia. Hay que
recordar que un marco está constituido también por una comunidad humana. Pero ésta no debe ser
confundida con los «colegios invisibles» (ver, sobre estos, Price, 1961 y 1963; Crane, 1972). Estos
son comunidades informales que en términos de política científica, vienen a representar sendos
lobbys con intereses de alcance medio. En la comunidad paradigmática se intenta, de un modo más o
menos autoinconfesado, hacerse con el dominio del ámbito paradigmático, ámbito que a menudo
suele con fundirse con el metaparadigmático e incluso con el disciplinar. Pues bien, lo que interesa es
identificar los procesos de dominación ideo lógica que ocurren en estas comunidades, derivados de la
propia naturaleza y estructura del conocimiento científico. Porque ello re presenta descubrir el soporte
epistemológico con que puede contar la ideología como imperialismo. Interesa, por lo tanto, menos el
imperialismo sociológico que el imperialismo, digamos, epistemológico.
El monismo como empeño en la unificación de las diferentes teorías o marcos, y sobre todo
como creencia en una teoría o marco únicos, que siempre son los que uno sostiene, se basa en la
creencia de que otras teorías tratan de explicar «lo mismo». En consecuencia, la pluralidad teórica es
percibida como una amenaza, lo que genera una necesidad de defensa. Esta cuestión presenta
varias vertientes.
En primer lugar, el perspectivismo o relativismo ínsitos al pluralismo introducen una dosis de
ambigüedad, lo que hace que tiendan a rechazarlo quienes, como los autoritarios, toleran mal la
ambigüedad (Frenkel-Brunswick, 1949). La reacción es dar valores absolutos a los marcos y teorías,
y/o eventualmente a los métodos y técnicas. Esto representa pretender imponerlos a los demás.
Para compensar su propia limitación se hace desempeñar al mar con lo que he llamado una
contrafunción (Munné, 1980b), esto es una función de carácter generalizador, que desnaturaliza la
que le es propia. Con ella, el monismo mantiene incólumes los supuestos epistemológicos de los que
implícitamente parte y absolutiviza un aspecto o vertiente de la realidad. Posiblemente, interviene
aquí un mecanismo igual o parecido a la completitud gestáltica. Esto es diáfano en las posiciones
más radicalizadas. El monismo recurre a la dominación epistemológica para superar los límites que
presenta el objeto para ser globalmente aprehendido. Como no se puede globalizar este objeto, se
universaliza el conocimiento y la vía del mismo. Esta dominación convierte al monismo en un
imperialismo.
Por lo que se refiere a la radicalización de las posiciones, en términos adlerianos responde a
la sobrecompensación de un «complejo de inferioridad» (por percibir la propia posición como
reduccionista o como reacción a ataques a la misma). Hay un ocultamiento o negación de aquellos
aspectos de la realidad que no se pueden aprehender epistemológicamente por razón de la
inabarcabilidad del objeto, y cuyo reconocimiento denunciaría la ideologización del objetivo.
El monismo teórico funciona como un instrumento de poder y dominación científicos.
Radicalizado, no es otra cosa que un Iluminismo que institucionaliza su propio Tribunal de la
Inquisición, y que interiorizado se convierte en pura soberbia. Moderado, plantea sus relaciones con
el entorno fácticamente plural en términos de tolerancia y coexistencia. En el primer caso, por lo
menos, hay que hablar de imperialismo científico. Como acaba de insinuarse, este imperialismo
cumple una función de encubrimiento de la existencia y orientación de unos valores, reflejados en
17
otros modelos del hombre y de la ciencia. Esta orientación de valor explica que el análisis de tales
productos no pueda quedarse en el mero objeto de que tratan, ya que ello afecta a la dirección que se
da al conocimiento científico.
La relación entre el objeto y el objetivo no es de mera coherencia. Es dialéctica: Tiende a
generar una contradicción interna en el sentido de que, como hemos visto, el objeto está limitado, en
cambio el objetivo aspira a ser globalizante y a monopolizar. A partir de ahí, el monismo intenta
suprimir la contradicción, alterando el objeto para adecuarlo al objetivo. En cambio, el pluralismo
procura sintetizarlo.
Un modo de sobrepasar los límites del objeto ya hemos visto que es universalizar el aspecto
del objeto, o sea confundir aquél con éste. Otro modo es universalizar el objetivo. Una forma de lograr
esto es mediante uno o varios saltos (ilegítimos por ser epistemológicamente desnaturalizadores) en
el nivel de formalización: la teoría de alcance medio se presenta como paradigmática (por ejemplo, la
teoría de la atribución); el paradigma pretende ser metaparadigmático o incluso se endiosa
identificándose con la misma ciencia de la psicología social de un modo explícito (por ej., la psicología
so cial marxista) o implícito (por ej., el sociocognitivismo europeo), etc.
No insistiremos en la diferencia crucial entre objeto y objetivo (ver Munné, 1986). Muchos
intentan prescindir del objetivo para alcanzar un conocimiento, valga el juego de palabras, objetivo,
esto es, axiológicamente neutro. Sin embargo, más que un conocimiento objetivo lo que se alcanza
en tal caso, es un conocimiento objetiva do, distante del objeto tal como se da. Pero no distante del
objetivo.
Para realizar un análisis desde el objetivo, hay que evaluar las teorías, como dice Lindholm
(1985), considerando los intereses que dirigen el conocimiento. Pero entiendo que es más importante
la clase de los mismos que intervienen en el fenómeno según la tríada habermasiana (1968a)
formada por el interés técnico, el hermenéutico y el emancipador. Mientras buena parte de los
paradigmas actualmente emergentes apuntan hacia el interés hermenéutico, el in terés emancipador
se encuentra en la psicología social marxista y poco más. Pero en otro sentido, muy preocupante,
este mismo inte rés alimenta paradójicamente el monopolismo imperialista.
Hasta aquí me he referido al imperialismo en los niveles de las teorías de alcance medio, los
paradigmas y los metaparadigmas. Más allá, esto es en lo concerniente al mencionado marco
disciplinar, podemos extrapolar lo dicho pero teniendo en cuenta que ahora el imperialismo pasa a ser
un fenómeno externo, o sea entre disciplinas. En este caso, genera graves problemas de identidad,
provocados sustancialmente por el psicologismo y el sociologismo.
LA CRÍTICA EN LAS CIENCIAS CRÍTICAS
El hecho del pluralismo teórico, en su doble vertiente del objeto y el objetivo, introduce el tema
constante de la crisis en las ciencias que tienen por objeto el ser humano como tal, desde la
psiquiatría o la ciencia política hasta la psicología o la sociología, y por supuesto la psicología social.
El mismo hecho conlleva, por otra parte, el ejercicio, asimismo constante, del cuestionamiento, de
una crítica a fondo. Las crisis, en plural, y un hipercriticismo son dos características de las ciencias
humanas frente a las ciencias que no tienen por objeto el estudio del ser humano como tal. En
consecuencia, aquellas ciencias son calificables, por doble partida, de ciencias críticas.
Por supuesto, no hay que deducir que las ciencias de la naturaleza sean dogmáticas, porque a
todo conocimiento científico le es consustancial la crítica. Pero en las ciencias humanas, se está ante
un objeto que siempre es un sujeto y corno tal es multiinterpretable. Esto las hace ciencias críticas
por antonomasia. Olvidar o ignorar tal cosa, aparte de desnaturalizarlas las convierte, a ellas sí, de
18
críti cas en dogmáticas.
Pues bien, en las ciencias humanas como ciencias críticas la crí tica está estrechamente
relacionada con el problema del monismo y el pluralismo. En estas ciencias, la función de la crítica no
puede ser la de llegar a una teoría unificada. En cualquier caso, si tiene algún sentido referirse a
dicha teoría en las ciencias críticas, tal estado de cosas sólo puede llegar, paradójicamente, por vía
del pluralismo teórico. Lo que resta de capítulo intenta explicitar esta afirmación.
En las ciencias humanas, la crítica de una teoría puede apuntar hacia tres ámbitos
epistemológicos distintos. Estos ámbitos se refieren al tema específico de la respectiva teoría, por
ejemplo, la atracción social; al modelo de hombre que subyace a la teoría, por ejemplo, un homo
oeconomicus; o al asimismo subyacente concepto de ciencia, reflejado en la vía de conocimiento y su
metodología. Tales ámbitos generan diferentes tipos de crítica, revelando la existencia de un
pluralismo crítico. ¿Cómo se ve, desde este pluralismo, la tarea crítica?
Un planteamiento reciente vuelve sobre la cuestión popperiana de la falsabilidad, que en este
contexto temático es la de la crítica por rechazo o por aceptación. Royce (1985), coherente con su
negación del monismo, en una posición opuesta a la de Popper, afirma que el problema no es refutar
las teorías inaceptables (léase, recha zar las falsas) sino identificar las mejores. Para resolverlo
propone un análisis dialéctico constructivo, que exige considerar el contexto dado por el conjunto de
teorías disponibles. Pero Kitchener (1985) le replica que no queda claro el significado que aquí recibe
el término dialéctica ni el empleo del mismo.
En cualquier caso, hay que buscar y disponer de unos criterios para evaluar cada teoría.
Allport y Boring, citados más arriba, sobreentienden que fuera del eclecticismo esos criterios no son,
necesarios. Lo que ocurre es que, en el monismo, cada uno quiere imponer sus criterios frente a los
de los demás.
El mismo Royce se había referido, con anterioridad (1978), a la verificación empírica, el grado
de adecuación empírico-formal, la comprehensión, la parsimonia, la formalización, la cohesión, la
conceptualización, etc. Kitchener (1985) comenta que el problema es menos cuáles hay y más cuáles
tienen que prevalecer. Por ejemplo, qué hacer si una teoría es más parsimoniosa y otra más
comprehensiva, como es el caso respectivamente de las teorías de Skinner y de Chomsky. La idea de
Royce no es desatendible, si se advierte que sólo en un contexto, que es plural y. porque es plural,
tiene sentido la contradicción. Y en cuanto a los criterios de evaluación es importante observar que se
refieren a aspectos internos de la teoría. Dado su carácter formal, estos criterios pueden ser
aplicados a cualquier teoría, pero sólo desde los supuestos propios de ésta. Únicamente valen,
pues, para la crítica interna hecha tanto desde posiciones monistas como pluralistas.
La distinción, que suele olvidarse por incómoda, entre la crítica interna y la crítica externa, es
fundamental. Porque explícita o implícitamente y se quiera o no, siempre se crítica desde la misma
desde otra posición en relación con el referente de contenido que es la realidad. Volviendo a la
cuestión en la que estábamos, el fon do del asunto está en la crítica. Ésta, que es del máximo interés
en este libro, tiene una problemática muy compleja, apenas estudiada. Por de pronto, hay una serie
de prácticas, en general inadvertidas por los mismos que las llevan a cabo, que son sospechosas de
monopolismo. A título de ilustración, y a lo largo de los restantes capítulos sobrarán ejemplos, veamos
tres supuestos distintos; a) Los ámbitos críticos ya mencionados, a pesar de que se refieren a
cuestiones epistemológicamente diferentes por corresponder a diferentes niveles de formalización,
son mezclados en las valoraciones, pasándose de una manera indiscriminada de uno a otro. Así,
desde una determinada teoría de alcance medio, enmarcada dentro del conductismo social, se
intenta valorar otra de igual alcance, pero sociocognitiva. Esto es grave, porque se ataca una teoría
no por ella misma sino porque se inspira en un paradigma que no es el propio sin plantear la cuestión
frontal o paradigmáticamente. Pues lo que, en realidad, se está criticando es el sociocognitivismo
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desde el conductismo social. b) Otra práctica extendida es rechazar por una parte, una teoría ajena
porque implica un determinado modelo reductor, como todos, del hombre, por ejemplo a un ser
mecánico, mientras el propio crítico, por otra parte, no autoaplica a la teoría que defiende el mismo
argumento reduccionista o sea a su modelo pongamos por caso inspirado en un hombre lúdico. c) En
fin, una tercera práctica es valorar negativamente una teoría ajena y, acto seguido, aprovecharla
adaptando elementos sueltos de la misma a la nuestra.
Son prácticas frecuentes, que únicamente desde el pluralismo cobran todo su significado. No
es en el pluralismo, por lo tanto, sino en el monismo donde están las patentes de corso para eliminar
o saquear al adversario. Su función latente es proteger del pluralismo. Pero contradicen los
supuestos monistas, por lo que constituyen una pseudocrítica. En cambio, tales prácticas no van
contra el pluralismo, pudiendo generar auténtica crítica externa (el caso de Bandura, por ejemplo, se
acerca a este último supuesto). Piénsese que sin crítica externa no hay pluralismo, del mismo modo
que sin reconocer éste no puede hablarse propiamente de aquélla.
La existencia de varios niveles de formalización relativiza lo que es crítica interna y lo que es
crítica externa. En principio, la diferencia entre una y otra es clara, ya que la crítica externa es
siempre
comparación. O sea, que en ella hay una valoración desde otra teoría, paradigma,
metaparadigma o incluso desde otro marco disciplinar, como la psicología o la sociología, marco que
entonces pasa a ser el referente, pero en cualquier caso se trata de un producto no perteneciente al
conjunto teórico de lo que se valora. Pero el carácter interno o externo de la crítica depende del punto
de referencia del que se parte. Y esto queda desdibujado por las pertenencias múltiples y los cruces
de nivel.
Justo es por ahí que el monismo intenta hacer crítica interna como si fuera externa. Interesa
aclarar esto. En principio, está más claro lo que constituye crítica interna, a saber, la valoración des
de la propia teoría o marco de su propia consistencia formal y adecuación al objeto. Pero más allá, es
decir cuando se trata de comparar una teoría o marco desde otro diferente, el corte entre la crítica
interna y la externa no es absoluto. En efecto, comparar dos entidades teóricas distintas (por ejemplo,
dos teorías de alcance medio) puede constituir tanto una crítica externa como una crítica interna, ya
que será esto último si se comparan con base en un nivel englobante compartido por ambos (por
ejemplo, un paradigma o incluso un metaparadigma común a ambas teorías).
La crítica externa plantea el problema de la incomparabilidad de los marcos paradigmáticos, y
por supuesto de los metaparadigmas. Una de las acusaciones más frecuentes contra Kuhn viene
siendo que basa el reinado de un paradigma no en la verdad sino en el consenso (y por esto es
importante la dimensión sociológica en su constructo), y por lo tanto implica que el conocimiento
científico se hace descansar sobre un elemento no racional (Stegmuller, 1976; McGuire, 1982;
Palermo, 1984).
En nuestra formulación, paradigmas y metaparadigmas descansan también sobre un elemento
que no es racional, aunque tampoco es irracional. Pero, precisamente es por ello que puede ser
fundamentante. Consiste en los implícitos paradigmáticos, metaparadigmáticos e incluso
disciplinares, según el nivel epistemológico desde el que valora quien ejerce la crítica. Se trata de los
modelos del hombre, o en su caso del mundo, y de la ciencia, que intervienen en la crítica con una
exigencia de coherencia axiológica. (El caso de las teorías de alcance medio es distinto, puesto que
los elementos suelen explicitarse en hipótesis contrastables con la realidad empírica.) Estos implícitos
se utilizan, unas veces, como dadores de significado y otras, como receptores del mismo. Un tanto
camaleónicamente, tan pronto un paradigma confiere significado y fundamenta a la teoría de turno,
que así pasa a apoyarse en él, como ésta trata de mostrar y confirmar el modelo en cuestión. Esto
sugiere que estamos ante un proceso retroalimentado relativo a quién dota de sentido a quién. De
todos modos parece haber aquí un empleo comodín tanto por parte de la teoría como por la del
modelo, que merecería ser estudiado.
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La incomparabilidad afecta a las pruebas. Cada paradigma con tiene en semilla sus propios
criterios y modos de validación, a partir de las características del material empírico que nutre a las
teorías. No se puede probar de igual modo desde uno u otro paradigma. Quiero decir que una misma
forma de prueba no puede tener idéntico significado ni la misma potencia explicativa o interpretativa
desde un modelo que desde otro, aunque formalmente lo tenga den 1ro de un mismo
metaparadigma. En principio, entendemos por prueba tanto la validación teórica, que se mueve en el
plano de los conceptos, y a la que aquí nos estamos refiriendo, como a la validación empírica,
agarrada a los hechos elaborados como datos. Lakatos (1968; 1978) ha desvelado un interesante
puente entre ambos aspectos al distinguir en un «programa de investigación científica» que él
entiende como un constructo alternativo al paradigma kuhniano, entre unos presupuestos de carácter
nuclear (hard core) y unas hipótesis (protective belt), las cuales cumplen una función inmunológica al
proteger a aquellos presupuestos de los ataques empíricos basados en los fracasos experimentales.
Esta función es otro aspecto del tema que merecería un estudio a fondo. Pero los niveles de
formalización ayudan a entender su alcance. El abanico epistemológico muestra que lo que se
contrasta empírica y directamente sólo son las microteorías y probablemente también las teorías de
alcance medio. En rigor, la refutación empírica sólo es aplicable al nivel de estas teorías. En los
niveles paradigmático y metaparadigmático la fuerza de la validación empírica es indirecta, o sea no
es nula pero si débil.
En principio, la incomparabilidad, especialmente la paradigmática y la metaparadigmática,
convierte a la crítica externa en impenetrable. La convierte en una discusión entre sordos o, en el
mejor de los casos, en una conversación banal. La eterna disputa metaparadigmática entre
positivistas y antipositivistas ilustra esto perfectarnente. Tal crítica carece, pues, de sentido. Sin
embargo, esto sola mente es así desde las posiciones monistas, las cuales intentan valorar el objeto
desnudo, desprendido de sus implícitos, con los que se encubren los valores anejos a los mismos. En
realidad, con su juicio más allá del bien y del mal, el monismo impone sus implícitos como los únicos
capaces de generar teorías válidas, tratándolas como si fueran realmente comparables.
Pero la crítica externa adquiere un profundo sentido, cuando se asume aquella
incomparabilidad. Entonces, la discusión y la valoración externas no recaen directamente sobre el
objeto, sino sobre los objetivos, plano en el que los implícitos pueden explicitarse y ser comparados.
Esto significa que la crítica externa es válida si, y sólo si, se asume la inabarcabilidad y en
consecuencia el pluralismo. Claro que esto conlleva asumir la incomparabilidad, y por consiguiente
también la ideologización como inherente al conocimiento propiamente científico. Así, la crítica
externa es, por sí misma, ideológica. Supone una evaluación a partir de los propios valores e
intereses, o sea de la propia aprehensión y entendimiento de la realidad. Y lejos de invalidarla, esto
es lo que la autentifica como conocimiento. De ahí, el valor que la crítica externa posee como
reveladora de diferentes aspectos o dimensiones conferibles al objeto, al menos en las ciencias
humanas, que por esto son críticas per se. Y aunque esto ha de ser modulado en las ciencias de la
naturaleza, la historia de la ciencia en general muestra las variaciones esenciales, a través de las
épocas y modas, en otorgar la primacía definitoria del carácter científico a uno u otro criterio: unas
veces se ha privado la objetividad, otras la formalización, otras el carácter económico de una teoría,
otras su rigor metodológico, etc. Es obvio que tal primacía, aparte de evidenciar que la ciencia no deja
de ser una convención, muestra el papel de los valores e intereses temporales en la configuración y
avance del conocimiento científico.
La crítica externa cumple, pues, un cometido insustituible. Gracias a ella lo ideológico puede
entrar en el santuario del objeto, y pone de manifiesto el objetivo que le confiere un sentido pleno. Es,
en definitiva, más importante que la crítica interna. Sin la crítica externa, el campo científico queda en
manos del monismo. Y el imperialismo sería indesbancable.
21
3. ALGUNAS CONCLUSIONES
Sin necesidad de recurrir a paradigmas interpretativos de moda hoy en día como el prigogiano
de la complejidad, es una evidencia que sería insensato intentar aprehender la realidad material única
mente desde un campo científico, sea éste el de la física, la geología, o la astronomía, pongamos por
caso, ya que está bien claro que cada campo científico aborda un aspecto diferente de la realidad. Y
lo mismo puede afirmarse, en el plano del comportamiento humano.
Pues bien, dentro de cada campo científico, que en nuestro caso es el marco disciplinar que
llamamos psicología social, debería de resultar igualmente evidente y es también insensato por no
decir ingenuo pensar que es posible agotar todo su contenido desde un único enfoque, tanto
metaparadigmáticamente como paradigmática mente. Es decir, que el comportamiento interpersonal,
comporta miento que está en el justo medio entre el individuo y la sociedad, donde se da la persona
en sus interacciones, presenta un contenido multiforme que requiere pertrechar múltiples enfoques
para ser aprehendido en su totalidad.
A partir de ahí, el presente capítulo ha pretendido mostrar el sentido que tiene el pluralismo
teórico en la psicología social, y por extensión en las ciencias humanas.
Se ha visto que epistemológicamente no es posible abarcar todo el objeto propio de estos
campos científicos ni comparar los paradigmas sobre el mismo. Sin embargo, el monismo exige, por
definición ambas cosas. Y para imponerse, recurre a una serie de estrategias epistemológicas, que
fundamentalmente se basan en una doble reducción: reducir el objeto a una entidad monolítica en la
que todo es lo mismo, y reducir el contenido de las entidades teóricas a lo manifiesto. Son sendos
sesgos epistemológicos, que posibilitan el prescindir de los aspectos del objeto, de una parte, y de los
implícitos epistemológicos, de otra. Y es que ambos elementos únicamente pueden ser asumidos por
el pluralismo.
Desde el pluralismo es como puede mostrarse que cada marco lleva sobre sí sus propias
grandeza y servidumbre, o sea, un cúmulo de posibilidades y de limitaciones de las que no puede
desprenderse, porque son consustanciales a su naturaleza epistemológica La tarea de la crítica
externa, sojuzgada por el monismo, consiste en valorar y especificar esas posibilidades y
limitaciones.
La conclusión última es que fuera del pluralismo teórico, no es posible hacer de la psicología
social una ciencia verdaderamente crítica.
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ANEXO 1:
ESTRUCTURA EPISTEMOLÓGICA DE LA PSICOLOGÍA SOCIAL COMO CIENCIA TEORICA.
Nota original:
23
ANEXO 2:
TENDENCIAS METAPARADIGMÁTICAS EN PSICOLOGÍA SOCIAL
24
ANEXO 3:
MODELOS DEL SER HUMANO EN LOS DIFERENTES PARADIGMAS DE LA PSICOLOGIA
SOCIAL
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