El Hierro es un continente en pequeño: paisajes volcánicos y

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El Hierro es un continente en pequeño: paisajes volcánicos y desiertos de lava,
pinares, laurisilva y acantilados de más de 1.000 m.
Más que una isla, El Hierro es un continente a pequeña escala. El
territorio menos extenso del archipiélago canario encierra una
riqueza natural y paisajística difícil de igualar, méritos suficientes
para ganarse en el año 2000 la declaración de reserva de la
biosfera por la Unesco. En 2014 fue declarada geoparque también
por la Unesco.
El Cabildo de El Hierro cuenta desde 1997 con un plan de
desarrollo sostenible cuyo objetivo más ambicioso es convertir la
isla en el primer territorio energéticamente aislado del mundo que
aspira a autoabastecerse con energías limpias. En julio de 2014
entró en funcionamiento la central hidroeólica, convertida en
referente internacional en la apuesta por las renovables.
El Hierro es la más meridional y occidental de las islas Canarias, y
también la que posee mayor densidad de volcanes, con unos 800
cráteres en superficie. La erupción más reciente empezó en
octubre de 2011 en el Mar de las Calmas y acabó en marzo de 2012.
Nada de playas abarrotadas ni de complejos hoteleros como
ciudades: el protagonismo aquí lo tiene la naturaleza en sus más
variadas y caprichosas manifestaciones. Desde los desiertos de
lava y las formaciones volcánicas del sur y el este, hasta los
bosques de coníferas o la frondosa vegetación de laurisilva que
ocupa las zonas más altas de la dorsal montañosa; desde los
acantilados rocosos y verticales, a las playas de arena.
Un mundo de contrastes está representado en los poco más de 270
km2 de extensión que forman esta estrella de tres puntas –la del
Guanche, al norte, la de la Restinga, al sur, y la de Orchilla, al oesteanclada en el océano Atlántico.
La punta de Orchilla fue durante mucho tiempo el límite del mundo
conocido y también el meridiano 0 hasta que la ciudad inglesa de
Greenwich se apropió de él en 1883 . Hoy todavía se conoce a El
Hierro como la isla meridiano y un monumento lo recuerda muy
cerca del faro que sirvió de referencia para los aventureros que
regresaban de las Américas.
El vergel de Frontera
Al norte se encuentra el valle de El Golfo, una extravagancia
natural. Sólo así se explica que en la isla con más actividad
volcánica del archipiélago canario, con más de ocho centenares de
cráteres en superficie, quede lugar para un valle de fertilidad
asombrosa, trenzado de porciones de tierra cultivada de viñedos y
productos tropicales como la piña, el mango o la papaya.
Acantilados de más de 1.000 m de desnivel limitan al norte el
territorio, mientras al sur es una media corona montañosa tapizada
de laurisilva que culmina en el pico Malpaso (1.501 m). Frontera es
el centro neurálgico del valle, el corazón comercial de la comarca y
el que da nombre a la denominación de origen de un excelente vino
local.
Una carretera se ciñe al abrupto perfil de la costa y abandona El
Golfo por el oeste. Antes merece la pena detenerse en el Pozo de la
Salud, hoy ocupado por un balneario, a cuyas aguas se atribuyen
propiedades medicinales desde el siglo XVIII. El occidente es donde
El Hierro guarda algunas de sus mejores esencias. Aquí crecen las
inconfundibles sabinas combadas por el viento, y aquí se encuentra
el Santuario de Nuestra Señora de los Reyes, la patrona de la isla y
el lugar que da sentido a su fiesta mayor.
Cuenta la tradición que la imagen que se venera llegó a El Hierro de
la mano de unos navegantes que la dejaron a cambio de provisiones
que les permitieran seguir su travesía hacia Cuba. Los isleños se
encomendaron a ella cuando la sequía de 1614 amenazaba con
destruir la agricultura y la ganadería herreña. Los pastores
trasladaron a la Virgen hasta Valverde, al otro extremo de la isla, y
concluido el viaje, regresó la providencial lluvia. Una multitudinaria
peregrinación conmemora ahora cada cuatro años esta procesión
en una de las fiestas populares más vistosas de España.
La caminata llena de música y colorido todos sus caminos, y los
bailarines danzan en honor a la Virgen acompañados por el sonido
del tambor, el pito (especie de flauta travesera) y las chácaras, y la
práctica totalidad de los vecinos, además de multitud de personas
que acuden a El Hierro para participar en la fiesta.
Desde el santuario, una carretera nos conduce al interior, ahora en
el lado opuesto al valle de El Golfo, con la mirada que se nos pierde
con facilidad sobre las playas de la costa sur, menos rocosas y
afiladas que la vertiente norte, y con aguas más tranquilas como
subraya el nombre que recibe este litoral: Mar de las Calmas. La
Cala de Tacorón, un paradisiaco recodo de aguas cristalinas, es la
mejor carta de presentación de esta línea de costa a la que acuden
aficionados al turismo de sol, playa y vela.
Testimonio bimbache
Esta zona guarda también algunos de los pocos vestigios que se
conservan de los bimbaches, los primitivos pobladores de El
Hierro, dedicados a la ganadería, a la agricultura y a la pesca antes
del desembarco de Juan de Bethencourt, en el siglo XV. De la cultura
bimbache han llegado hasta hoy cientos de testimonios escritos
esculpidos en la lava volcánica y aún sin descifrar. Son los
petroglifos de El Julán, que sólo se pueden visitar acompañados de
los guías que salen del Centro de Visitantes dos veces al día.
El camino nos da buena muestra otra vez de la riqueza de El Hierro.
En unos kilómetros, hemos pasado de las fayas de las cumbres a las
sabinas, y de las sabinas a los pinos canarios que se adueñan de
esta vertiente de la isla, sobre los núcleos de Las Casas y Taibique.
Hacia oriente, el itinerario se retuerce hasta alcanzar San Andrés, el
pueblo más alto de la isla, pero sobre todo la puerta de acceso al
mítico árbol sagrado de los bimbaches, el garoé. De él se decía que
era capaz de condensar en sus hojas agua para sofocar la sed de
toda la población herreña, y su búsqueda ocupó a su llegada a los
conquistadores. Un huracán o un rayo acabó con sus mágicas
cualidades en el siglo XVII y ahora un enorme til plantado en su
recuerdo ocupa su lugar rodeado de una laberíntica alberca que
rebosa también con el agua de la condensación.
Capital de interior
Si algo le falta a El Hierro son las aglomeraciones. Ni siquiera la
capital se resiste a la etiqueta de paraíso natural que define a la isla.
Valverde es una ciudad hecha a su imagen, tranquila y armoniosa,
con escasos habitantes repartidos en un entramado disperso de
casas bajas, agarradas a una ladera, lo que ha condicionado el
dibujo urbano salpicándolo de callejuelas empinadas. A diferencia
de las capitales canarias, Valverde está de espaldas al mar, en el
interior, aunque esta elección fue más una necesidad estratégica
para evitar los embates de los piratas, que un reflejo del espíritu
marinero de los herreños. Pese a todo, las brumas con las que los
vientos alisios empapan el ambiente, recuerdan con frecuencia la
cercanía del mar.
Cerramos el recorrido por El Hierro regresando al valle del Golfo,
para disfrutar del mirador de la Peña, una obra maestra del
arquitecto canario César Manrique colocada en el paisaje como una
maravilla natural más y que proporciona unas inolvidables vistas de
la accidentada costa norte. Hay muchos más lugares de inmensas
panorámicas, como el mirador de Jinama, el de Las Playas, el de
Tanajara o el de los Bascos; numerosos pero siempre insuficientes
para apreciar la belleza de El Hierro, el único continente que se
puede atravesar a pie en un solo día.
Turismo rural
Dada la riqueza y la variedad paisajística de El Hierro, y el alto grado
de respeto por la naturaleza que ha caracterizado siempre a los
herreños, cada vez más visitantes eligen esta isla para disfrutar de
un turismo que combine el descanso con el contacto directo con la
naturaleza, la agricultura y la ganadería. Por este motivo, la oferta
de alojamiento en casas de turismo rural es cada vez más
demandada en El Hierro. Esta oferta se añade a las ya existentes,
como son los apartamentos, hostales y hoteles.
Además del turismo rural, hay otras formas de alojamiento muy
característico de la isla. Uno de ellos, un precioso hotel con cuatro
habitaciones dobles, ganadas a un edificio de aduanas de finales del
siglo XIX y levantado sobre un acantilado en el extremo noreste de El
Hierro. Así es el Punta Grande, hecho a la medida de la serenidad
que contagia la isla. El Guinness lo ha colocado en el anecdotario
universal como el hotel más pequeño del mundo pero, al margen
de récords, es su privilegiado emplazamiento lo que hace de este
lugar el retiro soñado para cualquier amante del mar. Desde sus
terrazas, el sonoro azote de las olas, la vista sobre los islotes rocosos
de los Roques de Salmor y el evocador paisaje volcánico
contribuyen a agrandar la magia del lugar. El interior tampoco
defrauda y subraya aún más su espíritu marinero. Restos de pecios y
objetos rescatados del desguace de buques sirven de decoración y
animan al visitante a un entretenido trabajo de identificación de las
curiosidades repartidas por todo el edificio.
Igualmente, el ya mencionado balneario del Pozo de la Salud, en la
costa de Sabinosa, y el parador de turismo, en Las Playas, brindan
al visitante alojamientos emplazados en parajes de gran belleza y
tranquilidad.
Destino para el deporte
El deporte más popular en El Hierro, lo mismo que en las demás
islas del archipiélago, es la lucha canaria, cuyos orígenes
probablemente habría que buscar en los antiguos habitantes.
En una suerte de combinación entre tradición y modernidad, la isla
se está convirtiendo es un centro de reunión de aficionados a los
deportes náuticos y de aventura. La práctica del buceo deportivo
reúne a aficionados en La Restinga, donde pueden encontrarse
centros de buceo perfectamente equipados para la práctica y
enseñanza de este deporte, y desde los que se organizan salidas a
los lugares de mayor interés.
Asimismo, la particular orografía de la isla convierte a los amantes
del parapente en visitantes asiduos. La bicicleta de montaña, el
snorkel y otras actividades de aventura también tienen su sitio
aquí.
El senderismo es una de las actividades preferidas de los visitantes.
La variedad paisajística de la isla, que combina montañas y llanos,
costa abrupta con playas y piscinas volcánicas naturales, bosque y
eriales de lava, hace de esta práctica uno de los objetivos de las
visitas turísticas. Nuestra recomendación es realizar paseos por el
pinar del sur de la isla, cerca de las poblaciones de Taibique y de
Las Casas, donde los pinos canarios forman el bosque de coníferas
más sugerente de todo el archipiélago. Envueltos en la neblina,
esbeltos, de asombrosa verticalidad y bien alineados, la densa capa
que forman sus afiladas hojas impide el crecimiento de cualquier
otra especie vegetal, dejando un manto despejado y uniforme de
gran belleza. El paraje de la Hoya del Morcillo, acondicionado con
mesas, servicios y agua para pasar un día de campo, es un buen
lugar para explorar el pinar en busca de algunos de los ejemplares
centenarios de porte excepcional y llegar a miradores como el de
Tanajara, con una vista magnífica sobre el sur de la isla, o el de Las
Playas, a casi mil 1000 m de altitud, para retener una imagen
inolvidable de la bahía.
El Lagarto gigante y la sabina, señas de identidad
El lagarto gigante de El Hierro, de la misma especie que el extinto
lagarto gigante de Salmor, es uno de sus símbolos. La
Viceconsejería de Medio Ambiente del Gobierno de Canarias
inauguró en 1995 un centro de recuperación de esta especie,
situado al pie de la Fuga de Gorreta, lugar donde se encontraron
dos ejemplares en 1974. El centro cría lagartos en cautividad y
procede a la suelta controlada de ejemplares en aquellos lugares
donde se han encontrado restos de su existencia. Unos metros más
allá se encuentra un verdadero tesoro antropológico reconvertido
en museo al aire libre. Se trata del poblado de Guinea, abandonado
por sus moradores en los años 50 del siglo pasado y fechado entre
los siglos XVII y XX. El conjunto, conocido como el ecomuseo de
Guinea, fue restaurado con los materiales originales, para mostrar
al viajero cómo vivían los antiguos pobladores.
Otro de los distintivos indiscutibles de la isla es la sabina, con su
tronco retorcido y la copa vencida por los vientos alisios, tumbada
y recortada frente al océano. Llegar al mejor sabinar, situado en el
occidente, es una caminata que comienza en el pueblo de
Sabinosa. Una vereda asciende entre árboles frutales hasta el
paraje de Las Casillas, donde la pendiente desaparece y un camino
discurre sorteando los cercados de piedra. Pronto veremos los
primeros ejemplares de este superviviente nato, un arbusto de hoja
perenne y profundas raíces capaz de adaptarse a los suelos más
rocosos o de desafiar con habilidad la fuerza del viento. Podemos
cerrar el itinerario por una pista de tierra que conduce hacia el
norte, al mirador de los Bascos, que nos recibe con una espléndida
panorámica sobre Sabinosa y el valle de El Golfo.
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