Tema del Mes

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Tema del Mes
Junio de 2015 • BS • 17
“Si no actuamos solidariamente y con rapidez
en favor de los pueblos empobrecidos,
seremos víctimas de su miseria,
que nos hemos limitado a observar con indiferencia”.
Declaración de la ONU
En septiembre del año 2000, la Cumbre del Milenio
de las Naciones Unidas celebrada en Nueva York,
aprueba por unanimidad una declaración estratégica para la cooperación mundial, conocida como Declaración del Milenio. El documento propone los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) y contiene 8
objetivos, 18 metas específicas, 48 indicadores, comprometiendo a las naciones firmantes a adoptar medidas y esfuerzos para luchar por un mundo en el
que la máxima prioridad sea la eliminación de la pobreza en todas sus manifestaciones.
Los ocho objetivos se refieren a áreas de promoción humana. Formulados de una manera muy sintética, son los siguientes:
1. Erradicar la pobreza extrema y el hambre.
2. Lograr la enseñanza primaria universal.
3. Promover la equidad de género y la autonomía de
la mujer.
4. Reducir la mortalidad infantil.
5. Mejorar la salud materna.
6. Combatir el VIH/SIDA, el paludismo y otras enfermedades.
7. Garantizar la sostenibilidad ambiental.
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JUAN PABLO II, Sollicitudo rei socialis, 14
8. Promover una “asociación mundial para el desarrollo” que impulse una reforma justa de las relaciones
internacionales, garantizando “el buen gobierno”.
Se trata de objetivos claros y concretos, que responden a necesidades urgentes, señalan plazos precisos de tiempo para alcanzarlos y hacen posible exigir a los Jefes de Gobierno y a las instituciones
firmantes ejecutar lo que los corresponde. La Declaración asegura: “La nuestra es la generación que puede alcanzar los Objetivos de Desarrollo y liberar a
nuestros semejantes de las condiciones deshumanizadoras de la pobreza extrema”.
El año 2015 es el momento fijado para evaluar el
cumplimiento de la importante Declaración de la ONU.
Muchos dirigentes políticos han mostrado su satisfacción por los logros conseguidos en la reducción del
hambre y de la pobreza. Pero muchos han manifestado también su preocupación por el insuficiente avance experimentado y la persistencia de las grandes desigualdades sociales, cuando un 20% de la población
(1.200 millones de personas) siguen viviendo en situación de pobreza absoluta. En realidad, a lo largo de
estos 15 años, ha existido un continuo debate sobre el
planteamiento, significado, importancia y posibilidades de éxito de la Declaración de la ONU.
Diferentes movimientos sociales sostienen que los
Objetivos de Desarrollo del Milenio son un gran engaño, expresión del sistema imperialista que gobierna en todo el mundo. Bajo el disfraz de “cooperación” y “ayuda” a los pueblos necesitados, mantienen
las ansias de lucro y de poder robando los recursos
naturales y controlando la población. Destacan también la manipulación de cifras e indicadores para
disimular que el hambre y la pobreza siguen en aumento; ocultan las verdaderas causas del subdesarrollo; y la exigencia de su cumplimiento parece poco
realista e insuficientemente ambiciosa.
depende de que las partes implicadas cumplan los
acuerdos pactados. Y esto exige afrontar la revisión
del sistema de gobierno global.
Tema del Mes
El debate sobre los Objetivos de Desarrollo del Milenio
El primer paso deben darlo los Estados receptores de ayudas, impulsando su propio desarrollo: tienen la responsabilidad de emprender reformas po-
Sin embargo los Objetivos del Milenio han conseguido un respaldo social muy amplio. No sólo los
gobiernos sino el sector privado y la sociedad civil
(empresas, multinacionales, bancos, sindicatos, partidos políticos, ONG, instituciones de Iglesia), aún
desde presupuestos muy distintos, reclaman su consecución y se comprometen con ellos, pidiendo la
sensibilización, implicación y participación activa,
asumirlos personalmente e impulsar iniciativas políticas y económicas que hagan efectivo el logro de
mejores condiciones de vida para todos.
El amplio debate suscitado hace ver que los Objetivos de Desarrollo del Milenio representan un proyecto ambivalente: un bien potencial para la humanidad, para algunos, y un daño social con graves
consecuencias, para otros. Pueden constituir, pues,
una gran oportunidad para robustecer el sistema de
cooperación y acabar con la pobreza y el hambre.
Pero no deja de ser menos cierto que los frutos reales conseguidos distan mucho de las metas alcanzadas y han instalado a la humanidad en la incertidumbre. La realidad es que, en 2015, el logro de los
Objetivos está lejos de ser alcanzado. Conseguirlo
líticas y fortalecer la gobernabilidad, sanear sus
economías, luchar contra la corrupción, mejorar el
seguimiento del gasto público y la gestión de sus finanzas, aplicar enérgicas estrategias de desarrollo
y atender las necesidades de sus ciudadanos; pero
es cierto también que hay naciones que no pueden
avanzar solas, necesitan la ayuda de todos (gobiernos, empresas, organizaciones no gubernamentales
y la actitud positiva de la ciudadanía), nuevos compromisos de asistencia, normas de intercambio equitativas, y políticas internacionales de desarrollo que
brinden mejores oportunidades.
“El desarrollo necesita ser ante todo auténtico e integral.
El salir del atraso económico, algo en sí mismo positivo, no soluciona la problemática
compleja de la promoción del hombre, ni en los países protagonistas de estos adelantos,
ni en los países económicamente ya desarrollados, ni en los que todavía son pobres,
los cuales pueden sufrir, además de antiguas formas de explotación,
las consecuencias negativas que se derivan de un crecimiento marcado
por desviaciones y desequilibrios”.
BENEDICTO XVI, Caridad en la verdad, 24.
Junio de 2015 • BS • 19
La Iglesia ante los Objetivos del Desarrollo del Milenio
Los Objetivos del Milenio constituyen un desafío
para la Iglesia. Como respuesta a su vocación, no
puede eludir la opción preferencial evangélica por
los crucificados de la historia, los náufragos de la insolidaridad y de la injusticia. Del propio ser de la
Iglesia han ido brotando desde el principio y a lo largo de la historia, movimientos, congregaciones religiosas, comunidades o personas concretas, que han
asumido este compromiso con los pobres.
Es justo reconocer que, en la Iglesia, muchos cristianos, comunidades, asociaciones, están haciendo
una labor valiente de lucha y alternativa a este sistema injusto; pero también que no siempre somos eficaces ni ejemplo personal e institucional de la exigente herencia recibida de Jesús de Nazaret. Es
cierto que erradicar la pobreza es responsabilidad de
toda la comunidad humana; pero es indispensable el
compromiso personal porque el desarrollo sostenible hace necesaria la implantación de un nuevo estilo de vida que promueva una forma moderada de actuar en el mundo y permita pasar de una cultura del
consumo abundante a una cultura de la frugalidad
donde la austeridad, templanza, autodisciplina y el
espíritu de sacrificio conformen la vida cotidiana.
Tomar conciencia de nuestra fe nos lleva a ser solidarios, a colaborar por acabar con este grave problema del hambre y la pobreza; a sentirnos responsables de las enormes diferencias que existen entre
los hijos de un mismo Padre-Dios; a librarnos de nuestro egoísmo y comodidad; a salir al encuentro de los
demás, reconocerlo en el rostro del hermano hambriento. Y ha de impulsar también a formar comunidades abiertas e integradoras, testimonio de comu20 • BS • Junio de 2015
“Hoy tenemos que decir no a una economía de la
exclusión y la inequidad. Esa economía mata.
No a la nueva idolatría del dinero.
No a un dinero que gobierna en lugar de servir.
No a la iniquidad que genera violencia”
FRANCISCO, El evangelio de la alegría, 53-60
nión y gratuidad; estimular actitudes que fomenten
la fraternidad, la acogida de los débiles, la promoción de los más olvidados; poner la atención en la defensa de los derechos humanos, en las personas y comunidades más vulnerables.
La opción por el pobre es el camino, a través de Jesucristo, hacia el Dios amor; y se transforma en criterio clave del Reino: no puede ser “opcional” para los
cristianos, es constitutiva del ser y misión de la Iglesia. Nuestra actitud ante los pobres será juzgada por
todos los hombres como testimonio de la autenticidad
de nuestra fe y de la coherencia de nuestra Iglesia como
institución: ahí radica su fidelidad a Cristo. Esta opción, pues, debe ser preferencial en todas las tareas de
la Iglesia y no una parcela más entre sus muchas actividades; implica cambios personales, organizativos,
celebrativos, pastorales y supone, entre otras cosas,
fomentar la Eucaristía como doble altar (Jesucristo y
los pobres) y como celebración que responde a la vida:
exigiendo la salida hacia los necesitados.
i José Manuel Rodrigo
Síntesis del artículo publicado en
Cuadernos de Formación Permanente 21:
Los Objetivos del Milenio a examen.
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