CLXXX DISCURSO A LOS MIEMBROS DE LA SOCIEDAD B`NAI B

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CLXXX
DISCURSO A LOS MIEMBROS DE LA SOCIEDAD B'NAI B'RITH (*)
1926 [1941]
Sigmund Freud
(Obras completas)
ILUSTRÍSIMO gran presidente, ilustres presidentes, queridos hermanos!
Gracias por el honor que hoy me habéis demostrado! Sabéis todos por qué no
puedo responderos con el sonido de mi propia voz. Habéis oído hablar de mi labor
científica a uno de mis amigos y discípulos; pero es difícil abrir juicio sobre estas cosas,
al punto que quizá por mucho tiempo no se pueda pronunciarlo con certeza. Permitidme
agregar algo al discurso de aquel que es también mi amigo y mi solícito médico.
Quisiera contaros brevemente cómo me hice B. B. y qué busqué entre vosotros.
Fue en los años siguientes al 1895 cuando dos poderosas impresiones coincidieron
en mí para despertar un mismo efecto. Por un lado, había alcanzado mi primera visión
de los abismos de la vida instintiva humana, había contemplado muchas cosas
susceptibles de desilusionarme y, al principio, aun de asustarme; por el otro, la
exposición de tan desagradables comprobaciones tuvo la consecuencia de que me viera
privado de la mayor parte de las relaciones humanas que cultivaba en esa época. Me
sentía como un proscrito, repudiado por todo el mundo. En ese aislamiento despertóse
en mí al anhelo de un círculo de hombres selectos y de elevadas ambiciones que me
recibieran amistosamente, a pesar de mi temeridad. Me fue indicada vuestra Sociedad
como el lugar donde podría hallar tales hombres.
El que vosotros fuerais judíos sólo podía serme grato, pues yo mismo era judío y
siempre consideré no sólo indigno, sino directamente absurdo tratar de negarlo. Debo
confesaros aquí que no me ligaba al judaísmo ni la fe ni el orgullo nacional, pues
siempre fui un incrédulo, fui educado sin religión, aunque no sin respeto ante las
exigencias de la cultura humana que consideramos «éticas». Cuando me sentía inclinado
al orgullo nacional, siempre procuré dominarlo por funesto e injusto, amedrentándome
el amenazante ejemplo de los pueblos en medio de los cuales vivimos nosotros los
judíos. Con todo, bastante quedaba aún para tornarme irresistible la atracción del
judaísmo y de los judíos: cuantiosas potencias sentimentales oscuras, tanto más
poderosas cuanto más difícilmente dejábanse expresar en palabras; la clara consciencia
de una íntima identidad, la secreta familiaridad de poseer una misma arquitectura
anímica. A ello no tardó en agregarse la comprensión de que sólo a mi naturaleza judía
debo las dos cualidades que llegaron a serme indispensables en el difícil sendero de mi
existencia. Precisamente por ser judío me hallé libre de muchos prejuicios que coartan a
otros en el ejercicio de su intelecto; precisamente, como judío, estaba preparado para
colocarme en la oposición y para renunciar a la concordancia con la «sólida mayoría».
Así, pues, llegué a ser uno de los vuestros; así tomé parte en vuestros intereses
humanitarios y nacionales, conquisté amigos entre vosotros y convencí a los pocos
amigos que aún me quedaban para que ingresaran en nuestra Sociedad. Ni siquiera podía
pensar en convertiros a mi nueva doctrina; pero en una época en que nadie en Europa me
escuchaba y cuando ni en Viena tenía un solo discípulo, vosotros me ofrecisteis vuestra
benévola atención. Así fue cómo hallé aquí mi primer auditorio.
Cerca de las dos terceras partes del largo tiempo transcurrido desde mi ingreso me
mantuve escrupulosamente junto a vosotros, obtuve en vuestro medio estímulo y
confortamiento. Hoy habéis tenido la gentileza de no echarme en cara el que en este
último tercio de dicho período me haya mantenido alejado. El trabajo llegó a
abrumarme; imponíanse las obligaciones relacionadas con el mismo, y mis jornadas ya
no podían prolongarse con la asistencia a las reuniones; además, el cuerpo no tardó en
exigir la observancia estricta de mis horas de comida. Finalmente, llegaron los años de
esta enfermedad que también hoy me impide presentarme ante vosotros.
No sé si llegué a ser un verdadero B. B. en el sentido en que vosotros lo entendéis.
Me inclino a dudarlo, pues en mi caso intervinieron excesivas condiciones particulares.
Puedo aseguraros, sin embargo, que habéis significado mucho para mí, que ha sido
mucho lo que me habéis dado en los años en que os pertenecí. Así, recibid mi más cálido
agradecimiento por los días pasados tanto como por el día de hoy.
In W. B. & E.
Vuestro
Sigmund Freud
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