" F O DEL LIBERALISMO.-RrrprriaA DE El odio al monttvarismo y al

Anuncio
X
" F O
DEL LIBERALISMO.-RrrprriaA
- L A F'USION
DE
El odio al monttvarismo y al sistema predominante du-
rante el decenio y particularmente en sus Últimos, años,
fué el principal lazo de unión de la fusión liberal-conservadora. Pero, andando el tiempo, el fantasma fué disipándose y el peligro de su resurrección haciéndose cada día
menos probable. Los hombres de tendencia sinceramente
liberales, sobre todo los librepensadores en teología, vieron
en un principio en la alianza con los conservadores un instrumento desagradable pero necesario para destruir los
restos del partido de Montt, y para imposibilitar la repetición de su gobierno. Pero pocos años después, el incesante
movimiento de las ideas, el cambio operado en la nueva
generación monttvarista educada en la alianza radical y
en las ideas de reforma y libertad, comunes en Chile a todas
las oposiciones, fueron arrancando paulatinamente del fw
sionismo a muchas personalidades, para las cuales el clero
y sus adláteres representaban enemigm más temibles y
70
actual- que el simple recuerdo de persecuciones ya olvidadas y de odios que los años habían extinguido.
La acusación a la Corte Suprema de Justicia marca el
período culminante de esta crisis del fusionismo; algunos
liberales de gobierno, a ejemplo de don Domingo Santa
María, tomaron en esa ocasión el partido de los acusados
contra 10s acusadores; otros muchos habían ya entonoes
deseado seguir este ejemplo, y sólo se sentían retenidos al
gobierno fusionista por intereses políticos m b que por una
verdadera afifidad de ideas.
Al expirar el período presidencial de don Jw6 Joaquín
'
iz, fué una
Pérez, la candidatura de don FedericQbazm
nueva causa de defecciones y de debilidad para el orden
politico imperante. E n efecto, Errázuriz pasaba, no sin razón, como un instrumento de las tendencias clericales. Aunque por su actitud en 1849 y por sus opiniones en materia
constitucional y política, el combatido candidato pertenecía a la fracción liberal de la fusión, el estrecho parentesco
que le unía con el Arzobispo Valdivieso, la deferencia con
que parecía escuchar los consejos y servir los propósitos
del prelado, su actitud decidida contra la libertad de cultos
en 1865, y la energía con que en diferentes circunstancias
se mostró como un paladín de la fe católica y de la unidad
de creencias, eran otras tantas causas que le hacían mirar
con recelo y desconfianza, no sólo por los radicales y reformistas de oposición, sino también por muchos de los
mismos partidarios del Gobierno.
Se levantó, pues, contra Errázuriz, bajo bandera reformista y liberal, la candidatura del antiguo monttvarista
don José Tomás Urmeneta, que logró producir un movimiento de opiniones que, impotente para luchar contra las
influencias del Gobierno y la popularidad que aún conservaba el orden de cosas establecido, mostró con harta elocuencia cuán grandes habían sido en pocos años el movimiento de las ideas y 3 0 s progresos del liberalismo. Como
era de esperarse, Errázuriz triunfó por gran mayoría, no
71
sin que la agitada campaña electoral que precedió a este
resultado, sirviera para señalar a los futuros gobernantes
el rumbo que empezaban a tomar las opiniones y los deseos
populares.
E n efecto, la fusión se sentía cada vez más trabajada
por las tendencias opuestas de los políticos que la componían; la victoria había hecho a los conservadores más exigentes, circunstancia que no podía menos de introducir la
discordia en el debilitado y ya poco coherente campo gubernativo. Diferentes incideakes, de no escasa importancia,
empezaron a mostrar esta divergencia creciente de opiniones; cuando se suscitaban cuestiones de doctrina, el lenguaje de los Ministros y diputados liberales hacía contraste
con el lenguaje del Ministro y los diputados conservadores,
y este fenómeno que auguraba males para la estabilidad
de la fusión, se acentuaba en la discusión de asuntos teológicos o relacionados con ellos.
F’ué entonces cuando sobrevino la célebre cuestión de
enseñanza, aún hoy día no enteramente resuelta, y que
tuvo por primer efecto la delineación definitiva entre las
tendencias del liberalismo y del partido conservador. Desde
los tiempos de la colonia, la colacih de grados y títulos
profesionales universitarios había constituido un privilegio
de los establecimientos fiscales de educación, siendo el principal objeto de este monopolio, vigilar por la competencia
de los titulados y por la seriedad de sus estudi-. Al organizarse en la época de los pelucones la Universidad de
Chile, se consagró este mismo principio que encuadra per€ectamente con las tendencias ya históricas de la raza I~L..
tina y con el estado de cultura del país.
Sin embargo, y con el transcurso del tiempo, fueron formándose al lado de los institutos fiscales otros de enseñanza
privada, regentados casi todos ellos por congregaciones religiosas que habían logrado atraer a sus aulas a gran parte
de la juventud dirigente del país. Debido a esta circuns
tancia, la enseñanza privada era causa de recelos para el
-
72
naciente liberalismo teológico, que creía ver en ella. la cuna
de futuros adversarios.
Por el contrario, y por causas que sería interesante esclarecer, si ello entrara en los límites de este trabajo, la
Universidad de Chile y los colegios que de ella dependían,.
tomaron casi desde su fundación, efectuada en tiempos de
e x c l u ~ v opredominio conservador, una marcada acentuación laica, casi liberal. Existían, pues, frente a frente, dos
clases de establecimientos que se disputaban la dirección
intelectual de los hombres del porvenir; los unos pertenecían al gobierno y los otros a los particulares; pero, los
últimos estaban colocados en virtud de las leyes vigentes
bajo la tutela de los primeros, y sujetos a trabas que el
partido conservador deseaba ver desaparecer desde que sus
intereses se hallaban vinculados con los del clero.
El nuevo conservantismo teológico se hizo, pues, individualista y liberal en materia de enseñanza, exigiendo para
los institutos privados una libertad análoga a la que se
practica en los países anglosajones.
Triunfante la candidatura Errázuriz, su_Ministro de Instrucción Pública, don Abdón Cifuentes, conservador convencido y defensor entusiash-de la libertad de exámenes,
logró hacer predominar sus doctrinas en los consejos de
gobierno. Se dictó, en consecuencia, un decreto sobre colación de grados, que sustraía de la vigilancia universitaria
los exámenes de fin de curso, que antes y después de ese
tiempo se han rendido ante Comisiones especiales nombradas
por la Universidad oficial. No es aventurado decir que esta
disposición no fué sinceramente aprobada por los políticos
liberales de la fusión, a pesar de los votos parlamentarios
que entonces la consagraron por inmensa mayoría.
Por desgracia, a la sombra de esta nueva libertad se
produjeron abusos de trascendencia que ocasionaron gran
descontento en la opinión: institutos de educación hubo,
e3tablecidos con el único objeto de traficar ccm papeletas
de exámenes que la Universidad se veía obligada a recono73
cer sin garantía. Si algunos colegios, en realidad serios,
aprovecharon de los beneficios de la libertad, fueron en
mayor número los que abusaron de ella escandalosamente.
Este fracaso, unido a otros muchos incidentes, colocó a
Errázuriz en una alternativa análoga a aquella en que se
encontró Pérez a principios de su gobierno. E n la descomposición y recomposición paulatinas de nuestros partidos
políticos, nada más natural que los presidentes nombrados
para una situación se vean obligados a sostener una muy
diferente. Se comete la injusticia de apellidar traiciones a
estos cambios, sin recordar que en un país en que la opinión pública no tenía medios eficaces para dictar sus rumbos
al gobierno en las elecciones, correspondía al Poder Ejecw
tivo, verdadero usufructuario de la soberanía nacional, hacer las veces de ésta, y contemporizar con las nuevas ideas
para evitar conflictos, y no verse en entredicho con l a tendencias dominantes en el país.
Ante la desorganización creciente del fusionismo, Etrázuriz, para no ver esterilizado su gobierno, debía decidirse
por una de las dos corrientes pronunciadas entre los hombres que lo elevaron. Los conservadores no formaban, sin
duda alguna, la mayoría del país, y, por el contrario, su
popularidad se encontraba seriamente comprometida. Además, por sus tendencias políticas y religiosas, el conservantismo era incapaz de amalgamarse con los elementos de
oposición, por las mismas razones que lo dividían de los
liberales de gobierno. Es cierto que, en otro tiempo, los
conservadores formaron con los nacionales un solo partido,
pero las ideas y propósitos del antiguo peluconismo, se habían olvidado ante pasiones teológicas y problemas y odios
más recientes. Nada más distante de la actitud que asue
mian entonces el partido conservadm y el mcional que
la antigua bandera del orden público, de la centralización
administrativa y de la omnipotencia gubernamental. El O&tracismo de los unos y el clericalismo de los otros, les había
arrastrado a un terreno muy diverso. Además, aunque esta
74
combinación se hubiera presentado como posible, nadie m e
nos que don Federico Errázuriz podía apoyarla. E l Presidente pertenecía por entero a la antigua bandera liberal de
1849, y aunque sus ideas reformistas se hallaban ameriguadas con el tiempo y la posesión del poder, sus simpatías
no eran, por cierto, favorables a la reconstitución del antiguo peluconismo.
E n cambio, los liberales de gobierno tenían más de un
lazo de unión con los reformistas, nacionales y radicales.
E n las cuestiones sobre preponderancia del clero, sobre patronato e instrucción, objeto entonces de ardientísima polémica, las ideas de unos y otros eran afines. Por la misma
lógica de los acontecimientos, los liberales se sentían ya
más en su centro, con los secuaces de aquel Montt que tanto
odiaron en la época de su predominio, que con sus aliados
de 1859, de 1863, y de 1870.
La ruptura de la fusión estaba, pues, ya en los ánimos,
antes de que oficialmente se declarara lo que ya había
impuesto el curso natural de las cosas, y, cuando en 1873,
la renuncia del Ministro Cifuentes dejó a los conservLdores
fuera del gobierno, Errázuriz no hacía sino consagrar con
la omnipotencia de su poder presidencial lo que le dictaba
la situación del país.
j F u é esto un bien o un mal?
75
DOMINACIUN DE LOS LIBERALES
El partido que subía al poder, compuesto, como hemos vis-
to, de elementos históricamente heterogéneos, no tenia mw'
cho de común con el formado a merced de las doctrinas
iliterarias y especulativas de 1849 y 1870. Las ideas de
reforma y libertad política quedaban relegadas a segundo
término, desde que sus sostenedores escalaron aquel poder
que en otro tiempo combatían. Por un cambio de rumbo en
que se ve tanto sentido práctico corno poca consecuencia,
el liberalismo juzgó oportuno abandonar los idealismos de
su infancia, y tratar de justificar su nombre, sus tendencias, su elevación misma con reformas teológicas, que, si
no podían ser de gran utilidad práctica para el país, pro0
porciohaban al partido una bandera capaz de popularizarlo
ante el vulgo, y de hacer olvidar al antiguo reformismo
sus aspiraciones retóricas en materia de derecho constitucional.
Faltó, pues, a los liberales desde el primer momento un
gran propósito nacional, de utilidad común, que les sirviera
de lazo de unión, y si para Chile fué por de pronto un be76
neficio el que los agitadores de la reforma no pusieran en
práctica sus utopías desquiciadoras, es por demás lamentable que la ruina de los antiguos partidos conservador y
progresista, no nos condujera a otro resultado que a la dominación de un bando popular, pero sin doctrina ni criterio
definidos en materia de organización política, cuya bandera
tedógica, fácil de ser comprendida por el país electoral, si
le era Útil para afianzar su predominio, no podía servirle
para dar al partido y a la administración aquella unidad que tan beneficiosa fué para Chile durante la dominacióñ””
de los pelucones.
Llegaron, pues, los tiempos en que sobraran las palabras
y faltaran los propósitos, en que las doctrinas no serían
instrumentos de gobierno, sino armas de combate en las
campañas políticas y en los comicios. No se organizan los
pueblos con una guerra religiosa, aunque la supongamos
muy justificada. Los elementos de perturbación en las conciencias, de división en las almas, en Chile como en Bizancio, pueden desorganizar y dividir pero no producir resultados grandes y fecundos. Una nación nueva en el camino
de la libertad y del progreso, no necesita crear obstáculos
a la unión de los buenos; los encuentra ya demasiados en
SU inexperiencia y en su debilidad.
L o s pelucones tuvieron para gobernar un criterio de gobierno, y los liberales una bandera de popularidad. Por
eso los primeros constituyeron un bando poderoso, unido,
fecundo para la organización del paík, y los segundos formaron un partido lleno de prestigio ante la opinión, pero
impotente desde el primer día para organizarse a sí mismo,
Y para dotar al país de un gobierno estable y firme. La
historia de su dominación será la historia de inacabables
luchas intestinas, en que las ambiciones de las personalidades, reemplazarán paulatinamente los antiguos propósitos nacionales.
Grande y triste destino el de los partidos teológicos, tan
77
llenos de vida, y de poder ante las urnas, como impotentes
en el gobierno.
Quedaban, sin embargo, en pie, de la áspera labor de
los pelucunes, aquel Ejecutivo omnipotente, aquellas Vigorosas instituciones políticas, que el antiguo conservantismo
hizo el eje principal de su sistema de gobierno. Los liberales que tanto le habían combatido, no repugnaron, sin
embargo, recibir esa herencia casi sin beneficio de inventario. Para mayor bien de Chile, tuvieron el buen sentido
de comprender que no era posible arrojar, como cosa inservible y gastada, el Útil y fecundo instrumento con que
sus predecesores hicieron de Chile la República modelo de
la América española.
Gracias a. esta feliz transformación del partido liberal,
el Jefe del Estado pudo seguir desempeñando el papel de
supremo moderador de las pasiones políticas, y de los intereses individuales. Gracias a ella el país se libró una vez
más del desquiciamiento y la anarquía.
Entretanto, el partido conservador acentuaba, en las
amarguras de su de-,
la evolución funesta que acarreara su desprestigio y su ruina. Sin dejar de ser el defensor celoso de lo que juzgaba ser el interés del clero, no
tardó en reproducir en la parte política las mismas aspiraciones de reforma y libertad de que sus adversarios habían
hecho su programa en la oposición. La convención conservadora de 1878, consagró formalmente las nuevas tendencias de ese partido.
Los que aún se denominaban herederos de los pelucones,
tenían ya por fin principal y casi Único, la defensa de la
Iglesia y, para conseguirlo, no vacilaban en desear la destrucción de la obra conservadora de Portales, convertida
hoy en fortaleza de sus adversarios.
Con la exageración que caracteriza a todos los vencidos,
el conservantismo se dejó luego llevar de un celo religioso
tal vez indiscreto. El clero y los dogmas de la Iglesia, fueron otras tantas armas de propaganda electoral: se corn78
batía al liberalismo con argumentos espirituales, y se llegó
a acusar al gobierno de perseguidor y anticatólico por reformas que ellos mismos habían iniciado en la Última época
de la fusión. (1).
Así deslindados los campos políticos, no tardó en proseguir con mayor energía aquella estéril lucha entre el
PodeMSo partido que se encontraba en el gobierno, por
una parte, y los aliados del clero, por la otra; lucha en
que poco tenían que ganar los verdaderos intereses nacionales y mucho que perder la religión y el buen gobierno.
Las reformas teológicas emprendidas por el liberalismo
fueron en un principio tímidas; la supresión del fuero eclesiástico y el Código Penal que ponía en iguales condiciones
de respeto ante la ley a los católicos y a los disidentes, fueron las principales. La resistencia que encontraron, puede
atribuirse en gran parte al celo con que los conservadores
procuraban mostrarse ante el país, como los escuderos del
catolicismo. Seria injusto afirmar que en esta actitud hubo
mala f e ; el sentimiento religioso es harto delicado para
explicar tales imprudencias.
E n cuanto a reformas políticas, las que se realizaron no
alcanzaban a comprometer el fondo del antiguo régimen
gubernativo. Se redujo el período presidencial, prohibiendo
la reelección ( 2 ) ; se modificó la ley electoral, se cambió
el voto de lista completa por el de lista incompleta, se redujeron el período de los senadores y la extensión de las
facultades extraordinarias y de estado de sitio, se consagraron en el derecho, garantías individuales que existían
ya en el hecho, se hizo algo en pro de las incompatibilidades parlamentarias, se dió ingerencia al Congreso en la
formación del Consejo de Estado y se suprimieron algunas
& las trabas que entorpecían la reforma de Isa Constitución.
Tal fué la obra de la dominación liberal en sus primeros
(1) La supresión del fuero eclesiástico.
(2) Esta reforma se consagr6 antes de la ruptura de la €u&n
Y en los últimos meses del gobierno de Pérez. Es honroso para ErdzU*,
entonces Presidente electo, el haberla promovido.
79
años, y los antiguos conservadores lejos de entorpecerla
la hubieran deseado algo más amplia; pero los papeles estaban trocados; los antiguos argumentos sobre la escasa
preparación del país, y sobre la imprudencia de desquiciar
las instituciones, estaban ahora en labios liberales.
Por otra parte, no puede negarse que fué una empresa
hábil y patriótica la del liberalismo en aquel tiempo. Su
inconsecuencia política sirvió mejor al país, que lo hubiera
hecho la aplicación estricta de sus principios; decorando
con cierto barniz las instituciones peluconas logró hacerlas
m5s aceptables y consiguió así mantenerlas por algún tiempo todavía. Pero al nuevo orden de cosas le faltaba solidez
porque no tenía como el antiguo, un partido digno de este
nombre para sostenerlo. Olvidadas sus doctrinas de reforma, el liberalismo, fuera de las cuestiones religiosas, carecía de propósitos. Era simplemente una agrupación -de
hombres, cuya disciplina dependía sólo de la voluntad todavía omnipotente del Jefe del Estado. Mientras ella no le
faltara, las instituciones podían sostenerse; pero una vez
derribado el cimiento único que mantenía la cohesión, aquellos elementos agrupados en nombre de doctrinas de tardía
y lejana aplicación, tenían necesariamente que dispersarse
a todos los vientos como las hojas de un libro desencuadernado.
Ya en la Administración Errázuriz (1871-76),cuando
aun duraba lo que podemos llamar la alborada de la dominación liberal, se inició la formación de círculos, que
tan funesta debió ser al liberalismo y al país. Además de
los radicales, de los reformistas, de los antiguos fusionistas y de los nacionales, los accidentes de la vida política
originaron luego dos nuevas agrupaciones; una, encabez?da por los hermanos Amunátegui, estaba formada por los
letrados .y los doctrinarios del partido; la otra, más estrechamente unida con la persona del Presidente, se componía
de los hombres de administración, del genuino elemento
gobiernista. Es necesario, sin embargo, reconocer que el
prestigio y la energía del señor Errázuriz, bastaron por
80
1
algunos momentos para mantener la alianza liberal en condiciones de unión bastante satisfactorias, pero que encerraban el germen de próximos conflictos.
Otro partido, que se tituló li-wi&ko,
nadó a
la vida pública con motivo de las elecciones presidenciales
de 1876. Su bandera política era la candidatura del ilustre
historiador y propagandista don Benjamín-----Vicuña_Mackenna. Pretendía esta agrupación el cumplimiento fiel dei proc
-a
democrático y reformista de los viejos liberales,
Mientras creyó poder contar con la complicidad o la tolerancia del gobierno en las próximas elecciones, se mantuvo
en actitud respetuosa dentro de la Alianza Liberal, pero
muy luego toda ilusión a este respecto quedó desvanecida,
y el nuevo partido se vió oblimdo a iniciar contra el gobierno una campaña de oposición, que degeneró muy luego
en una agitación provincial y democrática, obra casi exclusiva de l a popularidad de su candidato, y que por 10
tanto no debía dejar huellas duraderas en la fisonomía política del país.
Entretanto, el grueso del liberalismo dividía sus preferencias, entre el señor Miguel Luis Amunátegui y don Aníbal Pinto: el favor oficial otorgó el triunfo a este Último
en la convención que debía elegir el candidato, y los ptidarios del señor Amunátegui, se plegaron de buen grado
a las huestes del vencedor. No por eso 1%lucha electoral
dejó de ser reñida; a las condiciones personales del señor
Vicuña, que le hacían pw sí solo un adversario formidable,
se juntó a Última hora el apoyo que le prestó el partido
conservador. No obstante, la influencia del gobierno decidió la campaña en forma abrumadora a favor del candidato
oficial.
Don Aníbal Pinto, hombre modesto y honorable, carecía
sin embargo de una personalidad bastante acentuada para
poder mantener como su predecesor la unión del partido
liberal. Así, desde los primeras momentos de su administración, se vió obligado a contar con los antiguos y nuevos
cisculos que trabajaban sordamente al liberalismo ; enton6
81
ces se iniciaron aquellas frecuentes crisis ministeriales y
evoluciones políticas, que caracterizan el sistema interno
del partido liberal en el gobierno. Las querellas intestinasadquirían ya caracteres de gravedad que podían presagiar
una catástrofe (1), cuando dificultades de otro género hicieron olvidar por el momento las discordias políticas, ante
graves -peligros nacionales.
Una tremenda crisis económica y financiera, originada
por el agotamiento de nuestras antiguas fuentes de recur80s y por el déficit creciente de los Presupuestos, obligó
al gobierno y a los partidos a contraer su atención al remedio de estos males, no sin que las ásperas discusiones
a que ello dió origen, arrojaran nuevos elementos de perturbación en el seno de los partidos.
Entonces estalló la guerra del Pacífico, que con tanta
elocuencia mostró ante la América el patriotismo, la unión
y el buen sentido de nuestros compatriotas. Las querellas
intestinas se aplacaron en nombre de la patria, para renacer
sólo después de la victoria.
Y aquí acaba lo que podemos llamar la edad de oro de
la dominación liberal. Ella trajo al país como elemento
nuevo el empleo de fórmulas hábiles que quitaron a la tradición autoritaria su antigua aspereza ; desgraciadamente
si el liberalismo no quería ya las reformas inconsultas que
antes deseara, se veía en la imposibilidad de resistirlas por
completo. Esto le colmaba en una situación indecisa y poco
franca, frente a los problemas sobre constitución politica
y social; también esta circunstancia le privaba de esa unidad tan necesaria para fundar situaciones duraderas. Su
aistema de transición entre el régimen antiguo y las formas
nuevas iba a experimentar un fracaso, cuyas consecuencias
todavía sufrimos. Vamos a estudiar con alguna detención
las causas que lo prepararon y produjeron.
(1) Don José Manuel Balmaceda creía que sin la guerra del Pacífico el gobierno Pinto bien pudo terminar con una revolución.Véase a este respecto el Mensaje Presidencial leído ante el Congreso
constituyente de 1891.
82
Descargar