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REFLEXIONES (Oct 07)
Secretariado de Pastoral Juvenil-Vocacional de Huelva
Un poquito de por favor
Seamos razonadamente razonables
Este mes continuamos con la reflexión anterior desarrollando el primer reto que propusimos:
situarnos críticamente ante tanta crítica gratuita como hoy se realiza. Después de haber hecho un
análisis sobre las causas que han provocado el divorcio actual entre jóvenes e Iglesia vamos ahora a
detenernos en un aspecto que me parece importante para superar esta situación y que sencillamente
consiste en aplicar algo de razonabilidad a cuanto nos está sucediendo.
Sobre el reto de ser críticos con la crítica, lo primero que hay que reconocer es que muchas
de las críticas que se hacen y hacemos de la Iglesia están plenamente justificadas. Así, cuando hablo
de ser críticos con la crítica no me estoy refiriendo a que no debamos poner de manifiesto los
errores y fallos que se dan en la Iglesia. Estar abiertos a la crítica es siempre un buen remedio para
combatir las tentaciones del totalitarismo y del absolutismo de las que no están libres ningún
Estado, organización o individuo. Sin un sano sentido de la crítica pronto pretenderemos eliminar a
todos aquellos que no piensen como nosotros. A lo que me refiero cuando digo que tenemos que ser
críticos con la crítica es a que debemos ser más firmes en nuestros propios criterios. No podemos
permitir que cualquier aspecto nos ponga en duda constantemente, haciendo inviable cualquier
camino que queramos emprender. Esta falta de criterios nos ha llevado a nivel eclesial a padecer en
los últimos tiempos una especie de complejo de culpabilidad por el que muchos hemos llegado a
cargar sobre nuestros propios hombros y sobre la Iglesia la responsabilidad de la situación de
increencia y desafección eclesial actual. Este absurdo complejo ha llevado también a muchos
católicos incluso a avergonzarse de pertenecer a la Iglesia. Creo que fijado con claridad a qué me
refiero cuando digo que hay que ser críticos con la crítica me gustaría considerar a continuación,
aunque sólo sea brevemente, en que consiste la crítica.
Partamos de un dato común a nuestra experiencia: La mayoría de los humanos solemos estar
normalmente bastante ocupados en eso del critiqueo. Desgraciadamente, ésta es una terrible
costumbre de la que tan sólo se libran unos pocos privilegiados. Podemos aplicarnos casi todos
aquella conocida expresión que Jesús dirigió a los que pretendían apedrear a la mujer sorprendida
en adulterio: «el que esté libre de pecado que tire la primera piedra». Y es que el critiqueo, después
del fútbol, es el deporte nacional más practicado.
Ahora bien, la crítica no siempre es negativa —acabamos de referirnos a lo importante que
es saber aceptar la crítica—, ya que ésta cuando es verdadera nos ayuda a crecer, a plantearnos
nuevos caminos, a reconocer la necesidad que tenemos de los demás, a ser más humildes. La crítica
bien empleada es, sin lugar a dudas, uno de los más eficaces instrumentos que podemos utilizar para
desarrollarnos como personas, como institución y como sociedad.
Pero junto a este tipo de crítica positiva, que podemos denominar constructiva, existe
también su contraria: la crítica destructiva. Ésta no pretende cumplir ninguna de las funciones
positivas que acabamos de nombrar, más bien, como su propio nombre indica, pretende crear caos
—desorden, confusión— y no cosmos —orden—. Es la crítica que solemos hacer cuando nos
sentimos dolidos por algo o por alguien, suele ser vertida en forma de reproche y conduce a un
callejón sin salida. También puede ser fruto de la más fría especulación que pretende alcanzar fines
altamente deshonestos. Esta crítica, a pesar de su negatividad, presenta sin embargo un cierto
atractivo: sirve para descargar altas dosis de adrenalina, para poner en juego maléficos planes o
incluso como remedio para tranquilizar nuestra conciencia. A menudo no es más que una válvula de
escape o una mala estrategia que, en lugar de remediar, empeora las cosas. Igualmente, en
numerosas ocasiones puede ocurrir que nos arrepintamos de haberla utilizado, sintiéndonos mal por
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REFLEXIONES (Oct 07)
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lo que hemos dicho o hemos hecho. Este tipo de crítica si no se controla a tiempo puede convertirse
en un peligroso cáncer capaz de devorar hasta la última célula de cualquier Estado, organización,
relación o individuo. Es una bomba de relojería que si no desactivamos a tiempo hará volar por los
aires nuestros más felices proyectos de paz y bienestar. Qué razón tiene la expresión: habla mal de
alguien, aunque sea mentira, porque algo quedará. Todos sabemos —incluso por propia
experiencia— lo difícil que resulta reconstruir el honor y la imagen pública de alguien que ha sido
difamado y calumniado en falso.
También existe un tercer tipo de crítica que a mí me gusta denominar como la crítica del
aburrido. Ésta, en principio, ni construye ni destruye, no pretende hacer daño a nadie —aunque de
hecho a veces acabe haciéndolo—, más bien constituye una forma habitual que tenemos los
humanos de perder el tiempo o de comunicarnos unos con otros. Es el típico caso que se produce
cuando se reúnen dos amigos y se ponen a criticar a los que no están presentes. Parafraseando la
conocida expresión de Cruz y Raya, a este tipo de crítica le podríamos aplicar aquello de que no es
por no criticar, que si hay que criticar se critica, pero criticar por criticar es tontería. Este tipo de
crítica, aparentemente inofensiva, cuanto menos la utilicemos mucho mejor.
Ahora bien, después de haber recogido esta tipología de la crítica, hay que añadir que en
sentido estricto sólo hablamos de crítica cuando ésta se realiza con fundamento. Esto lo expresa
perfectamente la definición que el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua da del
verbo criticar y que dice consiste en juzgar las cosas, fundándose en los principios de la ciencia o
en las reglas del arte. A este respecto y acudiendo de nuevo a otro dato del común de los mortales
podemos afirmar que la mayoría de nosotros no esperamos a tener suficientes fundamentos sobre
algo o sobre alguien para realizar nuestra crítica, más bien preferimos hacer nuestra propia
composición de lugar sin esperar a contrastar lo poco o mucho que sabemos sobre algo. Nos
convertimos en especialistas y nos atrevemos a juzgar sobre todo tipo de materias. Un ejemplo
genial de lo que estamos diciendo lo encontramos en muchos de nuestros programas de televisión
dónde el “especialista” o el “crítico” de una determinada materia en un programa pasa a serlo en el
siguiente de otra completamente distinta. De este modo, semana tras semana, algunos van
haciéndose “expertos” en nuevas especialidades sin mayor dificultad, vertiendo sus críticas al
viento con total impunidad. Además, no importa contradecirse de una vez para otra o incluso dentro
del mismo programa, lo fundamental es dar sensación de seguridad y sobre todo hablar mal de
alguien, ya que esto hoy en día da credibilidad a cualquiera. Aplicando un poco más de ironía a la
cuestión podemos afirmar que en nuestra sociedad actual contamos con un equipo de “críticos” que
son capaces de hablar con una gran convicción y al mismo tiempo con una ignorancia total sobre
cualquier tema.
Estemos abiertos a la crítica, pero sólo a aquélla que presente unos mínimos visos de
credibilidad. Seamos críticos con la crítica. No permitamos que cualquier crítica, duda o
comentario desafortunado —y mucho menos los de gente simplemente aburrida— nos afecten de
tal modo que nuestra fe en Dios y nuestra confianza en la Iglesia desaparezcan por completo.
Hoy en día, como veíamos en la reflexión del mes anterior, la Iglesia aparece como la
institución menos valorada por los jóvenes españoles. Esto es realmente grave, pero a mí lo que más
me preocupa de esta situación no es que los jóvenes no nos valoren sino parece que los propios
católicos pensamos igual. A menudo nos hemos dejado convencer por simples críticas de gente
aburrida, por los célebres discursos de la cola de la pescadería, o, lo que es peor, por críticas cuya
intención es la de borrar del corazón del hombre la sed de Dios para introducir en el mismo la sed
de consumo. Un ejemplo de todo esto lo encontramos en el éxito que parecen tener actualmente
todas aquellas publicaciones que cuestionan la credibilidad de las instituciones tradicionales. Ni
decir tiene que el éxito de tales publicaciones se duplica si la institución calumniada es la Iglesia.
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Un poquito de por favor, como diría el portero de una conocida teleserie. Seamos gente
razonadamente razonable. No podemos permitirnos poner en juego todo en función de la última
tontería que se le ocurre a no sé quién y en no sé qué lugar. La duda siempre es sana y conveniente,
pero, claro está, siempre que nos conduzca a una mayor profundidad sobre un tema y nos acerque a
la verdad, pero cuando ésta nos hace cuestionarlo todo para al final quedarnos sin nada se convierte
en un agujero negro capaz de absorber hasta la última molécula de sentido y racionalidad.
No sé si estaréis de acuerdo conmigo, pero se echan de menos críticas realmente fundadas
de gente que se crea y viva aquello que denuncia. Yo, particularmente, estoy un poco cansado de
tanta crítica gratuita. Son muchos los que se atreven, por ejemplo, a denunciar a otros su falta de
compromiso social y al mismo tiempo no están dispuestos a mover ni un solo dedo para hacer algo.
Este tipo de críticas gratuitas, que en la mayoría de las veces pretenden evadir responsabilidades y
generar actitudes de defensa, hay que atreverse a denunciarlas, manifestando la incongruencia
patente de quien las lleva a cabo. Pero claro, para denunciar a otros su incoherencia primero
tenemos que estar muy convencidos de lo que creemos y afirmamos, además de ser coherentes con
aquello que expresamos. En este punto Jesús era un auténtico maestro. Cuando se acercaban a él
para intentar pillarle, devolvía siempre la pregunta a su interlocutor. A menudo descolocaba a sus
oponentes dejando al descubierto sus intenciones. Jesús fue un maestro de la dialéctica, sobre todo
porque nunca improvisaba, él conocía la verdad del corazón humano como nadie y por ello captaba
a leguas lo que algunos no somos capaces de reconocer ni a un palmo de nuestras narices.
En todo esto de ser críticos con la crítica, a lo mejor lo que nos pasa es que no estamos muy
convencidos de aquello que creemos y que la Iglesia como madre nos enseña. Quizás tenemos
miedo a ser contrastados y puestos a prueba, y preferimos andar inmersos en medio de una tibieza
espiritual que nos hace vivir una existencia indolora y sin sabor. Si esto es realmente así deberíamos
plantearnos en serio la advertencia de Jesús sobre los peligros de la sal desvirtuada. Y es que si
realmente hemos perdido como cristianos nuestras propiedades saporíferas ya sólo nos quedará
permanecer en medio de nuestro mundo como el avestruz, es decir, con la cabeza enterrada en la
tierra, aferrándonos, todo lo más, a la seguridad del Decálogo —a la ley del cumplimiento— y
cerrando nuestras puertas al diálogo y a la confrontación.
La crítica sibilina, tantas veces inadvertida, sin derecho a réplica, parece, pues, haber
conseguido su objetivo: hacernos dudar de la bondad de Dios y de su Iglesia. Esto fue lo que
consiguió la serpiente con Adán y Eva cuando les introdujo en su corazón una imagen distorsionada
de Dios. La consecuencia de todo esto es que al final la mayoría de los cristianos hemos cambiado
el camino de vida que nos plantea el Evangelio por una vida cómoda y fofa; una vida que en lugar
de proclamar que sólo Dios basta nos lleva a afirmar que sólo Dios sobra.
Si todo esto es así, es hora de despertar de una vez de esta especie de estado catatónico en el
que hemos caído los cristianos. Nos parecemos a un boxeador que después de recibir un impacto
demoledor no sólo no es capaz de ponerse en pie sino que llega a olvidar qué hace subido encima
del rin. No escondamos la cabeza como el avestruz, afrontemos la crítica con responsabilidad,
seamos fieles al Evangelio. Los tiempos difíciles son precisamente en los que más debemos
perseverar, incluso, contra toda esperanza. No vivamos anhelando tiempos pasados ni queramos
escondernos en nuestras sacristías, donde muchos nos quieren encerrar. Sigamos caminando con
esperanza, con sentido crítico, siendo sal, luz y fermento de un mundo, que si bien parece vivir muy
satisfecho en su superficie, no acaba de encontrar un camino que oriente definitivamente su
existencia. Recorramos junto a nuestros hermanos el camino del descubrimiento de la Verdad. No
andemos imponiendo nuestra verdad, sino que seamos, más bien, pobres que invitan a otros pobres
al lugar dónde han descubierto que se encuentra el verdadero alimento de la vida.
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