EN EL MIL SETECIENTOS ANIVERSARIO DEL EDICTO DE MILÁN

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Revista de la Facultad de Ciencias Jurídicas y del Trabajo de la Universidad de Vigo
EN EL MIL SETECIENTOS ANIVERSARIO DEL EDICTO DE MILÁN SOBRE TOLERANCIA
RELIGIOSA, DEL AÑO 313 DESPUÉS DE CRISTO.
Antonio Fernández de Buján
Catedrático de Derecho Romano de la Universidad Autónoma de Madrid
Académico de Número de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación y de la Real
Academia de Jurisprudencia y Legislación de Galicia.
SUMARIO: 1. IUS SACRUM. 2. CRISTIANISMO, DERECHO ROMANO Y
DERECHO DE LA IGLESIA. 3. EDICTO DE MILÁN
1. IUS SACRUM
En la República romana, la vida diaria estaba impregnada del sentido de lo
divino . Corresponde a Kaser el haber reafirmado decisivamente la relación entre el
Derecho primitivo y la Religión. Para este autor, ius est sería el comportamiento
humano que no lesiona a nadie, por lo que haría referencia a una actuación justa. Fas
est sería la actuación de un determinado comportamiento frente a la divinidad. Las
actuaciones ilícitas , contrarias al ius o al fas, podrían perseguirse mediante la vía del
proceso, en el curso del que las partes podrían a los dioses por testigos, mediante
juramento, de sus afirmaciones, lo que determinaría su carácter sacro.
1
El sentimiento religioso informa tanto la esfera privada, así los sacra privata,
confiados a la responsabilidad del cabeza de familia, como la esfera pública, en la que
los sacra publica se confiaban a los colegios sacerdotales. La consulta de los auspicia
por los magistrados se dirige a indagar la voluntad de los dioses , y las actuaciones
criminosas, crimina, se considera que violentan la paz con los dioses y de ahí la
sacertas, conforme a la cual el culpable se expone a la acción vindicativa de cualquier
miembro de la comunidad.
La etnia etrusca actúa como transmisora de la cultura helénica. En materia de
religión, constituye una influencia etrusca el culto a los tres dioses del Capitolio:
Júpiter, Juno y Minerva. Asimismo, procede de los etruscos la costumbre de examinar
las entrañas de los animales, los fenómenos atmosféricos o el canto, el vuelo y el
apetito de las aves, a los efectos de conocer la voluntad de los dioses en relación con la
oportunidad de realizar actos de carácter político o militar. La competencia en el arte o
técnica de la adivinación se atribuía a los augures.
El culto a los muertos familiares, Manes, de gran arraigo en Roma, se
manifestaba en el ofrecimiento de flores y alimentos en fechas señaladas. Los latinos
se caracterizan por el rito fúnebre de la incineración, mientras que los sabinos
practican el rito de la inhumación de los cadáveres.
1
El presente texto se corresponde con mi Ponencia en el Congreso Internacional sobre <LA
TOLERANCIA RELIGIOSA DESDE LA ANTIGUEDAD HASTA NUESTROS DÍAS>, que se celebró en la
Universidad Paisii Hilendarski de Plovdiv, Bulgaria, en los días 18 y 19 de Octubre de 2013
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La Comunidad romana y los individuos que la conforman está imbuidos de la
presencia y la influencia de la divinidad, lo que hizo posible la aceptación, hasta el
cristianismo, de los dioses de pueblos diferentes al romano.
Los cultos a los dioses extranjeros se practicaban en Roma e Italia sin
necesidad de previa autorización. Sólo la perturbación del orden público supuso, en
alguna ocasión, como sucedió con las Bacanales, la prohibición de culto a los dioses no
romanos. La aceptación de la divinidad extranjera como divinidad de todo el pueblo
romano, si requería una deliberación, y posterior decisión favorable, por el Senado.
La propia denominación de ius sacrum constituye la manifestación de la idea
de dotar de un contenido jurídico a las relaciones con la divinidad, de la voluntad de
juridificar las relaciones de los dioses con las personas, así como de conocer la
voluntad de los dioses a través de los numerosos colegios sacerdotales, que actúan
como intermediarios.
La no exigencia de juramento en las acciones de la ley posteriores a la legis
actio sacramento in rem supone ya en el siglo V a C. una manifestación de la
progresiva laicización del ius, al igual que sucede con el cambio de concepción de la
inviolabilidad de los tribunos, la sacertas, que pasa de ser protegida por el juramento
unilateral plebeyo, a ser garantizada por los poderes públicos.
La familia y la gens, sobre las que se fundamenta la sociedad romana de los
primeros siglos, están asimismo imbuidas del sentido de lo religioso. Las gentes
(clases o estirpes) estarían unidas por tradiciones y cultos propios. En los primeros
siglos, junto a la religión de estado existe un notable desarrollo de la religión familiar y
gentilicia. Más discutible es el interés económico resultante del cultivo de tierras
propias de la gens y la existencia de un patergentis, como cabeza o jefe vitalicio de la
gens.
En el ámbito del Derecho privado se tiene en cuenta a los miembros de la gens
a efectos de tutela y de sucesión intestada. A lo largo de la República se produce un
proceso evolutivo permanente de pérdida de importancia de la gens, que se
corresponde con el reforzamiento de la familia como grupo fundamental en la vida
social y jurídica de Roma.
Durante la Monarquía y primeros siglos de la República la labor de
conservación, interpretación y adaptación del Derecho fue monopolio casi exclusivo
del Colegio de los Pontífices.
Los pontífices, originariamente en número de tres, eran sacerdotes, si bien
este término no coincide con el significado actual, dado que no se trataba de personas
especialmente espirituales, sino de patricios expertos en cuestiones, entre otras, de
religión y derecho. Se consideraban depositarios de la tradición, conocedores de los
ritos, fórmulas, términos jurídicos, etc., que necesariamente debían emplear las partes
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en los negocios o en los procesos, si no querían perderlos o resultar invalidados por un
defecto de nulidad a causa del incumplimiento de la forma.
En suma, antes de iniciar un proceso o durante el desarrollo del mismo, antes
de iniciar un negocio o formalizar un contrato, era usual consultar todos los extremos
al colegio pontifical, que era el depositario de los formularios negociales y procesales,
y fijaba el calendario judicial por el que se distinguía entre días judiciales (dies fasti) y
no judiciales (nefasti).
El Derecho primitivo aparece pues ligado a la religión en el ritualismo, en el
formalismo, en cierto secretismo y en atención al hecho de ser las mismas personas,
los pontífices, los depositarios del saber jurídico y los intérpretes de la voluntad de los
dioses. Ahora bien, la interpretación del Derecho no se entendía realizada por los
pontífices en atención a la voluntad de los dioses, sino que tenía sus propias técnicas,
su propia lógica y su propia fundamentación, conservadas por escrito y en secreto en
los libri pontificales. A mi juicio, en este sentido, sí puede afirmarse la existencia, en el
propio ámbito de actuación del colegio pontifical, de una diferenciación progresiva
entre normas jurídicas relativas a las relaciones entre las personas y con la comunidad
y normas sacras que contemplan las relaciones entre las personas y los dioses.
En el progresivo proceso de separación entre religión y Derecho, de pérdida
del monopolio interpretativo del Derecho por el colegio pontifical y de incorporación
de plebeyos al Colegio de los Pontífices, durante siglos acaparado por el patriciado,
pueden destacarse los siguientes hitos fundamentales:
a) A finales del siglo VI a.C. se publican un número determinado de leges regiae
por el pontífice Sexto Papirio; de ahí el nombre de ius papirianum, con el que se
conocen estas disposiciones. Se trataría de normas en vigor aprobadas por el colegio
pontifical, de las que no tenemos más que vagas noticias de su existencia.
b) La publicación de la normativa contenida en las XII Tablas a mediados del
siglo V a.C. supuso la introducción en el mundo jurídico de la época de principios
como: publicidad, certeza, objetividad, seguridad jurídica e igualdad ante la ley.
c) La publicación el año 304 a.C. por un auxiliar amanuense, Cneo Flavio, del
censor Apio Claudio, que habría formado parte del colegio pontifical, de las fórmulas
de las acciones, necesarias para iniciar válidamente un proceso.
d) El acceso de plebeyos al colegio pontifical, probablemente en el siglo IV a.C.
El colegio pontifical estaba presidido por el Pontifex Maximus, y los nuevos miembros
del colegio eran elegidos por cooptatio entre los pontífices existentes en el momento
de la incorporación. En el siglo III a.C., era frecuente el acceso al colegio pontifical de
juristas laicos que habían ganado prestigio ejerciendo la labor de asesoramiento a
ciudadanos y magistrados. La interpretación del Derecho por los pontífices suele
considerarse una labor de creación, en cuanto que es frecuente la adaptación de las
viejas instituciones a las nuevas necesidades sociales y se procedía a enriquecer el
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Derecho a través de la aplicación del mecanismo de la analogía en supuestos de
lagunas legales.
e) A mediados del siglo III a.C., el primer plebeyo que accede al Pontificado
Máximo, Tiberio Coruncamo, comienza a dar respuestas públicas a las preguntas
jurídicas que se le plantean. Es probable que sea entonces cuando comienza la
enseñanza no reglada del Derecho y no tanto del contenido de la norma jurídica, sino
de la técnica de argumentación, de la fundamentación, de la lógica jurídica, del debate
de ideas en el foro (disputatio fori), que tenía un carácter eminentemente práctico. Se
trataba de razonar entre el maestro-jurista experimentado y sus discípulos, aspirantes
al conocimiento del Derecho, sobre casos concretos reales o imaginarios, a los cuales
había que dar la solución más justa posible con arreglo al Derecho vigente, o proponer
una regulación diferente a la vista de la nueva realidad social o del cambio de
concepción sobre la justicia de la solución prevista.
En el siglo III a.C. podemos ya considerar existente una jurisprudencia laica, que
actúa al margen del colegio pontifical, y consolidada la distinción y separación entre el
fas entendido como la licitud de un acto conforme a la divinidad, el ius, entendido
como norma abstracta, derecho objetivo u ordenamiento jurídico en general y la lex,
referida a disposiciones concretas reguladoras de una determinada materia.
La república romana, en otro orden de cosas, desarrolla los ideales democráticos
surgidos en la polis griega, entre ellos el de la sumisión a la ley pública, producto de la
voluntad colectiva, expresada a través del voto directo —y no por medio de
representante— en las asambleas populares. La ley pretende encarnar la ética
ciudadana, por lo que su acatamiento deriva no tanto de la aceptación de su contenido
por el ciudadano individual, sino de la forma en que ha sido elaborada.
Así concebida la ley, no tardará en plantearse en Grecia la eterna cuestión de la
justicia de la ley, que cabría personalizar en las tragedias de Antígona y de Sócrates.
Antígona se rebela contra la ley «injusta» que le prohíbe enterrar a su hermano por
haber fallecido luchando contra el rey, y se pregunta si puede haber una ley superior a
la de sus antepasados que le impida enterrar a sus muertos, lo que lleva a plantearse la
eterna cuestión de cuál es la medida y cuáles son los límites de la ley. Sócrates ha
pasado a la posteridad como el prototipo de hombre justo que muere por una ley
injusta. Sócrates, que había predicado la moderación durante toda su vida y es
acusado de corromper a la juventud, acepta el veredicto, que juzga injusto, del
Tribunal, en atención a la santidad de la ley, que no osa cuestionar, por lo que decide
beber la cicuta, desoyendo los consejos de quienes le alientan a huir de la prisión,
siendo sus últimas palabras dirigidas al cumplimiento de sus obligaciones: «no os
olvidéis que debemos un gallo a Esculapio», consiguió balbucear ya moribundo.
La crisis de la polis griega y de la República romana es la crisis de la idea
democrática de la ley, concebida como instrumento al servicio de la justicia, según la
moral política de la comunidad y su conversión en un mero instrumento de los
intereses partidistas. Es la ausencia de la concordia, entendida en el sentido
aristotélico de fundamento de la sociedad.
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A fines de la República, cuando, al decir de César, la República no era más que
una palabra, Cicerón, situado en el vértice de la crisis, defiende la idea de la ley como
garantía de la libertad, elemento distintivo de la historia europea de Occidente frente
a la historia de Oriente y postula el viejo ideal de sociedad democrática que todavía
hoy continúa vigente con el paso de los siglos: que el pueblo sea culto, que los políticos
tengan ética y que las leyes sean justas.
Cicerón reclama además un princeps civitatis, un rector rerum publicarum, un
moderator de la República, ideas de las que quizás se aprovechó Augusto para
provocar en la práctica, aunque no del todo formalmente, un cambio de régimen o al
menos un cambio de una concepción política democrática a una autoritaria, conocida
con el nombre de Principado. Augusto trae la paz y restaura la autoridad, pero el
precio fue la pérdida de la libertad republicana.
Las magistraturas de Cesar y Augusto suponen un reforzamiento de los lazos
entre lo religioso y lo jurídico, al darse los primeros pasos en la el camino del culto y la
divinización de los emperadores en los siglos posteriores. El título de Augusto que el
Senado otorga a Octaviano en el 27 a. C., le confiere una dimensión religiosa, en
cuanto hace referencia a su condición de augurado, de bien visto por los dioses, a su
posición como autoridad política.
El régimen del Principado no es capaz, sin embargo, de garantizar la libertad de
una sociedad constituida por millones de personas, respecto de las que no se prevé el
mecanismo de la representación política. Augusto, procuró una restauración formal
de determinadas instituciones republicanas y trajo la paz a Roma, que puso fin a un
periodo de decenios de guerras civiles, pero la paz augustea, escribió Tácito, le costó a
Roma la pérdida de la libertad.
Todavía a comienzos del siglo III, Ulpiano, en un texto recogido en D. 1.1.1.2,
procede a definir el ius publicum como <quod ad statum rei romanae spectat> y
afirma que consiste <in sacris, in sacerdotibus, in magistratibus> y define la
iurisprudentia, conforme se recoge en D. 1.1.10.2, como <divinarum atque
humanarum rerum notitia, iusti atque iniusti scientia>.
Cuando Diocleciano instaura la Tetrarquía, y con ello el régimen de poder
absoluto o Dominado, pone a la cabeza del Estado a dos Augustos, y subordinados a
estos, a dos Cesares.
A) CRISTIANISMO, DERECHO ROMANO Y DERECHO DE LA IGLESIA
No cabe duda razonable respecto a que Jesús de Nazaret, que fue una persona
cuyo historicidad está científicamente comprobada, nació en época de Augusto y
murió crucificado en época de Tiberio.
A propósito de la historicidad de la figura de Jesús, escribe Eduardo García de
Enterría, en un reciente artículo, que pocas hazañas científicas recientes podrán ser
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comparables a la investigación de Thiede, escriturista y papirólogo alemán, que ha
demostrado con todas las técnicas actuales posibles —historia antigua, filología clásica
y semítica, arqueología, paleografía, numismática, epigrafía, crítica literaria,
escriturística e incluso un nuevo microscopio láser patentado con un biólogo por el
propio Thiede— de que disponemos, y podemos ver y tocar en el Magdalen College de
Oxford, un fragmento de papiro anterior al año 60 de nuestra era que transcribe varios
fragmentos del Evangelio de San Mateo. Hasta ahora el documento más antiguo que
se conocía de la narración evangélica databa de finales del siglo II. Hoy debemos saber
—afirma Thiede— que los evangelios son informaciones fácticas sobre la vida de un
hombre real. Ningún científico podrá decir que los Evangelios son «verdaderos», pero
la ciencia sí permite asegurar que son «auténticos».
El país de los judíos, en el año de nacimiento de Cristo, había sido ocupado por
los romanos desde hacía unos cincuenta años y dividido en varias provincias. Algunas
de estas provincias, como Judea y Samaria, eran directamente gobernadas por los
romanos, y en ellas el prefecto en la época de Cristo era Poncio Pilato. En otras
provincias, como Galilea, había reyes —en aquellos años, Herodes— que se sometían
al poder de Roma. La ocupación romana se manifestaba básicamente en el pago de
impuestos, porque la gran pregunta en la época era la de la legitimidad del pago del
tributo. En los demás aspectos, la autonomía administrativa reconocida a los judíos era
grande: el Sanedrín tenía competencias en todas las materias que afectaran al pueblo
judío y se reunía en el Templo. La ocupación militar era más bien simbólica: 3.000
soldados romanos para una población de dos millones de habitantes.
La religión judía había sido tolerada y considerada lícita por César. Sólo con Nerón,
que achaca a los cristianos el incendio de Roma, se comienza a distinguir entre judíos y
cristianos, que sufren la primera persecución.
La muerte de Cristo había sido reclamada al gobernador romano Pilatos, que
accede a su ejecución, si bien procura salvar su responsabilidad al afirmar «soy
inocente de la sangre de este justo». El Sanedrín no puede condenar a muerte, sólo
puede hacerlo el gobernador romano, por lo que acusan a Jesús de pretender ser rey
de los judíos y de intentar el derrocamiento del gobierno romano.
Sobre el proceso de Jesús se ha publicado en 1999 una valiosa monografía,
coordinada por F. Amarelli, y traducida por el autor de estas páginas, en la que
especialistas de distintas ramas del saber científico —historiadores, romanistas,
escrituristas, politólogos, filólogos, etc.— aportan sus puntos de vista sobre el tema.
La aparición del cristianismo, con un novedoso proyecto de vida fundado en las
bienaventuranzas, tan distinto a la jerarquía de valores del paganismo, y en la
inmortalidad del alma, supuso un contraste manifiesto con la religiosidad oficial, pero
no un cuestionamiento de la autoridad política , respecto de la que tanto Cristo como
sus discípulos se mueven en el marco de máxima evangélica: <Dad al Cesar lo que es
del Cesar y a Dios lo que es de Dios>.
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Muerto Cristo, el Cristianismo se difunde por todo el territorio romano. Las
causas —escribe Miquel— son tanto intrínsecas como extrínsecas: en primer lugar, la
neta superioridad del mensaje cristiano, que toca el fondo mismo de la existencia
humana, frente a la religión romana politeísta, basada en ritos puramente externos y
en el culto al emperador; en segundo lugar, la unidad del Imperio Romano y de la
propia cultura helénica facilita la comunicación y, por tanto, la difusión del mensaje de
Cristo. La difusión del Cristianismo tiene lugar sobre todo en las ciudades, y la
penetración entre los habitantes de las aldeas (pagi) es mucho menor, de ahí que a
éstos se les llamara «paganos».
El principal choque entre Cristianismo y religión oficial del Imperio deriva de la
negativa de los cristianos a ofrecer sacrificios al emperador y rendirle culto como si se
tratara de un dios.
Las denuncias personalizadas de los ciudadanos romanos que profesan la
religión tradicional ante los gobernadores provinciales son la principal causa de
persecución en los primeros tiempos. La profesión de fe cristiana, el hecho religioso en
definitiva, no es en sí misma considerada una actividad delictiva ni ilícita, si bien los
cristianos son vistos como una secta, como una superstición, superstitio, que resulta
antipática a una parte de la población romana por sus reuniones nocturnas, sus cantos
y su secretismo en el comportamiento con los no cristianos. Por otra parte, se
conservan noticias acerca de las discrepancias entre los grupos de cristianos de
procedencia judaica y los de procedencia pagana.
La actitud de los Príncipes y Emperadores romanos varía mucho, por otra
parte, ante la profesión de fe cristiana.
Tertuliano refiere que Tiberio habría recomendado al Senado el
reconocimiento de la divinidad de Cristo como otro dios en el mundo pagano y si bien
no hay evidencia al respecto de que ello haya sido así, si parece haber existido una
actitud favorable del Príncipe hacia el cristianismo. Nerón es el primer gobernante que
ordena una persecución de los cristianos, a muchos de los cuales ordena ejecutar, a
los que imputa el incendio de Roma. Domiciano, que gobierna Roma del 8 al 96 d. C.,
decreta la segunda persecución. En el año 111, Plinio, Gobernador de Bitinia, consulta
a Trajano sobre la actuación a seguir ante las numerosas contra los cristianos. Trajano
le responde que ante una denuncia, no anónima, la prueba fundamental de que los
cristianos no cuestionan la autoridad del Príncipe está <en que hagan sacrificios a
nuestros dioses>.
Antonio Pio y Marco Aurelio disponen que no se actúe contra los cristianos sin
un procedimiento regular, y que una vez incoado, si éstos no renegasen de su fe,
mediante actos concluyentes, se proceda a dictar una sentencia de muerte y a su
ejecución.
En el siglo III se atribuye una disposición a Septimio Severo conforme a la cual
se prohíbe a los cristianos hacer proselitismo de su fe. La desobediencia a poder
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absoluto del emperador constituye la principal causa de los procesos individuales
seguidos contra los cristianos.
La manifestación de sometimiento al Emperador llega hasta el extremo, con
Decio como Emperador, cuando se obliga a todos los súbditos, bajo pena de muerte
en caso de negativa, a realizar sacrificios a los dioses, lo que se controla mediante la
expedición de un certificado oficial de cumplimiento.
La más cruenta de las persecuciones fue la desatada por Diocleciano: destruye
templos y escritos cristianos, depura el Ejército de soldados que profesen la fe cristiana
y llega a decretar la condena a muerte por el simple hecho de profesar el Cristianismo.
A partir de entonces, la situación evoluciona, de forma paulatina, en sentido contrario.
Constantino, en el 313, promulga el edicto de Milán por el que tolera el
Cristianismo, a cuya fe acaba convirtiéndose, y Teodosio, a finales del siglo IV, acaba
proclamando el Cristianismo como religión oficial del Estado, al tiempo que dicta
normas legales contra los herejes y contra los paganos. En el Concilio de Nicea del año
325, Constantino convoca por primera vez a todos los obispos del Imperio, por lo que
cabe hablar desde entonces de Iglesia Católica.
A partir de Constantino se produce un proceso de recíproca influencia, que se
manifiesta en la intervención del emperador en asuntos religiosos y de las autoridades
cristianas en asuntos políticos. La primera de estas tendencias se conoce con el
nombre de cesaropapismo. Los escritores religiosos de la época comienzan a afirmar
que el poder viene de Dios y participa de la autoridad divina, lo que supone una
corriente de pensamiento fundamentadora del poder real que llega hasta la Edad
Moderna.
El absolutismo de la época, es entendido como el poder omnímodo e
ilimitado del monarca para dictar leyes sin estar él mismo vinculado a su
cumplimiento. A partir de Constantino el emperador comienza a promulgar leyes
generales con exposiciones de motivos al igual que con los siglos hicieron los monarcas
absolutos.
Se atribuye a los obispos, que originariamente eran elegidos como tales por la
propia comunidad de fieles, poderes administrativos y jurisdiccionales en asuntos que
afectan no sólo a clérigos sino también a seglares (episcopalis audientia). La influencia
de la filosofía cristiana en el Derecho Romano es clara en determinadas instituciones.
Así, por ejemplo, se favorecen las manumisiones y se crea la denominada manumissio
in ecclesiis; se dificulta el divorcio, estableciéndose sanciones patrimoniales para el
cónyuge culpable y causas tipificadas para el divorcio por mutuo acuerdo; se protege a
los hijos(as) frente a la potestad paterna; se reconocen derechos hereditarios a los
hijos(as) no matrimoniales, así como el derecho de alimentos, limitado en época
clásica a los hijos(as) legítimos; se atribuye a los obispos potestad para ejecutar
determinadas liberalidades testamentarias favorecedoras de personas con escasos
recursos económicos; se prohíbe el uso abusivo del propio derecho, se mitigan las
penas; se abole la pena de crucifixión y las luchas de gladiadores. Se limita el tipo de
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interés, para evitar la usura; se fomentan las donaciones con fines religiosos, etc. Los
autores que en mayor grado han analizado estas influencias del Cristianismo han sido
Biondi y Riccobono.
Por otra parte, son frecuentes las intervenciones y legislación de los
emperadores en cuestiones puramente religiosas y teológicas. A partir del siglo V, se
introduce paulatinamente la idea de la mutua colaboración, desde la independencia,
entre el poder espiritual de la Iglesia y el poder temporal de los emperadores, idea que
se mantiene o se abandona con el paso del tiempo, en atención a la época y a las
circunstancias que rodean a los titulares de los poderes.
2. EDICTO DE MILÁN
Fue el emperador Galerio, como ha estudiado Malina Novkirishka, el primer
emperador que, en el año 311, en el Edicto promulgado en Serdica, la actual Sofía,
sancionó la tolerancia religiosa, lo que debe ser considerado, como escribió este
autora, como el acto inicial de la evolución cristiana del Imperio Romano, si bien hay
que esperar al año 313 para que de forma inequívoca y definitiva , Constantino y
Licinio estableciesen en una constitución, conocida bajo la denominación de Edicto de
Milán, que cada persona podía libremente profesar la religión que quisiese: <liberam
potestatem sequendi religionem quam quisque voluisset>.
En el Concilio de Nicea del año 325, Constantino convoca por primera vez a todos
los obispos del Imperio, por lo que cabe hablar desde entonces de Iglesia Católica.
A partir de Constantino se produce un proceso de recíproca influencia entre
Iglesia y Estado, que se manifiesta en la intervención del emperador en asuntos
religiosos y de las autoridades cristianas en asuntos políticos. La primera de estas
tendencias se conoce con el nombre de cesaropapismo. Algunos escritores religiosos
de la época comienzan a afirmar que el poder viene de Dios y participa de la
autoridad divina, lo que supone una corriente de pensamiento fundamentadora del
poder real que llega hasta la Edad Moderna.
Teodosio, a finales del siglo IV, acaba proclamando el Cristianismo como religión
oficial del Estado, al tiempo que dicta normas legales contra los herejes y contra los
paganos. Comienza a difundirse la idea de la fundamentación sobrenatural del poder,
de un poder absoluto que no se justifica con argumentos puramente terrenales, sino
que busca una fundamentación teocrática, lo que tiene lugar tanto en el Bajo Imperio
Romano, como en la Monarquía absoluta de la Edad Moderna.
Son cada vez más frecuentes las intervenciones y legislación de los emperadores
en cuestiones puramente religiosas y teológicas, así como se reconoce a los obispos,
originariamente elegidos por la propia comunidad de fieles, poderes administrativos y
jurisdiccionales que afectan no sólo a clérigos, sino también a seglares, episcopalis
audientia. Los autores modernos que en mayor grado han analizado estas influencias
del Cristianismo en el Ordenamiento han sido Biondi y Riccobono.
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A partir del siglo V, se introduce paulatinamente la idea de la mutua colaboración,
desde la independencia, entre el poder espiritual de la Iglesia y el poder temporal de
los emperadores, idea que se mantiene o se abandona con el paso del tiempo, en
atención a la época y a las circunstancias que rodean a los titulares de los poderes.
En la época justinianea, siglo VI d. C., en el plano religioso, el Occidente y el
Oriente europeo habían tomado caminos diferentes, cuyas huellas llegan todavía al
momento actual. En Occidente, el obispo de Roma se siente heredero del Pontificado
del apóstol Pedro y tiene pretensiones de poder espiritual extendido a todo el orbe. En
Oriente, la interrelación entre poder espiritual y temporal es mayor. El poder del
emperador es cesaropapista: es un poder a la vez temporal y espiritual. La religión es
oficial y única; el patriarca de Constantinopla es una especie de ministro para el culto
religioso, dependiente del emperador. Justiniano hereda y asume estas ideas y
pretende imponer por la fuerza el cristianismo ortodoxo a sus súbditos. El dogmatismo
religioso le lleva en ocasiones a intervenir en cuestiones de Derecho eclesiástico y
limitar la capacidad de obrar e incluso a perseguir a herejes y judíos. Es, sin duda, un
aspecto negativo en la, por otra parte, excepcional personalidad de Justiniano. La
política se había sacralizado.
Sin embargo, en época de Justiniano, el arzobispo de Constantinopla, al cual se
denomina en ocasiones patriarca ecuménico o universal, en el sentido de ser la cabeza
de todas las iglesias del territorio oriental, se encuentra sometido a la supremacía del
Romano Pontífice. En este sentido, son varios los textos contenidos en el Código y las
Novelas en las que el emperador manifiesta la sumisión de toda la Iglesia al Papa y
Patriarca de la antigua Roma. El papa romano Juan II proclama, por escrito, que se
debe al reconocimiento de Justiniano el que la Iglesia goce de paz y unidad, lo cual le
hace acreedor de la protección divina.
La buena relación entre el Papa y el Emperador no obsta para que éste, en
ocasiones, no acate determinadas disposiciones del Obispo de Roma o intervenga, en
clara actitud cesaropapista, en materias de naturaleza teológica.
En materia de libertad religiosa, hay que esperar, en definitiva, a la
promulgación del Edicto de Milán para que la separación entre Derecho, entendiendo
por tal el Derecho Positivo, y la Religión, se configuren, como ha escrito Lombardi,
como dos realidades diferentes en el seno de la sociedad romana y de la civilización
europea. El reconocimiento de este derecho fundamental de la persona en la esfera
religiosa en el año 313 de nuestra era, constituye un acontecimiento al que se llega
después de un largo proceso de miles de años de historia.
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