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Diario de Creta: tras el rito y el misterio minoico; por
Alejandro Oliveros
Alejandro Oliveros · Saturday, August 20th, 2016
Puerto en Rétino, Creta. Fotografía de Theophilos Papadopoulos. Haga click en la
imagen para ver su cuenta en Flickr.
Creta, lunes 1 de agosto de 2016
Mi primera experiencia cretense no podía ser más auspiciosa. En una estación de
gasolina Shell, en las afueras del aeropuerto de Chania, la aparición de una joven en
sus veinte años en encargada del suministro de combustible. Con todo lo que uno
considera atributos del ideal de belleza griega. Su cabello ensortijado y ligeramente
rubio y recogido hacia atrás con ayuda de una cinta. El grato rostro con la nariz que
hemos visto en tantas esculturas del periodo clásico, y los arcos superciliares de las
figuras de las vasijas de fondo rojo; los ojos claros, no demasiado grandes y los
delgados labios. Sin duda que verla en la indumentaria de una empleada de una
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bomba de servicio, y el ambiente improbable, subrayaba el estilizada encanto de la
muchacha. Se trata de mi primera visita a Grecia, que estará limitada a los confines de
esta la más extensa de las islas del Egeo. Como era de esperar, en el bar del hotel la
música de Theodorakys para la cinta sobre Zorba, la más difundida de las obras del
cretense Nikos Kazantzakis. La menos conocida, sin embargo, es la más formidable.
Hablo de de Odisea. Una moderna continuación, donde el controvertido narrador, y
poeta, retoma la historia del héroe homérico para hacerlo zarpar una vez más en
busca de insospechadas aventuras. En una de las primeras, llega con sus hombres al
palacio de Menelao para raptar por segunda vez a una insinuante Helena. Siempre
desconfiado, Ulises la mantiene aislada en su nave hasta llegar a estas costas de su
tierra natal. Aquí, para vengarse por las persecuciones a las que fuera sometido por
sus compatriotas, Kazantzakis hace que Ulises la deje abandonada en una de sus
playas. La inesperada decisión se revela en sus terribles dimensiones cuando
recordamos, como lo hizo Pound en el cuarto de sus Cantos, que Helena fue también
llamada, “destructora de ciudades” por Esquilo, que es lo que quería el vate
contemporáneo para su Creta de laberintos y minotauros.
♦
Creta, martes 2 de agosto de 2016
En la primera página del Süddeutsche Zeitung, el famoso retrato de Goethe, en medio
de las ruinas de Roma, para señalar los 200 años de la publicación de sus Viajes a
Italia. En otro libro de viajes, esta vez no a Italia sino a Grecia, y de proporciones
mínimas, en comparación con los cientos de páginas del proyecto goetheano, el viejo
Heidegger (tenía más de setenta cuando vino por primera vez a estas tierras),
escribió: “Podemos buscar sólo lo que, aunque de manera velada, ya conocemos”. Lo
dice en las primeras páginas del precioso recuento de su experiencia griega y que, con
el título de Soggiorni, ha sido impecablemente publicado en italiano. “Lo que de
manera velada ya conocemos”. Esto parece una síntesis del pensamiento del filosofo
alemán: lo que importa no es la respuesta, sino cómo hacemos la pregunta. Hay que
buscar, no lo que no conocemos sino lo que veladamente ya conocemos. Con esta
oracular advertencia, me preparo para pasar unos días en la patria de Minos y su
honorable familia y asociados: Europa, Pasífae, Ariadna, Fedra, Minotauro, Teseo,
Dédalo, Icaro.
Como todo el mundo, siempre quise venir a Grecia y, como casi todo el mundo, estuve
postergando el viaje durante décadas. La circunstancia lamentable de la larga
ocupación turca, con el desdibujo obligado de las tradiciones, no era lo que más me
entusiasmaba. Me limité a conocer las maravillosas ruinas de la otra, la Magna Grecia,
que se conservan en Pestum, Cumas, Agrigento o Siracusa, a salvo de la presencia
otomana. Lo que, en verdad, no es poca cosa. No debe haber un sitio en toda Grecia
que ofrezca un panorama como el del Valle de los Templos, en Agrigento, donde
todavía se puede sentir en el aire de sus olivares un raro e inefable aroma, que no
puede ser otro que el de los inmortales, quienes durante tanto tiempo convivieron con
los humanos en esas alturas. Creta es sólo una parte de Grecia, pero una de las más
especiales, como todo lo que remite a los orígenes de las grandes culturas.
Cnosos
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La antigua ciudad de Cnosos, lo que de ella queda, limitado a los restos del magnífico
palacio de Minos, con sus casi 1500 habitaciones que albergaban a buena parte de los
cortesanos, se levanta al este de la colina de Kefala, que la separa del Egeo. Los olivos
están por todas partes, con los que se produce uno de los más delicados aceites de
Grecia. La luz de este día de verano es brillante y transparente, y el cielo, amplio y
elevado, cubre con serenidad las ruinas, confiriéndoles la majestuosidad de un gran
monumento funerario. Es otra ironía de los tiempos que una cultura como la minoica,
consagrada a las grandes experiencias del ocio, el cultivo de la belleza, el arte, el
deporte, eros, parezca ahora lo contrario. Y lo que sentimos es más hondo respeto que
otra cosa, a pesar de la alegría que expresan las exquisitas pinturas parietales, con
sus jóvenes saltando por encima de los legendarios toros, y las muchachas arregladas
de manera tan exquisita que serían imitadas por las europeas de finales del XIX,
cuando las pinturas fueron conocidas en Francia. Según recuerdo, alguna de estas
imágenes fue conocida como “La parisina”, por la sensualidad de su peinado y
maquillaje. Durante muchos años hablé a mis alumnos de la Escuela de Bellas Artes,
de Valencia (Venezuela), de esta civilización perdida. La primera ciudad de Occidente,
la primera de todas las Grecias, el puente entre Oriente y Occidente, los autores de las
más exquisitas pinturas parietales, los inventores de la joie de vivre, todo lo contrario
de la seriedad fantasmal de sus contemporáneos egipcios, el origen de la inquietante
mitología del Minotauro, Dédalo y Teseo, la más antigua escritura de Europa. Todo
esto seguido de su misteriosa desaparición. Era mucho lo que explicaba los
estudiantes, y más lo que dejaba de explicar, como todo lo que se entiende apenas en
parte. Pero tenía que llegar a este espacio mágico para entender la propia esencia de
la cultura minoica. Antes lo hubiesen llamado “determinismo geográfico”, pero algo de
inenarrable se siete al ingresar en estas ruinas, algo diferente a otros emplazamientos
como Pompeya o Paestum. Si significara algo, diría que un extraño lirismo recorre
este emplazamiento con toda su música y misterio. No estamos frente a la luminosa
racionalidad del Valle de los Templos, producto de los más ajustados y admirables
cálculos. El triunfo de la racionalidad que no parece haber sido una de las mayores
preocupaciones del reino de Minos. El salto mortal de los jugadores sobre los épicos
astados, es más cosa de intuición que de acabadas reflexiones sobre la conducta del
animal. Aquí todo huele a magia y poesía, y no tanto a religión, como puede ser Machu
Pichu o las primeras iglesias cristianas. Mitos enfrentado a logos de una manera tan
radical como la Diosa de las serpientes, con sus imponentes pechos se opone a la
Atenea helénica.
♦
Creta, miércoles 3 de agosto de 2016
“A buscar lo que, aunque de forma velada, ya conocía”; a eso, vino Heidegger a
Grecia, a los setenta y dos años de su vida. Estuvo aquí, en Creta, y no pudo dejar de
reconocer el carácter vitalista de la civilización minoica: “Una existencia pacífica,
dedicada al cultivo de la tierra, al tráfico comercial y la alegría de vivir: un estilo de
vida refinadísimo y sofisticado… Cada objeto es transformado en algo precioso, en un
adorno, en una joya, desde las grandes pinturas murales a los minúsculos utensilios de
uso cotidiano”. El maestro vino a buscar lo que ya sabía aunque de forma velada. Por
mi parte, menos ambicioso, vine a buscar lo que no entendía. Y que sólo ahora,
después de la vivencia minoica, se me ha comenzado a develar. Ha sido una
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experiencia llena de aletheia, Cnosos se me ha revelado de manera inesperada. Sabía,
o sospechaba, que me iba a encontrar con el centro y origen de esa exquisita belleza,
desconocida durante milenios, que tanto impresionó a la sensibilidad occidental desde
los descubrimientos de Thomas Evans, a comienzos del XX. Lo que no presentía era
que la visita a las ruinas del palacio de Minos iba a tener los atributos de toda
epifanía: inesperada, reveladora, existencial, inquietante y transformadora.
Heidegger, “rey de los filósofos”, de acuerdo a Hanna Arendt, vino a buscar lo que un
filosofo debe buscar: la geografía donde nació el pensamiento en Occidente. Desde
Heráclito a Aristóteles (no parece que le hubiese interesado mucho la filosofía
helenística). Su Grecia comienza con la “física” de los presocráticos en otras riberas
del Egeo, para continuar con el idealismo platónico y la ética de Aristóteles. Su
empeño es aproximarse a la verdad, la aletheia de Parménides, una empresa
inaugurada por los griegos de Grecia, no por los griegos de Creta. En cambio, para mí,
lo central es la Grecia del rito y el misterio. Y nada más misterioso que la aparición,
decadencia y caída de la Grecia minoica, con sede en esta Creta llena de piedras y
mar. Una cultura que, a diferencia de la de Homero, no tuvo la guerra entre sus
prioridades. La única de las culturas antiguas de Europa que rindió culto a la paz y el
savoir-faire. La primera que hizo del lujo un objeto de intercambio comercial. A falta
de minerales para fabricar armas, los minoicos desarrollaron una economía basada en
productos superfluos como la joyería, los tejidos exquisitamente teñidos, el maquillaje,
seguramente la perfumería y, sin duda, la pintura parietal y las cerámicas más
sofisticadas para el transporte del vino o el aceite. Creta no es rica en mieses ni
ganado. Su agricultura no alcanzaba para satisfacer las necesidades de la población,
así que, como los fenicios, se dedicaron al comercio y a la expansión que los llevó
hasta las costas orientales de Sicilia. Una de las poca civilizaciones donde los estragos
del homo necans no se desarrollaron en todo su mortal esplendor. La violencia
“sobrante” se reducía básicamente al sacrificio del toro ritual, para lo cual se utilizaba
el único instrumento verdaderamente efectivo del arsenal minoico, la “labrys”, el
hacha doble, profusamente representada y, también, símbolo, del poder doble de los
reyes minoicos, el político y el religioso. En sus orígenes neolíticos, los que dieron
origen al mito sangriento del Minotauro voraz ,como toda sociedad primitiva, los
sacrificios humanos parecen haber sido propiciados durante los rituales, pero nunca
con la reiterada frecuencia de otras culturas, mediterráneas o americanas.
Después de buscar infructuosamente la supuesta tumba de Zeus (habría jurado que
era inmortal), siguiendo las instrucciones de una guía, regresamos a Chania, por la
autopista que, durante buena parte del trayecto de 150 km, bordea al legendario
Egeo, el vinoso Ponto, el escenario de las aventuras del ingenioso Odiseo, con sus
aguas de inquietante azul oscuro y oleaginosa superficie. Un mar para navegantes y
navegaciones, que no está allí por la calidad de su pesca o la bondad de sus playas; y
es que es, precisamente, eso, el puente que llevaría a los fenicios hasta España y a los
griegos hasta Cuma, en las vecindades de Nápoles, y en cuya costa el cretense Dedalo,
huyendo de la ira de Minos, trataría de llegar con el distraído Icaro de derretidas
velas. No son aguas hechas para la contemplación, como el mediterráneo de Valéry. El
Egeo fue pensado para el transporte y la aventura. A mis sesenta y ocho años, el Egeo
no es menos de lo que había imaginado. Es el mar de los mares de la cultura
occidental, a cuyas márgenes surgió su primera metrópolis, la fascinante Minos, la
cual un buen día dejó de existir, de la misma manera misteriosa como había surgido,
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al pie de la colina de Kefala, al amparo del más benéfico de los climas y recorrida por
la más brillante de la luces. El Egeo es el gran telón de fondo, y el escenario son todas
sus islas y costas que presenciaron el nacimiento de manera, e inexplicada, de la
cultura occidental. Ha tenido para mí esta experiencia egea el cromatismo y la sintaxis
de los mejores sueños. No es mentira, aunque sea por una vez, todo lo que cantó el
padre Homero sobre el Egeo de procelosas aguas.
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