“Dios ha ayudado a la reconciliación del pueblo angoleño”

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MISIÓN VIVA
Benedicto Sánchez Peña, Misionero Espiritano en Angola
“Dios ha ayudado a la
reconciliación del pueblo angoleño”
T
ras una vida tremendamente agitada, el Padre Benedicto Sánchez Peña,
nacido en la localidad
toledana de Navalcán,
“reposa” durante una
temporada en España,
concretamente en Aranda de Duero. Y bien que
se lo merece, ya que
desde el año 1974 ha
ejercido su labor como
misionero; ahí es nada.
Cuando tenía veinte
años, Benedicto descubre la fe y su vocación
misionera. “Empecé a
56 misioneros
escuchar en Radio Intercontinental un programa que realizaban los
Misioneros Espiritanos
y que se llamaba ‘15
minutos misionales’.
Todo cuanto allí se
contaba me resultó
enormemente interesante, y ahí vi que había encontrado mi vocación”, nos comenta.
A partir de ese momento empezó a acudir
a convivencias para jóvenes que organizaba la
congregación. Como todo en la vida, y en es-
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pecial cuando hay que
tomar una decisión de
este calibre, la incertidumbre es grande. “Mi
familia no lo tenía claro, pero lógicamente
querían que hiciera
aquello con lo que fuera
feliz, y era esto. No es
nada fácil dejar lo poco
que tienes para dedicarte en cuerpo y alma a
la misión. Yo no tenía
dudas. Me apasionaba
aquello de ayudar al
prójimo y hacer felices
a las personas que lo
necesitan”, apunta.
La “carrera religiosa” de nuestro protagonista arranca en Aranda de Duero, donde
cursó cuatro años de
estudios con los Misioneros Espiritanos. Posteriormente viajó a Madrid para completar
otros tres años de Filosofía en la Universidad
de Comillas. “Entre los
estudios de Filosofía y
los de Teología estuve
ya dos años como misionero en el Congo, lo
que resultó ser una experiencia absolutamen-
te maravillosa”, manifiesta con profunda alegría el Padre Benedicto.
Una vez acabados
los estudios, llegó el
momento de dar el
gran salto. “En 1986, en
plena guerra civil en
Angola (el conflicto había estallado en 1975,
tras alcanzar la independencia de Portugal),
solicitaron misioneros
para este país. No lo
dudé, a pesar de las difíciles circunstancias”.
Para aprender el idioma
e ir dando forma a la
nueva vida que le esperaba a partir de esos
momentos, marchó
unos meses a Portugal,
antes de emprender viaje al continente africano. En aquellos días
coincidió con un ciudadano al que le faltaba
una pierna. “¿Va usted
a Angola?”, le preguntó.
Benedicto respondió
afirmativamente. Entonces él le explicó que la
pierna amputada se había quedado precisamente allí, consecuencia
de las minas antipersona y de las dificultades
que aquel territorio
conllevaba. “El testimonio –reconoce Benedicto– me conmovió, pero
yo tenía claro que debía
ir a ayudar a aquella
gente; y así fue”.
Llegada a Luanda
El recibimiento en la
capital angoleña no pudo ser más impactante.
“Me esperaban en el aeropuerto para acompa-
ñarme a la misión. Para
llegar debíamos recorrer
unos 200 kilómetros. A
lo largo del trayecto pudimos ver columnas militares, camiones y tanques echando humo...
La verdad es que aquello me impresionó mucho”, nos relata.
Tristemente, la guerra iba a condicionar
sobremanera sus primeros años como misionero en Angola. “Nuestra
principal labor era tratar con los huérfanos
de guerra, viudas, mutilados y refugiados. Realizábamos labores de todo tipo: evangélica, educativa, sanitaria... Todo,
con tal de facilitar, en la
medida de lo posible, la
vida de aquella gente,
que estaba sufriendo
una barbarie”.
Por entonces tuvo
Benedicto una idea curiosa para tratar de ol-
vidar, o al menos hacer
más llevadero, el dolor
de la guerra en la que
estaban inmersos. Con
esos niños huérfanos a
los que hacíamos referencia, puso en marcha
los “Cantos espirituales”. “Era una manera
de desafiar a la guerra,
y resultó ser muy divertida, tanto para mí
como para ellos”.
Aunque posteriormente han seguido
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misioneros 57
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acudían a la parroquia
de Benedicto para pedir
una oración antes o
después de ir al frente a
luchar. “Incluso me invitaron a ir a sus cuarteles, algo que me parecía
increíble. Hasta mis superiores me decían que
estaban impresionados
de cómo podía adentrarme allí. Ellos me
acogieron de manera
extraordinaria. La fe y
la creencia en Dios les
hacía ser respetuosos
conmigo, porque ellos
ya tenían una vivencia
espiritual anterior muy
rica”, nos explica.
Como uno más
los conflictos, el 31 de
mayo de 1991, con la
mediación de las Naciones Unidas, se firmaron
los Acuerdos de Estoril,
que ponían fin a la guerra civil y anunciaban la
llegada de la democracia. Fue el momento en
el que sus superiores pidieron al padre Benedicto regresar a España.
Dicho y hecho.
Segunda etapa
Pero la relación de
nuestro misionero con
su querida Angola no
iba a acabar ahí. En el
año 2000 parte de nuevo hacia el continente
africano. Descubre que
aquellos niños a los
que, tiempo atrás, había
ayudado, eran ahora soldados. Habían sido reclutados a la fuerza por
58 misioneros
el Ejército para luchar
contra la guerrilla de
UNITA. “Como en algunos otros países comunistas, también en Angola existía el lema de
que «cada ciudadano
debe ser un soldado»”,
apunta Benedicto.
En el año 2002 se alcanza un alto el fuego
que abre la esperanza
a un nuevo tiempo de
paz. Ahí es cuando, con
la ayuda de Dios y la fe,
este misionero emprende el proyecto que él
denomina “Los siete caminos de la reconciliación”, una experiencia
de una riqueza espectacular. “Había que convertir este país, desde
el perdón, en un lugar
de diálogo”. Ya antes de
finalizar el conflicto,
esos niños soldado
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Algo que llegó mucho
al corazón a Benedicto
fue la insistencia, por
parte de aquellos huérfanos de guerra a los
que tanto había ayudado, en que acudiera a
sus casas. “Es más, incluso le ponían mi nombre a algunos de sus hijos. Debo tener un montón de tocayos por allí”,
dice entre risas.
Ya en un momento
de mayor tranquilidad,
en plena posguerra, a
nuestro misionero le
encargaron impartir
una serie de charlas
que hablaran del perdón y el amor de Dios.
“Era muy emocionante
ver cómo acudían personas que, no hacía
mucho, estaban en trincheras diferentes, y
ahora veían clara la
idea de caminar juntos,
sin ánimo de venganza.
Dios había llegado a
ellos, Él ya estaba allí”.
Benedicto también
acudía a campamentos
en busca de esa reconciliación. Los jóvenes
querían confesarse para
vivir en paz con Dios.
“Eran conscientes del
mal que habían causado,
pero estaban arrepentidos de sus pecados, y
esta era la manera de
rehacer sus vidas”.
De regreso
a España
En estos días Benedicto pasa un tiempo en
España, donde, según
confiesa, “aprecio mejor
todo lo que viví en Angola. Necesitaba salir de
allí para sentir aquella
vivencia en mi interior,
para verlo desde la distancia. Y me siento tremendamente feliz de
haber ayudado a toda
esa gente necesitada. Es
una sensación difícil de
explicar, pero te da mucha felicidad”, reconoce.
“¿Volver? Nunca se
sabe. Yo siempre estoy
a disposición de lo que
el Señor disponga. Elegí
esta forma de vida y
creo que es lo mejor
que pude hacer. Adónde
me dirija en un futuro,
no lo sé, pero tengo claro que quiero seguir
ayudando y aportando
lo que sea necesario para hacer un mundo un
poquito mejor y que los
que no tienen nada
puedan mejorar sus
condiciones”.
ISRAEL ÍÑIGUEZ
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