Un amor maldito: Arthur Rimbaud y Paul Verlaine

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Un
amor
maldito:
Arthur
Rimbaud y Paul Verlaine
Por Juan Cruz Guido
Julio de 1873, Londres.
“Vuelve, vuelve, querido amigo, único amigo, vuelve. Te juro
que seré bueno. Si me
he mostrado desagradable contigo, fue
tan sólo una broma; me cegué, y me arrepiento de ello más de
lo que puedes imaginar. Vuelve, todo estará totalmente
olvidado. ¡Qué desgracia que hayas tomado en serio esta broma!
No paro de llorar desde hace dos días. Vuelve. Sé valiente,
querido amigo. Nada está perdido todavía. (…) No me olvidarás
¿verdad? No, tú no puedes olvidarme. Yo te tengo aquí siempre.
Di, contesta a tu amigo ¿acaso no volveremos a vivir juntos
los dos? Sé valiente, contéstame pronto. No puedo quedarme
aquí por más tiempo. Oye sólo lo que te dicte tu buen corazón.
Dime pronto si tengo que reunirme contigo.
A ti, para toda la vida.
Rimbaud.”
Pocas relaciones en la historia del arte resultan tan
fascinantes como el turbulento viaje amoroso y artístico que
compartieron dos de los más geniales poetas de lo que hoy
entendemos por poesía moderna -siendo, ambos, considerados
como padres de ésta-. Nos referimos, entonces, a la relación
que mantuvieron Jean Arthur Rimbaud y Paul Marie Verlaine.
Paul Verlaine nació el 30 de marzo de 1844 en Metz, al este de
Francia. Tanto su infancia como su adolescencia fueron, lo que
podríamos llamar, felices. En un constante contacto con la
naturaleza, ya desde joven Verlaine comenzó a escribir poesía.
Una poesía romántica y sensible, en la cual el mundo que lo
rodeaba gozaba de una hermosa y delicada armonía. Sería
durante sus estudios, en la Facultad de Derecho de París, que
abandonaría esta tierna visión de la vida, frecuentando el
ambiente artístico del Barrio Latino y abrazando a la bebida
como su más fiel compañera. Una compañera que se terminaría
apoderando de él y lo llevaría a volverse conocido por sus
escandalosas borracheras.
Durante este periodo,
demostraría su genio y
a poderosas imágenes
reconocimiento dentro
publica varias obras en las cuales ya
su utilización de rimas impares, sumado
y simbolismos que le darían cierto
del circuito literario de la capital
francesa.
Para esta época, también, contrae matrimonio con Mathilde
Maute con la cual tiene un hijo. Si bien seguía bebiendo como
un desaforado, su vida mantenía cierta estabilidad sustentada
en su inalterable calidad para con los versos y en la familia
que empezaba a formar con Mathilde.
Sería su encuentro con el “Príncipe de los poetas” lo que lo
terminaría desequilibrándolo para siempre y llevándolo a la
más enfermiza de las locuras. Pero no nos adelantemos, todavía
Verlaine mantiene, en París, la vida de un correcto pequeño
burgués.
A mediados de agosto de 1871, recibe en su casa una carta de
un joven misterioso que contenía un poema titulado “El barco
ebrio”. Verlaine queda absolutamente intrigado con semejante
talento y le responde con una carta en la cual le endosa un
pasaje a Paris. “Ven, querida gran alma. Te esperamos, te
queremos. Paul Verlaine.”
Rimbaud, que para ese momento tenía tan solo 15 años, ya había
recibido un premio por sus versos en las Ardenas -región en la
cual había nacido-. Su talento para la escritura era evidente
y, lo que también resultaba evidente, era que el pequeño
pueblo que lo había visto crecer, ya le quedaba pequeño. Había
intentado, sin éxito, escapar varias veces hacia la gran
metrópolis en busca de expandir sus horizontes artísticos.
Pero sería luego de la carta de Verlaine que, finalmente,
arribaría a la ciudad de las luces para quedarse. Este arribo,
se volvería el fin de la tranquilidad para una ciudad que, a
la par de la llegada del joven poeta, experimentaría el
alzamiento popular que derivó en la llamada “Comuna de París”.
Verlaine, que convivía en la casa de sus suegros con su mujer
e hijo, lo recibió cálidamente. Ya desde un principio la
prepotencia del joven Jean Arthur chocaría con la “decente”
tranquilidad de la familia de Mathilde. Esta prepotencia y
seguridad, sorprendentes en la personalidad de un chico de su
edad, atraerían fuertemente al débil y sumiso Verlaine, que se
volvería el más fiel compañero de las locuras de Rimbaud por
los bares y cafés parisinos.
Con la alocada y absorbente presencia del enigmático muchacho,
Verlaine se volcaría cada vez más hacia el alcohol, en un
intento por descargar la ira que le provocaba no poder dominar
a ese alma inquieta que había irrumpido por completo en su
vida. Dos personas convivían en el alma de este sensible
poeta. Un lado acéfalo y anárquico luchaba a muerte contra
otro sensible y tierno. Rimbaud no permitiría el triunfo del
segundo y lo obligaría a entregarse al frenesí y al éxtasis
libertario que el pobre Verlaine, en vano, intentaba contener.
Luego de escandalizar a todo el circuito literario parisino,
en donde Verlaine gozaba de cierto respeto -es esto lo que
Rimbaud combatía. Para él, no existía tal cosa como el
respeto. La poesía implicaba romper todo tipo de lazos
preestablecidos y, por lo tanto, burgueses, lazos meramente
formales y superficiales-, Rimbaud se dirige a Londres.
Verlaine, que recibe un ultimátum de su esposa para que
abandone a su amigo, decide, entonces, quedarse en París. Poco
le dura esta decisión y a los poco días escapa siguiendo a su
delirante amado.
Una vez en Londres, gozan de cierta estabilidad emocional y
Verlaine disfruta dando clases de francés en una escuela,
mientras Arthur se dedica de lleno a sus prosas poéticas que
luego darán lugar al célebre libro Iluminaciones. Pero como
todo en la vida de estos tan únicos, como geniales poetas, la
estabilidad dura poco y Verlaine no logra soportar las
constantes humillaciones a las cuales Rimbaud lo somete,
desestimando su poesía y considerándolo un “viejo calvo y
fracasado”. Verlaine, que cada vez empieza acudir más a la
bebida para soportar estas vejaciones, escapa a Bruselas y le
envía una carta diciéndole que intentará remendar las cosas
con Mathilde y que, en el caso que ella no lo acepte, se
suicidará. Rimbaud, le responde enviándole la carta que
citamos al comienzo y ante la negativa de su amado de volver a
Londres, parte hacia Bruselas.
Una vez allí, las discusiones y las humillaciones de Arthur
para con su amigo se reanudan, llevándolo a un desequilibrio
total, agravado por su alcoholismo, para este punto,
desenfrenado. Como parte de ese delirio, Paul Verlaine toma un
arma y dispara contra su amado, dispara con todo aquello que
él hubiera deseado ser, dispara contra su alter ego.
Este hecho, suscita la llegada de la policía que, luego de un
examen físico degradante, determina que han mantenido
relaciones sexuales y que ha habido penetración -una
“inmoralidad” para la “decente” burguesía europea-, condenan a
Verlaine a dos años de prisión.
Esta sería la última vez que los llamados “poetas malditos”
volverían a verse.
Rimbaud, de vuelta en las Ardenas, terminará y publicará su
legendaria Temporada en el infierno -obra que será considerada
piedra angular del simbolismo-, en la cual describirá, a su
poética y genial manera, la turbulenta relación que mantuvo
con su perturbado amado. Abandonará luego, la poesía e
intentará, en el continente africano, comenzar una nueva vida.
Verlaine, en cambio, nunca podrá recuperarse y se sumirá de
lleno en el alcohol para, finalmente, terminar sus días en un
monasterio, bordeando los límites más inciertos de lo que
socialmente entendemos por cordura.
El amor, la locura, el odio, la pasión… Dos de los más grandes
poetas que la tierra haya conocido, autodestruyéndose en una
relación tan enfermiza como fructífera y que abrirá el camino
para las vanguardias literarias, para la bohemia, para la
entrega total al arte. Tanto en Rimbaud, como en Verlaine, la
poesía no son solo versos, en ambos, la poesía implica la
vida.
Llora en mi corazón…
de Paul Verlaine
Llueve suavemente sobre la ciudad
A.Rimbaud
Llora en mi corazón
como llueve sobre la ciudad;
¿qué es esta languidez
que penetra mi corazón?
¡Oh, rumor dulce de la lluvia
en la tierra y los tejados!
Para un corazón que se aburre
¡Oh canto de la lluvia!
Llora sin motivo
en este corazón que se desanima.
¿No hay traición?…
Este duelo es sin motivo.
¡Es la peor pena
no sabré por qué
sin amor y sin odio
tiene mi corazón tanta pena!
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