Los derechos de libertad son como cercas o murallas que defienden al individuo frente al peligro de indebidas agresiones e injerencias de los otros hombres, sobre todo de los poderes públicos. Sucede empero, que, además de las cercas o murallas que protejan el santuario de la persona individual contra cualquier intromisión ajena injustificada, es necesario que el orden jurídico proporcione bisagras o mecanismos de engranaje para la cooperación, indispensable a la vida humana, la cual es siempre vida en sociedad. Con acierto se piensa que la justicia requiere una serie de normas y prestaciones sociales positivas en beneficio de la base material y cultural, necesaria a todos los hombres. Para la realización de sus fines legítimos, los hombres tropiezan con múltiples dificultades u obstáculos de carácter social, tales como un trato inadecuado en cuanto a las condiciones de su trabajo, falta de oportunidades para desenvolver todos sus potenciales humanos. Muchas veces se trata de dificultades y obstáculos que no son producto de un propósito determinado; por el contrario, son desajustes, efectos de organizaciones colectivas deficientes, o resultado de la dinámica espontánea de varios factores sociales, lo cual provoca, por ejemplo: hambres colectivas, miserias, insuficiente número de oportunidades educativas, y tantos otros hechos parecidos. Puede suceder que algunas de esas situaciones sean debidas a la pereza o a vicios de quienes las sufran, pero la mayoría de estos casos son resultado automático de factores sociales que la voluntad del individuo no puede controlar. Además, los individuos tropiezan también con otras dificultades, desgracias producidas por las fuerzas de la naturaleza, solas, o combinadas con desajustes sociales, tales como insalubridad, enfermedades, catástrofes geofísicas (terremotos, huracanes, inundaciones, etc.), orfandad, accidentes, ancianidad, viudez desamparada, etc. No es justo que el peso para prevenir, remediar o aliviar tales desventuras recaiga exclusivamente sobre los individuos que las sufren. Los principios de solidaridad social requieren que sea la comunidad quien ayude a soportar los quebrantos de tales azares desdichados. Un buen resumen, esquematizado –aunque quizá no suficiente– de las exigencias principales de la j. social lo encontramos en los artículos 22, 23, 24, 25, 26, 27 y 28 de la Declaración Universal de Derechos humanos, proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948. Un conjunto cada vez más rico de normas de Derecho del trabajo, de Seguridad social, de Sanidad o Salubridad, y de Educación pública, han determinado notables progresos, aunque tal vez insuficientes, en materia de justicia social en los Estados que han conseguido un grado satisfactorio de desarrollo. En los últimos lustros se ha cobrado dramática conciencia de otros aspectos de la justicia social: de las desigualdades entre los pueblos ricos y los subdesa- 66