A Mi fiel amigo y amado Tristán ¡Amigos, Real Estirpe de la más

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A Mi fiel amigo y amado Tristán
¡Amigos, Real Estirpe de la más bella urbe de España, prestadme atención!
¡Vengo a reclamar justicia y duelo para con Tristán, no a ensalzarle!
¡El mal que perpetran los mortales y vástagos les sobrevive! y
¡El bien queda frecuentemente sepultado con sus huesos, postrero!
Yo no vengo, amigos, a concitar vuestras pasiones.
Yo no soy orador como Tristán, sino un humilde cainita,
que amaba a su amigo, y esto lo saben bien los que públicamente me dieron
licencia para hablar de él.
¡Porque no tengo ni talento, ni elocuencia, ni mérito, ni estilo, ni ademanes,
ni el poder de la oratoria, que enardece la sangre de los nobles de espíritu!
¡Sea así con Tristán, más sabed nobles criaturas que algo peor que la muerte
definitiva estaréis cargando a vuestras espaldas con tan atronador silencio!
Su funeral aún tan siquiera ha comenzado...
Clan de la Rosa, ¡Cómo os amaba!
¡Son tantas las cartas que mandaba, orgulloso de vuestra labor!
Os sentía como su propia progenie, cómo el más bello regalo que tuvo
para la inmensa hazaña
de devolver a nuestra secta
la dignidad y el poder, en una ciudad arrebatada a la sinrazón Sabbat.
Sin duda sois su legado, su inmortal y especial presente
a la ciudad de Córdoba. Amigos, hermanos.
Pero hoy toca a quebrantos y a duelos,
suena el graznido del cuervo con lóbrega armonía,
denunciando este tormento que asola mis días y ocupa mis noches.
Pues calumnias se han alzado y se alzarán,
viles mentiras y negros velos se hilbana y se hilbanarán
El sucio asesino os ha dicho que Tristán era ambicioso.
Si lo fue alguna vez y era la suya una falta,
muy gravemente lo ha pagado
para no haber conocido sentencia de Príncipe alguno
y ser el primer defensor de la Secta que os cobija.
Pues el Señor de los Engaños dice ser tan honrado como son todos ellos,
los héroes que derrocaron a la Espada de Caín,
embozado en su locura y falta de escrúpulos.
1
Vengo hasta este hermoso lugar a hablar de tristeza en el funeral de
Tristán.
Era mi amigo, para mí leal y sincero,
suyos han sido algunos de los consejos que me convirtieron en quien véis,
que me hicieron valorar y amar cuantos dones concede la no vida.
Suyos fueron los labios
que grabaron en mi pecho un profundo amor hacia esta nuestra Camarilla.
Infinitos versos escribió con su valiente ademán en loor de Dietr,
Príncipe de la poderosa Sevilla que aún llora su sino.
¡Oh, qué gran vástago, qué noble su verbo!
¿Qué pesar infinito puede ser ahogado en tal recuerdo?
La vil culebra monstruosa os ha dicho que Tristán era enemigo.
Y yo os digo, ¿enemigo de quién? Él, que empuñó tan sólo su palabra,
desenvainando argumentos y tendiendo la mano
a cuantos justos pareceres hubieran, él que fué sincero sobre ellos.
Él que detestaba tanto como vosotros a esos vándalos malcriados
a cuantos mancillan con sus actos noche tras noche todo cuanto
la Sociedad de la Estirpe ha edificado para que el propio Caín,
nuestro oscuro Padre, se enorgullezca de sus chiquillos.
¿Enemigo de quién? De quienes sólo conocen la furia de la bestia
para enmendar sus problemas, para los que han perdido la cordura,
para cuantos insignificantes fantoches puedan insultar el poder anciano
amparados por quién no hace cumplir la Ley?
¿Enemigo él, que no tiñó de sangre cainita suelo alguno?
Manso, valiente, desdichado...
¿De qué le sirvió la lealtad y la confianza en Martín?
¿De qué la verdad con ese Sarah, asesino suyo?
¿Os parece esto ambición desmedida, es esto en verdad desleal, pérfido o
rencoroso?
Su pecado fue discrepar del osado, del que no recuerda cuanto mal
sufrió la Estirpe durante la Revuelta Anarquista, como germinó en el
Sabbat
y hasta donde alcanza su barbarie. ¿Es barbarie cuanto queréis? Mirad
hacia otro lado...
2
Siempre que la Camarilla necesitó de su presencia, él estuvo allí.
Siempre que Martín necesitó de su apoyo, lo tuvo.
Siempre que recordaba cuántos debieron caer para
que este sueño que hoy vivís existiera, Tristán lloraba.
¡La ambición debería ser de una sustancia más dura, no derramar lágrimas!
No obstante, el Príncipe lamentó su pérdida sin querer cazar al criminal,
y Benavente es un cainita sabio y honrado.
Todos visteis cómo en La Noche del Eclipse no ambicionó poder alguno,
y rechazó a Sarah abiertamente, y juró lealtad a Benavente,
y sonrió de alegría contemplando una ciudad que renacía de sus cenizas
cómo un ave fénix que ve la luz de manos de un gran vástago.
¡Cúanto os respetaba, Martín Benavente, cuán mal correspondiste su
amistad!
¡Fué esto ambición, nublado valdío!
No obstante, Sara masculló: ¡ambicioso enemigo!
y, ciertamente, encontró el modo de darle horrible muerte.
¡No hablo para desaprobar lo que Martín aprobó!
¡Pero estoy aquí para decir lo que sé!
¡Para hablar desde el dolor bien fundado!
Todos le amásteis alguna vez, y no sin causa.
¿Qué razón, entonces, os detiene ahora para no llevarle luto?
¡Oh raciocinio! ¡Has ido a buscar asilo en los irracionales,
pues los vástagos han perdido la razón!
¡Toleradme! ¡Mí corazón está ahí, en aquel féretro, con Tristán,
y he de detenerme a llorar hasta que torne a mí...
Víctor Sandiego.
Ilustre miembro del Clan Toreador.
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