Parábola

Anuncio
VIII
EL ORGANIZADOR*
P RIMER EXTRACTO
DE "EL ORGANIZADOR"**
Supongamos que Francia perdiera súbitamente sus cincuenta primeros físicos, sus cincuenta primeros químicos, sus cincuenta primeros fisiólogos, sus cincuenta primeros matemáticos, sus cincuenta primeros poetas, sus cincuenta primeros pintores, sus cincuenta primeros
escultores, sus cincuenta primeros músicos, sus cincuenta primeros escritores, sus cincuenta primeros mecánicos, sus cincuenta primeros
ingenieros civiles y militares, sus cincuenta primeros artilleros, sus
cincuenta primeros arquitectos, sus cincuenta primeros médicos, sus
cincuenta primeros cirujanos, sus cincuenta primeros farmacéuticos,
sus cincuenta primeros marinos, sus cincuenta primeros relojeros, sus
cincuenta primeros banqueros, sus doscientos primeros negociantes,
sus seiscientos primeros labradores, sus cincuenta primeros maestros
de forja, sus cincuenta primeros fabricantes de armas, sus cincuenta
primeros curtidores, sus cincuenta primeros tintoreros, sus cincuenta
primeros mineros, sus cincuenta primeros fabricantes de palio, sus
cincuenta primeros fabricantes de algodón, sus cincuenta primeros
fabricantes de sedas, sus cincuenta primeros fabricantes de tela, sus
cincuenta primeros fabricantes de quincalla, sus cincuenta primeros
fabricantes de loza y porcelana, sus cincuenta primeros fabricantes de
L'Or nisateur,, r Hmri de Saint- imon de Nodembré 1819 à PEtmer 1820, 11, 11 pp.
17-26. Este texto es igualmente conocido bajo el título de «Parábola de Saint-Simon».
Como Le Politique, L'Organimteur debía ser una publicación periódica. No conoció más
que dos apariciones, una en 1819, otra en 1820, cada una en edición diferente. Publicamos
aquí la Carta primera de una serie de ellas dirigidas a los lectores.
H II, n, pp. 17-26.
153
15 4
EL PENSAMIENTO POLITICO DE SAINT-SIMON
cristalería, sus cincuenta primeros armadores, sus cincuenta primeros transportistas, sus cincuenta primeros impresores, sus cincuenta primeros grabadores, sus cincuenta primeros plateros y otros
trabajadores de metales, sus cincuenta primeros albañiles, sus cincuenta primeros carpinteros, sus cincuenta primeros herradores, sus
cincuenta primeros cerrajeros, sus cincuenta primeros cuchilleros, sus
cincuenta primeros fundidores, y las cien otras personas de diversas
condiciones no designadas, los más capaces en las ciencias, en las bellas artes, en las artes y oficios, que constituyen en conjunto los tres
mil primeros sabios, artistas y artesanos de Francia'.
Como estos hombres son los franceses más esencialmente productores, los que entregan los productos más importantes, los que dirigen los trabajos más útiles a la nación, y que la hacen productiva en
las ciencias, en las bellas artes y en las artes y oficios, son realmente
la flor y nata de la sociedad francesa; son, de entre todos los franceses, los más útiles a su país, los que le proporcionan más gloria, los
que hacen avanzar más su civilización así como su prosperidad. En el
momento que los perdiera, la nación llegaría a ser un cuerpo sin alma. Caería inmediatamente en un estado de inferioridad con relación
a las naciones de las que hoy es rival, y permanecería subordinada
respecto a ellas, mientras no compensara esta pérdida, mientras no
hubieran aparecido otros hombres semejantes a aquéllos. Francia necesitaría al menos de una generación entera para remediar esta desgracia, porque los hombres que sobresalen en . los trabajos de utilidad
positiva son verdaderas anomalías, y la naturaleza no es pródiga en
anomalías, sobre todo de este género.
Vayamos a otra suposición. Admitamos que Francia conserva todos los genios que posee en las ciencias, en las bellas artes, y en las
artes y oficios, pero que tenga la desgracia de perder el mismo día a
Monseñor, hermano del rey, a Monseñor el duque de Angulema, a
Monseñor el duque de Berry, a Monseñor el duque de Orleáns, a
Monseñor el duque de Borbón, a la señora duquesa de Angulema, a
la señora duquesa de Berry, a la señora duquesa de Orleáns, a la señora duquesa de Borbón y a la señorita de Condé.
Que perdiera al mismo tiempo a todos los altos oficiales de la Corona, a todos los ministros de Estado (con o sin atribuciones) a todos
' Habitualmente, no se designa como artesanos más que a los simples obreros; para evitar circunloquios, entendemos por esta expresión todos los que se ocupan de productos materiales, es decir: los labradores, los fabricantes, los comerciantes, los banqueros y todos los
empleados u obreros que aquéllos emplean.
EL ORGANIZADOR
~
s
1
155
los consejeros de Estado, a todos los relatores del Consejo de Estado, a todos sus mariscales, a todos sus cardenales, a todos sus arzobispos, obispos y vicarios, canónigos, a todos los prefectos y subprefectos, a todos los empleados de los ministerios, a todos los jueces y,
además de esto a los diez mil propietarios más ricos que viven como
nobles.
Ciertamente tal accidente afligiría a los franceses, que son gente
buena y que no podrían ver con indiferencia la súbita desaparición
de tan gran número de sus compatriotas. Pero esta pérdida de treinta
mil individuos, considerados los más importantes del Estado, no les
causaría pena más que bajo un punto de vista sentimental, pues de
ello no resultaría ningún mal político para el Estado.
Primero, por la razón de que sería fácil cubrir los puestos que quedaran vacantes; existe gran número de franceses en condiciones de
ejercer las funciones de hermano del rey tan bien como Monseñor;
muchos son capaces de ocupar los puestos de príncipes, tan convenientemente como Monseñor el duque de Angulema, como Monseñor el duque de Berry, como Monseñor el duque de Orleáns, como
Monseñor el duque de Borbón; muchas francesas serían tan buenas
princesas como la señora duquesa de Angulema, como la señora duquesa de Berry, como las señoras de Orleáns, de Borbón y de
Condé.
Las antecámaras del palacio están llenas de cortesanos dispuestos
a ocupar los puestos de altos oficiales de la corona; el ejército posee
gran cantidad de militares tan buenos capitanes como nuestros actuales mariscales. ¡Cuántos empleados equiparables a nuestros ministros
de Estado! ¡Cuántos administradores están más capacitados para
gestionar asuntos de las regiones que los prefectos y subprefectos hoy
en funciones ! - Cuántos abogados tan buenos jurisconsultos como
nuestros jueces! ¡Cuántos curas tan capaces como nuestros cardenales, como nuestros arzobispos, como nuestros obispos, como nuestros
vicarios y nuestros canónigos 1 En cuanto a los diez mil propietarios
que viven como nobles, sus herederos no necesitan ningún aprendizaje para hacer los honores de sus salones tan bien como ellos.
La prosperidad de Francia no puede lograrse más que como efecto y resultado de los progresos de la ciencia, de las bellas artes y de
las artes y oficios; pero ocurre que los príncipes, los altos oficiales de
la corona, los obispos, los mariscales de Francia, los prefectos y los
propietarios ociosos no trabajan concretamente para el progreso de
las ciencias, de las bellas artes, de las artes y oficios; lejos de contri-
15 6
EL PENSAMIENTO POLITICO DE SAINT-SIMON
buir a ello, no pueden más que perjudicarlo, ya que se empeñan en
prolongar la supremacía ejercida hasta el presente por las teorías coyunturales sobre los conocimientos positivos; perjudican necesariamente a la prosperidad de la nación privando, como lo hacen, a los
sabios, a los artistas y a los artesanos del alto grado de consideración
que les pertenece legítimamente; son perjudiciales ya que emplean
sus medios pecuniarios de un modo que no es directamente útil a las
ciencias, a las bellas artes y a las artes y oficios; lo son ya que extraen
anualmente, de los impuestos pagados por la nación, una suma de
tres a cuatrocientos millones bajo el concepto de sueldos, de pensiones, de gratificaciones, de indemnizaciones, . etc., en pago de sus trabajos que resultan inútiles a la nación.
- stas' consideraciones ponen en evidencia el hecho más importante de la actual política; nos colocan en un punto de vista desde el que
se descubre este hecho en toda su extensión y de una sola mirada; demuestran claramente, aunque de modo indirecto, que la organización
social está poco perfeccionada; que los hombres se dejan aún gobernar por la violencia y por la astucia, y que el género humano (políticamente hablando) está aún hundido en la inmoralidad.
Puesto que los sabios, los artistas y los artesanos, los únicos hombres cuyos trabajos son de utilidad positiva para la sociedad, sin costarle casi nada, están en situación subalterna respecto a los príncipes
y a los otros gobernantes, que no son más que burócratas más o menos incapaces.
Puesto que los dispensadores de la consideración y de las otras recompensas nacionales no deben, en general, la preponderancia de
que disfrutan más que a la intriga o a otras acciones poco estimables.
Puesto que quienes están encargados . de administrar los asuntos
públicos se reparten entre ellos, todos los años, la mitad del impuesto, y no emplean ni un tercio de las contribuciones, de las que no se
apoderan personalmente, de modo útil a los administrados.
Estas consideraciones muestran que la sociedad actual es verdaderamente un mundo al revés.
Puesto que la nación ha admitido por principio fundamental que
los pobres deben ser generosos respecto a los ricos, y que, en consecuencia, los menos acomodados se priven diariamente de una parte
de lo necesario para aumentar lo superfluo de los grandes propietarios.
Puesto que los principales culpables, los grandes ladrones, los que
estrujan a la totalidad de, los ciudadanos, y. les quitan de tres a cua-
EL ORGANIZADOR
157
trocientos millones al año, se hallan encargados de hacer castigar los
pequeños delitos contra la sociedad.
Puesto que la ignorancia, la superstición, la pereza y la afición a
los placeres dispendiosos son el atributo de los jefes supremos de la
sociedad, y que las personas capaces, ahorrativas y laboriosas no son
empleadas más que como subalternos y como instrumentos.
Puesto que, en una palabra, en todos los géneros de ocupaciones,
son hombres incapaces quienes se encuentran encargados de dirigir a
las personas capaces; puesto que, bajo el punto de vista de la moralidad, es a los hombres más inmorales a quienes se encomienda la formación de los ciudadanos en la virtud, y puesto que, desde el punto
de -vista de la justicia distributiva, es a los mayores culpables a quienes se encarga de castigar las faltas de los pequeños delincuentes.
Aunque este extracto sea muy corto, pensamos haber probado suficientemente que el cuerpo político se hallaba enfermo; que su enfermedad era grave y peligrosa; que era la más molesta que pudiera experimentar; ya que el conjunto y todas sus partes se sentían afectadas
al mismo tiempo. Esta demostración debía preceder a todas las
otras; pues los que se encuentran bien (o creen encontrarse bien) no
están de ningún modo dispuestos a escuchar a los médicos que les
proponen los remedios o el régimen conveniente para curarles.
En el segundo extracto, examinaremos cuál es el remedio que conviene para curarles.
Descargar