San Norberto - Parroquia de Nogales

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San Apolinar
San Apolinar de Rávena, obispo y
confesor
San Apolinar, obispo, que, al mismo tiempo que propagaba entre los gentiles
las insondables riquezas de Cristo, iba delante de sus ovejas como buen
pastor, y es tradición que honró con su ilustre martirio a la iglesia de
Classe, cerca de Rávena, en la vía Flaminia, donde pasó al banquete eterno
el día veintitrés de julio.
patronazgo: patrono de Rávena y de otras ciudades europeas, de los
fabricantes de agujas; protector contra los cálculos biliares y renales,
gota, enfermedades venéreas y epilepsia.
San Apolinar fue el primer obispo de Rávena (o Ravena) y el único mártir de
dicha ciudad cuyo nombre se conoce. Según las actas de su martirio, Apolinar
nació en Antioquía, dondé fue discípulo de san Pedro, y el Príncipe de los
Apóstoles le nombró obispo de Rávena. Pero se trata de una fábula del siglo
VII, inventada para dar prestigio a la sede episcopal de dicha ciudad. San
Apolinar fue uno de los mártires más famosos en la Iglesia primitiva, y la
gran veneración que se le profesaba es el mejor testimonio de su santidad y
espíritu apostólico, pero ello no nos autoriza a prestar crédito a la
leyenda.
Según ésta, Apolinar curó milagrosamente a la esposa de un oficial, y tanto
el marido como la mujer se convirtieron al cristianismo. También sanó a un
sordo llamado Bonifacio y obtuvo tal cantidad de conversiones, que las
autoridades le desterraron de la ciudad. Entonces, Apolinar fue a predicar
el Evangelio a Bolonia, donde convirtió a todos los miembros de la familia
del patricio Rufino. Partió al exilio nuevamente y durante la travesía,
naufragó en las costas de Dalmacia, donde fue maltratado por predicar el
Evangelio. Apolinar volvió tres veces a su sede, y otras tantas fue
capturado, torturado y desterrado nuevamente. En su cuarta visita el
San Federico de Utrecht
emperador Vespasiano publicó un decreto por el que ordenaba el destiero a
todos los cristianos. San Apolinar consiguió esconderse algún tiempo con la
ayuda de un centurión cristiano, pero finalmente fue descubierto por el
populacho, que le condujo al barrio de Classis, donde le golpeó hasta
dejarle por muerto.
San Pedro Crisólogo, el más ilustre de los sucesores de san Apolinar, le
calificó de mártir en uno de sus sermones, pero añadió que Dios preservó la
vida de Apolinar durante largo tiempo para bien de su Iglesia y no permitió
que los perseguidores le quitasen la vida. En tal caso, sólo puede decirse
que fue mártir a causa de los tormentos que sufrió por Cristo, lo que
habitualmente llamaríamos un «confesor».
En sus sermones, san Pedro Crisólogo afirma que san Apolinar fue obispo de
Rávena y mártir; prácticamente a eso se reduce todo lo que sabemos sobre él.
La biografía de Acta Sanctorum, julio, vol. V, no es ciertamente anterior al
siglo VII, y no parece que se apoye en una tradición auténtica. Mons.
Lanzoni, Le fonti della leggenda di Sant’Apollinare di Ravenna (1915) y Le
diocesi d’Italia (1923), pp. 455 as., discute a fondo el problema. En el
canon de la misa del rito de Milán se menciona a san Apolinar.
San Federico de Utrecht, obispo
En Utrecht, ciudad de Güeldres, en Austrasia, san Federico, obispo, que, ilustre por sus conocimientos sobre las Sagradas Escrituras, se dedicó incansablemente a la evangelización de los frisones.
Federico se educó en la piedad y las ciencias sagradas con los clérigos de la ciudad de Utrecht. Una vez ordenado sacerdote, recibió del obispo Ricfrido la misión de instruir a los convertidos. Hacia el año 825 fue a su vez, elegido obispo de Utrecht. Inmediatamente empezó a establecer la disciplina, envió a san Odulfo y otros celosos
misioneros al norte del país a disipar las tinieblas del paganismo.
Según la tradición, el santo se vio envuelto en las luchas que enfrentaron a los hijos del emperador contra su padre, Luis el Piadoso. Los príncipes acusaban a su madrastra, la emperatriz Judit, de graves inmoralidades. Cualquiera que haya sido la veracidad de tales acusaciones, el hecho es que san Federico amonestó a la emperatriz con
gran caridad, lo cual no obstó para atraerle la cólera y el resentimiento de Judit. tnibién se creó enemigos en otros terrenos. Los habitantes de Walcheren, que eran bárbaros, se habían mostrado muy hostiles al cristianismo. Por ello, san Federico se reservó para evangelizar él mismo el territorio más peligroso y difícil de su diócesis,
y envió a los misioneros a las regiones del norte. Entre las inmoralidades que era necesario combatir y que requirieron los mayores esfuerzos por parte del obispo, figuraban los matrimonios ilícitos entre parientes próximos y la frecuente separación de los cónyuges (se llegó a afirmar incluso que la unión de Luis el Piadoso con Judit
era incestuosa, pero seguramente que sólo se trata de una sospecha de los hagiógrafos, dadas las costumbres de aquellos tiempos).
El 18 de julio de 838, según cuenta la tradición, san Federico fue apuñalado por dos asesinos cuando daba gracias al pie del altar, por haber celebrado la misa. Expiró pocos minutos más tarde, recitando el salmo 114: «Alabaré al Señor en la tierra de los vivos». El autor de la biografía de San Federico, en el siglo XI, afirma que la
emperatriz Judit pagó a los asesinos, incitada por su esposo, ya que ninguno de los dos había perdonado al santo obispo la libertad con que reprendió a la soberana. Guillermo de Malmesbury y otros cronistas repiten la acusación, pero los autores posteriores, como Baronio y Mabillon, se inclinan a pensar que los asesinos fueron enviados
por los habitantes de Walcheren. Tal opinión es más verosímil, ya que ninguno de los contemporáneos acusó del crimen a la emperatriz y, por otra parte, el hecho cuadra mal con la actitud cristiana de Luis el Piadoso y con el respeto que profesaba a la autoridad episcopal.
San Federico compuso una oración a la Santísima Trinidad, que se rezó durante mucho tiempo en los Países Bajos. Una prueba de la fama de santidad de que gozaba, es el poema que su contemporáneo, Rabano Mauro, consagró a sus virtudes.
La oración a la Trinidad
En las actas que transcriben los Bolandistas se hace referencia a la oración a la Ssma. Trinidad compuesta por el santo; sin embargo, los propios estudiosos no están del todo seguros de cuál es el texto de esa oración. Dan como posible el siguiente:
Aeternus est Pater, aeternus est Filius, aeternus est Spiritus Sanctus;
distinctio enim in personis, unitas cognoscitur in natura.
Omnipotens Pater, omnipotens Filius , omnipotens et Spiritus Sanctus.
Trinum quidem nomen , sed una virtus, et potentia.
Filius a Patre incomprehensibiliter genitus,
Spiritus Sanctus a Patre et Filio ineffabiliter procedens,
potestas non accidens, sed perpetua et individua manens,
summitas sociabiliter, regnum sine fine, gloria sempiterna,
quae sola creat, sola peccata dimittit, et caelorum regna concedit. Amen
[una traducción tentativa, aunque hay alguna que otra expresión difícil de volcar en español:
El Padre es eterno, el Hijo es eterno, el Espíritu Santo es eterno;
la distinción en las personas, la unidad es reconocida en la naturaleza.
El Padre es omnipotente, el Hijo es omnipotente, el Espíritu Santo es omnipotente;
Tres en el nombre, pero una sola fuerza y poder.
El Hijo es inaprehensiblemente engendrado desde el Padre,
mientras el Espíritu Santo inefablemente procede del Padre y del Hijo,
la potestad no disminuye, sino que permanece perpetua e indivisa,
grandeza comunicada, reino sin fin, gloria sempiterna,
que sola crea, sola perdona los pecados, y el reino de los cielos concede. Amén.]
Quisiera observar que, aunque no es imposible (porque la expresión comenzó a circular por Occidente ya en el siglo V), la época del santo es un poco temprana como para que se use de manera natural la expresión teológica “procede del Padre y del Hijo”, que Roma adoptó recién en el siglo XI. También puede ser que la oración tal como la
tenemos adoptara más tarde esa formulación, aunque el conjunto de la oración tuviera en su mayor parte origen en el santo.
En Acta Sanctorum puede verse la biografía del santo y otros documentos, julio, vol. IV. Cf. Duchesne, Fastes Episcopaux, vol, III, p. 196. La nacionalidad del santo es desconocida.
La oración se encuentra en las Actas, nº 30, Acta Sanctorum, julio, IV, pág. 468.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
San Buenaventura
San Buenaventura, Obispo y
Doctor de la Iglesia
Después de tomar el hábito en la orden seráfica, estudió en la
Universidad de París, bajo la dirección del maestro inglés
Alejandro de Hales. De 1248 a 1257, enseñó en esta universidad
teología y Sagrada Escritura. A su genio penetrante unía un
juicio muy equilibrado, que le permitía ir al fondo de las
cuestiones y dejar de lado lo superfluo para discernir todo lo
esencial y poner al descubierto los sofismas de las opiniones
erróneas. El santo se distinguió en filosofía y teología
escolásticas.
El santo no veía en sí más que faltas e imperfecciones y, por
humildad, se abstenía algunas veces de recibir la comunión,
por más que su alma ansiaba acercarse a la fuente de gracia.
Pero un milagro de Dios permitió a San Buenaventura superar
tales escrúpulos.
Durante los años que pasó en París, compuso una de sus obras
más conocidas, el “Comentario sobre las Sentencias de Pedro
Lombardo”, que constituye una verdadera suma de teología
escolástica. Guillermo de Saint Amour hizo en la obra titulada
“Los peligros de los últimos tiempos” un ataque directo a San
Buenaventura. Ataque que el santo contestó con un tratado
sobre la pobreza evangélica, titulado “Sobre la pobreza de
Cristo”. En 1257, San Buenaventura y Santo Tomás de Aquino
recibieron juntos el título de doctores. San Buenaventura
escribió un tratado “Sobre la vida de perfección”, destinado a
la Beata Isabel, hermana de San Luis de Francia y a las
Clarisas Pobres del convento de Longchamps. Otras de sus
principales obras son el “Soliloquio” y el tratado “Sobre el
triple camino”.
En 1257, Buenaventura fue elegido superior general de los
frailes Menores. No había cumplido aún los 36 años y la orden
estaba desgarrada por la división entre los que predicaban una
severidad inflexible y los que pedían que se mitigase la regla
original. El joven superior general escribió una carta a todos
los provinciales para exigirles la perfecta observancia de la
regla y la reforma de los relajados. El primero de los cinco
capítulos generales que presidió San Buenaventura, se reunió
en Narbona en 1260. Ahí presentó una serie de declaraciones de
las reglas que fueron adoptadas y ejercieron gran influencia
sobre la vida de la orden. San Buenaventura empezó a escribir
la vida de San Francisco de Asís.
El santo gobernó la orden de San Francisco durante 17 años, y
por eso se le llama el segundo fundador. En 1265, el Papa
Clemente IV trató de nombrar a San Buenaventura arzobispo de
York, a la muerte de Godofredo de Ludham , pero el santo
consiguió disuadir de ello al Pontífice. Sin embargo, al año
siguiente, el Beato Gregorio X le nombró cardenal obispo de
Albano, ordenándole aceptar el cargo por obediencia. Se le
encomendó la preparación de los temas que se iban a tratar en
el Concilio ecuménico de Lyon, acerca de la unión de los
griegos ortodoxos.
San Buenaventura se caracterizaba por la sencillez, la
humildad y la caridad. Mereció el título de “Doctor Seráfico”
por las virtudes angélicas que realzaban su saber. Fue
canonizado en 1482 y declarado Doctor de la Iglesia en 1588.
San Adolfo
Martirologio Romano: En Osnabrück, en Sajonia, san Adolfo,
obispo, que abrazó las costumbres cistercienses en el
monasterio de Altenkamp (1224).
Etimología: Aquel que es un guerrero valiente, es de origen
germánico.
Murió en Osnabrück el 30 de junio de 1224. Era hijo de una
familia muy rica. El, sin embargo, dejando aparte tanta
herencia y prebendas, se inclinó por hacerse monje.
La cosa no fue fácil para este joven. El no tenía una vocación
decidida como otros tantos que estamos leyendo cada día en el
santoral.
Fue justamente en un monasterio, llamado Cam, al que se retiró
para pensar en sí mismo, en donde encontró los atisbos de su
vocación religiosa a la vida consagrada.
Con todo respeto pidió al abad que le admitiera en el recinto
sagrado. En seguida se ganó la simpatía de todos los hermanos
en congregación. Durante los ocho últimos años de su vida
desempeño pastoralmente el cargo de obispo de la ciudad que le
vio nacer.
Su trabajo se basó principalmente en atender a los pobres y
necesitados de atenciones, sobre todo el mundo marginado de
los leprosos.
Uno de estos, que vivía alejado de todo el mundo, recibía la
visita de Adolfo una vez al año. Le llevaba los remedios
espirituales que, sin duda, eran más importantes que los
simplemente materiales.
Se pasaba el día con él amigablemente charlando de temas de la
oración y de la lectura de la Biblia.
Cada uno debe ocupar el puesto que la sociedad le encomienda
con convicción y entrega absoluta a lo que la vocación le
pide.
Este trabajo apostólico no era bien visto por algunos
canónigos acomodados. Como no les prestaba la más mínima
atención, lograron que el leproso se fuera de aquel lugar a
otro .
No sabían estos señores canónigos que la obra de Dios está por
encima de comodidades. Por eso, un ángel del Señor lo trasladó
a la cueva en que vivía anteriormente. La razón no era otra
que Adolfo pudiera verlo como siempre.
En los últimos momentos de su vida, el leproso se vio asistido
por su amigo. Lo confesó y murió tranquilamente en la paz de
Dios.
¡Felicidades a los Adolfos!
San Ireneo
#SanIreneo #SanIreneoDeLyon
San Ireneo de Lyon, obispo
Memoria de san Ireneo, obispo, que, como atestigua san
Jerónimo, de niño fue discípulo de san Policarpo de Esmirna y
custodió con fidelidad la memoria de los tiempos apostólicos.
Ordenado presbítero en Lyon, fue el sucesor del obispo san
Potino y, según cuenta la tradición, murió coronado por un
glorioso martirio. Debatió en muchas ocasiones acerca del
respeto a la tradición apostólica y, en defensa de la fe
católica, publicó un célebre tratado contra la herejía.
Las obras literarias de san Ireneo le han valido la dignidad
de figurar prominentemente entre los Padres de la Iglesia, ya
que sus escritos no sólo sirvieron para poner los cimientos de
la teología cristiana, sino también para exponer y refutar los
errores de los gnósticos y salvar así a la fe católica del
grave peligro que corrió de contaminarse y corromperse por las
insidiosas doctrinas de aquellos herejes.
Nada se sabe sobre su familia. Probablemente nació alrededor
del año 135, en alguna de aquellas provincias marítimas del
Asia Menor, donde todavía se conservaba con cariño el recuerdo
de los Apóstoles entre los numerosos cristianos. Sin duda que
recibió una educación muy esmerada y liberal, ya que sumaba a
sus profundos conocimientos de las Sagradas Escrituras, una
completa familiaridad con la literatura y la filosofía de los
griegos. Tuvo además, el inestimable privilegio de sentarse
entre algunos de los hombres que habían conocido a los
Apóstoles y a sus primeros discípulos, para escuchar sus
pláticas. Entre éstos, figuraba san Policarpo, quien ejerció
una gran influencia en la vida de Ireneo. Por cierto, que fue
tan profunda la impresión que en éste produjo el santo obispo
de Esmirna que, muchos años después, como confesaba a un
amigo, podía describir con lujo de detalles, el aspecto de san
Policarpo, las inflexiones de su voz y cada una de las
palabras que pronunciaba para relatar sus entrevistas con san
Juan, el Evangelista, y otros que conocieron al Señor, o para
exponer la doctrina que habían aprendido de ellos. San
Gregorio de Tours afirma que fue san Policarpo quien envió a
Ireneo como misionero a las Galias, pero no hay pruebas para
sostener esa afirmación.
Desde tiempos muy remotos, existían las relaciones comerciales
entre los puertos del Asia Menor y el de Marsella y, en el
siglo segundo de nuestra era, los traficantes levantinos
transportaban regularmente las mercancías por el Ródano
arriba, hasta la ciudad de Lyon que, en consecuencia, se
convirtió en el principal mercado de Europa occidental y en la
villa más populosa de las Galias. Junto con los mercaderes
asiáticos, muchos de los cuales se establecieron en Lyon,
venían sus sacerdotes y misioneros que portaron la palabra del
Evangelio a los galos paganos y fundaron una vigorosa iglesia
local. A aquella iglesia llegó san Ireneo para servirla como
sacerdote, bajo la jurisdicción de su primer obispo, san
Potino, que también era oriental, y ahí se quedó hasta su
muerte. La buena opinión que tenían sobre él sus hermanos en
religión, se puso en evidencia el año de 177, cuando se le
despachó a Roma con una delicadísima misión. Fue después del
estallido de la terrible persecución de Marco Aurelio, cuando
ya muchos de los jefes del cristianismo en Lyon se hallaban
prisioneros. Su cautiverio, por otra parte, no les impidió
mantener su interés por los fieles cristianos del Asia Menor.
Conscientes de la simpatía y la admiración que despertaba
entre la cristiandad su situación de confesores en inminente
peligro de muerte, enviaron al papa san Eleuterio, por
conducto de Ireneo, «la más piadosa y ortodoxa de las cartas»,
con una apelación al Pontífice «en nombre de la unidad y de la
paz de la Iglesia», para que tratase con suavidad a los
hermanos montanistas de Frigia. Asimismo, recomendaban al
portador de la misiva, es decir, a Ireneo, como a un sacerdote
«animado por un celo vehemente para dar testimonio de Cristo»
y un amante de la paz, como lo indicaba su nombre
(efectivamente, «ireneo» significa «pacífico»).
El cumplimiento de aquel encargo, que lo ausentaba de Lyon,
explica por qué Ireneo no fue llamado a compartir el martirio
de san Potino y sus compañeros y ni siquiera lo presenció. No
sabemos cuánto tiempo permaneció en Roma, pero tan pronto como
regresó a Lyon, ocupó la sede episcopal que había dejado
vacante san Potino. Ya por entonces había terminado la
persecución y los veinte o más años de su episcopado fueron de
relativa paz. Las informaciones sobre sus actividades son
escasas, pero es evidente que, además de sus deberes puramente
pastorales, trabajó intensamente en la evangelización de su
comarca y las adyacentes. Al parecer, fue él quien envió a los
santos Félix, Fortunato y Aquileo, como misioneros a Valence,
y a los santos Ferrucio y Ferreolo, a Besançon. Para indicar
hasta qué punto se había identificado con su rebaño, basta con
decir que hablaba corrientemente el celta en vez del griego,
que era su lengua madre.
La propagación del gnosticismo en las Galias y el daño que
causaba en las filas del cristianismo, inspiraron en el obispo
Ireneo el anhelo de exponer los errores de esa doctrina para
combatirla. Comenzó por estudiar sus dogmas, lo que ya de por
sí era una tarea muy difícil, puesto que cada uno de los
gnósticos parecía sentirse inclinado a introducir nuevas
versiones propias en la doctrina. Afortunadamente, san Ireneo
era «un investigador minucioso e infatigable en todos los
campos del saber», como nos dice Tertuliano, y, por
consiguiente, salvó aquel escollo sin mayores tropiezos y
hasta con cierto gusto. Una vez empapado en las ideas del
adversario, se puso a escribir un tratado en cinco libros, en
cuya primera parte expuso completamente las doctrinas internas
de las diversas sectas para contradecirlas después con las
enseñanzas de los Apóstoles y los textos de las Sagradas
Escrituras.
Hay un buen ejemplo sobre el método de combate que siguió, en
la parte donde trata el punto doctrinal de los gnósticos de
que el mundo visible fue creado, conservado y gobernado por
seres angelicales y no por Dios, quien seguirá eternamente
desligado del mundo, superior, indiferente y sin participación
alguna en las actividades del Pleroma (el mundo espiritual
invisible). Ireneo expone la teoría, la desarrolla hasta
llegar a su conclusión lógica y, por medio de una eficaz
«reductio ad absurdum», procede a demostrar su falsedad.
Ireneo expresa la verdadera doctrina cristiana sobre la
estrecha relación entre Dios y el mundo que Él creó, en los
siguientes términos: «El Padre está por encima de todo y Él es
la cabeza de Cristo; pero a través del Verbo se hicieron todas
las cosas y Él mismo es el jefe de la Iglesia, en tanto que Su
Espíritu se halla en todos nosotros; es Él esa agua viva que
el Señor da a los que creen en Él y le aman porque saben que
hay un Padre por encima de todas las cosas, a través de todas
las cosas y en todas las cosas».
Ireneo se preocupa más por convertir que por confundir y, por
lo tanto, escribe con estudiada moderación y cortesía, pero de
vez en cuando, se le escapan comentarios humorísticos. Al
referirse, por ejemplo, a la actitud de los recién «iniciados»
en el gnosticismo, dice: «Tan pronto como un hombre se deja
atrapar en sus “caminos de salvación”, se da tanta importancia
y se hincha de vanidad a tal extremo, que ya no se imagina
estar en el cielo o en la tierra, sino haber pasado a las
regiones del Pleroma y, con el porte majestuoso de un gallo,
se pavonea ante nosotros, como si acabase de abrazar a su
ángel». Ireneo estaba firmemente convencido de que gran parte
del atractivo del gnosticismo, se hallaba en el velo de
misterio con que gustaba de envolverse y, de hecho, había
tomado la determinación de «desenmascarar a la zorra», como él
mismo lo dice, Y por cierto que lo consiguió: sus obras,
escritas en griego, pero traducidas al latín casi en seguida,
circularon ampliamente y no tardaron en asestar el golpe de
muerte a los gnósticos del siglo segundo. Por lo menos, de
entonces en adelante, dejaron de constituir una seria amenaza
para la Iglesia y la fe católicas.
Trece o catorce años después de haber viajado a Roma con la
carta para el papa Eleuterio, fue de nuevo Ireneo el mediador
entre un grupo de cristianos del Asia Menor y el Pontífice. En
vista de que los cuartodecimanos se negaban a celebrar la
Pascua de acuerdo con la costumbre occidental, el papa Víctor
III los había excomulgado y, en consecuencia, existía el
peligro de un cisma. Ireneo intervino en su favor. En una
carta bellamente escrita que dirigió al Papa, le suplicaba que
levantase el castigo y señalaba que sus defendidos no eran
realmente culpables, sino que se aferraban a una costumbre
tradicional y que, una diferencia de opinión sobre el mismo
punto, no había impedido que el papa Aniceto y san Policarpo
permaneciesen en amable comunión. El resultado de su embajada
fue el restablecimiento de las buenas relaciones entre las dos
partes y de una paz que no se quebrantó. Después del Concilio
de Nicea, en 325, los cuartodecimanos acataron voluntariamente
el uso romano, sin ninguna presión por parte de la Santa Sede.
Se desconoce la fecha de la muerte de san Ireneo, aunque por
regla general, se establece hacia el año 202. De acuerdo con
una tradición posterior, se afirma que fue martirizado, pero
no es probable ni hay evidencia alguna sobre el particular.
Los restos mortales de san Ireneo, como lo indica Gregorio de
Tours, fueron sepultados en una cripta, bajo el altar de la
que entonces se llamaba iglesia de San Juan, pero más
adelante, llevó el nombre de San Ireneo. Esta tumba o
santuario fue destruido por los calvinistas en 1562 y, al
parecer, desaparecieron hasta los últimos vestigios de sus
reliquias. Es digno de observarse que, si bien la fiesta de
san Ireneo se celebra desde tiempos muy antiguos en el Oriente
(el 23 de agosto), sólo a partir de 1922 se ha observado en la
iglesia de Occidente.
El tratado contra los gnósticos ha llegado hasta nosotros
completo en su versión latina y, en fechas posteriores, se
descubrió la existencia de otro escrito suyo: la exposición de
la predicación apostólica, traducida al armenio. A pesar de
que el resto de sus obras desapareció, bastan los dos trabajos
mencionados para suministrar todos los elementos de un sistema
completo de teología cristiana. No ha llegado hasta nosotros
nada que pueda llamarse una biografía de la época sobre san
Ireneo, pero hay, en cambio, abundante literatura en torno al
importante papel que desempeñó como testigo de las antiguas
tradiciones y como maestro de las creencias ortodoxas.
En 1904 se despertó enorme interés general, a raiz del
descubrimiento de la versión armenia de un escrito sobre el
cual sólo se conocía el título hasta entonces: Prueba de la
Predicación Apostólica. Se trata, sobre todo de una
comparación de las profecías del Antiguo Testamento y de ese
escrito, no se obtienen informaciones nuevas en relación con
el espíritu y los pensamientos del autor. Sobre la teología de
Ireneo puede consultarse con provecho la Patrología de
Quasten (Tomo I). Entre las catequesis de los miércoles que SS
Benedicto XVI dedicó a los Padres de la Iglesia, la del 28 de
marzo del 2007 está referida a la figura y el pensamiento de
Ireneo de Lyon.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston,
SI
Oremos
Señor, tú que quisiste que el obispo san Ireneo hiciera
triunfar la verdadera doctrina y lograra afianzar la paz de tu
Iglesia, haz que nosotros, renovados, por su intercesión, en
la fe y en la caridad, nos esforcemos siempre en fomentar la
unidad y la concordia entre los hombres. Por nuestro Señor
Jesucristo, tu Hijo.
San Cirilo de Alejandría
#SanCirilo #SanCiriloDeAlejandría
San Cirilo de Alejandría, obispo y doctor de la Iglesia
San Cirilo, obispo y doctor de la Iglesia, que, elegido para
ocupar la sede de Alejandría de Egipto, mostró singular
solicitud por la integridad de la fe católica, y en el
Concilio de Éfeso defendió el dogma de la unidad y unicidad de
las personas en Cristo y de la divina maternidad de la Virgen
María.
Su autoridad sirvió santamente los designios de Dios. San
Cirilo es famoso por su defensa de la ortodoxia contra la
herejía, particularmente contra el nestorianismo.
Arzobispo de Alejandría (Egipto). Defensor de la doctrina que
proclama a María la Theotokos: Madre de Dios. Esta doctrina
fue proclamada como dogma en el Concilio de Efeso (431) que
San Cirilo presidió bajo la autoridad el Papa Celestino. Su
gran oponente era Nestóreo, patriarca de Constantinopla.
Al ponerse en duda que María es madre de Dios se ponía en duda
la identidad de Jesucristo quien es una persona divina. Por
eso San Cirilo no solo aportó a la Mariología sino también a
la Cristología.
El argumento de San Cirilo: María es la Theotokos, no porque
ella existiese antes de Dios o hubiese creado a Dios. Dios es
eterno y María Santísima es una criatura de Dios. Pero Dios
quiso nacer de mujer. La persona que nace de María es divina
por lo tanto ella es madre de Dios.
Su santa defensa de la verdad le ganó la cárcel y muchas
luchas pero salió victorioso.
San Juan Fisher
San Juan Fisher.
Obispo, cardenal y mártir. Memoria
Libre.
Este santo mártir nació en Beverley, Inglaterra, en el año
1469. A los 14 años ya era el estudiante más sobresaliente y,
a los 20 fue nombrado profesor del colegio San Miguel. Se
doctoró en la famosa Universidad de Cambridge, y a los 22
años, obtuvo ser dispensado de la falta de edad, y fue
ordenado sacerdote. Poco después recibió el nombramiento de
vicecanciller o vicerrector de la gran universidad.
En 1504, fue elegido nuestro santo como obispo de Rochester,
cuando sólo tenía 35 años. Y él, como hacía con todos los
cargos que le confiaban, se dedicó a este oficio con todas las
fuerzas de su recia personalidad. Con un entusiasmo no muy
frecuente en su época, se dedicó a visitar todas y cada una de
las parroquias para observar si cada uno estaba cumpliendo con
su deber, y animar a los no muy entusiastas. A los sacerdotes
les insistía en la grave responsabilidad de cumplir muy
exactamente sus deberes sacerdotales. Iba personalmente a
visitar a los más pobres. Dedicaba, además, muchas horas al
estudio y a escribir libros. Se hicieron famosos sus discursos
fúnebres a la muerte del rey Enrique VII y en el funeral de la
reina Margarita.
Aunque era obispo y además canciller de la universidad,
llevaba una vida tan austera como la de un monje. No dormía
más de seis horas. Hacía fuertes penitencias.
Cuando Lutero empezó a difundir los errores de los
protestantes, el obispo Fisher fue elegido para atacar tan
fatales errores, y escribió cuatro libros para combatir los
errores de los luteranos. En un Sínodo de Inglaterra, el
obispo Fisher protestó fuertemente contra la mundanalidad de
algunos eclesiásticos, y la vanidad de aquellos que buscaban
altos puestos y no la verdadera santidad. Cuando el rey
Enrique VIII dispuso divorciarse de su legítima esposa y
casarse con su concubina Ana Bolena, el obispo Juan Fisher fue
el primero en oponerse. Y aunque muchos altos personajes, por
conservar la amistad del rey, declararon que ese divorcio sí
se podía hacer, en cambio Juan, aún con peligro de perder sus
cargos y ser condenado a muerte, declaró públicamente que el
matrimonio católico es indisoluble.
El terrible rey Enrique VIII se declaró jefe supremo de la
Iglesia en Inglaterra en reemplazo del Sumo Pontífice, y todos
los que deseaban conservar sus altos puestos en el gobierno y
en la Iglesia, lo apoyaron. Pero Juan Fisher declaró que esto
era absolutamente equivocado y en pleno Parlamento exclamó:
“Querer reemplazar al Papa de Roma por el rey de Inglaterra,
como jefe de nuestra religión es como gritarle un ‘muera’ a la
Iglesia Católica”.
Las amenazas de los enemigos empezaron a llegar sobre él. Dos
veces lo llevaron a la cárcel. Otra vez trataron de
envenenarlo. Le inventaron toda clase de calumnias, y como no
lograron intimidarlo, lo mandaron encerrar en la Torre de
Londres. Tenía entonces 66 años.
Estando en prisión, recibió del sumo Pontífice el nombramiento
de Cardenal. El impío rey exclamó: “Le mandaron el sombrero de
Cardenal, pero no podrá ponérselo, porque yo le mandaré cortar
la cabeza”. Y así fue.
El 17 de junio de 1535 le leyeron la sentencia de muerte. El
rey Enrique VIII mandaba matarlo por no aceptar el divorcio y
por no aceptar que el rey reemplazara al Papa en el gobierno
de la Iglesia Católica. Al llegar al sitio donde le van a
cortar la cabeza, el venerable anciano se dirige a la multitud
y les dice a todos que muere por defender a la Santa Iglesia
Católica fundada por Jesucristo. Recita el “Tedeum” en acción
de gracias y, muere.
Otros Santos que se celebran hoy: Silverio, papa; Aldegunda,
Florentina, vírgenes; Macario, Inocencio, obispos; Regimberto,
Bertoldo, Mernico, confesores; Novato, Pablo, Ciriaco,
mártires; José, anacoreta; Dermot O’Hurley, Margarita
Bermingham viuda de Ball, Francisco Taylor, Ana Line,
Margarita Cltheroe, Margarita Ward y compañeros mártires
ingleses, beatos.
San Paulino de Nola
San Paulino de Nola.
Obispo, memoria libre.
Pocos santos que hayan hecho tantos esfuerzos por mantenerse
ignorados por todos y pasar desapercibidos, como San Paulino
de Nola, y pocos como él que hayan recibido en vida tantas
alabanzas de grandes sabios y santos. San Jerónimo, San
Ambrosio, San Agustín y San Gergorio de Tours hicieron grandes
elogios de él y lo presentaron ante los demás como un modelo
de obispo, de apóstol y de verdadero amigo.
Nació San Paulino en Burdeos, Francia, en el año 353. Su padre
era gobernador y su familia sumamente rica. Tuvo como maestros
en su infancia los más famosos literatos de la región y según
cuenta San Jerónimo, cuando Paulino llegó a la juventud dejaba
admiradas a las gentes por la elegancia de sus estilos al
hablar y al escribir.
Nombrado para altos puestos en el gobierno tuvo que viajar por
diversos países y en todas partes hizo muy buenas amistades,
porque tenía un trato muy agradable y exquisito. En Milán se
hizo amigo de San Ambrosio y de San Agustín. Y por carta
mantuvo muy provechosas relaciones intelectuales con el gran
sabio San Jerónimo.
Al trabar relaciones con San Delfín, obispo de Burdeos, se
entusiasmó por la religión cristiana y se hizo bautizar como
católico.
L uego se fue a vivir a España y allá se casó con una mujer
sumamente piadosa, llamada Teresa, de la cual tuvo un hijo.
Pero el niño se murió a los ocho días de nacido, y entonces
Paulina y Teresa se propusieron vivir en adelante como dos
hermanos y repartir sus enormes riquezas entre los pobres. Así
lo hicieron, y pronto fueron vendiendo fincas y casas y
repartiendo el dinero entre los más necesitados.
Y resultó que llevaba una vida tan santa que en la Navidad del
año 393 el pueblo de Barcelona, España, pidió por aclamación
al Sr. Obispo que ordenara de sacerdote a Paulino. El Obispo
aceptó y lo ordenó, aunque estaba casado, pero él y su esposa
vivían ya como dos hermanos nada más.
P aulino y Teresa se fueron a vivir en Nola (Italia) donde
tenían unas posesiones y donde se veneraba con mucha fe la
tumba de San Félix. Allí junto a la tumba del santo
construyeron una casita sencilla y empezaron a vivir como
verdaderos monjes, dedicados a la oración y a la caridad para
con los pobres.
Paulino fue a Roma, pero el Papa no lo recibió
muy bien, porque no aceptaba que lo hubieran ordenado
sacerdote siendo casado (El próximo Pontífice ya lo recibiría
con mucho cariño porque le habrán contado lo santamente que
vive él en Nola).
Pronto la casa de Paulino en Nola se convirtió en el sitio
preferido para todos los pobres y necesitados de la región. El
y su esposa, que seguían siendo todavía muy ricos, repartían
ayudas con una generosidad extraordinaria. Y con su dinero le
construyeron un hermoso templo a San Félix, que era el santo
más popular de allí (Dicen que a San Paulino fue al que se le
ocurrió llamar a las gentes a las reuniones con un instrumento
de metal que retumbara a lo lejos, y como aquella región se
llama Campania, por eso aquel instrumento se llamó “campana”).
E n el año 409 al morir el obispo de Nola, todo el pueblo
aclamó a Paulino como nuevo obispo, y tuvo que aceptar. En
adelante se dedicará por toda su vida, hasta el año 431, a
cuidar de la santidad de sacerdotes y fieles.
A este santo le agradaban mucho dos clases de apostolados
intelectuales: las cartas y las poesías. Con la más exquisita
gentileza y buena educación se comunicaba por carta con
infinidad de personas. De él se conservan más de 50 cartas,
que son modelo de buena redacción y de muy amable caridad. Y
en cuanto a poesías, cada año en la fiesta de San Félix
componía un poema en honor de su santo preferido, y lo hacía
recitar y difundir entre el pueblo. Se conservan 13 de esos
poemas, que colocan a San Paulino como uno de los mejores
poetas de su tiempo.
Paulino fue gastando todas sus inmensas riquezas en ayudar a
los más necesitados hasta quedar él totalmente pobre. Y
sucedió que cuando en el año 410 llegaron a Nola los terribles
vándalos del rey Gensérico se llevaron muchos prisioneros y
esclavos y entre ellos al hijo único de una pobre viuda.
Entonces nuestro santo se ofreció él personalmente para
reemplazar a aquel joven. Le fue aceptado el canje y dejaron
libre al muchacho.
Pero sucedió que en el viaje, Dios cambió un poco el corazón
de aquellos bárbaros y devolvieron libres al obispo Paulino y
a los demás prisioneros, en un barco hacia Nola, y el barco lo
enviaron cargado de víveres.
C uando el santo ya estaba moribundo, vino el ecónomo a
avisarle que se debían 40 monedas de unas telas que se habían
comprado para vestidos de los pobres. El santo exclamó mirando
al cielo: “Dios proveerá”. Y a los pocos minutos llegó un
mensajero trayendo un envío que hacían para los menesterosos:
era un paquetico con 40 monedas de plata. El obispo juntó las
manos y exclamó: “¡Bendito sea Dios que nunca me falló en
nada!”.
Murió San Paulino en el año 431 y fue sepultado en la iglesia
de San Félix, pero después de muerto obtuvo tantos milagros,
que llegó a ser más popular que el mismo San Félix, al cual él
tanto había popularizado entre el pueblo.
San Norberto
San Norberto.
Obispo, memoria libre.
Nació en Xanten y desde joven abrazó la vida religiosa,
recibiendo las órdenes menores, incluyendo el subdiaconato.
Fue convertido cuando caminando por un sendero un rayo asustó
a su caballo e hizo que lo derribara al suelo, dejándolo sin
conocimiento por más de una hora. Lo primero que dijo al
volver en sí, fueron las palabras de San Pablo: “¿Señor, que
quieres que yo haga?” y por respuesta oyó las palabras del
salmo 37: “Apártate del mal y haz el bien”. La conversión fue
tan repentina y tan completa como la del apóstol Pablo; se
retiró a una casa de oración a meditar y a hacer penitencia y
se puso bajo la dirección de un santo director espiritual.
Después de hacer los debidos estudios fue ordenado sacerdote
en el año 1115.
Uno de sus propósitos fue cumplir y seguir fielmente el
Evangelio, y difundirlo por todo el mundo. El Pontífice
Gelasio II le concedió licencia para predicar por todos los
paises, fundando una comunidad en una zona desértica llamada
“Premonstré”.
Los monjes, con el santo a la cabeza, se dedicaron
Evangelio lo mejor posible, y pronto San Norberto
conventos en diversas partes del país. El Papa
aprobó la nueva comunidad, la cual se extendió
países.
a vivir el
tuvo nueve
Honorio II
por varios
Fue nombrado Arzobispo de Magdeburgo, y San Norberto se dedicó
con todas sus energías a poner orden en su arquidiócesis, ya
que muchos laicos se estaban apoderando de los bienes de la
Iglesia y algunos sacerdotes no tenían el debido
comportamiento. Sus reformas tuvieron una fuerte oposición. Le
inventaron toda clase de calumnias y trataron de levantar al
pueblo en su contra. Dos o tres veces el santo obispo estuvo a
punto de ser asesinado. La rebelión llegó a tal extremo que
San Norberto tuvo que salirse de Magdeburgo, pero entonces
empezaron a suceder tan terribles males en la ciudad, que los
ciudadanos fueron a pedirle que regresara y le prometieron ser
más obedientes a sus mandatos e instrucciones. A los pocos
años, en el clero se notaba ya un cambio muy consolador y un
gran progreso en el fervor y en las buenas costumbres.
En Roma, los enemigos del Papa Inocencio II eligieron un
antipapa, llamado Anacleto, expulsando a Inocencio II de la
ciudad eterna. San Norberto convenció al emperador Lotario
para que con un gran ejército, fuera a Italia a defender al
Pontífice, el cual sin ayuda militar del exterior no podía
entrar a Roma. El emperador Lotario, por influencia de nuestro
santo, se dirigió con su ejército hacia Italia y en mayo del
año 1133 entró a Roma, acompañado de San Norberto y de San
Bernardo, y posesionó de nuevo al Pontífice.
Terminada esta su última gran acción, el santo se sintió ya
sin fuerzas; en 20 años de episcopado había hecho un trabajo
como de sesenta años. Murió en Magdeburgo, el 6 de junio de
1134, a los 53 años.
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