Dedicado a Isaac y Núria, que me animaron en

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Título original: El Reino de Lara
Primera edición: Marzo 2014
©2014 Isaac Pérez Vega
©2014 Iván Pitzolu
Diseño de cubierta: Iván Pitzolu
Dirección y producción: Marta Prieto Asirón
Maquetación: Carolina Hernández A.
©2014 Editorial Kolima - Madrid
www.editorialkolima.com
ISBN: 978-84-942358-2-5
Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares
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cualquier procedimiento, comprendidos la reprografía y tratamiento informático, así como la distribución
de ejemplares mediante alquiler o préstamo público.
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Dedicado a Isaac y Núria, que me animaron en este sueño.
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El Reino de Lara
Existió una vez, hace mucho, mucho tiempo, un reino en el que vivía una
princesa muy bella pero también muy caprichosa que se llamaba Lara.
El Rey estaba muy preocupado porque su hija había cumplido la edad
para casarse y, aunque conocía a los príncipes de los reinos cercanos,
ninguno le gustaba.
—“¡Me casaré!, pero lo haré con el más fuerte del Reino”, respondió la joven princesa después de insistir mucho su padre. Inmediatamente el Rey organizó una prueba para elegir al más fuerte; ganaría el que
antes llevase un pesado tronco de un lado al otro del patio del Palacio
Real.
Al palacio llegaron los más fuertes venidos de todo el Reino y junto
a ellos un joven delgado llamado Lucho y otro muy fuerte llamado Aarón.
—¡No sé que haces aquí, vete a tu casa! ¡Tan delgado nunca ganarás la prueba! —le dijo Aarón a Lucho.
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Empezó la prueba y los más fuertes se pusieron al hombro los troncos pero, como eran muy grandes y pesados, se fueron cayendo uno a
uno al suelo por el cansancio y ninguno de ellos logró llegar al otro lado
del patio.
Llegó el turno de Aarón y con su fuerza llevó el tronco casi hasta el
final, pero no lo consiguió tampoco.
Cuando no quedó ninguno en pie, Lucho bebió un trago de una botella que llevaba guardada en el bolsillo, se puso al lado de un gran tronco y lo arrastró hasta el otro lado del patio del Palacio, ganando así la
prueba.
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El Rey, muy contento, llevó entonces a Lucho junto a la princesa:
—¡Ya tenemos al más fuerte del Reino!
Pero a Lara el joven no le gustó, así que decidió que se casaría con
el más guapo del Reino.
Su padre, como siempre consentía los caprichos de su hija, organizó una nueva prueba para elegir al más guapo. La Reina se pondría de
pie en mitad del patio del palacio y a ella se acercarían en fila los jóvenes más guapos. El que consiguiera que la Reina cayese al suelo desmayada por la belleza del muchacho sería el ganador.
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Al palacio llegaron los más guapos venidos de todo el Reino y junto
a ellos un joven no muy guapo llamado Lucho, el mismo que había ganado la prueba anterior y también el joven Aarón.
—¡Vuelve a tu pueblo! ¡Tuviste suerte en la prueba anterior! ¡Tan
feo nunca ganarás la prueba! —le dijo Aarón a Lucho.
Como había muchos muchachos guapos, la fila era muy, muy larga y
casi al final se puso Lucho y detrás de él el joven Aarón.
Le iba a tocar ya a Lucho y, como en la prueba anterior, sacó su botella del bolsillo y, cuando le fue a dar un trago, Aarón le empujó y se la
tiró al suelo. Todo el líquido se derramó por el patio y el muchacho salió
de la fila inmediatamente mientras Aarón no paraba de reírse.
Si Lucho volvía a su casa para coger otra botella llegaría tarde a la
prueba así que decidió preparar él la bebida.
—¿Dónde hay árboles frutales?¿Dónde hay una pastelería? —preguntó, nervioso.
Salió corriendo del palacio y llegó a los campos de árboles frutales, luego fue corriendo al pueblo más cercano pero, al llegar a la pastelería, vio que estaba cerrada.
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—¡Por favor, abran es muy importante! —gritó desde la puerta. De
una ventana de la pastelería asomó una cabeza.
—¿Qué son esos gritos? ¡La pastelería está cerrada!¡Vete muchacho!
—Necesito que me ayude por favor; si no vuelvo a palacio perderé
la prueba —le pidió Lucho.
—¡Ah pero si eres el joven que ganó la primera prueba! ¡No te había
reconocido! ¡Claro hijo que te ayudaré! Ahora te abro, —le dijo el anciano pastelero mientras se colocaba las gafas.
Ya era de noche cuando Lucho llegó al palacio. Aarón no había ganado la prueba y sólo quedaba un joven en la fila así que suspiró de alivio y se colocó detrás de él. Cuando le tocó el turno, se puso delante
de la Reina, bebió un trago de su botella y le dijo algo al oído.
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Casi al instante, ella cayó desmayada y así el joven ganó la prueba.
El Rey llevó a Lucho por segunda vez junto a la princesa, que por
segunda vez le dijo a su padre que el joven no le gustaba y que ahora decidía casarse con el más alto del Reino.
El Rey estaba muy enfadado con su hija, pero como siempre le consentía sus caprichos, organizó una tercera prueba para elegir al más alto esperando que por fin fuera la definitiva.
Esta vez, la prueba consistiría en colgar un pañuelo en una de las
ventanas más altas del Palacio Real; el que saltase hasta cogerlo sería el
campeón.
Como en las anteriores ocasiones, al palacio llegaron los más altos,
venidos de todo el Reino y, junto a ellos, un joven bajito llamado Lucho,
el mismo que había ganado las dos pruebas anteriores y de nuevo el joven Aarón.
—¡Márchate de aquí! ¡Tan bajito nunca ganarás la prueba! —le dijo
Aarón a Lucho.
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Cansado ya de Aarón, Lucho le respondió mientras se reía:
—¡Eres un tramposo y nunca ganarás así! ¡Vete tu a casa! ¡Te volveré a ganar!
Comenzó la prueba y los jóvenes empezaron a saltar y saltar durante todo el día sin conseguir coger el pañuelo. Poco a poco, uno a uno,
fueron cayendo al suelo cansados, unos encima de otros formando una
gran montaña bajo la ventana. Sólo quedaba en pie Aarón que seguía y
seguía saltando —mientras miraba a Lucho— sin conseguir coger el pañuelo, hasta que al final también cayó al suelo por el cansancio. Entonces Lucho bebió un trago de la botella y fue subiendo por la montaña
de muchachos hasta coger el pañuelo, ganando así la prueba.
Aarón se puso a llorar de rabia, de nuevo Lucho le había ganado.
El Rey llevó por tercera vez a Lucho frente a la princesa y aunque a
Lara seguía sin gustarle el muchacho, su padre le dijo muy seriamente:
—¡Te casarás con Lucho! ¡Está decidido!
El joven, que hasta entonces no había hablado, interrumpió al Rey:
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—Majestad, ¡soy yo ahora el que ya no quiere casarse con la princesa!
Lucho se había enamorado de la belleza de la princesa Lara pero
después de conocerla le parecía una joven caprichosa y consentida.
Cuando el muchacho se disponía a marcharse del Palacio Real oyó tras
él al Rey gritar:
—¡Guardias! ¡Detened al joven!
Lucho saltó por una ventana del palacio para escapar y empezó a
correr, sólo quería volver a su casa. Pero cuando estaba a punto de llegar a la puerta principal para salir, se cruzó con Aarón, el muchacho
fuerte, guapo y alto al que siempre había ganado en todas las pruebas.
El joven, muerto de envidia, le puso la zancadilla a Lucho mientras
corría, quien se cayó al suelo, consiguiendo así que los guardias le detuvieran y le llevaran ante el Rey.
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Aarón pensaba que el Rey le premiaría por esa acción y aceptaría
que él se casara con la princesa en vez de Lucho pero no fue así sino
que el Rey le castigó echándolo del palacio:
—¡Fuera! ¡No quiero volver a verte! ¡Aquí no queremos tramposos
ni envidiosos!
Todos en palacio decían que el muchacho había ganado las tres
pruebas porque tenía una bebida mágica y el Rey pensó que, si la tomaban sus soldados, su ejército sería invencible.
Si Lucho se casaba con la princesa le daría la bebida mágica pero
al no querer casarse con Lara, al Rey sólo le quedaba detener al joven y
quitarle su botella para tener aquella bebida.
La princesa y el Rey quisieron probar los efectos mágicos de la bebida antes de dársela a los soldados mientras Lucho no paraba de repetir sujetado por los guardias:
—¡Majestad, no es una bebida mágica! ¡Sólo es agua con azúcar y
limón!
Pasaron los minutos pero ni Lara ni su padre notaron nada. Fue entonces cuando Lucho les contó la historia de la “bebida mágica”:
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—Hace mucho tiempo, cuando era pequeño, los niños de mi pueblo se burlaban de mí porque era débil y no podía jugar con ellos.
«Como me veía muy triste, mi abuelo, preocupado, me preparó una
bebida y me dijo que era mágica y que me daría fuerzas para poder jugar con ellos, así que, gracias a la bebida mágica, me convertí en un niño
como los demás.
«Cuando crecí, el abuelo me contó la verdad: la bebida sólo tenía
agua, azúcar y limón, no era mágica, mis fuerzas no estaban en la bebida sino en mi interior, en mis ganas de hacer las cosas.
«Ahora tomo la bebida porque me gusta y me recuerda a mi abuelo
y todo lo que me enseñó, pero no porque sea mágica.
La princesa y el Rey se quedaron mudos con lo que el joven les acababa de contar pero aún así Su Majestad no terminaba de creérselo:
—Pero… ¿Cómo pudiste ganar las pruebas si tu bebida no es mágica?
—¡Fue fácil! —respondió Lucho.— En mi pueblo movemos grandes
piedras de un sitio a otro haciéndolas rodar, así que hice lo mismo con
los pesados troncos para ganar la primera prueba.
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«En la segunda prueba, la Reina estaba tan cansada al pasar todo
el día de pie en el patio del palacio, que aunque parecía desmayada, en
realidad cayó dormida cuando le canté la nana que mi madre me cantaba de pequeño todas las noches.
«Y en la tercera prueba sólo tuve que esperar a que se formara la
montaña con los muchachos unos encima de otros cansados de saltar y
subir por ella hasta coger el pañuelo, igual que hago cuando trepo a los
altos árboles de mi pueblo.
«¡Gané las pruebas con inteligencia y no por la bebida mágica!.»
No sé si fue por la bebida o por las historias que les había contado
el muchacho, pero la princesa en ese instante quedó perdidamente enamorada de Lucho.
¿Qué pasó después…?
El Rey, que nunca terminó de creerse que la bebida de Lucho no
fuese mágica, dedicó el resto de su vida a conseguir una bebida que hiciera invencible a su ejército usando agua, azúcar y limón. Jamás lo consiguió pero sus magníficas limonadas fueron conocidas en todo el Reino.
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Lara dejó de ser la princesa caprichosa que hasta entonces había
sido y, aunque conoció a muchos príncipes, nunca se casó pues se había quedado perdidamente enamorada de Lucho. Eso sí, cuando murió
su padre, se convirtió en una gran Reina aplicando las enseñanzas del
muchacho.
En cuanto a Lucho, volvió a su casa, vivió feliz y además fue el orgullo de su pueblo ¡Había sido el ganador de las tres pruebas del Reino!
Pero,…¿así termina el cuento?
¡Noooooo!
Años después la Reina Lara visitó el pueblo de Lucho.
Los dos se encontraron de nuevo y se dieron cuenta de que seguían enamorados el uno del otro.
Al poco tiempo se casaron y fueron muy, muy felices reinando juntos con justicia e inteligencia.
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Autor
Isaac Pérez Vega
Licenciado en Derecho por la Universidad de Oviedo
y Master en Dirección de Empresas en la Escuela de
Negocios de Madrid.
Ha desarrollado su labor profesional durante 20 años
en empresas multinacionales como El Corte Ingles,
Renault, Dia y Lidl Supermercados.
Actualmente trabaja como freelance.
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Ilustrador
Iván Pitzolu
Ha desarrollado casi toda su carrera profesional
mayoritariamente en el ámbito publicitario como
ilustrador freelance, colaborando con la empresas
más importantes del país.
Actualmente también ilustra para el sector editorial.
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