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TÚA BLESA, JUAN CARLOS PUETO, ALFREDO SALDAÑA Y ENRIC SULLÁ
(eds.), Pensamiento literario español del siglo XX, 5, Zaragoza,
Universidad de Zaragoza, 2011, 268 págs.
Producto del Seminario con el mismo nombre, este volumen
reúne trece trabajos que abordan, enfocados hacia distintos puntos,
personalidades, corrientes y problemáticas, el amplio y variado
panorama intelectual que se dio a lo largo del siglo XX en España.
Podemos organizar este conjunto de aportaciones en tres
grandes grupos. El primero está compuesto por aquellos trabajos que
tratan e indagan sobre las poéticas de autores a partir de un atento
recorrido de sus obras, llegando, cada uno de los reconocidos
estudiosos, a valiosas y precisas conclusiones.
Ubicamos en este grupo el trabajo que el profesor Javier Blasco
realiza sobre Juan Ramón Jiménez, en el que demuestra mediante un
repaso casi íntimo de su producción y de las fases por las que ella
atraviesa, cómo la poética del moguereño (cuyo núcleo simbolista es
indudable) no se completa sino con la escritura del último de sus
textos y que, por lo tanto, necesita ser explicada a la luz de una
perspectiva histórica-literaria atenta a las etapas de su obra siempre
“en marcha” (p. 9). Por su parte, subyace en el escrito de Túa Blesa la
pregunta sobre la “rareza”, la “extrañeza”, de Juan Larrea, pregunta
que se intenta responder (con éxito) no sólo desde las manifestaciones
más perceptibles de su poesía, como puede ser la elección de la lengua
francesa, o una deliberada complejidad que atenta contra la
comprensión en pos de la emoción, sino desde la profundidad que
implica la configuración de un discurso sin “yo”, de una “cavidad
verbal” (p. 53) llena de evasión. La poesía de Antonio Gamoneda
también presenta un rasgo distintivo, tal como advierte Antonio
Méndez Rubio. Es una poesía escrita desde la muerte y, por lo tanto,
reclama ser leída desde ese mismo lugar. La muerte, el fin, “la
precariedad de lo real” (p. 146), incluso el daño, no son sólo
componentes temáticos, sino que originan y enmarcan a la poesía, les
dan sentido y forma, de allí las elipsis que abren el espacio de lo que
no fue pero aun así permanece en la memoria. Colocamos en este
apartado también el trabajo que Elvira Luengo Gascón realiza sobre
Caperucita en Manhattan de Carmen Martín Gaite. Si bien es el
análisis de una obra en particular de la escritora salmantina, no dejan
de repasarse las recurrencias temáticas de sus obras y las intenciones
que la han movido a lo largo de su producción. En la lectura atenta de
Castilla. Estudios de Literatura, 3 (2012): XXIII-XXVI
ISSN 1989-7383
esta novela se recupera su nivel intertextual en todos los niveles
posibles, y se establece, también, un diálogo con todas las teorías que
tienen al cuento tradicional como objeto y su correspondiente función
y transformación en la actualidad.
El segundo bloque de textos está conformado por aquellos que
se dedican a explorar la figura de quienes dedicaron su vida al estudio
literario. Uno de ellos es Eugenio Asensio, a quien Aurora Egido
presenta como “Un humanista singular” (p. 75) y es la innegable
conclusión que resulta tras la lectura de su artículo, en el que se
detiene tanto en sus actitudes intelectuales como en las grandes tareas
que emprendió y enriquecieron su labor filológica y crítica: su
dedicación a los entremeses, revalorizando un género menor, su
interés por el erasmismo y su intento constante de establecer puentes
entre la literatura portuguesa y la española. El trabajo de Antoni Martí
Monterde se centra en la vinculación que mantuvo Ramón León
Máinez con el propulsor de la literatura comparada, Hugo von Meltzl
de Lomnitz por medio de las publicaciones que cada uno dirigían.
Debido a que Máinez advierte que el trabajo de von Meltzl sobre
Petöfi conlleva la misma operación crítica que él pretende para con
Cervantes, facilita su ingreso en España; sin embargo, y es el error que
se pretende corregir, el haber introducido a un autor clave de la
literatura comparada no lo hace al andaluz precursor de la disciplina
en este país. Antonio Pérez Lasheras se ocupa de la figura de Juan
Manuel Blecua, y en las páginas dedicadas a él conocemos tanto las
influencias que recibe, sus puntos en común y disidencias con teóricos
de su tiempo, como sus férreas convicciones en torno a la tarea del
editor. Claramente explicadas vislumbramos las dos líneas principales
mediante las que desarrolla su obra: una horizontal, cronológica, que
tendrá que ver con las letras del Siglo de Oro, y otra vertical,
explorada detalladamente, que presta especial atención a la literatura
aragonesa, y que toma a Gracián como centro y exponente. Alfredo
Saldaña desarrolla las conclusiones a las que Vicente Llorens arribó
en materia de literatura del exilio, destierro e inmigración,
experiencias que lo tuvieron como protagonista y que supo reubicar
como objeto de estudio para desde allí problematizar cuestiones
contemporáneas, tales como la existencia de literaturas nacionales y su
homogeneidad, la lengua como territorio del poeta, la práctica literaria
en su historicidad, la vinculación entre exilio político, censura,
absolutismo político e Inquisición en un determinado momento
histórico, y todas las nuevas posibilidades, como la difusión cultural,
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que resultan de una situación “casi nunca elegida, casi siempre
dolorosa” (p. 215). Las bases de la estilística de Amado Alonso son
recuperadas en el escrito de Teresa Rosell Nicolás, en el cual, de
manera iluminadora y a partir de la diferenciación entre signo e
indicio en el marco de la lingüística (en tanto portador de significado
uno y de valoración el otro), entendemos el pasaje de estos conceptos
hacia la teoría literaria tal como lo propone el teórico navarro, siempre
en pos de una integración de las disciplinas que permita un acceso,
nunca definitivo, pero sí más completo y complejo al entramado
hermético que la poesía manifiesta. Un espíritu similar de relación,
integración y de diálogo interdisciplinar es el que se desprende de la
obra de Julio Caro Baroja, tal como la presenta Enrique Santos
Unamuno. En su trabajo se pone de manifiesto el “carácter pionero” y
los aportes (no siempre ni del todo reconocidos) del antropólogo vasco
a teorías como la literatura comparada, los Cultural Studies
anglosajones, la Nueva Histora Cultural y Image Nation Studies, en
especial este último, que tiene como uno de sus pilares fundamentales
la noción de “estereotipo”, concepto en torno al cual gira gran parte de
la obra de Baroja, tal como demuestra el preciso recorrido que Santos
Unamuno realiza, enriqueciéndolo con definiciones, aplicaciones y
cuestiones terminológicas pertinentes.
El tercero de los bloques podría entenderse bajo el rótulo de
“lecturas de lecturas”, con la carga analítica que cada una conlleva.
Nos encontramos aquí con Salvador Company Gimeno repasando la
lectura que Martí de Riquer hace del planh que Guillem de Berguedá
escribe con motivo de la muerte de Ponç de Mataplana. Atraviesa todo
este artículo la tensión suscitada entre una lectura histórica del planh
(sostenida por Riquer) y una lectura retórica, más precisamente
irónica, propuesta por Company Gimeno, que apunta a que ciertas
contradicciones no resueltas desde la perspectiva historicista y
positivista pueden ser interpretadas en una dimensión irónica,
sustentada, paradójicamente, en la imposibilidad y fallos del método
aplicado anteriormente. Juan Carlos Pueo desarrolla los fundamentos
de la teoría literaria de José Maria Valverde en relación a la
(auto)conciencia lingüística, a la imagen del Yo imprecisa, en tanto
construcción del lenguaje, y a la necesidad del Otro, del Tú que la
delimita. A la luz de esto será leída la poesía de Antonio Machado, en
especial aquellos poemas en los que el poeta se refiere a su tarea,
tomándola como material con el cual ejemplificar su teoría, donde se
verá la debilidad del Yo y, por lo tanto, la tendencia hacia una palabra
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Nuestra, lindante con lo anónimo y además la ironía como un lenguaje
del Yo tratado en la distancia, casi ajeno. Por último, pero con capital
importancia, David Viñas Piquer propone que se puede formular una
teoría de la lírica a partir de las limitaciones que Emilio Alarcos
encontró en la estilística a la hora de leer a Blas de Otero. Alarcos
advierte (intuitivamente) en la obra de Otero cierta “fuerza” que no
logra explicar por completo desde la corriente crítica en la que se
enmarca. El aporte de Viñas Piquer consta en indicar que esa fuerza
consiste en la capacidad del poeta de presentar una “vivencia
particular pero generalizable” (p. 261) en la que los lectores se
identifican y que pueden actualizar (aplicar), sin que hayan sido
vividas efectivamente por el poeta, sino, como mucho, contempladas o
poéticamente elaboradas, aportando un nuevo y valioso eslabón a la
cadena histórica que discute sobre la dimensión mimética de la lírica.
Se completa así el recorrido por un libro que obtiene su riqueza
y valor de la heterogeneidad de temas, perspectivas y apreciaciones
que en sus páginas se desarrollan, y del profundo e indudable
conocimiento de los especialistas responsables de ellas.
EVANGELINA VERA MORENO
Universidad de Valladolid
XXVI
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