pedro segura y josé maría bueno monreal. historia de una difícil

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PEDRO SEGURA Y
JOSÉ MARÍA BUENO MONREAL.
HISTORIA DE UNA DIFÍCIL CONVIVENCIA
PABLO MARTÍN DE SANTA OLALLA SALUDES 1
Fecha de recepción: noviembre de 2008
Fecha de aceptación y versión definitiva: junio de 2009
RESUMEN: Uno de los aspectos menos conocidos de la Iglesia española durante los
años cincuenta fue el complejo proceso de sucesión del polémico cardenal Pedro
Segura y Sáenz. Segura era ya una figura controvertida desde los inicios de la
II República por su conocida fidelidad a la monarquía, y también se enfrentaría
a Franco por lo que él consideraba que era una promoción interesada de la
Religión Católica en España. El estudio que presentamos tiene por objeto conocer la manera en que se preparó la sustitución de Segura, sustitución que debía
pasar por una disminución drástica de sus funciones como Arzobispo de Sevilla.
Un asunto polémico en que el Obispo Bueno Monreal, junto con el Nuncio
Antoniutti, hubieron de ostentar los otros papeles protagonistas, lo que podremos
comprobar a través de importante documentación inédita.
PALABRAS CLAVE: Segura, Bueno Monreal, Polémica sustitución, Franquismo.
Pedro Segura and José María Bueno Monreal. Historia
de una difícil convivencia (ponerlo en inglés)
ABSTRACT: One of the aspects less known about the Spanish Church during the fifties
was the complex process of replacement of polemic Cardinal Segura. Pedro
Segura y Sáenz was a controversial figure from the beginnings of II Republic for
his well-known loyalty to the monarchy, and also it would face Franco about
what he considered an interested promotion of the Catholic Religion in Spain.
The study that we present takes as object of knowledge the way in which the
replacement of Segura was prepared, replacement that had to happen for a drastic decrease of his functions as Archbishop of Seville. A polemic matter in which
the Bishop Bueno Monreal, together with the Forerunner Antoniutti, were the
other two protagonists, and which real paper we will know through unpublished
papers.
KEY WORDS: Segura, Bueno Monreal, Polemic replacement, Franco period.
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Doctor en Historia Contemporánea. Universidad Autónoma de Madrid.
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Dos de las grandes personalidades eclesiásticas del siglo XX en España
fueron Pedro Segura y José María Bueno Monreal 2. Ambos desempeñarían un papel de gran relevancia para la Iglesia en nuestro país: Segura,
especialmente durante los tiempos de la II República y del llamado «primer
franquismo»; Bueno Monreal, durante el desarrollismo, tardofranquismo y
la transición a la democracia. Ello resultaba lógico en la medida que Segura
era casi veinticinco años mayor que Bueno Monreal, por lo que alcanzaron
la cima eclesial en tiempos diferentes, precediendo el uno al otro. Sin embargo, hubo una corta etapa en la que los destinos de ambos se cruzaron, ya
que el 27 de octubre de 1954 la Santa Sede decidió enviar a Sevilla, donde
Segura era el Arzobispo residencial desde septiembre de 1937, a José María
Bueno Monreal, con el rango de Arzobispo coadjutor «sede plena» con derecho a sucesión. La razón oficial sería la avanzada edad de Segura (próximo
ya a cumplir los setenta y cinco, aunque en aquella época no era todavía
obligatorio presentar la renuncia al cumplir esa edad), pero en realidad se
trataba de una maniobra de más hondo calado cuyo fin esencial debía ser
«marcar» a Segura (más bien habría que hablar de neutralizarlo), uno de los
pocos obispos de aquella época que habían mantenido una actitud de abier2 A pesar de que en este año 2007 se cumplirán veinte años desde el fallecimiento de Bueno Monreal y veinticinco desde que presentara la renuncia como Arzobispo
de Sevilla, no se ha escrito prácticamente nada sobre él. Quien escribe estas líneas
realizó una breve contribución hace unos años, titulada «La Transición democrática
de la Iglesia católica española: José María Bueno Monreal y la archidiócesis de Sevilla», (Actas del III Congreso de Historia de Andalucía, vol. IV, Andalucía contemporánea,
Córdoba: Publicaciones Obra Social y Cultural Cajasur, 2003, pp. 165-180). También
contamos con un libro homenaje publicado nada más jubilarse éste de la diócesis
hispalense, el dirigido por MIGUEL OLIVER ROMÁN y titulado Hombre magnánimo y libre.
Homenaje al Cardenal José María Bueno Monreal, con motivo de sus 78 años de vida
(Sevilla: Centro de Estudios Teológicos, 1983). En cambio, Segura suscitó pronto el
interés de los historiadores de la Iglesia, y, por ello, desde mediados de los setenta
contamos con varios trabajos. Son los siguientes: RAMÓN GARRIGA, El Cardenal Segura
y el Nacional-Catolicismo, Barcelona: Planeta, 1977; JOSÉ ANTONIO GONZÁLEZ SÁINZ DE
LA MAZA, «El discurso religioso del Cardenal Segura sobre la moralidad pública hispalense (1937-1954)», Isidorianum, 1992, pp. 205-231; y FRANCISCO GIL DELGADO, Pedro
Segura. Un cardenal de fronteras, Madrid: BAC, 2001. No obstante, el más relevante de
todos ellos es el de SANTIAGO MARTÍNEZ SÁNCHEZ, ya que se trata de una sólida tesis
doctoral defendida en la Universidad de Navarra hace cinco años y publicada poco
después (Los papeles perdidos del Cardenal Segura, 1880-1957, Pamplona: EUNSA,
2004). En medio de todo esto se sitúa una muy interesante aportación del sacerdote
y periodista JOSÉ MARÍA JAVIERRE, titulada «De un cardenal a otro. La Iglesia sevillana
del franquismo a la democracia», en JOSÉ MARÍA CASTELLS; JOSÉ HURTADO, y JOSÉ MARÍA
MARGENAT, De la dictadura a la democracia. La acción de los cristianos en España (19391975), Bilbao: Desclée de Brouwer, 2005, pp. 387-409.
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to enfrentamiento con el general Franco3. Y lo hizo a través de un hombre
discreto, nacido en Zaragoza pero ordenado sacerdote en la diócesis de Madrid-Alcalá, que había llegado al episcopado a una edad temprana (cuarenta
y un años, su primera diócesis fue Jaca, donde fue enviado en noviembre
de 1945) y quien había gozado desde el primer momento de la confianza de
las autoridades franquistas. No en vano, cuando en enero de 1950 la Santa
Sede decidió desglosar la muy polémica diócesis de Vitoria en tres nuevas
diócesis (Bilbao, San Sebastián y la propia Vitoria), en una operación que
buscaba descabezar el nacionalismo vasco pero que acabó resultando fatal
(porque lo único que lograría sería hacer multiplicar los problemas), Bueno
Monreal había sido uno de los tres elegidos. Había ido a parar precisamente
a Vitoria, mientras su compañero de diócesis Casimiro Morcillo había sido
destinado a Bilbao y el catalán Jaime Font Andreu se había hecho cargo de
la de San Sebastián.
El 27 de agosto de 1953, como es bien sabido, había tenido lugar la firma
del Concordato entre la Santa Sede y el Gobierno Español, un acuerdo que
resultaba de gran interés tanto para el Vaticano como para el Régimen de
Franco y de donde salía una Iglesia española fuertemente privilegiada, aunque también demasiado expuesta a posibles injerencias del poder temporal.
Para ese momento, hacía tiempo que el Régimen de Franco había intentado
remover de su diócesis a Segura, quien tras ser expulsado de Toledo (y de
la propia España) por las autoridades republicanas (septiembre de 1931) a
causa de su actitud promonárquica, había logrado volver a España una vez
iniciada la Guerra Civil. Dado el liderazgo claro del Cardenal Gomá (Arzobispo de Toledo desde abril de 1933) entre los obispos españoles, Roma no
había podido devolver a Segura la titularidad de la diócesis «primada», por
lo que había aprovechado la vacante dejada en Sevilla (otra de las grandes
diócesis del país) a causa del fallecimiento de Eustaquio Ilundáin en agosto
de 1937. Sólo un mes después, concretamente el 14 de septiembre, Pedro Segura se había convertído en el nuevo Arzobispo de Sevilla. Desde ella nunca
llegaría disputar el liderazgo de la Iglesia a los titulares de la sede «primada»
(Toledo): ni a Gomá, que fallecería en agosto de 1940, ni al sucesor de éste,
Enrique Pla y Deniel, reforzado por Roma con la dignidad cardenalicia en el
consistorio de febrero de 1946.
Ello no fue obstáculo, sin embargo, para que Segura pudiera crear importantes problemas al franquismo desde la que era y sigue siendo principal diócesis del sur de España. A Segura no le gustaba nada la república
por su legislación de carácter marcadamente anticlerical, pero tampoco le
3 Así lo plasmé en mi obra De la Victoria al Concordato. Las relaciones IglesiaEstado durante el «primer franquismo» (1939-1953), Barcelona: Laertes, 2003,
pp. 121-124.
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convencía nada el franquismo, a quien veía una actitud interesada en toda
su labor de promoción del catolicismo 4. Dado el integrismo natural del entonces Cardenal-Arzobispo de Sevilla, Segura había decidido convertirse
en una especie de «islote» en el conjunto de aquel episcopado fuertemente
nacionalcatólico, desairando sin problemas al mismísimo Franco si tenía
oportunidad de hacerlo. Así lo recuerda José María Javierre:
«Dicen que a Franco no le complacía visitar Sevilla, encontraba
fríos los recibimientos. Y aun le mantenían más alejado los desplantes del cardenal, que solía ausentarse por “urgencias pastorales”; prohibía la entrada de Franco en la catedral bajo palio; y negaba el permiso a los sacerdotes para ir a celebrar misa al Alcázar: la
Nunciatura se vio forzada a enviar desde Madrid un cura castrense,
libre por tanto de la disciplina diocesana. Varios canónigos que osaron desobedecer las órdenes de su eminencia prestando pleitesía a
Franco en el Alcázar o la catedral, fueron instantáneamente suspendidos a divinis. A pesar de todo, Segura dosificaba desplantes y carantoñas. Franco le aguantó, “se resignó, el cardenal Segura era una cruz
que debía soportar”» 5.
Este tipo de actitudes habían tenido lógicamente un coste, como la agresión física que había sufrido a comienzos de 1940 y que él mismo relataría
en el boletín de la diócesis 6, lo que dejaba claro hasta qué punto el Régimen
y Pedro Segura se encontraban distanciados: todo un cardenal desprotegido
en un país que había convertido a la Iglesia Católica en una de sus tres grandes familias institucionales.
De ahí que, a pesar de algún gesto de distensión entre Franco y Segura
(como cuando éste concedió a aquel la medalla de la archicofradía de la
Virgen de los Reyes 7), no deba extrañarnos que el caso Segura hubiera estado en las negociaciones que llevaron a la firma del Concordato de 1953. De
hecho, Fernando María de Castiella, Embajador ante la Santa Sede, había
asegurado a su superior Alberto Martín Artajo que Domenico Tardini, uno
de los dos pro-Secretarios de Estado de Pío XII, le había dicho que Segura
era un «enfermo mental» y que, mientras para el franquismo los escritos de
4 Además de otros elementos que José María Javierre destaca, como el retraso
premeditado de Franco por reinstaurar la monarquía; el consentimiento de la degradación pública de la moral por parte de los gobernantes; y los planteamientos ideológicos y prácticos de tipo fascista sostenidos por la Falange, una de las tres familias
institucionales del franquismo. Véase al respecto JOSÉ MARÍA JAVIERRE, op. cit, p. 395.
5 Ibid., p. 396.
6 Cfr. Boletín oficial eclesiástico del Arzobispado de Sevilla (BOEAS), 1.369, 15 de
mayo de 1940, pp. 334-355.
7 Así se notificó en Ecclesia, 32, 21 de febrero de 1942, p. 20.
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Segura constituían una «bendición», para la Santa Sede se convertían, sin
embargo, en una auténtica «cruz» 8.
Como decimos, tras casi veinte años permitiendo esta situación, Roma
decidió tomar cartas en el asunto. Y lo hizo a través del ya citado Bueno
Monreal, a quien destinaría a Sevilla a finales de 1954. Pero los hechos se
encargarían de demostrar que la maniobra no estaba siendo todo lo efectiva
que se esperaba. Sí, el Vaticano pasó a tener menos preocupación con la
labor pastoral de Segura, pero ello se hizo a costa de que José María Bueno Monreal hubiera de realizar una larga «travesía por el desierto», hasta
que el 8 de abril de 1957 falleciera Segura. A pesar de todo lo sucedido,
y que ahora pasaremos a relatar de manera detallada, Bueno Monreal se
mostraría elegante con su predecesor en la diócesis hispalense, ocultando
la realidad de los hechos. En efecto, cuando a comienzos de los ochenta la
periodista María Mérida le entrevistó y le preguntó por sus relaciones con
el Cardenal Segura (y en particular por el momento de su llegada a Sevilla),
Bueno Monreal había contestado: «(…) todo salió muy bien porque con el
cardenal Segura me llevé magníficamente y puede decirse que murió casi en
mis brazos» 9.
Sin embargo, la realidad había sido bien distinta. Y todo ello a pesar
de que Bueno Monreal había llegado con las máximas garantías posibles.
No era un mero obispo auxiliar que podría vigilar de cerca de Segura, sino
que la Santa Sede le había designado Arzobispo coadjutor de Sevilla «sede
plena» (lo que suponía facultades completas, facultades que Segura se veía
obligado a cederle, quedando éste con poco margen de actuación) y con derecho a sucesión: es decir, en el momento en que fallece Segura, él pasaría
inmediatamente a ser el nuevo Arzobispo de Sevilla, con lo que tanto el clero
como los fieles debían saber que se encontraban ante un sucesor casi seguro
de Pedro Segura. Sin embargo, el cardenal burgalés mostraría una vez más
su fuerte carácter, acreditado ya en numerosas ocasiones, y a pesar de su
avanzada edad, presentaría constante batalla contra quienes estaban detrás
de la medida. Lo haría, evidentemente, a través de la figura de su propio
sucesor, José María Bueno Monreal, a quien nunca llegaría a aceptar. Sobre
los momentos iniciales de Bueno Monreal en Sevilla recuerda José María
8 Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores (AMAE) R3807 E33. Carta n.º 95
del Embajador español cerca de la Santa Sede al Ministro de Asuntos Exteriores.
Roma, 12 de noviembre de 1952. Sin embargo, disiente de esta idea José María Javierre, quien cree que al Vaticano le convenía que Segura provocara incidentes con el
franquismo pues «(…) le venía de perlas que se oyera una voz discordante en el unánime y escandaloso corro de obispos españoles turiferarios de Franco». JOSÉ MARÍA
JAVIERRE, op. cit, p. 397.
9 MARÍA MÉRIDA, Entrevista con la Iglesia, Barcelona: Planeta, 1982, p. 46.
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Javierre, que en ese momento, a pesar de ser oscense de nacimiento, pertenecía ya al presbiterio de la diócesis, lo siguiente:
«El nuevo arzobispo pasó su calvario personal, aceptado de antemano, pues sabía con quién lidiaba. Sereno, pausado, listo, socarrón,
Bueno Monreal dedicó su primera plática a los seminaristas sevillanos: sobre el tema del Cireneo “que ayudó a llevar la cruz de Cristo”.
El cardenal, parapetado en su palacio episcopal, vigilaba los movimientos de su “cireneo”, residente en el palacio de San Telmo, entonces seminario. La convivencia resultaba espinosa, no por culpa del
arzobispo. Entre los fieles seglares, gran parte manifestó sus simpatías al “cardenal perseguido”, lo llegaron a llamar el “Midsentzy 10
español”; y desde luego dieron por seguro, en frase de un prestigioso
aristócrata, que “todo se le hubiera perdonado si hubiera adulado a
Franco y su gobierno”. Sin embargo, la inmensa mayoría de la diócesis, con sacerdotes y seminaristas respiraron aliviados. Más que
nadie las autoridades civiles y militares» 11.
Así, Segura aprovecharía la más mínima posibilidad para desairar a su
posible sucesor, y ello a pesar de que éste contaba con el apoyo público del
entonces Nuncio Ildebrando Antoniutti. Un episodio 12 relatado por el propio José María Javierre nos permite visualizar de manera muy clara la lucha
entre el viejo cardenal que se negaba a abandonar su posición dominante y
el joven arzobispo que intentaba tomar las riendas de la diócesis siguiendo
los deseos tanto de Roma como de Madrid:
«La víspera del solemne acto catedralicio de clausura, el nuncio
visitó Huelva, donde pernoctó. Para encontrarse la mañana de misa,
Bueno Monreal y Antoniutti se citaron en Castilleja de la Cuesta,
10 József Mindszenty (1892-1975) era en ese momento el Cardenal-Arzobispo de
Esztergom (luego rebautizada como Esztergom-Budapest), la principal diócesis del
país. El 26 de diciembre de 1948 había sido detenido, procesado y finalmente encarcelado por las autoridades comunistas, acusado de espiar para los EE.UU. Su caso
recordaba mucho al de otro gran cardenal de la Europa oriental, el polaco Josef
Wyszinsky. Mindszenty saldría de prisión durante la revolución de octubre de 1956 y
lideraría la insurgencia junto con Imre Nagy, pero, al ser ésta aplastada unas semanas
después por los tanques soviéticos, Mindszenty tuvo que refugiarse en la embajada de
los EE.UU. en Budapest, donde permanecería nada menos que quince años. En octubre de 1971 se trasladaría a Viena (Austria), y luego a Roma, donde fallecería el 6 de
mayo de 1975. Formalmente había dejado de ser el titular de la sede «primada» húngara el 18 de diciembre de 1973. Él mismo relataría su difícil trayectoria episcopal en
el libro Memorias, Madrid: Ediciones Palabra, 2009.
11 JOSÉ MARÍA JAVIERRE, op. cit, p. 399.
12 Desconocemos la fecha de dicho incidente, porque en la documentación que
obra en nuestro poder no se precisa, aunque creemos que debió tener lugar a lo largo
de 1955 o de 1956.
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afueras de Sevilla, en el colegio de las Irlandesas. Allí desayunaron,
haciendo hora. Comentaron entre sí cómo el cardenal había declinado la invitación para participar en el acto. Pero justo mientras el
desayuno, un canónigo llamó por teléfono a Bueno Monreal comunicándole que “su eminencia el cardenal bajará a presidir el acto”; lo
cual hacía imprevisible el desarrollo del programa. Efectivamente,
mientras nuncio y arzobispo viajaban a Sevilla, Segura descendió de
su palacio luciendo la más solemne vestidura cardenalicia; entró en
la catedral, repleta ya de asistentes; y ocupó el sillón presidencial del
altar mayor, sillón que los canónigos habían preparado para el nuncio.
Un maestro de ceremonias aportó rápidamente un nuevo sillón. Cuando nuncio y arzobispo llegaron ante el altar mayor, Segura les dio a
besar su anillo; indicó al nuncio el sillón a su derecha y al arzobispo
el sillón de su izquierda. Agarró el micrófono, y abrió el acto hablando del Papa “tan querido por mí”, “a quien regalé un cáliz de oro”.
Dio la palabra a Antoniutti: el nuncio, visiblemente nervioso, cerró
su corto fervorín “dando la bendición papal”, en nombre, dijo, expreso del Papa. Segura volvió a tomar el micrófono, y explicó que los
cardenales tienen potestad canónica para dar la bendición papal
“solemne” en varias ocasiones; él quería aprovechar aquel encuentro.
“Bendición cantada”, solemne, que parecía invalidar la de Antoniutti.
Remató la faena con un toque malévolo. A Bueno Monreal la Santa
Sede le había asignado el “título” episcopal “de Antioquía de Pisidia”,
pues no podía ser “arzobispo de Sevilla” mientras viviera Segura. El
cardenal, con cierto retintín, concluyó: “Ahora el arzobispo de Antioquía de Pisidia entonará la salve a Nuestra Señora”. De película. Al
retirarse por la puerta de los Palos, sus incondicionales lo escoltaron
con el grito “viva el Midszenty español”. Mientras, arzobispo y nuncio
salían por la puerta del Príncipe» 13.
Precisamente en relación con este incidente tenemos recogido un segundo testimonio que es el de la delegación nacional de información e investigación de la Falange. Éste confirma dos hechos: el primero, que en efecto
Segura presidió un acto a pesar de que no estaba previsto que así lo hiciera;
y la segunda, que había otorgado el humillante trato de «Arzobispo de Antioquía de Pisidia» a José María Bueno Monreal, olvidando conscientemente el rango de Arzobispo Coadjutor «sede plena» que éste ostentaba y que,
por tanto, le colocaba por encima de su persona. También confirma el relato
llevado a cabo por Segura ante el clero y los fieles presentes en el acto, en el
sentido de que había hecho un importante regalo cuando Eugenio Pacelli se
había convertido en Pío XII. Según dicho informe, las palabras con las que
había iniciado el acto Pedro Segura habían sido éstas:
13
Ibid., pp. 399 y 400.
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«Enterado de que hoy en la Santa Iglesia Metropolitana tendría
lugar un homenaje a SS. el Papa, yo, que no podía estar ausente, por
razones de todos conocidas, acudo a él no como simple asistente, sino
a presidirlo por derecho propio 14. Ya conocéis todos mi situación y
en este acto no me puedo callar, porque yo fui Cardenal dos años antes
que Pacelli 15, siendo este Secretario de Estado de S.S., y con quien
despaché por espacio de varios años por lo menos una vez al mes.
Esto coincidió con la guerra que entonces había en España, y entre
ambos existieron relaciones de gran amistad. Cuando Pacelli sube a
la Silla, fui yo quien le hizo el primer regalo, el primer donativo, un
Copón valorado en más de un millón de pesetas» 16.
Evidentemente, lo que Segura quería dar a entender a los allí presentes era que Roma no le había desautorizado, sino que no había tenido
más remedio que actuar así debido a las presiones ejercidas por el Régimen de Franco. En ese sentido, el informe de Falange aseguraba que
la alocución de Segura había sido interpretada «unánimemente»17 como
una censura pública no sólo contra Ildebrando Antoniutti, sino también
contra su predecesor, el también italiano Gaetano Cicognani, que había
sido el enviado de la Santa Sede desde mayo de 1938. En ese sentido, lo
que no aparece en la contribución de José María Javierre es la supuesta
rectificación pública que hicieron tanto Bueno Monreal como Antoniutti
al Cardenal Segura. Según dicha delegación de la Falange, en un acto
celebrado el día siguiente al del desaire de Segura, Antoniutti había aprovechado para decir:
«Quiero expresar públicamente la gratitud de la de Santa Sede
al Dr. Bueno Monreal, por el oneroso sacrificio que se impuso al
14 Lo que suponía negar el derecho de Bueno Monreal a encabezar la diócesis, a
pesar de que había sido la Santa Sede quien le había conferido ese derecho.
15 No se equivocaba el Cardenal Segura con este dato, porque además esos dos
años eran casi de manera exacta la diferencia real entre ambos. En efecto, Segura
se había convertido en «príncipe de la Iglesia» durante el consistorio de 19 de diciembre de 1927, mientras que Pacelli había tenido que esperar al del 16 de diciembre
de 1929. Lo que colocaba a Segura en ventaja respecto a Pacelli, ya que, mientras el
primero se había convertido en cardenal con tan sólo 47 años, Pacelli tenía ya 53
años cuando llegó tan importante momento. Claro que a partir de entonces las
carreras eclesiásticas irían en sentido exactamente contrario: en tan sólo diez años,
Pacelli pasaría de cardenal a Secretario de Estado y, finalmente, a Papa, mientras
que Segura era removido de su diócesis, vivía el exilio en Italia y volvía a una archidiócesis pero de menor rango.
16 Archivo Fundación Nacional Francisco Franco (en adelante AFNFF), documento, 22.889. Madrid, sin fecha.
17 Ibid.
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aceptar, con obediencia, la misión que se le encomendaba en esta
Archidiócesis.
(…) No pueden decirse amantes del Papa aquéllos que no acatan
sus mandatos. El Papa no se equivoca en sus decisiones, que acostumbra a meditar profundamente. Los que no acatan sus decisiones
son los que se equivocan. Os lo digo en nombre de la Santa Sede. Que
se rompan las plumas de los que escriben documentos anónimos que
falsean la verdad y llegan, incluso, a atentar contra el Papa» 18.
El informe aseguraba que la reacción del público allí presente (compuesto fundamentalmente por clero de la diócesis) había sido la de interrumpir
con aplausos la intervención de Antoniutti, e incluso en el momento de decir «que se rompan las plumas», éste se había levantado «unánimemente»
aplaudiendo y vitoreando al propio Pío XII. El acto había tenido también
una intervención del otro gran afectado, José María Bueno Monreal, quien
había se había limitado a señalar en referencia a aquel acto: «Esto ya es
otra cosa. Aquí se respira un ambiente de paz y no se oyen malevolencias ni
segundas intenciones» 19.
No resulta de extrañar, por tanto, que desde el primer momento tanto
Bueno Monreal como Antoniutti estuvieran en guardia, ante las imprevisibles reacciones de Segura y, además, ante el hecho de que la llegada del
prelado aragonés a Sevilla había provocado una división entre los fieles.
En ese sentido, lo más importante era aprovechar el respaldo jurídico que
proporcionaba el Concordato de 1953 y recordar que, si Bueno Monreal se
encontraba en Sevilla, era por orden expresa de la Santa Sede. Una carta
confidencia del Fiscal de la Audiencia Territorial de Sevilla, escrita a comienzos de 1955, confirma lo dicho anteriormente. En uno de sus párrafos
se leía textualmente:
«El Nuncio indicó al Arzobispo-Coadjutor, la conveniencia de
pedir cooperación y ayuda al Poder Civil, conforme al Concordato,
que impidiera en lo sucesivo se repitiera la propaganda clandestina
que tanto dañaba por la confusión que sembraba en algunas almas,
y por atacar a la unidad y disciplina de la Iglesia. El Arzobispo se
dirigió por escrito al Gobernador en dicho sentido, añadiendo la intervención de los Tribunales de Justicia, ignoro si espontáneamente o
por sugerencia del propio Gobernador, y éste al recibir la esperada
comunicación escrita, puso en marcha a la Policía» 20.
18
Ibid.
Ibid.
20 AFNFF, documento 22.932, carta «confidencial» del Fiscal de la Audiencia
Territorial de Sevilla (sin precisarse destinatario). Sevilla, 27 de febrero de 1955.
19
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Y es que, por increíble que pudiera llegar a parecer, Segura se había convertido en una especia de referente en la lucha contra el franquismo. No sólo
le apoyaban los integristas católicos, sino también todos aquellos que no
estaban de acuerdo con la dictadura aunque no se encontraran dentro de la
lucha política contra ésta. Segura despertaba la simpatía de muchos que se
admiraban del hecho de cómo a pesar de ser un hombre de avanzada edad,
con casi cuarenta años de trayectoria episcopal a sus espaldas (recordemos
que ya era Obispo Auxiliar de Valladolid en marzo de 1916), hacía valer en
todo momento su rango de «Príncipe de la Iglesia» (Cardenal). Aquel Segura
que plantaba cara a la dictadura franquista era el mismo que veinticinco
años antes había sido expulsado del país por la república, lo que ponía de
manifiesto su carácter naturalmente indomable.
Así que doblegar a una persona de su envergadura, si es que realmente
podemos decir que se logró (lo que no está nada claro), resultó una tarea
francamente ardua para los franquistas. Fue necesario, entre otras cosas,
recabar mucha información sobre la labor de Segura en Sevilla, para lo que
se contó con la colaboración de informadores anónimos. En el archivo de
la Fundación Nacional Francisco Franco se guarda un interesantísimo documento que debió ser escrito en los primeros días de noviembre de 1954
(porque se da información muy reciente sobre la llegada de Bueno Monreal
a Sevilla) en el que se detallaban los grandes problemas que afectaban a la
diócesis y que podían ser utilizados como argumentos contra el cardenal.
Dicho informe aseguraba que la llegada de Bueno Monreal a Sevilla había constituido «(…) una sorpresa para todos, incluidos los miembros del
Cabildo y la Curia metropolitana» 21. Según los datos proporcionados por
éste, la manera en que Bueno Monreal había tomado posesión de su cargo
había buscado dejar sin capacidad de reacción a Segura y sus partidarios.
No sabemos desde cuándo tenía conocimiento el entonces Obispo de Vitoria
de cuál iba a ser su futura tarea, pero sí que el 1 de noviembre de 1954 había
llegado a Madrid para reunirse con el Nuncio, recibiendo tanto las instrucciones como las letras pontificias sobre su nuevo cargo. Después de comer
los dos juntos, Bueno Monreal había salido para Córdoba, donde pernoctaría la noche del 1 al 2 de noviembre. Ese día 2 de noviembre, a las doce de la
mañana, Bueno Monreal había reunido en la Sala Capitular de la Catedral
al Cabildo y allí tomaba posesión de su cargo. La situación se había hecho
todavía más surrealista en la medida en que el aviso de la llegada de Bueno
se había cursado de manera errónea, como reconocía el informe:
«(…) Llamaron desde Córdoba al Seminario preguntando por el
presidente del Cabildo y en su defecto por el rector del estableci21 AFNFF, documento 24.619, Informe anónimo sobre la llegada de José María
Bueno Monreal a la archidiócesis de Sevilla, Sevilla, sin fecha, p. 1.
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miento. Como no se encontraban en él ni uno ni otro dieron la orden
directamente a la persona que había descolgado el teléfono, una
monjita de Santa Ana de las que constituyen la servidumbre del
seminario. La monja se apresuró a comunicar la orden, diciendo
que avisaban de Córdoba, de parte del señor obispo, para que se
reuniera el Cabildo con toda urgencia al cual había de participarle
unas Letras pontificias.
Con este término, se entendió que era el obispo de Córdoba 22
(nadie podía relacionar en absoluto al doctor Bueno con el asunto)
quien daba órdenes a un Cabildo que estaba fuera de su autoridad,
para una grave comunicación. El revuelto no es para descrito. Claro
que la sorpresa llegó a su colmo cuando se presentó el ya arzobispo
titular de Antioquía de Pisidia y expuso las Letras en las que se le
nombraba arzobispo coadjutor del cardenal Segura cum omnibus
juribus et potestatibus (tales son los términos canónicos) y con derecho a sucesión» 23.
Tras realizar esta comunicación al Cabildo, Bueno Monreal se había
dirigido a la Curia y, poco después, había visitado a las primeras autoridades de la diócesis (entre las cuales no podía estar Segura, pues se había
aprovechado la circunstancia de que él se encontraba en ese momento en
Roma para precipitar la llegada de Bueno a la ciudad hispalense). Puede
decirse, en ese sentido, que el obispo zaragozano había actuado con prudencia, pues había decidido fijar su residencia en el seminario diocesano.
Fue precisamente en el seminario donde Bueno Monreal había recibido
a los directores de los periódicos y a las emisoras locales, estando, según
el informe, «deferentísimo» con ellos. Lo cierto es que todo este asunto
levantaría una intensa polvareda y, sobre todo, provocaría una extraordinaria división de opiniones:
«Sin entrar en tiquismiquis jurídicos, pueden apreciarse varias
corrientes de opinión: los totalmente afectos al cardenal Segura
(pocos, muy poco entre los seglares y rarísimos en el clero), los
totalmente afectos al doctor Bueno Monreal que estiman su presencia en Sevilla como claro antagonista del cardenal; los indiferentes
en absoluto; los que no simpatizan con el doctor Segura, pero estiman que el nombramiento de un arzobispo coadjutor a un señor tan
entrado en años y en desastroso estado de salud ha sido inoportuno;
los que ven en el cardenal una bandera políticamente netamente
antifranquista y, prescindiendo de cualquier consideración de tipo
religioso, hacen de él defensa enardecida; y los sensatos, que no
22 Fray Albino González y Menéndez Reigada, O.P. (dominico), quien se encontraba al frente de la diócesis andaluza desde febrero de 1946.
23 Ibid.
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abundan, partidarios del cardenal o no, que se abstienen de atacar
e incluso de comentar, cualquier medida que haya adoptado el Santo
Padre» 24.
El informe ensalzaba continuamente a Bueno Monreal y su manera de
proceder en un tema tan complejo, como era en la práctica desautorizar a
todo un cardenal de la Iglesia. Estos eran algunos de los comentarios que en
dicho informe se vertían sobre el nuevo Arzobispo Coadjutor «sede plena»:
«(…) En las múltiples audiencias concedidas a autoridades, clero,
entidades y hermandades religiosas, ha mostrado ya encontrarse (al
menos en muchos aspectos) con plenitud de jurisdicción. Por otra
parte sé de algunas palabras suyas, harto significativas, de las que
puede deducirse que han llegado nuevos tiempos para la archidiócesis hispalense.
Las veces que ha hablado en público ha producido inmejorable
impresión. Personalmente (y dentro del margen de error que se quiera) parece la antítesis del cardenal. Incluso como orador 25. El día 6,
con ocasión del primer viernes de mes se comportó con suma habilidad para atacar a cuantos introducen divisiones en la Iglesia y tratan
de desunir a la Jerarquía. Vino a decir que los hombres valen poco en
la Iglesia y que lo que vale es el principio jerárquico indestructible
que garantiza, con la asistencia divina, su continuidad. Tuvo especial
dureza al fustigar a quienes se dejan llevar por filias y fobias personales relacionadas con la jerarquía eclesiástica. Dijo de ellos que
hacen el oficio de Longinos “que con su lanza rompió el corazón del
Redentor”.
Mucha gente simpatiza con él. No puede ocultarse que gran parte
del clero le ve como liberador, porque se sentía asfixiado en una
atmósfera de temor que no se había conocido antes» 26.
El informe detallaba, en ese sentido, cuáles habían sido, a juicio de
quien 27 que lo había escrito, los principales errores cometidos por Segura
24
Ibid. p. 2.
José María Bueno Monreal era uno de los eclesiásticos mejor preparados de
su generación episcopal. Ya antes de ser nombrado obispo, había pasado por Roma,
donde se había doctorado tanto en Teología como en Derecho Canónico. Además,
dentro de la diócesis de Madrid-Alcalá había ejercido los cargos de Profesor de Moral,
Fiscal del Tribunal Eclesiástico y Canónigo Doctoral. Era, asimismo, autor de los libros
Las relaciones entre la Iglesia y el Estado en los modernos concordatos (Madrid: Talleres
Luz y Vida, 1931) y Principios fundamentales de derecho público de la Iglesia Católica
(Madrid: Secretariado de Publicaciones de la Acción Católica española, 1945).
26 Ibid. p. 3.
27 Respecto a la posible identidad de la persona, sólo tenemos la siguiente información que se contiene en el documento: «No se me oculta la gravedad de lo que digo.
25
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durante su etapa pastoral en Sevilla: errores que, según éste, habían hecho
llegar a la diócesis a «extremos inauditos» 28. Esos extremos eran, por ejemplo, la ruptura de relaciones de Segura con las autoridades civiles; el estado
de malestar dentro de las órdenes religiosas por las medidas tomadas por el
cardenal; o la mala situación del clero diocesano, que vivía una situación de
permanente inestabilidad 29.
En relación con ello, la versión que da José María Javierre de la actuación de Segura no se encuentra muy lejana de la proporcionada en ese informe anónimo. Javierre muestra admiración por la entrega en cuerpo y alma
de Segura hacia su tarea episcopal, pero al mismo censura el integrismo y
autoritarismo de que había hecho permanentemente gala:
«Manifiesta desde luego un estilo autoritario, señorial, de gobierno, soportado pacientemente por sus curas; y un rosario de resoluciones integristas, comentadas jocosamente sotto voce entre los periodistas. Apenas había un feligrés sevillano que dejara de narrarnos a
los visitantes algún episodio más o menos jocoso: por ejemplo el odio
del cardenal arzobispo a los bailes 30, hasta el punto de ordenar a los
Y créame que como católico me callaría de no estar yo en este caso en el cumplimiento de un deber hacia la Agencia y con la seguridad de que redacto un informe confidencial dirigido a personas que sé discretas». Ibid. pp. 3 y 4. Más adelante revela su
condición de periodista, sin precisar para qué medio trabaja.
28 Ibid. p. 4.
29 «Bastará decir a este respecto que de los veinticinco párrocos de la capital,
sólo siete lo son en propiedad. Es decir ¡que dieciocho de ellos podían verse trasladados a cualquier parte con un mero oficio de la Vicaría! Recientemente fueron relevados tres párrocos extradiocesanos, pero que estaban encargados de parroquia. Fueron
relevados de forma desconsiderada ya que el documento de notificación les fue entregado a cada uno de ellos por los mismos sacerdotes que habían de sustituirlos. Se le
dio como excusa el que había exceso de sacerdotes en la diócesis. Pues bien, uno de
los relevados, el párroco de Lora del Río, que sólo contaba con un coadjutor anciano
para asistir una feligresía de más de veinte mil almas ¡tenía que decir tres misas en
los días de precepto!». Ibídem, p. 4.
30 En relación a este tema, Segura se había dirigido a sus fieles el 25 de abril de
1953 con una «alocución sabatina», pronunciada en la Catedral de Sevilla, en la que
había dicho lo siguiente:
«Venerables hermanos y muy amados hijos:
Tema de esta Alocución Sabatina, será: Deus non irridetu, DE DIOS NADIE
SE BURLA (las mayúsculas son de Segura). Son Palabras tomadas de la carta
de san Pablo a los fieles de Galacia, capítulo VI, versículo IV.
Podréis suponer, con el solo anuncio del tema de esta Alocución Sabatina,
que vengo hondamente preocupado a hablaros esta tarde. Hace ya unos tres
meses, una persona muy buena, muy celosa de la gloria de Dios, muy amante
de la legítima Sevilla, me vino a denunciar que en una reunión de señoras habían
acordado que este año se bailase a placer durante la feria del mes de abril. Yo
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confesores negar la absolución al chico o chica reos de un baile agarrado; o a la memoria de aquella célebre exhortación cardenalicia
leída en los púlpitos con el texto de cierta copla picante cantada en
una revista teatral, “La blanca doble”. Segura ejerció de mosquetero
sin miedo, mientras cumplía un extenuante trabajo pastoral con visita frecuente a las parroquias. “Arzobispo tridentino”, exigente del
cumplimiento público de la moral católica, rígido en las normas,
austero, paladín incansable de la presencia de la Iglesia en las instituciones sociales» 31.
Por otra parte, esa «atmósfera de terror» que, según el informe, «asfixiaba» al clero, es igualmente confirmada por José María Javierre, que
ve precisamente en esto el gran fallo de la actuación pastoral de Segura
en Sevilla:
«(…) El cardenal cometió el gravísimo error de maltratar a sus
sacerdotes. Los traía locos con algunas obsesiones: justificadas o discutibles, se tradujeron en circulares y órdenes tajantes, una tras otra,
como disparadas por ametralladora.
(…) Sus dardos pontificales alcanzaron a clérigos tan venerados
en Sevilla como Sebastián y Bandarán, Carrión Mejías, Avelino Esteban Romero, Tineo Lara» 32.
A pesar de todo esto, el informe reconocía que Segura contaba con
apoyos (sin especificar su calado) y que de hecho se había producido una
reacción contra la persona de José María Bueno Monreal. Esa reacción se
llamé la atención en una carta Pastoral, que ha sido leída en todas las Parroquias, acerca de este propósito que no creí que llegase a ser práctico; pero
desgraciadamente no ha sido así. Esas señoras mal aconsejadas (que me abstengo de calificar porque los calificativos serían muy duros) sin duda creyeron
que este año, por el anuncio de numerosos y elevados huéspedes que vendrían
a celebrar la feria y fiestas tradicionales de Sevilla, era necesario salirse de las
normas y ponerse al nivel del más bajo y vil suburbio de París.
¡Increíble parece que señoras, que se presten de ser católicas, puedan tomar
parte en estas iniciativas verdaderamente diabólicas e infernales!
(…) ¿Creen estas señoras, que tanto celo muestran por estas diversiones
impúdicas, que molestan con ello al Prelado personalmente? No: a quien molestan es a Jesucristo, es a la Iglesia. Esto es realmente intolerable, y no se puede
comprender cómo Autoridades de un Estado que se llama católico y lo ven y lo
oyen y lo comentan, pueden permitir que esto se tolere». (AFNFF, documento
31
32
6.478, Alocución Sabatina del Cardenal-Arzobispo de Sevilla, Sevilla, 25 de
abril de 1953; también, BOEAS, 1,642, 15 de mayo de 1953).
JOSÉ MARÍA JAVIERRE, op. cit, p. 394.
Ibid. p. 397.
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encontraba «capitaneada» por Blanca de Ybarra y Lasso de Vega 33, y por
Manuela Ternero, viuda de Urcola y «dama» de S.A. la Infanta Doña María
Luisa de Orleáns. Acerca de ellas sospechaba el autor del informe que estaban recogiendo firmas en apoyo de Segura y que incluso pensaban celebrar
un acto público de desagravio hacia el cardenal.
El informe concluía reconociendo la situación de desconcierto en que
habían quedado muchos ante la inesperada maniobra de la Santa Sede, especialmente aquellos que más intensamente vivían la Religión Católica. No
faltó una crítica hacia la, a su juicio, poca rigurosidad con la que había actuado el Nuncio Antoniutti:
«Los católicos auténticos están desolados. No se ha podido evitar
a lo que parece el escándalo público. ¿Cómo ha de interpretarse que
el arzobispo coadjutor se posesionara del cargo mientras el cardenal
Segura estaba en Roma? ¿Si el Nuncio estaba seguro de la docilidad
del doctor Segura, por qué no se cubrieron las apariencias y se hizo
venir al doctor Bueno una vez que aquél hubiera regresado? Repito
que los buenos católicos desean que en bien de la Iglesia la nueva
situación diocesana encaje definitivamente en una compenetración
entre los dos prelados. Naturalmente si se teme algún paso en falso
es por parte del cardenal o, sobre todo, por parte de sus acérrimos
partidarios. Algunos han dicho públicamente que no pisarán más la
catedral» 34.
Si todo esto había causado «desolación» entre muchos católicos sevillanos, el conflicto de competencias entre Bueno Monreal y Segura todavía no
había finalizado. Porque, de hecho, la batalla se libraría hasta prácticamente
el final. A tal efecto, tenemos documentado un bochornoso incidente que
tuvo lugar ya en marzo de 1956, es decir, tan sólo poco más de un año antes
del fallecimiento del Cardenal Segura.
Dicho incidente tuvo por epicentro las dependencias del obispado. En
efecto, pasado el patio del Palacio Arzobispal y frente a la escalera principal del edificio, había en aquella época una pequeña estancia o vestíbulo
que daba paso al despacho de José María Bueno Monreal, así como al del
Secretario de Cámara (un sacerdote llamado Andrés Galindo) y al ascensor
del Cardenal Segura. Galindo había dado orden de que se iniciaran unas
pequeñas obras de albañilería en dicho vestíbulo, pero poco después había
recibido un oficio firmado por otro sacerdote, Ignacio Sáez Guisado (quien
33 Blanca de Ybarra era viuda de Luis Fernando de Oriol y Urquijo, hermano del
luego Ministro de Justicia Antonio María de Oriol y Urquijo. Luis Fernando de Oriol
había fallecido durante la Guerra Civil en el frente de Guipúzcoa.
34 AFNFF, documento 24.619, Informe anónimo sobre la llegada de José María
Bueno Monreal a la archidiócesis de Sevilla, ya citado, pp. 4 y 5.
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por cierto se había autotitulado «Secretario de Cámara y Gobierno del
Cardenal Segura» 35), en el que se exigía no sólo que cesaran las obras, sino
que se desalojara ese vestíbulo y se esperara, por tanto, a que se le comunicara qué otra pieza del Palacio Arzobispal le era destinada como lugar
de trabajo. De esta manera, el oficio concedía sin ningún tipo de reparos
a Segura la autoridad que le correspondía, en realidad, a Bueno Monreal,
que era quien tenía la «sede plena» desde que a finales de 1954 la Santa
Sede así lo hubiera decidido.
Pero Bueno Monreal reaccionaría con contundencia, negándose a
aceptar las exigencias del oficio y, al mismo tiempo, comunicando a la
Nunciatura lo que estaba pasando. Segura no se quedaría atrás y por
medio de su sobrino, Antonio Segura Ferns (que era, según un informe
también anónimo, el que «con más dureza y desconsideración»36 había
tratado a Bueno Monreal de entre los siete sobrinos que tenía el cardenal), haría llamar a un carpintero para que colocara una mampara
que, con un pequeño trabajo de albañilería, pudiera ser colocada en la
misma puerta del despacho de Bueno Monreal, «cegándola» en palabras
del informe. Un sacerdote, cuyo nombre se desconoce pero que se sabe
pertenecía a la Curia, daría orden al carpintero (cuando éste hizo acto
de presencia para preparar la obra) para que no acometiera el encargo,
pero este diría que él sólo estaba obedeciendo órdenes y que no entendía
de temas de jurisdicciones. A partir de este momento, todo era esperar a
que se precipitaran los acontecimientos.
Y los acontecimientos se precipitaron la noche del día 21 de marzo de
1956. A las 22:00, cuando no quedaba prácticamente nadie en las dependencias del palacio, el sobrino de Segura penetró en éste acompañado del
carpintero y los albañiles. Cuando los obreros acababan de comenzar su
trabajo, apareció Andrés Galindo, el mencionado Secretario de Cámara,
para ordenar, en nombre del Arzobispo coadjutor «sede plena» (esto es,
José María Bueno Monreal), que cesaran de inmediato las obras. Lo sucedido a continuación es narrado con todo detalle en este nuevo informe
anónimo:
«Los señores Galindo y Segura entablaron una agria discusión,
manifestándose éste con notorio menosprecio para el primero, llegando incluso a decirle que se fuera de allí, que él obedecía las órdenes del Cardenal-Arzobispo y que el señor Galindo no tenía represen35 A quien públicamente llamaba «Eminentísimo Cardenal-Arzobispo de Sevilla,
sede plena, mi Señor».
36 Véase al respecto AFNFF, documento 16.916, Informe anónimo sobre un incidente protagonizado por Antonio Segura Ferns y Andrés Galindo, Sevilla, 23 de marzo
de 1956.
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tación alguna y no era más que un señor puesto en la Secretaría de
Cámara para echar broncas a los curas. En fin, poco faltó, según
fidedignas noticias, para la agresión personal.
El señor Galindo requirió la presencia de una pareja de la Policía
Armada. Pero los guardias, tal vez por lo insólito del suceso, dentro
del Palacio Arzobispal, teniendo por protagonistas a un sacerdote y
a un sobrino del doctor Segura, cada uno de los cuales alegaba cumplir las órdenes del Arzobispo A.A. y del Cardenal respectivamente,
se inhibieron del asunto.
Se hizo necesaria la presencia del propio doctor Bueno Monreal
que precipitadamente abandonó el Seminario pontificio, donde reside desde su llegada a Sevilla. Personalmente, el prelado prohibió la
continuación de la obra, a lo que hizo caso omiso el señor Segura
Ferns. Para que su dignidad no padeciera, el doctor Bueno Monreal
abandonó el Palacio, no sin antes dar orden de que fuera avisada la
Policía.
Dos agentes que fueron enviados encontraron la misma decidida
resistencia de parte del sobrino del Cardenal. Minutos más tarde,
llegaba un comisario, que procedió a expulsar del Palacio al señor
Segura y a los obreros que llevaba» 37.
Este incidente constituía, así, la culminación de una serie de desencuentros que arrancaba del hecho de no reconocer Segura las órdenes dadas directamente por la Santa Sede. El problema radica en que probablemente Segura no fue capaz de ver que Roma no cedía a las pretensiones franquistas,
sino que se encontraba francamente descontenta con su actuación pastoral
en Sevilla. El Vaticano suele ser muy cuidadoso a la hora de desautorizar
a un obispo, y más aún si ese obispo ostenta la dignidad cardenalicia. Además, sabía que, en el caso de Segura, se encontraba ante una situación especialmente compleja. Porque no sólo era desautorizar a todo un cardenal,
sino ceder por dos veces ante la autoridad civil, puesto que lo había hecho
ya una primera vez durante los tiempos de la II República. Como recuerda
José María Javierre, Segura ya había sido sacrificado con el fin de buscar
una distensión con las autoridades republicanas (lo que de nada serviría),
por lo que pedirle a esa misma persona que aceptara un segundo sacrificio
resultaba algo sumamente complejo.
Probablemente la Santa Sede no hubiera actuado así si, como decimos,
Segura, además de ser un problema para el Régimen de Franco, no lo hubiera sido también para la propia Iglesia española. En ese sentido, una conjunción de elementos actuó en su contra: un clero harto de su autoritarismo y de
su posición integrista; una feligresía que no entendía las rígidas posiciones
morales del cardenal (en particular sus duros ataques a los bailes); y, en fin,
37
Ibid.
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la necesidad mutua que tenían la Iglesia y el Estado de ayudarse en España.
No sólo Franco quería acabar con él, también querían hacerlo el Embajador
Fernando María de Castiella (muy reforzado tras la firma del Concordato) y
Nuncio Ildebrando Antoniutti. Lo ha dicho el propio Javierre:
«Fernando María de Castiella, inteligente y terrorífico servidor del
“nacionalcatolicismo”, había sustituido a Ruiz-Giménez en la embajada de España cerca de la Santa Sede en julio de 1951. Ildebrando
Antoniutti, antiguo Encargado de negocios del Vaticano ante la España nacional, franquista convencido, sucedió a Gaetano Cicognani en
la Nunciatura española, octubre de 1953. La acción combinada de
ambos, nuncio y embajador, presionó fuertemente sobre la Curia
romana para conseguir la eliminación de Segura.
Quien desde luego les puso fácil la tarea con los repetidos y arbitrarios ataques a sacerdotes y pueblos: si a la Santa Sede le venía de
perlas “tolerar” un prelado español incómodo para el régimen franquista, tenían por fuerza que obligarle a tomar cartas en el asunto las
continuas reclamaciones “pastorales” llegadas desde Sevilla: este fue
el gran error de Segura, y precipitó su caída» 38.
En ese sentido, las «espadas» se mantuvieron «en todo lo alto» hasta el
final. Sólo una semana después de fallecer Segura, el 15 de abril de 1957, el
Nuncio se vio obligado a escribir al ministerio de Asuntos Exteriores para
hablarle en relación a «libelos difamantes». La Nunciatura afirmaba que habían sido «halladas pruebas inequívocas de quienes han sido sus autores y
distribuidores», y por ello exigía «cuanto antes la obligada solución» a todo
este tema. Antoniutti afirmó:
«Se trata de graves injurias y calumnias contra la Santa Sede, el
Papa, la Nunciatura Apostólica y los Nuncios, vertidas en aquellos.
Hay pruebas de que las personas responsables de tales agravios
se disponen a repetirlas, sirviéndose de escritos enviados al extranjero, antes de su fallecimiento, por el propio finado Cardenal Segura.
La Nunciatura se daría por satisfecha con que los culpables presentasen sus excusas; y parece que no puede pedirse menos» 39.
Parecía evidente que la Santa Sede necesitaría acertar plenamente con
el sucesor de Segura, lo que debía hacer a través de un hombre capaz de
imponer su autoridad pero que supiera mantener las formas y lograra una
pacificación de los ánimos todavía muy exaltados. Bueno Monreal, a pesar
de todo lo sucedido, ya había demostrado situarse en esa línea, pues, de
38
JOSÉ MARÍA JAVIERRE, op. cit, p. 398.
AFNFF, documento 21.748, nota verbal n.º 665/57 de la Nunciatura Apostólica
en España al Ministerio de Asuntos Exteriores, Madrid, 15 de abril de 1957.
39
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hecho, había permitido a Segura seguir viviendo en el Palacio Arzobispal
mientras él marchaba al Seminario. Así que, con el fin de tener atados todos
los cabos, la Santa Sede aprovechó el siguiente consistorio (15 de diciembre
de 1958) para elevarle al cardenalato. De allí hasta 20 de agosto de 1987,
fecha de su fallecimiento (por cierto, no se movería de Sevilla, jubilándose
como titular de la archidiócesis), continuaría con su larga y humilde 40 tarea
de servicio a la Iglesia, que le permitiría ser uno de los grandes artífices de la
progresiva separación Iglesia-Estado y del apoyo de la institución al proceso
de transición democrática en España.
40 Merece la pena recoger una anécdota de Alberto Iniesta sobre José María
Bueno Monreal, anécdota que tuvo lugar durante la celebración de la Asamblea Conjunta de Obispos y Sacerdotes (13-18 de septiembre de 1971): «Antes de bajar al comedor, que estaba en los sótanos, debíamos proveernos del boleto correspondiente. Bueno
Monreal (acaso por olvido, acaso por pensar que estaría excluido de esa norma) bajó
en una ocasión sin el boleto, y al querer entrar en el comedor los seminaristas le
recordaron amable pero firmemente la norma general. Y allí era de ver cómo todo un
cardenal de la Iglesia católica, con su oronda humanidad y su sotana negra, sin el más
mínimo parecido a un cardenal del Renacimiento, con su santa cachaza, su paciencia,
su humildad y bonhomía, volvió a subir al vestíbulo para recoger el boleto como uno
más. Ciertos gestos valen más, mucho más que muchos discursos y sermones sobre
la humildad cristiana y la sencillez pastoral». ALBERTO INIESTA, Recuerdos de la transición, Madrid: PPC, 2002, p. 54.
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