La voz interna del nadador

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9/23/2015
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La voz interna del nadador
Jugó al básquet, al fútbol, practicó boxeo, y un día se tiró a una pileta y empezó a nadar.
Alejandro Lipszyc y el canto silencioso de un hombre que se imagina a su abuelo mientras
nada 21 kilómetros. Tweet
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Relato de Alejandro Lipszyc
Texto de Sebastián Zírpolo
Fotos de Diego Sandstede
Dale, boludito. Estoy flotando en el agua marrón del río Paraná, debajo de mí no hay nada, el suelo está lejos, mi
casa está lejos. Tengo 41 años. Estoy nadando y mientras nado escucho a mi abuela María
que me habla o me alienta, como cuando yo era chico y ella me apretaba los cachetes y me
decía: UNA SE RI E OR IG IN AL D E N ETFLI X
Dale, boludito. Cada dos segundos saco la cabeza hacia mi izquierda para respirar. Los buenos nadadores
hacen respiración bilateral, una vez para un lado, otra vez para el otro. Yo respiro para la
izquierda. Saco mi boca apenas por encima de la superficie, sin tragar agua, pero dejo entrar su
humedad para que la garganta no se me seque. Cada dos segundos, cuando saco la cabeza para
respirar, miro a mi bote de apoyo. En el bote va Mariano Soraires, mi asistente durante la carrera. A su lado veo a Diego Sandstede,
mi amigo y fotógrafo, y al remero, baqueano del Paraná, que me va llevando por los mejores
lugares para nadar, que son los de mayor caudal de agua y corriente a favor. Del bote me llega
cada tanto alguna indicación de Mariano y el olor del cigarrillo que fuma el remero. La carrera se llama Maratón Acuática Dos Orillas. Lo de dos orillas es literal: 69 nadadores
estamos nadando, un domingo nublado y frío de marzo, por el río Paraná, desde Villa Urquiza
hasta Paraná, en Entre Ríos. El circuito consiste en cruzar el río, bordear la orilla que corresponde
a Santa Fe y luego, a la altura del túnel subfluvial, volver a cruzar el río, y llegar a Paraná. También
es literal lo de maratón: es una competencia de 21 kilómetros en la que gana el que llega
primero. T O D O S L O S E P IS O DI O S
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Yo no quiero llegar primero. Quiero llegar. Para competir en la maratón nadé entre cuatro, cinco y seis kilómetros por día, tres veces
por semana, entre diciembre y marzo. Hacía poco había corrido la carrera de Baradero, nueve
kilómetros a río abierto, y me había sentido bien. Pero la competencia del Paraná es más difícil,
más larga y en un río más grande. Edgardo Castañón, mi entrenador en la pileta Caracola, que es
el club en donde practico natación, me decía: ¿Y, te vas a anotar?, un poco para preguntarme y un
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La voz interna del nadador | Conexión Brando poco para tocarme el orgullo. Entonces opté
por entrenar para la carrera y postergar la
decisión para cuando cerrara la inscripción.
Viajé a Entre Ríos con otros cuatro
compañeros de pileta. La maratón se corre ­se nada­ por la tarde,
para esperar que el agua tenga su mejor
temperatura. Antes de entrar al río me cubrí el
cuerpo de vaselina, para crear una capa
grasa que me permitiera conservar el calor
del cuerpo, pero ahora que estoy en el agua
pienso que me puse poca y que no alcanzó:
tengo frío. Tengo miedo, también. El río es
descomunal. El señor de las agujas
Mi bote de apoyo me tranquiliza. Nado
paralelo a él, es mi referente anímico ­ahí está
mi bote, en el bote están mis amigos, nada
malo me va a pasar­, pero también visual. Es
la única evidencia que voy a tener, durante
las casi tres horas de carrera, de que el
mundo sigue siendo tal cual lo dejé antes de tirarme al agua. Cuando paro a descansar ­cada
veinte minutos tomo agua mineral, cada cuarenta trago un gel de glucosa que me potencia los
músculos­, lo único que veo desde el ras es una línea verde a mi derecha, la orilla de Santa Fe;
una línea más lejana a mi izquierda, Entre Ríos; un manto de agua marrón hacia delante, y en el
punto de fuga, el cielo gris que me vuelve frío. Tengo frío. Podcasts: el aire se
hace virtual
Hipnosis: la nueva
vedette de las
Nado. Nadar es aburrido. En otros deportes el que habilita el componente lúdico es el error, la
habilidad instantánea de uno versus el menor talento, o la decisión equivocada, del otro. El juego
de nadar, en cambio, consiste en obtener su mecánica, en lograr los movimientos
sincronizados a repetición. neurociencias
Pensá en la técnica. Escucho la voz de Edgardo, mi entrenador de la pileta, que me llega desde el
recuerdo de los entrenamientos. El codo mira al cielo. Entonces estiro bien el brazo y hago un empuje fuerte y profundo. Después,
en el recobro, vuelvo a levantar el codo. Y otra vez. Y otra vez. REVISTA BRANDO
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Nadá finito. El cuerpo compacto, estirado. Ganado el partido de la razón, de la técnica, empiezo a sentir el río. Cuando menos pienso,
mejor nado. Y siento, por ejemplo, que me voy agarrando del agua. La fuerza que hago es como si
estuviera subiendo una escalera con los brazos. Me siento parte del río, me hago agua. Y canto. Soy de la orilla brava del agua turbia y la correntada
que baja hermosa por su barrosa profundidad;
soy un paisano serio, soy gente del remanso Valerio
que es donde el cielo remonta el vuelo en el Paraná. La canción es de Jorge Fandermole, se llama Oración del remanso, y es la historia de un río y de
un pescador en un río, y de cómo el pescador va viviendo en ese río. La repito como un mantra.
Su tempo, su cadencia litoraleña, empata con el ritmo de mi nado. Llevo mi sombra alerta sobre la escama del agua abierta
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La voz interna del nadador | Conexión Brando y en el reposo vertiginoso del espinel
sueño que alzo la proa y subo a la luna en la canoa
y allí descanso hecha un remanso mi propia piel. Entonces viene mi abuelo Isaac y me abraza. Lo veo, en ese viaje alucinógeno que hace el cerebro
excitado por las endorfinas de los músculos exigidos al máximo, vestido con un traje y corbata
marrón y camisa blanca. Es gordo Isaac, y me abraza porque tengo frío. Afuera hace 17 grados y
en el agua 22, quizás menos. En la pileta el agua está a 28, así que siento la diferencia.
Pienso mucho en el frío, pero no me desconcentra y no me desanima. Solo digo: "Esto viene
con frío". Y nado. Juego a que tengo que alcanzar mi bote, que va un poquito adelante. El bote es
mi Moby Dick. Me pregunto cuándo lo voy a alcanzar. Nadar también es una utopía. Pasan otros veinte minutos de nado, de nada. Paro a tomar agua. Por primera vez en la carrera,
Mariano me da una referencia de distancia: faltan siete kilómetros. Miro hacia el cielo y veo los
cables de las torres de alta tensión que cruzan el Paraná. Más adelante, están las siluetas de los
edificios de la ciudad. El agua del río ya tiene otro gusto, es más ácida. Debajo de mis pies pasa el
túnel subfluvial. Me chequeo: no estoy cansado. Llevo una hora cuarenta de carrera. Cerca veo a
Pablo, un compañero de mi entrenamiento en la pileta que es más veloz que yo, nada mejor o nada
más. Es mi referencia. Y pienso que si él está acá y yo también estoy acá, tan mal no estoy. Una
vez leí que una nadadora profesional decía que si la carrera es buena, no te acordás de que
te haya pasado nada malo. Y yo siento que no pasó nada malo. Entonces por primera vez pienso que voy a llegar. Empecé a nadar hace dos años, que pensado desde un río anchísimo y dos horas continuas
de nado ­solo yo y mis brazos y mis patadas, y mi boca buscando oxígeno­ suena a poco.
Me tiré a la pileta por primera vez en 2011, cuando estaba por nacer Oliverio, mi primer hijo. Y
decidí nadar esta maratón con la llegada de Eloísa, mi hija. Antes de nadar hice boxeo. Antes de
boxeo jugué al fútbol. Antes de fútbol hice básquet. Corrí. Mi trabajo como fotógrafo tiene mucha relación con el deporte. Hice una serie que se llama Los
clubes, que son fotografías de espacios interiores de clubes sociales y deportivos de Buenos Aires.
Clubes de barrio, como al que yo iba en mi adolescencia de San Martín, el club Peretz, de Villa
Lynch, un club judío y comunista. Un club de barrio es también Caracola, la pileta donde me
entreno. Es una empresa familiar, con problemas económicos y una amenaza latente de
cierre. Corro por ellos, tengo que llegar por ellos también. No corro solo. Me faltan dos kilómetros. Te faltan dos kilómetros, es la última vez que te doy agua. Mariano me habla desde el bote. Yo
reconozco el lugar. Ayer nadé dos kilómetros desde acá hasta el lugar donde está la llegada, para
calentar el cuerpo, para sacarme la ansiedad. Tardé, ayer, 23 minutos. Eso es todo lo que me
queda: 23 minutos. Son los peores de todos. Todo el método que venía ejercitando y controlando en los 19
kilómetros anteriores se me vuelve en contra. Sé que voy a llegar, entonces estoy ansioso.
Mariano me grita, me alienta. Estoy lento, pesado. Me cuesta nadar, levantar los brazos. Estoy
agotado como no estuve en las dos horas y veinte que vengo nadando. Una corneta que suena
cerca de la línea de llegada me va orientando. Ya no escucho a Mariano, ya no sé cómo estoy nadando, ya no canto mi himno litoraleño, ya
no recuerdo a mis abuelos. Paso las boyas que marcan el comienzo de los últimos metros y
empiezo a llorar. Lágrimas sobre el agua. Toco la plataforma. http://www.conexionbrando.com/1591240-la-voz-interna-del-nadador
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La voz interna del nadador | Conexión Brando Llegué. Me paro, todavía sobre el agua, y siento el piso fangoso del fondo del Paraná. Me mareo. Nunca había estado tanto tiempo sin pisar tierra firme. Notas relacionadas
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