Según algunos investigadores, se estima que esta es una

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-FOLKLORE ARGENTINO-
Según algunos investigadores, se estima que esta es una costumbre muy arraigada en
varios países o zonas, que data de épocas precolombinas. Personalmente, y después de
haber leído documentación del Archivo de Indias, y autores de prestigio argentino, y
escuchado por boca de Don Agustín Chazarreta, hijo y director del Instituto de folklore
Don Andrés Chazarreta, podría datar de fines del Siglo XVII y principios del XVIII. Se la
adjudica a la zona de lo que es Chile hoy en día, incluso se da por sentado que es chilena,
pero tiene un arraigo popular en todo lo que era la Gran Colombia hacia el sur, y en cada
lugar adquiría las costumbres e idiosincrasias que existían, pero todas tenían un común
denominador, “la muerte de un bebé o niño de menos de un año”, al que se lo consideraba
un angelito.
Pero esta fiesta, puede llamarse así, tenía varias particularidades, entre ellas, y la
quiero destacar, siempre se daba cerca de las grandes ciudades, las de las luces, y no
escaseaban las personas “bien” que cuando se enteraban asistían a esos velorios, con el
pretexto de dar el pésame, pero sabiendo que era fiesta en puerta.
Obviamente era una costumbre pagana, pero aún se sigue practicando, mucho menos
por cierto, en algunas zonas, incluso de nuestro país, medio a las escondidas por temor a los
“que dirán”. El pretexto, al menos en Argentina, era “alegrarse” porque al morir en gracia
de Dios iba directamente su alma al lado del Padre, costumbre esta por lo que se ve, es
mezcla de paganismo y religión.
Era tan inocente, aunque media “barullera”, que la misma Iglesia la aceptó o hizo ojos
vista, y no intentó prohibirla o hacer que no se realizara más, aunque ganas no le faltaron. Y
no le faltaron, porque no era el velorio en sí mismo, sino en todo el desarrollo que ello
implicaba que no era una junta de personas a llorar por el alma en camino al cielo
solamente, que para eso se contrataba otra gente.
No es de negar, así nomás, que no sea una alegría de verdad de que algún angelito se
muriese y fuese al cielo, porque más allá de la fe en sí misma, a la vez eso significaba
fiesta, sí, fiesta, con todo lo que ello implicaba.
Esta costumbre ancestral, folklórica porque reúne todas las condiciones, se daba y no
es de descartar que aún no se haga, en lo que es hoy Santiago del Estero, este de Catamarca,
Sur de Tucumán, bien al norte de Córdoba y rara vez hacia el oeste. Fue de esas
manifestaciones consideradas muy localizadas en nuestro país, de los que no se puede dudar
su ambiente folk.
Esa “seudo fiesta pagana” se originaba al morir un angelito; se lo colocaba en el
ALERO DEL RANCHO, y su madre se encerraba adentro del mismo, en donde hacía el
luto y lloraba la parte que le correspondía, porque la acompañaban alquiladas “lloronas” que
se turnaban en el llanto hasta el día siguiente, que por unos pesos se negociaban para ello,
y según dicen algunos folklorólogos, lloraban “en serio.
Ahora, con los demás deudos, ya la cosa era distinta.
Y aquí viene la sorpresa . En el patio, al pié de algún algarrobo u otro árbol de los
grandes de la zona, se juntaban los parientes, tíos, primos, tías, abuelos, bisabuelos si los
había, paisanos, indios, y todo aquel que quisiera acercarse “a llorar” al angelito, con no
mucho dolor. Por lo general, todos los asistentes eran........¡¡¡chacareros!!!!, o hacheros,
porque era zona para esas actividades nomás.
Se ponían tablones, algunos horcones, y se “armaba la fiesta” de luto por el angelito,
cuyo cuerpito yacía en el alero del rancho. Y la fiesta se armaba, se comía, se bebía hasta
que los machados eran casi todos los hombres, dado la tremenda ingesta de chicha-misky o
aloja, incluso aguardiente catamarqueño, de ese que te hace “insultar a la madre de
cualquiera”.
De pronto...., de la nada aparecían los instrumentos. Estos solían ser: bombos legüeros,
violines de una cuerda, flautas de hueso, algún tambor de agua, vainas del árbol del chivato,
ese gigante de flor amarilla y si era “gente algo pudiente” puede que apareciese algún
“tocador” de sacha guitarra, hecha con cáscara de calabaza montarás.
Los músicos mezclados en la multitud, estaban con los brazos prestos para tocarlos. Se
afinaban a “oreja”, se escuchaban los primeros gritos, se felicitaba y homenajeaba a la
familia, porque el angelito se iba al cielo, e inmediatamente después, el padre del angelito
daba la voz de ¡aura! y empezaba el baile. Y el era el primero y único, por ser el
homenajeado. Pero, ¿con quién?, ¡la madre estaba llorando dentro del rancho!
Entonces, el padre invitaba a la madrina o alguna pariente cercana del angelito, y que
era CHACARERA, porque el trabajo de hachero era demasiado para ella. Antes de que
comenzara la música, y los bailarines procedieran, el padre se acercaba al angelito en el
alero del rancho, y pedía su permiso para comenzar este homenaje en su favor, diciendo.
En tu honor dulce niño
Que llevas el nombre
De tu ángel de la guarda
Haremos festejo
Para que alegremos
Tu camino hacia el cielo
Contamos con tu permiso
Para que empiece el homenaje.
Amén.
Realizada esta oración, o alguna parecida, la pareja bailaba la primera danza que
tenía una coreografía al arbitrio de los bailarines, y totalmente picaresca: daban giros y
volteretas, al compás de un ritmo alegre, y el padre al pasar cerca de la dama, la tocaba
como haciéndole caricias, o bien alguna atrevida caricia “como al descuido”.
Los demás asistentes, gritaban, comían, tomaban, esperando que los bailarines se
cansaran. Cuando estos terminaban, y saludaban agradeciendo, ahí era la soltura total de
los asistentes al velorio: bailaban al son del mismo ritmo, galanteaban, expresaban
relaciones, hasta que el cansancio y la “macha” era más que suficiente, y los galanes
caían exhaustos, tendidos en cualquier parte, y las mujeres, llamadas “chacareras”, se
iban retirando de a poco dejando a los hombres que amanecieran “velando el angelito”,
hasta su sepultura el día posterior.
Obviamente, los trastornos de la fiesta en honor del angelito, duraban un tiempo, y
al amanecer las “chacareras” venían por sus hombres y los llevaban a sus ranchos.
La fiesta del velorio del angelito, como tal, dejó de hacerse o practicarse, pero
quedó aquel ritmo que los antiguos paisanos le llamaron “la chacarera”, lo cual
explicaría la aparición de la danza llamada de esa forma, sin letra ninguna.
Don Andrés Chazarreta dio amplia difusión a esta fiesta, como profesor y como
músico, y su continuador, Agustín. Lo de llamar “chacarera” se desconoce el origen del
tiempo. El tema es que en la actualidad por su ritmo, elevado al paroxismo por
ejecutantes seudo folkloristas, y bailarines también seudos, es como que se ha
distorsionado todo lo representativo.
Lo expuesto brevemente, es lo que se puede decir que es lo folklórico. Lo que ha
sido transmitido en forma oral, anónimo, popular, de costumbrismo lugareño sin saber
donde nace. Y esto llega a la actualidad, al menos al autor, por medio de sus
investigaciones en las zonas, relatos de viejos muy viejos que a su vez se lo dijeron sus
abuelos viejos también, y así se fue transmitiendo oralmente.
Lo que sí se deja bien en claro, que NUNCA se bailaba a los saltos ni se zapateaba
para lucirse ante un público, sino para cortejar a la dama, quien JAMAS zapateaba.
No me quedan dudas que este relato, va a resultar una sorpresa para más de uno.
Recopilación de comentarios de paisanos de la zona
norte de Córdoba, San José de la Dormida, San Francisco
del Chañar, zona del oeste santiagueño, como Villa la
Punta, del sur como Ojo de Agua, enseñanzas de los
profesores del instituto de folklore, de Don Agustín
Chazarreta, y de investigaciones bibliográficas, por el
profesor Rafael Tobías Raguel.
Año 1983
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