Sin noticias de Gurb

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Perdido en la Barcelona preolímpica, el extraterrestre Gurb
pone al servicio de su supervivencia la extraña cualidad de
adoptar el aspecto que le plazca. Se pierde con la apariencia
de Marta Sánchez, mientras su compañero alienígena inicia
la búsqueda en la jungla urbana. Por su diario personal
vamos conociendo las increíbles peripecias de un
extraterrestre en Barcelona. En este relato de carácter
paródico y satírico, la invención de Eduardo Mendoza
convierte la Barcelona cotidiana y absurda en el escenario de
una carnavalada. Tras las máscaras pintarrajedas y
grotescas, se revela el verdadero rostro del hombre urbano
actual y, tras el estilo literario, la acerada conciencia artística
del escritor.
Eduardo Mendoza afirma de esta obra que «Sin noticias de
Gurb es, sin duda, el libro más excéntrico de cuantos he
escrito. No hay en él una sola sombra de melancolía. Es una
mirada sobre el mundo asombrada, un punto desamparada,
pero sin asomo de tragedia ni de censura.»
Eduardo Mendoza
Sin Noticias de Gurb
ePUB v1.3
Fanhoe 20.08.11
© 1990, Eduardo Mendoza
Depósito legal: B. 41710 - 1991
ISBN 84-322-0640-7
DÍA 9
00.01 (hora local) Aterrizaje efectuado sin dificultad. Propulsión
convencional (ampliada). Velocidad de aterrizaje: 6.30 de la escala
convencional (restringida). Velocidad en el momento del amaraje: 4 de
la escala Bajo-U 1 0 9 de la escala Molina-Calvo. Cubicaje: AZ-0.3.
Lugar de aterrizaje: 63Ω (IIβ) 28476394783639473937492749.
Denominación local del lugar de aterrizaje: Sardanyola.
07.00 Cumpliendo órdenes (mías) Gurb se prepara para tomar
contacto con las formas de vida (reales y potenciales) de la zona.
Como viajamos bajo forma acorpórea (inteligencia pura-factor
analítico 4800), dispongo que adopte cuerpo análogo al de los
habitantes de la zona. Objetivo: no llamar la atención de la fauna
autóctona (real y potencial). Consultado el Catálogo Astral Terrestre
Indicativo de Formas Asimilables (CATIFA) elijo para Gurb la
apariencia del ser humano denominado Marta Sánchez.
07.15 Gurb abandona la nave por la escotilla 4. Tiempo
despejado con ligeros vientos de componente sur; temperatura, 15
grados centígrados; humedad relativa, 56 por ciento; estado de la mar,
llana.
07.21 Primer contacto con habitante de la zona. Datos recibidos
por Gurb: Tamaño del ente individualizado, 170 centímetros; perímetro
craneal 57 centímetros; número de ojos, dos; longitud del rabo, 0.00
centímetros (carece de él). El ente se comunica mediante un lenguaje
de gran simplicidad estructural, pero de muy compleja sonorización,
pues debe articularse mediante el uso de órganos internos.
Conceptualización escasísima. Denominación del ente, Lluc Puig i Roig
(probable recepción defectuosa o incompleta). Fundación biológica
del ente: profesor encargado de cátedra (dedicación exclusiva) en la
Universidad Autónoma de Bellaterra. Nivel de mansedumbre, bajo.
Dispone de medio de transporte de gran simplicidad estructural, pero
de muy complicado manejo denominado Ford Fiesta.
07.23 Gurb es invitado por el ente a subir a su medio de
transporte. Pide instrucciones. Le ordeno que acepte el ofrecimiento.
Objetivo fundamental: no llamar la atención de la fauna autóctona (real
y potencial).
07.30 Sin noticias de Gurb.
08.00 Sin noticias de Gurb.
09.00 Sin noticias de Gurb.
12.30 Sin noticias de Gurb.
20.30 Sin noticias de Gurb.
DÍA 10
07.00 Decido salir en busca de Gurb.
Antes de salir oculto la nave para evitar reconocimiento e
inspección de la misma por parte de la fauna autóctona. Consultado el
Catálogo Astral, decido transformar la nave en cuerpo terrestre
denominado vivienda unifamiliar adosada, calef. 3 dorm. 2 bñs.
Terraza. Piscina comunit. 2 plzs. Pkng. Máximas facilidades.
07.30 Decido adoptar la apariencia de ente humano
individualizado. Consultado Catálogo, elijo el conde-duque de
Olivares.
07.45 En lugar de abandonar la nave por la escotilla (ahora
transformada en puerta de cuarterones de gran simplicidad estructural,
pero de muy difícil manejo), opto por naturalizarme allí donde la
concentración de entes individualizados es más densa, con objeto de
no llamar la atención.
08.00 Me naturalizo en lugar denominado Diagonal-Paseo de
Gracia. Soy arrollado por autobús número 17 Barceloneta-Vall
d’Hebrón. Debo recuperar la cabeza, que ha salido rodando de
resultas de la colisión. Operación dificultosa por la afluencia de
vehículos.
08.01 Arrollado por un Opel Corsa.
08.02 Arrollado por una furgoneta de reparto.
08.03 Arrollado por un taxi.
08.04 Recupero la cabeza y la lavo en una fuente pública situada a
pocos metros del lugar de la colisión. Aprovecho la oportunidad para
analizar la composición del agua de la zona: hidrógeno, oxígeno y
caca.
08.15 Debido a la alta densidad de entes individualizados, tal vez
resulte algo difícil localizar a Gurb a simple vista, pero me resisto a
establecer contacto sensorial, porque ignoro las consecuencias que
ello podría tener para el equilibrio ecológico de la zona y, en
consecuencia, para sus habitantes.
Los seres humanos son cosas de tamaño variable. Los más
pequeños de entre ellos lo son tanto, que si otros seres humanos más
altos no los llevaran en un cochecito, no tardarían en ser pisados (y tal
vez perderían la cabeza) por los de mayor estatura. Los más altos
raramente sobrepasan los 200 centímetros de longitud. Un dato
sorprendente es que cuando yacen estirados continúan midiendo
exactamente lo mismo. Algunos llevan bigote; otros barba y bigote.
Casi todos tienen dos ojos, que pueden estar situados en la parte
anterior o posterior de la cara, según se les mire. Al andar se
desplazan de atrás a adelante, para lo cual deben contrarrestar el
movimiento de las piernas con un vigoroso braceo. Los más
apremiados refuerzan el braceo por mediación de carteras de piel o
plástico o de unos maletines denominados Samsonite, hechos de un
material procedente de otro planeta. El sistema de desplazamiento de
los automóviles (cuatro ruedas pareadas rellenas de aire fétido) es más
racional, y permite alcanzar mayores velocidades. No debo volar ni
andar sobre la coronilla si no quiero ser tenido por excéntrico. Nota:
mantener siempre en contacto con el suelo un pie —cualquiera de los
dos sirve— o el órgano externo denominado culo.
11.00 Llevo casi tres horas esperando ver pasar a Gurb. Espera
inútil. El flujo de seres humanos en este punto de la ciudad no decrece.
Antes al contrario. Calculo que las probabilidades de que Gurb pase
por aquí sin que yo lo vea son del orden de setenta y tres contra una.
A este cálculo, sin embargo, hay que añadir dos variables:
a) que Gurb no pase por aquí, b) que Gurb pase por aquí, pero
habiendo modificado su apariencia externa. En este caso, las
probabilidades de no ser visto por mí alcanzarían los nueve trillones
contra una.
12.00 La hora del ángelus. Me recojo unos instantes, confiando en
que Gurb no vaya a pasar precisamente ahora por delante de mí.
13.00 La posición erecta a que llevo sometido el cuerpo desde
hace cinco horas empieza a resultarme fatigosa. Al entumecimiento
muscular se une el esfuerzo continuo que debo hacer para inspirar y
espirar el aire. Una vez que he olvidado hacerlo por más de cinco
minutos, la cara se me ha puesto de color morado y los ojos me han
salido disparados de las órbitas, debiendo ir a recogerlos nuevamente
bajo las ruedas de los coches. A este paso, acabaré por llamar la
atención. Parece ser que los seres humanos inspiran y expiran el aire
de un modo automático, que ellos llaman respirar. Este automatismo,
que repugna a cualquier ser civilizado y que consigno aquí por razones
puramente científicas, lo aplican los humanos no sólo a la respiración,
sino a muchas funciones corporales, como la circulación de la sangre,
la digestión, el parpadeo —que a diferencia de las dos funciones antes
citadas, puede ser controlado a voluntad, en cuyo caso se llama guiñ
o—, el crecimiento de las uñas, etcétera. Hasta tal punto dependen los
humanos del funcionamiento automático de sus órganos (y
organismos), que se harían encima cosas feas si de niños no se les
enseñara a subordinar la naturaleza al decoro.
14.00 He llegado al límite de mi resistencia física. Descanso
apoyando ambas rodillas en el suelo y doblando la pierna izquierda
hacia atrás y la pierna derecha hacia delante. Al verme en esta postura,
una señora me da una moneda de pesetas veinticinco, que ingiero de
inmediato para no parecer descortés. Temperatura, 20 grados
centígrados; humedad relativa, 64 por ciento; vientos flojos de
componente sur; estado de la mar, llana.
14.30 La densidad del tráfico rodado y andado disminuye
ligeramente. Todavía sin noticias de Gurb. Aun a riesgo de alterar el
precario equilibrio ecológico del planeta, decido establecer contacto
sensorial. Aprovechando que no pasa ningún autobús, pongo la mente
en blanco y emito ondas en frecuencia H76420ba1400009, que voy
elevando hasta H76420ba1400010.
Al segundo intento recibo una señal débil al principio, más clara
luego. Descodifico la señal, que parece provenir de dos puntos
distintos, aunque muy próximos entre sí respecto del eje de la Tierra.
Texto de la señal (descodificado):
¿Desde dónde nos llama, señora Cargols?
Desde Sant Joan Despí.
¿Desde dónde dice?
Desde Sant Joan Despí. Desde Sant Joan Despí. ¿Qué no me
oye?
Parece que tenemos un pequeño problema de recepción en la
emisora, señora Cargols. ¿Nos oye usted bien?
¿Cómo dice?
Digo que si nos oye bien. ¿Señora Cargols?
Diga, diga. Yo le escucho muy bien.
¿Me oye, señora Cargols?
Muy bien. Yo muy bien.
¿Y desde dónde nos llama, señora Cargols?
Desde Sant Joan Despí.
Desde Sant Joan Despí. ¿Y nos oye bien desde Sant Joan Despí,
señora Cargols?
Yo le escucho muy bien. Y usted, ¿qué me escucha?
Yo muy bien, señora Cargols. ¿Desde dónde nos llama?
Me temo que va a ser más difícil de lo que yo suponía localizar a
Gurb.
15.00 Decido recorrer sistemáticamente la ciudad en lugar de
permanecer en un sitio fijo. Con ello disminuyo las probabilidades de
no encontrar a Gurb en un trillón, pese a lo cual, el resultado sigue
siendo incierto. Camino siguiendo el plano heliográfico que he
incorporado a mis circuitos internos al salir de la nave. Me caigo en
una zanja abierta por la Compañía Catalana de gas.
15.02 Me caigo en una zanja abierta por la Compañía
Hidroeléctrica de Cataluña.
15.03 Me caigo en una zanja abierta por la Compañía de Aguas
de Barcelona.
15.04 Me caigo en una zanja abierta por la Compañía Telefónica
Nacional.
15.05 Me caigo en una zanja abierta por la asociación de vecinos
de la calle Córcega.
15.06 Decido prescindir del plano heliográfico ideal y caminar
mirando dónde piso.
19.00 Llevo cuatro horas caminando. No sé dónde estoy y las
piernas no me sostienen. La ciudad es enorme; el gentío, constante; el
ruido, mucho. Me extraña no encontrar los monumentos habituales,
como el Cenotafio de la Beata Madre Pilar, que podrían servirme de
referencia. He parado a un peatón que parecía poseer un nivel de
mansedumbre alto y le he preguntado dónde podría encontrar a una
persona extraviada. Me ha preguntado qué edad tenía esa persona. Al
contestarle que seis mil quinientos trece años, me ha sugerido que la
buscara en El Corte Inglés. Lo peor es tener que respirar este aire
inficionado de partículas suculentas. Es sabido que en algunas zonas
urbanas la densidad del aire es tal, que sus habitantes lo introducen en
fundas y lo exportan bajo la denominación de morcillas. Tengo los
ojos irritados, la nariz obstruida, la boca seca. ¡Cuánto mejor se está
en Sardanyola!
20.30 Con la puesta del sol las condiciones atmosféricas habrían
mejorado bastante si a los seres humanos no se les hubiera ocurrido
encender las farolas. Parece que ellos las necesitan para poder seguir
en la calle, porque los seres humanos, no obstante ser la mayoría de
fisonomía ruda y hasta abiertamente fea, no pueden vivir sin verse los
unos a los otros. También los coches han encendido sus faros y se
agreden con ellos. Temperatura, 17 grados centígrados; humedad
relativa, 62 por ciento; vientos flojos del sudoeste; estado de la mar,
rizada.
21.30 Basta. No puedo dar un paso más. Mi deterioro físico es
considerable. Se me ha caído un brazo, una pierna y las dos orejas y la
lengua me cuelgan tanto que he tenido que atarla al cinturón, porque ya
me llevo comidas cuatro plastas de perro y un número indeterminado
de colillas. En estas condiciones, es mejor aplazar hasta mañana las
pesquisas. Me escondo debajo de un camión aparcado, me desintegro
y me naturalizo en la nave.
21.45 Recargo energético.
21.50 Me pongo el pijama. La ausencia de Gurb pesa en mi
ánimo. Después de pasar juntos todas las veladas desde hace
ochocientos años, no sé cómo matar las horas que preceden al sueño.
Podría ver la televisión local o leer una entrega de las aventuras de
Lolita Galaxia, pero no tengo ganas. No me explico la ausencia de
Gurb, y menos aún su silencio. Nunca he sido un jefe intransigente.
Siempre he dejado a la tripulación, es decir, a Gurb, plena libertad
para entrar y salir a su antojo (en horas de permiso), pero si no va a
venir o sabe que va a llegar tarde, lo menos que podía hacer, por
consideración, era avisar.
DÍA 11
08.00 Todavía sin noticias de Gurb. Intento de nuevo establecer
contacto sensorial. Percibo la voz colérica de un individuo que en
nombre de los ciudadanos de a pie, cuya representación ostenta,
exigen plena responsabilidad a un tal Guerra. Renuncio al contacto
sensorial.
08.30 Abandono la nave y convertido en somormujo echo un
vistazo a la región desde el aire.
09.30 Doy por concluida la operación y regreso a la nave. Si las
ciudades son tortuosas e irracionales en su concepción, del campo que
las rodea es mejor no hablar. Ahí nada es regular ni llano, sino al
contrario, como hecho adrede para obstaculizar su uso. El trazado de
la costa, a vista de pájaro, se diría la obra de un demente.
09.45 Después de un examen detenido del plano de la ciudad
(versión cartográfica de doble eje elíptico), decido proseguir la
búsqueda de Gurb en una zona periférica de la misma habitada por
una variante humana denominada pobres. Como el Catálogo Astral les
atribuye un índice de mansedumbre algo inferior al de la variante
denominada ricos y muy inferior al de la variante denominada clase
media, opto por la apariencia del ente individualizado denominado
Gary Cooper.
10.00 Me naturalizo en una calle aparentemente desierta del barrio
de Sant Cosme. Dudo que Gurb haya venido a instalarse aquí por
propia voluntad, aunque nunca ha brillado por sus luces.
10.01 Un grupo de mozalbetes provistos de navajas me quitan la
cartera.
10.02 Un grupo de mozalbetes provistos de navajas me quitan las
pistolas y la estrella de sheriff.
10.03 Un grupo de mozalbetes provistos de navajas me quitan el
chaleco, la camisa y los pantalones.
10.04 Un grupo de mozalbetes provistos de navajas me quitan las
botas, las espuelas y la armónica.
10.10 Un coche-patrulla de la policía nacional se detiene a mi
lado. Desciende un miembro de la policía nacional, me informa de los
derechos constitucionales que me asisten, me pone las esposas y me
mete en el coche-patrulla de un capón. Temperatura, 21 grados
centígrados; humedad relativa, 75 por ciento; viento racheado de
componente sur; estado de la mar, marejadilla.
10.30 Ingreso en el calabozo de una comisaría. En el mismo
calabozo hay un individuo de porte astroso al que me presento y
pongo al corriente de las vicisitudes que han dado conmigo en aquel
lugar inicuo.
10.45 Disipada la desconfianza inicial que los seres humanos
sienten por todos sus congéneres sin excepción, el individuo con quien
la suerte me ha unido decide entablar diálogo conmigo. Me entrega su
tarjeta de visita que dice así:
JETULIO PENCAS
Agente mendicante
Se echa el tarot, se toca el violín, se da pena
Servicio callejero y a domicilio
10.50 Mi nuevo amigo me cuenta que lo han trincado por error,
porque él en su vida ha abierto un coche para llevarse nada, que
pidiendo se gana la vida muy bien y muy honradamente, y que los
polvos que la policía le decomisó no son lo que dicen ellos que son,
sino las cenizas de su difunto padre, que Dios tenga en su gloria, que
precisamente ese día se proponía aventar sobre la ciudad desde el
Mirador del Alcalde. A continuación añade que todo lo que acaba de
contarme, sobre ser mentira, no le servirá de nada, porque la justicia
en este país está podrida, por lo cual, sin pruebas ni testigos, sólo por
la pinta que tenemos los dos, a buen seguro nos mandan al talego, de
donde saldremos ambos con sida y con pulgas. Le digo que no
entiendo nada y me responde que no hay nada que entender, me llama
macho y añade que la vida es así y que la madre de un cordero es que
la riqueza en este país está muy mal repartida. A modo de ejemplo cita
el caso de un individuo, cuyo nombre no retengo, que se ha hecho un
chalet con veintidós retretes, y agrega que ojalá le sobrevengan
cagarrinas a dicho sujeto y los encuentre todos ocupados. A
continuación se sube encima de un catre y proclama que cuando
vengan los suyos (¿sus retretes?) obligará al citado individuo a hacer
sus deposiciones en el gallinero y repartirá los veintidós retretes entre
otras tantas familias acogidas al subsidio de paro. De este modo, sigue
diciendo, tendrán con qué entretenerse hasta que les den un puesto de
trabajo, como prometieron hacer. A continuación se cae del catre y se
abre la cabeza.
11.30 Un miembro de la policía nacional distinto del miembro
antes citado abre la puerta del calabozo y nos ordena seguirle con el
objeto aparente de comparecer ante el señor comisario. Amedrentado
por las admoniciones de mi nuevo amigo, decido adoptar una
apariencia más respetable y me transformo en don José Ortega y
Gasset. Por solidaridad transformo a mi nuevo amigo en don Miguel
de Unamuno.
11.35 Comparecemos ante el señor comisario, el cual nos examina
de arriba abajo, se rasca la cabeza, declara no querer complicarse la
vida y ordena que nos pongan en la calle.
11.40 Mi nuevo amigo y yo nos despedimos a la puerta de la
comisaría. Antes de separarnos, mi nuevo amigo me ruega le devuelva
su apariencia original, porque con esta pinta no le va a dar limosna ni
Dios, aunque se ponga unas pústulas adhesivas que le dan un aspecto
realmente estomagante. Hago lo que me pide y se va.
11.45 Reanudo mis pesquisas.
14.30 Todavía sin noticias de Gurb. A imitación de las personas
que me rodean, decido comer. Como todos los establecimientos están
cerrados, menos unos que se denominan restaurantes, deduzco que
es ahí donde se sirven comidas. Olisqueo las basuras que rodean la
entrada de varios restaurantes hasta dar con una que despierta mi
apetito.
14.45 Entro en el restaurante y un caballero vestido de negro me
pregunta con displicencia si por ventura tengo hecha reserva. Le
respondo que no, pero que me estoy haciendo un chalet con veintidós
retretes. Soy conducido en volandas a una mesa engalanada con un
ramo de flores, que ingiero para no parecer descortés. Me dan la carta
(sin codificar), la leo y pido jamón, melón con jamón y melón. Me
preguntan qué voy a beber. Para no llamar la atención, pido el líquido
más común entre los seres humanos: orines.
16.15 Me tomo un café. La casa me obsequia con una copa de
licor de pera. A continuación me traen la cuenta, que asciende a
pesetas seis mil ochocientas treinta y cuatro. No tengo un duro.
16.35 Me fumo un Montecristo del número dos (2) mientras
pienso cómo salir de este aprieto. Podría desintegrarme, pero rechazo
la idea porque a) eso podría llamar la atención de camareros y
comensales y b) no sería justo que sufriese las consecuencias de mi
imprevisión una gente tan amable, que me ha invitado a una copa de
licor de pera.
16.40 Pretextando haber olvidado algo en el coche, salgo a la
calle, entro en un estanco y adquiero boletos y cupones de los
múltiples sistemas de lotería que allí se expenden.
16.45 Manipulando las cifras por medio de fórmulas elementales,
obtengo la suma de pesetas ciento veintidós millones. Regreso al
restaurante, abono la cuenta y dejo cien millones de propina.
16.55 Reanudo la búsqueda de Gurb por el único método que
conozco: patearme las calles.
20.00 De tanto caminar, los zapatos echan humo. De uno de ellos
se ha desprendido el tacón, lo que imprime a mi paso un contoneo tan
ridículo como fatigoso. Los arrojo de mí, entro en una tienda y con el
dinero que me ha sobrado del restaurante me compro un nuevo par
de zapatos menos cómodos que los anteriores, pero hechos de un
material muy resistente. Provisto de esos nuevos zapatos,
denominados esquís, inicio el recorrido del barrio de Pedralbes.
21.00 Concluyo el recorrido del barrio de Pedralbes sin haber
encontrado a Gurb, pero muy gratamente impresionado por lo
elegante de sus casas, lo recoleto de sus calles, lo lozano de su césped
y lo lleno de sus piscinas. No sé por qué algunas personas prefieren
habitar en barrios como San Cosme, de triste recuerdo, pudiendo
hacerlo en barrios como Pedralbes. Es posible que no se trate tanto de
una cuestión de preferencias como de dinero.
Según parece, los seres humanos se dividen, entre otras
categorías, en ricos y pobres. Es ésta una división a la que ellos
conceden gran importancia, sin que se sepa por qué. La diferencia
fundamental entre los ricos y los pobres parece ser ésta: que los ricos,
allí donde van, no pagan, por más que adquieran o consuman lo que se
les antoje. Los pobres, en cambio, pagan hasta por sudar. La exención
de que gozan los ricos puede venirles de antiguo o haber sido obtenida
recientemente, o ser transitoria, o ser fingida; en resumidas cuentas, lo
mismo da. Desde el punto de vista estadístico, parece demostrado que
los ricos viven más y mejor que los pobres, que son más altos, más
sanos y más guapos, que se divierten más, viajan a lugares más
exóticos, reciben mejor educación, trabajan menos, se rodean de
mayores comodidades, tienen más ropa, sobre todo de entretiempo,
son mejor atendidos en la enfermedad, son enterrados con más boato
y son recordados por más tiempo. También tienen más probabilidades
de salir retratados en periódicos, revistas y almanaques.
21.30 Decido regresar a la nave. Me desintegro ante la puerta del
Monasterio de Pedralbes, con gran sorpresa de la reverenda madre
que en aquel preciso momento salía a sacar la basura.
22.00 Recarga de energía. Me dispongo a pasar otra velada en
solitario. Leo una entrega de Lolita Galaxia, pero esta lectura, tantas
veces hecha en compañía de Gurb, a quien siempre debía explicar los
pasajes más picantes, porque a bobalicón no había quien le ganara, en
lugar de distraerme, me entristece.
22.30 Harto de dar vueltas por la nave, decido retirarme. Hoy ha
sido un día cansado. Me pongo el pijama, rezo mis oraciones y me
acuesto.
DÍA 12
08.00 Todavía sin noticias de Gurb. Llueve a cántaros. En
Barcelona llueve como su Ayuntamiento actúa: pocas veces, pero a lo
bestia. Decido no salir y aprovechar la mañana para asear un poco la
nave.
09.00 Llevo una hora haciendo sábado y no puedo más. Siempre
se había encargado Gurb de estos quehaceres, que ahora me pillan
desentrenado. Quiera Dios que vuelva pronto.
09.10 Para matar el tiempo veo un rato la televisión. Salen varios
individuos, todos ellos pertenecientes al género humano. Al cabo de un
rato de presenciar su actuación colijo estar viendo un concurso
bastante similar a los que tanto gustan en mi planeta, pero mucho más
tosco de contenido. A una pareja de sexo biológicamente diferenciado
(aunque no visible, por el momento) le preguntan cómo se llamaba de
apellido Napoleón. Cuchicheos. La mujer contesta en tono dubitativo.
¿Benavente? La respuesta no es correcta. Ahora le toca el turno al
matrimonio rival, que ocupa un podio situado en el extremo opuesto
del estudio. ¿Bombita? Tampoco es correcta la respuesta. El
presentador aplaude e informa a las parejas concursantes que han
perdido o ganado medio millón de pesetas. Zapatiestas de los
concursantes en sus podios respectivos. Entra en liza una concursante
nueva, que lleva viniendo al concurso veintidós meses seguidos. Le
preguntan cuál era el nombre de soltero de Alberto Alcocer. Decido
interrumpir la recepción. Temperatura, 16 grados centígrados;
humedad relativa, 90 por ciento; vientos fuertes del nordeste; estado
de la mar, marejada.
09.55 Bajo la apariencia de Julio Romero de Torres (en su versión
con paraguas), me naturalizo en el bar del pueblo, me arreo un par de
huevos fritos con bacon y hojeo la prensa matutina. Los humanos
tienen un sistema conceptual tan primitivo, que para enterarse de lo
que sucede han de leer los periódicos. No saben que un simple huevo
de gallina contiene mucha más información que toda la prensa que se
edita en el país. Y más fidedigna. En los que acaban de servirme, y a
pesar del aceitazo que los empaña, leo las cotizaciones de bolsa, y un
sondeo de opinión sobre la honradez de los políticos (un 70% de las
gallinas cree que los políticos son honrados) y el resultado de los
partidos de baloncesto que se disputarán mañana. ¡Oh, cuán fácil les
sería la vida a los humanos si alguien les hubiera enseñado a
descodificar!
10.30 El carajillo me ha sentado como un tiro. Regreso a la nave,
me pongo el pijama y me acuesto. Decido dedicar el resto de la
jornada a descansar. Para aprovechar el tiempo, inicio la lectura
sistemática de la llamada narrativa española contemporánea, muy
reputada dentro y fuera de este planeta.
13.30 Concluyo la lectura de Bertoldo, Bertoldino y Cacaseno.
El día sigue nublado, pero ha parado de llover. Decido bajar a la
ciudad. Quiero resolver de una vez por todas el dichoso asunto del
dinero. Aún me queda algo de lo que gané ayer en la bonoloto, pero
preferiría asegurarme una posición desahogada mientras dure mi
estancia en la Tierra.
13.50 Cuando sólo faltan diez minutos para el cierre, me persono
en una sucursal de la Caja de Ahorros de Sierra Morena y manifiesto
mi deseo de abrir una cuenta. Para inspirar confianza he adoptado la
apariencia de S. S. Pío XII, de feliz memoria.
13.52 El empleado de ventanilla me entrega un formulario, que
cumplimento.
13.55 El empleado de ventanilla sonríe y me informa de que la
entidad dispone de diversas modalidades de cuenta (cuenta-depósito,
cuenta-de-perdidos-al-río, cuenta-burro-el-que-lo-lea, etcétera). Si mi
aportación en metálico es de cierta envergadura, una modalidad u otra
me producirán mayor rentabilidad, mejor disponibilidad, más ventajas
fiscales, dice. Respondo que deseo abrir una cuenta con pesetas
veinticinco.
13.57 El empleado de ventanilla deja de sonreír, deja de
informarme y, si mi oído no me engaña, expele unas ventosidades. A
continuación teclea un rato en un ordenador.
13.59 La apertura de la cuenta corriente ha concluido. Cuando
falta un segundo para el cierre de las operaciones del día, transmito
instrucciones al ordenador para que añada catorce ceros al saldo de
mi cuenta. Ya está. Salgo del banco. Parece que quiere salir el sol.
14.30 Me detengo ante una marisquería. Sé que es costumbre
entre los humanos celebrar el buen fin de sus transacciones mercantiles
en este tipo de sitios y yo, con idéntico motivo, quisiera imitarles. Las
marisquerías son una variedad o categoría de restaurantes que se
caracterizan a) por estar decorados con aparejos de pesca (esto es lo
más importante) y b) porque en ellos se ingieren una especie de
teléfonos con patas y otros animales que hieren por igual el gusto, la
vista y el olfato.
14.45 Después de vacilar un rato (15 minutos) y como sea que
aborrezco comer solo, decido postergar la ceremonia de la
marisquería hasta dar con Gurb. Entonces, y antes de aplicarle las
medidas disciplinarias que le correspondan, celebraremos el
reencuentro con una cuchipanda.
15.00 Ahora que dispongo de dinero, decido recorrer la zona
céntrica de la ciudad y visitar sus afamados comercios. Ha vuelto a
nublarse, pero por el momento parece que el tiempo aguanta.
16.00 Entro en una boutique. Me compro una corbata. Me la
pruebo. Considero que me favorece y me compro noventa y cuatro
corbatas iguales.
16.30 Entro en una tienda de artículos deportivos. Me compro una
linterna, una cantimplora, un camping buta-gas, una camiseta del
Barça, una raqueta de tenis, un equipo completo de wind-surf (de
color rosa fosforescente) y treinta pares de zapatillas de jogging.
17.00 Entro en una charcutería y me compro setecientos jamones
de pata negra.
17.10 Entro en una frutería y me compro medio kilo de
zanahorias.
17.20 Entro en una tienda de automóviles y me compro un
Maseratti.
17.45 Entro en una tienda de electrodomésticos y lo compro todo.
18.00 Entro en una juguetería y me compro un disfraz de indio,
ciento doce braguitas de Barbie y un trompo.
18.30 Entro en una bodega y me compro cinco botellas de Baron
Mouchoir Moqué del 52 y una garrafa de ocho litros de vino de mesa
El Pentateuco.
19.00 Entro en una joyería, me compro un Rolex de oro
automático, sumergible, antimagnético y antichoque y lo rompo in situ.
19.30 Entro en una perfumería y me compro quince frascos de
Eau de Ferum, que acaba de salir.
20.00 Decido que el dinero no da la felicidad, desintegro todo lo
que he comprado y continúo caminando con las manos en los bolsillos
y el ánimo ligero.
20.40 Mientras paseo por las Ramblas, el cielo se cubre de
nubarrones y retumban unos truenos: es evidente que se aproxima una
perturbación acompañada de aparato eléctrico.
20.42 Por culpa de mi puñetera radiactividad, me caen tres rayos
encima. Se me funde la hebilla del cinturón y la cremallera de la
bragueta. Se me ponen todos los pelos de punta y no hay quien los
domeñe: parezco un puerco espín.
20.50 Todavía cargado de electricidad estática, al tratar de
comprar la Guía del ocio pego fuego al quiosco.
21.03 Caen cuatro gotas y cuando parece que la cosa no va a ir a
más, descarga una tromba de agua tan salvaje que las ratas salen de
las alcantarillas y se suben a Colón, por si acaso. Corro a refugiarme
en un tascorro.
21.04 Ya estoy en el tascorro. Salchichones, longanizas, chistorras
y otras estalactitas riegan de grasa a la parroquia, compuesta por siete
u ocho individuos de sexo biológicamente diferenciado, aunque no
visible, salvo en el caso de un caballero que al salir del excusado
olvidó guardarse la pirulina. Detrás de la barra escancia vino lo que al
principio tomo por un hombre. Un examen más detenido me revela
que en realidad se trata de dos enanos encaramados el uno sobre el
otro. Cuando se abre la puerta se forma un remolino de aire, que
ahuyenta las moscas. Entonces puede verse en una de las paredes un
espejo, en cuyo ángulo superior izquierdo se leen, escritos en tiza, los
resultados de la jornada de liga correspondientes al 6 de marzo de
1958.
21.10 Como el aguacero me ha calado hasta los huesos, pido un
vaso de tinto. Para entrar en calor. Con un palillo intento pinchar una
tapa, pero, ante mi asombro, las tapas salen corriendo por el
mostrador.
21.30 Me entretengo escuchando la conversación de los
parroquianos. El lenguaje de los seres humanos, sin descodificar, es
trabajoso y pueril. Para ellos, una oración elemental como ésta
1093287 45108Y34 - 19«poe8vh qa9enf087qjnrf-09aqsdnf
ñ9q8w3r4v21dfkf = q3wy oiqwe = q3u 1o9 = 853491926
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(déme nueve kilos de nabos)
resulta ininteligible. Hablan, en consecuencia, largamente y a gritos,
con acompañamiento de ademanes y muecas horribles. Aun así, su
capacidad de expresión es limitadísima, salvo en el terreno de la
blasfemia y la palabra soez, y en sus alocuciones abundan las
anfibologías, los anacolutos y las polisemias.
21.50 Mientras reflexiono sobre este punto, el camarero me va
llenando el vaso y cuando me doy cuenta, ya llevo medio litro de
clarete en el cuerpo. Empiezo a analizar la composición química del
vino (ciento seis elementos, ninguno de ellos derivado de la uva), pero
al llegar a trinitrotolueno decido abandonar la investigación. El
camarero me rellena el vaso.
22.00 Me río sin causa y el parroquiano que está a mi lado me
pregunta si tiene monos en la cara o qué. Le aclaro que no me río de
él, sino de una bobada que me ha venido a la cabeza de repente, sin
saber cómo ni por qué. Como mi parlamento resulta algo confuso,
sobre todo porque algunas frases las he dicho sin descodificar, las
miradas de los demás parroquianos convergen en mí.
22.05 Un parroquiano (no el que tiene monos en la cara, sino
otro) me señala colocando el dedo índice de su mano derecha en la
punta de mi nariz y dice que mi cara le suena. El que me haya
reconocido bajo la apariencia (y sustancia) del Santo Padre me indica
que debe de ser persona devota y, por lo tanto, digna de toda
confianza. Le respondo que sin duda se confunde y para desviar su
atención y la de los demás en mi persona invito a una ronda. Viéndome
dispuesto al gasto, el camarero dice que acaban de salir de la cocina
unos callos que están de rechupete. Pongo sobre el mostrador algunos
billetes (cinco millones de pesetas) y digo que vengan aquí esos callos,
que por dinero no ha de quedar.
22.12 El parroquiano devoto dice que ni hablar, que yo ya he
pagado los vinos y que los callos corren de su cuenta. A continuación
añade que no faltaría más. Insisto en que lo de los callos ha sido idea
mía y que, por consiguiente, es justo que los pague yo.
22.17 Una mujer (también parroquiana), que acaba de tumbar la
segunda botella de anís, interviene para proponer que no sigamos
discutiendo. Se mete la mano en el escote y la saca llena de unos
billetes sucios y arrugados, que arroja sobre el mostrador. Otro
parroquiano, creyendo que aquellos billetes son los callos, se come
cuatro de un bocado. La mujer afirma que ella invita. El parroquiano
piadoso replica que a él no le invita ninguna mujer. Explica que los
tiene muy bien puestos.
22.24 Como a todas éstas los callos no aparecen, los reclamo
golpeando el mostrador con un cenicero. Rompo el cenicero y
desportillo el mármol del mostrador. El camarero sirve vino. Un
parroquiano que hasta entonces ha permanecido mudo dice que va a
obsequiarnos con unas soleares. Canta con mucho sentimiento la
canción titulada 1092387nqfp983j41093 (güerve a mi lao, sorra) y
todos damos palmas y jaleamos diciendo ele, ele (7v5, 7v5). El pío
parroquiano dice que por fin ha hecho memoria y que ya sabe quién
soy: Jorge Sepúlveda.
22.41 (aproximadamente) El parroquiano cantaor abre tanto la
boca para expresar su penita, que se le cae la dentadura postiza en la
fuente de las albóndigas. Cuando mete la mano para recuperarla, el
camarero le golpea la cabeza con un queso de bola y le dice que ya
está bien, que en lo que va de semana ya se lleva comidas ocho
albóndigas con el truco de la dentadura, pero que él no es un
(ininteligible) y que las lleva contabilizadas. El cantaor amonestado
replica que él no necesita robar albóndigas de esta pocilga, que él ha
sido el rey de la copla en París y que siempre que quiere tiene mesa
puesta en Maxim’s . Por toda respuesta, el camarero sirve vino.
23.00 o 24.00 El andoba que tiene monos en la cara pone en
nuestro conocimiento que él podría haber sido alguien, porque no le
han faltado nunca las ideas ni los arrestos necesarios para llevarlas a
cabo, pero que se han conjurado tres cosas para impedir su éxito, a
saber a) la mala suerte, b) su inclinación por el vino, el juego y las
mujeres y c) la inquina de algunas personas poderosas que prefiere no
nombrar. La guarrona que antes se ha sacado el parné del tetamen
salta y dice que eso nada, monada, que las causas verdaderas de que
el tío sea lo que es son en realidad éstas: a) la vagancia, b) la vagancia
y c) la vagancia, y que ya está harta de oír tanta mentira y tanta
fantasía.
? Salen finalmente de la cocina los callos andando por su propio
pie. La furcia dice que ella es la única que puede vanagloriarse de algo,
pues hasta hace muy poco era una hembra de bandera, por lo cual en
su barrio era conocida por el sobrenombre de la bomba de
Oklahoma. Añade que si ahora la vemos un poco estropeada, no es
por la edad, sino por otras causas, a saber a) su inmoderada afición a
las judías secas, b) las palizas que le han dado los hombres y c) la
operación de cirugía estética algo chapucera que le hizo cierto médico
del seguro, cuyo nombre prefiere no mentar. A continuación se pone a
llorar. Entonces yo voy y le digo que no llore, que para mí es la mujer
más hermosa y atractiva que jamás he visto y que de buena gana
contraería matrimonio con ella, pero que me lo impide el hecho de ser
extraterrestre y estar sólo de paso, camino de otras galaxias, a lo que
ella responde que esto es lo que le dicen todos. El gachó de los
monos le dice que deje ya de dar el (ininteligible) y que se calle, a lo
que replica ella (muy bien replicado), que a ella no la hace callar ni la
(ininteligible) que la parió y que ella dice lo que le sale de la alcachofa
y que qué pasa. Y entonces voy yo y le arreo una (ininteligible) en toda
la boca al tío que la ha faltao o quizá se la arreo a otro, pero me da
igual, y les digo a todos que a mi novia no la falta nadie.
Negra noche. El que ha recibido se levanta del suelo, me coge por
las orejas y me hace dar vueltas en el aire como un ventilador.
Aprovechando el incidente, el cantaor se mete un puñado de
albóndigas en la boca. El camarero le da con una sartén en el
estómago y le obliga a devolver las albóndigas (o una materia similar) a
su lugar de origen. Entra la policía nacional blandiendo porras.
Consigo arrancarle la porra de las manos a un policía nacional y
golpear con ella al otro policía nacional o al mismo policía nacional.
Las cosas parecen complicarse. Decido desintegrarme, pero confundo
la fórmula y desintegro dos chiringuitos del Moll de la Fusta. Somos
conducidos a la comisaría.
DÍA 13
08.00 Soy conducido a presencia del señor comisario. El señor
comisario me notifica que mis compañeros de farra han prestado
declaración mientras yo dormía la mona y que todos han coincidido en
señalarme a mí como único elemento perturbador. Demostrada de este
modo su inocencia, han sido puestos en libertad. A estas horas ya
deben de estar nuevamente en la tasca, olvidados de mí. Experimento
una sensación de desamparo tan grande que sin que intervenga en ello
el deseo ni la voluntad me transformo en Paquirrín. El señor comisario
me amonesta y luego ordena que me pongan en la calle. ¡Qué
vergüenza y qué dolor de cabeza!
08.45 De regreso en la nave. No hay ningún recado en el
contestador. Recarga energética, pijama.
13.00 Acabo de despertarme, muy aliviado. Desayuno frugal. Hoy
no como. Leo de un tirón Tontolina de vacaciones, Tontolina en el
internado y La puesta de largo de Tontolina.
15.00 Apagón. Algo falla en los generadores de la nave. Me doy
una vuelta por la sala de máquinas para ver si localizo la avería.
Aprieto botones y muevo palancas por si acierto a componer la cosa
por pura casualidad, porque yo de mecánica no entiendo nada. Gurb
era el que se encargaba de hacer funcionar y, en su caso, de reparar
estas mierdas. En el recorrido descubro varias goteras, que consigno
en pliego aparte.
16.00 He debido de tocar algo que no había de tocar, porque se
extiende por la nave un hedor insoportable. Salgo al exterior y advierto
que por error he invertido el funcionamiento de una de las turbinas.
Ahora, en lugar de expulsar la energía resultante de la desintegración
del cadmio y el plutonio, la turbina está succionando el alcantarillado
del pueblo.
16.10 Adopto la apariencia (y virtudes) del almirante Yamamoto e
intento achicar la nave con un cubo.
16.15 Renuncio.
16.17 Abandono la nave. Por si a Gurb se le ocurre volver durante
mi ausencia, dejo esta nota enganchada en la puerta: Gurb, he tenido
que abandonar la nave (con honor); si vienes, deja dicho dónde se te
puede localizar en el bar del pueblo (señor Joaquín o señora
Mercedes).
16.40 Me persono en el bar del pueblo. Le digo a la señora
Mercedes (el señor Joaquín se está echando una siesta) que si viene un
ser de la apariencia que sea, o incluso un ser sin apariencia alguna,
preguntando por mí, que tome el recado. Yo iré viniendo. Más no
puedo hacer.
17.23 Me traslado a la ciudad en un transporte público
denominado Ferrocarril de la Generalitat. A diferencia de otros seres
vivos (por ejemplo, el escarabajo de la col), que siempre se desplazan
del mismo modo, los seres humanos utilizan gran variedad de medios
de locomoción, todos los cuales rivalizan entre sí en lentitud,
incomodidad y peste, aunque en este último apartado suelen resultar
vencedores los pies y algunos taxis. El mal llamado metro es el medio
que más utilizan los fumadores; el autobús, aquellas personas, por lo
general de avanzada edad, que gustan de dar volteretas. Para
distancias más largas existen los llamados aviones, una especie de
autobuses que se propelen expulsando el aire de los neumáticos. De
esta forma alcanzan las capas bajas de la atmósfera, donde se
sostienen por la mediación del santo cuyo nombre figura en el fuselaje
(Santa Teresa de Ávila, San Ignacio de Loyola, etcétera). En los viajes
prolongados, los pasajeros del avión se entretienen mostrándose los
calcetines.
18.30 Debo buscar un sitio para pasar la noche, porque nada me
garantiza que no vayan a caer chubascos tormentosos como el de
ayer. O pedrisco. Por otra parte, aunque el cielo se mantenga
despejado, mi experiencia de las calles de la ciudad me indica ser de
todo punto desaconsejable permanecer en ellas más tiempo del
estrictamente necesario.
19.30 Llevo una hora recorriendo hoteles. No hay una habitación
libre en toda la ciudad, porque, según me informan, se está celebrando
un Simposio sobre Nuevas Formas de Rellenar los Pimientos del
Piquillo, y han acudido expertos de todos los países.
20.30 Otra hora de búsqueda y cierta práctica en el arte de dar
propinas me proporcionan habitación con baño y vistas a una obra
pública de cierta envergadura. Con ayuda de un megáfono, el
recepcionista me asegura que por la noche se interrumpirán los
trabajos de perforación y derribo.
21.30 En un local cercano al hotel pido e ingiero una
hamburguesa. Es un conglomerado de fragmentos procedentes de
varios animales. Un análisis somero me permite reconocer el buey, el
asno, el dromedario, el elefante (asiático y africano), el mandril, el ñu y
el megaterio. También encuentro, en un porcentaje mínimo,
moscardones y libélulas, media raqueta de badminton, dos tuercas,
corcho y algo de grava. Acompaño la cena con una botella grande de
Zumifot.
22.20 Regreso al hotel dando un paseo. La noche es tibia y
perfumada. Temperatura, 21 grados centígrados; humedad relativa, 63
por ciento; brisa suave; estado de la mar, llana. Me meto en el bar del
hotel en busca de compañía. En el bar está sólo el barman haciendo
buches en la coctelera. Pido la llave y me recojo.
22.30 Me pongo el pijama. Veo un rato la televisión autonómica.
22.50 Me meto en la cama. Leo las memorias de don Soponcio
Velludo, Cuarenta años en el catastro de Albacete.
24.00 Cesan los trabajos en la vía pública. Rezo mis oraciones y
apago la luz. Todavía sin noticias de Gurb.
02.27 Sin causa aparente revienta el minibar. Dedico media hora a
recoger botellines.
03.01 De resultas de los trabajos efectuados en la vía pública se
ha producido un escape de gas. Los clientes del hotel somos
evacuados por la escalera de incendios.
04.00 Reparada la avería, los clientes del hotel regresamos a
nuestras habitaciones respectivas.
04.53 Se produce un incendio en las cocinas del hotel. Los
clientes del hotel somos evacuados por la escalera principal, pues la
escalera de incendios está envuelta en llamas.
05.19 Hace su aparición el cuerpo de bomberos. En un santiamén
sofocan el incendio. Los clientes del hotel regresamos a nuestras
habitaciones respectivas.
06.00 Las máquinas excavadoras entran en funcionamiento.
06.05 Liquido la cuenta del hotel y dejo libre la habitación. La
ocupa un viajante de productos alimenticios que ha pasado la noche al
raso. Me cuenta que la empresa a la que él representa ha conseguido
criar pollos sin huesos, lo que los hace muy apreciados en la mesa,
pero algo desgarbados cuando aún están vivos.
DÍA 14
07.00 Me persono en el bar de la señora Mercedes y el señor
Joaquín cuando la señora Mercedes está subiendo la persiana
metálica. La ayudo a bajar las sillas que el señor Joaquín ha subido la
noche anterior sobre las mesas para facilitar el barrido del
establecimiento. Me dice que nadie le ha preguntado por mí. Le
encarezco que se mantenga ojo avizor. Me hace una tortilla de
berenjenas (mi favorita) y me la tomo con dos rebanadas de pan con
tomate y una caña de cerveza, mientras ojeo la prensa matutina.
Parece que ya está decidida la selección que jugará en Italia:
Zubizarreta, Chendo, Alkorta, Sanchis, Rafa Paz, Villarroya, Michel,
Martín Vázquez, Roberto, Salinas, Butragueño, Bakero, ¡menudo
equipazo! Leo atentamente los anuncios para ver si puedo alquilar un
piso. La cosa está peluda. Mejor comprar.
09.30 Me persono en una agencia inmobiliaria. Para causar una
impresión favorable he adoptado la apariencia del duque y la duquesa
de Kent. Soy conducido a una sala donde guardan turno varias
personas.
09.50 Leo en un ¡Hola! Un amplio reportaje sobre la boda de un
tal Balduino y una tal Fabiola. Compruebo que se trata de un número
atrasado.
10.00 Entra en la sala una señorita y nos hace formar en tres
grupos: a) el de los que quieren comprar un piso para habitarlo, b) el
de los que quieren comprar un piso para blanquear dinero negro y c)
el de los que quieren comprar un piso en la Villa Olímpica. Una pareja
con lactante y yo formamos el grupo a.
10.15 Los integrantes del grupo a somos conducidos a un
despacho sobrio. A la mesa se sienta un caballero de barba blanca,
cuyo aspecto rezuma probidad. Nos explica que la coyuntura es difícil,
que hay más demanda que oferta y viceversa, que no debemos
hacernos ilusiones. Nos insta a renunciar al engañoso binomio calidadprecio. Nos recuerda que esta vida no es más que un valle de lágrimas
de alto standing. A medio sermón se le desprende la barba postiza,
que arroja a la papelera.
11.25 Visito el piso que acabo de comprar. No está mal. Hay que
hacer cocina y baños, pero esto no me inquieta porque no sé cocinar y
no me baño jamás. Advierto con alegría que el dormitorio dispone de
un amplio armario empotrado. Entro en el armario empotrado y éste
se pone en movimiento. Desilusión: era el ascensor del inmueble.
14.50 Obtengo la cédula de habitabilidad, me doy de alta de agua,
gas, electricidad y teléfono, suscribo un seguro contra incendio y robo,
pago la contribución territorial.
16.30 Compro una cama, un plegatín (para invitados), un tresillo,
aparador, mesa y sillas. Temperatura, 21 grados; humedad relativa, 60
por ciento; vientos flojos; estado de la mar, rizada.
17.58 Compro cubertería y vajilla.
18.20 Compro ropa de casa, visillos.
19.00 Compro aspirador, horno microondas, plancha de vapor,
tostadora, freidora, secador de cabello.
19.30 Compro detergente, suavizante,
limpiacristales, escoba, bayeta, estropajo, gamuza.
abrillantador,
20.30 Me instalo en casa. Me hago subir una pizza y una botella
familiar de Zumifot. Me pongo el pijama.
21.30 Decido prescindir (sólo por hoy) de mi lista de lecturas y
me meto en la cama con una novela de misterio de una escritora
inglesa que goza de gran predicamento entre los seres humanos. El
argumento de la novela es harto simple. Un individuo, al que, para
simplificar llamaremos A, aparece muerto en la biblioteca. Otro
individuo, B, intenta adivinar quién mató a A y por qué. Después de
una serie de operaciones carentes de toda lógica (habría bastado
aplicar la fórmula 3(x2-r)n±0 para solucionar el caso de entrada), B
afirma (erróneamente) que el asesino es C. Con esto el libro concluye
a satisfacción de todos, incluido C. No sé lo que es un mayordomo.
01.30 Rezo mis oraciones y me dispongo a dormir. Todavía sin
noticias de Gurb.
04.17 Me despierto y no logro volver a conciliar el sueño. Me
levanto y recorro mi nuevo piso. Falta algo, pero no sé lo que es.
05.40 Vencido por el cansancio, vuelvo a dormirme sin haber
despejado la incógnita que me atormenta.
06.11 Me despierto repentinamente. Ya sé lo que falta para que el
piso sea un verdadero hogar. Pero ¿encontraré alguna chica dispuesta
a compartir mi vida?
DÍA 15
07.00 Ayudo a la señora Mercedes a subir la persiana metálica del
bar y a enchufar la cafetera. El señor Joaquín, ronca que roncarás. La
señora Mercedes lo pone de vuelta y media. Destaca la diferencia que
media entre el señor Joaquín, a quien califica de piernas, y un hombre
como yo, madrugador, laborioso y cumplido. Le pregunto si, en su
opinión, me costaría mucho echarme novia. Me pregunta si voy con
intenciones serias o sólo pretendo pasar el rato. Hago protestas de
seriedad. Me dice que, en tal caso, me van a sobrar las pretendientas.
Asegura que hay que ver cómo está el patio. Le pregunto, para
cambiar de tema, si ha llegado alguna comunicación para mí y
responde en sentido afirmativo. Me da un vuelco el corazón. ¿Serán
noticias de Gurb?
09.15 La señora Mercedes me trae mi tortilla de berenjenas y mi
caña y un mensaje cifrado. Decepción: no es de Gurb, sino de la Junta
Suprema de Investigación Espacial, desde la Estación de Enlace AF,
en la constelación de Antares. Decido dejar el mensaje para más tarde
y me como la tortilla y me bebo la cerveza.
09.30 Un eructito.
09.35 Me encierro en el aseo de caballeros para descifrar el
mensaje con toda tranquilidad.
09.55 La descodificación del mensaje reviste ciertas dificultades.
Un parroquiano en apuros aporrea la puerta.
10.40 Mensaje descifrado. La Junta Suprema quiere saber por
qué Luisito Suárez no ha seleccionado a Luis Milla. Imposible
responder sin el instrumental, que se ha quedado en la nave.
11.00 Regreso a casa en metro. Durante el trayecto voy mirando a
las chicas que suben y bajan. Elegir una entre tantas no resulta fácil,
porque ello implica renunciar a las demás, y mis preferencias están
muy repartidas.
13.00 Decido dedicar la tarde a estudiar el tema.
15.00 A efectos metodológicos, decido agrupar las dificultades en
tres grupos o apartados a) dificultades biológicas, b) dificultades
psicológicas, c) dificultades prácticas. Todas se me antojan insalvables.
15.30 Algunas precisiones útiles: el órgano reproductor de los
seres humanos se divide en dos partes, denominadas, respectivamente
la cámara alta y la cámara baja. Esta última posee un apéndice o
pedúnculo denominado Pons.
17.05 Bajo al quiosco y adquiero el calendario Playboy. Subo
corriendo a casa con el calendario Playboy escondido bajo la
americana.
17.15 Me pregunto si la peculiar anatomía de las señoritas que
aparecen fotografiadas en el calendario Playboy les permitiría soportar
una presión de noventa mil atmósferas.
19.00 Dedico buena parte de la tarde a documentarme sobre
algunos asuntos pertinentes al tema. Pregunta: ¿Cuándo debe un
caballero respetar a una dama? Respuesta: cuando a ella la hagan
acreedora sus cualidades morales, su condición social, su decoro en el
vestir y su higiene personal. En los demás casos, el recurso a la
violencia es opcional. Otros detalles que debo memorizar: ¿Cuándo
deben enviarse y cuándo no deben enviarse flores a un entierro? ¿Es
lícito el tuteo? El sombrero, los guantes y el bastón. Ante la pila de
agua bendita: un momento delicado. Bocadillos, canapés y petifurs.
¡Esas posturitas!
20.00 Ensayo ante el espejo algunas posibles apariencias. A las
mujeres hay que entrarles por los ojos y la primera impresión cuenta
muchísimo. Manuel Orantes, Viriato, Giorgio Armani, Eisenhower.
20.30 Decido dar una vuelta para despejarme. Temperatura, 18
grados centígrados; humedad relativa, 65 por ciento; brisa moderada;
estado de la mar, llana.
20.55 Pocas ciudades en la Tierra pueden ufanarse de tener una
oferta cultural tan variada como la de Barcelona. Por desgracia, el
horario de los espectáculos no siempre coincide con la conveniencia
de los ciudadanos. Por ejemplo, la orca Ulises sólo actúa a
determinadas horas de la mañana; y así sucesivamente. Por suerte, mis
pasos me han conducido a las Ramblas cuando está a punto de
empezar la representación del Liceo.
23.30 El Liceo es sin duda el primer coliseo de España y uno de
los mejores de Europa. Padece, sin embargo, una crisis financiera
endémica de la que a menudo se resiente la calidad de los eventos
musicales que en él se celebran. Esta noche, según informaba
cabalmente el programa de mano, la orquesta y coros no han podido
actuar por falta de nómina. La tuna de ingenieros, que los
reemplazaba, ha hecho lo humanamente posible, pero el Boris
Godunov ha quedado algo deslucido.
24.00 Regreso a casa. Todavía sin noticias de Gurb. Pijama,
dientes, Jesusito de mi vida y a dormir.
DÍA 16
07.00 Ayudo al señor Joaquín a subir la persiana metálica y a
poner bien las sillas. Distribuyo por la barra las cajas de servilletas de
papel y unos cilindros semitransparentes llenos de pajitas, que pueden
extraerse, no sin esfuerzo, a través de un orificio practicado en el
extremo superior del aparato. Mientras trabajo, me intereso por la
señora Mercedes, a la que me extraña no ver en su puesto. El señor
Joaquín me informa de que su esposa, también llamada la señora
Mercedes, ha pasado la noche del loro y se ha ido temprano al
dispensario. Teme que haya hecho otra vez alguna piedra. Hago votos
por su pronto y total restablecimiento. Hoy, en vez de tortilla de
berenjena, pan con tomate y fuet. Pregunto: ¿hay algún mensaje para
mí? No, no hay ningún mensaje para mí.
09.00 Hojeo la prensa y la comento con la clientela que ha ido
llegando. Preocupación general por el asunto de Salou-Vilaseca. Un
cliente de cierta edad recuerda el tristemente célebre corredor de
Danzing y lo que de él se siguió. Otro señala que la misma existencia
de armas nucleares hace impensable una conflagración, pese a que la
actitud de ambos municipios parece harto enconada. Otra opinión: la
gente es muy bestia. Otra: las armas las carga el diablo. Algunos
términos útiles: yunque de platero, tas; son de las islas Canarias, isa.
09.10 Llega la señora Mercedes en un taxi, pálida, pero sonriente.
A la espera de lo que digan las radiografías que se ha de ir a hacer
mañana, el diagnóstico es optimista: quizá se trate sólo de una arenilla.
Quiere ponerse a fregar los platos, pero se lo prohibimos. Lo que le
conviene es reposo, reposo y reposo. Me pongo el delantal y friego
los platos, tazas y vasos. Rompo dos.
10.00 Regreso a Barcelona. Realmente, las chicas que van en el
metro están más buenas que el pan. Estoy por dirigir la palabra a
varias, pero me abstengo. No quiero que me tomen por un frescales.
11.00 Visito las obras del Anillo Olímpico, del Palacio Nacional,
del Segundo Cinturón. Detecto cierto malestar en algunos sectores de
opinión, porque, según dicen, el gasto superará lo previsto en los
presupuestos iniciales. Con los ingresos no sucederá otro tanto. Los
seres humanos no han aprendido a introducir el factor tiempo en sus
operaciones aritméticas, con lo cual éstas, por más que digan, no
sirven para nada. Bien poco les costaría corregir el error, si fuesen
conscientes de él. Por ahora, no obstante, son incapaces de entender
un problema elemental como éste. Si una pera vale 3 pesetas, ¿cuánto
valdrán
3
peras
el
año
3628?
Solución:
987365409587635294736489 pesetas. De todas formas, la
discusión, en el caso de las obras Olímpicas carece de interés, porque
antes de año 2000 los Bancos centrales habrán abandonado el patrón
oro y lo habrán sustituido por el chocolate Elgorriaga en sus tres
modalidades: con leche, sin leche y con avellanas.
15.00 Pescadito frito en la Barceloneta. Tarta al whisky, café,
copa y Farias. Luego, a casa. Alka Seltzer.
19.30 Me despierto de la siesta a tiempo para ver la semifinal de
baloncesto en TV2. El Barça juega mal, con muchos nervios, pero
acaba ganando por los pelos en el último minuto. Acción de gracias.
Temperatura, 22 grados centígrados; cielos despejados; humedad
relativa, 75 por ciento; vientos suaves de componente sur; estado de la
mar, llana.
23.00 Salgo de bares, a tantear el terreno. Si se presenta la
ocasión, no la dejaré escapar. Antes de salir adopto la apariencia de
Frascuelo Segundo. Si lo que quieren es marcha, la tendrán.
23.30 Cubata en bar de moda, Bonanova; premio FAD de
interiorismo. Pocas chicas y acompañadas.
00.00 Cubata en bar de moda, Ensanche; premio FAD de
interiorismo. Bastantes chicas; todas acompañadas.
00.30 Cubata en bar de moda, Raval; premio FAD de interiorismo
(ex aequo). Muchas chicas; todas acompañadas.
01.00 Cubata en bar de moda, Pueblo Nuevo; premio FAD de
restauración de espacios urbanos. Ninguna chica: creo que me he
equivocado de local.
01.30 Cubata en bar de moda, Sants; finalista premio FAD de
interiorismo. Chicas sueltas, pero de las que pegan.
02.00 Cubata en bar de moda, Hospitalet; sin premio. Mucha
chica suelta. Ambiente guay. Música en vivo. Subo al estrado, me hago
con el micro y canto. La letra de la canción es mía. La he compuesto
para la ocasión. Dice así:
Enróllate, tío
Enróllate, tío
Enróllate, tío
Enróllate, tío
Enróllate, tío
Si te quieres enrollar
Enróllate, tío
(al refrán)
Enróllate, tío
Enróllate, tío (etc.)
Como intuyo que gusta, repito la canción varias veces. Suben al
estrado unos individuos fornidos y me invitan a abandonar el local. En
la última semana ya he tenido dos encuentros con la poli, así que opto
por aceptar su invitación.
04.21 Vomito en un parterre de la plaza Urquinaona.
04.26 Vomito en un parterre de la plaza Cataluña.
04.32 Vomito en un parterre de la plaza Universidad.
04.40 Vomito en el paso de peatones del cruce Muntaner-Aragón.
04.50 Paro un taxi; le digo que me lleve a casa; vomito en el taxi.
DÍA 17
11.30 Me despierto en mi cama. No sé cómo he llegado hasta
aquí. Todavía llevo puesto el traje de luces, aunque he perdido la
montera, el estoque y una oreja que me habían concedido, si no
recuerdo mal. Trato de levantarme, pero no puedo. De la cabeza,
mejor no hablar. Decido quedarme en la cama remoloneando. De
todas formas, hoy es domingo y el bar de la señora Mercedes y el
señor Joaquín estará cerrado. Todavía sin noticias de Gurb.
14.00 Me visto y salgo a dar un paseo. El tiempo es cálido y hay
poca gente en la calle. Muchas familias se han ido a pasar el fin de
semana en el campo en su segunda residencia. Todo está cerrado a
cal y canto: las tiendas, por supuesto, y también los bares y los
restaurantes. A mí, plim. Tal como tengo el estómago, soy incapaz de
comer nada.
14.20 Encuentro abierta una tiendecita de artículos deportivos que
durante los días laborables no vende una escoba. Quizá por esta razón
abre los domingos y alquila bicicletas. Alquilo una bicicleta. Es un
aparato muy simple de concepción, pero sumamente complicado de
manejo, pues requiere el uso simultáneo de las dos piernas, a
diferencia del andar, que permite dejar una pierna muerta mientras se
avanza la otra. A este gesto o fracción de gesto (según se mire) se da
el nombre de pisar. Si al andar se va colocando el pie izquierdo a la
derecha del pie derecho y luego, en el gesto o fracción de gesto
siguiente, se procede del modo inverso, esto es, colocando el pie
derecho a la izquierda del pie izquierdo, la resultante se llama pisar con
garbo.
15.00 Como la calle dispone de una pendiente pronunciada, el
paseo en bicicleta se subdivide en dos partes bien distintas entre sí, a
saber a) bajar, b) subir. La primera parte (bajar) es una gozada; la
segunda (subir), una tortura. Por suerte, la bicicleta lleva adosados a
ambos lados del manillar sendos frenos. Los frenos, al ser accionados,
impiden que la bicicleta adquiera una velocidad creciente o acelerada
en la bajada. En la subida, los frenos impiden que la bicicleta se vaya
hacia atrás.
17.30 Devuelvo la bicicleta. El ejercicio me ha abierto el apetito.
Encuentro abierta una churrería y me como un kilogramo de churros,
un kilogramo y medio de buñuelos y tres kilogramos de pestiños.
18.00 Me siento en un banco de la calle a hacer la digestión. El
tráfico, que hasta ahora era prácticamente inexistente, se va
densificando por momentos. Esto sucede porque todo el mundo está
volviendo a la ciudad. En los accesos a la ciudad se producen
retenciones, que a menudo alcanzan el grado de importantes
retenciones. Algunas de estas retenciones, sobre todo las
denominadas importantes retenciones, duran hasta el próximo fin de
semana, de modo que hay personas desafortunadas (y familias
enteras) que se pasan la vida yendo del campo a la retención y de la
retención al campo, sin llegar a pisar nunca la ciudad en la que viven,
con el consiguiente menoscabo de la economía familiar y la educación
de los niños.
La densidad del tráfico es uno de los problemas más graves de
esta ciudad y una de las cosas que más preocupado tiene a su alcalde,
también llamado Maragall. Éste ha recomendado en varias ocasiones
el uso sustitutivo de la bicicleta y ha aparecido en los periódicos
montado precisamente en una bicicleta, aunque, la verdad sea dicha,
nunca lleva trazas de ir muy lejos. Quizá la gente haría más uso de la
bicicleta si la ciudad fuera más llana, pero esto tiene mal arreglo,
porque ya está casi toda edificada. Otra solución sería que el
Ayuntamiento pusiera bicicletas a disposición de los transeúntes en la
parte alta de la ciudad, con las cuales éstos podrían ir al centro muy
deprisa y casi sin pedalear. Una vez en el centro, el propio
Ayuntamiento (o, en su lugar, una empresa concesionaria) se
encargaría de meter las bicis en camiones y volverlas a llevar a la parte
alta. Este sistema resultaría relativamente barato. A lo sumo, habría
que colocar una red o colchoneta en la parte baja de la ciudad para
impedir que los menos expertos o los más alocados se cayeran al mar
una vez efectuado el trayecto descendente. Quedaría pendiente, claro
está, la forma en que la gente que hubiera bajado al centro en bicicleta
volviera a la parte alta, pero esto no es cosa que deba preocupar al
Ayuntamiento, porque no es función de esta institución (ni de ninguna
otra) coartar la iniciativa de los ciudadanos. Otro invento: un
preparado químico y un dispositivo de ignición que permita encender
los puros pulsando la vitola. Temperatura, 21 grados centígrados;
humedad relativa 75 por ciento; brisas moderadas; estado de la mar,
llana.
19.10 Regreso a casa. En el portal encuentro a la vecina del
tercero primera y a su hijo. Han dejado el coche en doble fila mientras
ella descarga bolsas y paquetes. Su hijo, demasiado pequeño para
ayudar a su madre en este menester, aguarda en la acera hurgándose la
naricita. La vecina viste pantalón corto y camiseta ceñida, dos prendas
que solazan a quien las ve.
19.15 Después de mirar un rato a la vecina escondido detrás de
un árbol, me avergüenzo de mí mismo y me ofrezco a ayudarla en la
descarga y transporte de bolsas y paquetes. Rehúsa mi ayuda. Me
informa que cada fin de semana es la misma tabarra y de que ya está
acostumbrada. Insisto y me permite cargar una bolsa de plástico llena
de embutidos. Le pregunto si los ha fabricado ella misma. Respuesta:
no; los he comprado en un pueblecito próximo a La Bisbal, donde
tengo casa. Pregunta: ¿y por qué se los viene a comer aquí?
Respuesta: no entiendo la pregunta.
19.25 Finalizada la descarga y transporte de bolsas y paquetes del
coche al ascensor, subimos en el ascensor. Aprovecho la proximidad
para calibrar las medidas corporales de mi vecina. Estatura de mi
vecina (de pie), 173 centímetros; longitud del pelo más largo (zona
occipital), 47 centímetros; del más corto (zona supralabial), 0,002
centímetros; distancia del codo a la uña (dedo pulgar), 40 centímetros;
distancia del codo izquierdo al codo derecho, 36 centímetros (en
posición de firmes), 126 centímetros (con los brazos en jarras).
19.26 Sacamos bolsas y paquetes del ascensor y los depositamos
en el descansillo o rellano del tercer piso. Mi vecina me agradece la
ayuda prestada y añade que me invitaría a pasar, pero que el niño está
agotado. Se ha de bañar, cenar y meter en la cama pitando, porque
mañana hay cole. Le digo que no quiero causarles ninguna molestia y
que, de todos modos, ya tendremos ocasión de volvernos a ver,
puesto que vivo en el mismo inmueble. Mi vecina responde que ya lo
sabía, pues la portera le ha hablado de mí. ¿La habrá puesto al
corriente de mis costumbres licenciosas?
20.00 Entretenido con la vecina, llego por los pelos a misa de
ocho. Sermón largo, pero muy interesante. No confiéis en aquellos que
os engañan; confiad más bien en aquellos que no os engañan.
21.30 Llego a la churrería cuando ya están echando el cierre. Me
llevo todas las existencias.
22.00 Me como todo lo que he traído mirando la televisión.
Decididamente, me gusta mi vecina. A veces uno busca lejos lo que
tiene bien cerca. Es una cosa que nos sucede a menudo a los
astronautas.
23.00 Pijama, dientes. ¿Y si me comprara una moto?
23.15 Leo Medio siglo de peluquería en España, tomo I (La
República y la Guerra Civil).
00.30 Oraciones. Todavía sin noticias de Gurb.
DÍA 18
07.00 Me persono en el bar de la señora Mercedes y el señor
Joaquín y encuentro a ambos, es decir a la señora Mercedes y al señor
Joaquín, cerrando la persiana metálica. ¿A qué obedece esta inversión
de las costumbres? Mejor dicho, ¿a qué obedece esta alteración de
las costumbres? Explicación: la señora Mercedes ha vuelto a pasar la
noche con un loro y ahora el señor Joaquín la acompaña al dispensario
para que la reconozcan. Por esta causa han de cerrar el
establecimiento al público, cosa que induce al señor Joaquín a fruncir
el ceño. Les propongo hacerme cargo del local hasta su regreso. El
señor Joaquín y la señora Mercedes se niegan. No quieren
ocasionarme ninguna molestia. Les convenzo de que no es ninguna
molestia; antes al contrario.
07.12 Después de mostrarme de un modo somero el
funcionamiento de los aparatos de uso más frecuente en el bar, el
señor Joaquín y la señora Mercedes suben a bordo de un Seat Ibiza,
el cual parte.
07.19 Recorro el establecimiento, pasando revista al instrumental.
Creo que sabré hacer funcionar todos los aparatos, salvo uno muy
complicado denominado grifo.
07.21 Pongo a punto la cafetera para que los clientes no tengan
que esperar a que se caliente el agua.
07.40 Voy preparando bocatas con idéntica finalidad, pero a
medida que los hago, me los zampo.
07.56 Descubro una cucaracha sobre el mostrador. Intento
aplastarla con una loncha de jamón de York, pero huye y se oculta en
un intersticio, entre el mostrador y el fregadero. Desde allí me hace
burla con las antenas. Ahora vas a ver tú. Cucal en dosis masivas.
08.05 No encuentro por ninguna parte las jarritas de cerveza.
Bebo aplicando los labios al caño. Me sale espuma por todos los
poros. Parezco un borreguito.
08.20 Entra el primer cliente. Quiera Dios que pida algo fácil.
08.21 El primer cliente se dirige a mí y me da los buenos días.
Respondo en idénticos términos. Mentalmente doy instrucciones a la
cafetera, a la nevera y a los croissants para que también le den los
buenos días. El primer cliente parece quedar gratamente sorprendido
de esta cortés salutación.
08.24 El primer cliente pide un café con leche. Compruebo con
horror que la cafetera no se ha calentado. Quizá adolece de un defecto
de fabricación o quizá yo olvidé accionar algún botón o clavija. Ante la
perspectiva de que el primer cliente se vaya sin haber hecho su
correspondiente consumición, opto por meterme el enchufe de la
cafetera en las fosas nasales y transmitirle parte de mi carga energética
por este conducto. La cafetera se funde, pero sale un café riquísimo.
08.35 Sirvo el café con leche al primer cliente. Con los nervios se
me derrama la mitad. Todavía me cuelga de la nariz el cable eléctrico y
me doy cuenta (demasiado tarde) de que en vez de leche he puesto
Cucal en el café. Temperatura, 21 grados centígrados; humedad
relativa, 50 por ciento; vientos flojos del nordeste; estado de la mar,
rizada.
11.25 Mientras intento despegar del techo una tortilla de veintidós
huevos, regresa al bar el señor Joaquín. Antes de que pueda
percatarse de los desperfectos, le digo que yo repondré, de mi propio
bolsillo, la cafetera, la nevera, el lavaplatos, el televisor, las lámparas y
las sillas. Para animarle, le informo de que esta mañana la clientela ha
sido numerosa. La caja, que él dejó vacía al irse, contiene ahora ocho
pesetas. Quizá no di bien las vueltas. Pese a mis temores, el señor
Joaquín reacciona con indiferencia, como si todo lo que le cuento no le
interesara. Ni siquiera le sorprende encontrarme en el techo sin
escalera. Entonces me doy cuenta de que ha vuelto al bar solo, esto
es, sin la señora Mercedes. Me intereso por lo ocurrido.
11.35 El señor Joaquín frunce el ceño y me dice que han
internado a la señora Mercedes en un hospital y que habrán de
operarla mañana sin falta. Al parecer, se han presentado algunas
complicaciones que exigen una intervención rápida. Mientras me
refiere lo antedicho, vamos cerrando el bar.
11.55 Regreso a la ciudad en metro. Aunque todas las chicas que
viajan en el metro están buenísimas, yo no me fijo en ellas, porque
tengo el corazón en un puño.
12.20 Hasta la hora de comer, hago tiempo inspeccionando
algunas obras que se llevan a cabo en solares céntricos. Parece ser
que está de moda construir hacia abajo más que hacia arriba. Edificios
de cinco o seis plantas sobre el nivel de la calle, cuentan con diez o
quince plantas subterráneas, destinadas, casi siempre, a parking o
pupilaje. De ambas modalidades, esta última, la denominada pupilaje,
es de largo la más cara. Muchas familias acomodadas han de
enfrentarse a una terrible disyuntiva: o enviar a los hijos a estudiar a los
Estados Unidos o tener el coche a pupilaje. Esto no sucedía hace
años, cuando no existían los automóviles, y menos aún cuando no
existían los automóviles ni los Estados Unidos. En aquella época
antigua, los edificios apenas si contaban con una planta subterránea,
llamada sótano y destinada a bodega, despensa y mazmorra.
Sin embargo, las cosas no fueron siempre así. En una época
anterior, de la cual no queda memoria en los archivos de la Tierra,
todas las casas eran subterráneas. Los hombres primitivos que las
construyeron imitaban en esto a los animales constructores, como los
topos, los conejos, los tejones y los patos (de entonces), y como
ningún animal de los mencionados sabía poner un ladrillo sobre otro, a
los hombres, que no tenían más maestro que la Naturaleza, tampoco
se les ocurría hacerlo. En aquella época había ciudades enteras que no
afloraban ni un palmo sobre el nivel del suelo. Debajo estaban las
calles, las plazas, los teatros y los templos. La celebérrima Babilonia
(no la que aparece en las crónicas y los libros de historia, sino otra
anterior, situada cerca de donde hoy se encuentra Zurich) era
totalmente subterránea, inclusive sus reputados jardines colgantes,
concebidos y realizados por un arquitecto y horticultor llamado
Abundio Greenthumb (más tarde deificado), que consiguió que los
árboles y las plantas crecieran hacia abajo.
14.00 Llego al lugar donde ayer estaba la churrería y veo que ya
no está. Desconcierto. Preguntando a unos y a otros doy con ella.
Resulta que la churrería es, en realidad, un remolque habilitado como
churrería. Una de las paredes laterales del remolque se abate por
medio de unas bisagras y se transforma en mostrador. Tras el panel,
dentro del remolque, figura la churrería propiamente dicha. Este
sistema permite a su dueño instalar la churrería (con el debido permiso
municipal) allí donde las expectativas de negocio son o parecen ser
más halagüeñas. Así, los días laborales, a primera hora de la mañana,
suele encontrársele en la parte alta de la Bonanova, donde la
concentración de colegios es mayor y donde cuenta con una clientela
fiel entre los alumnos, los acompañantes de los alumnos y el
profesorado; a otras horas acude a otros lugares, como, por ejemplo,
la puerta de la cárcel Modelo, donde le compran los abogados que
visitan a sus clientes, los familiares de estos clientes, los guardias que
vigilan a estos mismos clientes y algunos clientes que han logrado
fugarse, o frente a la puerta de urgencias del Hospital Clínico (personal
sanitario, heridos leves y enfermos de poca gravedad que desean
acceder a la categoría de enfermos de mucha gravedad), o frente a la
Plaza de Toros Monumental (turistas y banderilleros locos), o frente al
Palau de la Música Catalana (miembros de la Orquesta Ciutat de
Barcelona, sección vientos), y así sucesivamente.
15.00 Regreso a casa. En la puerta del ascensor hay un letrero
que dice: NO FUNCIONA. Se refiere sin duda al ascensor. Decido
subir a pie.
15.02 Al pasar frente a la puerta del piso de mi vecina me
detengo. En el interior suenan voces. Desmonto el timbre, me
introduzco el cable eléctrico en las orejas y escucho. ¡Es ella! Al
parecer, su hijo se muestra remiso a ingerir un plato de verdura. Ella le
insta a comer diciéndole que si no come no crecerá ni será fuerte
como Supermán; por si estos argumentos no bastan, añade que si no
se traga toda la coliflor en menos de cinco minutos le partirá los
dientes con el taburete de la cocina. Me avergüenzo de hollar de este
modo la intimidad de su hogar, dejo los cables colgando de la caja y
continúo subiendo las escaleras.
15.15 Me como los diez kilogramos de churros que he comprado.
Me gustan tanto que, acabado el último, me como también el papel
aceitado que los envolvía.
16.00 Tendido en la cama y con la vista clavada en el techo, del
que cuelgan varias arañas grandes como melones, pienso en mi vecina.
Por más que me devano los sesos (que no tengo), no doy con la forma
idónea de abordarla. Llamar a su puerta e invitarla a cenar no me
parece prudente ni oportuno. Tal vez la invitación debería ir precedida
de un obsequio. En ningún caso debo enviarle dinero, pero, si a pesar
de todo decidiera enviárselo, mejor en billetes de banco que en
monedas. Las joyas presuponen una relación más formal. Un perfume
es un regalo delicado, pero muy personal; se corre el riesgo de no
acertar el gusto de la persona a la que se desea obsequiar. Laxantes,
emulsivos, apósitos, vermicidas, antirreumáticos y demás productos
farmacéuticos, excluidos. Es muy probable que le gusten las flores y
los animales domésticos. Podría enviarle una rosa y dos docenas de
dobermans.
17.20 Me asalta el temor de que mi vecina tome cualquier regalo
procedente de mí como un atrevimiento. Intento exterminar las arañas
con Cucal.
17.45 Necesito ropa. Salgo a la calle. Me compro unas bermudas.
Me darían un aspecto desenfadado si no salieran por debajo las
perneras de los calzoncillos de felpa, pero la verdad es que no puedo
prescindir de ellos, pues, aunque el clima es casi veraniego (y con
tendencia a un ligero aumento de las temperaturas), mi metabolismo se
adapta mal al cuerpo humano. Tengo siempre los pies helados, al igual
que las pantorrillas y los muslos; las rodillas, en cambio, me bullen, y lo
mismo me sucede con uno de los glúteos (con el otro, no); y así
sucesivamente. Lo peor es la cabeza, quizá debido a su intensa
actividad intelectual a que la someto de continuo. Su temperatura
sobrepasa a veces los 150 grados centígrados. Para paliar este calor
llevo siempre un sombrero de copa, cuyo interior voy rellenando con
cubitos de hielo que compro en las gasolineras, pero el remedio, por
desgracia, es pasajero. En seguida el hielo se licua, el agua hierve y la
chistera sale despedida con tal potencia que las primeras que tuve aún
siguen en el aire (ahora he mejorado el sistema sujetando el ala de la
chistera al cuello de la camisa con una goma resistente). También me
he comprado tres camisas de manga corta (azul cobalto, amarilla,
granate), unos mocasines de ante para llevar sin calcetines y un traje
de baño floreado con el que me han asegurado que me haré el amo de
todas las piscinas. Que Dios les oiga.
19.00 De vuelta a casa, me quedo pensando frente a la televisión.
Urdo un plan para trabar contacto con mi vecina sin despertar sus
sospechas respecto de mis intenciones. Ensayo frente al espejo.
20.30 Voy a casa de mi vecina, llamo quedamente a su puerta con
los nudillos, me abre mi vecina en persona. Me disculpo por
importunarla a estas horas y le digo (pero es mentira) que a medio
cocinar me he dado cuenta de que no tengo ni un grano de arroz.
¿Tendría ella la amabilidad de prestarme una tacita de arroz, añado,
que le devolveré sin falta mañana por la mañana, tan pronto abran
Mercabarna (a las 5 de la mañana)? No faltaría más. Me da la tacita
de arroz y me dice que no hace falta que le devuelva el arroz, ni
mañana, ni nunca, que para estas emergencias están los vecinos. Le
doy las gracias. Nos despedimos. Cierra la puerta. Subo corriendo a
casa y tiro el arroz a la basura. El plan está funcionando mejor de lo
que yo mismo había previsto.
20.35 Vuelvo a llamar a la puerta de mi vecina. Me abre ella
personalmente. Le pido dos cucharadas de aceite.
20.39 Vuelvo a llamar a la puerta de mi vecina. Me abre ella
personalmente. Le pido una cabeza de ajos.
20.42 Vuelvo a llamar a la puerta de mi vecina. Me abre ella
personalmente. Le pido cuatro tomates pelados, sin pepitas.
20.44 Vuelvo a llamar a la puerta de mi vecina. Me abre ella
personalmente. Le pido sal, pimienta, perejil, azafrán.
20.46 Vuelvo a llamar a la puerta de mi vecina. Me abre ella
personalmente. Le pido doscientos gramos de alcachofas (ya
hervidas), guisantes, judías tiernas.
20.47 Vuelvo a llamar a la puerta de mi vecina. Me abre ella
personalmente. Le pido medio kilo de gambas peladas, cien gramos
de rape, doscientos gramos de almejas vivas. Me da dos mil pelas y
me dice que me vaya a cenar al restaurante y que la deje en paz.
21.00 Tan deprimido que ni siquiera tengo ganas de comerme los
doce kilos de churros que me he hecho traer por un mensajero. Sal de
fruta Eno, pijama y dientes. Antes de acostarme entono las letanías a
voz en cuello. Todavía sin noticias de Gurb.
DÍA 19
07.00 Hoy se cumple una semana (en el sistema decimal) de la
desaparición de Gurb y la efemérides, unida a los demás reveses de
fortuna que he sufrido últimamente, acaban de abatir mi ánimo. Para
combatir la depresión me como los churros que dejé anoche y salgo
de casa sin lavarme los dientes.
08.00 Me persono en la catedral con la intención de ofrecer un
cirio a Santa Rita para que vuelva Gurb, pero al acercarme al altar,
tropiezo y con el cirio prendo fuego al lienzo que lo cubre. El siniestro
es sofocado fácilmente, pero no antes de que resulten fritas dos ocas
del claustro. Mal presagio.
08.40 Saliendo de la catedral entro en un bar y desayuno (los
churros de antes no cuentan) tortilla de atún, dos huevos fritos con
morcilla, tasajo y berberechos. Para beber, cerveza (un tanque). Este
piscolabis debería animarme, pero lejos de ello, su deglución me trae
el recuerdo de la señora Mercedes, que a estas horas debe de estar
siendo intervenida. Prometo ir a Montserrat a pie (sin desintegrarme) si
sale con bien del trance.
09.00 Bajo paseando por las Ramblas, me meto por algunas calles
laterales. En esta parte de la ciudad la gente es variopinta y bastaría su
sola contemplación para saber que Barcelona es puerto de mar
aunque no lo fuera. Aquí confluyen razas de todo el mundo (y también
de otros mundos, si se me incluye a mí en el censo) y aquí se cruzan y
descruzan los más variados destinos. Es el paso de la Historia el que
ha formado este barrio y el que ahora lo nutre con sus polluelos, uno
de los cuales, dicho sea de paso, acaba de chorizarme la cartera.
09.50 Continúo el paseo y las reflexiones a que éste me induce.
Para pasar inadvertido, decido adoptar una constitución física de raza
negra (pero con la fisonomía y la hechura de Luciano Pavarotti),
mayoritaria en la zona. De todos los seres humanos, los llamados
negros (porque lo son), parecen ser los mejor dotados: más altos, más
fuertes y más ágiles que los blancos, e igual de tontos. Los blancos, sin
embargo, no los tienen en alta estima, tal vez porque perdura en el
subconsciente colectivo el recuerdo de un tiempo muy remoto, en el
cual los negros fueron la raza dominante, y los blancos, la dominada.
La riqueza del imperio negro provenía del cultivo de árboles frutales,
cuya cosecha exportaban casi íntegramente al resto del mundo. Como
las demás razas se dedicaban sólo a la caza, pues desconocían la
agricultura y aun la pesca, su dieta era muy nociva y necesitaban
desesperadamente de la fruta para reducir el nivel de colesterol. La
opulencia y el poder del imperio negro duraron mientras duró el cultivo
intensivo de las naranjas y las peras, los melocotones y los
albaricoques. La decadencia empezó con el emperador Baltasar II,
bisabuelo de aquel otro Baltasar, que viajó a Belén en compañía de
Melchor y Gaspar. Baltasar II, apodado el Mentecato, hizo extirpar
todos los frutales del imperio y dedicar la tierra fértil a la producción
de mirra, un artículo que entonces, como ahora, tenía poca salida en el
mercado.
11.00 Llego a una plaza formada por el derribo de varias
manzanas. En el centro se yergue una palmera tiesa y peluda como un
mal bicho. Numerosos ancianitos desecándose al sol, a la espera de
que sus familiares vengan a buscarlos. Los pobres no saben que
muchos de ellos nunca serán recogidos, pues sus familiares han partido
de crucero a los fiordos noruegos. En algunos bandos todavía pueden
verse los ancianitos abandonados el verano pasado, en avanzado
estado de momificación, y los ancianitos abandonados hace quince
días, en una fase de acomodación al medio menos golosa. Me siento
junto a uno de estos últimos y leo el suplemento literario de un
periódico de Madrid, que alguien, con idéntico criterio, ha dejado
abandonado en el banco.
12.00 Invaden la plaza bandadas de niños recién salidos de los
colegios. Juegan al aro, al diábolo y a la gallinita ciega. El verlos me
entristece aún más. En mi planeta no existe lo que aquí se denomina la
infancia. Al nacer, nos introducen en nuestros órganos cogitativos la
dosis necesaria (y autorizada) de sabiduría, inteligencia y experiencia;
pagando un suplemento, nos introducen también una enciclopedia, un
atlas, un calendario perpetuo, un número indefinido de recetas de
cocina de Simone Ortega y la guía Michelin (verde y roja) de nuestro
amado planeta. Cuando alcanzamos la mayoría de edad, y previo
examen, nos introducen el código de la circulación, las ordenanzas
municipales y una selección de las mejores sentencias del tribunal
constitucional. Pero infancia, lo que se dice infancia, no tenemos. Allí
cada uno vive la vida que le corresponde (y punto) sin complicarse la
suya ni complicar la de los demás. Los seres humanos, en cambio, a
semejanza de los insectos, atraviesan por tres fases o etapas de
desarrollo, si el tiempo se lo permite. A los que están en la primera
etapa se les denomina niños; a los de la segunda, currantes, y a los de
la tercera, jubilados. Los niños hacen lo que se les manda; los
currantes, también, pero son retribuidos por ello; los jubilados también
perciben unos emolumentos, pero no se les deja hacer nada, porque
su pulso no es firme y suelen dejar caer las cosas de las manos, salvo
el bastón y el periódico. Los niños sirven para muy poca cosa.
Antiguamente se los utilizaba para sacar carbón de las minas, pero el
progreso ha dado al traste con esta función. Ahora salen por la
televisión, a media tarde, saltando, vociferando y hablando una
jerigonza absurda. Entre los seres humanos, como entre nosotros, se
da también una cuarta etapa o condición, no retribuida, que es la de
fiambre, y de la que más vale no hablar.
14.00 La contemplación de los niños y los viejos y la reflexión
sobre mi propia existencia me han acongojado. Vierto copiosas
lágrimas. Como mi naturaleza humana, según he dicho antes, es de
quita y pon, no dispongo de glándulas que reemplacen lo que gasto o
lo que expulso, de modo que el llanto, la transpiración y una caquita
que se me ha escapado hace un rato han reducido considerablemente
mi complexión. Ahora mi estatura apenas rebasa los 40 centímetros.
Salto del banco al suelo y corro entre las piernas de los transeúntes
hasta encontrar un portal seguro y discreto donde recomponerme.
14.30 Decido adoptar la apariencia de Manuel Vázquez
Montalbán y me voy a comer a Casa Leopoldo.
16.30 Vuelvo a casa. Llamo por teléfono al bar de la señora
Mercedes y el señor Joaquín para preguntar al señor Joaquín cómo ha
ido la operación de la señora Mercedes. Contesta un individuo que
dice ser amigo del señor Joaquín, a quien sustituye en el bar mientras el
señor Joaquín cumple la función (no retribuida) de acompañante de la
señora Mercedes en el hospital donde ésta ha sido operada esta
mañana. Le agradezco la información y cuelgo.
16.33 Vuelvo a llamar al bar y pregunto al individuo que cumple
las funciones del señor Joaquín (en el bar) si la operación ha ido bien.
Sí. La operación ha ido bien y el resultado ha sido calificado de
satisfactorio por los facultativos. Le agradezco la información y cuelgo.
16.36 Vuelvo a llamar al bar y pregunto al individuo que cumple
las funciones del señor Joaquín (en el bar) si se puede visitar a la
señora Mercedes en el hospital donde convalece. Sí. A partir de
mañana, de 10.00 a 13.00 y de 16.00 a 20.00 horas. Le agradezco la
información y cuelgo.
16.39 Vuelvo a llamar al bar y pregunto al individuo que cumple
las funciones del señor Joaquín (en el bar) en qué hospital se encuentra
la señora Mercedes. En el hospital de Santa Tecla, sito en el barrio de
Horta. Le agradezco la información y cuelgo.
16.42 Vuelvo a llamar al bar y pregunto al individuo que cumple
las funciones del señor Joaquín (en el bar) si al hospital de Santa Tecla
se puede ir en bicicleta. Me cuelga el teléfono antes de que yo tenga
tiempo de agradecerle la información y él de dármela. Temperatura, 26
grados centígrados; humedad relativa, 74 por ciento; vientos flojos;
estado de la mar, llana.
17.00 Me tumbo a dormir una siestecita en el sofá, pero el calor
aprieta y se me pega la ropa al cuerpo. Agrava la cosa el hecho de que
el sofá está tapizado de material plástico y que el contenido de los
cojines sea también de material plástico, al igual que los muelles, las
patas y todos los demás muebles y objetos de mi casa. La alternativa,
esto es, productos de origen vegetal, como la madera y el algodón, o
incluso animal, como la lana y la piel, me producen tal asco que sólo
de pensarlo me dan arcadas. Me introduzco un zapato en la garganta y
así evito devolver un condumio exquisito y ya pagado.
17.10 Como no puedo dormir por culpa del calor, decido adoptar
la apariencia del Mahatma Gandhi, lo cual me proporciona un atuendo
cómodo y muy fresco y, de paso, un paraguas, que nunca viene mal en
esta época del año.
17.50 Sueño agitado. Despierto convulso, bañado en sudor.
Siento la imperiosa necesidad de comer churros o, en su defecto, de
ver a mi vecina.
18.00 Abro sigilosamente la puerta de mi piso. Oteo la escalera.
Nadie. Salgo al rellano. Cierro sigilosamente la puerta de mi piso.
18.01 Subo sigilosamente la escalera. Nadie me ha visto. Me
detengo sigilosamente ante la puerta del piso de mi vecina.
18.02 Aplico sigilosamente las dos orejas a la puerta del piso de
mi vecina. No se oye nada.
18.03 Examino sigilosamente la cerradura de la puerta del piso de
mi vecina. Por fortuna, se trata de una cerradura de las llamadas de
máxima seguridad (con las normales no hay quien pueda) y la extraigo
sin ningún problema. La puerta se abre sigilosamente. ¡Qué emoción!
18.04 Entro sigilosamente en el piso de mi vecina. Cierro la puerta
a mis espaldas y coloco de nuevo la cerradura en su lugar. El recibidor
está amueblado con sencillez, pero con buen gusto. Dejo el paraguas
en el paragüero.
18.05 Paso sigilosamente a la pieza contigua que, según deduzco,
hace las funciones de sala de estar. Es posible que sea la sala de estar.
Aunque el piso es idéntico al mío, la distribución de las habitaciones es
distinta por completo, porque también lo son mis costumbres y mis
necesidades. Más vale no entrar en detalles.
18.07 Examino sigilosamente el salón. Está amueblado con gusto
exquisito. Me siento en el sofá, cruzo las piernas: es elegante y
cómodo. Me siento en una butaca de cuero y cruzo las piernas: es
elegante y cómoda. Me siento en una butaca tapizada de lana. Antes
de que pueda cruzar las piernas, la butaca me muerde la pantorrilla.
Error de apreciación: no era una butaca, sino un mastín, que dormía
hecho un ovillo.
18.09 Recorro el resto de la casa a gran velocidad perseguido por
el mastín. Decido abandonar todo sigilo.
18.14 Consigo ponerme a salvo de las fauces del mastín
subiéndome al techo. El mastín se queda debajo de mí, a la espera de
que me caiga. Ladra de un modo grosero y al hacerlo muestra unos
colmillos que parecen plátanos. Si fuera una butaca, como yo creía, ya
daría miedo. ¡Cuánto más tratándose de un mastín!
19.15 Llevo una hora en el techo y el mastín no parece cansado ni
aburrido. He tratado de hipnotizarlo, pero su cerebro es tan simple
que apenas existe diferencia entre el estado de vigilia y el de letargo. A
duras penas he conseguido que se volviera bizco, con lo cual su
expresión ha dejado de ser sangrienta, pero se ha vuelto feísimo.
20.15 Llevo dos horas en el techo y este malparido no depone su
actitud. A la larga acabará hartándose y se irá a dormir, pero me
inquieta la posibilidad de que antes de que esto suceda regrese mi
vecina y se encuentre un hindú pegado al techo.
20.30 Un análisis fisiológico del perro me revela ser este animal de
muy simple estructura molecular. Tal vez en ello estribe la solución del
caso.
20.32 Ya está. Con una breve y sencilla manipulación convierto al
mastín en cuatro pequineses y aún me sobra material para un hámster.
Bajo del techo y me deshago de los pequineses a puntapiés.
20.40 He de apresurarme si quiero inspeccionar el piso de mi
vecina antes de que ella regrese. O de que regrese su hijo. Es raro que
éste aún no haya vuelto del colegio. A lo mejor lo han castigado por
imbécil.
21.00 Doy por concluida la inspección. Éstos son los datos que he
podido reunir sobre mi vecina: nombre: Antonio Fernández Calvo;
edad: 56 años; sexo: varón; estado civil: viudo; profesión: agente de
seguros.
21.05 Deduzco que me he equivocado de piso. Salgo
sigilosamente, coloco de nuevo la cerradura en la puerta, regreso
sigilosamente a mi piso.
21.30 Más depre que nunca. Ni siquiera la perspectiva de los
churros que acaba de traerme la portera me alegra. Decido jugar una
partida de ajedrez en solitario. Sólo se me ocurre esta jugada: P4R. En
realidad, nunca he sido muy aficionado a este tipo de juegos. Gurb, en
cambio, era muy aficionado. A veces jugábamos partidas de ajedrez
interminables, en las que siempre acababa haciéndome lo que él
denominaba el mate del pastor. Me entrego a la nostalgia mientras
me como los churros de cinco en cinco.
22.00 Me pongo el pijama. Un día de éstos tendré que lavarlo.
Me meto en la cama y leo Deliciosamente boba, una comedia satírica
en tres actos y cinco cuadros. Una mujer siempre se sale con la suya si
sabe aplicarse el colorete donde debe. Quizá no he entendido bien el
argumento. Estoy un poco distraído por las emociones del día. Rezo
mis oraciones y me duermo. Todavía sin noticias de Gurb.
01.30 Me despierta un ruido tremebundo. Hace millones de años
(o más) la Tierra se formó a base de horrorosos cataclismos: los
océanos embravecidos arrasaban las costas, sepultaban islas mientras
cordilleras gigantescas se venían abajo y volcanes en erupción
engendraban nuevas montañas; seísmos desplazaban continentes. Para
recordar este fenómeno, el Ayuntamiento envía todas las noches unos
aparatos, denominados camiones de recogida de basuras, que
reproducen bajo las ventanas de los ciudadanos aquel fragor telúrico.
Me levanto, hago pis, bebo un vasito de agua y me vuelvo a dormir.
DÍA 20
07.00 Me peso en la báscula del cuarto de baño. 3 kilos, 800
gramos. Si tenemos en cuenta que soy intelecto puro, es una
barbaridad. Decido hacer ejercicio cada mañana.
07.30 Salgo a la calle dispuesto a correr seis millas. Mañana, siete;
pasado, ocho, y así sucesivamente.
07.32 Paso por delante de una panadería. Me compro una coca
de piñones y me la voy comiendo mientras regreso a casa. Que corra
otro.
07.35 Al entrar en el edifico encuentro a la portera barriendo el
portal. Inicio con la portera una conversación aparentemente trivial,
pero cargada de malévolas intenciones de mi parte. Hablamos del
tiempo. Lo encontramos un poco caluroso.
07.40 Hablamos de lo mal que está el tráfico. Hacemos hincapié
en lo ruidosas que son las motos.
07.50 Hablamos de lo caro que está todo. Comparamos los
precios de hoy con los de antaño.
08.10 Hablamos de la juventud. Condenamos su falta de
entusiasmo por las cosas.
08.25 Hablamos de la droga. Pedimos la pena de muerte para
quien la vende y para quien la compra.
08.50 Hablamos de los vecinos del inmueble (¡caliente!,
¡caliente!).
09.00 Hablamos de Leibniz y del nuevo sistema de la naturaleza y
de la comunicación de las sustancias (¡frío!, ¡frío!).
09.30 Hablamos de mi vecina (¡ya era hora, coño!). La portera
dice que ella (mi vecina) es buena persona y que paga religiosamente a
la comunidad de vecinos la cuota trimestral que le corresponde, pero
que no asiste (mi vecina) a las reuniones de vecinos con la asiduidad
que debería. Le pregunto si está casada (mi vecina) y me responde (la
portera) que no. Pregunto si debo inferir de ello que (mi vecina) tuvo el
hijo fuera del vínculo. No: estuvo casada (mi vecina) con un fulano
que no servía para nada, según ella (la portera), del cual se separó (mi
vecina) hará cosa de un par de años. Él (fulano) se hace cargo del
niño (de mi vecina, y también del fulano) los fines de semana. El juez
le condenó (al fulano) a pasarle (a mi vecina) un dinero al mes, pero a
ella (a la portera) le parece que no lo hace (el fulano), al menos, no
con la asiduidad que debería. A ella (a mi vecina), añade (la portera)
no se le conocen novios, ni siquiera acompañantes ocasionales.
Seguramente quedó escarmentada (mi vecina), opina ella (la portera).
Aunque esto, en el fondo, le trae sin cuidado (a la portera), agrega (la
portera). Por ella (por la portera), que cada cual se lo monte como
quiera, mientras no haya escándalo. Eso sí, dentro de su casa (de la
casa de mi vecina). Y sin hacer ruido. Y no más tarde de las once, que
es cuando ella (la portera) se va a dormir. Le quito la escoba y se la
rompo en la cabeza.
10.30 Subo a mi piso. Decido adoptar la apariencia D’Alembert y
visitar a la señora Mercedes en el hospital donde se repone, si Dios
quiere, de la operación a la que fue sometida.
10.50 Me persono en el hospital. Es un edificio algo feo y muy
poco acogedor. Sin embargo, la gente acude a él en muchedumbre, y
algunos hasta se dan buena prisa por llegar.
10.52 En el mostrador que hay en el vestíbulo para informar a los
visitantes pregunto en qué habitación se encuentra la señora Mercedes
y su acompañante, el señor Joaquín. Ambos se encuentran en la
habitación 602.
10.55 Deambulo por el sexto piso en busca de la habitación 602.
10.59 Doy con la habitación 602, toco con los nudillos y la voz del
señor Joaquín me autoriza a pasar. Así lo hago.
11.00 La señora Mercedes está acostada, pero despierta y con
buen aspecto. Me intereso por su salud y me informa de que se
encuentra débil, pero animada. Esta mañana se ha tomado un tazón de
manzanilla, me dice. Le doy el regalo que le he traído: un tren eléctrico.
Le digo que si mañana sigue con vida, le traeré el desvío y el paso a
nivel.
11.07 El señor Joaquín, que ha pasado mala noche, está alicaído.
Afirma que tanto él como su esposa, la señora Mercedes, están
llegando a una edad en la cual conviene tomarse las cosas con calma.
El arrechucho de la señora Mercedes ha sido un aviso, dice. Durante
la noche ha estado reflexionando, dice, y ha pensado que tal vez
debieran dedicar los años de vida que aún les queden a descansar, a
viajar y a darse algunos gustos. También ha pensado, agrega, que tal
vez haya llegado la hora de traspasar el bar. El negocio es próspero,
pero da muchos quebraderos de cabeza y necesita una persona joven
al frente (del negocio), dice. También ha pensado, agrega, que tal vez
a mí podría interesarme el bar. El señor Joaquín ha creído advertir que
estoy dotado para la hostelería y que el trabajo me gusta.
11.10 Pese a su debilidad, la señora Mercedes afirma estar de
acuerdo en lo que acaba de decir su marido. Ambos desean saber qué
opino yo al respecto.
11.12 Mi primera reacción es favorable. Me considero capacitado
para regentar un bar e incluso creo que podría aportar al negocio
algunas ideas innovadoras y hasta audaces. Por ejemplo, creo que se
podría ampliar el local comprando el inmueble colindante (la fábrica de
automóviles Volkswagen) e instalar allí una churrería. El señor Joaquín
me interrumpe para decir que no debo precipitarme. En realidad, dice,
se trataba tan sólo de una idea. Hay que dejarla madurar, agrega. Por
ahora, añade, lo mejor será que me vaya, porque la operación de la
señora Mercedes ha sido un palo para la señora Mercedes. Le
conviene descansar. Me voy, no sin prometer a ambos que mañana
volveré para seguir perfilando el tema.
11.30 Deambulo por el hospital perdido en mis propias reflexiones
y también perdido, a secas. La proposición del señor Joaquín me ha
sumido en un mar de confusiones. Ahora, pasado el entusiasmo inicial
y sopesando el asunto con frialdad, comprendo que mi primera
reacción ha sido optimista en exceso. Es evidente que no puedo
quedarme con el bar. La posibilidad de arrendar o comprar un bar con
fines de explotación (lucrativa) ni siquiera figura en el pliego de
órdenes que nos fue dado al inicio de nuestra misión espacial. Cierto
que tampoco había una prohibición taxativa al respecto. Habría que
hacer una consulta. Temperatura, 26 grados centígrados; humedad
relativa, 70 por ciento; vientos suaves del sudeste; estado de la mar,
marejadilla.
12.30 Continúo deambulando por el hospital sin encontrar salida a
mis tribulaciones. En cambio, encuentro la cafetería del hospital.
Decido hacer un alto y comer algo, aunque sea un poco temprano.
Siempre se piensa mejor con el estómago lleno, dicen los que tienen
estómago.
12.31 La cafetería está vacía. Por suerte, el mostrador está bien
surtido y el sistema self-service, que impera, me encanta, porque me
permite comer como a mí me gusta sin tener que dar explicaciones a
nadie. Si a mí se me antoja mojar los pimientos de Padrón en el café
con leche, ¿qué pasa?, ¿eh?
13.00 Cuanto más como y más medito, más descabellada
encuentro la idea de establecerme en la Tierra. Ante todo, eso
supondría abandonar la misión que nos fue encomendada a Gurb
(desaparecido) y a mí. Sería una verdadera traición. El argumento, sin
embargo, es de poco peso, porque, en definitiva, todo se reduce a una
cuestión de principios y yo me paso los principios por un lugar que los
humanos denominan partes. Más peso tiene, en cambio, el argumento
fisiológico. Ignoro cuánto tiempo puede resistir mi organismo las
condiciones de vida en este planeta tan cutre. No sé qué tipo de
peligros me amenazan. Ni siquiera sé si mi presencia aquí constituye o
no un peligro para los humanos. Está demostrado que mi peculiar
constitución y la carga energética que llevo encima causan problemas
allí donde voy. No puede ser casual que el ascensor de mi casa esté
siempre averiado o que los programas de televisión empiecen con
retraso cuando yo quiero verlos (o grabarlos). Ahora mismo, cuando
deambulaba por los pasillos del hospital, he oído una conversación que
me ha alarmado. Un médico le decía a una enfermera, con el ceño
fruncido, que los aparatos del hospital parecían haberse vuelto
locos esta mañana. Al parecer, los enfermos de la UVI estaban
bailando la lambada y en la pantalla del scanner salía Luis Mariano
cantando Maitechu mía. Estos fenómenos inexplicables, ha agregado
el médico del ceño fruncido, habían empezado a producirse a las
10.50. Como si a esa hora, ha acabado diciendo, hubiese entrado un
marciano en el hospital. Me ha ofendido que alguien pudiera
confundirme con uno de esos cursis, que sólo saben jugar al golf y
hablar mal del servicio, pero me he guardado mucho de manifestar mi
enojo.
Siempre cabe la posibilidad de modificar mi fisiología, adaptándola
a la estructura molecular de los seres humanos. Si me decidiese a
hacerlo, tendría que elegir el modelo cuidadosamente, porque el
proceso sería irreversible. La decisión es tremenda. ¿Qué pasaría si,
después de efectuada la mutación, descubriese que no soy feliz? ¿Qué
sería de mí si el asunto con mi vecina acaba como el rosario de la
aurora? ¿Seré capaz de superar la nostalgia de mi antigua patria?
¿Cuál será la coyuntura económica después del 92? Demasiadas
incógnitas. ¡Si al menos tuviera a alguien a quien confiar mis cuitas!
13.30 Decido marcharme de la cafetería. Cuando intento pagar la
comida descubro que la cafetería no era un self-service. En realidad, el
lugar donde he estado comiendo no era una cafetería. Salgo sin ser
visto.
14.15 Me siento a reflexionar en un banco de la plaza de
Cataluña. No me cabe duda de que lo único razonable sería dar por
concluida la misión y regresar. No sé si los objetivos de la misión se
han cumplido, pero, en el fondo, lo mismo da. Al fin y al cabo, nadie
va a leer el informe. El problema estriba en que no puedo regresar
solo. La nave continúa rota y no la sé arreglar. Aunque se arreglara ella
sola, tampoco la sabría poner en marcha; y menos aún conducirla.
Estas naves están hechas para ser tripuladas por dos entes. De este
modo se evita que algún ente vivales use las naves para sus propios
fines, como ligar o hacer el taxi. Podría pedir auxilio a la Estación de
Enlace AF, en la constelación de Antares, pero eso serviría de poco.
Aun cuando enviaran en mi ayuda otra nave, esa otra nave iría
tripulada por dos entes y si uno de ellos se viniera conmigo, ¿cómo
haría el otro para regresar?
15.00 Decido abandonar la reflexión y la plaza Cataluña, porque
las palomas me han cubierto de excremento de la cabeza a los pies y
los japoneses me hacen fotos creyendo que soy un monumento
nacional.
15.45 En casa. El piso es caluroso, sobre todo a esta hora.
Instalaría aire acondicionado, si no fuera porque los aparatos
producen una vibración que acaba con mis articulaciones. Lo mismo
ocurre con la nevera: pasa ratos tranquila, pero de pronto, sin previo
aviso, le entra un dengue que me saca de quicio. Ayer, sin ir más lejos,
con sólo poner en marcha el minipimer, me rompí el fémur en tres
trozos. Menos mal que tengo piezas de repuesto. El ventilador es más
soportable, pero cuando está en marcha me mareo, porque no puedo
apartar los ojos de las aspas. En fin de cuentas, lo mejor es prescindir
de los aparatos e irse despelotando a medida que aumenta la
temperatura. Me quedo en camiseta y calcetines.
17.00 No hay en todo el Universo chapuza más grande ni trasto
peor hecho que el cuerpo humano. Sólo las orejas pegadas al cráneo
de cualquier modo, ya bastarían para descalificarlo. Los pies son
ridículos; las tripas, asquerosas. Todas las calaveras tienen una cara de
risa que no viene a cuento. De todo ello los seres humanos sólo son
culpables hasta cierto punto. La verdad es que tuvieron mala suerte
con la evolución.
18.00 Salgo a dar una vuelta. Las calles están más animadas de lo
habitual, porque, con la llegada del calor, el buen ciudadano se
apresura a ocupar su lugar en las terrazas que los bares habilitan entre
cubos de basura. Allí el buen ciudadano se ensordece, contamina e
intoxica, paga lo que debe y vuelve a casa. Animado por su ejemplo,
me compro un helado de cucurucho. Como es la primera vez que veo
semejante producto, me como primero la galleta. Luego no sé qué
hacer con la bola en las manos, me armo un lío, me pongo perdido y
acabo tirando lo que queda de helado a una papelera.
18.40 Cuando regreso de mi paseo, veo a lo lejos a mi vecina. Un
encuentro verdaderamente providencial. Evito que ella me vea por
razones de buena crianza, pero tomo la firme decisión de aclarar lo
nuestro hoy mismo. En la papelería compro recado de escribir; en el
estanco, sellos. Temperatura, 28 grados centígrados; humedad
relativa, 79 por ciento; viento encalmado; estado de la mar, llana.
19.00 Me encierro en casa, me lavo los dientes y dispongo sobre
la mesa lo necesario para escribir una carta: una resma de papel,
falsilla, tintero, plumilla, mango, papel secante, un boli (de refuerzo), el
María Moliner, un manual de correspondencia (amorosa y mercantil),
el refranero, la antología de la poesía española de Sainz de Robles y el
libro de estilo de El País.
19.45 «Mi adorable vecina:
»Soy joven y aspecto agraciado; romántico y cariñoso. Tengo una
buena posición económica y soy muy serio para las cosas serias (pero
me gusta divertirme). Me encanta (además de los churros) viajar en
metro, lustrarme los zapatos, mirar escaparates, escupir lejos y las
chicas. Aborrezco la verdura en todas sus manifestaciones, lavarme los
dientes, escribir postales y oír la radio. Creo que podría ser un buen
marido (llegado el caso) y un buen padre (tengo mucha paciencia con
los niños). ¿Te gustaría conocerme mejor? Te espero a las 9.30.
Habrá comida (gratuita) y bebidas. Hablaremos de lo que te he dicho
y de otros asuntos, ji, ji. R. S. V. P. Estoy por tus huesos.»
19.55 Releo lo escrito. Rompo la carta.
20.55 «Querida vecina:
»Ya que vivimos en el mismo edificio, he pensado que sería bueno
que nos conociéramos mejor. Ven a las 9.30. Prepararé algo de comer
y comentaremos algunas cuestiones relacionadas con el inmueble (y
otras no). Un cordial saludo, tu vecino.»
21.05 Releo lo escrito. Rompo la carta.
21.20 «Estimada vecina:
»Tengo cosas en la nevera que se están echando a perder. ¿Por
qué no vienes y nos las acabamos? De paso, hablaremos del inmueble
y de sus reparaciones (nuevo motor en el ascensor, restauración de la
fachada, etc.). Te espero a las 10. Atentamente, un vecino.»
21.30 Releo lo escrito. Rompo la carta.
22.00 «Tengo la casa llena de grietas…»
22.20 «Tengo comida agusanada…»
23.00 Ceno solo en el restaurante chino de la esquina. Puesto que
soy el único comensal, el dueño del establecimiento se sienta a mi
mesa y me da conversación. Se llama Pilarín Kao (lo bautizó un
misionero desaprensivo) y es natural de Kiang-Si. De niño emigró a
San Francisco, pero se equivocó de barco y llegó a Barcelona. Como
no ha aprendido el alfabeto latino, todavía no se ha percatado de su
error, ni yo hago nada por sacarle de él. Se ha casado y tiene cuatro
hijos: Pilarín (el primogénito), Chiang, Wong y Sergi. Trabaja de sol a
sol, de lunes a sábado. El domingo es su día de asueto y lo dedica a
buscar el Golden Gate (en vano) en compañía de toda su familia. Me
dice que su ilusión es volver a China; que para eso trabaja y ahorra.
Me pregunta a qué me dedico yo. Para no liarle, le digo que soy
cantante de boleros. Ah, a él le gustan mucho los boleros, dice, porque
le recuerdan a Kiang-Si, su añorada patria. Me invita a una copita de
aguardiente chino, que él mismo fabrica destilando lo que la clientela se
deja en los platos. Es un líquido de color marrón, algo espeso, de
sabor indefinible, pero muy aromático.
00.00 Cantamos Bésame mucho. Otra copita.
00.05 Cantamos Cuando estoy contigo. Otra copita.
00.10 Cantamos Tú me acostumbraste. Otra copita.
00.15 Nos hacemos coletas de fideos, cantamos Anoche hablé
con la luna y salimos en busca del Golden Gate. Para animar la
travesía, me llevo la botella.
00.30 Bajamos por la calle Balmes cantando De nuevo frente a
frente y preguntando a todo el mundo si alguien ha visto un puente
colgante. ¡Qué risa!
00.50 Nos sentamos a la puerta del Banco Atlántico y cantamos
Cuidado con tus mentiras. Lloramos.
01.20 Nos sentamos en las escaleras de la catedral y cantamos
Permíteme aplaudir por la forma de herir mis sentimientos.
Lloramos.
01.40 Nos estiramos en el suelo de la plaza de San Felipe Neri y
cantamos Más daño me hizo tu amor. Lloramos.
02.00 Damos vueltas a la Sagrada Familia cantando a voz en
cuello. El Golden Gate no aparece por ninguna parte, pero a la tercera
vuelta se asoma Subirachs a un ventanuco a ver qué pasa. Le
cantamos Voy a apagar la luz para pensar en ti.
02.20 Paramos un taxi, subimos y le decimos al taxista que nos
lleve a China. En el taxi cantamos Se me olvidó que te olvidé.
02.30 El taxista nos deposita en la puerta de la comisaría y encima
nos cobra la carrera. No le damos ni un real de propina.
02.55 Amonestado por la autoridad, regreso a casa. Subo las
escaleras a cuatro patas. Quiera Dios que mi vecina no me vea en esta
condición tan degradada.
03.10 Todo me da vueltas. Mascullo unas oraciones y me meto en
la cama. Todavía sin noticias de Gurb.
DÍA 21
09.20 Me despierto embargado por una extraña sensación. Tardo
un rato en recordar lo ocurrido ayer noche. La evocación de los
hechos me permite entender el origen de la jaqueca y las náuseas, pero
no el de la inquietud que me invade. Por más que hago memoria, no
recuerdo en qué momento saqué la cama al balcón. Tampoco
recuerdo haber comprado estas sábanas con estampados salaces.
Ahuyento las palomas que se arrullan sobre la colcha y me levanto.
09.30 En el botiquín no hay sal de fruta; en su lugar hay una botella
de pipermín. ¿Me estaré volviendo majareta? Me lo tengo merecido
por crápula.
09.40 Llaman a la puerta. Abro. Es un mozo con un paquete. En el
paquete, doce trajes de lino de Toni Miró, que, según reza el albarán,
yo mismo me hice ayer. No sé a qué se refiere, pero no me siento con
fuerzas para discutir. Pago y se va.
09.50 Llaman a la puerta. Abro. Es un mozo con una caja. En la
caja, cinco kilos de caviar beluga y doce botellas de champán Krugg,
que, según reza el albarán, yo mismo compré ayer en Semon. Ni idea.
Pago y se va.
10.00 Llaman a la puerta. Abro. Son unos operarios que vienen a
instalar el jacuzzi que yo mismo encargué ayer. Los dejo, soplete en
mano, destruyendo tabiques.
10.05 Salgo del piso algo aturdido. Bajo las escaleras con paso
inseguro. Para no sufrir un accidente, opto por bajar sentado,
dejándome resbalar de escalón en escalón. Cuando paso frente a la
puerta de mi vecina, acelero para no ser sorprendido en esta pose
vejatoria.
10.12 En el portal me aguarda la portera con el ceño fruncido.
Intento esquivarla, pero se interpone. Me dice que esto no puede
seguir así; que ella es muy liberal, pero con el buen nombre del edificio
no transige, que a ver qué escándalo es éste. Si quiero arruinar mi
salud, dilapidar mi hacienda y pisotear mi buen nombre, es asunto mío,
pero lo otro es algo que atañe a todo el vecindario, y eso sí que no.
Acto seguido me rompe la escoba (nueva) en la cabeza.
10.23 Subo en autobús. El conductor del autobús me ordena
apearme. Mientras él sea conductor, declara, en su autobús no suben
tipejos de mi calaña.
11.36 Después de una caminata considerable, llego al hospital
donde sigue internada la señora Mercedes. Antes de entrar, unos
enfermeros provistos de mangueras me fumigan de la cabeza a los
pies. Me pregunto qué estará pasando aquí.
11.40 En la habitación 602 encuentro a la señora Mercedes muy
mejorada de aspecto con respecto al día de ayer. El señor Joaquín
parece haber recobrado el optimismo. Al verme, sin embargo, el señor
Joaquín frunce el ceño. Me dice que, pase lo que pase, puedo contar
con él; que tanto él como su esposa, la señora Mercedes, me profesan
sincero afecto y que ambos están convencidos de que, en el fondo,
soy buena persona, aunque a veces cometa locuras. Después de todo,
dice, ¿quién no tiene algo que reprocharse? Como no sé qué
responder a sus palabras, le hago entrega del regalo que le traía a la
señora Mercedes (una máscara mortuoria de Oliver Ardí) y me dirijo a
la puerta de la habitación con el propósito de salir por ella. Antes de
hacerlo, la señora Mercedes me llama. Acudo. Me arrodillo a los pies
de la cama y ella me besa la frente mientras gruesas lágrimas surcan
sus mejillas pálidas y arrugadas. Parecemos Ciencia y Caridad II.
11.59 Salgo de nuevo a la calle. Unos niños me arrojan bosta de
hipopótamo que han ido a buscar expresamente al zoo para la
ocasión. Y yo sin desayunar.
12.30 Como ningún taxi se para por más que haga aspavientos,
llego a casa reventado de andar. No hay duda de que soy un réprobo,
pero todavía ignoro qué he hecho para merecerme la repulsa general.
El churrero no ha querido despacharme y hasta Prenafeta me ha
negado el saludo.
12.35 Entro en mi piso. Los operarios se han ido, pero han dejado
instalado el jacuzzi, una sauna, una pista de baile, una piscina
climatizada, dos barras americanas, un nautilus, una sala de juego y un
fumadero de opio. ¡Y todo en un piso de 60 metros cuadrados!
12.45 Me siento en el trampolín a reflexionar sobre lo que está
pasando. O hay una conspiración contra mí en la que participan todos
los habitantes de esta distinguida ciudad, o yo actúo de una manera
reprensible sin tener conciencia de ello. Puesto que lo primero es
inimaginable, debo inclinarme por lo segundo. En tal caso, y en vista
de la rectitud con que siempre he sabido conducirme, debo inferir que
existe en la Tierra un miasma que me afecta. O, por lo menos, en
Barcelona. Quizá debería irme a Huesca, a ver qué tal me porto allí.
También es posible que se me estén apolillando los circuitos.
13.30 Un susurro me saca de mi abstracción. Alguien ha deslizado
un sobre por debajo de la puerta. El sobre no lleva remitente. Dentro
hay una sola hoja impresa, cuyo contenido es el siguiente tenor literal:
Hola, titi. ¿Quieres pasarlo chupi guay?
Pues, si eres solvente, ven a vernos.
Máximo confort y discreción.
Ambiente selecto. Venta y alquiler de vídeos.
Carretera de Pedralbes, s/n (a 5 minutos de Up Down).
13.45 Releo el mensaje una y otra vez. No sé quién me lo envía,
pero estoy convencido de que aquí se encuentra la clave del misterio.
Tampoco me cabe duda respecto de lo que debo hacer.
14.05 Comienzo los ejercicios de preparación física y espiritual a
que debe someterse todo guerrero espacial antes del combate.
Postura del tigre: arqueo la espalda, flexiono las piernas, hincho el
tórax, doblo los brazos. ¡Músculos de acero!
14.06 Pinzamiento.
14.24 Bien untado de linimento Sloan, prosigo la preparación
física y espiritual a que debe someterse todo guerrero espacial antes
del combate. Pongo la mente en blanco.
15.50 Vaya por Dios, me he dormido como un ceporro. Decido
dar por concluida la preparación física y espiritual a que debe
someterse todo guerrero espacial antes del combate. Recaliento los
churros que me sobraron anteayer y me los como mirándome
fijamente al espejo.
16.30 Para introducirme en los ambientes a los que llevan mis
pasos (y mi voluntad inquebrantable), decido adoptar la apariencia de
Gilbert Bécaud vestido de ninja. Salgo a la calle sembrando
admiración y espanto.
17.00 Con fines didácticos, me meto en un multicine a ver la última
película de Arnold Schwarzenegger. Me sorprende (con agrado)
advertir que la película ha sido financiada por la Generalitat de
Catalunya y que transcurre íntegramente en Sant Llorenç de Morunys.
No excluyo la posibilidad de que me haya equivocado de sala.
19.00 Salgo del cine. Me dirijo a una tienda de automóviles. Al
vendedor que me atiende le explico lo que busco, a saber, un Aston
Martin blanco, dotado de un mecanismo adicional, mediante el cual el
vehículo suelta una andanada de tachuelas por la parte posterior,
evitando así que los perseguidores (del vehículo) le den alcance (a
éste). El vendedor me responde que el modelo que busco está pedido,
pero aún no ha llegado. Por el mismo precio me vende un SEAT 850
furgoneta, que también anda echando tornillos y roscas por el tubo de
escape.
20.04 En la calle Tuset me cruzo con el viático. Lo acompaño tres
manzanas entonando el Pange lingua.
21.00 Listo para entrar en acción. Me siento al volante. Cinturón
de seguridad. Casco. Gafas oscuras de Jean-Pierre Gaultier. Foulard
de Gianfranco Ferré. Casete de Prince. Pegatinas de Marlboro. Y…
¡rumble!, ¡rumble!
21.05 La Diagonal cortada por obras. Desvío hacia la carretera de
Esplugas.
21.10 Carretera de Esplugas cortada por obras. Desvío hacia
Molins de Rey.
21.20 Acceso a Molins de Rey cortado por obras. Desvío hacia la
autopista de Tarragona.
22.20 Visito el Arco de Bará, la Torre de los Escipiones, el Museo
Arqueológico y la catedral (bello retablo de Lluís Borrassà).
23.00 Emprendo el regreso vía Teruel y Soria.
01.40 Detengo el coche ante una discreta puerta metálica
protegida por dos empleados de una agencia privada de seguridad,
dos guardias civiles, dos mossos d’esquadra, dos geos, dos
representantes de ICONA y un destacamento de la división acorazada
Brunete. Se echa de ver que el local es exclusivo (y excluyente).
01.41 Lanzo al aire las llaves del coche, que son recogidas
hábilmente por el aparcador.
01.42 El portero me indica por señas que le muestre el carnet. Le
muestro el DNI, el carnet de conducir, el de la Biblioteca de
Catalunya, el del videoclub de la calle Vergara y el de las
congregaciones marianas. Ninguno sirve.
01.43 El aparcador me devuelve las llaves del coche y se excusa
diciendo que sólo les tiene tomadas las medidas a los BMW y que si
aparca el mío, teme abollar la acera con los faros.
01.44 En vista de los obstáculos, decido abandonar la empresa.
Me subo al coche y emprendo la retirada.
01.46 Me viene a la mente el recuerdo de James Bond, que más
persistía cuanta más caña le daban. Ídem María Goretti. Me
avergüenzo de mi laxitud. Clavo el freno. Pierdo el cárter, el cigüeñal,
el chasis y un letrero graciosísimo que decía I ♥ MI SUEGRA.
01.50 Regreso al local oculto en las sombras. Llevo entre los
dientes un cuchillo del ejército suizo. Me doy miedo a mí mismo.
01.55 Localizo sin dificultad la rejilla que cierra la instalación de
aire acondicionado del local. La abro con la ayuda de mi cuchillo, que
dispone de destornillador, abrelatas, sacacorchos, sierra y media
docena de bigudís de campaña (quién lo iba a decir, con lo serios que
parecen los suizos).
02.00 Me introduzco en el conducto del aire acondicionado. ¡Qué
aventi!
02.20 Llevo veinte minutos reptando por estos tubos asquerosos
sin encontrar ninguna salida. Si encontrara al menos el boquete por el
que he entrado, me iba a casa, y a James Bond que le frían un
paraguas.
03.00 Sigo reptando por los tubos. Ya debo llevar hechos varios
kilómetros. El frío es intensísimo, porque los ejecutivos de verdad
siempre tienen mucho calor y exigen aire acondicionado a tope allí
donde estén y en todas las épocas del año. También reina una
oscuridad absoluta, pero esto me importa menos, porque puedo ver
en la oscuridad, lo que supone un ahorro importante cada mes. Esta
capacidad, además, me permite sortear los obstáculos que voy
encontrando en el camino: ratas, desperdicios industriales, pedruscos y
cadáveres. Los cadáveres presentan síntomas claros de congelación.
Después de un somero examen, llego a la conclusión de que estos
cuerpos pertenecieron en vida a ejecutivos de medio pelo que,
habiéndoles sido negada la entrada al local por la puerta grande, han
tratado de acceder a él por el mismo camino que yo estoy empleando
ahora.
03.40 Diviso a lo lejos un leve resplandor. ¡Es la salida! Hago un
último esfuerzo. Ya estoy. Una rejilla me corta el paso. La hago saltar
de un puntapié. Me deslizo por el agujero que ha dejado la rejilla.
Caigo sobre una mesa dispuesta para veinte comensales. Por fortuna,
ninguno de ellos está presente.
03.41 Al oír el estrépito acude un camarero y me ordena que deje
libre la mesa de inmediato. Me informa de que esta mesa ha sido
reservada por Estefanía de Mónaco, su prometido y unos
acompañantes. En realidad, añade, la reserva fue hecha el 9 de abril
de 1978 y aún no ha comparecido nadie, pero tratándose de quien se
trata, la gerencia del local no ha estimado oportuno dar por cancelada
la reserva. Una vez por semana, continúa diciendo el camarero, los
manteles y servilletas son lavados, los cubiertos abrillantados, los
arreglos florales, renovados, las hormigas, exterminadas, y los
panecillos (de pan blanco, integral y de soja) reemplazados por otros
recién salidos del horno. En un rincón hay media docena de fotógrafos
cubiertos de telarañas.
03.44 Rehecho de la caída, el camarero me dice que, si deseo
cenar, puedo hacerlo en cualquiera de las mesas libres del local, que
son todas, pues la gente verdaderamente fina nunca cena antes de las
cinco o cinco y media de la madrugada, para no ser confundida con el
común, que cena antes porque tiene que levantarse pronto. Respondo
que, por el momento, tomaré una copa (de cava) en el bar.
03.45 Como el cava me sienta mal, me entretengo contando las
burbujas, sin ingerir el líquido que las produce (inexplicablemente) y
escuchando la conversación de tres individuos que comparten conmigo
la barra del bar. La conversación sería interesante si el insumo
inmoderado de cava por parte de los conversantes no les provocara
unos borborigmos que les hacen apenas inteligibles. No es difícil, con
todo, inferir de qué están hablando, porque los catalanes siempre
hablan de lo mismo, es decir, de trabajo. En cuanto se reúnen dos
catalanes o más, cada uno cuenta su trabajo con gran lujo de detalles.
Con siete u ocho términos (exclusivas, comisiones, carteras de
pedidos, y unos pocos más) arman un debate de lo más movido, que
puede durar indefinidamente. No hay en toda la Tierra gente más
aficionada al trabajo que los catalanes. Si supieran hacer algo, se
harían los amos del mundo.
04.00 Se me acerca una chica muy joven y atractiva. Con gran
desenvoltura me pregunta si estudio o trabajo. Le respondo que, en
realidad, no puede hacerse esta distinción, porque quien estudia
aplicadamente realiza el más importante de los trabajos (para el día de
mañana), del mismo modo que, quien pone los cinco sentidos en su
trabajo, algo nuevo aprende cada día. Sin duda satisfecha con mi
respuesta, la chica se aleja a buen paso.
06.00 Las horas pasan sin aportar ninguna de las pistas que he
venido a buscar a este local. Empiezo a pensar que, por primera vez,
me ha fallado la intuición. La gente ha venido, ha cenado y se está
yendo. Algunos han adelgazado tanto durante su cena de negocios que
se han esfumado antes del café. Yo sigo aquí, viendo pasar cogotes de
merluza y contando burbujas de cava. Ya me han cambiado cuatro
veces la copa para que no decaiga la diversión. Estoy por irme.
06.15 Sólo quedo yo en todo el local. El sueño me vence. Incluso
creo que he dado un par de cabezadas involuntariamente, porque
delante de mí la barra presenta varias abolladuras. Pido la cuenta con
ánimo de retirarme y dar por terminadas las pesquisas.
06.16 Cuando estoy considerando la forma menos peligrosa de
bajarme del taburete, llega un individuo solo, coloca el codo izquierdo
en la barra y hace chascar los dedos pulgar y medio de la mano
derecha. Acude el camarero y el individuo pide un whisky. ¿De qué
tipo? Malta. ¿En vaso alto? Bajo. ¿Con hielo? Sí. ¿Dos cubitos? Tres.
¿Un poco de agua? Sí. ¿Mineral? Sí. ¿Con gas? Sin. El camarero se
retira. El individuo se desmaya.
06.20 Le practico la respiración boca a boca y le abofeteo
enérgicamente las mejillas para que reaccione. Como simultaneo
ambas operaciones, la mayoría de las bofetadas las recibo yo.
06.25 El individuo recobra el conocimiento en el momento en que
el camarero trae lo que ha pedido. Se lo bebe de un trago. Se cae
redondo. Vuelta a empezar.
07.00 El individuo y yo salimos juntos del local. Él apoyándose en
mí y yo, en las paredes. Fuera, los pájaros gorjean en las ramas y el
sol asoma su chocarrera faz por el horizonte, lo que me indica haber
entrado ya en él.
DÍA 22
07.00 Lo mismo que el párrafo precedente.
07.05 Con una fuerza de la que no habría creído capaz a un
individuo tan enclenque, mi nuevo amigo (y protegido) se desprende
de mis brazos. Más aún: me desprende mis brazos. Mientras los
vuelvo a colocar en su sitio, me pide disculpas. Por el amor de Dios,
no tiene importancia. Mi nuevo amigo (y protegido) me explica que, en
contra de lo que pudiera parecer, no está ebrio. Sólo fatigado en
extremo. Lleva varias noches sin dormir. Meses enteros sin dormir.
Indago la causa.
07.30 Las tribulaciones del ejecutivo: lectura y comprensión
parcial de las cotizaciones de bolsa, mercado de divisas, mercado de
futuros; café con leche (desnatada), biscotes con margarina, las
pastillas; ducha, afeitado, violenta aplicación de after-shave. El
ejecutivo se pone su impedimenta: Ermenegildo Zegna por aquí,
Ermenegildo Zegna por allá. Los niños lavados, vestidos y peinados
suben al coche del ejecutivo. Papá los llevará al cole. Anoche cenaron
en casa de su madre, pero han dormido en casa de su padre. Esta
noche cenarán en casa de su padre, pero dormirán en casa de su
madre y mañana los llevará al cole su madre y los irá a buscar él para
que cenen en su casa o en casa de su madre (telefoneará). Uno de los
niños es suyo; al otro no lo ha visto en su vida, pero prefiere no
preguntar. Desde que se separó de su mujer (amigablemente) prefiere
no preguntar nada a nadie. El ejecutivo conduce el coche con las
rodillas; con la mano derecha sostiene el auricular del teléfono del
coche; con la mano izquierda sintoniza la radio del coche; con el codo
izquierdo sube y baja las ventanillas del coche; con el codo derecho
impide que los niños jueguen con el cambio de marchas del coche; con
la barbilla pulsa sin pausa el claxon del coche. En la oficina: telex, fax,
cartas, mensajes en el contestador; consulta la agenda. Nena,
cancélame la cita de las once; nena, conciértame una cita a las doce;
nena, resérvame una mesa para cuatro en La Dorada; nena, cancela la
mesa que tengo reservada en Reno; nena, resérvame plaza en el vuelo
de mañana a Munich; nena, cancela el vuelo de esta tarde a Ginebra;
nena, las pastillas. El ejecutivo aprovecha breves momentos de
descanso para aprender inglés:
My name is Pepe Rovelló,
In shape no bigger than an agate stone
On the forefinger of an alderman,
Drawn with a team of little atomies
Athwart men’s noses as they lie asleep.
El ejecutivo baila sevillanas. La profesora le riñe, porque se nota
que no ha estudiado en casa. ¡Jossú, Rovelló, a ve esso brasso y essa
sinturiya! El ejecutivo practica el difícil arte de las castañuelas montado
en la Kawasaki. Por culpa del accidente llega tarde al club. Juega dos
partidos de squash sin quitarse el traje de faralaes. En el restaurante se
limita a un plato de apio (sin sal), un poleo-menta y un Cohiba. Las
pastillas, el jarabe para la digestión, el complejo vitamínico. Las
aflicciones del ejecutivo: gastritis, sinusitis, jaqueca, problemas
circulatorios, estreñimiento crónico. Confunde el Cohiba con el
supositorio. En la clase de aerobic se descoyunta los huesos; el
traumatólogo lo arregla; la masajista lo vuelve a estropear. Otro
problema: su segunda ex mujer está embarazada del ex marido de su
primera ex mujer, a) ¿qué apellidos llevará el recién nacido?, b) ¿quién
ha de paga las ecografías? Otro problema: la tripulación del yate se ha
amotinado y anda ejerciendo la piratería por la Costa Dorada.
07.50 El ejecutivo y yo nos despedimos. Ya ha tomado la última
copa, dice, y puede empezar el día con satisfacción del deber
cumplido. Se pone el casco y los guantes. Le pregunto si cree estar en
condiciones de ir en moto. ¡Cómo! ¡En moto! ¿Por quién le he
tomado? Para ir por la ciudad él sólo usa el ala delta.
08.00 Corriendo carretera Pedralbes arriba, carretera Pedralbes
abajo, consigo que se eleve el artefacto. Dejo ir el sedal. Mi amigo se
despide de mí desde el aire azul de la mañana: adiós, adiós, siempre
nos quedará el Ampurdán.
08.05 Intento regresar a casa arrastrando los pies. O la expresión
(coloquial) no se ajusta a la realidad o existe un método para avanzar
arrastrando los dos pies al mismo tiempo que yo desconozco. Pruebo
de arrastrar un solo pie y dar un salto con el otro (pie) hacia delante.
Me doy de bruces.
08.06 Mientras reflexiono acerca del significado de la palabra
bruces, veo ante mis ojos una cartera. Un análisis somero me indica
que la cartera perteneció en sus orígenes a un cocodrilo. Un análisis
más pormenorizado me indica asimismo que la cartera ha pasado por
varias manos y ha acabado perteneciendo, hasta el instante de su
pérdida, a mi amigo el ejecutivo. Ahora la cartera pertenece a lo que
dicte mi peculiar sentido de la honradez, je, je. Temperatura, 23
grados centígrados; humedad relativa, 56 por ciento; suave brisa de
levante; estado de la mar, marejadilla.
08.07 Examino el contenido de la cartera del ejecutivo. Tres o
cuatro mil pelas, que trasvaso a mis bolsillos sin demora. Documento
nacional de identidad, permiso de conducción, tarjetas de crédito y
carnets acreditativos de la pertenencia de su titular al mundo de los
seres activos y predominantes. Foto de un perro lobo junto a un pino.
Total, nada.
08.10 Estoy por tirar la cartera y su contenido a una alcantarilla
cuando descubro un compartimento cerrado por medio de una
cremallera. Forcejeo. Todavía no he conseguido dominar este extraño
mecanismo (ni entender cómo una cosa tan absurda goza de tanta
difusión), por lo que acabo rompiéndolo. Del compartimento extraigo
una fotografía. Una moza de muy buen ver. Al dorso de la foto, una
breve dedicatoria: Chato, moderno, ¿quién te quiere a ti? Caqui.
08.11 Vaya, vaya.
08.12 Decido regresar a casa. Pasa un taxi, lo paro, subo. Camino
de casa, la radio da las noticias. Ha habido otro accidente en la central
nuclear de Vandellós. Un portavoz de la central informa al público de
las ventajas de un ser mutante. ¡Sorprenda cada día a su familia!,
exclama. El taxista no parece convencido. Si él mandara, dice,
trasladaría la central nuclear al coto de Doñana. Así aprenderían estas
especies protegidas de mierda, dice.
08.30 Me meto en casa apresuradamente. La hostilidad del
vecindario va en aumento. La portera se ha hecho una cerbatana con
el mango de la escoba y me lanza dardos impregnados en curare. Un
vecino arroja aceite hirviendo por el hueco de la escalera cuando me
ve pasar. Otro ha metido tarántulas en mi piso. He de emplearme a
fondo con el Cucal.
08.45 Decido poner fin a este malentendido. Esta tarde reuniré a
todos los vecinos, les daré una merienda, escucharé sus quejas (con
paciencia) y me rehabilitaré ante sus ojos. Si alguno quiere darse un
chapuzón en la piscina, podrá hacerlo gratis.
08.50 Salgo a comprar lo necesario para el guateque. Adopto la
apariencia de Alfonso V el Magnánimo (1396-1458) y me echo a la
calle.
09.00 Compro dos docenas de brioches, una pastilla de
mantequilla, cien gramos de mortadela, una gaseosa.
09.10 Compro farolillos de papel, globos, serpentinas.
09.20 Regreso a casa. Alacranes en el buzón, una cobra en el
ascensor, napalm en el rellano.
09.50 Termino de preparar los bocadillos. Me han quedado un
poco mal, quizá porque, a falta de cuchillo, he tenido que usar los
alicates.
10.00 Redacto las invitaciones. Tengo el honor de convidar a
don… y señora a la recepción que se celebrará, etc., etc. Se ruega
traje oscuro y bla, bla, bla. Ha quedado muy bien.
10.05 Meto los tarjetones en sus sobres respectivos. Paso la
lengua por la banda engomada de los sobres a fin de que éstos se
adhieran (a sí mismos). La goma es tan sabrosa que no puedo evitar
comerme tres sobres y sus correspondientes tarjetones. Mientras
realizo la operación pienso en lo feliz que podría ser si las cosas
salieran a la medida de mis deseos: el bar de la señora Mercedes, mi
vecina, etc. Cuento los días que faltan para Navidad.
10.15 Un susurro me saca de mi abstracción. Alguien ha deslizado
un sobre por debajo de la puerta. El sobre no lleva remitente. Dentro
hay una sola hoja impresa, cuyo contenido es el siguiente:
¿Qué, lo pasaste bien anoche?
Pues hoy lo puedes pasar aún mejor
si vienes a verme. Soy un tocinillo
de cielo con almíbar y miel, aromas
y conservantes (E 413, E 642), sólo
para tu boquita de tigre.
Calle del Turrón de yema, 5, ático 2.ª
(esquina Travesera de las Corts).
P.S. Olvídate de tus vecinos, que
son unos ordinarios.
10.25 En vista de que hay alguien empeñado en obstaculizar mi
reinserción social, rompo las invitaciones, me como todos los brioches
y pego fuego a los farolillos. Con las serpentinas me hago una falda de
hawaiana.
10.40 Bailo un rato, pero me aburro en seguida.
10.45 Telefoneo al hospital donde convalece la señora Mercedes.
Hablo con el señor Joaquín. ¿Cómo van las cosas? Muy bien, muy
bien. El médico ha dicho que la señora Mercedes puede irse a casa
cuando quiera. Y él también, naturalmente. Es posible que mañana
estén los dos de nuevo en el bar. Es una buena noticia y me congratulo
de ella. Colgamos.
11.00 Hace una mañana soleada, limpia, seca y no tan calurosa
como en días anteriores. Decido dar una vuelta. ¿Adónde iré?
11.05 Decido visitar algún museo de pintura, tema en el que no
estoy muy impuesto. La verdad es que en mi planeta no damos mucha
importancia a las artes plásticas, en parte porque entre nosotros y el
daltonismo y la presbicia son congénitos y en parte porque la cosa de
la estética nos trae sin cuidado. Por este motivo, y también por mi
escasa inclinación natural al (y aptitud para el) estudio, poseo una
formación algo deficiente en este terreno. Si alguien me preguntara qué
pintores conozco, diría que Piero della Francesca, Tàpies y pare usted
de contar.
11.30 Me persono en el Museo de Arte de Cataluña. Cerrado por
obras.
11.45 Me persono en el Museo de Arte Contemporáneo. Cerrado
por obras.
12.00 Me persono en el Museo Etnológico. Cerrado por obras.
12.20 Me persono en el Museo de Arte Moderno. Cerrado por
obras. La directora me explica que la autoridad responsable ha
decidido actualizar el museo y convertirlo en centro multisectorial,
interdisciplinario y, si el presupuesto llega, lúdico. Para ello levantarán
un edificio de quince plantas, que albergará dos teatros, cuatro
cafeterías, una tienda de souvenirs, un hogar de ancianos, la actual
colección de pintura del museo, los espejos deformantes del Tibidabo
y la colección Planelles de esparadrapos. Las obras, que inicialmente
debían estar listas para el 92, no podrán empezar hasta el 98. Mientras
duren las obras, los cuadros han sido depositados en los almacenes
del puerto que otra comisión municipal hizo derribar el mes pasado.
Debido a ello, es muy probable que a estas horas los cuadros vayan a
la deriva por el Mediterráneo. No obstante, añade, si quiero visitar el
museo, no saldré defraudado, porque esta misma mañana les han
traído un mamut para que lo guarden hasta que finalicen las reformas
del Museo de Historia Natural, actualmente cerrado por obras.
13.00 Ya que estoy en el parque de la Ciudadela, decido pasar
aquí el resto de la mañana. En un tenderete compro una caja (tamaño
familiar) de polvorones de Estepa y me siento a comérmelos a la orilla
del estanque. Como pega un sol de justicia, nadie me disputa el lugar
ni la silla. Unos patos se deslizan mansamente por el agua hasta donde
estoy. Les doy un polvorón, se lo comen y se van al fondo del
estanque.
14.00 Comida en las Siete Puertas. Angulas, langostinos, riñones,
criadillas, estofado de morro, dos botellas de Vega Sicilia, crema
catalana, café, coñac, Montecristo del n.º 2 y ahí me las den todas.
16.30 Subo andando al castillo de Montjuich para digerir la
comida.
17.30 Bajo andando del castillo de Montjuich para digerir la
comida.
18.30 Vuelvo a subir andando al castillo de Montjuich para digerir
la comida.
19.00 Meriendo en la calle Petritxol.
20.00 Me encamino al lugar de la cita, al que llego a las 20.32.
20.32 Lo dicho.
20.30 Al entrar en el hall del edificio me detiene un conserje
elegantemente uniformado. ¿Adónde me creo que estoy yendo? Al
ático segunda, señor conserje. ¿Ah, sí? ¿Y se puede saber a qué voy
al ático segunda? A ver a una persona con la que he quedado. Oh,
quedado, quedado; esto se dice muy pronto. A ver, ricura, ¿cómo se
llama esta persona con la que dices que has quedado? Es una
señorita, pero en este momento no recuerdo su nombre. Ah, una
señorita… ¿tal vez la señorita Piloski? Sí, exactamente, esa misma.
Pues estás de mala suerte, chico, porque la señorita Piloski se murió
hace cuarenta años, precisamente cuando yo entré de conserje en este
edificio, que tengo a gala de defender de intrusos y de embusteros.
Está bien, está bien, quizá no era ése su nombre. ¿No será acaso la
señorita Sotillo, que Dios tenga en su santa gloria?
21.30 Cuando hemos pasado revista a cincuenta y dos señoritas y
rezado una oración por el eterno descanso de sus almas, decido darle
un billete de cinco mil pesetas al conserje.
21.31 El propio conserje sube conmigo en el ascensor, tarareando
por lo bajo, para que no eche en falta el hilo musical.
21.32 El conserje me deja solo en el rellano. Llamo al timbre. Tintan. Silencio. Tin-tan. Nada. Por fortuna, en el rellano hay una maceta
y puedo desahogar en ella mi nerviosismo.
21.34 Insisto. Tin-tan. Un susurro de pasos que se aproximan. Se
abre una mirilla. Un ojo me observa. Si tuviera un palito a mano, se lo
metía.
21.35 La mirilla se cierra. Los pasos se alejan. Silencio.
21.36 Los pasos se acercan de nuevo. Un pestillo se desliza. Gira
una llave en la cerradura. La puerta se abre lentamente. ¿Y si saliera
corriendo escaleras abajo? No, no, me quedo.
21.37 La puerta se ha abierto de par en par. Una señora en bata y
zapatillas me entrega la bolsa de la basura. Acto seguido se disculpa.
En la penumbra del rellano y sin gafas, me había tomado por el
conserje. Como siempre viene a esta hora, ¿sabe? Sí, sin duda me he
confundido de puerta. Sí, la que busco vive enfrente. No, no, ninguna
molestia. Sí, les ocurre a muchos caballeros. Los nervios, claro. Sí,
todos acaban meando en la yuca; hay que ver lo lozana que se ha
puesto. Y ya que estoy aquí, ¿me importaría bajar la basura? Está a
punto de empezar el programa de Ángel Casas y no se lo querría
perder. Sí, atrevidillo, pero una está curada de espanto. Hala, majo, no
pierdas más tiempo o tendrás que ir a llevar la bolsa al container.
21.45 Vuelvo a subir en el ascensor. Llamo a la otra puerta.
21.47 Abre la puerta un caballero. ¿Me he vuelto a equivocar?
No. La señorita me está esperando. Si tengo la bondad, por aquí, por
favor.
21.48 Avanzamos por un pasillo. Moqueta, cortinas, cuadros,
flores, perfume embriagador. Seguro que salgo de aquí con una mano
atrás y otra delante.
21.49 Nos detenemos ante una puerta tapizada de terciopelo
carmesí. El individuo que me acompaña me dice que tras esta puerta
está la señorita. Esperándome. Él, por si no lo he deducido de su porte
y maneras, es el mayordomo, me dice. Pero también sabe kárate,
añade. En realidad, aclara, hace mejor el kárate que lo otro. De modo
que nada de tonterías. Prometo no cometer ninguna. Sigo sin saber lo
que significa la palabra mayordomo, pero el tono de quien dice serlo
no deja lugar a dudas.
21.50 La puerta se abre. Vacilo. Una voz me indica que pase:
anda, hombre, pasa. ¿Será posible?
21.51 ¡Es posible!
02.40 Nos dan las tantas contándonos nuestras respectivas
aventuras. Tampoco Gurb ha tenido suerte. Primero fue el profesor
universitario. Le gustaba, pero tuvo que dejarlo porque él se empeñó
en que hiciera la tesis. Luego vinieron otros. Él buscaba un hombre
serio y fino, un tipo, dice, como José Luis Doreste, pero, sin saber
cómo ni por qué, siempre acaba enamorándose de los más mandantes.
Le digo que esto le ha sucedido porque se ha vuelto una golfa. Gurb
replica que eso no es cierto. Lo que ocurre, dice, es que yo siempre
he ido de plasta por la vida. Discutimos un rato acaloradamente hasta
que interviene el mayordomo para recordarnos (con la máxima
discreción) que dos extraterrestres en misión espacial no deberían
perder el tiempo peleando como verduleras. Y menos, añade, por
semejantes tonterías. Él, si quisiera, podría contarnos casos realmente
conmovedores. Casos, dice, que nos moverían al llanto. Porque él,
dice, es un hombre que ha vivido mucho. En su casa eran quince de
familia. En realidad, él era hijo único, pero tenía dos padres, cuatro
abuelos y ocho bisabuelos que no cascaban ni a tiros. En su infancia
pasaron tanta hambre, que se comían los cupones de racionamiento
antes de que llegara el día de canjearlos por arroz, lentejas, pan negro
y leche en polvo. Al oír la descripción de tantos sinsabores, y antes de
que el relato se eternice, derramamos abundantes lágrimas, le pagamos
los días que lleva trabajados y lo despedimos.
02.45 Gurb me enseña el piso. Ideal. Me dice que él lo ha elegido
todo personalmente. Comparo (para mis adentros) este piso con el
mío y se me cae la cara de vergüenza.
02.50 Gurb abre una puerta de madera de gran espesor y me
muestra lo que acaba de hacerse instalar: la sauna. Por supuesto,
nunca la ha usado ni piensa hacerlo, pero le sirve para mantener
calientes los churros.
02.52 Mientras me pongo morado de churros, le pregunto si ha
sido él el causante de mis recientes desgracias. Responde que sí, pero
que lo ha hecho con la mejor de las intenciones. La ventaja de la
comunicación telepática es que se puede hablar con la boca llena. Le
pregunto por qué ha saboteado el plan de vida que yo había trazado,
convirtiéndome en un crápula a los ojos del mundo y me responde que
no podía permitir que acabase despachando cortados en el bar del
señor Joaquín y la señora Mercedes, y mucho menos que acabara
liándome con mi vecina, aunque las probabilidades de que esto
sucediera, añade con sorna, eran remotas, porque yo estaba llevando
el asunto fatal. Tenemos otra agarrada, hasta que llaman a la puerta.
Acudimos. Es el vecino de al lado, que viene a quejarse porque no le
dejamos dormir. Dice que si queremos pelearnos, que lo hagamos a
viva voz, como todo el mundo, que a los gritos y a los platos rotos ya
está acostumbrado. En cambio, la comunicación telepática se oye a
través de la tele, y no veas la lata que da, dice.
03.00 Como se ha hecho tardísimo, decidimos irnos a dormir y
continuar mañana la conversación. Antes de acostarnos rezamos el
santo rosario. En el segundo misterio (de gozo) he de reñir a Gurb,
porque lo descubro hojeando a hurtadillas La maison de Marie
Claire.
03.15 Obligo a Gurb a lavarse los dientes. Sabe Dios el tiempo
que hace que no se los habrá cepillado comme il faut.
03.20 Pregunto a Gurb si puede dejarme alguna prenda de dormir.
Me muestra el armario de la lencería. Prefiero no mirar.
03.30 Gurb se acuesta en su cama; yo, en el sofá del living.
Dejamos la puerta entreabierta. Buenas noches, Gurb. Hasta mañana.
Que descanses. Tú también. Felices sueños, Gurb.
03.50 Gurb. ¿Qué? ¿Duermes? No, ¿y tú? Tampoco. ¿Quieres un
vasito de leche? No, gracias.
04.10 Gurb. ¿Qué? ¿En qué piensas? En nada, ¿y tú? En que,
ahora que nos hemos encontrado, podremos volver por fin a nuestro
querido planeta. Ah.
04.20 Oye. ¿Qué, Gurb? ¿Tú tienes ganas de volver a nuestro
querido planeta? Pues claro, ¿tú no? Ay, chico, no sé qué decirte. La
verdad es que aquello es un rollo patatero. Hombre, Gurb, un poco de
razón ya tienes, pero ¿qué alternativa le ves? Bueno, pues quedarnos
en éste. ¿Y hacer qué? Uf, mogollón de cosas. Como por ejemplo
qué. Montamos un bar tú y yo. Mira qué bien: cuando yo quería
quedarme con el bar del señor Joaquín y la señora Mercedes, me
metes varas en las ruedas; y ahora, como la idea es tuya, ya me tiene
que parecer bien. No compares; al bar del señor Joaquín y la señora
Mercedes sólo iban jubilatas; el que yo te digo sería otra cosa: diseño
a tope, música en directo, billar, tarot, abierto hasta la madrugada, y
los sábados concurso de miss tanga. Hum. Prométeme que lo
pensarás. Te lo prometo.
04.45 Oye, Gurb. ¿Qué? ¿Tú crees que eso daría dinero? Bah,
¿quién piensa en el dinero? Yo. Está bien; pierde cuidado: este tipo de
locales siempre dan un pastón. Sí, al principio, sí, pero a la temporada
siguiente se pone de moda otro local y te tienes que meter el diseño
por donde tú ya sabes. ¿Y eso qué más da? Cuando se acabe el
negocio montamos otro; esta ciudad es un filón por explotar; y cuando
nos cansemos, nos vamos a Madrid. Chico, aquello es jauja; sólo el
puente aéreo ya vale la pena. No sé, no sé; no lo veo sólido. Mira, si
lo que te preocupa es el futuro, no tienes más que hacerte un plan de
pensiones: con una expectativa de vida de nueve mil años, no te digo la
de disgustos que le darás a la Caixa. Y ahora, déjame dormir. Está
bien, Gurb, no te enfades conmigo. No me enfado, pero duerme.
Buenas noches, Gurb. Buenas noches.
DÍA 23
10.13 Me despierta un timbrazo. ¿Dónde estoy? En un sofá. ¿Y
este living tan mono? Ah, ya recuerdo. ¿Dónde está Gurb? La puerta
de su alcoba está cerrada. Debe de estar durmiendo a pierna suelta.
Siempre ha sido de mucho dormir. No como yo, que soy madrugador
y diligente. El timbre sigue sonando.
10.15 Golpeo suavemente con los nudillos la puerta de la alcoba.
No hay respuesta. Decido acudir personalmente a la llamada.
10.16 Abro. Es un mocito que trae un ramo de azucenas. Para la
señorita, dice. Le doy dos duros de propina y me entrega el ramo.
Cierro la puerta.
10.18 En la cocina. Anoto los dos duros que he puesto de mi
propio bolsillo y que, en rigor, ha de pagar Gurb. Busco un jarro.
Cuando lo encuentro, lo lleno de agua y dispongo las flores en el jarro
como mejor sé. El resultado deja bastante que desear. Quizá no
debería haber cortado tanto los tallos. Ahora ya es tarde para
arrepentirse.
10.12 Abro el sobre que acompaña el ramo. Contiene una tarjeta
escrita a mano. No debo leer lo que dice, pero lo leo. A mi Caqui
preciosa con un millón de besitos shmuch shmuch shmuch shmuch
shmuch shmuch shmuch shmuch shmuch shmuch Pepe.
10.24 Suena el timbre. Decido acudir personalmente a la llamada.
Es un mocito que trae una caja de trufas heladas. Dos duretes.
10.26 Anoto el desembolso efectuado. Guardo la caja de trufas en
el congelador. La vuelvo a sacar, me como diez trufas, redistribuyo el
resto para que no se note y vuelvo a guardar la caja de trufas en el
congelador. Leo la tarjeta. No me atrevo a repetir lo que dice.
Temperatura, 25 grados centígrados; humedad relativa, 75 por ciento;
vientos flojos del sudoeste; estado de la mar, rizada.
10.29 Suena el timbre. Decido acudir personalmente a la llamada.
Es un mocito que trae un cestillo. En el cestillo, un jabón de olor, un gel
de baño, crema hidratante, body milk, esponja, eau de toilette. Dos
duros. Llevo el muestrario al cuarto de baño. Echo la tarjeta al water
(sin leerla) y tiro de la cadena. Anoto el desembolso efectuado. Suena
el timbre.
10.32 Decido acudir personalmente a la llamada. Esta vez no es
un mocito, sino un mocetón. Trae las manos vacías y dice que quiere
hablar con la dueña de la casa. Respondo que la dueña de la casa no
está visible en estos instantes. Si lo desea, añado, puede volver más
tarde o dejarme su tarjeta de visita. El mocetón me pregunta si soy por
azar el marido de la dueña de la casa. No, señor, ni hablar. ¿Su novio,
tal vez? No. ¿Su amigo? Tampoco. Entonces, ¿quién soy yo y qué
carajo estoy haciendo aquí? Soy el mayordomo, respondo, y sé
kárate; de modo que nada de tonterías, ¿entendido?
10.34 El mocetón me hace una cara nueva y se va. Por lo menos,
me he ahorrado los dos duros.
10.36 Cuando me dirijo a la cocina tanteando las paredes por el
pasillo me topo con Gurb, a quien han despertado los golpes de mi
cabeza contra el felpudo, la jamba y el dintel. Le cuento lo sucedido y,
en vez de compadecerme, se echa a reír. Al verme fruncir el ceño,
sofoca esta risita boba que no sé de dónde ha sacado y me cuenta que
el mocetón es un pretendiente celoso que le viene persiguiendo desde
hace varios días. Ayer, sin ir más lejos, le saltó los dientes al anterior
mayordomo de un guantazo. Es muy violento y apasionado, dice; por
eso le gusta, agrega.
10.40 Me curo las heridas con agua oxigenada. Estoy tan lleno de
magulladuras que me transformo en Tutmosis II y así me ahorro el
trabajo de ponerme vendas.
11.00 Al salir del cuarto de baño oigo la voz de Gurb que me
llama desde la terraza. Salgo y compruebo (con satisfacción) que ha
preparado el desayuno y lo ha servido en una mesita de mármol, bajo
el parasol. Decepción: medio pomelo, té con limón, tostadas con
mantequilla y mermelada inglesa de naranja. Añoro la tortilla de
berenjena y la cerveza del bar de la señora Mercedes y el señor
Joaquín, pero me como lo que me dan y no digo nada. De las ventanas
y azoteas del vecindario asoman prismáticos, catalejos y telescopios,
que enfocan la bata de seda color salmón que lleva Gurb. Considero la
posibilidad de enviar un rayo desintegrador a los curiosos, pero opto
por simular que no me doy cuenta de lo que pasa.
11.10 Acabamos el desayuno en un abrir y cerrar de ojos. Gurb
enciende un cigarrillo. Finjo una tos violentísima para que se dé cuenta
de que el humo es molesto y sumamente nocivo. Si él quiere
intoxicarse, que se intoxique, pero a los demás, que no nos obligue a
respirar un aire contaminado. El saludable mensaje que lleva implícito
mi tos cae en saco roto: Gurb continúa fumando y yo me pongo la
garganta en carne viva.
11.15 Pregunto a Gurb si lo que decía anoche iba en serio. Gurb,
a su vez, me pregunta a mí a qué me refiero. A qué va a ser: a lo del
bar de modernos. Pues claro que iba en serio. ¿Y lo de miss tanga?
¿También iba en serio? Por supuesto, dice. Y yo, ¿podría hacer de
presentador? Naturalmente, dice. ¿Y ponerle la banda a la ganadora?
Todo lo que me diera la gana, dice; por algo sería el dueño del local.
11.20 Recojo el desayuno, lo llevo a la cocina. Gurb se queda en
la terraza leyendo La Vanguardia. Coloco los platos, las tazas y los
cubiertos en el lavavajillas.
11.30 Saco brillo a la plata.
12.30 Paso el aspirador. Cambio la bolsa.
13.00 Hago cristales. Quiera Dios que no se ponga a llover.
13.30 Pongo una lavadora. Plancho sábanas. Encuentro una
sábana vieja y deshilachada; hago trapos.
14.00 Pregunto a Gurb que a qué hora se come en esta casa.
Respuesta: en esta casa no se come a ninguna hora. Por lo que a él
respecta (a Gurb, se entiende), le esperan dentro de media hora en el
Café de Colombia, en la Vaquería y en el Dorado Petit (en el de
Barcelona y en el de Sant Feliu). Siempre acepta las invitaciones de
tres en tres, dice, para poder elegir en el último minuto. En cuanto a
mí, puedo hacerme algo con lo que haya en la nevera, dice.
14.30 Gurb se ducha, se perfuma, se peina, se viste, se pinta. Me
hace llamar por teléfono al servicio de taxis. Madre mía, madre mía,
siempre con prisas y siempre llegando tarde a todas partes, exclama.
Esto no es vida, exclama. Intento decirle que si madrugara más y
zascandileara menos, se evitaría estos sofocones, pero ya se ha ido.
He de recoger la ropa que ha dejado tirada por todas partes.
14.50 En la nevera no hay más que una botella de cava medio
vacía, una orquídea mustia y unas probetas cuyo contenido prefiero no
analizar.
15.00 Como en la barra de Casa Vicente. Ensalada del tiempo o
gazpacho, macarrones y pollo, 650 pesetas. Pan, bebidas, postre y
café, aparte. Con el IVA y la propi, me sale por 900.
16.00 De vuelta en el pisito de Gurb. Treinta y tantos recados en
el contestador. Escucho los cuatro primeros. Reviso la
correspondencia: facturas y más facturas.
16.40 Dos álbumes de fotos. Recortes de prensa: Gurb en Sa
Tuna, Gurb en el palacio de la Zarzuela, Gurb en los Sanfermines. Una
polaroid torcida y desenfocada: Gurb con un desconocido en lo que
podría ser una calle de París. Gurb entrando en el Danielli; saliendo del
Harry’s Bar. Madrina de la promoción de ingenieros de minas.
Abrazando a Ives Saint Laurent después del desfile. En una terraza de
la Castellana con Mario Conde. Bailando con I. M. Pei and partners.
Madrina del buque lanzatorpedos José María Pemán. En una terraza
de la Castellana con los dos Albertos. Entrando en Sotheby’s. De
compras con Raise en Saks Fifth Avenue: mister Saks y mister Fifth
atendiendo a las ilustres clientas: Dear ladies, dear ladies! Madrina
del primer (y último) rinoceronte nacido en el zoo de Madrid. En una
terraza de la Castellana con los dos Marcelinos. Bailando con Akbar
Hashemi Rafsanjani.
17.08 Me llego al supermercado de la esquina. Comida, artículos
de limpieza, vino, gaseosa, Kleenex, total 13.647 pesetas. Guardo el
recibo para pasar cuentas. Los números para el sorteo de un Honda
Civic me los quedo yo.
17.30 De vuelta en el pisito de Gurb. Veo Los mundos de Yupi.
18.00 Veo Avanç de l’informatiu vespre.
18.30 Veo Maritrapu eta mattintrapuren abenturak. Luego
videoclips.
20.00 Pongo a hervir agua en un cazo. Le añado sal. Echo
zanahorias, patatas, col, puerros, apio, una alita de pollo, un hueso de
ternera. Miro la hora.
21.30 Apago el fuego. Voy poniendo la mesa. Riego las plantas de
la terraza.
22.30 Ceno solo.
23.00 Sesión de noche. Ciclo «De tal palo tal astilla». Hoy: El hijo
de Ben-Hur (1931), con Ben Turpin y Olivia de Havilland. Y la
próxima semana… El hijo de Balarrasa, con José Sazatornil.
24.30 Me lavo los dientes; rezo mis oraciones y me acuesto en el
sofá. Sin noticias de Gurb.
01.00 No consigo pegar ojo.
02.00 No consigo pegar ojo.
03.00 No consigo pegar ojo.
04.00 Me levanto. Paseo piso arriba, piso abajo para calmar los
nervios. Como no conozco la distribución del mobiliario, me doy con
todos los cantos en las espinillas.
04.20 Me siento a la mesa. Tomo papel y rotulador.
«Querido Gurb:
»A veces sucede que dos personas conviven largo tiempo sin
llegar a conocerse mutuamente. También puede darse el caso opuesto,
esto es, que dos personas convivan poco tiempo y, sin embargo,
paradójicamente, lleguen a conocerse mutuamente. También puede
suceder otra cosa, a saber, que dos personas convivan largo tiempo y
una de ellas llegue a conocer a la otra sin que ésta, por su parte, llegue
a conocer a aquélla, en cuyo caso no podríamos decir que ambas
personas han llegado a conocerse mutuamente, pero tampoco
podríamos decir que ambas personas se desconocen mutuamente.
Todo esto, por supuesto, no tiene nada que ver con nosotros, y si me
he permitido traerlo a colación ha sido porque no quiero que pienses
que trato de introducir elementos ajenos al tema o que no le son
propios. Es más, voy a empezar de nuevo la carta, en parte por lo que
te acabo de decir, y en parte porque hace rato que me he perdido.»
04.35 «Querido Gurb:
»Ante todo, quiero establecer una clara distinción entre dos
conceptos fundamentales, a saber, los principios y los preceptos.»
04.50 «Querido Gurb:
»Ahora que se acerca el verano, creo que ha llegado el momento
de partir.»
04.51 Engancho la carta en el espejo del boudoir con una gota de
pega. Releo lo escrito. Decido adoptar la apariencia de Yves Montand
y cantar con mucha expresividad
Si vous avez peur
des chagrins d’amour,
evitez les belles...
La interpretación me queda un poco deslucida, porque debido a
un error mecánico, me he convertido en Jacques-Yves Cousteau, y
con la escafandra no hay quien entone.
05.05 Con las tijeras de las uñas reduzco el guardarropa de Gurb
a microorganismos.
05.12 Vacío los frascos de perfumes en el fregadero y los relleno
de ácido sulfhídrico: pinto bigotes en los cuadros; lleno la nevera de
sabandijas; pego mocos en las cortinas; grabo pedos en el
contestador, meto un cerdo en la bañera. Me largo del piso dando un
portazo.
05.35 Me meto en el único bar del barrio que aún está abierto. La
clientela es numerosa, pero como yace mayoritariamente en el suelo,
consigo amplio lugar en la barra. Pido seis whiskies. Dobles.
06.35 Llego a mi piso. Me tumbo en mi cama y me quedo
dormido antes de tener tiempo de cerrar los párpados.
DÍA 24
09.12 Me despierto con una resaca de caballo, pero satisfecho
con la decisión que he tomado. Desayuno churros con whisky.
Temperatura, 22 grados centígrados; humedad relativa, 69 por ciento;
nubosidad abundante con mala visibilidad en la costa; estado de la
mar, marejadilla con olas inferiores a un metro. Tiempo perfecto para
mis planes.
09.30 Salgo de mi piso. Bajo la escalera con paso firme. Si la
escalera se mueve, no es culpa mía. Encuentro a la portera tendiendo
la colada en los cables del ascensor. Le digo que quiero hablar con ella
de un asunto personal. ¿Me permite pasar a su habitáculo?
09.31 La portera me conduce a su habitáculo, sito en el subsuelo
del edificio. Me lo muestra y me cuenta que en verano la vivienda es
un horno y en invierno, una nevera. Como no tiene cocina, ha de freír
los arenques en la estufa de butano, dice. Luego la humareda le impide
ver la tele. No tiene cuarto de baño, dice. Por fortuna, las tuberías del
edificio pasan por su dormitorio y aprovecha los reventones para
ducharse. Pero todo esto, añade, ¿a mí qué más me da?
09.47 Le respondo que he decidido ausentarme de la ciudad y,
con tal motivo, regalarle a ella (la portera) mi piso. Le hago entrega de
la escritura notarial y de las llaves. La portera me confiesa que siempre
ha sabido que yo era un verdadero señor y no como otros, que
aparentan y aparentan, pero a la hora de la verdad, nada de nada.
Para sellar nuestra amistad echamos sendos tragos de la botella de
whisky que traigo conmigo.
10.00 Me persono en el piso del presidente de la comunidad de
propietarios. Pese a la importancia de su cargo, me recibe en pijama.
Le informo que es mi intención hacerle provisión de fondos para que
haga reemplazar la porquería de ascensor que tenemos por otro
nuevo, pintar la escalera, restaurar la escalera, restaurar la fachada,
cambiar las tuberías, arreglar el interfono, tapar las grietas de la azotea,
instalar una antena parabólica y alfombrar la entrada. A cambio de
todo esto, agrego, sólo pido ser recordado con cariño, pues me
dispongo a emprender un largo viaje. El presidente me dice que si
todos los vecinos fueran como yo, no haría falta tanto socialismo y
tanta jodienda. Echamos un trago de whisky.
10.20 Me persono en el piso de mi vecina. Me abre ella misma.
Me dice que en este preciso instante se disponía a salir, que si no me
importa volver más tarde. Le respondo que no habrá más tarde, pues
yo también estoy a punto de marchar, y por tiempo indefinido. ¿Me
permite pasar? Será sólo un minuto. Accede con cierta reserva,
porque a estas alturas ya debo apestar a whisky una cosa mala.
10.30 Con la máxima circunspección digo a mi vecina que he
tenido el atrevimiento de informarme respecto de su situación personal,
tanto en el terreno afectivo como en el económico. Que en ambos
terrenos la situación puede calificarse de desastrosa. Añado que en el
terreno afectivo no puedo ofrecerle nada, pues por no tener, no tengo
ni tiempo. En cuanto al terreno económico…
10.35 Carraspeo. Me animo dándole unos tientos al whisky.
Prosigo.
10.36 … en cuanto al terreno económico, digo, y puesto que soy
soltero, hacendado y dadivoso de natural, he decidido, si a ella no le
molesta, depositar en un banco (suizo) una suma de dinero suficiente
para sufragar los estudios de su hijo, hoy aquí y, llegado el día, en la
Harvard School of Business Administration. Por lo que a ella respecta,
añado con un hilo de voz, le ruego se sirva aceptar, como recuerdo de
nuestra breve vecindad, este modesto collar de esmeraldas.
10.39 Hago entrega del collar a mi vecina, me acabo la botella de
whisky, salgo precipitadamente del piso de mi vecina, me caigo
rodando por las escaleras.
12.00 Voy caminando desde la estación del metro hasta la nave.
Cuando llego se me cae el alma a los pies. La hiedra obstruye las
escotillas, en varios lugares ha saltado el esmalte, alguien ha arrancado
de la puerta la imagen del Sagrado Corazón. Así no puedo
presentarme en mi planeta.
12.02 En el pueblo compro un estropajo, Vim Limpiahogar y un
par de guantes de goma. Regreso a la nave y dale que te pego.
13.30 Entro en la nave. Aparte algunas humedades, el interior no
parece haber sufrido desperfectos serios. Reviso los manómetros, el
combustible. Todo normal. Me siento frente al tablero de mandos.
Acciono la palanca de encendido. Ron… ron… ron…
13.45 Ron… ron… ron…
14.00 Ron… ron… ron…
14.20 ¡RRRROOOOOONNNNN!
14.21 Hosti, qué susto.
14.22 Apago el motor. Regreso al pueblo a proveerme de
vituallas.
15.00 Cargo en la nave lo necesario para amenizar la travesía:
pasta de dientes, novedades editoriales, una bicicleta, un resumen
cifrado del asunto del metro de Montjuich y poca cosa más.
16.00 Cuando ya tengo la bodega repleta de mercancías descubro
que está invadida de cucarachas. ¿Qué hacer? Puedo proveerme de
aerosoles de Cucal, pero una vez reconvertido en intelecto puro, ¿con
qué apretaré el pitorro?
16.20 Después de varios intentos, logro establecer contacto con la
Estación de Enlace AF, en la constelación de Antares. Les informo de
que doy por concluida la misión en la Tierra y me dispongo a regresar
aprovechando el mal estado atmosférico (óptimo para la navegación).
Asimismo les informo de que regreso solo, porque mi compañero de
expedición, de nombre Gurb, ha desaparecido en acto de servicio.
Eludo decir la verdad para evitarles un disgusto a sus ancianos padres.
16.30 La Estación de Enlace AF, en la constelación de Antares,
me pide que repita el mensaje. Al parecer, la recepción es dificultosa.
16.40 Repito el mensaje. Los de la Estación de Enlace AF, en la
constelación de Antares, me dicen que en realidad habían recibido el
mensaje bien la primera vez, y que me lo han hecho repetir porque les
hace gracia que se me haya pegado el acento catalán.
17.00 Me persono en el bar de la señora Mercedes y el señor
Joaquín. La señora Mercedes, detrás de la barra, como si tal cosa. El
señor Joaquín, jugando al dominó con tres parroquianos de su misma
quinta. Efusiones, tortilla de berenjena, cervecita. Les digo que vengo
a despedirme. Regreso a mi tierra. ¿Lo ves, Joaquín? Ya te lo decía
yo, que el señor no era de aquí. Les doy el regalo que les he
comprado: una casita y once acres de tierra en Florida, para que
vayan a descansar. Hombre, no hacía falta que se molestase. Le habrá
costado un pico. Calle, calle, señora Mercedes; usted se merece esto
y más. Adiós, adiós. Envíenos una postal.
19.00 Todo listo para el despegue. Compuertas cerradas.
Empiezo la cuenta atrás. 100, 99, 98, 97.
19.01 Un ruido a mis espaldas. ¿Las malditas cucarachas? Voy a
ver.
19.02 ¡Gurb! ¿Qué demonios haces tú aquí? ¡Y con estos tacones
de un palmo! ¿Tú te crees que ésta es forma de viajar por el espacio
(o el tiempo)? Gurb me muestra un mensaje cifrado en la pantalla del
cuadro de transmisiones.
19.05 Descifro el mensaje. Es de la Junta Suprema. En vista del
éxito de nuestra misión en la Tierra (por el que se nos felicita),
debemos variar el rumbo y dirigirnos, con idéntica finalidad, al planeta
BWR 143, que gira (como un idiota) alrededor de Alfa Centauro. Una
vez allí, deberemos adoptar, igual que hemos hecho aquí, la forma de
los habitantes del planeta. Tienen cuarenta y nueve patas, de las cuales,
sólo dos le llegan al suelo; también tienen un ojo, seis orejas, ocho
narices y once dientecitos. Se alimentan de limo y de unas orugas
peludas que atrapan con los tentáculos anteroposteriores.
19.07 De los mohines de Gurb deduzco que la misión que nos ha
sido encomendada no le llena de merecido orgullo. Antes de que
pueda exteriorizar su falta de entusiasmo de algún modo que requiera
la adopción (por mi parte) de medidas disciplinarias, le hago varios
razonamientos que podríamos agrupar en tres (o menos) categorías, a
saber:
a) que las autoridades competentes siempre saben lo que nos
conviene mejor que nosotros mismos; b) que frecuentar otros
ambientes y conocer otras culturas siempre resulta formativo, y c) que
el que paga siempre manda. A título personal añado que, en su caso
particular, el cambio le sentará de miedo, porque últimamente se ha
vuelto un rato gili y que ya es hora de que deje de ser joven, guapa,
rica y fresca y se convierta en un gusano asqueroso, a lo que responde
Gurb diciendo que no sabe qué admirar más, si mi clarividencia o lo
bien que me explico.
19.50 Despegue de la nave efectuado sin dificultad a la hora
prevista (983674856739 horas del astrolabio cósmico). Velocidad de
despegue: 0.12 de la escala convencional (restringida). Ángulo de
incidencia con respecto al perihelio, 54 grados. Duración prevista de la
travesía: 784 años. Destino: ALFA CENTAURO.
19.55 Gurb y yo salimos de detrás del cartel del MOPU, un poco
chamuscados por el rebufo de las turbinas. Vemos perderse la nave
entre las nubes. Hemos de apresurarnos si no queremos que se nos
ponga a llover antes de llegar al metro.
20.00 Gurb expresa la opinión (a mi juicio equivocada) de que soy
un imbécil. Si no me hubiera gastado la última peseta en hacer regalos
a todo quisque para fardar, dice, ahora podríamos llamar un taxi y
ahorrarnos la caminata. Añade que él con la falda de tubo anda fatal.
En el futuro, agrega, de los asuntos del dinero se ocupará él. Antes de
que pueda recordarle que aunque estemos fuera de la nave (y de la
ley) sigo siendo su superior jerárquico, pasa un coche por nuestro
lado, Gurb hace señas y el coche se detiene. Gurb se arremanga la
falda y corre hacia el coche. Sin atender mis órdenes imperiosas, sube
al coche. El coche arranca.
02.00 Sin noticias de Gurb.
NOTA DEL AUTOR
Aunque tiene muchos elementos en común con El misterio de la
cripta embrujada y con su continuación, El laberinto de las
aceitunas, ambos publicados con anterioridad, Sin noticias de Gurb
es sin duda el libro más excéntrico de cuantos he escrito,
probablemente porque no es en rigor un libro, o no nació con la
voluntad de serlo. Mi amigo Xavier Vidal-Folch, entonces director en
Cataluña del diario El País, solía proponerme una o dos veces al año
que le escribiera algo para su periódico, a lo que yo sistemáticamente
me negaba, porque siempre he sentido un miedo cerval ante el
elemento más característico del periodismo: el inapelable plazo de
entrega. Escribo con mucha lentitud y me ha sucedido más de una vez
acabar un libro y volverlo a empezar desde la primera frase porque no
me gustaba el resultado, con el retraso fácilmente imaginable. Es éste
un privilegio al que siempre me he propuesto no renunciar, pero al que
he renunciado en más de una ocasión, sin que pueda justificar qué me
impulsó a hacerlo; tal vez un insensato afán de ponerme a prueba. Y
siempre que he obrado así, en contra de mi propio parecer, las
consecuencias han sido peores de lo que yo había temido. Sea como
sea, en una ocasión como tantas otras, la incitación de Vidal-Folch me
encontró mejor predispuesto, o quizá sin nada entre manos, y le
prometí, como mínimo, pensar en el asunto.
Muchos años antes, en Nueva York, durante uno de esos largos
períodos de sequía literaria que experimentamos todos los escritores,
había empezado a escribir una obra de ciencia ficción en tono
humorístico, sin propósito alguno, más por la necesidad de
emborronar papel que por otra razón. No soy aficionado al género de
la ciencia ficción; a decir verdad, lo detesto. En cambio me gustan las
películas de ciencia ficción (aunque suelen acabar, como las propias
novelas, incurriendo en el esoterismo, el milenarismo y otras variantes
de la frivolidad) y cuando me puse a escribir aquella fábula acababa de
ver una cuyo argumento no había entendido, pero cuyas imágenes me
habían producido una gran satisfacción. Supongo que fueron estas
imágenes las que me impulsaron a imaginar aquella historieta, cuyo
argumento, por lo demás es muy poco original, estaba más
emparentado con las fábulas morales del siglo XVIII (por ejemplo con
los viajes de Gulliver) que con las auténticas novelas de ciencia ficción:
un viajero espacial, a su regreso de la Tierra, refería a sus amigos las
cosas raras que había visto en el curso de sus viajes, ante el estupor de
aquéllos, que durante la ausencia del viajero habían seguido
desempeñando trabajos rutinarios y llevando una vida de lo más
monótona y convencional. El impulso se agostó pronto y el relato
quedó interrumpido en la página veinte, o poco más, que es, según
tengo experimentado, donde quedan interrumpidos casi todos los
relatos, para desmoralización de quien los había emprendido rebosante
de entusiasmo. Ahora, comprometido a escribir una historia que
pudiera fraccionarse en entregas y que tuviera una estructura
suficientemente maleable, desempolvé aquella antigua fábula y le di la
vuelta.
Barcelona se encontraba entonces en una situación insólita: la
inminencia de los Juegos Olímpicos había puesto la ciudad patas
arriba, pero el talante de los ciudadanos, pese a todos los
inconvenientes, era jovial y expectante. Y como siempre que algo
altera la monotonía, la picaresca asomaba el hocico por todos los
rincones.
Acotado el escenario, decidido el personaje (una vez más, sin
nombre) y trazado el embrión de una leve peripecia (buscar a su
compañero, Gurb), di con una técnica narrativa que me había de
facilitar enormemente la tarea: la división del tiempo narrativo en
fracciones mínimas. A partir de ahí no tuve más que ir aprovechando lo
que el azar me ponía delante de los ojos: una churrería próxima a mi
casa me sugirió la desmedida afición del extraterrestre por los churros;
las noticias que iban apareciendo en la prensa diaria, otras tantas
situaciones o comentarios.
De este modo cumplí con mi compromiso, pero no sin sufrimiento:
acabé escribiendo contrarreloj y las últimas entregas las fui enviando al
periódico de hoja en hoja. Al final me sentí muy orgulloso de haber
salido con bien del trance, pero apesadumbrado por haber tenido que
escribir sin reflexión y que publicar sin revisión. Más tarde, cuando el
relato apareció en forma de libro, introduje algunos cambios, muy
pocos. La verdad es que cuando me propusieron reagrupar los
distintos fragmentos del relato y publicarlo en forma de libro no mostré
el menor interés. Desde el punto de vista personal, consideraba
terminada la aventura, como me sucede siempre que acabo un libro, y
desde el punto de vista comercial, no creía que nadie fuera a comprar
un relato que había salido pocos meses antes en un periódico de gran
tirada y que, por otra parte, trataba de cosas muy específicas de la
vida local en un momento muy singular, irrepetible e intransferible.
Naturalmente, me equivoqué.
Sin noticias de Gurb es quizá el libro mío que más se ha vendido.
También ha sido traducido a varios idiomas, cosa aún más
sorprendente.
Visto ahora, después de transcurridos unos años desde su
aparición, la razón del éxito es fácil de explicar, al menos en parte: es
un libro breve y sumamente fácil de leer. Dudo que exista en toda la
historia de la literatura reciente un libro más fácil de leer, por la sencilla
razón de que está escrito en un lenguaje coloquial, su contenido es
ligero y las partes que lo integran tienen una extensión de muy pocos
renglones. También es un libro alegre, como lo fueron las
circunstancias en que fue escrito: una primavera llena de promesas. A
diferencia de lo que ocurre con los otros relatos de humor que he
publicado (El misterio de la cripta embrujada y El laberinto de las
aceitunas, a los que me he referido antes) en éste no hay una sola
sombra de melancolía. Es una mirada sobre el mundo asombrada, un
punto desamparada, pero sin asomo de tragedia ni de censura. A esto
contribuyó el hecho de haberlo escrito pensando en que tendría una
vida efímera, que se iría esfumando de día en día, y de que por lo tanto
no había de tener más entidad que una charla de amigotes.
Eduardo Mendoza
Barcelona, febrero de 1999
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