El nis y la yegua blanca

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El nis y la yegua blanca
(Dinamarca)
De Leyendas y fabulas
Narrado por Mike Peterson
Ilustraciones de Marina Tay
En Escandinavia, hablan de un ser a quien llaman “nis,” que se parece un poco a un gnomo y un poco a un duende y un
poco a un elfo. La granja en la que un nis decida vivir tiene mucha suerte realmente, ya que el nis trabajará mucho y hará
buenas acciones, sin pedir nada a cambio excepto que le dejen solo de noche para que pueda hacer su trabajo, en secreto.
Había una vez un viejo granjero en Dinamarca que tenía la suerte de tener una yegua blanca. La yegua era hermosa,
amable y trabajadora, pero ese no era el motivo de la suerte del granjero por tenerla. Tenía suerte porque un nis se había
encariñado con la yegua y se había unido al caballo.
Cada noche, el nis venía al establo del granjero para alimentar a la yegua, para peinarla y asearla y cuidarla en todos
los sentidos. El nis traía tanto maíz para alimentar a la yegua que siempre había una gran cantidad restante, que este
distribuía entre el ganado del granjero para que estuvieran tan lustrosos, robustos y en buen estado como la yegua a quien
tanto amaba.
Ahora bien, el viejo granjero no era un hombre tonto. Vio que su ganado era más saludable y próspero que el de
cualquiera de sus vecinos.
Y mientras manejaba tras la yegua en su carro, o caminaba detrás de ella al tirar del arado, vio que su melena siempre
estaba cuidada, que cualquier úlcera o picadura de insecto que pudiera tener por la tarde estaba curada por la mañana y
ella era tan saludable como su ganado e incluso un poco más gorda, a pesar de lo mucho que trabajaba durante el día.
El viejo granjero supuso que su yegua tendría un nis que la cuidaba, por eso, cuando cerraba el establo por la tarde, se iba
a su casa y se aseguraba de no salir más hasta la mañana siguiente, porque sabía que, si molestaba al nis en lo más mínimo,
este abandonaría su granja para siempre.
El granjero era muy sabio, pero también era muy viejo y finalmente murió. Su esposa vendió la granja y se fue a vivir
con su hermana a la ciudad. El día que se mudó, fue al establo a despedirse de la yegua y le pidió al nuevo dueño que la
cuidara mucho, ya que su marido siempre había dicho que la yegua blanca era la fuente de toda su buena suerte.
Pero el nuevo dueño se rió de esa tontería y en unas pocas semanas, vendió la yegua a un granjero vecino y se compró una
mula para que tirara del arado en su lugar.
Cuando la yegua fue a su nueva casa, el nis se fue con ella. Entonces el nuevo dueño de la vieja granja descubrió que tenía
que trabajar el doble de duro para alimentar lo suficiente al ganado y que, incluso así, el ganado nunca estaba tan robusto
y en buen estado como lo había estado cuando compró la granja. Finalmente, descubrió que apenas podía trabajar lo
suficientemente duro como para pagar sus cuentas y que se estaba convirtiendo rápidamente en un hombre pobre.
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Con respecto al granjero que había comprado la yegua, tenía la suerte totalmente opuesta, ya que ahora el nis estaba
llevando más maíz para alimentar al ganado, que cada día se volvía más regordete y brillante, y daba más leche de lo que
nunca había dado, leche rica y cremosa mejor que ninguna en la tierra.
Este granjero sabía que el viejo hombre siempre había dicho que la suerte se encontraba en su yegua blanca y mientras
caminaba detrás de ella vio lo limpia y aseada que estaba cada mañana, y entonces sospechó que la yegua había venido
con un nis. Pero a pesar de que era lo suficientemente sabio para darse cuenta de por qué su granja estaba prosperando de
repente, no fue tan sabio como lo era el viejo granjero.
Una noche, cerró el establo como siempre, pero después se deslizó lentamente dentro y se escondió en el heno en la parte
trasera del establo. Como era de esperar, cuando apareció la luna, escuchó crujir la puerta del establo mientras entraba el
nis, trayendo un gran costal de maíz.
El granjero observó en silencio mientras el nis llenaba el pesebre de su ser querido, la yegua blanca, y recorría el establo
distribuyendo el resto de maíz al ganado. Después el nis volvió al establo de la yegua y suavemente la aseó, peinándole la
cola, la crin, y levantándole las patas una por vez para revisar cuidadosamente sus tobillos y pezuñas.
Finalmente, el granjero vio al nis, que con lágrimas corriendo por sus mejillas, besaba a la yegua delicadamente en su suave
y aterciopelada nariz, porque sabía muy bien que el granjero estaba escondido en el heno y que como lo había visto, esta
sería la última vez que vendría a visitar a la yegua blanca.
Y después de esa noche, ninguna de las granjas prosperó, ya que ninguno de los granjeros tuvo la inteligencia de ser
agradecido con la buena suerte.
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Actividades de historia
1. Después de que el viejo granjero murió, la yegua blanca tuvo dos dueños diferentes. Cada uno de estos
granjeros arruinó su buena suerte y fue tonto a su manera. Explica cómo cada uno de estos granjeros arruinó
su buena suerte. Busca en el Houston Chronicle un artículo acerca de alguien que consideres afortunado.
Explica por qué has elegido a esta persona. ¿Cómo podría esta persona arruinar su buena suerte?
2. El escritor describe el nis en el comienzo de la historia. Si estuvieras ilustrando esta historia, ¿cómo
dibujarías al nis? ¿Piensas que la persona que ilustró esta historia creó una ilustración que ayuda al lector
a entenderla? Encuentra una ilustración en el Houston Chronicle que ayude al lector a entender el texto.
Explica por qué elegiste esta ilustración.
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