XI LA ISLA ENTERA PIDE CLEMENCIA

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XI
LA ISLA ENTERA PIDE CLEMENCIA
Desde el día en que se dio a conocer la sentencia de muerte hasta el del
fusilamiento del teniente Alfonso González Campos, el 11 de agosto de 1936, por toda
la isla circuló una carta, redactada a máquina y distribuida en copias, que solicitaba
clemencia para el militar acusado de sedición.
Entre los papeles de mi abuelo, Pedro González de Chaves y Rojas, citado en
este relato, encontré una copia de esa carta, que fue enviada a Franco, a su Junta
Nacional, a importantes políticos del régimen y a influyentes amigos del general
sublevado.
No llevaba firma, era peligroso suscribir personalmente algo tan comprometido
en aquella época de odios y de locura. La carta reconocía, incluso, la justicia del fallo
del tribunal, en un último intento de los autores por tocar la caridad de los verdugos por
la vía de su propia vanidad.
La misiva estaba distinguida con un título: “La isla entera pide clemencia”, y
decía así:
“No sólo nuestra capital, sino toda la isla de Tenerife, se muestran en este
momento acongojadas ante la contingencia de que sea aplicada la grave sentencia
condenatoria dictada en estos días por un tribunal militar. Una sombra de muda tristeza
se ha extendido por campos y ciudades y no existe un solo lugar –ni aquellos sobre los
que con mayor rigor han gravitado las consecuencias de la contienda entablada frente a
la inminencia de una totalización de carácter marxista– que no se sienta íntimamente
apiadado y conmovido. Nadie discute la justicia del fallo emitido ni pone en duda el
estricto valor moral que esta sentencia contenga; pero nuestro país, que sigue
ansiosamente la marcha de los episodios de la lucha civil que ensangrienta el territorio
de la patria, al sentirse impotente para contenerla o decidirla a medida de su anhelo,
quisiera, no por egoísmo sino movido por un alto espíritu de humanidad, evitar que
sobre este suelo ya íntegramente ganado para la causa de la pacificación, caigan nuevas
Tumba del teniente González Campos y de su esposa, en el cementerio
de Santa Lastenia, Santa Cruz.
(A. Chaves/ Archivo AIN)
salpicaduras de sangre española. No necesita para ello acudir a la benignidad del
movimiento militar español, demostrada en cuantas ocasiones pudo ser compatible con
el deber, porque está firmemente convencido de que para lograr estos fines bastaría
recordar la general complacencia con que fue recibida en Tenerife esta acción
rectificadora de los rumbos nacionales; y porque sabe también que dentro del contorno
de esta isla se inició el movimiento acaudillado por el prestigioso general Franco,
comandante militar de este Archipiélago. Por todo esto, el pueblo tinerfeño pide al
laureado general, a los componentes de la Junta Nacional de Burgos y a las autoridades
militares de la región, libren al país del duelo que en él produciría la ejecución de una
pena capital en lugar tan apartado de la empeñada lucha que se está desarrollando”.
La carta seguía de esta forma:
“El teniente don Alfonso González Campos –apartándonos en el enjuiciamiento
de los hechos que motivaron este proceso– no fue ni un cobarde ni un traidor, sino un
militar valiente y entusiasta, un hombre caballeroso y honrado y –permítasenos aludir a
este para nosotros importante motivo sentimental– un distinguido estudiante de derecho
de la Universidad de Canarias. Si delinquió – y así habrá sido si nos atenemos a la
rectitud del fallo– la opinión isleña piensa que su falta no pudo haber siquiera rozado
En 1935, Alicia Navarro logra el título de Miss Europa. El fotógrafo captó esta interesante
instantánea de un homenaje que tuvo lugar en la plaza de toros de Santa Cruz, dedicado a la
bella. Junto a Alicia, de negro, a la izquierda, de pie, aparecen en primer término, el alcalde de
Santa Cruz, José Carlos Schwartz (con pajarita) y el gobernador, Manuel Vázquez Moro
(segundo, de derecha a izquierda, con un pañuelo en el bolsillo superior). Los dos serían
asesinados por los franquistas.
(Foto Garriga/ Archivo AIN)
alguna de las enumeradas virtudes y que, de aunque otro modo fuera, por encima del
significado siempre parcial y relativo de todas las acciones humanas, está la clemencia,
al mismo tiempo esplendorosa y humilde, que inunda de piedad y de fluido compasivo
el corazón de los hombres, aun de los más justicieros e inflexibles. El pueblo de
Tenerife pide clemencia y está seguro de obtenerla al afectar en su súplica el
sentimiento de los generales directores del movimiento nacional. Aquí, en el seno del
solar tinerfeño, dañado y corroído quizá, aunque en mínima parte, por el mismo
extendido mal que asolaba a la patria, pero siempre noble e hidalgo, tuvo su hogar el
general don Francisco Franco. A su generoso corazón se dirigen ahora angustiados
miles y miles de corazones que vibran al unísono, en el acendrado recogimiento de
nuestros hogares, puesto el pensamiento en los que saben luchar y vencer. Todavía no
sonó la hora de la victoria decisiva que devuelva la paz y el bienestar al pueblo español
y le haga recobrar el sentido de su unidad, de su ritmo y de sus altos propósitos; pero
estamos seguros de que en estos instantes de inquietud para nuestra isla no tardará en
dejarse oír la emocionada voz del perdón y de la clemencia, respondiendo al clamor
unánime de un pueblo que aspira a que no queda tronchada una joven y prometedora
existencia, que no se quiebre trágicamente la dicha de un reciente y amoroso hogar y,
sobre todo, a que no se entenebrezca ni empañe la magnanimidad de los procederes con
un infecundo borrón de sangre y con una nueva jornada luctuosa, ya que nada hará
decaer una voluntad tensa y una lealtad inalienables puestas denodadamente al servicio
del movimiento militar por la República y por España”.
La carta, escrita en el lenguaje cursilón y rimbombante de la época, laudatoria
para los verdugos muy a pesar del redactor o redactores, llegó a Franco.
Casi todos los mandos militares tinerfeños deseaban ese indulto, que jamás
recibió. ¿Por qué? Nadie lo sabe, n i nadie lo sabrá jamás. Hasta se dejó en silencio
durante toda la noche del 10 y la madrugada del 11 de julio una emisora militar por si la
ansiada orden de perdón llegaba desde Burgos. Nada. Alfonso González Campos fue
fusilado en el Barranco del Hierro, tras soportar una mascarada de consejo de guerra
que comenzó en el cuartel de San Carlos el día 3 de agosto de 1936 y terminó el 7 del
mismo mes y año. Fueron interrogados más de cien testigos y el veredicto retumbó en el
aire de Santa Cruz, como un mal trueno: pena de muerte para el teniente; reclusiones
diversas para varios guardias y seis años de condena para un paisano.
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