la batalla que los mexicanos ganamos y nunca celebramos

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UNA GRAN VICTORIA MILITAR
DE MÉXICO, QUE NADIE CELEBRA
 El 30 de junio de 1520 los mexicanos derrotaron a los españoles
 Fue una Noche Triste para los españoles, pero de Triunfo para los mexicanos
 La calle Puente de Alvarado y un árbol, los recuerdos de la victoria
Por Benjamín Zetina
La victoria del general Ignacio Zaragoza sobre las fuerzas invasoras de los
franceses, lograda el 5 de mayo de 1862 es la más celebrada en México y en el
extranjero, a grado tal, que muchos descendientes de mexicanos que viven en los
Estados Unidos de Norteamérica, la confunden con la fiesta de la independencia.
Entrada de
Cortés a
Tenochtitlan en
1520
Hay otras batallas favorables a los mexicanos, la del Álamo, por ejemplo, que son
más o menos recordadas, pero la batalla del 30 de junio de 1520 en la que los
mexicanos atacaron y derrotaron a los conquistadores españoles y a sus aliados
tlaxcaltecas y cholultecas, pasa desapercibida, fundamentalmente porque
sobrevivió el punto de vista de los españoles y se le considera una “noche triste”
para Hernán Cortés y los suyos. Pero para los mexicanos, fue una noche de
triunfo.
1
Se dirá que fue un triunfo pasajero y que meses después los mexicanos fueron
derrotados por los españoles que sitiaron y finalmente lograron tomar Tenochtitlan;
pero después de la victoria del 5 de mayo, los franceses se repusieron y llegaron
hasta la ciudad de México.
No hay justificación. Hemos olvidado una de las grandes victorias mexicanas, la
victoria azteca del 30 de junio. Y ese olvido en nada beneficia a la construcción de
nuestra identidad.
Veamos lo que realmente ocurrió aquella noche lluviosa y tormentosa, del 30 de
junio de 1520.
Luis González Obregón dedicó gran parte de sus energías al estudio no sólo de la
historia de la Ciudad de México, y las leyendas que trascendieron en el tiempo y
pasaron a ser parte de la cultura capitalina.
En su libro “Las Calles de México”1, se refiere a la calle de Puente de Alvarado,
que según consigna lleva ese nombre porque el sanguinario conquistador Pedro
de Alvarado, el que por un excesivo celo cristiano asesinó a mujeres, niños,
ancianos y hombres desarmados en Cholula y en el Templo Mayor de la gran
Tenochtitlan2, cuando huía a la retaguardia de las huestes de Cortés aquel 30 de
junio, fue derribado de su caballo y herido, antes de cruzar un puente, el último
que le faltaba, para huir a Tacuba.
El puente había sido derribado por lo cual, Alvarado, según la leyenda, tomó una
vara y la uso para dar un salto descomunal, un auténtico “salto con garrocha”, y se
puso a salvo. No es verdad, es una leyenda. González Obregón aclara el episodio,
y nos narra lo que realmente sucedió en aquella famosa “noche triste”. La
narración se completa con la información que al respecto proporciona Bernal Díaz
del Castillo, el soldado raso que estuvo en esa batalla y sobrevivió para contarla.
“Hernán Cortés, de común acuerdo con sus capitanes, dice González
Obregón, resolvió dejar la ciudad en la cual no podría sostenerse por más
tiempo, por los continuos y repetidos ataques de los mexicanos.
Asegurando el quinto del Rey, lo que a él tocaba, y abandonados cerca de
setecientos mil pesos que no era posible llevar – todo provenía de los
tesoros indígenas – dio orden de marcha.
1
González Obregón Luis, “Las calles de México”, Editorial Porrúa, Colección Sepan Cuantos, 14 reedición,
México, 1995
2
En el idioma náhuatl no existían las palabras agudas. Aunque estamos acostumbrados a pronunciar
Tenochtitlán, lo correcto es sin acento en la “a” y con acento prosódico en la “i”.
2
Fue a la media noche del 30 de junio de 1520. La oscuridad era profunda y
fuerte aguacero caía. La columna de retirada comenzó a salir del cuartel de
los españoles, que había sido palacio del Rey Axayacatl, y que estuvo
situado en la esquina de las calles de Santa Teresa y 2ª del Indio Triste.
Marchaban a la vanguardia Gonzalo de Sandoval, con los capitanes
Antonio Quiñones, Francisco de Acevedo, Francisco de Lugo, Diego de
Ordaz, Andrés de Tapia, y otros que habían llegado con Narváez,
acompañados de doscientos infantes y veinte caballos.
En esa vanguardia, cuatrocientos tlaxcaltecas conducían un puente portátil
de madera, que emplearían para atravesar las cortaduras, y cincuenta
soldados bajo las órdenes del capitán Magarino, le servían de custodia. En
medio, rigiendo la batalla, iban Cortés, Alonso de Ávila, Cristóbal de Olid y
Bernardino Vázquez de Tapia; los cañones arrastrados por doscientos
cincuenta tlaxcaltecas y cincuenta rodeleros que los escoltaban; el fardaje
en hombros de los indios; los caballos conduciendo el quinto del oro que
pertenecía al Rey, y la yegua que llevaba la parte correspondiente a Don
Hernando; los macehuales que cargaban en sus espaldas el oro de los
capitanes y soldados, las mujeres del ejército, sirvientas y mancebas, Doña
Marina y dos hijas de Motecuhzoma, todas defendidas por treinta españoles
y trescientos indios; los prisioneros que no habían sucumbido, de los que
eran principales Chimalpopoca y Tlaltecatzin.
Atrás y a la retaguardia, que venía a las órdenes de Pedro de Alvarado y de
Juan Velázquez de León, caminaba un competente número de peones y un
3
pelotón de caballería. Siete mil aliados, por último, se habían repartido en
tres secciones3
Tan extraña comitiva, semejante a una negra serpiente, atravesó en silencio
pavoroso las calles de Tacuba, Santa Clara y San Andrés.
Llovía a torrentes, y el piso estaba lleno de lodo y encharcado. A las
dificultades del terreno se unía el peso de las armas y de los tesoros con
que la codicia había cargado a los conquistadores. Se llegó a la primera
cortadura, situada en la esquina de Santa Isabel, y colocando el puente, se
hundió bajo el peso formidable de aquella multitud.
De repente, una mujer que iba a sacar agua, a la luz de un tizón encendido,
contempla a los fugitivos: arroja la tea con que se alumbra a las aguas del
canal, y anuncia a gritos la fuga de los castellanos. Ya no era necesario: los
centinelas mexicanos había corrido la voz de alerta.
En un instante los que huían se encontraron acometidos por todas partes.
La lucha comenzó en medio de negrísimas tinieblas, y a la luz de los
relámpagos se podía ver millares de canoas, henchidas de guerreros, a la
3
“Historia antigua y de la Conquista de México”, por Manuel Orozco y Berra, 1888, Tomo IV, págs.. 445 y
446 (Nota al pie en el original)
4
vez que se escuchaba el lúgubre sonido del caracol sagrado, que allá en el
teocalli mayor convocaba para la guerra.
Parte del ejército fugitivo de castellanos y tlaxcaltecas aceleró el paso y
logró atravesar el puente; pero la otra quedó incomunicada.
Entonces cundió el pánico, reinó el desorden; todos gritaban, todos
combatían, y cada cual trataba de ponerse a salvo.
Frente a San Hipólito, en la segunda cortadura, muchos pasaban sobre
infinidad de cadáveres, que había obstruido el foso.
Más allí fue la mayor confusión y lo más recio de la pelea. Los guerreros
aztecas atacaban a los castellanos con furia, sin tregua y cuerpo a cuerpo.
Silbaban las flechas disparadas por los arcos, caían piedras de las azoteas
y resbalaban los caballos en el lodo o bajo el golpe mortal de las macanas.
Las espadas chocaban contra los escudos, las lanzas abrían hondas
heridas, la artillería no funcionaba y la pólvora de los mosquetes no daba
fuego, humedecida por la lluvia torrencial.
Espantables eran las voces de las víctimas. Aquí pedía alguien socorro, allá
se ahogaba un castellano y acullá un tercero imploraba a gritos piedad y
perdón por sus pecados. Los ayes de los moribundos se mezclaban el
ronco son producido por los huehuetin y caracoles aztecas.
5
En la tercera cortadura, junto al Tívoli del Eliseo, hoy calle del mismo
nombre4, la derrota de los castellanos fue completa. El relámpago con su
luz fosforescente, alumbraba a la muchedumbre que huía, a los montones
de cadáveres – entre los que podían distinguirse cabezas ensangrentadas,
brazos que aún empuñaban la lanza o el escudo – y las aguas tintas en
sangre, por las que surcaban las canoas victoriosas de los valientes
defensores de la patria, quienes a grandes voces vitoreaban a Cuitláhuac y
Cuauhtémoc, héroes gloriosos de aquella tremenda lucha.
En aquel momento, Pedro de Alvarado aparece en la tercera cortadura. Su
yegua alazana ha caído muerta. Viene a pie, solo, cubierto de barro,
chorreando sangre y defendiéndose hasta la desesperación de sus
perseguidores. Encuentra una viga atravesada en la acequia, la pasa y una
vez en el otro lado, monta en las ancas del caballo de un tal Gamboa, que
lo pone fuera de peligro.
Como se ve, el famoso capitán, no saltó ningún foso, ni se apoyó en lanza
alguna, sino que pasó por una viga.
Y así fue, en efecto, pues según dice un testigo ocular, el salto hubiera sido
imposible por lo ancho y profundo de la zanja.
Por otra parte, en el proceso de Alvarado, contestó éste al capítulo en que
se le acusaba de haber abandonado a sus compañeros, con estas frases:
„Solo e mal herido, e el cavallo muerto e viéndome desta
manera, pasé el dicho paso: e no me lo habían de tener a mal
ni dármelo por cargo, pues fue milagro poderme escapar, e no
lo pudiera hacer sy no fuera porque uno de cavallo estaba de
la otra parte, que era Cristóbal Martín de Gamboa, que me
tomó a las ancas de su cavallo e me salvo‟5
¿Pero, cuál fue el verdadero origen de la leyenda que dio nombre a la calle? El
fidelísimo Bernal Díaz del Castillo, testigo ocular de aquellos sucesos, lo refiere en
las siguientes palabras:
„Y porque los lectores sepan que en México hubo un soldado
que se decía Fulano de Ocampo, que fue de los que vinieron
4
La dirección actual es precisamente la calle Puente de Alvarado, entre Lafragua y Emparam (En donde
estuvo la gloriosa Prepa 4)
5
Proceso de residencia contra Pedro de Alvarado, México, 1847, pag 68. (Nota original) En ella se respeta la
ortografía de la época.
6
con Garay, hombre muy plático6 y que se apreciaba de hacer
libelos infamatorios y otras cosas a manera de
masepasquines, y pudo en ciertos libelos a muchos de
nuestros capitanes cosas feas, que no son de decir, no siendo
verdad; y entre ellos, además de otras cosas dijo de Pedro de
Alvarado que había dejado morir a su compañeros Juan
Velázquez de León con más de 200 soldados y los de a
caballo que les dejamos en la retaguardia, y se escapó él, y
por escaparse dio aquel gran salto, como suele decir el refrán:
“saltó y escapó la vida”7
El relato de la batalla se interrumpe aquí por parte de González Obregón, pero
puede continuarse a partir de Bernal Díaz del Castillo, ese sincero soldara raso
metido a historiador y de Francisco Javier Clavijero, el jesuita veracruzano
expulsado de México.
Bernal consigna que Cortés, Gonzálo de Sandoval y Cristóbal de Olid lograron
llegar a Tacuba, en donde se enteraron de que gran parte del centro de la
6
Hablantín
Historia verdadera de la Conquista de Nueva España, México, 1854, Tomo II, Capítulo CXXVIII, pag 212. Por
testimonio de otros historiadores, consta que no murió en esa jornada Velázquez de León.
7
7
procesión y la retaguardia habían sido destrozadas por los aztecas y eran muchos
los muertos y heridos. Ante esa noticia, decidieron regresas a dar auxilio a quienes
pudieran.
A poco de caminar, dice Bernal, encontraron a Pedro de Alvarado.
“… bien herido, a pie, con una lanza en la mano porque la yegua
alazana ya se le había muerto y traía consigo cuatro soldados tan
heridos como él y ocho tlaxcaltecas, todos corriendo sangre de
muchas heridas. Y entretanto que fue Cortés por la calzada con los
demás capitanes, (y) reparamos en los indios de Tacuba, ya habían
venido de México muchos escuadrones dando voces a dar
mandando a Tacuba y a otro pueblo que se dice Escapuzalco8, por
manera que encomenzaron a tirar vara y piedra y flecha, y con sus
lanzas grandes; y nosotros hacíamos algunas arremetidas, en que
nos defendíamos y ofendíamos.
Bernal Díaz del Castillo agrega que:
“… como Cortés y los demás capitanes le encontraron de aquella
manera y vieron que no venían más soldados, se le saltaron las
lágrimas de los ojos, y dijo Pedro de Alvarado que Juan Velázquez
de León quedó muerto con otros muchos caballeros, así de los
nuestros como de los de Narváez, que fueron más de ochenta, en la
puente, y que él y los cuatro soldados que consigo traía, que
después que les mataron los caballos pasaron en la puente con
mucho peligro sobre muertos y caballos y petacas que estaban aquel
paso de la puente cuajado de ellos, y dijo más: el que todas las
puentes y calzadas estaban llenas de guerreros, y en la triste puente,
que dijeron después que fue el salto de Alvarado, digo que aquel
tiempo ningún soldado se paraba a verlo si saltaba poco o mucho,
porque harto teníamos que salvar nuestras vidas, porque estábamos
en gran peligro de muerte, según la multitud de mexicanos que sobre
nosotros cargaban”.
Francisco Xavier Clavijero se refiere a las bajas de ambos bandos.
“La pérdida de los mexicanos en esta noche no pudo menos de ser
muy considerable. De la de los españoles hablan, como en otros
cálculos, con mucha variedad los autores. Lo más cierto (según dice
Gómara, que muestra haberlo averiguado con mayor diligencia) es
que murieron sobre 450 españoles, más de 4,000 hombres de tropas
auxiliares, entre ellos, según dice Cortés, todos los cholultecas;
murieron también todos o casi todos los prisioneros y toda la gente
8
Azcapotzalco
8
de servicio y 46 caballos, y se perdió casi toda la riqueza adquirida,
toda la artillería y todos los papeles pertenecientes a la Real
Hacienda y a la Historia de lo acaecido hasta aquel tiempo a los
españoles9.
Entre los españoles, que faltaron, los de más consideración fueron
los capitanes Juan Velázquez de León, persona principal e íntimo
amigo de Cortés, Amador de Laris, Francisco de Morla y Francisco
de Saucedso, hombres todos de mucho valor y mérito. Entre los
prisioneros pereció el desgraciado rey Cacamatzin, un hijo y dos
hijas del difunto rey Moctezuma. Acompañó a estas princesas en su
desgracia doña Elvira, hija del príncipe Maxixcatzin. No pudo el
esforzado corazón de Cortés con tener a vista de tanta calamidad el
llanto a sus ojos. Sentóse en una piedra cerca de Popotla, población
cercana a Tlacopan, no tanto por respirar de la fatiga cuanto por
llorar la pérdida de sus amigos y compañeros”.
Pero no se quedaron mucho tiempo. Aunque inexplicablemente los aztecas no los
persiguieron en masa para terminar con los españoles y cambiar, probablemente,
el curso de la historia, si hubo varios escuadrones que por su cuenta persiguieron
a los derrotados. Ahí en Popotla les enviaron un adanada de flechas, lanzas y
pedradas con sus hondas y mataron a tres españoles mas y muchos tlaxcaltecas.
Cinco de estos dijeron que conocían un camino por el cual podían escapar hacia
Tlaxcala y los condujo, según Bernal, por un camino en el cual sufrieron pérdidas,
pero no muchas. Su ruta fue por Cuauhtitlan, Citlaltepec, Xoloc y Zacamalco.
Están tan derrotados y hambrientos los españoles que con Cortes a la cabeza se
comieron uno de sus caballos. Los tlaxcaltecas comieron pasto10.
Clavijero dice:
“Estaban ya los españoles tan heridos y quebrantados, que si los
mexicanos les hubiesen seguido el alcance no hubieran dejado uno
vivo, pero desde la calzada se volvieron a la ciudad, o por haber
quedado satisfechos con el destrozo que en ellos habían hecho o
porque, habiendo encontrado los cadáveres del rey de Acolhuacan,
de los príncipes reales de México y de otros señores, se ocuparon en
llorar su muerte y celebrar sus exequias. Lo mismo habían los demás
con sus respectivos deudos, dejando en aquel limpias las calles,
calzada y canales de los cadáveres antes que inficionasen el aire con
su corrupción”11
9
Clavijero Francisco Javier, “Historia Antigua de México”, Editorial Porrúa, Colección Sepan Cuantos, México,
2009
10
Clavijero, Op. Cit. Página 517
11
Clavijero, Op. Cit. Página 516
9
Bernal cuenta que estaban temerosos de que los tlaxcaltecas rompieran con la
alianza lo que significaría el fin de la aventura de conquista. Pero no fue así, los
tlaxcaltecas continuaron como aliados de los españoles y gracias a ello pudieron
recuperarse. Desde luego, hubo tlaxcaltecas que tuvieron la visión de lo que
ocurriría pronto y se lanzaron contra Cortés. Xicotencatl, el hijo del otro
Xicotencatl, que se sometió a los españoles, se negó a la alianza y aún se levantó
en armas contra los españoles. Era demasiado audaz y poco después fue
derrotado su pequeño escuadrón y asesinado por Cortés.
Como es sabido, Cortes y los tlaxcaltecas se organizaron y derrotaron en Otumba
a un gran ejército de mexicanos y sus aliados de Otumba, Calpulalpan y
Teotihuacan, mediante la estrategia de concentrar el ataque de la caballería contra
el general de los mexicanos, caído y muerto el cual, el ejército mexicano se
desorganizó y Cortes, sus generales y sus aliados, sobrevivieron para destruir,
después de feroces combates, a la ciudad de Tenochtitlan. Los tlaxcaltecas
terminaron, finalmente, tan esclavizados como todos los demás indígenas de
Mesoamérica.
La batalla de Otumba
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