La democracia no es solo un problema de derecho humano

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Y Japón llegó a Alemania
Antonio Hermosa Andújar
(Universidad de Sevilla)
Elección tras elección, a la Canciller Angela Merkel le crecen los
enanos… verdes. Es verdad que motivos para consolarse los hay; por
ejemplo: a otros les ha ido peor, e incluso mucho peor. En efecto, la
extrema derecha no ha logrado escalar hasta su anhelado tercer
parlamento regional, si bien en Baden-Württemberg [B-W] lo ha rozado;
y los liberales del FDP no paran de hacer aguas, y en algunos Länder,
como Renania-Palatinado [R-P], incluso se han ido a pique al no
alcanzar el fatídico 5% que les mantendría vivitos y coleando en la
arena pública (pero eso no servirá precisamente de mucho consuelo a
Merkel ni a su partido, la CDU, al ser sus socios de gobierno más afines;
sin contar con que dicha desaparición parlamentaria se ha producido en
el único Land en el que la CDU ha aumentado en un 2.5% su porcentaje
de votos). Además, seguirá gobernando en Sajonia-Anhalt [S-A], junto a
los social-demócratas del SPD, tras haber renovado mayoría: pero,
también, tras haber disminuido el porcentaje de votos en la renovación,
cayendo del 36.2 % al 32.5%.
Un descenso que, con la malhadada excepción recién apuntada,
sigue imparable desde que el pasado febrero perdiese la mayoría en
Hamburgo a manos del SPD, o la mantuviese en las elecciones del 20 de
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marzo de Baja Sajonia, pero a costa de una sangría de votos. El más
doloroso, con todo, pues se trata de una derrota electoral en toda regla,
es el experimentado en B-W, y aquí la actuación de la Canciller bien
puede atribuirse una parte nada desdeñable del mérito. Porque la
misma líder del partido que la noche pre-electoral había cerrado
campaña en Mannheim -la segunda ciudad del tercer Land más rico de
Alemania, tras la capital Stuttgart- lanzando un anatema contra los
“experimentos políticos”, va y en una semana mágica se saca de la
manga dos: uno que favorece la supervivencia del tirano en Libia y otro,
de mayor calado en la población alemana, sobre la energía nuclear,
donde sin quitar la mirada del espejo ha pasado del ponga una central
nuclear en su vida al famoso Atomkraft? Nein, Danke, que dio la suya a
los Verdes.
Las elecciones de B-W han resultado mucho más experimentales
de cuanto el mapa político conservador, incluyendo en él al doliente
partido liberal, hubiera gustado imaginar. Si lo que se pretendía desde
el gobierno era contener los cambios y refrenar las novedades, el tiro les
ha salido por la culata, pues no han sido pocas las que se han
concentrado en un único acto electoral: por primera vez la CDU ha
perdido su mayoría en un Land que gobierna consecutivamente desde el
año siguiente a su fundación, hace ya sesenta; por primera vez habrá en
él un gobierno de izquierda; por primera vez han triunfado los Verdes
en unas elecciones regionales (han doblado su porcentaje, pasando de
casi el 12 al 24.2%) y por primera vez el SPD forma alianza con ellos
siendo el partido minoritario (23.1%). Se trata, en fin, según se ha
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proclamado por ahí, no sólo de una “victoria electoral histórica”, sino de
una victoria electoral irónica, ya que el partido originariamente
ecologista sale coronado en la tierra que fue cuna del automóvil alemán.
Así pues, los Verdes, su ascenso espectacular, constituye el gran
cambio en el paisaje político alemán; desde un 11% en las últimas
elecciones nacionales han saltado hasta un 20-25% de media; y donde
no estaban en los parlamentos regionales han hecho acto de presencia
gracias, bien a un mayor respaldo popular, como en el caso de S-A,
donde se han elevado hasta el 6.8% desde un prepolítico 3.2%, o bien a
un respaldo mucho más notable, como en R-P, que del 4.6% se ha
disparado hasta el 15.4%. Y ese cambio, ebrio de significado para el
futuro de la política alemana y europea, es el nuncio de los nuevos
cambios que están por llegar a la política alemana pero que ya se
adivinan: una reordenación de los valores, una nueva remodelación de
las prioridades, una reorientación de los objetivos y, en suma, una
redefinición de la política. Entre ellos se incluye también el cambio que
completará la transformación del partido vencedor, ya iniciada cuando
su ex líder Joschka Fischer llegó a ser el jefe de la diplomacia alemana
durante los dos mandatos de Gerhard Schröder, en un partido de
gobierno: el partido-ideología, el partido-protesta, el partido, en suma,
anti-sistema que originariamente fue ha dejado de existir. A partir de
ahora, ser verde para los Verdes será sólo un modo de ser, pero en
ningún caso su solo modo de existir, y poner fecha de caducidad a la
energía nuclear mientras se favorece el despliegue de las energías
renovables sólo una faceta política más, a desarrollar y coordinar con
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otras facetas que habrán de traducir su inventiva para idear y ejecutar,
y que darán la medida de su capacidad para reinventarse.
Y eso será así lo quiera el partido o no, y pese a quien pese, esto es,
guste o disguste a esa telaraña de prejuicios que aún obnubila la mente
–o quizá sólo la voluntad- de tantos conservadores alemanes en contra
de las evidencias; y eso será así, insisto, so pena de desaparecer, porque
a partir del techo alcanzado en la escena pública merced al voto popular
ya no se podrá aspirar ante cualquier revés a esconderse re-deviniendo
el peter pan de la ecología. La alianza de gobierno que habrán de formar
verdes y rojos en B-W será por tanto experimental en muchos sentidos,
y de una trascendencia que rebasa con mucho los lindes del Land. Su
simple duración será con suma probabilidad un éxito, y no sólo porque,
como diría Hume, contribuya a generar una costumbre, sino porque
habrá curtido la piel política al principal miembro de la misma y porque
solidificará los débiles indicios de recuperación que se advierten en el
otrora gran partido alemán. Lo que les une, esto es, el ideario educativo
y ambiental a seguir, debe proporcionar el respaldo frente a lo que los
separa, sea la construcción o no de la nueva estación de ferrocarril en
Stuttgart o la política financiera. Por lo demás, estos tiempos de crisis
no sólo favorecen el dejar al descubierto la infame mediocridad de los
gobernantes característica de la inmensa mayoría de los líderes
europeos actuales, sino también el surgimiento de otros nuevos a la
altura de los tiempos, y para una tal necesidad Alemania es terreno
fértil. La novedad, de su parte, es un probado abono al respecto.
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¿Dónde ir a buscar la raíz del cambio apuntado? Sin duda, a
Japón. Es verdad que el terremoto y el tsunami que han producido la
devastación de algunas zonas de la geografía japonesa, y una
intranquilidad en la población superior a la de los niveles de radiación,
ya estuvo presente en las elecciones del 20 de marzo en S-A, saldadas
con la CDU como partido más votado, y en ellas una radiografía del
pecho de dicho partido habría mostrado sin dificultad la imagen de una
gran central nuclear en el lugar ocupado normalmente por el corazón.
Ahora bien, la semana siguiente confirmó los malos presentimientos
verdes y el terror se convirtió en miedo porque el agente se concretó. En
Alemania, país dotado de una sensibilidad especial hacia lo nuclear, el
sentimiento devino conciencia y frente a un electorado tan diferente,
hasta la propia CDU, que en el pasado otoño declarara su ardiente
pasión por la energía nuclear, y tildara a las centrales alemanas como el
no va más de la seguridad en la materia, se puso la careta de mirar en
la dirección opuesta y siete reactores repentinamente enfermos, a los
que se pensó revisar al objeto de alargarles la vida, fueron declarados
enfermos terminales, y los otros diez ni eran ya tan bonitos ni la fuente
de emociones de un tiempo.
Que un infortunio natural acaecido a miles de kilómetros, en
Japón, haya resonado de inmediato y con tal fuerza política en
Alemania, acelerando de manera casi revolucionaria procesos sólo
parcialmente en curso y generando otros en principio más improbables,
sólo es posible en un contexto donde la aldea global de McLuhan es una
realidad, es decir, en un contexto de globalización: el mismo en el que la
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calle árabe, adoptando como historia futura, como diría Kant, la historia
occidental, una historia ajena, la hace propia al optar por un futuro
democrático. Un contexto que, al englobar a todos los habitantes del
planeta, y volver la información instantánea, permite y fomenta de
manera automática el intercambio de valores, experiencias y prácticas,
dotando con ello de mayor autonomía y más poder a la voluntad de los
individuos particulares, aunque también nos expulse del paraíso con los
antídotos que asimismo fabrica, en grado de contrarrestar los poderes
que otorga. El mismo contexto que, en el futuro más próximo, hará más
sofisticadas y raras las tiranías, y más difícil la vida a los tiranos.
Ha sido la cuota experimentada del terremoto y el tsunami
japonés, la lección personal extraída acerca de la (in)seguridad que para
la convivencia actual y futura representa la energía nuclear, uno de los
factores básicos del bagaje de los electores de R-P y de B-W al acudir a
las urnas. Ha sido la globalización lo que ha hecho posible que una
catástrofe provocada por algo tan natural en Japón como un terremoto
haga temblar políticamente la tierra en Alemania.
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