El jazz aprende a sobrevivir

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EL PAÍS, viernes 11 de mayo de 2012
música
madridviernes
El jazz aprende a sobrevivir
En medio de dos crisis, la discográfica y la de la música en directo, el estilo resiste con conciertos cada noche y
grabaciones de calidad. Los músicos jóvenes encuentran un trampolín en la noche mientras los asentados sufren
JERÓNIMO ANDREU
Madrid
Los contrabajistas puede que no
suelan salir en la foto, pero no dejan de ser los que marcan el paso.
Por eso, por mucho que le pese a
los solistas, esta es una historia
sobre todo de bajistas. Ander García es un joven de Bilbao que en
los clubes de Madrid intenta
abrirse paso. Miguel Ángel Chastang es “un músico impresionante”, según Ander, y un profesional
con 35 años de carrera. Y Javier
Colina, el mito de las cuatro cuerdas en España, un innovador y
uno de los valores internacionales del jazz patrio. Para cada uno
de ellos Madrid es una ciudad distinta, que va de lo excitante a lo
decadente.
La visión tan diferente que tienen estos músicos de los escenarios de la ciudad ilustra hasta qué
punto es difícil emitir un diagnóstico sobre el jazz en la ciudad. Si
le pregunta usted a Pepe Rivero,
pianista cubano curtido en España, le dirá: “Vas a Nueva York y la
gente te pregunta por lo que pasa
en Madrid porque está convirtiéndose en una referencia”. Si le hace
la misma pregunta a Gerardo Pérez, uno de los propietarios del
Café Central, clásico entre los clásicos, le dirá que hay que estar
loco para dedicarse a lo suyo.
El Soul Station es un bar de
estética lounge en el que las únicas cervezas son suaves y de importación. Se ha convertido en
una de las referencias de la noche
gracias a sus jam sessions. Richard, su propietario, cuenta que
el secreto es conseguir que una
comunidad de músicos crezca bajo su ala. Ander se ocupa de dirigir la sesión del lunes. “Aquí viene
gente que cada día trae cosas nuevas: ideas que saca de los clásicos
pero también de Radiohead”, explica. “Es increíble que en esta ciudad haya una jam cada noche”.
El ambiente en el local es joven. Por un momento comparten
escenario un trompeta con rastas
y gafas de pasta, un batería con
moño y un teclista que se niega a
sacar una mano de debajo del teclado. Los músicos prueban variaciones y escalas. La experimentación abarca también lo más superficial, poses forzadas como la de
un saxofonista que solea de perfil
al público, izando ligeramente un
pie en pose de podenco. Pero no
se puede negar que las notas fluyen. A medida que transcurre la
noche se van olvidando la retórica, y las caras de músicos y público se van desencajando por la tensión. Se viven los momentos que
dan sentido a la música improvisada.
“Hay muchas jams de las que
están saliendo cosas”, cuenta
Georvis Pico, batería cubano que
el día de la huelga general presentó disco en la sala Bogui. “Se están
haciendo cosas potentes de jazz
moderno, aunque haya músicos
tradicionales que no lo crean”. Pico forma junto con su compadre
Pepe Rivero parte del regimiento
de instrumentistas cubanos en
Madrid. Llegaron hace 14 años y
han visto una gran evolución en
la escena. “Esto ha crecido muchísimo con los que han llegado, de
Joaquín Chacón, sentado
con la guitarra, en una
clase práctica en la Escuela
de Música Creativa. / c. r.
Argentina, Puerto Rico…”, cuenta
Rivero. “Y los españoles también
han dado un salto, han salido al
extranjero y son mucho más sóli-
dos”. La crisis económica es una
losa a las espaldas del sector, y
tocar en clubes que paguen bien
resulta imposible, pero los dos
aseguran que ha cimentado un
circuito que va acumulando fieles
y en torno al que Rivero ha montado un festival en los teatros del
Canal, el Clazz Latin, que este junio tendrá su segunda edición.
“Cosas salen, pero hay que moverse mucho, mucho”, dice Rivero.
Moverse no solo implica buscar conciertos. Rivero, por ejemplo, es profesor en la Escuela de
Música Creativa, con sede en
Malasaña. La Creativa no es exclusivamente un centro de jazz, sino
que el estilo sirve de esqueleto a
la enseñanza de música moderna. Tom Hornsby, su director pedagógico, asegura que ve Madrid
más vivo que nunca, pero sabe
que una cosa es la escuela y los
jóvenes que tocan gratis en jams,
y otra el mundo profesional. “Lo
que notamos es que los profesores, que son músicos en activo,
nos están pidiendo más horas de
clase para cuadrar el mes”. En opinión de este saxofonista inglés,
hay que ser consciente del lugar
de donde venimos —un país sin
cultura del jazz— para apreciar
dónde estamos. No es un secreto
que la educación musical española está a años luz de la europea o
estadounidense, y la música menos comercial es un proscrito en
los medios de comunicación.
Joaquín Chacón, guitarrista y
otro de los profesores del centro,
coincide en que para los más curtidos la noche es una ruina: “Hasta la crisis, tocar solo por la recau-
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EL PAÍS, viernes 11 de mayo de 2012
música
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canción martirio
Maestra de la risa y el sollozo
FERNANDO NEIRA
ciones entre los dos continentes.
Y a pesar de todo, está convencido
de que el jazz en Madrid no fluye.
“Está en su peor momento, y no
solo económicamente. Falta agresividad, presencia”. Sentado en el
Café Comercial explica cómo el estilo siempre ha estado ligado a la
sociedad. Por eso, en los años de
la lucha contra la segregación racial en EE UU se convirtió en un
rugido rabioso mientras
que en los de la burbuja
especulativa ha funcioDe la jam al concierto
nado como una alfom왘 Soul Station. Los lunes, una de las jam
bra para señoras con
session emergentes de Madrid. Cuesta de
abrigos de visón a la
Santo Domingo, 22.
puerta de conciertos de
Wynton Marsalis.
왘 Café Berlín. Tras varios cambios de
Hay más. En su opidueño parecía perdido para la causa, pero
nión, España cada vez es
volvió con fuerza. “Ahí he visto las jam más un país menos nocturno
locas”, cuenta el batería Georvis Pico.
y la música no seduce al
Jacometrezo, 4.
público joven. Todo ha
perdido frescura: la ense왘 BarCo. Sus jam tienen días. Sobre todo
ñanza musical, los cluporque los músicos tienden a perderse en
bes y los festivales. Solo
solos eternos. Al mismo tiempo es muy
tienen mejor salud las leactiva. Los estudiantes de la Creativa la
yes contra el ruido.
toman a menudo. Barco, 34.
“Cuando empecé había
un club en la ciudad: el
왘 Café Populart. La programación a
Whisky Jazz”, cuenta.
veces es muy discutible, pero es muy
“Ahora es cierto que hay
apreciado por los fans del latin. Huertas, 22. mejores músicos y un
sector que, precariamen왘 Clamores. Una clásica que cada vez da
te, sobrevive, pero hemenos jazz y más otros estilos, aunque aún mos empezado la casa
ofrece sorpresas. Alburquerque, 14.
por el tejado”. Cree que
los músicos tienen mie왘 Bogui Jazz. El mejor sonido,
do a arriesgar con apuesprogramación muy sólida. Probablemente,
tas exigentes y de caliel referente actual. Barquillo, 29.
dad. “En ese sentido la
sociedad del confort per왘 Café Central. No vive solo del
judica al arte. Vivimos
nombre. Sus programadores aseguran
un exceso de informasiempre grupos solventes y mimo en la
ción pero falta pasión”.
elección. Plaza del Ángel, 10.
En la conversación
sale uno de los temas
que más preocupa a los
ral ha sido nula, ahora sufrimos”. músicos veteranos hoy: la amenaCoincide en esa visión Miguel za que se cierne sobre el Café CenÁngel Chastang. Y eso que él no se tral, que dentro de dos años se
puede quejar. Estudió en Nueva enfrentará a una subida de alquiYork con Ron Carter y trabaja a ler que puede poner fin a sus 30
menudo con músicos estadouni- años de historia. “Da vértigo pendenses. Ahora saca el cuarto volu- sarlo”, admite Chastang. “Abrimen de su From Harlem to Ma- rán nuevos sitios, con nuevos prodrid, una colección de colabora- gramadores, pero a los de siemdación de la puerta era impensable cuando tenías cierto nivel;
ahora es ley. Los jóvenes son los
que mantienen la música en directo, y los veteranos la practicamos
cada vez menos”. Para Chacón, el
bache es, en parte, culpa suya: “Somos un gremio individualista.
Hay tendencia a quejarse en lugar de buscar soluciones colectivas. Y visto que la política cultu-
A la izquierda, el trompeta
cubano Jorge Vistel, durante
la jam del Soul Station. A la
derecha, Albert Sanz toca en
el Central. / c. rosillo
pre se nos cierra una puerta”.
Gerardo Pérez, uno de los dueños del Central, no tiene muchas
ganas de hablar del cierre. Se le
nota de un humor complicado
acodado en la barra de su club.
Esta semana tenía programados
a Albert Sanz, Javier Colina y Al
Foster. Sanz es un pianista emergente, sobre Colina ya hemos dicho bastante, y Foster fue el batería favorito de Miles Davis, una
leyenda de las que se cuenta que
todavía hoy se guardan en el calcetín los billetes que cobran. A pesar del cartel, el martes Gerardo
tenía el local más vacío que lleno.
“Nunca se sabe”, suspiraba sin
apartar los ojos del escenario.
El Central tiene una barra de
mármol y mesas de café. Es un
lugar muy apreciado porque programa una banda durante toda la
semana, lo que da oportunidad de
que se asienten los proyectos. “Este sitio es un milagro”, asegurará
más tarde Colina con una copa en
la mano. “Y mira que Madrid es
aburrido. Esto está muy aburrido”. Su opinión hay que ponerla
en contexto: Colina es un gran aficionado a los folclores de todo el
mundo, un adicto a la energía de
la música callejera, algo que no
encuentra en la capital.
“El jazz solo funciona si hay
grupos estables y un circuito para
que se muevan. Si no, no ensayas,
no progresas”, masculla Pérez,
otra explicación a sus apuros. “Y
eso se nota: si la gente vienen y no
le gusta, no vuelve”. Habla entre
dientes para no molestar a los
clientes. Colina está en medio de
un solo de notas redondas y muy
lentas. El silencio es sepulcral. En
el momento de mayor intensidad
se escucha una carcajada de felicidad. Es Foster, que mira con aprobación al contrabajista. Sacude la
cabeza y sigue tocando.
Maribel Quiñones a pecho
descubierto. No podríamos
decir que sin aditivos, porque
jamás ha recurrido a ellos en
casi tres décadas de
trayectoria; pero sí con una
desnudez tan extrema que a
cualquier otro le aterraría.
Tenía Martirio el empeño de
cantar por vez primera en la
Galileo Galilei, y ayer, cuando
al fin pudo darse el gustazo,
optó por hacerlo con la única
compañía de su hijo, el
espléndido guitarrista Raúl
Rodríguez. El escenario puede
tornarse inmenso en estos
casos, pero la coplera
onubense y su vástago de
manos primorosas asumieron
el control de cada metro
cuadrado. Y el público se
agolpó en la sala de Chamberí
como solo sucede en las
noches de los grandes
acontecimientos.
Radiante se nos personó
Maribel, guapísima una vez
más con la indumentaria que
mandan los cánones
martiristas: vestido negro de
tiros largos, peineta flamante y
esas gafas negras que privan al
mundo de admirar sus abisales
ojos verdes. Y se aplica desde
el primer momento a impartir
el discreto magisterio de esa
voz con tantos ángulos como
recovecos, garganta mágica
que cobra cuerpo con la
misma facilidad que se torna
vaporosa y leve. Moldea los
versos, los endulza o endurece,
alarga las notas o las adereza
con unos melismas que ni por
equivocación incurren en la
floritura vana. Jamás canta dos
veces de la misma manera,
pero, eso sí, nunca renuncia a
cantarlo bonito. Por eso su
público repite: porque la
sorpresa es una certeza.
Incluso en un recital tan
arriesgado como el de anoche,
sin margen para camuflar
inseguridades o puntos
débiles, Quiñones hace suyas
cuantas estrofas visitan sus
cuerdas vocales. Tanto da que
aborde la canción de un
rockero argentino (Fito Páez),
el clásico son cubano (Bola de
Nieve) o el repertorio mordaz
y socarrón de sus inicios
(Madurito interesante):
Martirio siempre es Martirio.
Vive tanto los versos, ajenos o
propios, que acaba
involucrando al auditorio
entero. Y con ella, maestra de
la risa y el sollozo, se nos
escapan las lágrimas y las
carcajadas aunque no
queramos. Como en un
resumen de la vida misma, ese
episodio fugaz que conviene
no malgastar entre llantos.
Sabia serena a sus fabulosos
cincuenta y muchos, Maribel
tiene el don de emocionarnos
y divertirnos sin que
advirtamos siquiera la
transición. Dueña de un
gracejo incomparable en las
presentaciones, esa virtud
inaprensible que se lleva
dentro o no se adquiere
jamás, tan pronto se guasea de
los quebrantos sentimentales,
“esos momentos en que te
vienen a casa y no les pones ni
café”, como nos suministra las
excepcionales Una roca en el
mar (Javier Ruibal) y Quisiera
amarte menos, monumento de
la mexicana Chavela Vargas a
esos amores inexorables de los
que, ni pretendiéndolo,
podemos despojarnos.
Raúl Rodríguez la acompaña
con inventiva, eludiendo lo
evidente; a veces clásico y
otras muy flamenco, pero
siempre profundo. Combina
acentos, arpegios y hasta
silencios inesperados, como en
María la portuguesa. O
travesuras como la de
convertirse en un bluesman
hispalense para colorear Torre
de arena, copla de pura cepa.
Es la fase coplera (La bien
pagá, Ojos verdes) en la que
Martirio se muestra más
exuberante y proverbial, pero
su faceta más imaginativa, de
puro iconoclasta, es la
sandunguera: imposible
mantener el rictus impasible
ante Las mil calorías,
descacharrante sevillana
rapeada sobre las dificultades
para conservar el tipito. Cuánto
arte, caramba; cuánto arte.
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