unidad nacional, ¿fuerza constructiva o destructora?

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SOCIEDAD
UNIDAD NACIONAL,
¿FUERZA CONSTRUCTIVA
O DESTRUCTORA?
FERNANDO GUZMAN
El autor se pregunta por el valor de la unidad nacional como
fuerza para unir a una nación, a pesar de la conflictiva
diversidad que siempre existirá.
Durante este último tiempo el
tema de la unidad nacional ha
vuelto a estar en el tapete. Pastores y gobernantes, desde ángulos
distintos y con implicancias diferentes, han aludido insistentemente a él, colocándolo entre los
valores superiores que integrarían toda sana convivencia política. Así, la Conferencia Episcopal
de la Iglesia Católica chilena, en
el documento Evangelio, Etica y
Política, ha señalado que el desafio más urgente es, sin duda, el
de reconciliarnos, el de reconstruir la unidad de nuestro pueblo,
reencontrando nuestro destino
común más allá de los intereses
encontrados de los diversos grupos y clases sociales y de las
ideologías políticas en pugna".1
Según este documento de trabajo, el egocentrismo, tanto a nivel
individual como colectivo, es el vicio que más impide el florecimiento de esta unidad. En él se indican, además, tres desgarramientos del cuerpo social que harian
peligrar dicha unidad: la marginación económica, social y política;
el distanciamiento enlre Estado y
sociedad civil; y el uso de la violencia.2
Recientemente, el general Pinochet ha terciado en este debate, hablando tanto de la necesidad de un consenso mínimo,
como de una guerra prolongada.3
En el discurso de esta autoridad,
el tema de la unidad nacional esta
íntimamente vinculado al de la
guerra interna Para los miembros del régimen militar, la unidad
24
nacional, según lo han manifestado desde un comienzo, pasa por
la exclusión de los sectores marxistas de la vida política y cultural
del país La Constitución de 1980
recoge en gran medida estas
ideas
Una cierta ironía pareciera
acompañar a estos conceptos.
Once años atrás, una generación
militar -la que al mes de septiembre de 1973 copaba los altos
mandos castrenses- derroco al
gobierno constitucional y asumió
por la fuerza todo el poder político, aduciendo que el gobierno habría quebrantado la unidad nacional, fomentando una lucha de
clases estéril, y en muchos casos
cruenta".4 Algún tiempo más tarde, esa misma generación o parte
de ella, sostenía que para conjurar este peligro el régimen militar
debía asumir la misión de "dar
vida a nuevas formas institucionales' 5 Ha transcurrido más de
una década desde la formulación
de aquel programa ideológicoinstitucional y la división entre los
chilenos parece ser tanto o más
honda que la existente antes del
pronunciamiento militar. La unidad parece ser, pues, una caprichosa diosa, una diosa que niega
sus favores a quienes luchan por
imponerla. ¿Por qué será así 9
Esta ironía histórica tiene mucho de trágica. A nadie puede escapar el doloroso costo de este
programa unitario. La remodelación institucional llevada a cabo
por la aludida promoción o generación militar ha destruido nuestra
comunidad política y continúa dejando en el camino un largo numero de arrestados, detenidosdesaparecidos, torturados, relegados y exiliados. La unidad propuesta e implementada ha estado
rodeada de notables exclusiones
y violaciones a los derechos humanos. Bajo su sombra ha surgido un nuevo monstruo estatal con
múltiples cabezas y garras -los
servicios de seguridad, la DINA y
la CNI- ante cuyo poder la persona humana se torna insignificante. Esto nos obliga -creo yo- a reflexionar sobre este concepto de
unidad, a adentrarnos en el análisis de su naturaleza, de los mecanismos a través de los cuales se
concreta, y, sobre todo, a cuestionar su justicia y convivencia.
¿Qué razón existe para servir a
tan caprichosa como peligrosa
diosa?
Unidad o pluralismo
Para avanzar en este tipo de
reflexión, nada parece mejor que
detenernos por un instante en las
obras de los teóricos de la política. Si así procedemos, veremos
que el tema de la unidad de la co1
Ver: Evangelio, Etica y Política, documento editado por el Cenlro Nacional
de Comunicación Social del Episcopado de Chile, julio 1984, pp. 30. 31, 42.
2
Ibid.
3
Ver Prensa nacional desde comienzos
de agosto de 1984.
4
Ver Bando N° 5 de la Junta de Gobierno, del 11 de septiembre de 1973.
5
Ver Decreto-Ley N° 77, publicado en
el Diario Oficial del 3 de oclubre de
1973
¡:NERO-FE8RERO19B5
SOCIEDAD
mumdad política ocupó un lugar
relevante en la reflexión de los filósofos griegos -Platón y Aristóteles- y que él resurge continuamente en tiempos y lugares afee
tados por grandes crisis organizativas, como se infiere de la obra
de Maquiavelo. Observaremos,
asimismo, que la ciencia política
en las modernas democracias occidentales valora tanto o más la
competencia y el conflicto que la
unidad.
El examen de La República
nos muestra que. para Platón,
cada ser humano tiene, en conformidad a su naturaleza, una
particular excelencia o vocación 6
La ciudad se construye en base a
la suma de cada una de estas excelencias individuales, llegando
asi. por tanto, a ser una y no muchas ciudades. Dentro de esta visión, la justicia es concebida
como un ordenamiento capaz de
permitir el desarrollo de estas vocaciones e impedir que los diferentes sectores o clases de la ciudad invadan funciones distintas
de aquellas para la cual han sido
dotados. La subversión de este
orden natural trae, según sean
sus grados, la corrupción del respectivo régimen político.
Platón observa la existencia de
una estrecha relación entre la ciudad y la psiquis humana Las
fuerzas que luchan al interior de
la psiquis por dar dirección a la
vida de! hombre, son las mismas
que luchan al interior de la ciudad
y que le dan a ésta su carácter La
ciudad -dirá- se asemeja a la figura de un hombre dibujado a
gran escala. Esta identificación
entre la psiquis y la ciudad lleva a
Platón a concluir que la comunidad política mejor gobernada es
aquella que ha alcanzado un extremo grado de unión, en donde
cada miembro goce y sufra por
las mismas razones y nadie pueda decir esto es mió, sino respecto de su propio cuerpo. La ciudad
más perfecta será, entonces,
aquella en que reme tal grado de
unión que la herida del menor de
sus miembros sea sentida y vivida como propia por el conjunto
del cuerpo social. Es decir, aquella en que exista tal comunidad de
gozos y dolores que asemejen las
vivencias de una persona indivi-
MENSAJE N° 336 ENbRO-FEBRERO 1985
dualmente considerada.
Desgraciadamente, esla unidad no cae del cielo ni se produce
tampoco espontáneamente Platón está consciente que sólo la
implementación de un drástico
sistema educacional e institucional puede hacer surgir dentro de
la ciudad, tan extrema como añorada unidad. Y asi, en pos de este
ideal, irá incorporando a la ciudad
perfecta levantada discursivamente, sin reservas de ninguna
especie, una serie de mecanismos represivos Todo elemento o
situación que ponga en peligro la
"La unidad
parece ser,
pues, una
caprichosa
diosa..."
armonía y unidad social es eficazmente extraído de raíz. Los
niños son sustraídos a temprana
edad de la influencia paterna, los
poetas y filósofos son censurados
y exiliados, y el matrimonio y la
propiedad son reemplazados por
la comunidad de mujeres y bienes. Nada escapa a este celo unificador: ¡hasta los dioses y la religión son reformados para evitar
su influencia subversiva y perturbadora!
Aristóteles, con su proverbial
sentido común, va, en La Política, demoliendo los pilares de
esta arquitectónica, pero peligrosa visión.7 De paso parece advertirnos que en este campo es
siempre útil evitar los excesivos
racionalismos y dar relevancia a
la experiencia que nos lega la civilización La metáfora o imagen
de la psiquis individual no parece
ser la más iluminadora para comprender la naturaleza y fines de la
comunidad política. La ciudad.
nos dice, es el resultado -algo natural, algo voluntario- de los esfuerzos del hombre por alcanzar
una vida más plena y desarrollada Este tipo de vida, agrega, es
imposible al nivel individual, salvo
que seamos dioses o bestias.
Si examinamos una comunidad
política concreta -comenta Aristóteles veremos que ella no es
otra cosa que una colección de
ciudadanos y asociaciones una
cierta forma de compuesto o
agregado Por esta razón, pasado un determinado punto, todo
proceso unificador, le|os de enriquecer a la ciudad, terminará por
empobrecerla y destruirla. Le quitará el carácter de agregado o
compuesto y. por esa vía, la privará de su mayor bien -la autosuficiencia- que es producto de la
diversidad y no de la unidad. En
resumen, la unidad está lejos de
constituir el verdadero fin de la
ciudad y la lucha por alcanzarla
tiene en si mucho de autodestrucción. Platón, pues, parece haber errado tanto en el fin como en
los medios.
El dominio de lo político, concluye Aristóteles, es el dominio de
la participación, el lugar o campo
donde se discuten y deciden las
cuestiones que se está dispuesto
a compartir en la vida social. En
ese centro los ciudadanos se encuentran y deciden cómo se sucederán alternativamente en el
ejercicio del poder y en la práctica
de la obediencia Allí se forman
los hábitos cívicos de un pueblo y
desde alli surge su Constitución,
que no es ni más ni menos que su
particular forma de convivencia
La discusión anterior es muy
relevante pues nos proporciona la
substancia y tono de dos modos
de organización política que se
"han desarrollado en occidente. La
unidad, concebida en los términos que describe Platón, ha llevado al surgimiento de una sociedad vigilada, a una concepción
policíaca de la política, a los llamados Estados totalitarios o autoritarios, según sea el grado de
terror y de penetración que hayan
logrado los organismos de seguridad. En cambio, la visualizada
por Aristóteles ha dado origen al
desarrollo de sociedades pluralis-
*
Platón. La República, fundamentalmente, pasajes 422-423 y 464
7
Aristóteles, La Política, Libro II, en relación a los Libros I y III.
25
SOCIEDAD
Una unidad asi concebida ha llevado a! surgimiento de una sociedad vigilada,
a una concepción policiaca de la política
tas y ha permitido el advenimiento de regímenes democráticos.8
El inevitable conflicto
Con todo, el paso hacia formas
pluralistas y democráticas de gobierno requiere algo más No basta con relativizar los impulsos hacia una unidad extrema. Es necesario, además, valorar positivamente los conflictos que envuelven a una sociedad. En este punto, la imaginería de lo corporal y
orgánico, como formas de entender la comunidad política, son
algo peligrosas y poco esclarecedoras. Si la pohtica implica, como
hemos visto, la participación de
todos los ciudadanos en la cosa
pública, ésta no puede dejar de
ser sino una arena o esfera de
conflicto. En efecto, ¿qué puede
parecer más natural y cotidiano
que los ciudadanos ventilen en
ese nivel de poder sus más sentidas aspiraciones y luchen allí
apasionadamente por mejorar su
posición en la distribución de la ri26
queza y el prestigio? Esto lo percibió claramente Maquiavelo, al
alertarnos a ser muy cautos antes
de condenar las divisiones y tumultos tan propios de la República romana, pues éstos lueron los
pilares en que descansó su libertad.
"Sostengo -decía el fundador
de la ciencia política modernaque quienes censuran los conflictos entre la nobleza y el pueblo,
condenan lo que fue primera causa de la libertad de Roma, teniendo más en cuenta los tumultos y
desórdenes ocurridos que los
buenos ejemplos que produjeron,
y sin considerar que en toda república hay dos partidos, el de los
nobles y el del pueblo. Todas las
leyes que se hacen en favor de la
libertad nacen del desacuerdo
entre estos dos partidos, y fácilmente se
verá que asi sucedió en
Roma".9
Estos conflictos -agrega- no
han producido ni asesinatos ni
exilios y sólo espantan a quienes
leen sobre ellos. Los que los vieron -sugiere- entendían muy
bien que su eliminación no sólo
arrastraría consigo a la libertad,
sino que debilitaría enormemente
a la república, al privarla de los
sectores cuyo concurso le sería
imprescindible en caso de ataque
exterior. Sobre esta tradición y
parecidas bases, han trabajado
los teóricos de las modernas sociedades pluralistas de occidente,10 Los gobiernos de estas de*
En esie pun(o debemos precisar que
algunos intérpretes de La República
estiman que ésla encierra una gran ironía pues a través de la construcción
de la ciudad perfecta Plalon no estarla
ensalzando la unidad, sino previniendo
en contra del utopismo de ciertos relormadores sociales que imponen a cualquier precio su particular visión del
mundo. Ver: Allam Btoon. The Republic of Plato, Basic Books Irte Publishers, New York, 1968. pp 380-412
9
Maquiaveo. Discursos sobre Tito Livio, I, 4. 1 raducción de Luis Navarro.
Editorial La Viuda de Hernando y C ,
Madrid 1895, pp, 19-20
10
Ver, entreoíros, David B Trurman, The
Gobernmental Process, AHred A
Knopf. New York, 1968
MENSAJE N°336 ENERO-FEBRERO 1985
mocracias ya no son vistos como
entes neutrales, representantes
de un mítico bien común, sino
como un centro vital en el que los
diversos grupos de ínteres en juego compiten ardorosamente por
imponer sus puntos de vista o.
simplemente, como el personero
de alguno de esos grupos de interés, de aquel que un determinado
momento ha logrado reunir adhesiones con mayor peso electoral.
Esta lucha no tiene, ciertamente,
nada de rosa, aunque requiere
del respeto de ciertas normas
procesales y sustantivas minimas, para su mantención y exitoso desarrollo. Pero ni aun éstas
alejan completamente los disturbios y la violencia Lo que si garantizan éstas es la libertad, la posibilidad de que cada grupo de interés pueda luchar por obtener la
parte que crea corresponderle en
la riqueza y prestigio social, sin
temor a sufrir el arresto, la desaparición, relegación y exilio de
sus miembros o la supresión de
su propia organización.
En las naciones en vías de desarrollo o con incipiente desarrollo industrial, estos conflictos son
-ya muchos lo han dicho- básicamente económicos o de clase.11 La dureza y violencia que
estos pueden adquirir, dado el
ambiente de miseria en que muchos se debaten mientras otros
gozan de una ostentosa riqueza.
no constituye un obstáculo insalvable para el surgimiento de la
democracia política, como lo demuestra el desarrollo del parlamentarismo en Gran Bretaña.
Todo indica que esta misma dureza y violencia no estará ausente de la vida de los Estados que
transitan hacia formas de organización económica post-industnales Sin embargo, ello no implica
que allí deberá desaparecer el
pluralismo y la democracia.'2 Deberemos, pues, dejar ciertas ingenuidades de lado y comprender que ni la unidad extrema ni la
ausencia de conflictos son valores posibles o siquiera convenientes para una comunidad política. Sin esta comprensión parece difícil que podamos recibir tos
beneficios de la democracia y la
libertad
MENSAJE N* 336, ENERO-FEBRERO 1965
Lagarto de muchos colores
¿Significa esto que los chilenos debemos renunciar a todo
principio unificador de orden superior? No lo creo así. Algunos
antecedentes culturales demuestran que en realidad compartimos
algo más que el mero territorio,
que una vecindad. Los distintos
y, tal vez, antagónicos sectores
económicos e ideológicos que integran nuestra comunidad nacional han. en verdad, generado, a
través de nuestra larga historia,
un rico modo de convivencia político-social que los une dinámicamente. Un novelista marxista,
Nicomedes Guzmán. de marcada raigambre popular, ha captado magníficamente, creo yo, esta
profunda realidad social. En uno
de los capítulos de su obra. La
Sangre y la Esperanza, Enrique,
el narrador-niño, al recordar las
vivencias de un Primero de Mayo
de los años 20, nos muestra
cómo aun dentro de la más conflictiva y antagónica de las celebraciones, surgen situaciones
con notables tonalidades unita13
rias
Ese día, nos cuenta el narrador, el conventillo -si asi puede
decirse- se viste de gala. Hay
paro general. La sirena enmudece. Su silencio es roto por las voces de los tranviarios que desde
temprano bajan al depósito de
máquinas charlando festivamente. A ellos se une el coro de los
jóvenes que entonan consignas
revolucionarias y enarbolan estandartes y banderas rojas. Los
niños se asoman a las ventanas
o salen al patio a aplaudir a sus
11
En este punto es siempre de gran interés y agrado leer a John H. Kaulsky
An Essay In The Política Oí Deve
lopment, incluido en el libro editado
por ei mismo autor, Political Change
in Underdeveloped Countries, John
Wiley and Sons. Inc., New York. 1962,
pp. 3-119.
12
Samuel P. Huntmgton, "Postindustrial Politics: How Benign Wlll It
Bo?" Comparative Politics, Vol. 6, N°
2, January 1974, pp. 163-193
13
Nicornedes Guarnan. La Sangre y La
Esperanza, Quimantú, 1971,1, pp B3105.
27
SOCIEDAD
mayores, las mujeres amasan la
harina para las empanadas. Su
padre le pide a su madre que le
prepare un cuello limpio, pues le
tocará discursear en el mitin. Es
el día de los trabajadores y los
tranviarios parten al desfile de
protesta para no regresar hasta
el mediodía.
"...ni la unidad
extrema ni la
ausencia de conflictos son valores
posibles o siquiera
convenientes para
una comunidad
política"
Este es todo un éxito. La clase
obrera parece haber dado un
paso decisivo en pos de su unidad, conciencia y fortaleza. Su
padfe y algunos amigos regresan
eufóricos y se aprestan a continuar la celebración en su casa. Al
rato, el Consejo de la Federación
Obrera se hace presente La fiesta llega a su apogeo, mientras los
dirigentes más revolucionarios
entregan su experiencia de vida y
de lucha. En esto alguien golpea
la puerta. Entran el doctor Rivas
y el padre Carmelo Ambos han
pasado la mañana asistiendo a
una anciana enferma. "¡Qué tal exclama el primero de ellosunos rezos, unos aceites y unas
inyeccioncitas. y salvado el
muerto!" Los tranviarios callan El
narrador comenta: "Masticaban
solamente". La fiesta languidece.
parece morir. Ambos son muy
respetados por los obreros. El
narrador los caracteriza como
"servidores conscientes del hombre". Pero, ¡vaya! ¡qué mundos
sociales, ideológicos y culturales
los separan! Ya ciertamente, no
se puede compartir lo mismo en
la misma forma.
Así llega la hora de "once",
cuando una respetuosa galante28
ría del doctor hacia la dueña de
casa, a la que el sacerdote hace
coro, rompe el ambiente de tensa
cortesía. El doctor pide la guitarra. La fiesta parece adquirir una
nueva vida. "La alegría -comenta
el narrador-, como yegua de carrusel, giraba entre las paredes
del cuarto". De pronto, el doctor
deja de tocar. Algo parece turbarlo. "¡Chile -dice- me joroba a mí!
¡Lo llevo en la sangre! ¡Y cantando me parece que lo abrazo!'
Uno de los dirigentes de los ferroviarios refunfuña, ya no se
aguanta y exclama a su vez:
"¡Qué doctor éste! ¡Puchas lo
raro que es eso! ¡Como si sólo
usted fuera chileno! ¡No sea
egoísta, pues! Yo le digo que tengo pegada a mi tierra entre cuero
y carne, como las lagartijas. ¡Ja,
ja, ja! ¿Y saben que Chile, por lo
largo, parece un hermoso lagarto
con la piel de todos los colores?1'
Este relato nos muestra la posibilidad de la unidad dentro de
una conflictiva diversidad: cómo
cristianos y marxistas conviven
festivamente en una misma ciudad, sin perder sus respectivas
identidades; cómo la tolerancia
los conduce hacia formas más ricas de convivencia, moviéndolos
desde la esfera individual o de
clase a la nacional; y, finalmente,
cómo lo nacional no se identifica
con ninguna unidad, sector o interés particular, sino con un agregado de intereses y sectores diversos ("Chile nos joroba a todos").14 Este relato pudo haber
tomado otra dirección: el doctor y
el sacerdote pudieron no haber
deseado asistir a la fiesta obrera
o haber sido rechazados por éstos. Pero no ocurrió así. Ello no
habría interpretado nuestro genio
nacional. Somos, después de
todo, un lagarto de muchos colores, y excluir alguna sección de
éste sería disminuirlo en porte y
colorí do.n
Aquí se ha internalizado un eslío de
vida, que en la lorma de una pedagogía social, otros sugieren corno el mejof camino hacia una sana convivencia en paises traspasados pof seculares divisiones religiosas, económicas
y regionales. Ver Pedro Lain Entralgo
A Qué Llamamos España, Espasa
Calpe S.A . Madrid 1971. 122-157
MENSAJE N° 336, ENERO-htBRtKü 1985
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