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A TODO LO NO AMADO DE PUREZA CANELO
CLARA JANÉS
No veo otro poeta en la España actual cuyo empeño sea más drástico,
más ajustado sólo a lo que pide la poesía, con una renuncia progresiva más
brutal a toda retórica a toda corteza tentadora, que la autora de A todo lo no
amado, Pureza Canelo. Dije hace muchísimos años de ella que era esquiva,
era decir poco. Pureza es un ser que se mantiene apartado por estar
entregado, en su fondo exclusivamente a esa extraña llamada de la poesía;
no hay tentación ni deslumbramiento que la venza, no hay mundanidad de
ningún tipo que la aparte de su lugar, ni le preocupa el hecho de que se la
considere o no, de que se publique o no su obra. Sólo a una cosa está atenta:
a la verdad profunda y secreta del poema.
Recuerdo que cuando la conocí, hace más de 30 años – nos reunió a
varios jóvenes entonces Javier Lostalé en un programa de radio – ella dijo
unas palabras que nunca se han borrado de mi mente: “esos huesos
recubiertos que es la poesía”... Desde aquel momento, ella ha ido viendo
quizá que no se trata de huesos recubiertos, sino de algo tan intangible
como el mismo ser, la misma médula que anida en esos huesos. En su
proceso de llegar a ello, como digo, ha renunciado a todo pero le queda esa
inquietud que genera la distancia, una inquietud que es acaso lo que le
impide confesar que se trata de amor. Y hay que decirlo, el libro que nos
ocupa, a pesar de su título, es un libro de amor.
“No dio tiempo a amar” lleva como lema inicial. No dio tiempo,
tampoco dio espacio, debido a nuestra limitación en tiempo y espacio, pues
la entrega que entendemos por “amor” no nos es dada y esto hay que
reconocerlo, pero sólo la aspiración al amor es ya amor. Es decir, el amor
está ahí, en el mismo reconocer su imposibilidad.
A todo lo no amado es, pues, un libro de clarividencia definitiva, de una
verdad sin concesiones ni engaños, un libro sin piedad, que manifiesta la
exigencia de un ser que busca la totalidad y en esta lucha va dejando las
pieles de las etapas donde la utopía se esbozaba como camino a seguir. La
aspiración parece, no es de este mundo, no está en lo material, sino en el
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interior secreto que no tiene materialidad y, con todo, se asienta en el
cuerpo: “Lo vivido / pertenece ya / a gesto de mundo” – nos dice su autora.
Sí, pero el deseo – y el deseo es de amar – no tiene límite, como observó
Shakespeare cuando afirmaba: “el deseo es infinito, el acto esclavo del
límite.” Y es de ese punto del que nos habla A todo lo no amado, cosa que
hace desde la negación, lo cual, sabemos, es una de las maneras más lúcidas
de definir una cosa.
Estamos en un fluir que permite ese punto interior que no fluye, y ese
“Fluir insiste / en volver a la contienda,” puesto que permite intuir su
contrario. ¿A cuál de los dos puntos pertenece eso “no amado”?
Indudablemente al fluir, por ello, como el poema, es mortal.
¿Y el punto sin tiempo? ¿Puede el lector, y diría, puede el autor llegar al
punto sin tiempo en sí y también al punto sin tiempo del poema?
Posiblemente no del todo, pues lo hace “en aproximación / a la materia / de
lo vivo.” Es decir, aunque la actitud del poeta –o del hombre- sea depurarse,
dejar el lastre de sí mismo para acercarse a la otra realidad, y por más que el
creador ansíe ser simplemente depositario de un algo que le acontece, de
una revelación, nada está en sus manos: “venimos y vamos /- dice la poetarecortados e inútiles / en la sabiduría.” Esto despierta la duda movida
también por los elementos externos que se interponen, incluso “la luz que
ya viene / a desbaratarlo todo;” incluso ese hermoso paisaje, que fascina,
pero puede entorpecer la precisión del canto: “luz, abandóname.” Y la
realidad negativa se impone, impone ese pasar que también es una verdad,
aunque no sea la del amor:
Sería muerte por la llama.
Volver
a trocear el mundo
pisado de caballos
la extraviada inocencia
confirmación
de lo que vive
y fenece
sin descanso.
Porque, de hecho, son “las horas/ de contradictoria/ materia” y
También ancla cae
en vaivén de siglos
hecha rozadura humana
en esfera ser
de donde parte toda
sospecha que nos invade.
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“Nada se salva” y la poeta cede a las estaciones, esa exterioridad que
marca los días, así el otoño: “Ocres / hacen silencios / creíbles / hermosos /
perecederos.”
Llega entonces el momento en que se pregunta por su propia escritura:
“Había que seguir / cortando ramas /compás de la sangre”... “deshilar el
primer esbozo.” Y se pregunta también por sí misma y se responde:
Seres como yo
no pueden alzarse
como aves remontan
cresta de olas
cuando lava
sin fingimiento
entra en mar.
Ella se exige lo inhumano: y quiere huir del “capricho de mundo.” Por eso
habla de desamor:
A todo lo no amado
si se midiera
imposible alcanzar
absurdo conjugarlo
como sol que viniera
dos veces por día,
dice Pureza, pero el sol viene dos y tres veces por día, es ajeno a nosotros y
lo que no tiene final, ciertamente, es la lucha con el ángel de la belleza para
atrapar el ser escondido en ella y luego la lucha con la tinta.
Reconozcámoslo y celebrémoslo: materia somos, que a veces nos permite
tener algún atisbo del ser y decirlo con ese “verso / que exige /
inteligencia,” aunque lo hagamos en “latitud/ de lo mortal.”
Estamos en el tiempo y el espacio, buscamos el punto inespacial y a
atemporal, pero ha de ser aquí:
al fondo tres higueras
palmera cierra norte
sobre mi cabeza la vid
y a la izquierda un portal
enorme de golondrinas
que lo custodian.
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Y lo estamos viendo ya: este libro encierra también una poética. Y ahí
asoma la contradicción porque sólo el manifestar es un trayecto interiorexterior, un paso hacia afuera, un movimiento que indica amor y
Ella
no quiere padecer
el nombre
de este libro,
ni deslizarse
por todo lo no amado
y ofrecerlo.
Ella,
la poesía,
en cuerpo desprendido
no quiere conjugar
el nombre
de su nombre.
La poesía es ofrenda y es plegaria, entrega y súplica “levadura de
orgullo / en la unidad / de sufrimiento,” y conoce “el velo mayor / de la
palabra” y lo rasga, esto hace del poeta un desterrado que no cesa en su
intento aunque “Creación se esfuma. / ¿La muerte ya?”
Y la poeta empieza por aconsejarse una apertura, una atención plena:
“Descálzate a los sentidos,” “toma pasión / ve desnuda al mundo,”
“Descífrate a mayor oscuridad.” Y sigue reconociendo el ansia de
perfección, juventud cuando “Sanar mundo era / lámina vivificada / por la
poesía.” Y lo no amado vuelve mostrando esa carencia, si bien hay también
quien no presenta este aspecto: la madre: “Tú no perteneces / a este libro,
madre” [...] “tú estás fuera / y nuestras manos cantan.”
Pureza es maestra de poéticas – recordemos sólo Habitable, No escribir
y Tendido verso-; es porque la poesía es su sangre, por ello no cesa en
aconsejarse a sí misma:
Cuídate del verso hermoso
se vuelve cursi
no te apoques en descripción de naturaleza
despeja prosaísmo
cuidado con la estrofa de amor
se desparrama sin fuerza
cae en el silencio
haz bien el encabalgamiento
si es voz interior la que manda.
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El poema se está ya confundiendo con la vida y con el ser mismo, tiene
los dos aspectos, el que fluye y el que por inmovilidad casi ni se detecta, así
el “alejarse / es atalaya”. Y finalmente en el oeste, es decir, donde se oculta
el sol de la vida, espera ella que aquel volcán que “un día / fue el amor” la
convierta en roca. Su voz “hacía eco, eco / en el oeste” de su estirpe, y
reconoce que hubo amor, un amor que consistía en “ofrecer simiente al
poema,” aunque fue siempre más la exigencia que el logro: “A medias, / me
cuentan las frutas / que desperdicio a diario.” A medias.
María Zambrano no dejó de insistir en que el hombre es un ser “a
medias nacido,” y con ello se refería justamente a ese deseo de
cumplimiento que no se produce en el mundo, pero esto ya es sabido, basta
la conciencia de la muerte, de modo que es preferible afrontar la
posibilidad. Ser poeta es revestirse de la humildad que lleva a esta
afirmación. “Hagamos la voz / de estrellas impuras.”
Son numerosos ahora los versos que siguen desvelando esa poética –que
contienen, además, la actitud vital misma de la autora. Y es a través del
poema como queda claro que ese punto casi invisible, que parece
inalcanzable se halla, de todos modos, en la vida, y esa vida, espacio y
tiempo, un todo que transcurre, permite que pueda llegar a través del eco,
pues “El eco / une, / amansa espacio.” El eco, curiosamente, se produce en
un punto y tiene un desarrollo repetitivo.
Partiendo de la premisa –verso- dicha, la poeta llega con naturalidad a la
afirmación: “Haber encarnado / temporalidad / de mi siglo.” Y vuelve a su
búsqueda, a recomenzar –por usar la palabra favorita de Mompou, músico
que, por cierto, se menciona en este libro-. Por ello no todo puede reducirse
a negación, hay que seguir: “Lentamente avanza / a todo lo no amado.”
“Escribe lo que puedas / como el mar deshace / la materia que a su lado
pisas” [...] “Mientras tanto / la vid se curva / a solas / de mi compañía./
Apacienta el vivir, / es la consigna.”
Se va acercando el final: “Pasó, pasó / mi animal de furia” y se desea
“otra vida / donde no existan / los obstáculos del conocimiento.” Ese sería
acaso el descanso, pero no la ambición profunda que siempre es saber más,
tal vez sea precisamente llegar al puro conocimiento, y, sin duda, al puro
amor.
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