Cripta GESTION

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CRIPTA ARQUEOLÓGICA DE LA CÁRCEL DE SAN VICENTE
Mª ARÁNZAZU ÁLVAREZ MELLIQUE
3º GRADO Hª DEL ARTE-GRUPO B
CURSO: 2011-2012
PROF: Luis Arciniega
ASIG: Hª y Gestión del Patrimonio Artístico
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SUMARIO
-INTRODUCCIÓN ---------------------------------------------------------------------------- 3
-LA FIGURA DE SAN VICENTE MÁRTIR----------------------------------------------- 3
-LA CRIPTA COMO LUGAR DE CULTO A SAN VICENTE-------------------------- 4
-LA CRIPTA EN LA BALANSIYA MUSULMANA--------------------------------------10
-LA CRIPTA TRAS LA CONQUISTA DE JAIME I---------------------------------------11
-INTERVENCIÓN ARQUITECTECTONICA-----------------------------------------------12
-CONCLUSIONES--------------------------------------------------------------------------------14
-BIBLIOGRAFÍA ---------------------------------------------------------------------------------15
2
Introducción
La cripta Arqueológica de la Cárcel de San Vicente escenifica, como ningún otro
lugar, la sucesión de religiones y culturas que han conformado la historia y la
personalidad de los valencianos a través de casi 2.000 años de historia. Enclavada en el
mismo centro de la ciudad, junto a la catedral, la basílica de la Virgen de los
Desamparados, el Almudín, el Museo de la Ciudad y las ruinas de la Almoina, y a pocos
metros del Palau de la Generalitat, el de l’Almirall o las Torres de Serranos, la Cripta de
la Cárcel de San Vicente es el adecuado punto de partida por un paseo por nuestra
historia.
La Figura de San Vicente Mártir
Retablo de San Vicente Martir del S.XIV
Maestro de Estimariu.
Museo de Arte de Cataluña
San Vicente es una de las figuras que más relevancia tuvieron en el mundo tardoantiguo, precisamente el único hecho histórico relacionado con Valencia que se conoce
para el largo periodo que va desde los siglos II al V, es su martirio en el año 304.
La fuente histórica más cercana a su vida son unas actas sobre su martirio que fueron
redactadas en la segunda mitad del siglo IV. En ellas se basa el poema que le dedicó al
santo, el poeta Prudencio, a principios del siglo V. En este poema se relata la valentía
con la que el mártir afronto el martirio. Este también era elogiado en el martirologio
Hyeronimiano datado en el siglo V.
El martirio de San Vicente se produjo durante la última de las grandes persecuciones
que Roma emprendió contra los cristianos, en el año 304, el obispo de Cesaraugusta,
Valerio y su diacono, Vicente fueron apresados por orden del emperador Daciano y
trasladados a Valentia para ser juzgados.
La sentencia condenaba al exilio a Valero, que se libró de la tortura por su avanzada
edad, pero todo el peso de esta cayó sobre el joven diacono cuyo cruel martirio se
convirtió en todo un ejemplo emblemático para la triunfante religión cristiana.
(Escrivá, 2005: 65)
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Una vez muerto, su cuerpo fue arrojado a un muladar donde fue respetado por las
alimañas, por lo que se le ató una rueda de molino al cuello, y arrojado al mar, del que
fue devuelto por las olas, siendo enterrado por fieles cristianos.
Después de muchos avatares, sobre su tumba se levantó una basílica extramuros, que
la historiografía identifica con San Vicente de la Roqueta en la antigua Vía Augusta.
Allí permaneció, hasta que como afirman varios autores, fue trasladado a la catedral de
la ciudad durante la época visigoda.
Su entereza frente al martirio lo convirtió en un verdadero ejemplo para la fe
cristiana, por lo que su culto se propago rápidamente y su fama se extendió por todo el
imperio romano. En la península ibérica, ya en época visigoda, se dedicaron a su
memoria numerosas catedrales, como la se Zaragoza, Córdoba, y Sevilla e iglesias en
otros muchos lugares. (Escrivá, 2005: 67) También se expandió su culto por Francia e
Italia, quizás por la influencia del reino visigodo.
Con la llegada de los musulmanes a tierras valencianas, diversas ciudades se
disputaron el cuerpo del mártir para protegerlo de los infieles. A pesar de ello, algunos
eruditos locales, sobre todo durante el último siglo, abogan por la posibilidad de que el
cuerpo nunca salió de Valencia. Basándose en el viaje que supuestamente realizó un
prelado valentino mucho después, y cuya existencia histórica está por demostrar, a
Tierra Santa, llevándose con él un brazo del mártir. Al morir en Bari encomendó la
reliquia al obispo de esta ciudad, Elías, entre el 1083-1105. El brazo fue devuelto a
Valencia en 1970, y desde entonces permanece exhibido como importantísima reliquia
en su Catedral.
Si un personaje de esta categoría dejo una gran huella dentro del mundo cristiano
primitivo, la ciudad que vio su sufrimiento y acogió su cuerpo, alcanzó sin duda un
prestigio más que considerable y se convirtió en un lugar preferente de peregrinación.
(Ribera, 2004: 26).
En los primeros tiempos del cristianismo, la vinculación de una ciudad a un mártir,
repercutía en gran medida en su urbanismo y en su arquitectura, ya que a este se le
dedicaban iglesias, y alrededor de su tumba se concentraban la mayor parte de los
cementerios. Incluso creándose barrios suburbiales y monasterios, todo en torno a su
figura, ya que ello era toda una fuente de ingresos económicos que enriquecían
enormemente la ciudad con la llegada de los peregrinos. Esta cristianización de la
topografía de las ciudades, se inicia al acabar las persecuciones, ya con Constantino, en
el año 313, y fue un proceso que se produjo en general en todo el imperio.
Por todo ello, la ciudad guarda una serie de lugares que la tradición popular asocia a
la memoria del mártir, y que son conocidos como “lugares vicentinos”.
La Cripta como lugar de culto a San Vicente
La primera noticia sobre el obispado de Valencia gira en torno al año 546, siendo
obispo Justiniano, aunque se puede suponer que este obispado ya existía en el siglo IV,
ya que el influjo que llegó a ejercer el episodio de San Vicente y la ya destacada
categoría de la ciudad en esta época, hacen plausible esta suposición.
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Con los datos disponibles se podría pensar que el primer núcleo episcopal ocuparía
los antiguos edificios romanos y se instalaría en la segunda mitad del siglo IV, alrededor
de un lugar que luego sería venerado durante siglos.
Tan solo a partir de finales del siglo V, tendría lugar la construcción de un gran
conjunto episcopal con el expolio sistemático de los grandes edificios públicos romanos
para la edificación de lugares de culto cristiano.
Muestra de todo ello lo tenemos en los monumentales restos de la catedral visigoda
aparecidos en las excavaciones del solar de la Almoina y de la Cárcel de San Vicente,
de estos últimos en concreto, son sobre los que hablaremos a continuación. (Ribera,
2000: 33-34)
Como ya hemos señalado, el solar estaba situado en lo que fue el núcleo fundacional
de Valentia, muy cercano a lo que hoy a pasado a llamarse de la Almoina, ya que era
donde se hallaría más tarde este edificio, ya en época medieval.
Ante los resultados obtenidos en las primeras catas, se optó por realizar una
excavación en extensión aunque condicionada por la presencia de la capilla-cárcel de
San Vicente, que se encontraba en el centro del solar y dificultaba enormemente el
trabajo. En 1991 se comprobó que la cripta de la capilla formaba parte del edificio
visigodo que se estaba exhumando con lo que se decidió desmontar dicha capilla.
Aparecieron dos muros de mampuesto haciendo ángulo correspondientes a viviendas
de época republicana, la superficie restante se rebajo hasta los niveles romanoimperiales, quedando el resto a nivel del pavimento visigodo.
En época romano-imperial la zona era atravesada por el kardo máximo, prolongación
de la Vía Augusta que entrando por la actual calle del Salvador, atravesaba todo el solar
de la Almoina. La parte exhumada pertenece en parte a una gran domus, situada al este
de la Vía, de esta domus solo se pudo excavar una estancia con decoración a base de
pequeños trozos de mármol que simulaban letras, opus signeum y que se hallaban
alrededor de un pequeño impluvium.
En esta habitación se encontró una pintura
mural policromada, destacando el rojo y el
verde, solo a nivel del zócalo, con una imagen
del dios Mercurio. Del resto de la domus apenas
se halló nada más, no pudiendo ser delimitadas
sus dimensiones, ya que había sido bastante
alterada debido a remodelaciones posteriores.
(Soriano, 1998: 41-43)
De la época bajo imperial sólo se pudo documentar un habitáculo, construido con
opus africanum. La zona, por tanto, estaba bastante deteriorada cuando se estableció en
ella el núcleo episcopal en época visigoda, cuando ya el cristianismo estaba
comenzando a dejar su huella en el centro de toda la urbe. En la elección de la ubicación
de este núcleo episcopal, se uniría por un lado la existencia del lugar martirial con la del
foro romano.
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Planta del edificio en
época visigoda.
La erección de una gran catedral y de todos los elementos que la rodeaban (cementerio,
otras iglesias menores, el palacio episcopal,...) en este lugar, también fue debido a la
disponibilidad existente de un gran espacio para instalar el nuevo y gran conjunto
urbano. No solo se dispuso de los solares vacíos, si no que los antiguos edificios
públicos y civiles romanos, fueron aprovechados según sus posibilidades.
Algunos de ellos como el macellum, o el ninfeo sirvieron de cantera, y otros como la
curia o el circo, se mantuvieron en pie, pero no debieron de conservar su función
original. (Ribera, 2004: 26-27)
Las campañas de excavación en la plaza de la Almoina han demostrado que algunos
de estos edificios romanos llegaron en pie hasta la época califal. Este es el caso de un
edificio de planta cuadrada que ha sido identificado con la curia, y que más tarde podría
haberse transformado en iglesia, ya que a su alrededor se encontraba un cementerio.
Es sobre este cementerio donde se alzaría el conjunto episcopal de época visigoda,
cuyos límites serían, al norte el Almudin, al sur el palacio arzobispal, por el este la calle
del Pes de la farina, y por el oeste el foro imperial.
La zona que nos ocupa está dentro del conjunto episcopal, donde se halla un
monumento funerario cruciforme. Al noroeste del solar un gran ábside de unos 15
metros de diámetro que podría corresponder con el ábside de la catedral visigoda, este
está compuesto por una cimentación de sillares reutilizados, probablemente de expolio
de otras construcciones romanas, unidos con mortero de cal y rematado por grandes
contrafuertes exteriores. Esta cimentación es circular y sobre ella tres hiladas de
mampuestos irregulares con un perímetro poligonal al exterior y circular al interior.
(Soriano, 1998: 44)
Toda la Seo se encontraría bajo la plaza de la Almoina, pero uno de sus extremos se
adentraría en el edificio del siglo XX, conocido popularmente como el edificio del punt
de ganxo, en el cual durante su construcción se halló una inscripción atribuida al obispo
Justiniano, del siglo VI, y que se cree que iría colocada en el ábside de la catedral.
(Ribera, 2004: 28)
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En las excavaciones de la cárcel aparecieron tres grandes sepulcros de piedras. Estas
tumbas son siempre individuales, con la particularidad de presentar tres pequeños
muretes, apoyados sobre la base, y que servirían para depositar el ataúd con mayor
comodidad. En ellas no apareció ninguna ofrenda funeraria, al contrario que en las
tumbas de la Almoina, donde al menos fueron encontradas piezas de vidrio.
El material arqueológico recuperado
bajo el pavimento del monumento
funerario indica que fue construido hacia
mitad del siglo VI. Tipológicamente es
una estructura de cruz latina, con naves
independientes y bóvedas de cañón. Las
diferentes naves están separadas por
arcos de medio punto en el tramo central
donde se elevaría la cúpula o el
cimborrio. Al este presenta un ábside de
planta cuadrada, tanto al exterior como
al interior. La ubicación de este gran
ábside hace suponer que se respetaría aún en esta etapa el trazado del cardo maximus,
con el que delimita.
Al oeste destaca la nave de los pies, de mayor longitud y anchura, con varios tramos
trasversales. Estos tramos separados por pilastras preceden el acceso al crucero. Esta
nave, al ser de mayor tamaño tiene sus muros retranqueados, por lo que necesita
pilastras adosadas que mantengan su alineación con los muros tanto del ábside como del
crucero, lo que crea una especie de nichos en los laterales, a modo de arcosolios. Estos
arcosolios quizás sirvieran para contrarrestar los empujes del crucero y del cimborrio,
hipótesis que se refuerza con el hecho de que los pilares de este tramo de la nave se
correspondan con sendos contrafuertes al exterior, de los que únicamente se conserva el
situado en el lado norte.
Los dos tramos restantes no tienen la misma cubierta y parece ser que su función fue
a modo únicamente de capillas para guardar sarcófagos. (Soriano, 1998: 47)
Desde un punto de vista tanto constructivo como litúrgico, se pueden distinguir dos
partes bien diferenciadas, por un lado, la zona del ábside y del crucero, y por el otro la
nave de los pies. Esta última separada del crucero por unos canceles que se conservan
hoy in situ, otra segunda línea de canceles separa el crucero del ábside, todos ellos
encajados entre unas pilastrillas por medio de unas ranuras laterales de 8 cm.
Tanto los canceles como las pilastrillas son de piedra toba, porosa, fácil de trabajar y
que procede de las canteras de Liria-Ribarroja y elaborada en un taller escultórico local.
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Los canceles están trabajados por las
dos caras en un relieve ornamental de
tipo geométrico y vegetal tallado a
bisel e inspirado en los modelos
bizantinos. Una de sus caras consta de
un tema central enmarcado por dos
cenefas, una en su parte superior y otra
en la inferior, con decoración a base de
tallos de acanto, de los que nacen
pequeñas trifolias. Estas dos cenefas
enmarcan un cuadrángulo de cuyos
ángulos nacen de nuevo trifolias. En el
centro dentro de un círculo con decoración sogueada, un rosetón con ocho pétalos
radiales cuyos extremos también se rematan con trifolias.
Un fragmento de otro cancel de las mismas características fue hallado en el derribo de
una casa colindante. Fue estudiado por A.M. Vicente quien le encuentra paralelismos
con ejemplares hallados en las basílicas de Segobriga (Cabezo del griego) y San Ginés
(Toledo), ambos del siglo VII; la pieza original hallada en Valencia se encuentra hoy en
el Museo de San Pio V, de la ciudad.
Los canceles son elementos que forman parte del mobiliario litúrgico y que sirven
para delimitar y separar los diferentes espacios litúrgicos de la iglesia, como el santuario
del altar, reservado para el obispo y presbíteros; el coro destinado para el resto del clero,
y por último el lugar para el pueblo que se situaría a los pies de la iglesia. (Soriano,
1998: 65)
Como ya hemos observado, estas dos líneas de canceles están enmarcando la zona
central del crucero, bajo cuyo pavimento se encontraba una tumba realizada con grandes
sillares de piedra también caliza. Esta tumba tenía una base de piedra y tres pequeños
muretes de piedra toba. Los restos del esqueleto, aparecieron perfectamente alineados,
se trata de un varón de unos 50 años, enterrado en contacto con la tierra, cuyos huesos
se dataron mediante el sistema del Carbono 14 en un laboratorio norteamericano, hacia
el año 560. (Martí, 2001: 64)
En cuanto al altar; formaba parte del relleno de un
pozo islámico que fue cegado hacia el siglo X, y que
apareció en las excavaciones de la Almoina. Es un
altar de un solo pie de 95 cm. de altura, con una basa
esculpida en piedra negra, sobre ella apoya un fuste de
columna cilíndrico de mármol rosado, rematándolo un
capitel de piedra negra, cilíndrico en la parte inferior y
paralelepípedo en la superior, sobre el capitel un
cimacio rectangular, también en piedra negra y con
molduras en sus cuatro lados. Sobre el cimacio, una
tabla de 87 cm de largo y 60 cm. de ancho y 8cm de
grosor. Realizada en mármol rosa del mismo tipo que
el del fuste. El frontal del altar tiene una moldura
inferior y en la parte trasera un rebaje para encajar la mesa a la pared.
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Este altar es del tipo de altar paleocristiano rectangular de un solo pie, habitual en el
mediterráneo europeo, se supone que seria un altar de tipo auxiliar, o secundario, y cuya
producción, en piedra del país, vendría de algún taller local.
Cronológicamente, este tipo de altar abarca un largo período de tiempo,
concretamente desde los siglos IV, a principios del VII.
El altar era el elemento principal del mobiliario litúrgico, cubierto con velos se
colocaban sobre ellos los elementos sagrados necesarios para la celebración de la misa.
Tenían un loculus en el que se colocaban las reliquias de santos y mártires.
(Soriano, 1998: 61)
La fábrica del edificio la definiríamos como una obra de sillería mixta, reutilizada y
ex profeso y mampostería reforzada por sillares encadenados en las esquinas. La obra de
mampostería utiliza una técnica conocida como emplecton, que consiste en un doble
paramento interior y exterior de mampostería trabada con hormigón de cal y entre
ambos un relleno de piedras y guijarros con abundante hormigón (Martí, 2001: 67). La
sillería de los muros está realizada en caliza, con hiladas irregulares, trabada con
mortero de cal y grava, no solo en zócalos y esquinas del edificio, sino que también se
intercala con la obra de mampostería, apareciendo en bóvedas, arcos y pilastras, pero a
diferencia de la sillería utilizada en los muros que es reutilizada, esta está elaborada ex
profeso. Por lo general el material de expolio, como ya hemos dicho anteriormente,
procede de antiguos edificios públicos romanos, colocados en la nueva obra con gran
esmero, y maestría. Por el contrario, el material ex profeso es de piedra toba,
blanquecina, fácil de trabajar, y muy ligera para evitar las cargas excesivas, y que al
igual que el usado en los canceles provenía de las canteras de Líria-Ribarroja.
Hay una gran diferencia también, en el material utilizado en la zona del ábside y del
crucero con la del resto del edificio. Esto se ve en una más cuidada y generosa
utilización de sillares de mejor calidad, en el ábside y en el crucero, en estos últimos la
fábrica es mucho más maciza utilizando los sillares de mejor calidad y buscando la
horizontalidad de las hiladas. Estos sillares están incluso ordenados por tamaños y
colocados tanto a soga como a tizón, algo que es fácilmente reconocible en el muro
exterior de la cabecera, en las esquinas y en los extremos de los muros con función de
soporte por debajo de las impostas donde arrancan los arcos, de este modo, habría que
hablar en algunos tramos de sillería entremezclada con mampostería, con un gran
aprovechamiento de los sillares reutilizados, buscando la uniformidad de las hiladas y la
simetría entre los extremos e intercalando la mampostería en el centro.
Los sillares están unidos con hormigón de cal, a diferencia de la técnica de los sillares
a hueso utilizada en el siglo VII. Esto parece ser debido a que los sillares son
reutilizados, la mayoría de las veces colocados tal cual, aunque con una cuidada
distribución en su disposición en el muro.
Las uniones entre los mampuestos están rellenadas con argamasa, lo que tapa las
imperfecciones, cubre las uniones entre las piedras y consigue superficies más planas.
Sobre estas superficies iría un enlucido fino. (Soriano, 1998: 49-51)
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La única ventana que se conserva en el testero
del lado norte del crucero, es una abertura
estrecha y rectangular a media altura a modo
de aspillera. En las jambas quedan huellas de
un cierre a modo de reja, señalado por sendas
muescas.
Todos los espacios están revestidos por un pavimento próximo al opus signeum,
aunque con abundante cal y de apariencia más tosca, pero resistente, en el que la fina
cerámica machacada de los pavimentos romanos es sustituida por fragmentos de tejas y
ladrillos de mayor tamaño.
El edificio que acabamos de describir, es un pequeño templo parte del conjunto
episcopal, al sur de la catedral visigoda, interpretado como una capilla funeraria para
dar sepultura a su fundador, un obispo de la diócesis valentina, que bien pudo tratarse de
Justiniano. Insigne prelado, que tal como se desprende de su epitafio fue gran
benefactor de la ciudad, construyendo nuevos templos y restaurando los antiguos, y que
profesó gran devoción a San Vicente. (Soriano, 1998: 52)
No resultaría extraño, pues que esta devoción le llevara a disponer su entierro junto al
lugar donde reposaban los restos del mártir, colocados por orden suya, según algunos
autores, bajo el altar mayor de la catedral, después de ser trasladados desde San Vicente
de la Roqueta donde habían descansado hasta entonces. (Escrivá, 2005: 75)
La Cripta de San Vicente en la Balansiya musulmana (711-1238)
Entre los años 711-715, los musulmanes controlan la Hispania visigoda, que pasara a
llamarse al-Andalus. Instalándose un nuevo régimen, tanto político como religioso. Se
realizó un traspaso de poderes en un pacto llamado de Teodomiro, en el cual el rey
visigodo reconoce la soberanía del Estado musulmán, comprometiéndose a pagar un
impuesto, a cambio de conservar sus cargos y privilegios y el compromiso por parte de
Abd al-Aziz ibn Musa, de que no se quemaran las iglesias y se respetara su religión.
Este acuerdo mantuvo en pie las estructuras visigodas, incluyendo la sede episcopal,
al menos hasta finales del siglo VIII, cuando el emir omeya Abd al-rahman I en el año
778, destruye Valencia después de una revuelta en la ciudad a favor de los Abasidas.
Esta seria la última fase de la necrópolis de la sede episcopal, de tumbas individuales
excavadas en fosas y que tienen como cubierta mobiliario litúrgico –como el cancel que
se exhibe en el monumento funerario-, algunos de estos elementos aparecen quemados
lo que demuestra una destrucción alevosa de elementos de culto de una religión
diferente a la suya. A partir de este momento los lugares litúrgicos se supone que fueron
desmantelados totalmente.
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A partir del siglo IX se produce un avance del islam que va a suponer todo un cambio
tanto cultural como religioso. La capilla visigoda pierde todo su significado como
elemento de culto, y sufre varias remodelaciones. En el siglo IX-X su cabecera es
destruida, y se instala en su parte externa un horno de calefacción para instalar un
hamman o unos baños, que adaptándose a la estructura del inmueble conforman una
planta del todo inusual para este tipo de edificio. El acceso a este hamman se realizaba
por una puerta practicada en el brazo norte de la antigua capilla cruciforme, cuyo
crucero fue convertido en la sala tibia separada de la sala caliente situada en la cabecera,
por un tabique y donde llegaba el calor a través de dos grandes toberas. La sala fría y
el vestíbulo, también separadas por tabiques, se instalaron a los pies de la antigua
capilla.
Estos baños dejaron de utilizarse a finales del siglo X, ya que en este momento la
ciudad contaría con otros de nueva planta. Es en este siglo cuando se reforma
enormemente el edificio, inutilizándose el horno y construyendo una escalera en la nave
central que daba acceso a una estancia superior. Durante el siglo XI, se produce un
incendio con lo que el edifico queda prácticamente asolado, y convertido en escombros.
En sus alrededores se construyeron una serie de viviendas que se adosan al exterior
del edificio cruciforme y al gran edificio absidial, estas viviendas fueron totalmente
arrasadas también durante el siglo XI, todo ello quizás relacionado con el episodio de la
conquista momentánea de la ciudad por el Cid. (Soriano, 1998: 55)
El solido baptisterio se integró dentro de la muralla del Alcázar musulmán, y perduró
durante mucho tiempo, como se demuestra por el arco gótico que se encuentra entre sus
muros, por lo que aún estaría en pie en el siglo XIV.
El resto del gran edificio catedralicio también parece que se mantuvo en pie hasta el
siglo XII, cuando fue arrasado. Posiblemente la Mezquita Mayor se instaló entre sus
paredes hasta el incendio provocado por los castellanos cuando abandonaron la ciudad
en el 1102. Más tarde la Mezquita se traslado donde hoy se encuentra la actual catedral.
Gran parte del espacio de la catedral visigoda se convirtió en una zona abierta, en una
especie de plaza, precedente de la actual plaza de l`Almoina.
La Cripta de San Vicente tras la conquista de Valencia por Jaime I. (1238)
Cuando el rey cristiano Jaime I conquista la ciudad musulmana de Valencia en 1238,
su interés primordial consistía ante todo en cristianizar la ciudad, convirtiendo la
mezquita mayor en catedral y estableciendo toda una cadena de iglesias que
reemplazarán y acabaran con el culto islámico. Al principio Valencia, con sus huertas,
sus casas, su recinto amurallado, sus alquerías y su sistema de irrigación se presentó
ante los ojos de los conquistadores como un formidable botín, que ya llevaban
repartiéndose desde hacia algún tiempo. La intención era crear todo un sistema de
nuevos vínculos importados por los colonos cristianos con referencias cristianas en un
espacio urbano con gran impronta islámica. Especificando los cementerios y mezquitas
que deben ser otorgados a la Iglesia para que desarrolle su actividad, preservando los
edificios pero reutilizandolos para otros cultos (1239).
11
La Valencia islámica fue desapareciendo paulatinamente en un proceso que comenzó
en el año 1262 con la primera piedra de la nueva catedral. Además de disponer de un
templo digno, la comunidad de fieles necesitaba manifestar su voluntad de dominio y
permanencia en la ciudad. Edificaciones de nueva planta adquirieron un valor
emblemático de proclamar con su lenguaje arquitectónico el triunfo cristiano, sirviendo
de modelo al resto de las iglesias de la diócesis, muchas de ellas aún alojadas en
mezquitas consagradas al culto cristiano.
Con respecto al monumento funerario visigodo, lo único que aún quedaba en pie era
el ala norte, que todavía mantenía su cubierta, el resto, como ya hemos puntualizado
anteriormente, se encontraba ya desmoronado. Sin embargo, el lugar no había perdido
su asociación con la figura del mártir, y en el Llibre del Repartiment, cuando se nombra
esta zona, se habla de unas cases de Sant Vicent. Estas seguramente serian el único
resto de todo el conjunto catedralicio visigodo en donde el santo había estado enterrado.
El rey para honrar el lugar mandó construir encima del brazo del edificio visigodo una
capilla. Lo que en otro momento fue un brazo del monumento funerario, al que se
accedía desde la capilla por unas escaleras, pasó a identificarse con una de las cárceles
del santo, quizás por su forma abovedada y por ser subterráneo.
Con este nombre aparece en un sermón del siglo XV pronunciado por San Vicente
Ferrer, y dedicado al mártir. (Soriano, 1998: 55)
Intervención arquitectónica (1991)
Las intervenciones en la llamada Cárcel de San Vicente del la plaza de la Almoina, se
remontan al año 1991, en el que el Ayuntamiento de Valencia y el Cabildo Catedralicio,
suscriben un Convenio que seria el comienzo de una importantísima investigación
arqueológica dentro de la Capilla.
Esta actuación se plantea en dos acciones diferenciadas y a la vez complementarias,
que serian por un lado el crear un espacio museístico para el entendimiento de los
valiosos restos hallados de la iglesia visigótica, y por otro, la reconstrucción de la
capilla, en la cual se celebrarán la tradicionales conmemoraciones de la festividad de
San Vicente.
Estos dos espacios se independizan por medio de un forjado que sirviendo de suelo a
la capilla superior completa el espacio donde se encuentran los restos arqueológicos.
Esto es importantísimo, ya que al delimitar el espacio del museo se controla de manera
más estricta la temperatura y la humedad de los restos.
En la iglesia visigótica, además del atado de la bóveda, se han consolidado los muros
y los sillares de arranque de las bóvedas mediante una inyección de resinas expoxídicas
y donde había riesgo de derrumbe se efectuó un cosido con resinas y vidrio. La limpieza
ha sido manual, reemplazando el mortero deteriorado por un mortero de restauración a
base de cal y de cemento blanco.
12
Una vez consolidada la iglesia, se ha procedido a restaurar y completar las fábricas,
utilizando las mismas técnicas originales, para que todos los restos configurados en este
espacio puedan ser más comprensibles. Tres de los canceles visigóticos que hoy están
colocados son una copia del original hallado, y configuran el espacio del crucero
delimitando la tumba central, todo ello para respetar la jerarquización espacial de
acuerdo con las determinaciones litúrgicas.
El auge de la arqueología urbana en los últimos años, ha creado la necesidad de
arbitrar soluciones para la conservación in situ de los restos de las edificaciones de valor
histórico que se van descubriendo. Hay una clara voluntad de conciliar el respeto al
patrimonio con la promoción urbanística, que lleva a un compromiso, como puede ser la
construcción de criptas adaptadas a los restos descubiertos, que de este modo quedan
protegidos sin alterar en gran medida las obras previstas.
Para ello está la enorme tarea de hacer comprensibles unos restos, generalmente
mutilados y que han sufrido grandes transformaciones a lo largo de la evolución
histórica, y que a consecuencia de ello, se encuentran descontextualizados, y extirpados
del entorno e incluso del significado para el que fueron concebidos.
Tales fueron los antecedentes del proyecto museológico de la Cripta de San Vicente,
aunque el excepcional estado de los restos hallados permitió desde un primer momento
augurar las mejores perspectivas de musealización. A pesar de ello, las ruinas se
presentaban como un abigarrado conjunto de estratos y estructuras de diferente
cronología, y demasiado heterogéneas para ser explicadas con sencillez, ya que en el
mismo espacio se concentraban, desde restos de una domus romana, de iglesia visigoda,
de necrópolis, de baños árabes, de capilla gótica y algunas construcciones posteriores.
Para lograr una mayor claridad en el montaje expositivo, se optó por suprimir todo
aquello que fuera de difícil comprensión, y ceñirse a los restos visigóticos, eliminando
todos los elementos añadidos en sucesivas reformas, es decir, se opto por efectuar una
repristinación. La sorprendente integridad del edificio original dio como resultado el
lugar tal como ahora lo vemos, siendo necesario únicamente reconstruir algunos muros.
De los argumentos expositivos a explotar, el principal era la vinculación del edificio
con San Vicente Mártir, por lo que se decidió hacer de este el eje principal del montaje,
más aún el hallazgo de la representación del dios Mercurio, aparecido por debajo de los
restos visigodos y la transformación de este en unos baños islámicos, permitió enmarcar
el discurso en un contexto más amplio que el de la religión, de la dimensión espiritual
del ser humano. (Soriano, 1998: 86-90)
13
Conclusiones
La evolución histórica del edificio, es la de la ciudad misma, por lo tanto este lugar se
convierte en uno de los mejores testimonios arqueológicos de la valencia entre el bajo
imperio y el periodo taifa.
De enorme valor simbólico, esta obra nos relaciona con sus creadores y con sus
usuarios del pasado. El bien patrimonial como objeto histórico, evoca y representa en
este caso, tanto a un personaje, como a una cultura, como a un acontecimiento concreto
anterior, haciendo presente este pasado hoy de nuevo, ante nosotros. El objeto histórico
presenta la singularidad de participar a la vez del pasado y del presente, siendo un nexo
extraordinario entre dos momentos del tiempo. De hecho el único nexo material que
poseemos con este pasado, es el patrimonio conservado, y esto es lo que le confiere un
valor excepcional.
El progreso por su lógica de cambio y transformación se lleva por delante fragmentos
de un entorno de cultura que ha sido construido poco a poco. Con el paso del tiempo se
pierden los lazos tangibles que nos ponen en contacto con las generaciones precedentes.
Ante tal perdida, la humanidad reacciona con técnicas de conservación, ya que estos
objetos son insustituibles, son un pedazo de realidad, una prueba indiscutible y
permanente de las obras de nuestro pasado sobre los que podemos ir y volver. (Ballart,
2001: 15).Al fin y al cabo la historia de la humanidad es el resultado de los logros de
los grandes generadores de cultura, tanto a nivel individual como colectivo, por lo tanto
es esencial la conservación de esos bienes culturales para la propia historia.
(Morales, 1996: 10)
Una nueva sensibilidad favorable a privilegiar la conservación del lugar, ha surgido a
lo largo del siglo abogando por algunas realizaciones de esta forma de entender la
preservación del patrimonio. Lo importante es que cada vez se está más a favor de la
conservación in situ, por coherencia científica y honestidad profesional, no solo de
grandes destinos monumentales sino, como en este caso, incluso de pequeños
yacimientos y restos, no separando los testimonios de su entorno, del lugar al que
pertenecen. (Ballart, 2001: 71)
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BIBLIOGRAFÍA
BALLART HERNÁND, J.; JUAN I TRESSERRAS, J. (2001) Gestión del patrimonio
cultural. Barcelona. Ed. Ariel.
ESCRIVÁ CHOVER, I.; RIBERA LACOMBA, A.; VIOQUE HELLÍN, J. (2005) Guía
del centre de arqueología de L´Almoina. Valencia. Ed. Ajuntament de Valencia.
MARTÍ MATIAS, M.R. (2001), Visigodos, Hispano-romanos y Bizantinos en la zona
valenciana del siglo VI. England. Ed. Biddles Ltd.
MORALES MARTINEZ, A.J. (1996), Patrimonio histórico-artístico. Madrid. Ed.
Historia 16.
RIBERA LACOMBA, A.; GIMENEZ SALVADOR, J.L. (2004) Historia de la ciudad
III Arquitectura y transformación urbana de la ciudad de Valencia. Valencia. Ed. Ícaro.
RIBERA I LACOMBA, A.; JIMÉNEZ SALVADOR, J.L. (2000), “Urbanismo y
arquitectura de la Valencia romana y visigoda”, en: Historia de la ciudad. Recorrido
histórico por la arquitectura, y el urbanismo de la ciudad de Valencia. Valencia. Ed.
Colegio oficial de Arquitectos de la Comunidad Valenciana.
SORIANO SÁNCHEZ, R. et.al. (1998) Cripta Arqueológica de la cárcel de San
Vicente Mártir. Valencia. Ed. Ayuntamiento de Valencia.
Para obtener información del lugar por parte del Ayuntamiento, consultar el siguiente
enlace:http://www.valencia.es/ayuntamiento/infociudad_accesible.nsf/vDocumentosWe
bListado/0A213D1B85257CB7C12572C20023DA4D?OpenDocument&bdOrigen=&id
apoyo=&nivel=3&lang=1 :
Enlace de un video sobre la cripta:http://esla.facebook.com/video/video.php?v=334170693467&oid=309388626645
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