** “Joaquín Turina, la guitarra... y un libro singular”, Boletín de Bellas Artes (Sevilla), 2ª época, núm. XXVII, pp. 59-66. Ha llegado a mis manos un libro interesantísimo en su doble faceta: humana y documental. Merece ser tenido en cuenta, no solo por los profesionales de la música ─muy en particular los guitarristas─ sino, también, por los amantes de la música y, más aún, por aquellos aficionados a las confidencias; su título: The Segovia ─ Ponce letters. Las ciento veintinueve cartas en él transcritas, todas debidas a Andrés Segovia, son una auténtica confesión realmente emotiva. Con prosa amena, clara, fluida, crítica y con absoluta llaneza, expone a su fraternal amigo y colaborador, el compositor mejicano Manuel María Ponce, cuanto su generoso corazón e inquieto espíritu de artista le dictan; su exposición es franca, nada le oculta, nada silencia, todo, todo lo dice. La lectura de tan sugestiva antología, sin saber por qué, me trajo a la memoria ciertas revelaciones que, en tiempos de Regino Sainz de la Maza, Segundo Pastor o Narciso Yepes, me fueron formuladas y que me inspiraron viva curiosidad; eran tiempos en los que aún no me había internado en el apasionante quehacer en torno al legado musical de Joaquín Turina. Esos tres intérpretes, con unas u otras razones, venían a coincidir en lo principal: haber observado en la prosa musical de Turina dedicada a la guitarra, algunos rasgos que, en cierto modo, no le eran característicos; más aún, matices que parecían distanciarse del gran oficio y pulquérrimo hacer del maestro, en el resto de su producción. El no estar familiarizado con el instrumento de seis cuerdas me impidió, y continúa impidiendo, llegar a descubrir esas sutilezas interpretativas expuestas por tan insignes concertistas. Por tal motivo, dichas manifestaciones permanecieron en mí, aletargadas, cerca de tres décadas. De haber dispuesto entonces de algún autógrafo de Turina las aclaraciones hubieran venido por sí solas. Muchos años después, una inesperada visita al Archivo Joaquín Turina del guitarrista holandés, Jaap van Bemmelen, en octubre de 1995, inopinadamente me sacó de mi abstracción. Traía consigo un ejemplar manuscrito, no por el autor sino por copista, de la Sonata para guitarra, opus 61, de Turina. Lo curioso de esa copia, con portada de la Sociedad General de Autores de España (SGAE) y efectuada sobre papel de esa entidad, es su encabezamiento: Sonata para guitarra ─ A Andrés Segovia ─ Joaquín Turina. Esas ocho palabras más cinco correcciones contenidas en el interior, sí fueron escritas por nuestro músico. Entendemos que la actuación del compositor, sin que podamos asegurarlo plenamente puesto que no disponemos del correspondiente autógrafo, viene a testimoniar que él revisó esos pliegos admitiendo, tácitamente, la autoría de la pieza. El portador nos aseguró que como intérprete se identificaba más con esta versión que con la impresa por Schott’s Mainz al observar en ella algunas variantes que la mejoraban. De suma importancia, para nuestros fines, consideramos este hallazgo. La circunstancia de no disponer del original impidió efectuar comprobación alguna si bien las conjeturas iniciales se iban fortaleciendo. No obstante los recelos de aquellos tres guitarristas a los que recientemente se sumaron los de Pepe Romero, Rafael Andía, Konrad Ragossnig, Jaime Torrent... como, también los de Jaap van Bemmelen, adquirieron relieve y actualidad, pero, nada más. Urge decir que algo trascendental para nuestro empeño aconteció en 1998: la entrada en el Archivo Joaquín Turina de un facsímil de la auténtica versión de Ráfaga, opus 53. Fue el primer testimonio de esas características de una obra para guitarra de Turina, que contemplábamos; extraordinario favor que debemos al guitarrista catalán, Jaime Torrent. La confrontación de ese ejemplar con el impreso nos liberó de cualquier duda. Ahora quedaba clara la cantidad y diversidad de alteraciones a las que fue sometido el autógrafo antes de pasar a la imprenta. Ello corrobora nuestras sospechas de que todas las obras para guitarra de Turina pasaron por idéntico trance. Averiguar el por qué y quién manipuló los originales no entra en nuestros propósitos; lo hecho, hecho está, tan solo pretendemos propalar y, a ser posible, rectificar algo que nunca debió acontecer. Las innovaciones aparecidas en el cuadernillo impreso aparecen por doquier. Hemos contabilizado hasta 147, sin tener en cuenta 126 ligaduras ─unas, dispuestas por el autor, rectificadas o anuladas, y otras no previstas por él─ en una obra de 142 compases. Algunas modificaciones son leves, otras menos leves, las más levísimas y otras sí importantes puesto que afectan o pueden afectar a la estructura de algún pasaje, tanto en el aspecto rítmico, interpretativo como a la sonoridad. En esa cifra están incluidos los inevitables errores de edición, apenas media docena y, cómo no, algún que otro acierto por parte del corrector lo que induce a pensar que dominaba o, al menos, conocía profundamente el intrincado lenguaje de la guitarra. Dando por supuesto que el ejemplar de la Sonata más arriba citado pudiera pertenecer a Turina, hicimos con ella un estudio similar. El resultado fue la detección de tal multitud de disparidades que aquí no cabe detallar sino dar la cifra final: 521. En la elaboración de este examen mucho ha tenido que ver el concurso de la guitarrista vallisoletana Marián Álvarez Benito. Antes de llegar a la firma de estas líneas volveré a referirme al libro que las motivaron y del que exhumaré dos párrafos. La finalidad estriba en incitar a los lectores a su adquisición pues todo él mantiene, de principio a fin, tal como aseguré, idéntico interés. El primer fragmento elegido se halla en la página 19 y pertenece a la carta número 12 fechada un 27 de diciembre, creemos que de 1930. Reproducimos literalmente lo que Andrés Segovia escribe a su amigo Carlos: «No dejes de mandarme la Sonata si la acabas antes del 26, porque en un día puedo leerla y llevarla a París con los pequeños cambios que hubiese que hacer”. El otro párrafo corresponde a la carta 114 fechada el 5 de enero de 1940, páginas 231 y 232: «Se me ha olvidado, en varias de las cartas pasadas, advertirte que tal vez fuese mejor que escribieras, con lápiz, en la partitura, la parte de la guitarra. Yo no te he mandado la versión mía ─consistente en alguna inversión de acordes, mutación de octavas, supresión de algunas notas intermedias o bajos si veo que los tiene la orquesta, para dar mayor fluidez al pasage [sic] o refuerzos de algunas otras, aunque integren el acompañamiento porque voy haciendo ese trabajo instrumental a medida que perfecciono su estudio. Si está escrita con lápiz la [parte de la] guitarra en tu partitura, yo puedo repasarla más tarde con tinta roja en la forma definitiva que ha de prevalecer”. Alfredo MORÁN. . ────────── ** Comentario incluido en el LP RCA - RL 85306. Julian Bream. Esta obra, con su fondo poético y su sutil uso de la guitarra, se ha convertido en una de las constantes favoritas del repertorio. Grahan WADE. ────────── ** Comentario incluido en el LP. RCA - RL 85306. Julian BREAM. (...) Andrés Segovia [en 1926] se hallaba en el pináculo de su fama y de su forma artística y reclamaba ávidamente más repertorio a cuantos compositores, españoles o no, trataba. De tal reclamo salió el Fandanguillo. El gran intérprete hizo suya por bastante tiempo esta poética composición, inspirada formal y estilísticamente en el cante flamenco que le da título, aunque enriquecido por el vuelo singular de la fantasía creadora de Turina. Soberbiamente contrastado, bellamente estructurado, (...) el Fandanguillo bastaría por sí solo para garantizar al compositor su derecho a figurar entre los más notables contribuidores de todos los tiempos al repertorio de la guitarra. Juan Manuel PUENTE. ────────── ** Turina, Madrid, Espasa Calpe, 1980, p. 76. Fandanguillo, opus 36, obra compuesta en pocos días y terminada el 4 de junio de 1925, está dedicada a Andrés Segovia quien la estrenaría en el teatro de la Comedia de Madrid, probablemente este estreno se demoró hasta febrero de 1932: el día 15 comenta Adolfo Salazar en El Sol como novedad, y observa la presencia, en la base de inspiración, de «un giro de romance, que creo castellano; el mismo, o al menos parecido, al que Vives emplea en una de sus Canciones epigramáticas para cantar un romance cervantino puesto en boca de una gitana”. Hay en todo momento una íntima fusión de cante y de guitarra, que exige virtuosismo y comprensión del estilo para el intérprete que no quiera quedarse en la superficie de esta música, el tema misterioso situado en el centro de la composición. José Luís GARCÍA DEL BUSTO. ────────── ** Homenaje a Joaquín Turina. Festivales de Sevilla. Jardines del Alcázar el 14 de junio de 1955. Nadie crea que Joaquín Turina, al acercarse a la guitarra olvida su formación, su afán de universalidad, su sentido agudo de la perfección hasta en los menores detalles: sin esto, el Fandanguillo no sería una de las obras maestras de la música española contemporánea. La guitarra de Joaquín Turina nos presenta una técnica donde la herencia, la doble herencia de lo popular y la de Tárrega se alía para penetrar hasta el mismo fondo del instrumento que canta recreando lo popular sin que jamás podamos hablar de folklorismo. Federico SOPEÑA.