ESTUDIO DEL LÉXICO DEL LATÍN VULGAR: 1. APROXIMACIÓN AL LATÍN VULGAR: 1.1. Definición de latín vulgar: No hay unidad de criterios entre los expertos a la hora de definir el problema que plantea el latín vulgar. No puede afirmarse que en Roma hayan existido simultáneamente 2 lenguas distintas, una clásica y otra vulgar, entendiendo por la primera la lengua escrita y por la segunda la lengua hablada. Pero también es cierto que en cualquier lengua culta existen siempre diferencias entre lengua hablada y lengua escrita. En la lengua hablada se halla el germen de la evolución lingüística. Todo texto escrito ha sufrido la influencia conservadora de la lengua literaria, y es más patente en latín por la fuerza interna de la “imitatio” que operaba sobre los escritores antiguos. No se puede limitar el latín vulgar como la lengua de donde salieron las lenguas románicas, puesto que también se entreve en las cartas de Cicerón y en las comedias de Plauto, quedando diluidas las fronteras cronológicas. Se han propuesto 5 criterios para abordar el problema del latín vulgar. Un primer criterio sería el cronológico, originado al oponer latín vulgar frente al latín clásico, ya que éste se considera un latín sólo de un siglo en un marco cronológico. El criterio estético lo identificaría con aquellos rasgos lingüísticos desechados por la literatura clásica contrarios a la elegancia y a las normas establecidas por los puristas para los puristas. Latín clásico vendría a ser sinónimo de corrección gramatical, y tendríamos un latín incorrecto, vulgar según el criterio gramatical. El criterio sociológico distingue entre el “sermo nobilis” de las clases dirigentes y el “sermo vulgaris” de la plebe sin acceso a la formación, lengua de soldados, esclavos, mercaderes, colonos y operarios. Por último el criterio estilístico establece diferencias entre una lengua familiar, el “sermo cotidianus”, y la utilizada en el foro. 1.2. Fuentes literarias para el latín vulgar: Las principales fuentes a través de las cuales podemos tener un conocimiento de esta lengua son documentos escritos de 3 tipos: literarios, epigráficos y gramaticales. Encontramos el llamado latín vulgar en los autores latinos cuando usan expresiones de lengua hablada o popular. En primer lugar están algunos autores arcaicos como Plauto, en el siglo III a.C., no sólo por el género cómico, dialogado que se prestaba mejor a ser llevado con expresiones más próximas a la lengua hablada, sino también porque en época arcaica no se habían fijado aún todos los modelos que más tarde serían seguidos con rigor. En menor medida hallaríamos un latín relajado en las comedias de Terencio, autor más refinado y helenófilo. Son asimismo son importantes por sus vulgarismos algunos tratados de veterinaria como la llamada “Mulomedicina Chironis”, tratado de autores griegos con muchos vulgarismos del siglo IV, y algunas obras de culinaria y medicina popular. Habría que mencionar aquí la obra de Apicio “De re coquinaria”, un auténtico recetario de la época. Importante es mencionar el novelista Sempronio, quien en su obra postclásica “Satyricon” pone en boca de algunos de sus personajes expresiones y palabras de marcado carácter popular o sencillamente plebeyo en el pasaje de la “Cena de Trimalción”, propias de nuevos ricos que intentan aparentar una nueva clase social que les viene grande. Desde los primeros siglos de la era vulgar e empezó a formar un latín cristiano que no sólo permitía la introducción de étimos griegos y orientales, sino que por tener como influencia directa la propagación de la palabra de Jesús, la difusión veloz de la nueva religión y el haberse extendido en medios sobre todo populares, representaba una lengua más próxima a la hablada que la de los autores paganos contemporáneos, quien es despectivamente la denominaban “sermo piscatorius”. Siendo el influjo del cristianismo, que despreciaba la forma frente al contenido, una de las claves para la vulgarización del latín como lengua, hay que destacar la gran influencia que ejercieron Tertuliano, San Agustín y otros padres de la Iglesia, que se sirven de una lengua voluntariamente cercana a la lengua del pueblo a pesar de ser hombres de impecable cultura. Muy particulares son los escritores de autores con poca cultura que no consiguen evitar escribir un latín vulgar que evidencia la descomposición de la lengua en siglos avanzados. Un documento interesantísimo es a llamada “Peregrinatio Egeriae ad loca sancta”, especie de diario de viaje de una peregrina, probablemente una monja del noroeste de la Península Ibérica, que decidió recoger por escrito sus viajes por Jerusalem y demás lugares santos de Palestina y Oriente. El texto latino, que fue escrito por la autora en Constantinopla durante el viaje de retorno a inicios del siglo V, contiene muchísimas expresiones opuestas al uso clásico y que atestiguan la fijación incipiente de caracteres vulgares, incluso de signo marcadamente regional. Así podemos identificar elementos del iberorromance y germen del castellano en el uso de “fui” como Perfecto del verbo “esse”, empleo del verbo “sedere” como sustituto de “esse” y las confusiones de los adverbios de lugar. 1.3. Fuentes epigráficas y gramaticales para el latín vulgar: En las inscripciones funerarias de los pequeños cementerios de pueblo y en los grafitos murales se encuentran por ignorancia del cantero o de quien realizó los escritos rastros de vulgarismos casi absolutamente ausentes. Como las inscripciones permanecen en el ligar en el que fueron escritas el estudio de sus particularidades lingüísticas permite hacerse una idea del latín regional de las diferentes zonas del Imperio. Particularmente tuenen un gran interés las inscripciones de Pompeya y Herculano, no sólo porque podemos datarlas sin error anteriores al año 79 d.C. a causa de la erupción del Vesubio, sino porque contamos un número elevado de documentos epigráficos. Hay inscripciones que señalan la ración de víveres distribuida a los esclavos, las ganancias en los dados, la fecha de nacimiento de un borrico, pero sobre todo los muros de Pompeya fueron depositarios de los sentimientos humanos: amor, afecto, odio, rencor, celos, alegría, tristeza se desbordan en en exclamacions, saludos imprecaciones, chanzas dirigidas a posibles lectores, etc. Es famoso el siguiente dístico: “Admiror, paries, te non cecidisse ruinis qui tot scriptorum taedia sustineas”. En estas inscripciones se aprecia la pérdida de –m final, las reducciones de sílabas mediante la síncopa o apócope y la pérdida de “h”. Un ejemplo de estas inscripciones es el uso de “formosis” en lugar de “pulchris”. Tampoco carecen de importancia las “tabellae defixiones”, fórmulas de encantamiento con las que se pretendían neutralizar maleficios y maldiciones lanzados entre enemigos políticos, parejas de enamorados que habían dejado la relación, asesinos a sus futuras víctimas, etc. Los lexicógrafos resultan fuentes muy valiosas. Especialmente notables son el “De verborum significatu” de Pompeyo Festo, de los siglos II y III, probablemente originario de Narbona, el “De compendiosa doctrina” del gramático africano del siglo IV Nonio Marcelo, y las “Etymologiae” de Isidoro de Sevilla, del siglo VI. En estas obras lexicográficas están explicadas palabras arcaicas o vulgarismos. Entre los glosarios tiene particular interés la lamada “Appendux Probi”, escrita seguramente en toma en el siglo II, que contiene una tercera parte de un elenco de 227 palabras vulgares que según el gramático debían evitarse, acompañadas de las correspondientes en latín correcto. El autor debió destinar su breve lista a los discípulos. Ejemplos de estas correcciones son “auris non oricla”, “speculum non speclum”, “frigida non fricda”, “aqua non acqua”. 2. DEL LÉXICO VULGAR AL ROMANCE: 2.1. El léxico del latín vulgar: Si comparamos el léxico del latín clásico y vulgar vemos diferencias considerables: sólo tienen en común una parte de ese léxico que se reduce a medida que aumentan las diferencias entre los dos latines. Hay palabras comunes sin una básica diferencia de sentido que normalmente sobreviven en las lenguas romances (filius, terra, mare, panis). Hay otras que son exclusivas del latín clásico y nunca son vistas en la lengua popular, y por tanto no suelen aparecer en las lenguas romances (tellus, amnis, ensis) porque pertenecen a un registro elevado y refinado. Otro grupo de palabras de carácter afectivo son las del latín vulgar que pertenecen a la lengua popular y que por buscar la expresividad la lengua las desgasta, y muchas de ellas no han llegado a las lenguas romances. Hay palabras que en principio eran comunes a ambos registros pero que en latín vulgar han tomado otro sentido (testa/caput, ficatum/iecur). En la lengua popular encontramos una cierta mayor libertad, observando cómo existen distintos tipos de compuestos: sustantivo regido+sustantivo regente (aquiductus, terrimotium, sanguisuga), por yuxtaposición, muy frecuentes desde época antigua (republica, agricultura, paeninsula, plebiscitos) e incluso de sustantivos y otros tipos de palabras (biscoctum>bizcocho, malehabitus>malato en italiano, avistruthius>avestruz), por hipóstasis o sustantivación (proconsule, obvium), por prefijación, sobre todo en los verbos (perficio, comedo), que va a hacer que haya una preferencia en la lengua popular por la prefijación, e incluso se llega a la supercomposición (cooperio/ discooperio/ perdiscooperio). También encontramos la composición en las palabras invariables como los adverbios, que se unen con preposiciones y originan nuevas palabras (de unde>donde, ad ante>avanti en italiano), y la recomposición. Junto a la composición cabe citar el procedimiento de la derivación, consistente en la formación de una nueva palabra mediante adición a una palabra inicial con sufijos. Debemos señalar que en latín son preferidos los sufijos tónicos a los átonos porque soportan mucho mejor los avatares de la palabra: -osus, que encontramos en cualquier lengua romance, y –ellus, originado de la unión de “r” y “l” tras la síncopa de vocal. En la misma línea contamos con el desarrollo que tiene la terminación –o,-onis que se añadía en origen a adjetivos para crear sustantivos y que posteriormente se añadirá a cualquier sustantivo siendo bastante rentable (manduco). También el sufijo –arius adquiere gran desarrollo en la lengua vulgar creando adjetivos y sustantivos de nombres concretos (argentarius, armarius, lignarius). Hay otros sufijos más propios de la lengua vulgar: -io, que sirve para formar verbos de la primera conjugación sobre adjetivos (altus>altiare>alzar, captus>captiare>cazar), y el frecuentativo –sco, que tomará el valor del verbo simple y lo eliminará. Contamos también con el uso de frecuentativos de la primera conjugación formados a partir del supino del verbo (ausum>ausare>osar, adiutum>adiutare>ayudar). Por último hay que citar el uso de la derivación regresiva o retrógrada, consistente en la creación de sustantivos nuevos sobre verbos (pugnus>pugnare>pugna, doleo>dolor, luctor>lucta). 2.2. Diferentes resultados en las lenguas romances: Desde el léxico latino vulgar se dieron diferentes procedimientos para que en las diferentes lenguas romances encontremos unas palabras y no otras. Una parte del léxico se perdió o quedó especificado únicamente en un estilo (poético, técnico). El restante es el que se be en las diferentes variedades romances con mayor o menor modificación. Un primer y muy útil procedimiento de selección del léxico romance es el léxico que aparecía ya desde el latín clásico en dobletes, dos palabras que tenían un significado igual o muy parecido, cuya diferencia estribaba en matices de registro, o bien palabras que tenían un significado cercano y que sufrieron un cambio semántico. Dentro de este primer grupo encontramos los siguientes ejemplos: - “Os”, más empleada y general (boca, cara, rostro), frente a la específica “bucca” (boca). La primera ha originado cultismos y ha sido la segunda la escogida por las lenguas romances: “boca” en castellano, provenzal y catalán, “bocca” en italiano, “bouche” en francés y “bucâl” en rumano. - “Ignis”, más empleada y general (fuego), frente a la específica “focus” (chimenea, fuego del hogar), de la que “fuego” en castellano, “fuoco” en italiano, “feu” en francés, “foc” en catalán, rumano y provenzal, “fogo” en portugués y gallego. - “Equus”, más empleada y general, prefiriéndose como caballo para la guerra, frente al “cabalus” o caballo castrado o de trabajo, de donde “caballo” en castellano, “cavallo” en italiano, “cheval” en francés, “cavalo” en portugués, “cal” en rumano. - “Ludus”, con un significado preciso (juego, pasatiempo), frente a la de significado diverso pero cercano “iocus” (broma) que terminó ocupando su espacio semántico y dando los rsultados en las lenguas romances “juego” en castellano, “gioco” en italiano, “jeu” en francés y “joc” en catalán. - “Iecur”, más empleada y general (hígado), frente al “ficatum”, especializado en el de animal o mejor en el de oca, que dio “hígado” en castellano, “fegato” en italiano y “foie” en francés. - “Domus”, más empleada y general (casa) y que se especificó en italiano para “casa de Dios”, frente a “casa” (choza, cabaña), cercano y que acabó terminando su espacio, escogida por las lenguas romances: “casa” en todas las lenguas romances menos en francés, “chez”. - “Ager”, más empleada y general (campo), frente a “campus” (llanura), también cercano y que acabó sustituyéndolo y quedando en romance como “campo” en italiano y castellano, “camp” en catalán y provenzal, “champ” en francés y “cîmp” en rumano. Otro procedimiento fue mantener las dos palabras similares o sinónimas en el romance, y que cada lengua eligiera una u otra, incluso haciendo uso de los sufijos que fueron tan útiles para el desarrollo de la lengua vulgar. Ejemplos de este procedimiento son: “Caput”, con el significado propio (cabeza), frente a “testa” (ladrillo, teja), que experimentó un importante cambio semántico hasta llegar a sustituir al anterior en unos territorios: “capo” en italiano, “cap” en rumano y catalán, “cabeza” en castellano y “cabeça” en portugués mediante el sufijo –itia, en cambio “testa” en italiano y “tête” en francés. “Caseus”, con el significado propio (queso), frente al desarrollo del adjetivo “formaticus” (moldeado), con resultados iguales en romance como “queso” en castellano, “queixo” en gallego, “queijo” en portugués, “cacio” en italiano, “casu” en sardo y “caç” en rumano, en cambio “formaggio” en italiano, “fromatge” en provenzal y “fromage” en francés. “Magis” y “plus” tenían el mismo significado (más), pero el primero era más empleado en época clásica y el segundo en época imperial y tardía, y dieron un curioso juego con cambios semánticos variados: “más “ en castellano, “més” en catalán, “mais” en portugués y gallego, “mai” en rumano y con el significado de “nunca” en italiano, “ma” y “mais” con el significado de “pero” en francés e italiano, “mai” en rumano y “mais” en provenzal, en cambio han quedado “piú” en italiano, “plus” en francés y provenzal y “prus” en sardo. “Omnis” tenía un valor de “todo” generalizador frente a “totus”, que lo tenía de integridad. Sin embargo, el único resto del primero queda aún en italiano con valor distributivo, “ogni”, en cambio hay “todo” en castellano, gallego y portugués, “tutto” en italiano, “tout” en francés y “tot” en catalán y rumano. “Avis”, con el significado propio (ave, pájaro), frente al “passer”, significado concreto (gorrión), que lo sustituyó o convivió en los resultados romances: “pájaro” en castellano, “paxaro” en gallego, “passaro” en portugués, “passero” en italiano y “passereau” en francés con el significado latino original, “psaser” en provenzal y “pasare” en rumano, en cambio “ave” en castellano, y con el sufijo –ellus “uccello” en italiano, “oiseau” en francés y “aucel” en catalán y francés. También ocurre lo mismo con los verbos: “Plicare” evolucionó su significado con la forma pronominal “se”, frente a “adripare” que era derivado de “ripa”, oponiéndose ambos en latín tardío y vulgar a “advenire” y similares, y dieron “llegar” en castellano, “chegar” en portugués y gallego, “piegare” en italiano y “plier” en francés con el significado latino original, “plegar” en provenzal y “pleca” en rumano, pero “arrivare” en italiano y “arriver” en francés. “Plorare”, con significado específico (llorar en voz alta), frente a “plangere”, también específico (llorar dándose golpes) eliminaron el general “flere” y tomaron su significado, quedando “llorar” en castellano, “chorar” en portugués y gallego, “pleurer” en francés y “plorar” en catalán, en cambio “plañir” en castellano, “piangere” en italiano y “plînge” en rumano. “Fabulare”, específica y derivada de “fabula” (contar cuentos), frente a “parabolare”, también específica y derivada del helenismo “parabola” (contar ejemplos) eliminaron pronto al irregular “loqui” tomando su significado, y dieron “hablar” en castellano, “falar” en portugués y gallego, “favolare” en italiano, “faular en provenzal y “fabler” en francés, y “parlare” en italiano, “parler” en francés, “parlar” en provenzal y “palrar” en portugués - “Edere”, más empleada y general (comer), se reforzó con el prefijo cum-, frente a “manducare” (masticar, mascar), concreta que la sustituyó en la mayoría de los resultados romances: “comer” en castellano, portugués y gallego, pero “mandigare” en sardo, “mangiare” en italiano, “manger” en francés, “menjar” en catalán, “manjar” en provenzal y “mînca” en rumano. Un tercer procedimiento es el de la mezcla de tres términos similares con variaciones mínimas semánticas que a su vez se mantuvieron en las lenguas romances aunque con cambios de significado. Aquí encontramos los siguientes ejemplos: “Femina” era la oposición al “vir” o “mas” (varón o macho), “mulier” la opuesta en edad a “puella” (muchacha) y “domina” la esposa del “dominus” (señor), pero estos términos se mezclaron y originaron “femme” en francés, “femna” en provenzal, “femia” en gallego, “fêmea” en portugués, “hembra” en catalán y “hembra” en castellano, “mujer” es castellano, “muller” en gallego y catalán, “moglie” en italiano y “muiere” en rumano, y “doña” en castellano, “dona, en catalán y portugués, “donne” en francés, “doamna” en rumano y “domna” en provenzal. “Amare”, más empleada y general (amar) compitió con “aestimare” (valorar) y un significado muy tardío de “quaerere” (querer, pedir), dando resultados romances con mezclas de significado: “amar” en castellano, catalán, provenzal, portugués y gallego, “amare” en italiano, “aimer” en francés, “estimar” en catalán y castellano, “estar” en provenzal, “stimare” en italiano y “estimer” en francés, y “querer” en castellano, gallego y portugués, pero “chiedere” en italiano, “querir” en francés y “querre” en provenzal con el significado originario latino. - “Ire”, más empleada y general (ir), era equivalente semánticamente pero débil fonéticamente a “vadere”, compitieron con “ambulare” (pasear), más concreta y que desarrolló un “ambitiare” del prefijo griego ambi- , y el resultado fue una absoluta mezcla de las tres formas en las lenguas romances: “ir” en castellano e italiano antiguo, “aller” en francés, “andare” y “ambiare” en italiano, “ambrar” en portugués, “amblar” y “anar” en catalán, “umbla” en rumano, “amblar” en provenzal, y las formas de las tres primeras personales del singular y la última del plural de una misma raíz común en castellano, italiano, francés y catalán. Por último hay que señalar la importancia enorme en las lenguas romances de los sufijos y prefijos, que han permitido, a partir de una misma base latino-vulgar, desarrollar formas diversas en las lenguas romances. Ejemplos de ello son: “Cras”, en latín clásico adverbio temporal (mañana), se vio sustituido por “mane” (por la mañana), y ya sea con prefijo de-, o bien desarrollado como adjetivo en “maneana (hora)” originó “domani” en italiano, “demain” en francés, “dema” y “man” en provenzal, “demá” en catalán, “mañana” en castellano, “manha” en portugués y “mîine” en rumano. - “Dies” se mantuvo en la Romania (día) pero se alternó con el adjetivo “diurnus” dando los resultados “día” en castellano, gallego y portugués, “dia” catalán, “dí” en italiano y “zi” en rumano, pero también “jorn” en catalán y provenzal, “giorno” en italiano y “jour” en francés.