TELEFÓNICA COMO SALIDA A UNA LARGA CRISIS. El avance definitivo. Javier Nadal Ariño Historia de las tecnologías Historia de las tecnologías La concesión a la Compañía Telefónica Nacional de España En 1923, el clima político crispado de los últimos años culminó con un golpe de Estado consentido por el rey y que llevó al poder al general Primo de Rivera con un programa político muy común a todos los golpes militares de la historia: 'acabar con el desorden social imperante'. El nuevo gobierno tuvo como ministro de Hacienda e ideólogo económico a José Calvo Sotelo, que orientó la política hacia las nacionalizaciones y la creación de fuertes monopolios dentro de un plan de intensa intervención económica. Es la época de la creación de la Compañía Arrendataria del Monopolio de Petróleos (CAMPSA), entre otras. Este clima de búsqueda de orden es propicio para resucitar un proyecto de una red telefónica nacional como el de 1917. La ITT, que se había hecho cargo de todos los activos en el extranjero de la mayor compañía de teléfonos del mundo en ese momento, la (nombre completo) AT&T, y que ya explotaba redes en Puerto Rico y Cuba, pone sus ojos en España y comienza su acercamiento con la redacción de un informe, 'Memoria sobre el Desarrollo de la Telefonía en España', que hace llegar al nuevo gobierno. En dicho informe se realiza un diagnóstico severo de la situación del servicio telefónico en España y se estima probable que las necesidades económicas del país exijan contar, en cinco años, con unos 287.000 teléfonos y con 342.000 en 1930. Esto suponía un salto de gigante en un país que tenía entonces una densidad telefónica de 0,36 teléfonos por cada cien habitantes. El informe consideraba, por un lado, que los concesionarios actuales no invertían y sólo buscaban su rápida amortización y, por otro, que el mosaico de contratos y equipamientos impedían un servicio asequible y de calidad. En realidad, muchas concesiones estaban a punto de finalizar y de revertir al Estado sin pago alguno para los concesionarios, por lo que éstos prácticamente las habían abandonado. Además de la ITT, otras dos compañías, Ericsson y New Antwerp Telephone, presentaron propuestas a la comisión constituida al efecto dentro del plazo establecido. Sin embargo, la ITT ofrecía una línea de financiación para los trabajos que había que acometer, y además, alrededor de su proyecto, y por primera vez en España, se reunió el dinero a mayor escala nunca hasta entonces conseguido en el sector de las telecomunicaciones. Se agruparon banqueros españoles encabezados por Estanislao de Urquijo, que acabaría siendo el primer presidente de la recién nacida Compañía Telefónica Nacional de España (CTNE). Por fin había un proyecto con un plan ambicioso y realista y con suficientes recursos para afrontarlo. Así, en agosto de 1924, el rey firmaba en Santander un Real Decreto por el que se autorizaba al Gobierno a contratar con la CTNE (creada en abril) la reorganización, reforma y ampliación de la red telefónica nacional. Unos días después se firmaba el contrato citado entre el Estado y la CTNE. Por este acuerdo la CTNE tomaba posesión de las líneas telefónicas explotadas por el Estado (que apenas eran el 28% del total en esa época) y las del resto de concesionarios (incluyendo las de la Compañía Peninsular). También absorbió las redes territoriales, como las de la Mancomunidad de Cataluña (de hecho el nuevo régimen dictatorial disolvió la propia Mancomunidad como entidad política). El proceso fue tan rápido que, a finales de 1924, de los 83.000 teléfonos que había entonces en España la nueva compañía ya tenía el control de 70.000 y del 95% de las líneas interurbanas. El contrato, con una duración de veinte años, poseía una serie de obligaciones para la CTNE, entre las que destacan: crear un sistema telefónico homogéneo en todo el país, utilizar cables subterráneos en zonas céntricas de diecisiete poblaciones principales e instalar en ese tiempo los nuevos equipos automáticos. Además, al menos el 80% de los trabajadores de la empresa debían ser españoles. A partir del sexto año la CTNE debería atender cualquier petición de abono en los centros urbanos implantados en un plazo máximo de tres meses. No se fijaban las tarifas, pero se establecía que 'debían ser equitativas para el público para no impedir el desarrollo telefónico'. La CTNE, por su parte, se comprometía a instalar aparatos de abonado del tipo más moderno. Los ingresos del Estado provendrían de un canon del 10% de los beneficios, aunque esa cantidad había de ser siempre superior al 4% de los ingreso brutos. Finalmente, el modelo que se había impuesto desde el poder no era ninguno de los dos que se habían probado durante las cuatro décadas anteriores y al mismo tiempo tenía algo de ambos. La explotación la iba a hacer la empresa privada, pero sólo una. Se trataba de un monopolio de titularidad pública cedido a una compañía privada a cambio de unas obligaciones de servicio y la participación en los ingresos. Algo muy parecido al modelo, ya conocido, de explotación de los monopolios fiscales a través de compañías arrendatarias del monopolio. Además, se contaría con la aportación tecnológica de un importante socio extranjero que ayudaría a crear la industria nacional inexistente hasta ese momento. En el acuerdo del Estado con la CTNE el Cuerpo de Telégrafos, que esperaba haber sido protagonista en la solución del problema, quedaba fuera del mismo. Sin embargo, el interés del personal por participar en el proyecto fue tal que el Cuerpo de Telégrafos tuvo que cerrar la concesión de excedencias durante algún tiempo para no perder a sus mejores técnicos, que abandonaban el Morse por la telefonía, que representaba el futuro tecnológico y estaba mejor remunerada. De hecho los telegrafistas que se incorporaron en los primeros momentos demostraron ser unos recursos humanos de gran capacidad y preparación y fueron muy útiles para la naciente Compañía. Una solución así, nacida en medio de una dictadura y con tantos enemigos y afectados, cuyas expectativas se habían frustrado (concesionarios privados, diputaciones, políticos regionales, Cuerpo de Telégrafos), iba a tener que resultar muy buena porque de partida nacía con una especie de 'pecado original'. Esta marca de partida tuvo su importancia más adelante, en el nuevo cambio de régimen de 1931 a la República, y sería el argumento para debatir de nuevo el contrato en el Parlamento republicano. Sin embargo, los resultados fueron tan buenos como se esperaba. Lo que la exposición fotográfica muestra es gran parte de la febril actividad de expansión y modernización que se dio en esos años. En el contrato, la CTNE se comprometía a extender en cuatro años el servicio telefónico a todas las capitales de provincia y partidos judiciales de más de ocho mil habitantes, y en siete años había de llegar a los de más de siete mil habitantes, a los de seis mil en ocho años y en el décimo a los que tuviesen más de cuatro mil. Algunas fotos muestran claramente el fuerte contraste entre la nueva tecnología y el desarrollo y las condiciones de vida de la población española de aquellos años. España en los años 20 era todavía un país con casi un índice del 50% de analfabetismo, con zonas como las Hurdes, a las que el rey realizó un famoso viaje en 1922, donde las condiciones de vida eran propias de países subdesarrollados. Pero era también un país dinámico en el que se producía un fuerte éxodo del campo a la ciudad, inmerso en un cambio de costumbres asimilando novedades como la radio, el fútbol o el cine. Una sociedad del siglo XX con unos valores muy alejados de los de la Restauración, y en la que triunfaban líderes políticos con otro perfil mucho más cercano, moderno y natural que los del régimen anterior. Un país que adoptaba medidas para mejorar como, por ejemplo, aprovechar el paso por el ejército para enseñar a leer y escribir a la población masculina. Como incentivo para que se hiciera el esfuerzo, ningún recluta recibía permiso alguno a partir del sexto mes en el ejército si no había aprendido a leer y escribir. Lo que las fotografías muestran son salas de trabajo ordenadas, un método de trabajo y una eficacia -influencias del socio tecnológico americano, la ITT- que contrastaban con los modos de trabajo del entorno empresarial de su tiempo. Salas de descanso para telefonistas, limpias, cómodas y luminosas en una época en las que las condiciones de trabajo en el resto de las empresas contrastaban fuertemente con esa imagen. Una metodología que se pone de manifiesto en el hecho de que apenas se tardan tres años en levantar el edificio de Gran Vía, que se convertirá en sede de la CTNE y que es, además, referente arquitectónico de la época en Madrid, y en el traslado en una sola noche de las veinte mil líneas de un edificio cercano a esta nueva sede sin interrumpir el servicio. Los avances en estos años son notables. En 1929, en pleno 'crack' económico mundial, el teléfono ya está disponible para el 50% de la población española y existen 212.360 teléfonos (21.000 más que los previstos seis años antes en los planes presentados) y de los cuales el 62,3% son automáticos. En 1930, y tras haber pagado al Estado su canon, se decidió repartir por primera vez un dividendo del 6% a las acciones ordinarias en circulación. En sólo seis años, el Estado, que había entregado unos activos por valor de 17,5 millones de pesetas en 1924, había recibido 67,5 millones por todos los conceptos. Se podría estar en contra del modelo elegido y ser crítico con él, pero lo que no se podía negar es que el Estado había hecho un buen negocio con ese contrato y que los objetivos de poner a España a la par de Europa se estaban consiguiendo. El nuevo cambio de régimen de 1931 volvió a traer el tema del contrato de la CTNE a la discusión parlamentaria y creó una fuerte presión política sobre la Compañía. Sin embargo, pese a las circunstancias políticas en que se gestó el contrato, que lo hacían merecedor de críticas por contagio a las que recibían todas las actuaciones de la dictadura pasada, los avances eran innegables y la República empezaba a acumular problemas más urgentes y reales como para gastar sus energías en una nueva reforma telefónica. Las discusiones parlamentarias se cerraron con un 'no ha lugar a deliberar' lanzado por Manuel Azaña. En 1935, a sólo unos meses de la Guerra Civil que asolaría este país durante tres años, la cifra de teléfonos era ya de 329.130 (cuatro veces más que cuando se firmo el contrato con el Estado) de los que el 67% eran automáticos, lo que suponía porcentualmente una cifra superior a la de muchos países de nuestro entorno y a la de Estados Unidos en ese momento. Esta pequeña historia, esta parte de la evolución tecnológica es una lección de cómo avanza un país, de cómo pueden tomarse decisiones equivocadas influidas por fuertes ideologías y de cómo se puede acertar con un modelo nuevo no probado. España tomó el camino adecuado al utilizar un socio tecnológico avanzado, venciendo su tradicional orgullo nacional. Los hombres y mujeres de esa CTNE de las primeras décadas del siglo XX, que podemos contemplar en estas magníficas fotografías, construyeron una de las infraestructuras básicas de nuestro mundo actual, que ha permitido seguir utilizándolas incluso hoy con el ADSL, para acceder a las nuevas fronteras tecnológicas como Internet o la televisión bajo demanda. Esperamos que un país en transformación y buscando su nuevo modelo de evolución tecnológica hacía la Sociedad de la Información tenga tanto acierto como el que hemos revisado, pero también esperamos que no necesite los cuarenta y dos años que necesitó la telefonía para encontrar su modelo en España. Javier Nadal Ariño Director General de Relaciones Institucionales y Fundación de Telefónica S.A.