Matanza de Baena

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La Tragedia de Baena
La Guerra Civil en Cordoba
(1936-1939)
La ciudad de Baena es otro feudo tradicional de la CNT, con una masa proletaria
enormemente combativa. A pesar de ello -o precisamente por ello-, los derechistas,
terratenientes y Guardia Civil se adhirieron inmediatamente a la sublevación. Como
consecuencia, la ciudad viviría enseguida uno de los dramas más sangrientos y
terroríficos de la guerra en Córdoba.
Según una monografía escrita por el teniente Fernando Rivas, de la Guardia
Civil, a pesar de evidentes errores en cifras y de la lógica tendenciosidad, puede
confirmarse que la sublevación se venía preparando concienzudamente en Baena. Las
desavenencias entre patronos y obreros venían siendo profundísimas en las últimas
semanas. La intransigencia de los patronos de Baena era tal que el 10 de julio se puso
en marcha desde el pueblo hacia Córdoba una impresionante caravana de 200
patronos, que se entrevistaron con el gobernador Rodriguez de León, expresándole sus
protestas contra las Bases de Trabajo Rural, publicadas por la prensa el 6 de julio. Por
su parte, los obreros y campesinos tenían convocada huelga para el 20 de julio.
La conspiración había sido muy activa en Baena. El teniente de la Guardia Civil
Pascual Sánchez Ramírez había iniciado previamente una campaña para dotar de
armamento a los propietarios, con la ayuda del secretario del Círculo de Labradores,
Manuel Cubillo (reténgase este dato para valorar luego la tragedia ocurrida en el asilo
de San Francisco). Y se determinó, entre otras medidas, nombrar guardias jurados a
destacados falangistas. Hoy llama la atención saber que el Círculo de Labradores, a
indicación del teniente, había efectuado la compra de 4.000 cartuchos de rifle, y que
dos guardias (Nicolás Fernández y Pío Zarco), actuando ilegalmente, habían ocultado
en el cuartel diez cajas de cartuchos de mosquetón, falsificando para ello unos
documentos. Las maquinaciones previsoras del teniente Pascual Sánchez, por tanto,
no se habían concedido ninguna tregua.
A mediodía del 18 el teniente organizó ya varias patrullas, compuestas por
guardias y personas de derechas, que recorrieron la ciudad hasta la madrugada
siguiente, sin ningún incidente.
El testimonio de Gómez Tienda aporta aspectos interesantes sobre el transcurso
de aquel 18 de julio en Baena:
«El 18 de julio, sobre las cuatro de la tarde, el teniente Pascual Sánchez
Ramírez se lanza a la calle con los falangistas y la burguesía, que se sumaron a
la sublevación, presentándose en el Ayuntamiento y la Telefónica, muy cerca del
cuartel de la guardia civil entonces.
El teniente envió unos oficios a todos los concejales, incluso al alcalde
Antonio de los Ríos, para que se pusieran al habla con él, cosa que ninguno
hizo. Aquella noche que estaban citados, cada uno, por donde pudo, huyeron de
Baena.
Las patrullas solamente vigilaban las calles más céntricas del pueblo y
algún barrio donde sabían que vivía algún dirigente. A un directivo de la CNT,
que venía del campo después de varios días, lo cogieron preso y fue víctima el
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día que entraron los moros. Apresaron también a un hermano, a una hermana y
al cuñado de Joaquín "El Transío", simplemente por ser su familia.
Hasta bien entrada la noche de aquel día no quiso el teniente apoderarse de
la Casa del Pueblo, con la intención de coger en ella a los dirigentes que
pudiera. A eso de las diez de la noche envió allá a dos parejas de guardias
civiles. El Centro estaba en la calle del Beato Domingo Henares, a unos cien
metros del cuartel. Una pareja penetró en el Local y la otra permaneció en la
puerta. Echaron a los obreros que había a la calle y la pareja que había fuera
les daba bofetadas o puntapiés. Se quedaron con cinco detenidos y rompieron
los cuadros, se apoderaron del libro de afiliados y clausuraron el local.
Los trabajadores que salieron del Centro, aunque no eran muchos, porque la
mayoría se encontraban en el campo en la recolección, en lugar de marcharse a
sus casas, se salieron al campo y comenzaron a formar piquetes de tres o más,
acordando ir a todos los cortijos y avisar a todos de lo que ocurría en el pueblo.
Los que se encontraban en los cortijos, cuando llegaban los piquetes a
avisarles, muchos creían que se trataba de una huelga más. El que más y el que
menos llevaban una o dos semanas sin venir al pueblo, según las costumbres de
entonces»
El domingo 19 por la mañana el teniente Pascual Sánchez publicó el bando de
guerra y se incautó del Ayuntamiento, constituyéndose en comandante militar de la
plaza. Pero en esos mismos momentos, una gran masa de segadores y obreros habían
abandonado los cawpos de Baena y, armados rudimentariamente con hachas, hoces,
palos y alguna escopeta, caminaban en dirección al pueblo.
Los campesinos secundaron el mismo 19 de julio la consigna de huelga general,
a la vez que tomaban las armas de que disponían en contra de la sublevación militarfascista, tan pronto como los emisarios fueron llegando a las diversas fincas y cortijos
notificando lo que ocurría. El mecanismo seguido es ya conocido: huelga general,
recogida de armas y marcha hacia el pueblo para reducir a los rebeldes. Después, la
consabida constitución del Comité de Guerra y, en estos pueblos anarquistas, la
declaración del comunismo libertario.
En la mañana del 19 de julio se llevó a cabo la concentración general de campesinos desde todos los caseríos del término. Los que se hallaban en el pueblo la
noche del 18, también se retiraron al campo. Una concentración importante de ellos se
formó en el cortijo «Las Beatas». Otra masa de campesinos comenzó a avanzar sobre
Baena por el cerro del Coscujo, en la carretera de Cañete. Era el mediodía del
domingo, cuando el camionero falangista Manuel Rojano, «El Conde», dio
conocimiento al teniente Pascual Sánchez de estas concentraciones y movimiento de
campesinos hacia Baena. De inmediato se puso en marcha una descubierta contra ellos
en el mismo camión de «El Conde» y dos vehículos más, con guardias y derechistas al
mando del teniente. Llegaron hasta el cortijo «La Cambronada» por la carretera de
Cañete y en un altozano llamado cerro del Coscujo la pequeña columna facciosa dio
vista a una gran masa de jornaleros. Se produjo un tiroteo mutuo, a consecuencia del
cual resultó salpicado de una perdigonada el propio teniente Sánchez Ramírez y
alguno más. Se producía esta escaramuza en las primeras horas de la tarde, a unos
cuatro kilómetros de Baena.
La fuerza decidió regresar al cuartel, pero aún hubo de salir otra patrulla de
guardias y falangistas, al mando del cabo Ferrero, hacia el cortijo «Las Beatas», por la
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carretera de Castro, para dispersar otra multitud amenazadora. Lograron su objetivo y
en el cuartel reinaba el día 19 cierto clima de seguridad y optimismo. Nadie podía
pensar que al día siguiente estarían ya sitiados, después de caer todos los barrios bajos
en poder de la masa obrera. Hoy día sorprende la rapidez con que se concentraron y
organizaron aquellos campesinos de todo el término de Baena, dejando parados todos
los tajos de siega y recolección a la voz mágica de la lucha antifascista y la
revolución.
Dejemos la evocación de los hechos a uno de los protagonistas, Antonio Gómez
Tienda:
«Comenzaron a registrar todos los cortijos y casas de campo, grandes o
pequeñas, apoderándose de todas las armas que lograban encontrar, en su
mayoría escopetas de caza que los propietarios tenían en los cortijos.
Se reunieron unas 45 ó 50 escopetas. No había armas para todos, ni mucho
menos. Los demás jornaleros, hasta un total de 200, se proveyeron de hoces
atadas a un palo, horcas de hierro, palos, etc. Todos ardían en deseos de lucha,
para defender de la tiranía fascista al pueblo donde nacieron y en el que tan
esclavos se encontraban. Y así fue como se organizaron los obreros de Baena,
dispuestos a enfrentarse con un enemigo que era dueño del pueblo y muy superior
en armamento.
Acordaron la forma de tomar el pueblo con la siguiente táctica: como los
rebeldes eran dueños absolutos del pueblo y desde las alturas dominaban todas
las entradas, de haber atacado los obreros de día, hubieran sido víctimas de
momento. Por ello, decidieron entrar en Baena de noche. Nombraron un Comité
de Defensa, en su mayoría de la CNT, además de algún socialista. Establecieron
su sede en el Asilo de San Francisco.
Los obreros se pusieron en marcha a la caída de la tarde del 19 de julio,
dando tiempo a que llegara la noche. Pero a la altura del caserío del "Coscujo",
una finca de olivar, a unos 4 kms. del pueblo, les salieron al encuentro varios
coches de guardias civiles y falangistas, al mando del teniente. Este parecía ya
enterado de las intenciones de los jornaleros. Los obreros se parapetaron en los
troncos de los olivos, todos dispuestos a la lucha. Entonces el teniente,
sorprendido por aquella multitud de gente dispuesta a ofrecer batalla, decidió dar
marcha atrás y hacerse fuerte en el casco urbano.
Los jornaleros continuaron en dirección a Baena. A eso de las diez de la
noche comenzó el asalto, casa por casa, barrio por barrio, que al ser obreros se
adhirieron enseguida a sus compañeros. Si hubieran tenido más armas, la lucha
no se hubiera prolongado tantos días (...).
A pesar de las rápidas gestiones de mi hermano José Joaquín, que se trasladó
a Castro del Río en busca de armamento, la realidad es que no teníamos apenas
armas. De ahí que nos lanzáramos a tomar casa por casa, tabique por tabique, a
golpe de pico y pala. Con todo, tuvimos la suerte de contar con la ayuda de un
muchacho, José Cabezas, que había servido en la pirotecnica y tenía nociones de
cómo se preparaban los artefactos. También nos ayudó en este sentido un
calderero, llamado Bailén.»
Atacaron el pueblo aprovechando la noche del 19 al 20 de julio, casa por casa,
deteniendo a personas de la burguesía y llevándolas, por orden del Comité, al Asilo de
San Francisco, habilitado como «cuartel general». El Comité del Frente Popular
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(llamado también, de Defensa, de Guerra o Revolucionario) lo integraron cenetistas en
su mayoría, con representación de algún socialista:
- Joaquín Hornero Muñoz, presidente,
- José Joaquín Gómez Tienda («El Transío»),
- Juan Misut Cañadilla,
- Gregorio Lanza Real,
- José Peña Cabezas,
- Fernando Cubillo Rosa,
- Fernando Luque Pérez,
- Manuel Tarifa Ortega,
- Manuel Soriano López,
- Antonio Carpio Arriero, etc.
En el tiroteo de la noche, el brigada Ricardo Zafra y varios guardias y falangistas
se dirigieron a la Plaza Vieja, donde vivía «El Transío» y sonaban disparos. El guardia
Lorenzo Rivera recibió un tiro que lo dejó muerto, por lo cual la patrulla rebelde hubo
de replegarse al cuartel.
El avance de los campesinos era lento, pero eficaz, provistos de hachas y hoces la
mayoría, los menos con escopetas. La táctica de avance era pasar de unas casas a otras
abriendo orificios en los tabiques. Desde el día 20 ya eran dueños de los barrios bajos
y de algunas calles del centro, típicamente burguesas, como las calles Mesones, Llana,
etcétera.
También el día 20 el asedio a los rebeldes era un hecho. Estos sumaban un
centenar, entre guardias, falangistas, los principales propietarios y tres militares
retirados que se unieron inmediatamente: el comandante Rafael de las Morenas Alcalá
(retirado por la Ley Azaña), el capitán Fernando Cubero Lucena (también retirado) y
el capitán de Asalto Adolfo de los Ríos Urbano (en excedencia). De la actitud
ofensiva del día 19 pasaron a la defensiva, situándose en una docena de puntos
estratégicos de la ciudad. El núcleo defensivo principal se estableció en la plaza del
Ayuntamiento, utilizando este edificio, el cuartel y la Telefónica. Otros puntos de
defensa eran: el hospital de Jesús Nazareno (en el que se produjo una lucha
encarnizada), el convento de la Madre de Dios, el castillo y una serie de domicilios de
la gran burguesía.
Por su parte, la masa frentepopulista y de la CNT, con su puesto de mando en el
Asilo de San Francisco, habían cortado las comunicaciones telefónicas, el
abastecimiento de agua, el fluido eléctrico, además de ocupar los molinos harineros y
la mayoría de las panaderías, con lo cual la subsistencia del centenar de sublevados
resultó cada vez más angustiosa. El mismo día 20 llegó hasta los sitiados, no obstante,
un automóvil procedente de Córdoba, con un auxilio de cuatro guardias, municiones y
bombas de mano. Lograron burlar el cerco, que era total, porque dos guardias muertos
tuvieron que ser enterrados en las cuadras del cuartel, resultando ya imposible llegar
hasta el cementerio.
Aquellos primeros momentos nos los relata así una señora de la burguesía,
detenida el día 20:
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«Abrían los campesinos las puertas con hachas y sacaban fuera a la gente. Ataban a los hombres diciendo: "¡Todos a la calle!". Luego empezaron a romper
tabiques para pasar a la casa siguiente.
Nos llevaron al Asilo de San Francisco. Les preguntábamos por qué detenían a
mi hermano, de 16 años, y nos respondían que estaba ocupando el puesto de mi
padre, que se encontraba en el cuartel.
De armas apenas tenían nada. Yo recuerdo que nos llevaban por la calle con
hachas y palos. Y en el Asilo de San Francisco estaban haciendo las bombas con
latas de tomate. Pero escopetas, muy pocas.
En San Francisco estaban como dirigentes "El Mota" (socialista) y "El Transío".
Este era el que tomaba declaración a los detenidos. Recuerdo que me produjo
gran impresión que nos tomaban declaración en mangas de camiseta, cosa para
mí insólita en los miembros de un Tribunal. Nos repetían mucho esto: "Si ustedes
no querían guerra, por qué no han sacado una sábana blanca?".
A nosotras nos dejaron luego en libertad, pero se quedaron con mi hermano y, en
general, con todos los que tenían algún familiar en el cuartel. De cualquier
forma, a nadie trataban con violencia. Recuerdo otra anécdota que da una idea
hasta qué punto las cosas cambiaron aquellos días, y es que a una señora,
acostumbrada a mucho servicio de criados, los anarquistas le dijeron que se
marchara y que podía venir a traer la comida a sus familiares detenidos. Y la
señora contestó con mucho apuro: "¡Ay! ¿y sin muchacha?". Y "El Transío" le
contestó: "¡Oiga, que nuestras mujeres nos han estado llevando muchos años la
comida a las cárceles, y usted no es más que nuestras mujeres!"».
La lucha y avance de los anarcosindicalistas y obreros en general era simultánea
con la declaración del comunismo libertario, supresión del dinero, incautación de
alhajas y víveres y creación de un centro común de abastecimiento, adonde se debían
buscar las provisiones por medio de vales firmados por el Comité, no sólo las familias
obreras, sino también las burguesas que habían quedado fuera del dominio rebelde.
Volvemos al testimonio de Gómez Tienda, con relación a la nueva organización
de la sociedad libertaria y las primeras violencias callejeras:
«A1 tomar las casas de la burguesía, unos huían hacia el cuartel, otros se
quedaban y eran llevados al Asilo de San Francisco. Las casas que estaban
cerradas, eran abiertas a hachazos y registradas, con el objeto de encontrar
armas, ya que el dinero y la comida era lo que menos importaba. Aquellos días, el
abastecimiento procedía de la incautación de todas las tiendas que caían en su
poder. Se nombró un Comité de Abastos, que suministraba por medio de vales, de
acuerdo con las necesidades familiares de cada vecino. Los hortelanos estaban
obligados a traer todos los días las verduras que solían antes llevar al mercado y
las entregaban para su reparto. El agua y la luz que abastecían al pueblo fueron
cortadas (...)
En cuanto a los detenidos derechistas, el Comité no cesaba de ordenar el
respeto a las personas y que todo detenido fuera entregado sin daño en el Asilo.
Jamás el Comité ordenó el más mínimo atropello, sino que las muertes se
debieron a iniciativas particulares. Un caso, totalmente verídico, fue el de un
famoso usurero conocido como "El Chaleco Morado" que había prestado dinero
a otro llamado "El Trampa". Este lo detuvo y, cuando lo llevaba al Asilo, lo mató,
lo arrojó a un montón de estiércol y le prendió fuego. Después de la guerra fue
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detenido, pero puesto en libertad, porque tenía un hermano capitán con Franco, y
aquella muerte la pagó un tal Joaquín Gieb, que murió diciendo que era inocente
de aquella muerte.
También mataron en plena calle a un tal Tarifa, que vivía en la plaza de
Francisco Valverde, que se había unido a los rebeldes. Quiso huir en dirección al
campo, pero fue alcanzado y muerto a pinchazos de horcas de hierro y hoces.
Mataron también a Rafael Alcalá, uno de los grandes burgueses del pueblo, que
no se quiso ir al Paseo, a pesar de que allí estaba su sobrino Rafael de las
Morenas, comandante de Caballería retirado por la Ley de Azaña. Un obrero que
había sido despedido unos meses antes por el señor Alcalá, se presentó en su
casa, lo mató y lo tiró a la calle por el balcón. Después de la guerra lo fusilaron
por esto. Es decir, que las muertes que hubo lo fueron por cuestiones personales
(...)
Los obreros, con la ayuda de unos dinamiteros de Linares, se apoderaron de
muchos puntos estratégicos: el Palacio, el Hospital, la Iglesia mayor, el Convento
de la Madre de Dios,... Los rebeldes conservaban ya únicamente el cuartel, la
Telefónica y el Ayuntamiento. No tenían agua ni qué comer, llenos de pánico en
medio de una lluvia de petardos de dinamita.»
En efecto, los éxitos combativos iniciales de la masa obrera fueron considerables,
sin más ayuda forastera que la citada de un pequeño grupo de mineros de Linares, no
pudiendo contar con el auxilio de los castreños, vecinos y correligionarios.
El 23 de julio los obreros atacaron el puesto defensivo de la iglesia de Santa
María la Mayor y el convento Madre de Dios, incendiando parte de la primera y
desalojando a los guardias de ambos edificios contiguos. Aunque llegaron refuerzos
con el propio teniente al frente y dispersaron a los revolucionarios con aparatoso
fuego de bombas de mano, se hizo la retirada definitiva de las posiciones citadas y se
reforzó el hospital de Jesús Nazareno.
Es preciso hacer referencia al episodio de los rehenes. En poder del teniente
Sánchez Ramírez había desde el primer día media docena de rehenes izquierdistas, a
los que tuvo varios días a pleno sol amarrados en la azotea del cuartel, hasta que el 28
de julio les reservó el trágico final que veremos. Se contaban entre estos infortunados:
el primer teniente de alcalde, Antonio Ruiz Lopera (comunista); uno llamado Cortés,
otro apodado «Gazpacho»; la hermana del «Transío», Isabel Gómez Tienda, a punto
de dar a luz, y su marido, José Arrabal Damián (estos dos fueron los únicos
supervivientes), además del menor de los «Transío», Francisco Gómez Tienda. En el
transcurso de la lucha, el teniente envió a José Arrabal como emisario a San
Francisco, con un pliego de condiciones de rendición. Una vez allí, tanto el Comité
como la multitud impidieron al emisario regresar al cuartel, y se sumó a la lucha
obrera.
El día 24 se vieron obligados los sitiados a realizar una arriesgada operación de
suministro en territorio enemigo y lograron volver con pan y barriles de agua. Por las
calles pudieron observar algunos cadáveres, entre ellos el del párroco, don Bartolomé
Carrillo, que había sido abatido en el tiroteo y quemado con alcohol de una farmacia.
El asedio se estrechaba en los días siguientes y toda la preocupación de los
sitiados era la de proveerse de pan y agua. La posición del hospital era atacada
insistentemente mediante lanzamiento de bombas rudimentarias y dinamita, para lo
cual contaban los obreros con la citada ayuda de algunos mineros de Linares. El día
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25 se apoderaron de otro fortín rebelde: el edificio de la Subbrigada Sanitaria, una
auténtica avanzadilla en dirección al Asilo de San Francisco. Sus defensores tuvieron
que rendirse, excepto uno, Cristóbal, «El del Bacalao» (que antes había sido de la FAI
y por ello le llamaban Fai-falangista»).
El día 26 los dirigentes revolucionarios enviaron una propuesta de rendición al
teniente en los siguientes términos: «Bajen con las armas y deposíntelas en el
Llanetillo Henares. Después sigan por la calle del Caldero».
Al día siguiente fueron enviadas al cuartel varias mujeres de las rehenes de San
Francisco (Carmen Guiote, Anita González, etc.) para proponer al teniente un «canje
de prisioneros», con objeto de conseguir la liberación de los cinco que tenían
expuestos al sol en la azotea del cuartel. El teniente recibió a las emisarias de forma
colérica. Y estuvo a punto de matar a un propietario que preguntó a una de ellas por
sus familiares presos en el Asilo. Y más aún: las emisarias fueron tiroteadas por el
propio teniente, por lo que hubieron de huir. Por estos y otros hechos, incluida la
represión que posteriormente se relatará, la figura del teniente Pascual Sánchez
Ramírez se convirtió en siniestra y controvertida entre la misma burguesía de Baena.
Este teniente había pasado al Cuerpo de la Guardia Civil en 1934 y procedía del
Tercio, de la 4.8 Bandera de la Legión.
En las primeras horas del día 28 las milicias frentepopulistas lograron prender
fuego al hospital de Jesús Nazareno, haciéndolo objeto al mismo tiempo de un gran
tiroteo, por lo cual tuvo que ser abandonado por sus defensores. Con la pérdida de esta
posición, situada en la parte más alta de la ciudad, quedaban seriamente desprotegidas
las posiciones del cuartel y la Telefónica. Los sublevados consideraban el día 28 que
en el próximo ataque de las fuerzas obreras no habría salvación posible. Parece que en
la mañana del día 28 llegó otro pequeño grupo de mineros de Linares. Estos, desde el
castillo, comenzaron a lanzar petardos sobre el cuartel, utilizando hondas para el
lanzamiento. Pero en el momento en que se preparaba el asalto definitivo al cuartel y
se tomaban las últimas posiciones, un raro destino vino a cambiar el rumbo de los
acontecimientos.
Tal vez la razón última de aquel cambio de rumbo fuera, curiosamente, una
mujer: la esposa del ex diputado de la CEDA y teniente coronel retirado Laureano
Fernández Martos, la cual se encontraba en aquellas fechas de vacaciones en Baena.
Pensando en su rescate debió organizarse en Córdoba la columna del coronel Sáenz de
Buruaga, a la cabeza de la cual venía también el ex diputado Fernández Martos.
La columna salió de Córdoba al amanecer, mandada por Buruaga y compuesta
por: Infantería del Regimiento de Lepanto de Granada, Guardia de Asalto de Córdoba
y Huelva, Guardia Civil, dos Baterías de Artillería, Ametralladoras, y lo que era más
importante, dos secciones de la Legión y una compañía y un escuadrón de Regulares
en vanguardia.
Atravesaron Fernán Núñez, Montemayor y Montilla. Al pasar por Nueva
Carteya, sobre el mediodía, atacaron este pueblo, que se hallaba bajo dominio
gubernamental. Hubo tiroteo y fusilamientos, que ya hemos señalado, y la columna
continuó hacia Baena. A las cuatro de la tarde la columna desplegaba por las lomas al
sur de este pueblo. Las fuerzas obreras intentaron la defensa, pero sin armamento
eficaz (a diferencia de Castro del Río) y con un tiroteo disperso. El fuego de Artillería
enemiga obligó a la retirada general hacia las posiciones del Asilo de San Francisco.
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Así, a las cinco de la tarde, aquella formidable columna facciosa atravesaba el arroyo
Marbella e iniciaba la ocupación calle por calle. Entraron por «El Pilancón» o «Fuente
de Baena», donde la vanguardia dio muerte a las primeras víctimas. Los legionarios,
moros y guardias civiles (éstos al mando del teniente Roldán Ecija) avanzaron
haciendo prisionero a todo vecino que se encontraban, concentrándolos en la plaza del
Ayuntamiento. Enseguida, en la calurosa tarde de julio, las tropas llegaban al cuartel y
quedaban a salvo el teniente Pascual Sánchez y los suyos.
«Entraron pegando tiros y matando gente -testifica Antonio Gómez Tienda-. E
iban dando voces de: "¡Paz! ¡tranquilidad! ¡todos los hombres, que suban al
paseo!"". Y muchos cayeron en la trampa; otros no, afortunadamente. Desde la
ventana de casa de mis suegros en la calle de los Frailes pude reconocer, entre
los que venían con la columna Buruaga, a un tal Amador de los Ríos, ex jefe de
policía municipal, que cumplia condena por haber matado en Baena a un joven al
salir del circo, porque estaba orinando en la calle. Este presidiario fue liberado
para integrarse en la columna. Aquel día, mi hermano Joaquín no estaba en
Baena. Se había trasladado a Castro del Río en busca de armamento.»
Aquella tarde del 28 de julio, en la plaza del Ayuntamiento o Paseo de Baena, se
desencadenó una tragedia de represalias contra la población obrera, con verdaderos
caracteres de genocidio y masacre, quizá el acontecimiento más cruel de la guerra
civil en la provincia de Córdoba. El actor principal de aquel drama fue el teniente de
la Guardia Civil Pascual Sánchez Ramírez, sometido a un asedio de ocho días en el
cuartel, de donde salió en un arrebato de enajenación vengativa incontenible. Le
ayudó algún compañero más de Cuerpo y varios recién llegados en la columna de
Buruaga, sobre todo un teniente de Asalto. Por su parte, el coronel Sáenz de Buruaga
dejó hacer complacido, mientras tomaba un refrigerio en el Casino; y el ex diputado
Fernández Martos se fue en busca de su esposa.
¿Por qué no ordenó Buruaga la liberación inmediata de los presos de derechas en
el Asilo de San Francisco? Si ya resultaba arriesgado posponer este objetivo para el
día siguiente, lo era mucho más entregarse de manera indiscriminada a la matanza de
personas de izquierdas, estimulando con ello las represalias con los detenidos de
derechas, como así ocurriría, en efecto. Las torpezas de la columna Buruaga, qué duda
cabe, ocasionaron un alto precio de sangre en el propio sector de la burguesía de
Baena, como se verá.
La matanza del Paseo tuvo su primer acto en el fusilamiento de los rehenes de
izquierdas que el teniente mantenía desde el día 19 en la azotea del cuartel. Eran unos
cinco, y sus cuerpos fueron arrojados a la calle. Contamos con el testimonio de Pablo
Arrabal, hijo de una superviviente, Isabel Gómez Tienda, hermana de los «Transío»:
«A mi madre la tenían como rehén en el cuartel después de haberla canjeado
por mi padre, y e128 de julio, cuando entraron las fuerzas invasoras, la tenían en
la terraza de dicho cuartel de la Guardia Civil con los demás rehenes, entre ellos
su hermano Francisco, y delante de ella los fusilaron a todos; y entonces, aún con
guasa, le dijo el teniente: "¿qué le parece?" Mi madre, que estaba a punto de dar
a luz, se puso muy mala, y por este motivo la pasaron al Ayuntamiento, que está
cerca. Durante la noche, estando entre otros muchos detenidos, viendo un
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guardia en el estado en que estaba, le recomendó que se fuera al Hospital, pero
mi madre le rogó que la dejara irse a su casa, a lo que accedió el guardia. Me
contaba mi madre que, cuando salió del Ayuntamiento, no veía más que muertos
por todas partes. Salió a la calle Mesones, y también estaba llena de cadáveres.
Era la madrugada, todo a oscuras porque la luz estaba cortada. Por fin llegó a la
casa de mis abuelos y encontró a sus padres llorando con mucho desconsuelo. Mi
madre creía que sus 8 hijos estaban todos muertos y hasta los tres días no supo
que estábamos vivos. Al poco tiempo dio a luz un niño, que murió a los pocos
días. Al mes y medio de aquello, mi madre fue rescatada del campo por un grupo
de caballería mandado por su hermano José Joaquín Gómez Tienda "El Transío".
Yo, el mayor, me había marchado con mi padre a Jaén, que era zona republicana».
Después de fusilar a los rehenes, los guardias salieron del cuartel, al igual que el
resto de los derechistas y falangistas de sus distintos puntos defensivos, abrazando
todos a los libertadores de la columna Buruaga. Y, sin más dilaciones, comenzó la
matanza. Desde todas partes traían hombres detenidos a la Plaza, milicianos o
inofensivos vecinos, izquierdistas o apolíticos..., incluso gente que no era de
izquierdas. Los detenidos, de cualquier edad y condición, eran colocados en el suelo,
boca abajo, formando grandes hileras delante del Casino, el Ayuntamiento y el
Cuartel. El propio teniente, con su pistola ametralladora (tenía fama de perfecta
puntería) mataba a diestro y siniestro, incansablemente, ayudado de algún otro.
Cuando terminaba una fila, comenzaba otra, y así sucesivamente, hasta que fue
cayendo la tarde de aquel aciago 28 de julio.
El ceremonial de la muerte era sobrecogedor. Mientras tanto, patrullas de
militares y destacados señores y falangistas del pueblo recorrían las calles, enviando
para arriba todo hombre que se encontraban, «porque les tenían que poner un brazalete
y un sello». Entre los encargados de poner los sellos se encontraba el negociante de
aceites José Baena.
«Estaban todos aquellos campesinos tendidos en el suelo -comenta un
testigo-. No cabía un garbanzo, tendidos delante del Casino de los señores,
y sólo habían dejado una vereda entre los cuerpos para poder pasar. En el
ambiente había un silencio sepulcral. Sólo se escuchaba de vez en cuando,
al paso de algún señorito: "¡Don Fulano, sáqueme de aquí!". Y les
respondían: "¿Ahora acudes a mí, granuja? ¡Ya recibirás tu merecido!".»
Otro testigo (no es difícil encontrarlos en Baena) asegura:
«Nada más llegar Buruaga a la Plaza, se fusiló una primera tanda de 80
personas, tendidos en el suelo, boca abajo, matados personalmente por el
teniente Pascual Sánchez. Aquella misma tarde hubo varias tandas más, y
otras el día 29, y alguna más el 30. Después, comenzaron a llevarlos al
cementerio».
Personas de la burguesía no han tenido inconveniente en reconocer lo siguiente:
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«De haber actuado con más prudencia y sin tanto afán sanguinario, los de
izquierdas no hubieran matado a nadie».
En el testimonio citado de Gómez Tienda, éste señala en sus memorias:
«Cuando cesó el fuego de cañón y ametralladoras, empezaron a recoger
obreros de casa en casa, con dirección al paseo, donde llegaron a concentrar una
cantidad de obreros muy grande, llenando el Ayuntamiento, el Paseo, la calle que
hay delante del cuartel. Todos los ponían boca abajo y unos sobre otros, mientras
en todas las calles que dan al Paseo había guardias para impedir que nadie
pudiera escapar. Entonces comenzó la mayor matanza de criaturas en toda la
historia de Baena. Los primeros que mataron fueron los rehenes que habían
cogido los primeros días en una terraza aneja al cuartel, y echaron sus cadáveres
a la plaza. Después, el gran criminal del teniente Pascual Sánchez comenzó a
matar a diestro y siniestro, de los que había boca abajo. Y las mujeres de los
civiles y muchas señoras de la burguesía, asomadas a los balcones, daban gritos
de que los mataran a todos. El teniente seguía matando «hasta que le saliera
callo en el dedo de tanto disparar», según decía él. Acordaron entre todos
comenzar a reconocer a los obreros tendidos en la plaza, a fin de dejar en
libertad a los que fueran avalados por algún derechista. Entonces les ponían un
pañuelo al brazo y le estampaban el sello de la guardia civil. El que no tenía
quien lo avalara, aunque en los días anteriores no hubiera salido de su casa,
quedaba allí tendido para ser fusilado. Los que salieron en libertad extendieron
la voz de lo que ocurría en el Paseo y muchas mujeres que tenían allí prisioneros
a sus maridos o hijos salieron como locas en busca de algún señorito que les
proporcionara un aval. En la mayoría de los casos sus gestiones no surtieron
efecto. Antes bien, eran maltratadas de palabra u obra por los señores. En algún
caso en que consiguieron el aval, cuando se presentaron en el Paseo, ya era
tarde. Muchos padres vieron fusilar a sus hijos, y muchas hijas vieron morir a sus
padres, mientras la sangre corría por la calle como agua de lluvia.
Se dio el caso de un muchacho de 14 años, simpatizante comunista, que lo
cogió el teniente y le ordenó que dijera "viva el fascismo". Se lo repitió por tres
veces, y el muchacho siempre contestaba "viva el comunismo". El teniente lo
ametralló a bocajarro.
Utilizaron también a un tonto del pueblo, llamado Roque, que aquellos días
había andado por todas partes, a fin de que declarara a los que había visto con
armas. Cuando señalaba a alguno, era fusilado de momento, aunque tuviera
algún aval. Hasta que el tonto acusó a un guardia civil vestido de paisano, y
entonces lo echaron a su casa.
Un campesino llamado Francisco Baena se encaró con el teniente gritándole
que a los hombres no se les mataba así, que le diera una pistola para defenderse.
El teniente le contestó: «¡Eso es lo que tú quisieras! ¡Toma una pistola!». Y lo
acribilló a balazos. Aquel hombre expiró repitiendo la palabra 'asesino".
Además, a los hombres encargados de recoger los cadáveres, los fusilaban en
el cementerio igualmente al finalizar su trabajo, amontonándolos con los otros.
Recuerdo uno, un tal Bergillo, que logró escapar en el último momento, saltando
del cementerio a la carretera. Huyó por el cauce del arroyo y se presentó en
Castro del Río.»
10
Surge enseguida el problema de las cifras en Baena. Y, para abordar la cuestión
con el mayor rigor posible, éstos son los datos en que puede ayudarnos el Registro
Civil. Una primera relación responde al concepto de «hallado cadáver en una de las
calles de esta población, víctima de los sucesos anárquicos desarrollados en los días
19 al 29 de julio anterior». En realidad, se refiere a fusilados los días 28 ó 29. Son los
siguientes:
- Fernando Quesada Tarifa, 13 años,
- Francisco Melendo Pavón, 40, campo,
- Joaquín Castro Pérez, 19, campo, Rafael Castro Abad, 44, zapatero,
- Joaquín Porcuna Herrador, 51, campo,
- Antonio Ruiz Lopera, 40, industrial,
- Francisco Cubillo Melendo, 36, campo,
- Nicolás Cubillo Melendo, 29, campo,
- Antonio Cubillo Melendo, 25, campo,
- Esteban Jiménez, Ríos, 57, campo,
- Francisco Serrano Gálvez, 50, campo,
- Antonio Gómez Piernagorda, 23, campo,
- Antonio Arrabal Alvarez, 24, campo,
- Rafael Galisteo Lara, 36, albañil,
- Rafael Pavón González, 30, campo,
- Francisco Villarreal Alarcón, 35, campo,
- Francisco Serrano Marín, 25, campo,
- Joaquín Jurado Molina, 32, campo,
- Francisco Cano Ramírez, 44, campo,
- Antonio Jiménez Navarro, 28, campo,
- José Aguilar Montes, 32, campo,
- Félix Castro García, 16, campo,
- Antonio Peña Barberán, 33, campo,
- Lorenzo Recio Ruiz, 46, campo,
- Teresa Palmero García, 51, sus labores,
- Angela Ramos Rosales, 51, sus labores,
- Miguel Rosales Cano, 22, campo,
- Félix Toro Hidalgo, 60, campo,
- Pedro Espinar García, 33, campo,
- José Ocaña Mesa, 70, campo,
- Ricardo Montes Martínez, 18, campo,
- Antonio Navas Jurado, 23, campo,
- Rafaela Amo Arrabal, 40, sus labores,
- Francisco Vallejo Amo, 20, campo,
- Dolores Morales Henares, 60, sus labores,
- Ignacio Cabrera Gutiérrez, 40, campo,
- Emilio Malagón Jiménez, 15, campo,
- José Melendo Ramos, 35, campo,
- Antonio Melendo Ramos, 28, campo,
- Antonio Cantero León, 46, campo,
11
- José Priego García, 31, industrial,
- Andrés Galeote González, 20, campo,
- Francisco Arrebola Utrera, 30, zapatero,
- Antonio Serrano Espejo, 75, campo,
- Manuel Moraga Ordóñez, 30, albañil,
- Antonio Valverde Cruz, 23, -,
- Luis Estévez Piernagorda, 22, campo,
- Rafael Ordóñez Castro, 20, campo,
- Domingo Jurado Jiménez, 22, campo,
- José Priego Polo, 56, campo,
- Antonio Chica Peña, 35, campo,
- Carmen Contreras Amores, 51, sus labores,
- José Pavón González, 40, campo,
- José Luque Berral, 43, curtidor,
- Antonio Luque Chávez, 18, curtidor,
- José Delgado Repiso, 27, chófer,
- José Lara Díaz, 43, campo,
- José Amo Arrabal, 28, campo,
- José Melendo Priego, 43, campo,
- José Ortiz Roldán, 36, campo,
- Rafael León Villarreal, 18, campo,
- Dolores Cabezas Albendín, 55, sus labores,
- Vicente Párraga Cabezas, 32, campo,
- Rafael Párraga Cabezas, 32, campo,
- Rafael Cabezas Ramírez, 42, campo,
- Pablo Medianero Peña, 35, campo,
- Jerónima Rascón Rodríguez, 70, sus labores,
- Antonio Cubero Jiménez, 24, campo,
- Fernando Peláez Arrebola, 37, industrial,
- Clotilde Luque García, 18, sus labores,
- Clemente Garrido Moreno, 50, albañil,
- Clemente Garrido Cruz, 8 (hijo),
- José Luque Galisteo, 19, campo,
- José Valera Valverde, 32, campo,
- Ramón Aguilar Ocaña, 64, zapatero,
- Eduardo Gutiérrez Conde, 37, campo,
- Manuel Ortiz Mendoza, 27, campo,
- Antonio Portero Amo, 30, -,
- José M.e Sildago Cáceres, 39, campo,
- José Santano Arrebola, 30, industrial,
- José Viúdez Lucena, 39, labrador,
- Francisco Belmontes Delgado, 30, hojalatero,
- Vicente Cruz Rodríguez, 35, industrial,
- Antonio Rojas Chávez, 76, albañil,
- Eugenio Bergillos Moreno, 40, campo,
- Francisco Salamanca Cárdenas, 33, campo,
12
- Francisco Sevillano Mármol, 28, comercio,
- Antonio Torres Alcaide, 34, empleado,
- Francisco Gómez Tienda, 29, zapatero,
- José Castro Ortiz, 67, campo,
- Juan Soler García, 28, campo,
- Antonio Tarifa Ortega, 29, campo,
- Manuel Solé García, 22, campo,
- Francisco Moreno Ayala, 37, campo,
- Antonio López Delgado, 25, campo,
- Vicente Rojano Ramos, 35, campo,
- José Cortés López, 45, empleado,
- Vicente Jiménez Ayala, 34, albañil,
- Elías García Lucena, 64, industrial,
- Antonio Aguilar Ocaña, 40, campo,
- Firidio Marcio Sáez Estecha, 36, oficial de Correos,
- José Ordóñez Alarcón, -, -.
(Hasta aquí aparecen registrados en bloque, sin distinguir día 28 ó 29, con la
particularidad de que se dieron de baja casi inmediatamentea a los hechos, entre los
días 48 de agosto de 1936, lo cual no suele darse en ningún pueblo. Estas
inscripciones se hicieron generalmente fuera de plazo, en los años de la posguerra. Y
así ocurre con los nombres que se relacionan a continuación: registrados en los años
1940 a 1950, especificando'ya la fecha del fusilamiento.)
28-julio-1936
- Antonio T. Jurado Rosa, 30, campo,
- Francisco Baena Párraga, 45, campo,
- Antonio Alcarez Soriano, 27, campo,
- Antonio Cano Sevillano, 36, -,
- Francisco García Dios, -, campo,
- Francisco Pavón Amores, 20, campo,
- Antonio Morales Medianero, 33, -,
- Rufino Cubero Aguayo, 55, campo,
- Manuel Rodríguez Arese, -, campo,
- Manuela Morales Medianero, 43, sus labores,
- Antonio Manuel Cañete Pérez, 62, campo,
- Pablo Rosales Alarcón, 20, campo,
- Manuel Rosales Alarcón, 15, -,
- Fernando Cubillo Vargas, 24, campo,
- José Luque Navas, 43, campo,
- Juan Pino del Valle,
- María Soledad Cabezas Roldán.
29-julio-1936
- Angel Martínez Cobo, 50, industrial,
- Manuel Alarcón Tarifa, 32, campo,
13
- Fernando Argudo Cruz, 47, campo,
- José Priego Castillo, 19, campo,
- José Romero León, 37, campo,
- José Navarro Jabalquinto, -, campo,
- José Rojas Cañadilla, 38, campo,
- Antonio Tienda Hornero, 40, campo,
- Miguel Castillo Maestre, 44, empleado,
- Joaquín Piernagorda Chica, 62, campo,
- Antonio Espartero Expósito, 27, zapatero,
- Ramón Moya Expósito, -, -,
- Antonio José León Bcávo, 39, campo,
- Lázaro Cubero Medianero, 8,
- Pío Sánchez Cañete, 58, -,
- José Ramírez Melendo, 54, campo,
- Francisco Güete Albañil, 26, campo,
- Antonio Malpica Cruz, 29, campo,
- Manuel Dios Pavón, 27, campo,
- Antonio Galisto Lónez. -.
30-junio-1936
- Angel Ocaña Tarifa, 42, empleado,
- Gonzalo Gómez Piernagorda, 26, campo.
31-julio-1936
- Andrés Ramírez Melendo, 41, -.
Total inscritos (días 28-29) ..... 139
El resto de la represión en 1936.
- Antonio Chica Rosales, 39, campo, 4-8-36,
- Joaquín Aragón Román, 52, campo, 4-8-36,
- Julián Gálvez Porcuna, 44, propietario, 4-8-36,
- José Gálvez Flores, 16 (hijo), 4-8-36,
- Antonio Cruz Galisteo, -, campo, 4-8-36,
- Isidoro Moya Santiago, 62, campo, 4-8-36,
- Manuel Jiménez Sevillano, 49, campo, 5-8-36,
- Juan R. Martos Gallardo, 44, -, 5-$-36,
- Félix Cruz Galisteo, campo, 36, 6-8-36,
- Basilio Montes Arrebola, 36, campo, 19-8-36,
- Antonio Bazuelo Alarcón, -, campo, 19-8-36,
- Miguel Galisteo Ariza, 28, campo, 26-8-36,
- José López García, 40, -, 26-8-36,
- Higinio García Arjona, 36, empleado, 27-8-36,
- Eugenio Barba Moreno, 53, campo, 27-8-36,
- Rafael Barba González, 25, campo, 27-8-36,
- José M.a Serrano Pérez, 32, campo, 27-8-36,
- Antonio Hornero Arias, 32, campo, 27-8-36,
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- José Albendín Pavón, 30, campo, 28-8-36,
- José M.e Cañada Cardón, 38, arriero, 28-8-36,
- Juan A. Mora Gómez, 25, campo, 28-8-36,
- Antonio Valera Villarreal, 39, campo, 28-8-36,
- José Pavón Alarcón, 40, campo, 29-8-36,
- Domingo Tirado Horcas, 38, campo, 4-9-36,
- Francisco Gómez Espinar, -, campo, 4-9-36,
- Tomás Pescador Gómez, 47, campo, 4-9-36,
- José Aguilera Pérez, 36, campo, 5-9-36,
- José Gálvez Bujalance, 33, -, 7-9-36,
- Francisco Rodríguez Cubillo, -, 7-9-36,
- José Pimentel Ortiz, 38, -, 12-9-36,
- Mariano Molina Moyano, 52, campo, 27-9-36,
- José Castro Luna, 28, campo, 30-9-36,
- José León Cruz, 67, campo, 3-10-36,
- José Leva Ramírez, 44, campo, 4-10-36,
- Antonio Aguilera Horcas, 43, campo, 4-10-36,
- Francisco Molina Orduño, 45, jornalero, 5-10-36,
- Francisco Peña Albendín, -, campo, 24-10-36,
- Francisco Azuaga López, 48, campo, 2-12-36,
- Francisco Morendo Tienda, 31, -, 13-12-36,
- Rafael García Tallón, 62, campo, 17-12-36,
- Francisco García Espartero, 78, campo, 24-1-37.
Hasta aquí lo que aporta el Registro Civil: 139 fusilados en los días 28 y 29,
además de otros 44 en las semanas siguientes. Esta cifra es claramente inferior a la
realidad. Vengo manteniendo la tesis de que en estas grandes matanzas de los
primeros meses de la guerra, no más de un tercio de las víctimas se inscriben en el
Registro. Y posiblemente nos quedamos cortos en los casos de Córdoba capital, Palma
del Río, Puente Genil y Baena.
La opinión pública de Baena habla de 2.000 fusilados, de 1.500, de 900..., pero
nunca se baja de 700, con relación a lo ocurrido entre los días 28-30 de julio. Y así lo
reconoce el teniente Rivas Gómez en su crónica citada. Pero este mismo teniente de la
Guardia Civil concluye que, mientras las «filas defensoras tuvieron 103 víctimas en
aquellos días, los de izquierdas sólo tuvieron 38 bajas por aplicación del bando de
guerra al entrar la columna Buruaga. Escribe el teniente Rivas: «La fuerza liberadora
conducía hacia la plaza central a cualquiera que encontrara con un arma o por
cualquier circunstancia despertara sospechas. Aquella misma tarde, en la propia plaza,
fueron ejecutados los que se creían responsables principales, pues bastaba la más leve
acusación por parte de un defensor para que se disparara contra el acusado». La cifra
de sus 38 fusilados dice apoyarla el teniente Rivas en el Registro Civil, «adonde ha
ido a buscarla». Pero los datos arriba expuestos demuestran, para empezar, que el
Registro Civil contradice esa afirmación. Sus conclusiones son de todo punto
rechazables y en Baena nadie les daría crédito. Una treintena de fusilados es lo que
ocurría en la ocupación de cualquier pueblo, sin necesidad de levantar el gran mito de
15
la represión de Baena. Tampoco explicarían esa conclusión las duras crónicas del
ABC de Sevilla de aquellas fechas:
«La columna, después de ser tiroteada fuertemente, consiguió entrar en el
pueblo, con solamente cuatro heridos, y realizando una maniobra envolvente,
pudiendo apresar a todos los individuos directivos, a los que en número bastante
les fue aplicado un castigo ejemplar.
Después se realizaron numerosos registros, encontrándose armas y
municiones, habiéndose aplicado el rigor de la ley a sus poseedores. Es seguro
que el pueblo de Baena no olvidará ni el cuadro de horror con tantos asesinatos
allí cometidos, ni tampoco la actuación de la fuerza llegada al mismo... Al paso
de la columna por Nueva Carteya, y como fuera hostilizada por algunos sujetos,
estos asimismo sufrieron el peso de la ley».
No es cierto que la columna Buruaga realizara operación envolvente ni apresara a
los directivos obreros, lográndolo apenas con los milicianos en lucha, la mayoría de
los cuales se replegaron hacia el Asilo de San Francisco, y de allí, cru
zando el arroyo Marbella, salieron para Castro del Río. Tampoco pudo la columna
requisar gran cantidad de armas o municiones, que tanto escasearon entre la masa
obrera. La mayoría de las víctimas de los días 28 y 29 eran gente de barrio 0 de
izquierdas, detenidos al paso de los militares.
El periódico cordobés Guión (órgano de AP) refería de esta forma la represión
llevada a cabo en Baena por Buruaga:
«SE HACE JUSTICIA.
Con las armas en la mano fueron detenidos en Baena bastantes individuos, autores de tanto asesinato como se había perpetrado, y en cumplimiento de las
órdenes del mando militar, el castigo fue implacable y la justicia se cumplió.
¡Viva España!».
La prensa republicana se hizo eco rápidamente de la cruel matanza de Baena.
Venceremos habló de 1.200 fusilados, cuyos cuerpos, apilados en el cementerio,
fueron quemados con gasolina, según información recogida por la columna de
Alejandro Peris en su ataque a Baena el 5 de agosto.
El Socialista publicó en aquellas fechas:
«En Baena (Córdoba), según el testimonio de Antonio Moreno Benavente... se
incautaron de los ficheros de las organizaciones obreras y procedieron al
fusilamiento de cuantos figuraban en ellas. Su terrible ensañamiento llegó al
extremo, como en otros sitios, de hacerles cavar sus propias fosas... De los 375
miembros de dichos sindicatos iban fusilados, el 29 del pasado mes, 296. El 9 de
agosto se obligó a que treinta obreros trabajasen forzadamente para fortificar el
castillo del pueblo y, después de cuarenta y ocho horas de labor sin descanso,
azuzados a latigazos y sin darles aliento, los precipitaron al foso. Tres de ellos,
antes de sufrir este martirio, se habíán vuelto locos.»
Por otra parte, el historiador inglés Ronald Fraser, al referirse a Baena en su
Historia oral de la guerra civil española, usa inexplicablemente como fuente el relato
antes citado del teniente Rivas y yerra con él en el tema de las cifras de la represión.
16
La cantidad de cadáveres fue tal el 28-29 de julio que algunos familiares de
derechas que quisieron dar sepultura a sus víctimas, a duras penas lograron dar con
sus cuerpos. Una señora de la burguesía testifica:
«En Baena se ha dicho siempre que hubo 2.000 fusilados. Es cierto que la sangre
corría desde la plaza del Ayuntamiento por la calle del Moral y por la Calzada. Y
para hacerse una idea de los muertos, basta este dato. A mi hermano lo mataron
los rojos en San Francisco y, como los amontonaron a todos juntos en el
cementerio, mi padre tardó tres días en poderlo encontrar. En aquella labor de
búsqueda intervino el médico Angel Ruiz, y lo tuvieron que relevar dos hombres
que trabajaban en casa, Mariano y Rafael. Por fin dieron con él el 31 de julio y
ese día lo enterramos».
Como una prueba más de que los datos del Registro Civil son muy incompletos,
además de los variados testimonios contrastados, conviene aludir a referencias de
familias, cuyas víctimas no aparecen en la anterior relación. Por ejemplo, nuestro
informante Juan Misut cita el nombre de su padre, Francisco Misut Jiménez, fusilado
el día 28 en la plaza, y no está inscrito. Tampoco, José Luna Mármol, de 13 años,
según información de su primo Antonio Arroyo Luna. Este cita también los nombres
de otras víctimas no inscritas, como las hermanas Dolores y Mercedes Jaro Moya, y
otro muchacho de 12 años, de apellido Henares.
En síntesis, a la hora de tomar como base una cifra sobre las víctimas de personas de izquierdas en Baena en 1936, ésta no debe situarse por debajo de los 700,
que guarda la proporción con el Registro Civil que venimos manteniendo, y a pesar de
que las cifras manejadas por la prensa de la época y por la opinión pública son todas
superiores. Hemos preferido un término medio entre la valoración popular y los datos
del Registro.
Por último, antes de pasar a los trágicos sucesos en el Asilo de San Francisco,
resulta esclarecedor el testimonio de un guardia de Carabineros que entró en Baena
e128 de julio con la columna de Buruaga:
«La columna estaba compuesta de guardias de Asalto de Huelva y
Córdoba, Ejército, Tercio, Regulares y Falangistas.
Las primeras casas del pueblo estaban vacías y se comunicaban
interiormente por un boquete que en cada casa había hecho para retirarse
sin salir a la calle. En una de ellas encontré una Radio bastante grande y
un guardia de Asalto me dijo: llévatela; si no lo haces tú, lo hará otro. Tuve
escrúpulos y allí la dejé. Continuamos por la calle y al llegar a una
placeta, vi a un legionario que llevaba en sus hombros una escalera y me
quedé para ver lo que quería hacer con la escalera, cuando vi que la
apoyaba en una esquina y subió con un martillo y una escarpa y arrancó la
placa que decía: Plaza de Galán y García Hernández. Subí calle arriba
hasta llegar a la plaza donde se encontraba el cuartel de la Guardia Civil.
En la plaza vi tendidos a muchos individuos en hileras y separadas cada
una unos 20 cms. Un teniente de la Guardia Civil estaba inspeccionando a
los tendidos en el suelo boca abajo. También había un guardia de Asalto de
Córdoba que hacía lo mismo y que de pronto me pasó delante y con la
17
pistola en la mano dio un golpe a una máquina de fotografiar que tenia un
periodista y que se la echó rodando por el suelo, diciendo que estaba
prohibido sacar fotos.
Se oyó un disparo y fue el teniente de la guardia civil que disparó sobre
la cabeza de uno de los tendidos. Apuntó a otro y volvió a disparar. El
guardia de Asalto imitaba al teniente. El periodista me dijo que era el
teniente de Baena y que había estado varios días sitiado en el cuartel y que
se estaba vengando de los marxistas. Disimuladamente, mientras el teniente
y aquel guardia de Asalto cometían sus crímenes, eché el pañuelo blanco a
uno de los tendidos, diciéndole que se lo pusiera en el antebrazo izquierdo
y se levantara. Lo hizo y le ordené marchar delante de mí y en dirección a
su casa. Era un hombre que hacía unos seis días que no se había afeitado,
de unos 50 años, iba vestido de trabajador del campo. Cuando entró en su
casa, le pedí el pañuelo, a ver si podía salvar a otros.
Al volver a la plaza, la mayor parte de los tendidos estaban sin vida y el
teniente y el guardia de Asalto continuaban tirando sobre las cabezas.
Estaban tan ocupados que no se daban cuenta de lo que pasaba a su
alrededor, y en un momento dado el teniente y el guardia se tropezaron el
uno con el otro. El teniente le dijo: "le prohibo que dispare un tiro más. Soy
yo quien tiene que disparar". Y continuó con su obra. El guardia se fue a la
parte izquierda y se quedó mirando al teniente y con mucha rabia sacó la
pistola y de nuevo continuó imitando al teniente. Me di cuenta que muchos
estaban cadáveres y que no podía hacer otra cosa que aproximarme a
aquellos asesinos y, librar en sus narices a alguno de los vivos, con peligro
de que me pegaran un tiro. Decidí alejarme a que me sirvieran algo que
tomar. Me parecía estar durmiendo, en medio de una pesadilla. No podía
comprender que existiera tanta maldad de matar por matar y que aquellas
dos personas estuvieran disfrutando con ello. Entré en un bar. Estaba lleno
de soldados, moros, falangistas... que tomaban bebidas. No pude tomar
nada y me volví a la plaza. A medida que subía la calle, me daba cuenta
que no era una pesadilla, que era verdad lo ocurrido, pues al lado del
bordillo de la acera bajaba un líquido rojizo, agua con sangre mezclada. Al
llegar a la plaza, vi dos montones de cadáveres, unos encima de otros,
como si fueran sacos. En algunos lugares de la plaza echaban agua para
lavar la sangre, pero en otros hacían estirar a los detenidos que iban
llegando sobre la sangre de los anteriores fusilados, y continuaban
disparando sus pistolas los individuos antes mencionados. De nuevo me
bajé al bar. Allí un soldado me miró y me dijo que tenía algo para mí.
Parecía estar muy contento. Le pregunté qué era, y sacando del bolsillo un
puñado de cadenas, medallas, sortijas, pendientes y otras joyas, me dijo:
para usted. ¡No hombre! -le dije-. No puedo permitir que te quedes sin
nada. Además, no me gustan las joyas.».
En el testimonio de Martínez Imbern no se desvela la identidad de ese miembro
de la guardia de Asalto que cita con insistencia. Sobre la presencia de este Cuerpo en
la toma de Baena he hallado una referencia ilustrativa en Guión, órgano de la CEDA
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cordobesa, que califica de «brillante el comportamiento del teniente de Asalto
Francisco Salas Vacas en la toma de Baena», y especifica que al comienzo de la
operación había sido herido de perdigonada en el glúteo (zona poco noble para un
guerrero), aunque de pronóstico leve.
Con todo, el gran protagonista de la tarde trágica en la Plaza de Baena fue el
teniente Pascual Sánchez, en lo que conviene hacer constar dos aspectos: primero, que
contó con la aprobación de las autoridades militares, empezando por Sáenz de
Buruaga y dando por supuestas la de Cascajo y Queipo de Llano. Segundo, la
aprobación y la complacencia de la burguesía de Baena, allí presente, sin olvidar la
concurrencia de ese típico sector social de clase baja, de un servilismo sin límites ante
el patrono, que hemos visto y veremos a la sombra del franquismo desde 1936 y años
siguientes. El pueblo de Baena recuerda estos personajes pintorescos, venales y sin
escrúpulos: Manuel Rojano «El Conde»; Antonio Morales «Faroles»; José Rabadán
«El Moraíto»; Cristóbal «El del Bacalao»; el policía municipal Amador de los Ríos; el
guarda «Papafritas»; Pascualito «El Sacristán»; Cristóbal Pizarro, etcétera.
Prueba de la aquiescencia oficial con relación a estas matanzas fue el homenaje
que a mediados de septiembre tributaron los facciosos de Córdoba al teniente Sánchez
Ramírez, a la sazón comandante militar de Baena, imponiéndole la Medalla Militar.
La burguesía de Baena hizo venir al propio Sáenz de Buruaga, quien impuso la
medalla al teniente, ante una imagen de Jesús Nazareno y un altar levantado al efecto
en la misma plaza en la que todavía no se habían borrado las huellas de sangre de
centenares de fusilados. Se hallaba presente también el gobernanador Marín Alcázar y
otras autoridades provinciales y locales. Después de la ceremonia desfilaron los
falangistas de Baena, Guardia Civil y Guardia Cívica, además de los falangistas de
pueblos vecinos (Luque, Doña Mencía, Priego, Lucena, Rute, Cabra y Córdoba
capital).
La segunda parte de la tragedia de Baena fueron los sucesos del Asilo de San
Francisco. Según la información oficial del Regimiento de Artillería de Córdoba,
«el enemigo, en parte huye, y en parte se refugia en el Convento de San
Francisco donde se hace fuerte con los detenidos de orden que había hecho en
días anteriores. La Columna cerca el Convento de San Francisco y pernocta en
Baena».
Todo parece exacto, menos la operación de cerco, que no se produjo, ya que el
elemento obrero evacuó aquella noche el Asilo y salió cómodamente al campo por la
huerta que da al arroyo.
Según el testimonio de Antonio Gómez Tienda,
«en el Asilo continuó la resistencia hasta entrada la noche, mientras fuerzas
rebeldes hostigaban desde las casas próximas. El silencio de aquellas horas
trágicas sólo se rompía de vez en cuando por las detonaciones de los fusiles o las
explosiones de los petardos. Cuando la causa se consideró perdida, los mineros
de Linares y un grupo de combatientes huyeron por la parte de atrás del Asilo,
que daba a una huerta».
El Asilo había sido el primer punto de refugio para el vecindario al entrar Buruaga.
19
«El día 28 de julio, al entrar los invasores -testifica Pablo Arrabal-, fui
corriendo hasta casa de mis abuelos, cogí a mis siete hermanos y, con los dos
más pequeños a la espalda y bajo el brazo, cogí la puerta Córdoba abajo y llegué
a San Francisco entre las balas y los cañonazos y me encontré con la puerta del
convento cerrada, y entonces nos metimos en la casa de Triguero. Cuando ya nos
habíamos reunido un buen rüaado de gente, abrieron la puerta del convento y nos
metimos todos. Allí encontramos a mi padre, a mi tío Joaquín "El Transío" y
muchos más. El citado convento era un caos por los morterazos y los tiros que
entraban por todos los huecos. Cada uno se refugiaba donde podía, porque no
podíamos repeler aquella agresión, ya que sólo disponíamos de cuatro malas
escopetas y garrotes. Sobre las 3 de la mañana nos salimos por una puerta
trasera a un huerto del mismo convento, mi padre, mis hermanos y yo, y,
cruzando el arroyo Los Frailes, nos pudimos evadir por el cerro de San Marcos.
Hasta los tres días no tuvimos noticias de mi madre, pues la creíamos muerta,
como ella también a nosotros.»
La táctica de resistencia que en un principio utilizaron los obreros fue colocar a
los rehenes de derechas en las ventanas del Asilo amarrados, a fin de disuadir a los
atacantes, en cuya vanguardia figuraban, no olvidemos, moros y legionarios. El
resultado fue que estas tropas facciosas dispararon a malsalva y sin contemplaciones,
causando la muerte de cierto número de detenidos de derechas, imposible de precisar.
Esta tesis está avalada por testimonios de la propia burguesía de Baena, por el hecho
de que al ser retirados algunos cadáveres de las ventanas, tenían impactos de bala
recibidos de frente y no por la espalda, munición que, por otra parte, no poseía el
sector obrero. En este sentido apuntaría también la incógnita de que, entre las
víctimas, se hallaran también dos médicos de izquierdas, que prestaban allí sus
servicios.
Lo cierto es que, al ocupar el Asilo los facciosos al amanecer del día 29, a sus
ojos apareción un horrible espectáculo: 81 cadáveres, unos destrozados a hachazos,
otros acribillados en las ventanas.
Entre las víctimas se encontraban: la esposa y tres hijos (de 7, 6 y 3 años) de
Manuel Cubillo, presidente del Círculo de Labradores y uno de los principales
dirigentes de la sublevación en Baena. La esposa estaba atada a una ventana y los
hijos a su lado. Otra señora muerta (María Pérez) se hallaba en el Asilo para dar a luz.
Según rehenes supervivientes, los líderes obreros dijeron a esta mujer que se fuera a
su casa, pero ella prefirió estar mejor atendida con los médicos que había en el Asilo.
Perecieron allí los hermanos Francisco y Dolores Valbuena Valenzuela, propietarios.
Los hermanos Ramón y Diego de la Moneda, farmacéutico y abogado. Dos curas:
Pablo Brull y Rafael Contreras. Una monja: sor Josefa González, incluidos ocho
ancianos acogidos en el Asilo. En total, 11 propietarios, cuatro abogados, tres
médicos, ocho mujeres, tres niños, siete estudiantes, etc. Entre éstos había muchachos,
como Carlos Gieb, Sebastián de la Moneda y Mariano Frías (16 años), Juan Pérez,
Luciano García y Fernando Bujalance (17 años).
El caso más sorprendente fue la muerte de dos médicos de izquierdas: José Alcalá
Trujillo y José A. Mejías Molina. ¿Por qué murieron entre los presos de derechas?
Parece una incógnita.
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Por último, sí fue obra de los anarquistas el fusilamiento de Antonio Galisteo
Navarro, que había sido vocal obrero del Jurado Mixto. Su muerte en la huerta del
Asilo resulta todo un símbolo de la animadversión que la CNT mostró hacia los
Jurados Mixtos durante la República. El final de este miembro del Jurado Mixto de
Baena lo relata un miembro del Comité de Guerra, Juan Misut:
«Salí yo del cuarto donde trabajaba y, aún no había cerrado la puerta a mis
espaldas, cuando vi a varios individuos que bajaban por la escalera llevando en
el centro a Galisteo. Yo conocía a Galisteo y lo había visto muchas veces, pero
nunca tuve oportunidad de hablar con él, tal vez porque no puse empeño en ello,
debido a la reputación de traidor de que gozaba entre los trabajadores.
Había sido un destacado dirigente sindical... pero se inclinó de parte de los
patronos, no sé si por halagos, dádivas o amenazas, y había hecho mucho daño a
la clase obrera, ya que fue un componente destacado del Jurado Mixto y durante
su actuación siempre ganaron los capitalistas.
No puedo asegurar que fuera cierto todo lo que le acusaban, pues ya se sabe
que del árbol caído todos hacen leña... Cuando llegaron al piso bajo y, al ver que
lo encaminaban en dirección a la huerta, preguntó con voz tartajosa y vacilante:
-¿Es que me vais a matar?
-¡Has sido un traidor para la clase obrera!, contestó uno de los conductores,
con malos modos.
-¡Pero yo no maté a nadie!
-No pidas compasión, que estás sentenciado-, agregó otro, tratando de enderezarlo, con un tirón que por poco le arranca el brazo.
A Galisteo se le doblaron las piernas y quedó casi arrodillado, poseído de un
angustioso temblor. Arrastrando los pies se lo llevaron en dirección al huerto.
Creo que no me vio, y eso me sirvió de consuelo, pues no me hubiera gustado que
se llevara al otro mundo la idea de que yo hubiera contribuido a su muerte...».
Hasta aquí el relato de un viejo anarquista, que hemos insertado por su gran
significación en cuanto a las relaciones que la CNT mantuvo con los Jurados Mixtos,
contra cuyas decisiones se declararon numerosas huelgas durante el período anterior
en los pueblos de hegemonía confederal.
A pesar de la exhaustiva matanza, hubo supervivientes entre los detenidos
derechistas, como las dos hijas del médico José Guiote, a las que dejaron por muertas
con hachazos en la cabeza. Tres años después actuaron como testigos de cargo en el
juicio contra el pobre «Transío», ácrata idealista, ajeno a todo aquello.
Los hechos en torno a la matanza de San Francisco requieren varias precisiones.
Primero, que estas represalias fueron posteriores al genocidio que los militares
perpetraron en la plaza. El testimonio de una de las detenidas en el Asilo (E.G.)
recuerda que al atardecer del día 28 llegaron izquierdistas corriendo, que decían:
«En el cuartel están matando a los nuestros! Y en aquel momento los dirigentes
obreros ordenaron a los presos: ¡Todos a las ventanas! Y allí los fueron
amarrando, de cara al enemigo». Esta es la segunda precisión, que un grupo
indeterminado de víctimas lo fueron por los disparos de moros y legionarios, e
incluso cogidos algunos entre dos fuegos. La hermana de una de las víctimas
asegura: «Mi hermano tenía un tiro de bala en el hombro y otro en la cabeza,
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además de un hachazo. Estaba amarrado a una ventana, y los disparos habían
sido hechos por delante».
En tercer lugar, la matanza de San Francisco se debió en gran medida a un error
táctico de Sáenz de Buruaga, que se entretuvo en las represalias de la plaza y descuidó
la liberación inmediata de San Francisco. El citado artículo del teniente Rivas afirma
que la operación se suspendió debido a la oscuridad de la noche. Pero no se olvide que
las tropas de Buruaga entraron en Baena a las cinco de la tarde. Volvemos al
testimonio de la señora E.G.
«Mi madre se dirigió a los militares y les preguntó angustiada: -Y San Francisco,
¿cuándo?
-Mañana, señora-, le respondieron.
-Pues mañana allí no habrá ya nada que hacer-, fue la contestación de mi
madre.»
En cuanto a la leyenda del salvajismo de los hachazos, es cierto que se usaron
hachas, como ya había ocurrido en Posadas, Almodóvar del Río, etc., pero la razón
última de este procedimiento no era otra que la escasez de armas de fuego entre el
elemento obrero.
En quinto lugar, no conviene generalizar sobre la autoría de la matanza de San
Francisco. Se produjo en el transcurso de la noche, obra de los últimos exaltados que
abandonaron el edificio. He aquí de nuevo el testimonio del viejo sindicalista al
respecto:
«Lo que sucedió en San Francisco es muy difícil de aclarar. Tanto es así que
nadie ha dado nunca una razón cierta, tanto una monja que sobrevive hoy, que
dice que ella se pasó toda la noche con las demás hermanas rezando, como una
hija de trabajadores, que pasó toda la noche en San Francisco y que dice que ella
no vio nada, pues no salió de un rincón, debido al miedo que tenía.
Entre los culpables de San Francisco se encontraba un tal Pérez, un
criminal que lo traía de herencia, por su abuelo, que era pastor, mató al zagal
que tenía, arrojándolo a un zarzal. Este Pérez le pegaba a su padre, y fue uno de
los criminales de San Francisco. El mató a los que le pareció, huyendo luego por
la huerta de San Francisco. Luego se marchó hacia Jaén, donde se enroló en las
Milicias durante toda la guerra. Después de la guerra, volvió a Baena, sin ser
molestado por nadie, hasta que fue denunciado, juzgado y fusilado. Al
preguntarle que si tenía algo que declarar, contestó que sí, '"que en San
Francisco habían muerto pocos".
Otro de los criminales fue un hombre de unos 50 años, de la calle Llana. Huyó y
se refugió en la finca "El Sambullo", se escondió y fue hecho prisionero a los
pocos días y fusilado.
Otro de los criminales fue un vendedor ambulante de avellanas, también de
cierta edad, que luego huyó a Linares. Cuando al final de guerra volvió a Baena,
ya tenia allí la denuncia de un derechista que le había oído contar en el tren
todas las fechorías de que se jactaba en lo de San Francisco.»
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La ocupación de San Francisco se ordenó al rayar el alba del día 29 de julio. Se
efectuó el cerco y, si hemos de aceptar algunas fuentes, se hicieron 88 prisioneros de
izquierdas. Una vez contemplado el cuadro de horror que se ocultaba en San
Francisco, fácil será prever el trágico final de aquellos prisioneros. Si la sed de
venganza era incontenible el día 28, como hemos visto, el día 29 una especie de
neurosis sanguinaria colectiva se apoderó del elemento militar-derechista de Baena.
«¡Hoy se van a llenar los lebrillos de sangre!»,
gritaban unos, mientras detenían a toda persona que se encontraban.
«¡Que maten a todos los prisioneros de San Francisco!», exclamaban otros.
Y así se hizo. Los turnos de fusilamiento continuaron aquel día en la plaza, aun de
manera más intensa que el día anterior, mientras los camiones no cesaban de dar
viajes al cementerio cargados de cadáveres. Allí se los iba quemando con gasolina en
diversos montones.
En la plaza o Paseo, el ceremonial se repetía monótonamente: los infelices eran
tendidos en el suelo, se les ponía el sello, algunos eran salvados por algún derechista
conocido, y los demás morían por un disparo en la nuca. Mataron allí a tres hermanos
anarquistas, uno con ocho años. La mayoría habían estado los días anteriores como
empleados en el Almacén de Abastos. Al ser detenidos suplicaron que dejaran al
pequeño, pero les respondieron que a éste lo matarían primero y a ellos después.
Un testimonio del estado de inseguridad en que aquellos días se vivía en Baena
es éste de nuestra entrevistada E.G.:
«un caso terrible fue el que ocurrió con Manolo Casado, un detenido de
derechas que había logrado escapar de San Francisco en medio de la oscuridad.
Aterrorizado y víctima de un shock nervioso llegó el día 29 hasta la plaza.
Inmediatamente la fuerza que había.allí lo hizo tender en el suelo sin escuchar
sus súplicas, al igual que ocurría con los demás que estaban tendidos. Se salvó,
no obstante, porque lo conoció el que iba a disparar. ¡Así se mataba en Baena!
Mi padre bajó horrorizado de la plaza, a pesar de que había estado todo el
tiempo en el cuartel. A partir de entonces se marginó de todo lo que ocurría y,
aunque un hijo suyo se lo habían matado en San Francisco, salvó a todos los que
pudo; entre ellos, a un hermano de "El Mota"».
La durisima represión antiobrera de Baena se prolongó hasta finales de 1936, con
ejecuciones más espaciadas, pero metódicas e incesantes. El franquismo nombró
teniente auditor y juez militar al ya citado Manuel Cubillo, cuya esposa e hijos habían
sido asesinados en San Francisco. Como es lógico, nadie mejor que él podía ofrecer
garantías de que la represión y «limpieza» de izquierdistas sería inexorable. Es
significativo que, para la eficacia de la represión, se repitió en otros lugares este
criterio de situar al frente de la «nueva justicia» a personas con fuertes venganzas que
saldar.
A la hora de establecer el cómputo de pérdidas personales por ambas partes, resta
aludir a una docena de «paseos» que los de izquierdas ejecutaron en calles de Baena,
antes de la llegada de la columna Buruaga. Exactamente, 11 víctimas: Antonio Pavón
y su mujer Carmen Contreras (empleados); el cura Bartolomé Carrillo, fusilado y
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quemado en la calle, al igual que el mecánico Rafael Tarifa, el escribiente Francisco
Valenzuela, y el propietario Rafael Alcalá.
En resumen, 92 víctimas de derechas (sin contar cinco muertos en combate el
día 5 de octubre) y 700 de izquierdas, sólo en 1936. Las represalias de posguerra se
analizarán en el próximo y último volumen.
No es fácil responder al porqué se mataba así en 1936, cómo pudo desencadenarse tal cúmulo de venganzas y represalias. No valen las estimaciones fáciles de la
maldad de unos o el fascismo de otros. La problemática social de la época lo
explicaba todo, así como las tensiones seculares en torno al problema de la tierra, las
injusticias crónicas generadas por el sistema latifundista y las dolorosas desigualdades
entre propietarios y jornaleros. Nada más ilustrativo que dejar hablar a los que
sufrieron aquella situación semifeudal, como el hoy viejo sindicalista Juan Misut:
«(...) aquellos señores que... se gastaban ochenta mil duros en comprarle un
manto a la Virgen o una cruz a Jesús... escatimaban a los obreros hasta el aceite
de las comidas y preferían pagar cinco mil duros a un abogado antes que un real
a los jornaleros, por no sentar precedente, que era tanto como "salirse con la
suya".
Hay casos aislados, pero que son suficientes para justificar la regla y
recordarán algunos baenenses que tengan tantos o más años que yo. En Baena
hubo señorito que metió el ganado en sus siembras por no pagar las bases a los
segadores... Un cura que tenía labor, cuando venía al pueblo el zagal del cortijo
a por aceite, le hacía bollos al cántaro de hojalata, para que cupiese menos
aceite...
Con esta patronal teníamos que luchar para conseguir una pequeña mejora
en la situación caótica de los trabajadores del campo. Ellos tenían el poder, la
influencia (aún con la República) y el dinero; nosotros... sólo teníamos dos o tres
mil jornaleros a nuestras espaldas, a los que teníamos que frenar... pues la
desesperación de no poder dar de comer a sus hijos hace de los hombres fieras.
Sabíamos que los patronos, bien protegidos por la fuerza pública, no lloraban
porque hubiera víctimas, pues tenían funcionarios sobornados que cambiaban los
papeles y hacían lo blanco negro. Además, lo deseaban, porque un escarmiento
nunca está de más, para convencer a los rebeldes que es peligroso salirse del
buen camino.
Por eso, siempre evitábamos los choques con los servidores del orden... y
aconsejábamos a los nuestros mesura y comedimiento. Y por eso, muchas veces,
no aprobábamos los acuerdos de la Comarca¡, porque sabíamos lo que teníamos
en casa. Y, si bien es cierto que en alguna ocasión desoímos la llamada de
solidaridad para sumarnos a una huelga, porque hacía unos días que habíamos
terminado un paro por nuestra cuenta y no era cosa de tirar por la borda los
pocos beneficios conseguidos, también es verdad que no pedíamos auxilio,
cuando estábamos con el agua a) cuello, como el 28 de julio, que fue Gómez
Tienda a pedir ayuda a Castro, para terminar de una vez con la resistencia
fascista, y no llegó tarde la ayuda... ¡porque no nos la dieron!
En las pocas veces (dos o tres) que fui en comisión a discutir con la patronal,
jamás se puso sobre el tapete otra cuestión que la salarial; no se hablaba nunca
de la comida ni de las horas de trabajo, pues todo iba incluido en el Artículo
"Usos y costumbres de la localidad", que no era otra cosa que trabajar a riñón
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partido de sol a sol, o ampliado por los capataces lameculos, desde que se veía
hasta que no se veía.
Yo puedo citar aquí a una docena o más de dirigentes sindicales de capacidad
probada, que se defendían con uñas y dientes, pero en el lado opuesto estaban los
Onieva, Prado, Santaella, Alcalá, Rojano y otros muchos, que le decían de tú al
diablo y eran nuestra pesadilla. Recuerdo que en cierto debate acalorado que
sostuvimos, un cacique me llamó "niñato recién salido del cascarón... y que si mi
padre supiera lo tonto que era yo, no me echaba pienso". Aquello colmó mi
paciencia y me levanté de la silla, a pesar de que Peña me pisaba el pie, y le
espeté muy serio:
-Reconozco, señor, que en muchas ocasiones me habría comido, no el pienso,
sino los picatostes que le echa usted a sus perros, acción muy cristiana en una
población donde se están muriendo de hambre los hijos de los trabajadores...».
No eran, pues, las personas los últimos responsables de tanta tragedia, sino el
sistema mismo, de unos anacronismos sangrantes.
A finales de julio la burguesía y el elemento militar de Baena se sienten ya
confiados y comienzan a reorganizar la vida en la retaguardia. La columna Buruaga se
había retirado a Córdoba el día 29, acompañada de bastantes familias de derechas que
consideraban la capital más segura. El teniente Pascual Sánchez Ramírez continuó al
mando de Baena, como Comandante Militar, habiéndose reforzado la Guardia Civil
con 27 números más de la Comandancia de Córdoba. El día primero de agosto se
constituyó un nuevo Ayuntamiento del que se nombró alcalde a un militar notable de
la localidad, el teniente coronel Rafael de las Morenas Alcalá, retirado por la Ley
Azaña, que se reincorporó, llegando luego a general. Este nuevo Ayuntamiento da una
idea del exacerbado militarismo de aquellas fechas, apoyado incondicionalmente por
las grandes burguesías locales. Como jefe del «movimiento» y de Falange, actuaba un
tal Manuel Torres, gran terrateniente de Alcaudete, casado en Baena, y que se hallaba
impaciente por «liberar» sus tierras de Alcaudete en poder de los campesinos.
Francisco Moreno Gomez
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