LA ULTIMA VEZ QUE CRUZAMOS EL PUENTE Aquella era una fría mañana de otoño. Me levanté temprano. Una mezcla de expectación y entusiasmo invadía mi pequeño cuerpo de tan solo ocho años. Todavía tumbado sobre mi cama, observe la habitación. Unos tenues rayos de sol se adentraban en ella a través de los pequeños ventanucos. Para mí era un día especial. Esa mañana de noviembre iba a acompañar a mi padre, al vecino pueblo de Bubal. Ibamos a comprar un macho a casa Lorenza. Por la mañana, y después de soltar las vacas en Bellaneto y cerrarles el portillo con un fajo de artos, regresamos a casa. Sería sobre las dos de la tarde cuando salíamos a Bubal. Bajábamos andando de Hoz por el camino de Solpena. Los árboles a nuestro paso, nos deleitaban con el sonido originado por el embate del viento en sus ramas. La tarde era fría y el paisaje nos regalaba un espectacular colorido. Rojos, amarillos y verdosos, que se mezclaban en mi retina dando lugar al paisaje más maravilloso. Desde unos años atrás, las obras del pantano también formaban parte del paisaje de Hoz. Con el tiempo, y yá la presa construida, mis ojos veían como el río Gallego iba inundando los campos. Poco a poco, los lindes de piedra de los mismos iban desapareciendo bajo las aguas. Otros sin embargo, todavía parecían disfrutar de sus últimas horas a la intemperie. En pocas horas quedarían también sumergidas bajo las aguas del pantano de Bubal. Después de una caminata llegamos a Bubal, nos invitaron a merendar y yá con el macho, iniciamos el regreso a casa. Mi padre y yo nos montamos en él. Era grande, de lomera muy ancha y color castaño. Comenzaba a oscurecer cuando llegábamos al puente de Hoz. Lo estuvimos observando. Era de piedra, con unos arcos casi perfectos que daban forma al mismo y una barandilla fina y redonda que lo delimitaba. Durante generaciones este puente era utilizado como acceso al pueblo. Nuestros padres y abuelos lo construyeron y lo atravesaron en numerosas ocasiones para desarrollo de las familias y del pueblo de Hoz de Jaca. El puente también estaba en parte sumergido. De toda su altura, tan solo quedaba sobre metro y medio a la intemperie. Mi padre iba detrás de mí. Me agarraba con fuerza para que no me cayese. Yo mientras seguía contemplando el paisaje. Ahora, las matas y los árboles en la semi oscuridad, tenían unas formas a las que mi imaginación daba libertad. Miramos de nuevo al puente, como si ese fuese él ultimo día que lo viésemos. Intentando memorizar en nuestra retina cada pequeño detalle del mismo. El agua seguía aumentando. Ese día, ese día de Noviembre, sobre un mulo, y con mi padre. Ese día fue él ultimo que cruzamos nuestro puente. El puente de Hoz. A la mañana siguiente, todos los mayores y niños que fuimos al muro estábamos expectantes. El agua seguía aumentando. Los campos ya anegados se resignaban ante el poderío del agua, y por fin, el puente. Ese puente que ayer crucé con mi padre, y que desaparecía ante los ojos de todos los que aquel día de Noviembre, nos acercamos al muro. Eufrasio Ramón 99 años