LA METÁFORA EN ORTEGA Y EN KUHN

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LA METÁFORA EN ORTEGA Y EN KUHN
Juan Manuel Checa1
Seminario de Filosofía Política de la Universidad de Barcelona
Para Salvi Turró, pues me “presentó” a Kuhn
La literatura que gira en torno a la metáfora es poco menos que
oceánica. De esta última se han ocupado desde Ricouer, en su obra
paradigmática La metáfora viva, hasta Derrida o, con mayor eminencia,
Heidegger (por no mencionar los clásicos de Aristóteles o la filosofía analítica
de nuestros días). Desde luego, las pretensiones de esta comunicación, y las
exiguas fuerzas de su autor, no alcanzan a compendiar, ni tan sólo de pasada,
todas esas conquistas. En lo que sigue se ha intentado, más bien, manifestar
las semejanzas que dos autores, muy distintos en cuanto a intereses, métodos
y fines, comparten sin embargo a propósito de esta figura. Para una mayor y
más fecunda intelección de los mismos nos hemos permitido una teoría propia
sobre la naturaleza y funciones de los giros metafóricos que, aunque dista
mucho de ser concluyente, propiciará un nuevo escenario en virtud del cual
puedan aquéllos jugar un nuevo y fascinante papel en lo que a la gnoseología
se refiere. Deseamos fervorosamente -y esperamos poderlo demostrar al
mismo tiempo- poner fin, de una vez por todas, a la suposición que ve en la
metáfora un mero juego floral, un alarde estético sin ninguna entidad
cognoscitiva. Al contrario, la metáfora, tanto en Ortega como en Kuhn, supone
una valiosísima herramienta a la hora de poner cierto orden a la varia totalidad
en la que nos vemos inmersos. Lo único que nos distinguirá de estos filósofos
es que, además, defendemos que tal herramienta puede muy bien cambiar su
curso, dirigiéndose hacia los oscuros recovecos de nuestra subjetividad para
1
Abstrac: Esta comunicación, que tiene por título La metáfora en Ortega y en Kuhn, pretende,
más allá de las diferencias evidentes que separan a ambos autores, establecer ciertas
semejanzas que, sin embargo, comparten en lo que se refiere a sus respectivas concepciones
de la metáfora. En cualquier caso, no intentaremos resumir tan sólo las aportaciones de estos
filósofos; más bien, intentaremos integrarlas en una perspectiva propia que reconozca el
carácter exquisitamente cognoscitivo de los giros metafóricos, ambición que también sedujo
tanto al pensador español como al autor anglosajón. No mantendremos, por tanto, más
próximos al discurso científico que al epítome literario.
1
esmaltarlos con la luz de la razón2. Pero todo esto ya se verá.
Antes de dar paso a los autores en los que se centra la presente
comunicación tal vez fuera conveniente decir dos palabras sobre el tropo que,
en cierto modo, los subsume. La metáfora es, prima facie, un símbolo. Uno
entre muchos, pero que, sin embargo, tal vez baste por sí sólo para
caracterizarlos a todos. En cualquier caso, nosotros sabemos lo que un
símbolo o una metáfora significan y nos manejamos, muchas veces con alegría
extrema, con expresiones del tipo: <<el dinero es un símbolo del poder>> o
<<las perlas son una metáfora de los dientes>>. Atender a la nuda etimología
de los términos <<símbolo>> o <<metáfora>> puede servirnos para poner de
manifiesto que, sobre estos últimos, pesan peligrosos interrogantes.
En lo que se refiere al primero, Eugenio Trías, en su obra La razón
fronteriza, anota siquiera marginalmente que procede del verbo sym-ballein,
palabra que deriva de ballo (separar), y que denota la acción de arrojar dos
cosas para ver si encajan. De ese último verbo también procede diaballo,
origen a su vez del término griego diábolos, del latín tardío diabolus y del
castellano diablo: ”El que desune o siembra la discordia”3. Esta definición
también la recoge Joan Corominas en su extraordinario Diccionario crítico
etimológico castellano e hispánico, si bien no señala el paralelismo enunciado
por el filósofo, y que nosotros nos hemos limitado a recoger, en cambio, para
tratar de demostrar el carácter problemático que acompañó al término
prácticamente desde su origen. De la metáfora el filólogo catalán nos dice que
deriva del griego  “llevar”, de donde procede el latino metaphŏra y, de
nuevo,
el
griego

:
“transporte”,
“metáfora”;
y
 “transportar, emplear figuradamente”.
Si el término <<símbolo>> gozaba de peculiares parentescos el término
<<metáfora>>, desde un punto de vista lógico, entraña raras ambivalencias.
Como afirma Ortega y Gasset en su Ensayo de estética a manera de prólogo,
indica tanto un procedimiento como un resultado, una forma de actividad
2
El hecho de que hablemos en términos tan metafóricos se debe, indudablemente, al propio
tema del que nos ocupamos. La metáfora, como la buena filosofía, es menos cuestión de teoría
que de práctica. O dicho de otro modo, es en el uso o la invención de las metáforas que uno
logra atisbar su definitiva importancia. Pero, conviene repetirlo, no pretendemos dotar tan sólo
de cierta belleza al conjunto; nuestras inquietudes son mucho más graves.
3 E. TRÍAS, La razón fronteriza. Círculo de Lectores, Barcelona, 2004, p. 106.
2
mental y el objeto logrado por ella4. Resulta difícil, por tanto, disociar ambas
significaciones, por lo que dejaremos tamaña tarea de lado, por el momento,
centrando nuestra atención en lo que primeramente quiere decir la metáfora.
De toda palabra u oración esperamos un único sentido; esto es, que
venga acompañada de un significado literal, exacto y propio. Participar del
mismo permite la entrada en una comunidad lingüística determinada, sea un
grupo humano o un país (donde se hable tan sólo un idioma) o, incluso,
acceder a un determinado lenguaje lógico, matemático o tecnológico. A ese
dulce sentimiento de fraternal comunicación vamos a llamarlo, sin mayores
precisiones, solidaridad lingüística5. Cotidianamente, lo presuponemos incluso
en nuestras preguntas más simples. Así, si interrogo a una viandante por una
calle cuya ubicación desconozco, quedaré francamente defraudado si me
responde dándome la hora. Y, desde luego, no me servirá de ningún consuelo
el hecho de que me la dé con total precisión. De mi hipotético interlocutor sólo
esperaré dos cosas: la información que requiera o la declaración de su
ignorancia al respecto. Busco una verdad determinada (o, en su defecto, el
silencio) y no cualquiera de las muchas posibles. Si ese señor persevera en su
actitud, podremos calificar a esta última, sin grave injusticia, de escasa o nula
solidaridad lingüística, la cual convierte, por cierto, a la comunicación humana
en algo más que una mera sucesión de signos sonoros6. Para concluir
advertiremos que ocurre lo mismo en la dialéctica de los sentimientos, en la
medida en que todos ellos exigen alguna correspondencia y reciprocidad. En
otras palabras, esperamos amor de la persona a la que amamos, y por eso
mismo resulta tan dolorosa la perfidia: pone de manifiesto que quien nos
traiciona no merecía ser el objeto de nuestro afecto.
Simplificando, el sentido literal de palabras, frases o discursos es la
condición de posibilidad del diálogo y también de la disputa, en tanto que ésta
sólo se da si hay previamente una comprensión. Pero ¿qué ocurre con la
4
J. ORTEGA Y GASSET, La deshumanización del arte y otros escritos estéticos. Revista de
Occidente, Madrid, 1958, p. 147.
5 Cf. J. L. ARANGUREN, La comunicación humana. Ediciones Guadarrama, Madrid, 1967, p.
11.
6 Op. cit., pp. 17-18. En ese mismo lugar Aranguren demuestra que incluso en las peleas de
niños o animales hay verdadera comunicación; es decir, se da una expresión de señales
cargadas de un sentido que es necesario captar anticipadamente. De hecho, ese sentido literal
nos permite prever la conducta lingüística de nuestro interlocutor, preparando así una futura
estrategia. Baste como ejemplo el mero sobrentendido.
3
metáfora? Más arriba denunciábamos su peculiar naturaleza, y es hora de
separarla de los egregios diccionarios, sacándola a la luz para entender sus
difusas propiedades, un poco al hilo de la anterior reflexión. Como ya dijimos, el
tropo en cuestión significa emplear figuradamente uno o varios sentidos que
una palabra u oración puedan tener. Pero debemos manejarnos, para lograr
aquella solidaridad lingüística a la que nos referíamos, con un sentido literal y
unívoco, con vistas a conseguir un futuro entendimiento. Para resolver esta
aparente antinomia pasaremos a analizar más detenidamente nuestra figura, si
bien con el precioso auxilio que brinda la filosofía.
El primer problema con el que nos enfrentemos consiste en saber qué
es propiamente una metáfora; es decir, hay que adivinar si es un nombre, un
adjetivo o una oración completa. De este trío tal vez la segunda posibilidad no
resulte tan atractiva como las restantes. Sin embargo, basta un examen
superficial para caer en la cuenta de que no conviene aventurar pronósticos
arriesgados. Tomemos de la obra de Kafka, La metamorfosis, una figura
metafórica:
<<Gregor Samsa se convirtió en un monstruoso insecto>>7
Hemos subrayado lo que, a primera vista, puede ser la figura que
andamos buscando, obviando el hecho de que tal vez toda la narración no sea
más que una metáfora dilatada; esto, una alegoría. Pero la primera impresión
no es siempre la que cuenta. Si seguimos a un autor anglosajón, Max Black,
podemos observar una dislocación en el sentido general que tiene la expresión,
prescindiendo, al mismo tiempo, de las preposiciones y los artículos pues
aportan una información impertinente. Según Black, reconocemos una
7
Conviene distinguir, para una mejor intelección de esta comunicación y de la lógica de
nuestros días en general, entre el uso y la mención de un término. Usamos una palabra para
referirnos a la realidad que alude, mientras que la mencionamos cuando pretendemos hablar
de la misma en abstracto, soslayando dicha realidad. La diferencia se suele hacer notar
entrecomillando la expresión que va a ser mencionada. Así, mencionamos la palabra
<<perro>> en la expresión: <<perro>> es un sustantivo; pero la usamos cuando afirmamos que
es un mamífero vertebrado. Se ve claramente que aludimos a dos cosas muy distintas si
confundimos uso y mención. Así, la expresión: “<<perro>> ladra”, es incorrecta (aunque
aparentemente parezca que no) pues las palabras no emiten sonidos. Sin embargo, resulta
difícil discernir el uso y la mención en la metáfora. Pues ésta ¿remite a una realidad física o
lingüística, o a las dos a la vez? En cualquier caso, intentaremos aventurar alguna respuesta
posteriormente. Para una mayor información sobre el uso y la mención cfr. M. SACRISTÁN,
Introducción a la lógica y al análisis formal. Ariel, Barcelona, 1964, p. 14 y ss.
4
metáfora en la medida en que ésta posee un sentido propio, peculiar, que la
distingue de otros términos con los que comparte un contexto8.
Sin embargo, al considerar la construcción anterior analizando por
separado los elementos que la constituyen, caemos en la cuenta de que todos
ellos carecen de un significado metafórico. Por tanto, los términos “Gregor
Samsa”, “convertir”, “insecto”, “monstruoso” tienen todos un sentido claro,
preciso, a primera vista incluso literal. No ofrecen singulares inconvenientes, ni
tan sólo la fantástica combinación del sustantivo y el adjetivo últimos:
podríamos emplear tal expresión a la hora de describir el aspecto de un
escarabajo bajo la lente de un microscopio o de una gran lupa, sin abandonar
los sanos cauces del mero realismo. Si recuperásemos al hipotético viandante,
cuyo concurso nos sirvió para ilustrar lo que en su momento calificábamos
como solidaridad lingüística, y nos viésemos arrastrados con él en una nueva
discusión en donde nos manejásemos con los elementos entrecomillados más
arriba no dificultarían, por sí solos, la comprensión y el buen curso del posible
diálogo. Ni siquiera el hecho de que “Gregor Samsa” carece de lo que Frege
llamó referencia supone un problema insoluble; mi interlocutor podría estar
hablando de La metamorfosis, por lo que todas sus palabras tendrían un
sentido literal. No saldríamos de los márgenes de la solidaridad lingüística.
El problema surge cuando nos enfrentamos a la expresión en su
conjunto, y los elementos dispersos, cuyo sentido último no inspiraba serias
objeciones, se enlazan en una unidad portentosa, con novísimo significado. Por
lo que tenemos que la metáfora se divide en dos categorías: “Gregor Samsa” y
“monstruoso insecto”, gracias a la combinación de las cuales surge el tropo del
que venimos hablando. Sin embargo, la novedad estriba en que el sentido
metafórico no recae en esas dos categorías, sino en el nexo que posibilita su
fusión: convertir. De esta manera, la figura se explicita como sigue:
<<Gregor Samsa se convirtió en un monstruoso insecto>>
Su gravedad recae en el verbo. De hecho, incluso el título original del
libro de Kafka, Die Verwandlung (que significa transformación, según Borges,
más que metamorfosis), sugiere que, por denotar la acción y efecto de
transformar o transformarse, la metodología exegética se ha de centrar
8
M. BLACK, Modelos y metáforas. Editorial Tecnos, Madrid, 1966, p. 38 y ss.
5
absolutamente en el verbo9. Esto hace que la obra en cuestión sea algo más
que una mera prosopopeya para simbolizar, en cambio, una relación familiar
(sobre todo en su dimensión paterno-filial) tan singular como perturbadora,
caracterizada por el extrañamiento, la incompatibilidad de seres unidos,
empero, por vínculos afectivos o consanguíneos.
Al verbo debemos, en fin, toda la magia, todo el esfuerzo por dotar a
palabras y expresiones de una rara y novedosa disparidad de sentido. En
cualquier metáfora que podamos imaginar, “perlas” por “dientes” o “blanca
paloma” por la “paz”, se da implícita o explícitamente, una variación en las
naturales características de los modos verbales, de suerte que éstos sustituyen
su carácter adjetivo por otro sustantivo, en la medida en que ahora expresan
las ideas de esencia o sustancia de las cosas sin denotar, como antes, otros
atributos o modos de ser. De este modo, cobra la metáfora exquisita carta de
naturaleza a la hora de formar parte de la república filosófica, pues abandona la
mera heurística adentrándose en el tempestuoso terreno de la ontología.
Por otro lado, conviene advertir que el poeta o el escritor, cuando utiliza
un lenguaje metafórico, rompe aparentemente la solidaridad lingüística
anunciada más arriba, en tanto que muda el sentido literal por otro tal vez
nebuloso y de difícil inteligencia. Esto justificaría en buena medida la labor de
los hermeneutas, pero, filosóficamente hablando, pone al mismo tiempo de
manifiesto una idea cuyo desarrollo nos va a permitir introducir a los autores
que dan título y cuerpo a esta comunicación. Para ello, recuperemos esa
solidaridad lingüística que queda vulnerada en apariencia por la metáfora.
Evidentemente,
el
recurso
metafórico
requiere
cierta
dosis
de
imaginación por parte de su creador. Pero no debemos dejarnos seducir por la
prosaica tentación de considerar la fantasía como uno de los atributos
exclusivos de la idiosincrasia del escritor; si se quiere, un dejo profesional o
mero ornato. Pues en la vida cotidiana, donde, como ya dijimos, se mantiene
absolutamente el sentido literal ¿cuándo echamos mano de la metáfora? Si no
logro describir una ciudad o un monumento con expresiones fáciles y precisas,
siempre podré recurrir a una comparación que permita a mi interlocutor hacerse
9
Estas permutaciones en el sentido de las palabras se dan también en la filosofía. Así, el ser,
ò
, fue, originariamente una sustantivación verbal. Por otro lado, la primera filosofía, el
pensamiento presocrático, puede concebirse como el progresivo intento de consolidar una
reflexión en términos estrictamente metafóricos.
6
una idea más o menos clara de lo que quiero decirle. De esta manera,
debemos nuestra figura a una realidad de suyo indescriptible, cuya inefabilidad
escapa con creces a las posibilidades del lenguaje ordinario10. Y en virtud a las
semejanzas que logra manifestar nos atrevemos a defender, aunque Ortega y
Kuhn lo harán mejor que nosotros, su indiscutible valor cognoscitivo, aunque a
primera vista tarde en manifestársenos. Efectivamente, identificar la primavera
con la juventud puede parecer una mera equivocación, dando que ambos
sustantivos refieren a cosas muy distintas: uno alude a una edad humana y el
otro a una estación del año. Sin embargo, el encanto de la combinación se
halla en las semejanzas que hay entre aquéllos, lo que posibilitaría la aparición
de un nuevo tipo de verdad; esto es, la metafórica, distinta al mismo tiempo de
la literal y de la falsedad. Desde luego, es difícil establecer su estatuto dado
que no cabe suponer que sea un término medio entre las dos.
En una de nuestras notas a pie advertíamos de la dificultad de distinguir,
en la metáfora, entre el uso y la mención; es decir, en tratar de saber si alude a
lo fáctico o a lo meramente lingüístico. La juventud y la primavera, desde su
dimensión semántica, comparten tan sólo unas pocas cualidades, lo que
permite así considerar que el sentido metafórico está subordinado al literal, o,
simplemente, goza de una importancia menor. Ahora bien, si atendemos al uso
que esta metáfora pueda tener hallamos la presuposición de una impotencia,
un reconocimiento de las deficiencias que el lenguaje cotidiano padece a la
hora de conquistar plenamente lo real, y que solamente salva a partir de la
creación de esta cartografía ideal. Y dado que uno de los sentidos que la
expresión metafórica tiene dinamiza una nueva visión del mundo podemos
afirmar, sin grave exageración, que el valor de verdad de una metáfora no se
mide con los patrones de la lógica o de la matemática; forma parte de una
dimensión, de un universo del discurso muy distinto y en el que, sin embargo,
ocupamos nosotros mismo eminente centralidad11.
10
Sobre este punto no deja de resultar significativo que la definición de los colores -como el
verde- que recoge el diccionario, suela estribar a la postre en una comparación, comprensible
si se tiene en cuenta la titánica dificultad que supone, pongamos por caso, describir cualquier
color a un ciego de nacimiento. La caución filosófica obliga, desde tal perspectiva, a no
precipitarse a la hora de emitir juicios sobre una realidad, por trivial o vulgar que pudiera en un
primer momento parecer.
11
En cualquier caso, recuperaremos y desarrollaremos estos planteamientos en nuestras
conclusiones.
7
En La deshumanización del arte Ortega y Gasset sabe recoger estas
ideas. En unas palabras preliminares vincula el poder de evocación de la
metáfora con la taumaturgia: un instrumento para los seres inventivos. Su
origen está vinculado, en una magistral intuición antropológica, con el tabú, con
la lucha de los primeros hombres por evitar ciertas realidades. Para ellos la
palabra entrañaba, en cierto modo, la cosa designada; luego era menester la
invención de un recurso que pudiera nombrar a esta última sin suscitar su
aparición efectiva12. Así, se diría que el escritor se halla dominado por ese
temor original y, aunque la progresiva secularización del mundo o el dominio
tecnológico prevalecen sobre la otrora indiscutible potestad de las fuerzas
naturales, cae en la cuenta de que el lenguaje heredado no le basta, de que la
sintaxis naufraga y el significado es de suyo mudable y temporal. La metáfora
demuestra que no hemos podido colonizar la realidad en todo y por todo.
Pero el verdadero paralelismo –que hemos de preocuparnos por
manifestar para que esta exposición alcance su verdadera razón de ser- entre
Ortega y Kuhn surge cuando el primero vincula el recurso metafórico al
proceder científico, abandonado la mera crítica literaria. Para el pensador
español la metáfora es un trebejo mental indispensable, una manifestación más
de la ciencia13. Ante un fenómeno nuevo, ante un hecho sin precedente alguno,
se impone la aparición de un término que cercanamente aluda a la realidad que
se quiere nombrar. Así, el primero que llamó <<sociedad>> a un conjunto de
seres humanos dio un original significado al vocablo <<socio>>, que,
anteriormente, quería decir nada más el que o lo que sigue a otro, el secuaz
(sequor)14. Pero se mantiene, aunque lejanamente, la significación original.
¿A qué obedece, en última instancia, esta disparidad? Sencillamente, a
la aparición de un objeto cuya salvaje novedad se espanta ante la pretensión
de nuestro intelecto por domeñarlo. La metáfora cita dos o más objetos
concretos, pero no por ese su carácter, sino atendiendo a sus cualidades
abstractas, las cuales no subsisten separadas de aquéllos y que, sin embargo,
comparten. Comparar un surtidor de agua con una lanza nos obliga a destacar
sus respectivas semejanzas: la forma, la verticalidad o tal vez el color, que,
12
J. ORTEGA Y GASSET, La deshumanización del arte… p. 33.
J. ORTEGA Y GASSET, Las dos grandes metáforas (Obras completas II). Revista de
Occidente, Madrid, 1966, p. 387.
14 Op. cit., p. 388.
13
8
individualizándolas, facilitan empero el parangón. Tal es la convergencia entre
la ciencia y la poesía o la mera literatura. La ley científica, advierte Ortega, “se
limita a afirmar la identidad entre las partes abstractas de dos cosas; la
metáfora poética insinúa la identificación total de dos cosas concretas”15.
El pensador español propone, un tanto marginalmente, una interesante
genealogía del saber, acorde con las inquietudes antropológicas comentadas
más arriba, cuando hablábamos de la deshumanización del arte. Primeramente
el ser humano sólo posee consciencia de su propio cuerpo. Genera un
vocabulario, un lenguaje capaz de describir esta realidad física. Posteriormente
aplica ese mismo lenguaje a la hora de hablar de los hechos psíquicos. De este
modo, se produce una declinación en el sentido habitual de los términos, los
cuales alcanzan entonces estatuto metafórico. En cualquier caso, y como
veremos que ocurre también en Kuhn, la relación entre el sentido literal y el
metafórico goza de cierto dramatismo, pues se diría que el segundo viene a
suplir las carencias del primero.
El gran inconveniente que plantean las tesis del pensador español, y que
no se dan empero en el autor anglosajón, es que Ortega, aunque admite, como
ya dijimos, el valor científico de la metáfora, no logra alejarse, en realidad, del
contexto literario (o poético) en la que ésta suele prevalecer. Kuhn, sin
embargo, se ocupa del papel que juega la metáfora en la consolidación del
proceder científico, y del discurso que lo explicita, alejándose así de la mera
hermenéutica. De este modo, y en parte gracias al prestigio y la buena
reputación que hoy tiene la ciencia, los recursos metafóricos alcanzan
verdadera dignidad epistémica.
Por un lado, y según este autor, la metáfora crea y provoca las
semejanzas de las que depende su función. Por otro lado, su natural
indefinición tiene importantes paralelismos con el proceso mediante el cual se
generan y utilizan los términos científicos16. En un primer momento, el autor
anglosajón se declara miembro de una tradición que ha sabido trascender, a la
hora de fijar la referencia de los términos científicos, el simplismo de la teoría
de las descripciones. Éstas son meramente contingentes y su auxilio es
francamente exiguo a la hora de aprehender la realidad a la que remiten. En
15
16
Op. cit., pp. 392-393.
T. S. KUHN, El camino desde la estructura. Editorial Paidós, Barcelona, 2002, p. 234.
9
rigor, <<el manco de Lepanto>> y <<el autor de La galatea>> son expresiones
que aluden al mismo objeto, pero cuya elección –de las muchas posibles- es
poco menos que arbitraria. Sin embargo, su sustitución por la teoría causal de
la referencia, que reduce el nombre propio a mera etiqueta o rótulo, no logra
mejorar la situación, sobre todo en lo que se refiere a los sustantivos
científicos. Afirmar que el referente de “carga eléctrica” se fija apuntando a la
aguja de un galvanómetro y que el entrecomillado es el nombre de la magnitud
física responsable de su desviación sólo sirve para describir un fenómeno
específico; pero no ofrece ninguna información suplementaria cuando
hablamos de “carga eléctrica” refiriéndonos a una tormenta o a la causa del
funcionamiento de un electrodoméstico (por no mencionar el hecho de que la
desviación de las agujas de un galvanómetro también puede deberse a la
gravedad o a una barra magnética). La historia o la biografía de un
acontecimiento o de un personaje pueden contribuir a individualizarlo, pero son
irrelevantes en lo que se refiere a los calificativos que usa la ciencia.
La solución que Kuhn propone, a nuestro modo de ver francamente
exitosa, debe mucho a las aportaciones de Wittgenstein sobre los juegos.
Alguien que haya visto una partida de ajedrez, de bridge o de tenis, y sepa, al
mismo tiempo, que son juegos, no tendrá grandes dificultades para entender
que las damas o el fútbol también lo son, e incluso, y dadas sus afinidades, la
guerra o el boxeo al mismo tiempo17. Estos paralelismos tienen gran
importancia, sobre todo en lo que se refiere a cómo el bagaje conceptual y
sensorial de un científico condiciona su forma de ver el mundo 18. En cualquier
caso, y por mor de la brevedad, no profundizaremos en este tema. No, lo que
más nos interesa, siguiendo a nuestro autor, es la similitud que se da entre la
fijación de la referencia de términos científicos o naturales y la aparición de la
metáfora; es decir, el nacimiento de un conjunto de casos paradigmáticos
regidos por las mismas analogías.
De este modo, la metáfora, en su carácter de mera semejanza, es,
según este filósofo, una versión del proceso por el que la ostentación interviene
en el establecimiento de la referencia. Esto se debe a que la yuxtaposición de
17
Op. cit., pp. 327-238.
T. S. KUHN, La estructura de las revoluciones científicas. Fondo de cultura económica, México,
1990, p. 179.
18
10
casos ejemplares destaca las características que permiten que la noción
<<juego>> -seguimos con los ejemplos de Kuhn- pueda aplicarse a la
naturaleza. Si los términos de clase natural pretenden localizar las costuras que
tiene la naturaleza, nuestra figura no hace más que cortar el mundo de una
manera nueva y peculiar19. Así, establece las conexiones que deben unir el
lenguaje
con
el
mundo,
alcanzando,
por
ende,
cierta
preeminencia
cognoscitiva. Pues, en efecto, aquellas conexiones no se dan de una vez por
todas. Un cambio de teoría va acompañado de un cambio en algunas de las
metáforas relevantes que la ilustran, así como de las redes de semejanzas que
permiten a los términos conectarse con el mundo. Por poner algunos de sus
ejemplos: la Tierra fue, después de Copérnico, un planeta, al igual que Marte;
anteriormente eran dos cuerpos muy diferentes. Antes de Dalton la sal en el
agua pertenecía a los compuestos químicos, después a las mezclas físicas.
Estas variabilidades pueden ser una respuesta a nuevos descubrimientos,
aunque no hay serias modificaciones de la teoría científica en general. Sin
embargo, logran un modo más efectivo de tratar con ciertos aspectos de los
fenómenos que se quiere estudiar. Por tanto, y según Kuhn, son sustantivas o
cognitivas20.
Concluyamos, en fin, con una recapitulación que nos permitirá anudar
los cabos sueltos. Principiábamos nuestro trabajo aludiendo a las peculiares
características que, desde la pureza de su etimología, poseen los términos
<<símbolo>> y <<metáfora>>. Bajo cierto inconfesado, acaso injustificable afán
de erudición latía empero la preocupación por poner de manifiesto cómo en la
significación de ambos términos, y muy especialmente en el caso del segundo,
podía intuirse ya una primera concepción de la realidad totalmente al margen
de las pretensiones racionales que todo lenguaje se atribuye a la hora de
explicarla. Al hilo de estas reflexiones nos esforzamos por poner de manifiesto
la importancia que tienen, en cambio, tales pretensiones en nuestros
quehaceres cotidianos. Hablamos entonces de la solidaridad lingüística, que
posibilita nuestro manejo en el entorno en el que vivimos y con los seres con
19
T. S. KUHN, El camino desde la estructura…p. 239. Esta idea recuerda, siquiera vagamente,
a la afirmación de Ortega según la cual “cada metáfora es el descubrimiento de una ley del
universo”. Cf. J. ORTEGA Y GASSET, La deshumanización… p. 153.
20 T. S. KUHN, El camino desde la estructura…pp. 241-242.
11
los que lo compartimos. Sin embargo, hicimos especial hincapié en el hecho de
que la metáfora, en su pluralidad semántica, vulneraba esa solidaridad.
Sentadas las bases de tan problemática cuestión procedimos a analizar
el tropo más detalladamente. Recogiendo una construcción metafórica de un
libro de Kafka advertimos que los elementos que la constituían gozaban,
separadamente, de un sentido claro y literal. Su fantástica unión originaba
entonces la metáfora, por lo que manifestamos que tal vez fuera el verbo –el
núcleo que posibilita la cópula- el eje en torno al cual tenía que girar la
investigación. En la variación del sentido verbal se daba la posibilidad de la
metáfora.
A continuación recuperamos la noción de solidaridad lingüística,
anteriormente cuestionada por nuestra figura. Esta última pone de manifiesto
los intentos con los que pretendemos aprehender y enjuiciar una realidad que,
a las veces, se resiste a ello. Tal idea nos permitió dar paso a los autores que
nos interesan en esta comunicación: Ortega y Kuhn. Del primero recogimos la
fecunda vinculación de la metáfora con el tabú, que bien nos servía para
justificar la anterior consideración. También destacamos los esfuerzos del
pensador español –muy semejantes a los del estadounidense- por vincular la
metáfora con el pensamiento científico, sobre todo en lo que se refiere en la
ampliación de sentido que ésta suele generar.
Sin embargo, la gran diferencia que hay entre estos dos autores estriba
en que el pensador español no logró abandonar jamás el discurso literario
donde nuestra figura gobierna en absoluto mientras que Kuhn se ocupó de la
misma siempre en estrecha relación con el lenguaje y la actividad científicas,
dotándola así de un merecido prestigio epistemológico. Para enmarcar a este
autor dentro de su propio contexto aludimos a los esfuerzos del mismo por
trascender los vanos intentos que la teoría de las descripciones malgasta a la
hora de sentar el referente de los términos científicos. La sustitución de la
misma por la teoría causal de la referencia no logra mejorar las cosas, en la
medida en que tales términos no pueden usarse sin total ambigüedad.
La solución que proponía nuestro autor se basaba en los paralelismos
que se dan entre la fijación de los referentes científicos y la aparición de la
metáfora. Esta última permite cimentar los puentes que unen al lenguaje con el
12
mundo, por lo que, como vimos que ocurría también con Ortega, puede muy
bien considerarse como una dilatación del sentido de los términos que conjuga.
Ahora bien, y por recuperar una vieja idea, ¿rompe la metáfora como ya
dijimos la solidaridad lingüística? Si no es así ¿qué estatuto le corresponde a la
verdad que pueda entrañar? En nuestra opinión, la primera pregunta sólo
merece una negativa por respuesta. Pues, efectivamente, y en la medida en
que, como ya vimos en nuestros autores, supone una ampliación del sentido
literal de los términos, implica a su vez un considerable aumento de esa
solidaridad; es decir, contribuye a arraigar nuestro sentimiento de pertenencia
al idioma que hablamos y con el que compartimos el mundo. Lo único que llega
a vulnerar es esa isomorfia, anticipada por Spinoza y explicitada por el primer
Wittgenstein, entre el lenguaje y el mundo. En rigor, la metáfora destruye los
límites del primero y evidencia nuestra inconsciente ignorancia con respecto al
segundo.
Buena parte de su valor lo vamos a ilustrar con una amena y ulterior
disquisición que puso Borges en boca de dos intelectuales musulmanes que
vivían en España: Abdalmálik y Averroes. El primero proponía renovar las
metáforas heredadas de los pueblos beduinos. Éstos celebraban el agua de un
pozo; algo absurdo para el que viviera en los márgenes del Guadalquivir. La
admiración, cuando se dilata a través del tiempo, marchita la belleza de las
figuras metafóricas. Averroes le recuerda que si el fin de un poema fuera el
asombro, su permanencia no se mediría por siglos, sino por días o, acaso,
minutos. Además, el verdadero poeta es menos inventor que descubridor y su
obra da buena cuenta de ello. Toda gran metáfora es, en cierto modo,
insuperable y el paso del tiempo no logra restarle valor; antes al contrario,
acrecienta sus virtudes. Cuando un poeta identificó los vaivenes del destino
con la atropellada carrera de un camello ciego confrontó dos imágenes, que el
paso de los años ha logrado doblar. Pues al repetir y constatar la verdad que
entraña la metáfora, según Averroes, podemos confundir nuestros pesares con
los de su creador21. Abdalmálik presupone que la literalización de las figuras
metafóricas implica su muerte efectiva, mientras que el filósofo elude esta
posibilidad, destacando su importancia en lo que se refiere a la comprensión
21
J. L. BORGES, El aleph. Alianza Editorial, Madrid, 1995, pp. 100-103.
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del cosmos (que no logra agotarse en las sucesivas explicaciones del mismo) y
de la propia subjetividad, de los estados emotivos que nos igualan a los
grandes creadores. De este modo, y gracias a nuestra figura, no sólo hablamos
de las fantásticas hazañas o los portentosos personajes con los que el mundo
nos llega a estremecer; también es el dulce sendero por el que regresamos a
casa.
OBRAS CITADAS
JÓSE LUIS ARANGUREN, La comunicación humana. Ediciones
Guadarrama, Madrid, 1967.
MAX BLACK, Modelos y metáforas. Editorial Tecnos, Madrid, 1966.
JORGE LUIS BORGES, El aleph. Alianza Editorial, Madrid, 1995.
FRANZ KAFKA, La metamorfosis y otros relatos. RBA Editores,
Barcelona, 1995.
THOMAS S. KUHN, El camino desde la estructura. Editorial Paidós,
Barcelona, 2002.
THOMAS S. KUHN, La estructura de las revoluciones científicas. Fondo
de cultura económica, México, 1990.
JOSÉ ORTEGA Y GASSET, La deshumanización del arte y otros
escritos estéticos. Revista de Occidente, Madrid, 1958.
JÓSE ORTEGA Y GASSET, Las dos grandes metáforas (Obras
completas II). Revista de Occidente, Madrid, 1966.
MANUEL SACRISTÁN, Introducción a la lógica y al análisis formal. Ariel,
Barcelona, 1964.
EUGENIO TRÍAS, La razón fronteriza. Círculo de Lectores, Barcelona,
2004.
14
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