Tribunal: Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil Sala B

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Tribunal: Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil Sala B
Autos: Ymaz, Juan Manuel c/Vázquez Torrielli y otros
Fecha: 09/11/2007
Sumario: El actor demanda en su condición de acreedor de los accionados una
suma determinada de pesos, mientras los demandados afirman que ellos
cumplieron con su obligación "pagando a Carlos Antonio Villagrán quien actuó
en representación del actor" ; el demandante postula que ese supuesto pago "no
fue de utilidad al actor" porque el "dinero nunca llegó a su poder";
articulándose que el consentimiento estuvo viciado al proceder al otorgamiento
de la autorización de cobranza e imputando a los emplazados que "no actuaron
con prudencia y pleno conocimiento de las cosas", todo lo cual determina que
la acreencia "permanece insoluta" . La sentencia rechaza la demanda, el
accionante apela, en su expresión de agravios ha desvirtuado la previsión del
artículo 265 del ritual, pues los agravios sólo deben constituir un acto de
impugnación destinado específicamente a criticar la sentencia recurrida, de
manera que la crítica concreta que exige la ley se refiere a que aquella debe
ser precisa y determinada. Asiste razón a los apelados cuando afirman que la
excesiva extensión del escrito del recurrente configura una seria dificultad
para desentrañar lo que tiene que ser el quid en estos actos: los agravios. El
pago efectuado por los demandados conforme a la constancia que en copia corre
agregado , no puede ser considerado de buena fe, pues con toda precisión
señala nuestra ley que "no podrá alegarse ... la ignorancia del verdadero
estado de las cosas" cuando "proviene de una negligencia culpable" (art. 929
del Cód. Civil). Por supuesto que también cabe aplicar a la especie las
previsiones de los arts. 512, 902 y concordantes del mismo cuerpo legal, ya
que los accionados han omitido -al efectuar el pago- las diligencias
necesarias requeridas por la naturaleza de la obligación, de lo que se sigue
que no obraron con prudencia y pleno conocimiento de las cosas. El juez aquo
rechazó la demanda, pero la Alzada revocó la sentencia al declarar nula la
autorización de cobro al considerar que la misma había sido obtenida mediante
violencia moral sobre la persona del acreedor otorgante.
Vocablos: DEMANDA – COBRO DE PESOS – ACREEDOR – DEUDA – PAGO – RECIBO NULIDAD – ACTO JURIDICO – VIOLENCIA MORAL – EXPRESION DE AGRAVIOS – BUENA FE -
2ª Instancia. — Buenos Aires, noviembre 9 de 2007.
¿Es ajustada a derecho la sentencia apelada?
El doctor Mizrahi dijo:
Antecedentes
La sentencia de primera instancia, obrante a fs. 1605/1618, rechazó la
demanda promovida por Juan Manuel Ymaz contra Ernesto Horacio Vázquez
Torrielli, Carlos Alberto Peisajovich y Julia Lidia Ayala. Dispuso, además,
imponer las costas al actor vencido.
Contra el referido pronunciamiento, el accionante deduce sus agravios a
tenor del escrito de fs. 1637/1682, que mereció la réplica de los demandados a
la luz del libelo que obra a fs. 1683/1689.
La causa tiene su origen en la demanda que corre agregada a fs. 85/99, en
la cual Juan Manuel Ymaz invoca su condición de acreedor de los accionados por
la suma de U$S 125.475, más sus intereses. El meollo de la cuestión gira en
torno a que mientras los encartados -conforme a su responde de fs. 255/273afirman que ellos cumplieron con su obligación "pagando a Carlos Antonio
Villagrán quien actuó en representación del actor" (ver fs. 269); el
demandante postula que ese supuesto pago "no fue de utilidad al actor" porque
el "dinero nunca llegó a su poder"; articulándose que el consentimiento estuvo
viciado al proceder al otorgamiento de la autorización de cobranza de fs. 69 e
imputando a los emplazados que "no actuaron con prudencia y pleno conocimiento
de las cosas", todo lo cual determina que la acreencia "permanece insoluta"
(ver fs. 85 vta.); situación que motiva la acción judicial.
II. Advertencia preliminar
Comenzaré por advertir que la llamada "expresión de agravios" del apelante
(fs. 1637/1682) insumen cuarenta y cinco fojas, esto es, noventa páginas. Una
vez efectuada su detenida lectura, claramente se percibe que el libelo
comporta una repetición inútil de argumentos, o sea, una reiteración hasta el
agotamiento de las mismas articulaciones, como si el Tribunal no fuera capaz
de comprenderlas con una sola lectura. Lo expuesto significa, entonces, que el
quejoso -con su exceso- ha desvirtuado la previsión del artículo 265 del
ritual, pues los agravios sólo deben constituir -nada menos, pero tampoco nada
más- un acto de impugnación destinado específicamente a criticar la sentencia
recurrida, de manera que la crítica concreta que exige la ley se refiere a que
aquella debe ser precisa y determinada.
En el sentido expresado, asiste razón a los apelados (ver fs. 1683) cuando
afirman que la excesiva extensión del escrito del recurrente configura una
seria dificultad para desentrañar lo que tiene que ser el quid en estos actos:
los agravios. Es que aún dando por supuesta la buena fe que anima al apelante
y su legítimo derecho a que se haga justicia en el caso concreto, la realidad
es que un desatino como el que ahora me ocupa podría llevar de la mano a
interrogarse si esa presentación cumple en verdad con los deberes de
colaboración y de respeto a la justicia y al adversario, pues la repetición
innecesaria y hasta el hartazgo de conceptos y las exageradas transcripciones
que contiene el libelo, sin hesitación han sido un entorpecimiento para que el
Tribunal de Alzada realice como corresponde el examen de la sentencia sometida
a recurso (ver Podetti, José Ramiro, "Tratado de los recursos", ed. Ediar, p.
164).
Sin embargo, a pesar de lo señalado, no he de proponer a mis colegas que se
declare desierto el recurso de apelación; y ello por dos razones: la primera,
porque entiendo que cabe utilizar la facultad que acuerda el art. 266 del CPCC
con un criterio restrictivo y juzgar cumplidos los requisitos procesales
conforme a una pauta de amplia flexibilidad (ver lo resuelto por esta Sala en
autos "Hinckelmann c. Gutierrez Guido Spano s/ liq. de soc. conyugal" del
28/10/2005, ED 217-327, JA 2006-I-845, LA LEY, 2006-A, 679; íd., en autos
"Menéndez c. Alberto Sargo S.R.L. s/ ds. y ps." del 23/11/2005; íd., in re
"Berguer y otro c. Periodismo Universitario S.A. s/ ds. y ps.", del 31/3/2006,
RCyS 2007-II-109. Ver, también, CNCiv sala E, del 24/9/74, LL 1975-A-573; íd.,
Sala G, del 10/4/85, LA LEY, 1985-C, 267; íd., Sala H, del 15/6/2005, JA 2005,
III, Fascículo 12, del 21-9-2005, p.58; entre muchos otros). La segunda razón
se debe a que, en definitiva, resulta posible -con dificultad y tras un gran
esfuerzo- deslindar del escrito de fs. 1637/1682 cuales son los verdaderos
agravios del recurrente.
III. a). El contenido de los agravios y alcance de su estudio
Anticipo desde ya que en el estudio y análisis de los agravios del actor he
de seguir el rumbo de la Corte Federal y de la buena doctrina interpretativa.
En efecto, claro está que los jueces no están obligados a analizar todas y
cada una de las argumentaciones de las partes, sino tan sólo aquéllas que sean
conducentes y posean relevancia para decidir el caso (ver CSJN, "Fallos":
258:304; 262:222; 265:301; 272:225; Fassi-Yañez, "Código Procesal Civil y
Comercial de la Nación, Comentado, Anotado y Concordado", T° I, pág. 825;
Fenocchieto-Arazi. "Código Procesal Civil y Comercial de la Nación. Comentado
y Anotado", T 1, pág. 620). Asimismo, en sentido análogo, tampoco es
obligación del juzgador ponderar todas las pruebas agregadas, sino únicamente
las que estime apropiadas para resolver el conflicto (art. 386, in fine, del
ritual; CSJN, "Fallos": 274:113; 280:3201; 144:611).
Teniendo en cuenta lo expresado, y a modo de síntesis, podríamos precisar
que los agravios del demandante se concretan en las siguientes articulaciones:
a) Que la "autorización de cobranza" de fs. 69 conferida a Carlos Alberto
Villagrán no constituye un mandato que faculte al autorizado a percibir los
importes correspondientes, sino que sólo se trataría -como se expresa en el
texto- de una "gestión de negocios".
b) Que de todos modos la mentada autorización es nula por defectos
formales, ya que -para tener valor- tenía que haberse labrada en escritura
pública.
c) Que dicha autorización, al no estar legalizada la firma de la escribana
interviniente, carecía de eficacia para hacerla valer fuera del ámbito de la
Provincia de Buenos Aires.
d) Que no se compadecen los términos de los distintos instrumentos en
juego, como ser lo que se encuentra plasmado en la cesión del crédito
efectuado al actor (ver fs. 59/62), lo que se expresa en la autorización de
cobranza de fs. 69 y, en fin, lo que reza en el recibo de fs. 70 vta.
e) Que el juez realizó una incorrecta valoración de los medios de prueba
colectados, que acreditarían la falta de verosimilitud al supuesto pago de la
suma adeudada y, en todo caso, certificarían que los demandados efectuaron el
pago a un tercero ajeno a la gestión de negocios.
f) Que en el otorgamiento de la autorización de cobranza de fs. 69 medió un
vicio del consentimiento, pues tal instrumento fue obtenido tras las amenazas
concretadas por Carlos Alberto Villagrán y el grupo de personas que operaban
con él.
g) Que el juez no obró conforme a derecho pues reabrió una etapa procesal
que estaba cerrada y la medida que dispuso en el juicio comportó suplir la
negligencia de los demandados en el proceso.
h) Que, en fin, no se ajusta a derecho que el anterior magistrado aplique
las costas al actor.
III. b). La violencia moral o intimidación
Razones de orden metodológico imponen, tras una detenida y muy paciente
lectura del escrito de expresión de agravios, que corresponde analizar
primeramente en los presentes actuados un punto que entiendo es medular:
desentrañar si en el otorgamiento de la autorización de cobranza de fs. 69
conferida a Carlos Alberto Villagrán ha mediado un vicio de la voluntad violencia moral o intimidación- capaz de fulminar con la nulidad el mencionado
acto. Es que lo que se sentencie sobre este punto sin duda ha de ejercer una
decisiva influencia en los restantes agravios articulados por el quejoso.
Veamos.
El actor, a fs. 88 vta., apartado 7), de su escrito inaugural, afirmó que previo al otorgamiento de la autorización de fs. 69- un tal Rodolfo A. Rocino
(integrante del trío de personas a quienes el actor encomendó la gestión de
cobranza) "le recriminó en términos amenazantes" por el envío de una carta
documento (la de fs. 65) que el accionante había despachado a los demandados
donde señalaba que "la única forma de pago" del crédito que le asistía "deberá
ser saldada con un cheque a la orden a nombre de Juan Manuel Ymaz". Agrega que
luego de tales amenazas, que fueron por vía telefónica, y ante la exigencia
planteada, el apelante fue "levantado" por un auto en el que iban el citado
Rocino, Oscar Manuel Villar y el que vendría ser a la postre el autorizado
para la cobranza, o sea el ya mencionado Villagrán.
En el encuentro personal recién referenciado, se reiteran las amenazas y detalla el actor- "lo conminaron a guardar estricto silencio". Al otro día,
precisamente el 21-12-1999, concurren en horas de la tarde a la Escribanía S.
y se otorga el impugnado instrumento de fs. 69 (ver fs. 89). Especifica el
demandante, en lo que aquí interesa, que de haberse negado a firmar la nueva
autorización "su situación y la de su familia hubiera sido muy comprometida ni
bien salieran de la escribanía" (ver fs. 89 vta.). Se narra después en la
demanda, en fin, acerca de la "anomalía" del procedimiento para obtener la
autorización de cobro y del "vicio de la voluntad" (ver fs. 96 vta.),
recalcando que "la intimidación ..., exigiéndole la firma de la autorización
de cobranza..., reúne los extremos señalados por la ley: se trata de una
amenaza injusta, que ha inspirado un temor fundado de sufrir un mal inminente
y grave..."; "la intimidación ejercida no deja de ser un vicio de la voluntad
en razón de lo dispuesto por los arts. 941 y 942 del Código Civil" (ver fs.
97).
El mismo accionante, al declarar en la causa penal 55.933 (que para este
acto en fotocopias certificadas tengo a la vista) detalla que, cuando las ya
indicadas personas (Villagrán, Rocino y Villar) lo recogieron con el
automóvil, dijeron en tono amenazante que "no tuviera ningún tipo de contacto
con Vázquez Torrielli (uno de los demandados) ni con nadie", y remataron:
"estás en la antesala del infierno, a partir de hoy no hay más errores, este
es un último a aviso". Un día después le dijeron que "fuera a la casa de
Rocino" y de allí "lo llevaron directamente a la escribanía" (ver fs. 186 de
los mencionados actuados represivos).
Es de destacar que diversas pruebas colectadas certifican, al menos, el
clima de violencia expuesto por el actor y al que vengo haciendo alusión. En
efecto, por un lado, con la declaración del Dr. S. A. R., que manifiesta ser
el apoderado del co-demandado Peisajovich y quien se ocupa -además- de brindar
asesoramiento jurídico a su familia. Afirma este deponente "que sus clientes
estaban muy preocupados, ya que según le expresaron, estaban recibiendo un
reclamo de cobro de forma coercitiva, que estaban asustados" porque -conforme
le refirieron- "habían sido amenazados física y materialmente. Amenazas
físicas en contra de Vazquez Torrielli, como así también lo amenazaban con
destruir el local de comercio ubicado en Paraná 973"; y que "las amenazas eran
realizadas por parte de las personas que querían cobrar en representación de
Juan Manuel Ymaz" (ver fs. 136 vta./137 de las actuaciones penales).
Por otro lado, pongo de relieve dos declaraciones más efectuadas en la
mencionada causa penal por los co-demandados Ernesto Horacio Vázquez Torrielli
y Carlos Alberto Peisajovich. En cuanto al primero, depone que en su encuentro
con Villagrán (el que aparece autorizado para el cobro) éste le dijo que "no
deseo causarle daño en la instalación de su oficina ni a su gente", para
agregar luego que "podía hacer la vida imposible a cualquiera" (ver fs. 142 y
142 vta. de la mentadas actuaciones); y Peisajovich ratifica este clima
amenazante al sostener que el citado Villagrán le "exigió el cobro del
dinero"; agregando "que fue Vázquez Torrielli quien había tenido más reuniones
con estas personas (por Rocino, Villar y Villagrán) y estaba realmente
atemorizado ya que según él, varias veces se presentaron en sus oficinas,
amenazándolo para que pagara" (ver fs. 145 vta. de la causa criminal).
Por lo demás, ayuda sin duda a formar convicción acerca del proceder
violento del grupo integrado por Rocino, Villar y Villagrán, los antecedentes
penales que los citados registran a tenor de las constancias obrantes a fs.
280/301 de la causa penal; lo cual -como mínimo- da cuenta de que se estaba
ante sujetos que prima facie podrían ser caracterizados como que revestían
cierta peligrosidad. No obstante, puntualizo que los nombrados, y según se
concluye en la instrucción, eran formalmente integrantes de la empresa de
seguridad "Tecno Internacional S.A." y, como se anticipó, habrían sido en
conjunto "contratados" por el actor para gestionar la cobranza de su crédito
(ver fs. 811 vta. de esos autos).
No obstante lo narrado, el judicante que intervino en la instancia anterior
estimó que el accionante no había logrado probar que se viera coaccionado a
otorgar la autorización de fs. 69. Para arribar a tal conclusión, el juez
destaca que fue una decisión voluntaria del actor "dejar el problema en manos
de gente con experiencia inmobiliaria, de tercerización y de seguridad", tal
como en la demanda se reconoce a fs. 87 vta., apartado 3). En consecuencia,
afirma
el
magistrado,
no
podría
el
apelante
"desentenderse
de
las
ulterioridades que podría ocasionarle tal decisión" (ver fs. 1615). Al
respecto, en la sentencia en crisis se hace hincapié en la declaración
efectuada en sede penal por la Escribana S., quien afirmó que el trato entre
ese grupo de hombres y el actor "era cordial", y que no advirtió que el
autorizante haya sido amenazado o intimidado para firmar los documentos (ver
fs. 1615).
Las apuntadas consideraciones del juez que me precedió motivó la específica
queja del apelante, articulando que "es un grave error del magistrado y uno de
los principales agravios de mi parte" (ver fs. 1673). Sobre el punto argumenta
el recurrente que el juez prescindió de pruebas decisivas; en particular, del
pliego de posiciones presentado por los demandados a fs. 1394; de forma tal
que habría quedado acreditado en la causa que el demandante fue coaccionado
para otorgar la autorización cuestionada (ver fs. 1670 vta.).
A esta altura de mi relato considero que es necesario deslindar
cuidadosamente dos situaciones. Una de ellas es si efectivamente el actor
encomendó al grupo integrado por Rocino, Villar y Villagrán que tomaran a su
cargo las gestiones para que el apelante pudiera percibir su acreencia. La
otra, a mi juicio bastante diferente, es si en la realidad -y como un acto
pleno de voluntad- Juan Manuel Ymaz decidió que fuera Villagrán quien
percibiera directamente en su representación el dinero adeudado. En relación a
la primera cuestión es claro que, sin el menor asomo de duda, la respuesta no
puede ser otra que afirmativa; sencillamente porque el propio actor lo
reconoce de entrada en su demanda, tal como lo destaca el juez a fs. 1615. Sin
embargo, brindar la misma respuesta afirmativa al segundo interrogante, me
parece como mínimo una apreciación ligera.
Para decirlo en otras palabras, que el actor haya en el inicio -como
manifestación de voluntad- encargado la gestión de cobro a los sujetos
referidos, no lleva necesariamente de la mano a que el acto concreto celebrado
el 21 de diciembre de 1999 en la Escribanía S. -en cuanto se faculta a
Villagrán a "recibir y cobrar todo importe" y a "otorgar recibos"- sea el
resultado de una decisión completamente libre del recurrente. Por eso,
entiendo que se equivoca el juez de grado cuando -en una suerte de proyección
inusitada- en los hechos impone al actor la carga de soportar sin reclamos
coacciones futuras y aceptar con amenazas lo que ulteriormente se le
presentara a la firma (como si se trataran de acciones lícitas que pueden
convenirse), por la circunstancia de que el demandante tuvo la decisión
primigenia -que a todas luces estimo desacertada- de encargar a ese trío de
personas las tareas del caso para lograr la cobranza de su crédito. Dicho más
sintéticamente: que el apelante haya encomendado la apuntada labor de cobranza
no significa el compromiso de aceptar que se lo haga de cualquier manera,
incluso aceptando que otros perciban por él tras la ejecución de actos
intimidatorios.
A su vez, otra cuestión a resolver -en función de lo preceptuado por los
artículos 942 y 943 del Código Civil- es determinar cuál ha sido la conducta
desplegada por los demandados; tema que no es dable soslayar a la hora de
tomar una decisión sobre el fondo del asunto.
Efectuadas las precisiones precedentes, anticipo desde ya que para mi
criterio -a tenor de las circunstancias precedentemente expuestas- el presente
caso cabe encuadrarlo dentro de las prescripciones contenidas en los artículos
937, 941, 943 y concordantes del Código Civil; y ello en atención a la falta
de libertad que ha tenido el actor cuando suscribió la autorización glosada a
fs. 69 de los presentes actuados. Tal aserto comporta la necesidad de aplicar
específicamente el citado art. 941 del mismo cuerpo legal que determina la
nulidad del acto; en el caso, del que fuera celebrado el 21 de diciembre de
1999 en las oficinas de la Escribanía S.; situación que, naturalmente, ha de
derivar en la ineficacia del pago que informa el recibo de fs. 70 vta.
El material existencial de la causa permite tener por acreditada la
intimidación de que fue objeto el recurrente; es decir, la violencia o
coacción moral tras las amenazas sufridas, que le ha reducido sensiblemente su
libertad de obrar. Es por tal motivo que en la especie tuvo lugar la
denominada vis compulsiva o metus, de manera que con la intimidación o
violencia moral ejercida sobre el ánimo de Juan Manuel Ymaz se ha configurado
un vicio del consentimiento al alterarse el normal proceso formativo de su
voluntad.
Con lo señalado quiero decir que en el presente caso no estamos ante un
supuesto en el cual no se verifica voluntad alguna por mediar un factor que la
ha suprimido totalmente. En puridad la voluntad existió y, en tal sentido,
podría decirse que el actor ha querido lo que hizo; esto es, suscribir la
autorización de fs. 69. Sin embargo, tal como fueron las cosas, ese "querer"
no tuvo origen en un ámbito de libertad plena, de lo que se sigue que en
verdad no ha existido una "libertad de querer". En síntesis, para decirlo de
un modo concreto, para mi concepto las amenazas de Villagrán, Villar y Rocino
han generado un temor en el accionante que, en la emergencia, lo condujeron a
optar por la elección del mal menor; de forma tal que en la especie ha
acontecido lo que los glosadores romanos plasmaban en la expresión coactus
voluit, sed tamen voluit. De ahí que, reitero, si bien hubo en alguna medida
una deliberación y decisión en Ymaz (las constancias de la causa así lo
prueban), ambas han sido perturbadas por representaciones anormales. En
consecuencia, no obstante que el apelante ha realizado por sí el acto que
informa la autorización de fs. 69, tal aserto no impide que surja a la luz el
vicio que lo invalidaba, tan pronto se tenga por probada que la decisión
adoptada ha sido inducida antijurídicamente; con lo que -al fin de cuentas- lo
que se ha obtenido es una declaración bajo intimidación.
Por supuesto que, para entender que resulta procedente hacer lugar a la
nulidad impetrada, es que tengo por cumplidos en el caso los requisitos
exigidos por la doctrina interpretativa. Me refiero a que el actor ha padecido
una injusta amenaza, que el mal que pretendió evitar era inminente y grave, y
que ha jugado en la especie un temor fundado como causa determinante del acto
(ver Cifuentes, Santos, en Belluscio-Zannoni, "Código Civil y leyes
complementarias, t. 4, p. 236 y siguientes, ed. Astrea, Buenos Aires, 1982;
Borda, Guillermo A., "Tratado de Derecho Civil. Parte General", t. II, p. 328
y siguientes, 6° edición, ed. Perrot, Buenos Aires, 1976; Llambías, Jorge
Joaquín, "Tratado de Derecho Civil. Parte General", t. II, p. 502 y
siguientes, 5° edición, ed. Perrot, Buenos Aires, 1973). Un prolijo estudio de
las piezas arrimadas a este proceso, y de las que corren en el expediente
penal, han formado mi convicción en ese sentido a tenor de los parámetros de
la sana crítica (art. 386 del ritual).
No empece a lo expuesto la deposición de la Escribana S. -de la que se vale
la sentencia en crisis- relativa a que no observó en el acto de otorgarse la
autorización un ambiente de intimidación. Es que, precisamente, era difícil de
esperar que pudiera traslucirse otra cosa en la conducta de Ymaz si -como lo
ha declarado- estaba conminado a guardar "estricto silencio", y pesaba sobre
él un "último aviso" por estar en la "antesala del infierno" (ver fs. 89 de
estos autos y fs. 186 de las actuaciones penales).
Empero, si la complejidad y declaraciones contradictorias que exhiben tanto
la presente causa como los autos represivos podrían generar una legítima duda
acerca de si en la realidad el actor otorgó la autorización de fs. 69 bajo
intimidación, tal hesitación se disipa por completo al confrontarnos con el
pliego de posiciones presentado por los demandados a fs. 1394. Allí los
encartados reconocen, sin subterfugios ni medias tintas, no sólo que el actor
"sufrió amenazas por parte de Carlos Alberto Villagrán" (ver posición 13),
sino incluso que éste cobró "indebidamente" el dinero (ver posición 15) y -más
aún- que el apelante "intentó impedir" que el que aparecería como autorizado
cobrara la deuda que los accionados debían afrontar (ver posición 16). Es que
ante tal confesión (art. 411, segundo párrafo, del ritual), aparece admitido
el vicio del consentimiento sufrido por Ymaz; vicio que es una directa
consecuencia de las "amenazas" de Villagrán (posición 13), ya que justamente a
raíz que el acto impugnado no constituye una expresión genuina de la libertad
del actor, es que éste trató de "impedir" el pago al autorizado (posición 16)
pues, de concretarse, el cobro hubiese sido efectuado "indebidamente"
(posición 15).
Ahora bien, tal como se viene desarrollando el presente voto, es hora que
se valore -tal como fue ya anticipado- cuál ha sido el obrar de los
demandados. Al respecto diré que el análisis de las constancias del juicio no
permite afirmar que medió en el caso el dolo de los emplazados para perjudicar
al actor. Para decirlo más claramente, no se puede tener por probado que los
deudores "negociaron" con el autorizado y su grupo -con relevantes
antecedentes penales- un determinado precio para que se extendiera un recibo
por el total del crédito reclamado; por supuesto entregando una suma menor.
Como lo dice el juez de instrucción, ésa fue la postura que sostuvo el
querellante (aquí actor) en el curso de la investigación. Es que, a pesar de
la declaración de uno de los integrantes del grupo encargado de la gestión de
cobranza (nada menos el que recibió materialmente el dinero de los demandados)
-Oscar Manuel Villar- que afirmó que ellos sólo cobraron la comisión y no el
total del crédito (ver fs. 897 y 897 vta. de la causa penal)- y de la
efectuada por el hijo del difunto Villagrán orientada en el mismo sentido (ver
fs. 329/332), lo cierto es que la instrucción no halló asidero probatorio a
aquella articulación de la querella a mérito que se contradecía con otros
elementos probatorios (ver la resolución en los autos represivos a fs.
808/819).
Como quiera que sea, aunque demos por supuesto -dejando a salvo todas las
vacilaciones que la causa genera- que los encartados efectuaron el pago total
a Villagrán, lo que cabe decidir es si han pagado bien; esto es, si su pago ha
sido eficaz para cancelar el crédito. En esa dirección, se torna necesario
determinar si a los demandados corresponde encuadrarlos en el ámbito del art.
942 del Código Civil o, en su defecto, en la órbita del art. 943 del mismo
ordenamiento. Y es aquí donde de nuevo el pliego de posiciones de fs. 1394 nos
vuelve a sanjar el dilema, pues a tenor de él es por demás evidente que los
deudores y aquí demandados están encasillados en la previsión del art. 942 de
la ley civil en tanto eran sabedores de la violencia moral impuesta en la
persona del actor (ver posiciones 13, 15 y 16).
Así las cosas, a la luz de las precedentes consideraciones, no adhiero al
criterio del judicante de la anterior instancia cuando sostiene que ante los
encartados "Carlos Alberto Villagrán era el verdadero representante del actor
a tenor del instrumento del 21 de diciembre de 1999" (ver fs. 1615 vta.,
cuarto párrafo). Y discrepo con este enfoque porque mal puede ser para los
deudores el citado Villagrán el "verdadero representante" de Ymaz cuando
confiesan que el actor sufrió amenazas, que éste quería impedir la cobranza
por aquél y, en fin, que la percepción por el autorizado era indebida
(posiciones 13, 16 y 15, respectivamente).
En la misma línea de pensamiento, entiendo inaudible la defensa ensayada
por los emplazados a fs. 267 vta./268 de su contestación de demanda. En
efecto, si bien no se discute que en nuestro caso se está ante un acto
anulable y, como tal, se ha de reputar válido mientras su nulidad no sea
decretada (ver arts. 1045 y 1046 del Código Civil), tal aserto no implica que
necesariamente se reputarán válidos todos los actos que hayan sido la
consecuencia de aquél y que fueran practicados antes de la sentencia que
decreta la nulidad (en el caso, el pago que se desprende de la constancia de
fs. 70 vta.). Es que, aunque se comparta la posición de Llambías -de la que se
valen los apelados- la solución no ha de variar porque este autor es claro al
postular que la estimación de validez de los actos (por haber tenido lugar
antes de la anulación) está sujeta a una plataforma fundamental ausente en los
presentes actuados; esto es, que quienes ejecutaron el acto (en nuestro caso,
el pago de fs. 70 vta.) en función de ese otro que luego se decreta su nulidad
(la autorización de fs. 69), "podían confiar en la regularidad de su título
puesto que por entonces la misma ley lo consideraba correcto y regular" (ver
Llambías, Jorge Joaquín, "Tratado de Derecho Civil. Parte General", t. II, p.
611, N° 1970, 5° edición, Buenos Aires, editorial Perrot, 1973).
Siguiendo la precedente directiva, desde luego que los encartados
razonablemente " no podían confiar en la regularidad" de la autorización de
fs. 69. Ello es así a tenor de las siguientes circunstancias: a) porque nada
menos que el propio letrado apoderado del co-demandado Peisajovich -el Dr. S.
A. R.- advirtió que la documentación que obraba en su poder en relación al
presente asunto era "notablemente contradictoria", pues -declara- "Juan Manuel
Ymaz envía una carta documento a sus clientes (los aquí demandados) ... y deja
constancia que la única forma de instrumento de pago ...deberá ser saldada por
un cheque a la orden de Juan Manuel Ymaz" y luego, cuando observa la
autorización de fs. 69, "le sorprendió nuevamente ya que era contradictorio
con la carta documento enviada por Juan Manuel Ymaz que decía que solamente
debía pagarse con cheque a la orden del mismo" (ver fs. 137, 137 vta. y 138 de
la causa penal); b) porque, como ya fue destacado, jamás se podía confiar "en
la regularidad del título" cuando se tenía conocimiento de las "amenazas"
ejercidas por el autorizado sobre el autorizante; se sabía que éste trataba de
impedir que aquél percibiera efectivamente; y que -concretado en suma el pago
a Villagrán- se estaría ante un supuesto de cobro efectuado "indebidamente"
(ver posiciones 13, 16 y 15, respectivamente, del pliego de fs. 1394).
En resumidas cuentas, el pago efectuado por los demandados conforme a la
constancia que en copia corre agregado a fs. 70 vta., no puede ser considerado
de buena fe, pues con toda precisión señala nuestra ley que "no podrá alegarse
... la ignorancia del verdadero estado de las cosas" cuando "proviene de una
negligencia culpable" (art. 929 del Cód. Civil). Por supuesto que también cabe
aplicar a la especie las previsiones de los arts. 512, 902 y concordantes del
mismo cuerpo legal, ya que los accionados han omitido -al efectuar el pagolas diligencias necesarias requeridas por la naturaleza de la obligación, de
lo que se sigue que no obraron con prudencia y pleno conocimiento de las
cosas.
Soy de la opinión, en efecto, que al recibir los demandados comunicaciones
del actor (directas o indirectas) que eran sucesivamente contradictorias, a lo
que se agrega que tenían conocimiento que éste padecía amenazas de Villagrán;
constándoles incluso -por si lo ya señalado fuera poco- que el Sr. Ymaz quería
impedir que el autorizado percibiera su acreencia, una diligencia elemental
indicaba que los deudores no podían limitarse solamente -sobre todo ante un
pago de envergadura- a mantener dos o tres meras comunicaciones telefónicas,
como las que dice haber realizado el Dr. R. a la Escribana S. y al padre del
actor (ver fs. 138 de los autos represivos). Parece evidente que, ante tal
estado de cosas, se tornaba imperioso adoptar mayores recaudos; como podría
haber sido la consignación judicial de lo adeudado (ante la duda, si no se
pudiere dar con el acreedor en persona), o bien exigir que el actor les
ratificara por algún medio las facultades para percibir conferidas a
Villagrán; en particular teniendo en cuenta que la última comunicación directa
que los demandados habían tenido del acreedor fue la carta documento de fs.
65, mediante la cual claramente se indicaba que el pago sólo debía concretarse
mediante un cheque a su nombre. No olvidemos, insisto, que los deudores eran
sabedores de la intimidación que estaba padeciendo el actor en manos de
Villagrán (ver art. 942 del Cód. Civil); por lo que -aún descartando el dolo
en el obrar- se nos presenta como insostenible la conducta desplegada por los
emplazados en la emergencia.
Me permito resaltar que la conclusión a la que arribo -que sella la suerte
favorable del recurso- no es sólo el resultado de una valoración emergente de
la aplicación de las reglas de la sana crítica (art. 386 del CPCCN); análisis
en el que sin hesitación juega siempre un cierto margen de discrecionalidad en
el juzgador. La cuestión en la especie va todavía más allá porque en el caso
ha de desempeñar un rol central en la decisión el pliego de posiciones de fs.
1394 a la luz de lo preceptuado por el art. 411, segundo párrafo, del ritual;
norma a la que cabe asignarle un valor superlativo dada su singular
trascendencia.
Es que no es materia de discusión que la posición importa para el ponente
una confesión; vale decir, el reconocimiento irreversible de la veracidad del
hecho que afirma, el que se considera aceptado; de manera que -como diría
Carnelutti- comporta el abandono de la discusión. En tal inteligencia, el
citado art. 411, segundo párrafo, del Código Procesal, no sería ya una norma
de interpretación, sino más bien un precepto imperativo que rige el modo de
proceder en justicia; y del cual emerge la carga de poner posiciones de un
modo coherente con la propia volición jurídica y de aceptar el efecto de lo
afirmado en ellas (ver Carnelutti, Francesco, "La prueba civil", p. 247, N°
XXX, ed. Depalma, Buenos Aires, 1979; Colombo, Carlos J., "Código Procesal
Civil y Comercial de la Nación", t. I, p. 654, ed. Abeledo-Perrot, Buenos
Aires, 1975; Fenochietto, Carlos Eduardo y Arazi, Roland, "Código Procesal
Civil y Comercial de la Nación", t. 2, p. 408, ed. Astrea, Buenos Aires, 1993;
Falcón, Enrique M., "Comentario al Código Procesal Civil y Comercial de la
Nación", t. I, p. 696, ed. Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1998; Kielmanovich,
Jorge L., "Código Procesal Civil y Comercial de la Nación", t. I, p. 777, ed.
Lexis Nexis, Buenos Aires, 2006; Alvarez Juliá, Luis y Goldfeld, Agustín
Guido, "Código de Procedimiento Civil y Comercial anotado con jurisprudencia",
p. 296/297, ed. Errepar, Buenos Aires, 2005).
III. c). Las otras quejas del apelante
Lo hasta aquí explicitado me exime de volcar al presente pronunciamiento
los análisis referidos a las restantes quejas del recurrente, como ser la
invocada gestión de negocios, la hipotética nulidad de la autorización de fs.
69 porque no se elevó a escritura pública, la falta de legalización de la
firma de la escribana, la supuesta falta de coincidencia entre los distintos
instrumentos otorgados y, en fin, que el pago se efectuó a un "tercero" que no
era Villgarán. De todos modos he de decir que, aún dando por supuesta las
buenas intenciones que animaron la presentación del exagerado y repetitivo
libelo de fs. 1637/1682, todas esas articulaciones no son más que planteos
inconducentes que, es de lamentar, no han provocado otra cosa que distraer
inútilmente la atención del Tribunal.
IV. Las costas
La particularidad de estas actuaciones y lo harto complejo de las
cuestiones de hecho involucradas, me persuaden que en este específico caso se
ajusta a un criterio de equidad distribuir las costas en el orden causado, lo
que así he de proponer a mis colegas (art. 68, segunda parte, del CPCCN).
V. Conclusión Por
todas las consideraciones fácticas y
jurídicas
precedentemente desplegadas, propongo al Acuerdo: a) revocar la sentencia de
fs. 1605/1618; b) declarar la nulidad de la denominada autorización de
cobranza que en fotocopia corre agregada a fs. 69/70 y, en consecuencia, la
ineficacia del pago que da cuenta el recibo fotocopiado a fs. 70 vta.; c)
condenar a los demandados a pagar al actor -dentro del plazo de diez días y
bajo apercibimiento de ejecución- la cantidad de U$S 125.475, con más los
intereses convenidos en el instrumento que en copia luce a fs. 55/58; d)
aplicar las costas de ambas instancias en el orden causado.
Los doctores Ramos Feijóo y Sansó, por análogas razones a las aducidas por
el doctor Mizrahi, votaron en el mismo sentido a la cuestión propuesta.
Por lo que resulta de la votación que instruye el Acuerdo que antecede, se
revoca la sentencia de fs. 1605/1618; se declara la nulidad de la denominada
autorización de cobranza y la ineficacia del pago que da cuenta el recibo
fotocopiado a fs. 70 vta; condenando a los demandados a pagar al actor la
cantidad de U$S 125.475 con más los intereses convenidos en el instrumento que
en copia luce a fs. 55/58. Con las costas de ambas instancias en el orden
causado. — Mauricio Luis Mizrahi. — Claudio Ramos Feijóo. — Gerónimo Sansó.
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