2.9. Los fines discursivos y los procesos de interpretación En todas nuestras actividades cotidianas estamos expuestos a una gran multitud de señales, demasiadas para poder reaccionar ante cada una de ellas. Antes incluso de decidir si tomamos parte en la interacción, necesitamos ser capaces de inferir, aunque sea de forma muy general, sobre qué trata la interacción y qué se espera de nosotros (Calsamiglia,1999: 183) Para que haya comunicación es preciso que exista una transacción de información entre una fuente y un destino, en un contexto determinado y concreto. Pero el problema que se nos plantea es de qué manera manifiesta sus intenciones quien emite un enunciado y de qué manera interpreta esas intenciones quien recibe ese enunciado. Desde una manera discursiva, la comunicación se entiende como un proceso de interpretación de intenciones. Esto podría especificarse según la siguiente paráfrasis: Usted me dice algo, con una intención. Entonces, a partir de lo que usted me dice, yo intento averiguar, con el mínimo coste de procesamiento, qué me quiere decir, al decirme eso de esa manera y sobre esa interpretación, realizada a través de un proceso de inferencias, basadas en mi conocimiento previo sobre usted, sobre sus valores, sobre la situación, sobre el mundo, sobre el código y la variedad que utiliza, y en los indicios contextualizadores que me proporcionan sus palabras, partiendo de las formas verbales y no verbales que ha elegido para comunicarse conmigo, sabiendo —o creyendo saber— lo que usted sabe sobre mí, sobre mis valores, sobre la situación, sobre el mundo, sobre el código y la variedad que utilizo, sobre lo que, tal vez, yo he dicho antes, etc., etc., establezco una hipótesis: ME HA QUERIDO DECIR X. Y, sobre esa hipótesis, elaboro mi respuesta, que será sometida por usted a un proceso similar de interpretación. Etc. Teniendo esto en cuenta, no es de extrañar que se produzcan malentendidos entre las personas. Se producen malentendidos cuando no se activan los conocimientos, o esquemas cognitivos, apropiados. Analicemos el siguiente caso: (CHISTE DEL CLIENTE Y CAMARERO: Cam: ¡Hola, buenos días! Cl: ¡Buenos días! Cam: ¿Qué va a ser? Cl: ¿Yo? Perito agrónomo. Cam: no, que ¿qué le pongo al señor? Cl: Al Señor póngale dos velas. Cam: ¡No! que ¿qué va a tomar, qué quiere beber? Cl: ¡Ah, bueno! ¿qué hay? Cam: Nada, bueno, aquí estamos, echando un rato). Las preguntas y respuestas son posibles, pero la gracia reside en que no son apropiadas, pertinentes en ese contexto, porque esa situación, la localización y los personajes, configuran una escena psicosocial que impone unas restricciones al respecto a lo que se puede decir y a lo que se puede interpretar. Esto nos lleva a la diferencia entre significado gramatical y el sentido o significado discursivo o pragmático. El significado atiende a las reglas del sistema lingüístico, que asignan un valor semántico a un conjunto de signos fónicos o gráficos organizados en unas estructuras determinadas (palabras, frases u oraciones) sin considerar ningún factor extralingüístico (el contexto concreto donde se producen). Si embargo, el sentido (o significado pragmático-discursivo) resulta de la interdependencia de los factores contextuales y las formas lingüísticas; exige tomar en consideración el mundo de quien emite el enunciado y el mundo de quien lo interpreta, sus conocimientos previos y compartidos, sus intenciones, todo aquello que se activa en el intercambio comunicativo, así como el resto de dimensiones del contexto empírico en que se produce. TRANSPARENCIA: ESCANDELL (1993: 38) Es evidente que tenemos que plantear la diferencia entre significado explícito y significado implícito, la relación entre lo que se dice y lo que no se dice pero se quiere dar a entender o se entiende (la diferencia entre decir, querer decir y decir sin querer). La comunicación es una acción entre dos o más personas, el sentido se crea entre quienes participan en esa actividad. Pero no siempre (casi nunca), decimos las cosas de forma directa, explícita, ya que eso sería antieconómico y fastidioso. Lo que hacemos es confiar en el conocimiento compartido, haciendo cálculos (no siempre de forma consciente) sobre cuáles son las parcelas de nuestra experiencia compartidas por nuestros interlocutores. El concepto de “inferencia” es clave, ya que con él se alude a todos los procesos mentales que se realizan para llegar a interpretar los mensajes que recibimos: “Este término denota los procesos a través de los cuales las personas llegan a interpretaciones situadas o ligadas al contexto sobre qué se pretende en cada momento durante una interacción, interpretaciones sobre las que se construyen sus respuestas […]. Tenemos que conocer la gramática y la semántica para reconocer los mensajes como interpretables en primer lugar y para asignarles una serie de posibles interpretaciones. Pero para entender lo que los hablantes realmente quieren conseguir con sus mensajes, tenemos que realizar asunciones sobre sus experiencias pasadas, sus motivos generales, el hilo del argumento que están planteando y cosas similares. Esas asunciones se derivan, parcialmente, del conocimiento previo, extralingüístico, pero, en gran medida, se comunican en el curso de la misma interacción” (Gumperz, 1978, 395). Así pues, tanto en la producción como en la interpretación de los enunciados confiamos en un conjunto de factores verbales y no verbales que hemos de tener en cuenta a la hora de manifestar las intenciones y de descubrir el significado de las palabras dichas. 2.9.1. Las finalidades Calsamiglia (1999: 187-190). El discurso siempre tiene un propósito (a menudo más de uno), si bien el grado de control que la conciencia ejerce sobre la producción de los enunciados y sobre la manifestación o la ocultación de nuestras intenciones es muy variable (a veces las palabras “nos traicionan”, enunciados emitidos sin control de la conciencia, los llamados lapsus linguae). Las finalidades del habla o de la escritura pueden ser muy diferentes: pasar el rato, tomar decisiones, conquistar los favores de alguien, conseguir trabajo, romper una relación, etc., e incluso un mensaje puede ser portador de varias finalidades a la vez. Las personas hemos hecho del lenguaje, de su uso, un instrumento privilegiado para conducirnos en la vida cotidiana. Hymes (1972) propone distinguir, en primer lugar, entre las “metas” y los “productos” y, en segundo lugar, entre lo que pueden considerarse finalidades “globales”, sociales o institucionales de un evento y lo que serían las finalidades “particulares”. LAS METAS Y LOS PRODUCTOS Al iniciar un intercambio comunicativo perseguimos una o varias metas, pero para que el intercambio se desarrolle con éxito, nuestras metas y las de las personas con quienes nos comunicamos tienen que coincidir o ser, al menos, compatibles. Pero muchas veces, lo que finalmente conseguimos con la interacción (los productos) es bastante diferente a lo que en un principio esperábamos. Esto es así porque cuando comprobamos las diferencias entre las finalidades y otras establecemos una negociación (implícita o explícita) que puede tener varios resultados: se llega a un acuerdo o se imponen los objetivos de un interlocutor. Ocurre, además, que no siempre manifestamos nuestras metas de forma clara. Unas veces, porque ni siquiera somos conscientes de cuáles son; otras porque por cortesía es adecuado manifestarlas de forma indirecta; otras, en fin, porque simplemente queremos ocultarlas. Así pues, en la interacción discursiva parece como si estuviéramos siempre en peligro de errar nuestras interpretaciones sobre las intenciones de los demás o en peligro de que se malinterpreten las nuestras. LAS FINALIDADES GLOBALES Y PARTICULARES En el seno de un grupo cultural o de una sociedad dada se asocian unas finalidades globales concretas a determinados intercambios o eventos comunicativos (las finalidades “institucionales” de un interrogatorio policial serían obtener la verdad y descubrir al culpable; las de una visita médica serían sanar a la persona enferma; las de una lección enseñar y aprender...). Sin embargo, tras estas finalidades globales, de carácter social, pueden darse, o esconderse otras de carácter particular. En algunos casos pueden estar subordinadas a las globales (un policía interroga a un testigo, y lo que pretende, en primer lugar, es ganarse su confianza) o ser totalmente diferentes, incluso opuestas (el policía cuya meta es conseguir un ascenso o esconder su propio delito, o el médico cuya meta es la de ganar mucho dinero lo antes posible). 2.9.2. Los contenidos implícitos y su interpretación LAS PRESUPOSICIONES Y EL CONOCIMIENTO COMPARTIDO La gramática formal se ha ocupado de la presuposición desde la perspectiva de la semántica lógica para referirse a un tipo de información que si bien no está explícitamente dicha, se desprende necesariamente del significado de las palabras enunciadas. Desde el análisis del discurso interesa muy especialmente otro tipo de presuposición que escapa al análisis estrictamente lógico, ya que se basa en el conocimiento previo que se da por supuesto y compartido por las personas que participan en un acto de comunicación oral. Este tipo de presuposición es el que se conoce como presuposición pragmática (Levinson, 1983), puesto que depende de factores contextuales (relación entre los participantes, situación, marcos cognitivos compartidos, etc.) e incluye el conocimiento del mundo, lo que algunos autores han llamado el conocimiento o saber enciclopédico. Cuando hablamos no lo decimos todo, ya que partimos de que quien nos escucha tiene una serie de conocimientos que no debemos incluir en nuestros enunciados. No obstante, estas presuposiciones pueden no ser adecuadas y llevarnos a interpretaciones erróneas o directamente a la pura y simple incomprensión. LA INTENCIONALIDAD DE LOS ACTOS DE HABLA Una de las perspectivas fundamentales de la pragmática que con más éxito se han ocupado de estudiar los problemas de la manifestación de las intenciones es la que se conoce como la teoría de los actos de habla (Austin, 1962, Cómo hacer cosas con palabras, Searle, 1964, 1969). En una primera época, Austin distinguió entre enunciados constatativos (constatatives) y enunciados realizativos (performatives). Los primeros son los que utilizamos para describir el mundo: Hace frío. Carlos es alto. La película es muy interesante. A estos podemos otorgarles un valor de verdad o falsedad. Los enunciados realizativos no describen el estado del mundo, sino que lo transforman (“el acto de expresar la oración es realizar una acción”), por lo que no se puede afirmar de ellos si son verdaderos o falsos, sino si tienen éxito o fracasan: Sí, juro (en el curso de la ceremonia de asunción de un cargo). Bautizo este barco... Lego mi reloj a mi hermano (cláusula de un testamento). Te apuesto... El éxito o fracaso de esos enunciados depende de que se cumplan o no unas condiciones de éxito (de fortuna o felicidad: felicity conditions), tales como que quien diga esas palabras sea la persona adecuada, que lo diga en el momento y lugar adecuados, a las personas adecuadas y con sinceridad. Si esto ocurre, se habrá hecho algo al pronunciar esas palabras. Poco después, Austin desarrolla su teoría, y la extiende a todo tipo de enunciados. Plantea que siempre que emitimos un enunciado estamos haciendo algo que cambia el estado de las cosas (si aseveramos algo nos comprometemos con la verdad de aquello que decimos). Por lo tanto, las palabras, además de su significado referencial, literal, constituyen una forma de acción intencional cuando son pronunciadas en la interacción. Siguiendo las aportaciones de Austin, Searle (1976) propone una tipología de los actos de habla: 1. Asertivos: afirmar, anunciar, predecir, insistir... 2. Directivos: preguntar, pedir, prohibir, recomendar, exigir, encargar, ordenar... 3. Compromisorios: ofrecer, prometer, jurar... 4. Expresivos: pedir perdón, perdonar, agradecer, felicitar... 5. Declarativos: sentenciar, bautizar, vetar, declarar la guerra, levantar la sesión, cesar... En esta teoría de los actos de habla se plantea que, de hecho, al emitir un enunciado se producen tres actos: 1. El acto locutivo (locutionary): la misma emisión con su significado referencial, literal, es decir, su contenido derivado de las reglas gramaticales. 2. El acto ilocutivo (ilocutionary): lo que se hace al emitir ese enunciado, gracias a la fuerza (la fuerza ilocutiva) que asigna un valor de acción intencional (prometer, ordenar, predecir, etc.) a las palabras emitidas. 3. El acto perlocutivo (perlocutionary): el efecto (verbal o no verbal) que ese enunciado produce la audiencia. Ejemplo: A: [dirigiéndose a B] te pido que friegues los platos. B: [levantándose y yendo a la cocina] voy a fregarlos. Acto locutivo: “te pido que friegues los platos”, oración que podemos analizar con un significado referencial de petición de algo (coincide con el acto ilocutivo). Acto ilocutivo: petición. Acto perlocutivo: B se levanta y cumple la petición. A: hay platos en el fregadero. B: [se levanta y va a fregar]. Acto locutivo: oración enunciativa afirmativa. Acto ilocutivo: mandato y/o reproche, algo así como “aún no has fregado y te toca a ti”. Acto perlocutivo: B cumple el mandato. Lo que este segundo ejemplo muestra es la existencia de los actos de habla indirectos, en los que el significado literal del acto locutivo hay que sumar un significado añadido a través de la fuerza ilocutiva. Una característica de estos actos de habla indirectos es que son convencionales, es decir, en el seno de una comunidad de hablantes se asocia la expresión indirecta con la fuerza ilocutiva. Críticas a esta teoría de los actos de habla (Levinson, 1983): -A pesar de las advertencias del propio Austin, los desarrollos de la teoría se han centrado únicamente en la intención de quien emite un mensaje, tomando y presentando como ejemplos oraciones aisladas o brevísimos diálogos de dos intervenciones. No se ha tenido en cuenta que el verdadero sentido de los enunciados hay que analizarlo desde una perspectiva secuencial, tomando en consideración el lugar que ocupa ese enunciado en la interacción real, viendo lo que ha sucedido antes y lo que sucede después, y analizando la manera en que los interactuantes van negociando el sentido de forma local y situada. -Se ha cuestionado la división entre actos de habla directos e indirectos, ya que si se observa de forma empírica lo que ocurre en la comunicación, se descubre que lo más común es el empleo de formas indirectas. Los motivos son variados, y tienen que ver, por una parte, con los hábitos socioculturales de comportamiento comunicativo (imagen, territorio, distancia social, relaciones de poder), y por otra, con la manera en que todos esos factores se activan concretamente en un intercambio determinado. EL PRINCIPIO DE COOPERACIÓN La teoría del principio de cooperación (Grice, 1975) supone un importante paso adelante, ya que sitúa el problema del sentido de los enunciados en la conversación. Pretende ofrecer una explicación a la manera en que se producen cierto tipo de inferencias basadas en formas de enunciados no convencionales sobre lo que no está dicho pero que, sin embargo, se quiere comunicar. Al decir “no convencionales” nos referimos a que su sentido depende de los factores contextuales en que se produce esa expresión, así como en el curso mismo de la conversación en que se inscriben. Para que una conversación se lleve a cabo con relativo éxito es necesario que quienes participen en ella cooperen, es decir, que a lo largo de la interacción esas personas deben ir actuando de la manera que se supone apropiada para los fines que se pretenden con esa conversación. Es lo que se conoce como “principio de cooperación”: “haga usted su contribución a la conversación tal como lo exige, en el estadio en que tenga lugar, el propósito o la dirección del intercambio que usted sostenga” (Grice, 1975: 516). Este principio se basa en cuatro máximas que Grice entiende no como normas morales, sino como principios razonables o racionales en los que solemos confiar para funcionar con relativa tranquilidad en nuestra vida cotidiana: A) Máxima de cantidad: 1. Haga usted que su contribución sea tan informativa como sea necesario (teniendo en cuanta los objetivos de la conversación). 2. No haga usted que su contribución resulte más informativa de lo necesario. B) Máxima de cualidad: 1. No diga usted lo que crea que es falso. 2. No diga usted aquello de lo cual carezca de pruebas adecuadas. C) Máxima de relación: Sea pertinente (vaya al grano). D) Máxima de manera: 1. Evite ser oscuro al expresarse. 2. Evite ser ambiguo al expresarse. 3. Sea escueto (y evite innecesariamente prolijo). 4. Proceda usted con orden. Evidentemente, no siempre observamos todas las máximas; a menudo transgredimos o violamos una o varias de ellas por diversos motivos (queremos engañar a alguien, no calculamos lo que saben nuestros interlocutores...). De todos modos, interesa especialmente un tipo de situaciones en las que se transgrede una máxima pero no se deja de cooperar. En estos casos, quien transgrede la máxima tiene la intención de quien lo escucha lo descubra, y ese descubrimiento funcione como un interruptor que desencadene un tipo especial de inferencia (la implicatura) que no está basada en un enunciado al que le asignamos convencionalmente un sentido añadido, sino que ese significado “no dicho” depende del momento en que se produce. Por eso se llama a estas inferencias “implicaturas conversacionales no convencionales”. EJEMPLOS: 1. Transgresión de la máxima cualidad: (Un profesor y un alumno) Alumno: Profe ¿las ballenas tienen alas? Profesor: Sí, y hacen nidos en los árboles. A través de la ironía, el profesor quiere que el alumno entienda que dice “no”. 2. Transgresión de la máxima de relación: (Dos compañeras de clase) A. ¿Me dejas los apuntes del viernes? B. Estaba enferma. Aquí, B responde algo que parece no venir a cuento, pero espera que A haga la implicatura necesaria (no acudió ese día a clase por encontrarse enferma). 3. Transgresión de la máxima de manera: (Un padre y una madre, paseando con sus hijos) P. Compremos algo para los niños. M. De acuerdo, pero nada de hache, e, ele, a de, o, se. La madre es “oscura” en su expresión, pero pretende que el padre entienda que ni se le ocurra proponer helados. 4. Transgresión de la máxima de cantidad: Respuesta de un entrenador de fútbol a la pregunta por lo que puede pasar en el próximo partido. E. Fútbol es fútbol. Es una tautología, con la que espera que la audiencia implique lo que en la ocasión resulte adecuado. EL PRINCIPIO DE RELEVANCIA O PERTINENCIA Sperber y Wilson (1986) proponen la teoría de la relevancia o pertinencia, una de las de más éxito actualmente dentro de la perspectiva pragmática. Parten de Grice, que intenta ayudar a entender cómo funciona el mecanismo de la conversación, y pretenden presentar una explicación sobre cómo funcionan los mecanismos cognitivos en la emisión, y sobre todo, en la interpretación de los enunciados. Para ellos, la pertinencia o relevancia tiene una transcendencia mucho mayor que la que le daba Grice al considerarla una de las máximas (la de relación). Ellos opinan que es el principio general que guía tanto las formulaciones de los hablantes como las interpretaciones de los oyentes. Los seres humanos están equipados cognitivamente para interpretar enunciados a partir de cadenas de inferencias. Cuando alguien oye un enunciado ambiguo, por ejemplo, su mente no busca todas las interpretaciones posibles, para luego decidir cuál de ellas puede ser la más apropiada, dada la situación en que se produce el enunciado, sino que busca la más accesible con el mínimo coste de procesamiento, porque considera que quien ha producido ese enunciado lo ha hecho pensando que su interpretación se realizará de esa manera. Quien habla ha de ser pertinente, decir algo que venga al caso y que sea de interés, para que quien escucha reconozca que el enunciado es relevante y desencadene un proceso de inferencia para conseguir, con el mínimo esfuerzo posible, efectos contextuales amplios. Así se explica que, cuando se transgrede una máxima, se hace, precisamente, porque se considera que de esa manera se es más relevante, es decir, se produce un enunciado que será interpretado con el mínimo coste de procesamiento, ya que se apela a un contexto cognitivo compartido. Así, los ejemplos analizados anteriormente se analizan, desde el punto de vista de esta teoría, como pertinentes y relevantes, dados los datos contextuales en que se producen, ya que permiten ser interpretados fácilmente y con efectos contextuales que compensan el esfuerzo de interpretación. Un enunciado no será relevante si incluye información tan nueva que no se tienen datos que permitan interpretarla o si se incluye información conocida y no aporta nada, dado el contexto en que se produce. Los malentendidos y las incomprensiones se producen debido a un error de cálculo entre lo que supone quien habla que sabe quien le escucha y lo que realmente sabe quien le escucha. 2.9.3. La trasgresión de las normas Como toda acción social, la comunicación está necesariamente regulada por un conjunto de normas, máximas o principios que permiten el funcionamiento relativamente eficaz de los intercambios entre las personas. Ahora bien, esas normas tienen unas características muy diferentes a, por ejemplo, las reglas gramaticales. Si una regla de la gramática se transgrede, se obtiene una secuencia agramatical, algo que no pertenece a la lengua en cuestión (* “el mesa son grande”). Sin embargo, las normas que regulan la comunicación humana hay que entenderlas como tendencias habituales de comportamiento, como principios que se negocian, se pueden transgredir y pueden cambiar. Esas normas, por otro lado, dependen de cada cultura, e incluso varían de un grupo a otro. Además, lo apropiado o adecuado varía de una situación a otra. Las normas se manifiestan como un conjunto de habilidades que se adquieren a través de la participación en múltiples y diversas situaciones que permiten desarrollar la competencia comunicativa. Ese conjunto de estrategias y saberes hacen posible actuar de manera comunicativamente eficaz y apropiada, produciendo enunciados adecuadamente encaminados a la obtención de nuestras metas. Es necesario recalcar la complejidad que subyace a los comportamientos comunicativos aparentemente más rutinarios y cotidianos (existe una anécdota de un estudiante de sicología que se comporta en casa con demasiada amabilidad y lo toman por loco). Por otro lado, también resulta necesario señalar la estrecha relación entre las normas y la identidad sociocultural y la ideología de las personas. Dichas normas pueden transgredirse, y no sólo para provocar inferencias como hemos dicho, sino también por desconocimiento, porque se está actuando en un entorno que se desconoce (miedo a meter la pata en entornos no habituales) o porque se pertenece a un grupo distinto. De igual modo, las normas también se pueden transgredir como forma de resistencia o de ataque, como una manera de construir una identidad social diferente a la que se impone (jerga de los adolescentes o de los jóvenes). LOS DELITOS DISCURSIVOS En cada sociedad hay creencias respecto a lo que es el buen uso de una lengua y respecto a lo que son usos desviados o vicios lingüísticos, y que generan desde la actividad de organismos reguladores (Academias) hasta las creencias de la gente de la calle (habla bien o habla mal). La actividad discursiva es algo que forma parte de la vida de las personas de una manera esencial, e incluso existen verdaderas sanciones sociales (legales o religiosas) que tienen como objetivo determinados usos lingüísticos: -La difamación. -La injuria. -Las escuchas ilegales. -Los insultos. -El perjurio. En otros casos son las creencias religiosas las que sancionan como tabú o pecado: -La blasfemia. -Los juramentos. -Las malas palabras. -Las mentiras. -Nombrar a determinadas personas (vivas o muertas). Además, existe una serie de comportamientos discursivos que son considerados negativos o de mal gusto, desde el punto de vista social, en determinadas situaciones o en determinados períodos sociopolíticos: -Hablar de temas sexuales. -Hablar de temas escatológicos. -Determinados temas políticos. -Faltar a la palabra. -La manipulación. -La demagogia. -La impertinencia. -La mentira. LA INCOMPRENSIÓN, LOS MALENTENDIDOS Y EL HUMOR La comunicación es un proceso que no siempre se desarrolla de manera exitosa. Como fracasos tenemos la incomprensión y los malentendidos. Por otro lado, el humor utiliza en muchas ocasiones esas posibilidades de disfunción comunicativa para convertirlas en juegos que las personas reconocemos y que provocan hilaridad. -La incomprensión: se produce cuando no se tiene el necesario conocimiento para anclar o agarrar la información recibida y no se entiende nada o sólo se entiende una parte (por ejemplo en las aulas, en el proceso de enseñanza y aprendizaje). En otros casos, la incomprensión tiene que ver con problemas de organización de la memoria. Algo típico de la incomprensión es que se suele tener consciencia de que algo no va bien, de que no se capta nada o parte de lo que se escucha. En este caso se pueden pedir más explicaciones. -El malentendido: es otro caso, más peligroso, de disfunción comunicativa. Se produce cuando se realiza una hipótesis interpretativa que no se corresponde con las intenciones de quien ha producido el enunciado, y como consecuencia, se entiende otra cosa. Suelen ser fuente de conflicto, ya que quienes los protagonizan pueden achacarse mala fe o malas intenciones. La causa fundamental es que quienes participan en una interacción acuden a marcos, esquemas o guiones total o parcialmente diferentes. Puede suceder cuando se pertenece a culturas o subculturas distintas. Desde un punto de vista externo, se suelen identificar los grupos por factores como el sexo, la profesión, el origen geográfico o étnico, la edad, etcétera, pero cuando se observan desde dentro, vemos que los usos lingüísticos son determinantes en la constitución y el mantenimiento de dicho grupo. Esto significa que los hábitos comunicativos forman parte sustancial de los lazos que estrechan las redes sociales que constituyen las identidades de grupos dentro de una sociedad. EJEMPLOS DE MALENTENDIDOS (En un hotel de la ciudad de México) “No se admite que los niños menores de edad corran en los pasillos del hotel a menos que sean acompañados por una persona adulta” (aquí “correr” significa ‘caminar’). -El humor: muchas veces, el malentendido no acaba en conflicto, sino que existen puntos en común entre aquél y el humor. Éste existe, en general, cuando sucede algo inesperado que produce un efecto divertido. Podríamos diferenciar entre lo no intencional (cómico) y lo intencional (humorístico). EJEMPLOS DE COMICIDAD NO PRETENDIDA Declaraciones de conductores tras un accidente a la compañía de seguros: 1. Volviendo al hogar, me metí en la casa que no es, y choqué contra el árbol que no tengo. 2. El otro coche chocó contra el mío, sin previo aviso de sus intenciones. 3. Creía que el cristal de la ventanilla estaba bajado, pero me di cuenta que estaba subido cuando saqué la cabeza a través de ella. 4. Choqué contra un camión estacionado, que venía en dirección contraria. 5. Un camión retrocedió a través de mis palabras y le dio a mi mujer en la cara. 6. El peatón chocó contra mi coche y después se metió abajo. 7. El tío estaba por toda la calle y tuve que hacer varias maniobras bruscas antes de darle. 8. Saqué el coche del arcén, miré a mi suegra, y me fui de cabeza por el terraplén. 9. Llevaba cuarenta años conduciendo cuando me dormí al volante y tuve el accidente. 10. Un coche invisible que salió de la nada me dio un golpe y desapareció. En todos los casos existe un intento de ser máximamente relevante y decir aquello que mostrará la inocencia de quien lo escribe.