La Luz más aLLá de La irremediabLe

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Jornadas de literatura coreana
Crítica
La luz más
allá de la
irremediable
tristeza
Chang Du-yeong
crítico literario
La narrativa de Choi Eun-mi está repleta de tristeza. En Sueño tan
hermoso, su colección de cuentos, la vida misma es escenario de
agonías trágicas y los días se describen como procesos por los
cuales se aprende a sobrellevar la tristeza. Se producen grandes
tormentas de arena y se arremolinan cortinas de polvo amarillo
que dificultan incluso la respiración; la protagonista cierra los ojos
por un momento, pero entre sueños la persiguen almas muertas
que la atormentan. Sin embargo, aun en medio de la tristeza,
los personajes de la obra sueñan con ballenas que recorren
libremente el océano. En plena agonía de la vida experimentan
el vacío y la desesperación incapaces siquiera de dar un paso
más, pero incluso así la vida es hermosa y en nuestro mundo no
podemos parar ni por un momento de soñar.
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E
n “El invierno tras la ventana” también abunda
la tristeza. El protagonista, varón, tiene un dulce
sueño. Aparece una mujer entre rayos de luz
tan resplandecientes que impiden que pueda dirigirle
directamente la mirada. Lo cautiva de inmediato y, por
un momento, experimenta la felicidad. Poco después,
sin embargo, se despierta de ese sueño. Y se da cuenta
de que, aunque lo había deseado muy ardientemente,
no podía sino admitir que era del todo imposible que se
hiciera realidad. Era un sueño demasiado hermoso y
por eso mismo le parece más triste y más lamentable.
“La mujer, sentada al otro lado del cristal, dirigía la
vista a algún lugar cerca de la cámara. Por la superficie
del cristal, espeso de humedad, se derramaban gotas
de agua. Apoyando su espalda en el asiento, exteriorizaba una mirada como si tuviera la mente en blanco.
Las gotas de agua que se formaban fluyeron cruzándole la frente, la mandíbula y el cuello. En la parte interior
del cristal, herméticamente cerrado, parecía como si
esa mujer estuviera tomándose un respiro después de
un coito o simplemente una persona de paso observando indiferente lo que ocurría afuera.”.
El protagonista, sin hacerse notar, mira de reojo a la
mujer y se sumerge en fantasías eróticas. En ese instante, la mirada que el protagonista le dirige es claramente una indicación de abstención. Pero después, al
tratar a la mujer de la foto como compañera de trabajo, puede comprobarse ese aspecto cuando dice “como
un niño delatado al hacer travesuras, me incomodaba
mirarla a los ojos”.
Aunque el cristal sirve como medio a través del cual
el protagonista puede ver de reojo a la mujer es, al
mismo tiempo, la división que separa el espacio donde
ambos trabajan. El hecho de que el cristal se empañe
y se forme escarcha en su superficie significa que el
interior y el exterior de la ventana están completamente divididos y
que existe una rotunda diferencia de temperatura en ambos lados.
Puede que el objeto de deseo, por ser algo prohibido, sea aún más
tentador. Así como la forma en que mira el protagonista a su cuñada toma un matiz indecente por la relación de parentesco que tienen, de la misma manera, al estar separados por el cristal, se va
aumentando su deseo de acercarse a ella.
Tiene intenciones de acercársele, pero ella, aun siendo objeto
de tan ardiente deseo, le parece un espejismo imposible de palpar. Para llegar hasta donde ella se encuentra, tiene que romper el
cristal que los separa, pero no se atreve a hacerlo.
¿Por qué se habría sumergido en la tristeza sin poder romper
ese cristal? El relato presenta como causa fundamental la tragedia familiar del suicidio de su padre. Aunque lamentablemente hay
poca explicación del motivo por el que su padre tomó un herbicida
para terminar con su vida, a través de los recuerdos del protagonista se transmite ampliamente lo dolorosa que fue la convalecencia de su padre y lo fuerte que fue el golpe psicológico que se produjo en los miembros de la familia. El problema es que esa tristeza
persiste provocando una fuerte influencia y nadie se libra de las
secuelas que produce. Sobre todo, el insoportable tormento de los
picores en las ingles que el protagonista hereda de su padre, aparece como símbolo de la extensión y la profundidad de esa tristeza,
imposible de superar.
Para curarse de los picores en las ingles, se requiere de luz
solar, como los rayos de luz que brillan ampliamente en la sonrisa que brota en la cara de la mujer cuando se coloca hermosas
horquillas tradicionales en el cabello. Y es necesario que llegue el
invierno para que se le aminoren los síntomas. Con la feroz helada
que se ha producido al otro lado de las ventanas del autobús que
la lleva al trabajo, bien podría reducirse drásticamente la temida
reproducción de los hongos. Todo lo que necesita es que llegue el
invierno y brillen rayos de sol, pero en definitiva su ardiente deseo
de conseguir a esa mujer podría interpretarse como el frenético
esfuerzo de superar la tristeza que le viene oprimiendo.
La tristeza no puede superarse fácilmente. Tal como señaló un
médico con respecto a que “el hongo es el ser viviente con mayor
tasa de reproducción del mundo”, de igual manera la tristeza tampoco se supera con facilidad. Aunque tiene la valentía de extender
su mano hacia ella, esta se desliza repetidamente y siempre termina llorando mientras se lamenta. Aun así, esta situación no se
desarrolla en una absoluta desesperación. Al igual que la anotación
que ella deja en la página web de la oficina, la Tierra gira silenciosamente. Por eso mismo, el verano se irá cuando sea oportuno y
llegará el invierno. Puede que entonces sea capaz de superar la
tristeza y resistir a los hongos. Es por eso que este relato habla de
una voluntad incontenible y del esfuerzo por ir más allá de la tristeza, que en última instancia sería la esperanza. (Traducido por Kim Un
Kyung)
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la
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El invierno
tras
Choi Eun-mi
Traducido por Kim Un Kyung, Universidad Nacional de Seúl Ilustraciones de Kim Si-hoon
ventana
Cultura y arte de Corea 63
El invierno
tras
la
ventana
E
ra la mujer de mi primo. Cuando mi primo Gyu la trajo a
casa por primera vez, me hallaba en el patio sacudiendo
la nieve de los neumáticos. Era la tarde del Año Nuevo
Lunar y pensaba partir antes de que la carretera se llenara de coches de regreso a la ciudad. Al recibir la llamada de Gyu diciendo
que vendría para presentar a la mujer con la que iba a casarse, mi
madre se trajo el registro de la lista de abonos en efectivo de la
boda de mi hermana e iba confirmándolos uno por uno. Era un
día en el que brillaba un sol invernal por encima de la nevada que
había estado cayendo por varios días. La luz que reflejaba la nieve iluminaba por doquier, pero en el suelo ya estaba derritiéndose. Sacudía el polvo de nieve contra una piedra del jardín, cuando
escuché la voz de Gyu que decía “¡tía!”.
Levanté la cabeza y, por un súbito resplandor, cerré los ojos.
¿Habría sido durante un segundo o, tal vez, dos? Cuando abrí los
ojos y me adapté a la luz, pude ver a una mujer parada al lado de
Gyu. En medio del patio, se estaba quitando los guantes. Había
sido por los guantes. Un gancho que colgaba en un guante resplandecía al moverse y la luz se reflejaba por todas partes. Por
poco me caí al suelo.
Cogiendo a cada uno la mano, mi madre ofreció a Gyu y a la
chica asientos en el centro del salón. La chica se sentó dejando
cuidadosamente las dos piernas juntas recogidas hacia un lado.
Aunque llevaba medias gruesas, tenía tobillos esbeltos y los
espacios entre los dedos de los pies estaban abruptamente insinuados. Al servirles mi madre un té dulce de canela, la chica
dio dos sorbos consecutivos como si hubiera estado muy tensa
en casa de Gyu, sin siquiera poder tomar un vaso de agua. Aun
así, no había dejado marcas de pintalabios en la taza. Me parecía
tan extraño que examinaba, alternativamente, la taza en la que
había bebido y sus labios, con la duda de si se había maquillado o
le brillaban así los labios de por sí. Luego, me sentí avergonzado
y fijé la vista en Gyu. Tenía una cabellera grasosa que le cubría y
un cutis descuidado. No se habría echado suficiente loción, pues
se le notaban unas marcas blancuzcas formadas al rasurarse.
Después de comentar algo, terminó diciendo que llevaba ya un
mes sin fumar y se echó una carcajada. La chica también se rio
y, a continuación, mi madre terminó también haciéndolo. Se reía,
pero era indudable que no lograba disimular el malestar agrio
que sentía. Diciéndole que la verían en la boda, se despidieron y
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se marcharon. La chica se agachó y se calzó las botas. Sus pies
se introdujeron en unas largas botas. La nieve se había derretido
ya bastante, pero como si hubiera venido deslizándose con pasos
ligeros y sin tocar la tierra, no llevaba ni pizca de polvo de nieve
en los tacones.
¡Una mujer que no deja marcas de barra de labios ni marcas
de tierra!
Esa fue la primera impresión que tuve de mi cuñada. Sería por
eso que no me parecía que fuera de este mundo. Esa era la causa
de que hiciera pésima pareja con Gyu.
-Pero, ¿cómo diablos se las habría arreglado para liarse con
una mujer así?
En mi camino de regreso, en una zona de descanso y de pie
como estaba, me atraganté con un cuenco de fideos de udong.
Unos meses después, en primavera, esos dos se casaron. Me
senté en la entrada del salón de bodas para recolectar los sobres
con contribuciones de dinero para el novio. A los dos años, Gyu
tuvo una hija. Los veía unas dos veces al año. Ella, que era la
esposa de Gyu y madre de una niña, me llamaba “señorito” siempre que me veía. Yo, sin embargo, no pude dirigirme por mucho
tiempo a ella como “esposa de mi primo mayor”.
M
i padre dijo que no podría olvidarse de ese día. A su
lado, mi tío, su hermano menor, sonreía pacíficamente. Gyu arrancaba malas hierbas y yo servía licor.
“Fueron días maravillosos, pues sí que lo fueron”. Dormitaba
con la cabeza apoyada en la ventana del autobús que me llevaba
al trabajo. Al soñar cuando dormitaba, siempre se me aparecía
mi padre. No puedo olvidarme de ese día. Mi padre me perseguía, como si estuviera colgado y revoloteando en la ventana del
autobús al igual que un banderín. Cuando el autobús paraba en
un semáforo, mi madre, sentada en uno de los asientos, agitaba
sus guantes de plástico. Y al volver a coger velocidad el autobús,
mi padre, revoloteando, golpeaba las ventanas con cara ennegrecida. Hacía todo mi esfuerzo para que no se abriera la ventana,
pero me despertaba al rebotarme la cabeza en el cristal. Ese día
también fue así. El autobús se detenía silenciosamente, la gente
cruzaba la calle con pasos precipitados y yo, después de observar
que el asiento delantero cambiaba de ocupante, saqué un periódico de un bolso.
E
ra la fotografía de una mujer sentada más allá del cristal.
Estaba seguro de que no se trataba de mi cuñada. La
niña de Gyu cumpliría ya dos o tres años. Era casi nula
la posibilidad de que mi cuñada, que estaría atada cuidando de la
niña, apareciera en la primera página del periódico.
La mujer, sentada al otro lado del cristal, dirigía la vista a
algún lugar cerca de la cámara. Por la superficie del cristal, espeso de humedad, se derramaban gotas de agua. Apoyando su
espalda en el asiento, exteriorizaba una mirada como si tuviera
la mente en blanco. Las gotas de agua que se formaban fluyeron
cruzándole la frente, la mandíbula y el cuello. En la parte interior
del cristal, herméticamente cerrado, parecía como si esa mujer
estuviera tomándose un respiro después de un coito o simplemente una persona de paso observando indiferente lo que ocurría afuera. La fotografía llevaba debajo la siguiente explicación:
“El invierno tras la ventana”, -en la mañana del día 24 con un
anuncio de advertencia de fuertes nevadas-, una empleada en el
autobús que la lleva al trabajo dirige la mirada más allá, al otro
lado de la ventana empañada. El centro meteorológico ha previsto que desde el día 26 se normalizará la temperatura aminorándose el frío.
Al llegar a la oficina, alguien había colocado la fotografía de la
mujer en el tablero informativo del programa para trabajar en grupo. Abundaban debajo de ella exclamativos comentarios. La mujer
trabajaba en nuestra compañía. Nunca habíamos coincidido en el
mismo departamento, pero conocía su cara y su nombre. Al encontrarnos en el pasillo, habíamos compartido comentarios sobre el
trabajo. Aun así, no se me había ocurrido pensar que era la misma
mujer del periódico. Unas semanas después, al llevarse a cabo un
cambio de personal y coincidir en la misma oficina, me sorprendí
tanto como cuando Gyu se casó realmente con la cuñada.
Ella se sentó en el lado opuesto, con un amplio pasillo en medio. Cuando agachaba la cabeza, podía verse la cinta o el pasador
de su cabello recogido en un moño por encima de la mampara
de separación. Cuando ella miraba el monitor, su entrecejo coincidía casi precisamente con la parte superior de la mampara de
división. Cada vez que entraba en mi campo de mi visión, expresiones como nevada, humedad, por encima, sexo y ser testigo se
amalgamaban todas juntas en mi mente.
Aunque trabajábamos en la misma oficina, raras veces comía-
mos juntos. Ella lo hacía en un comedor interior próximo donde
servían caldos, pero yo me iba afuera con algunos compañeros
varones a comer espesas cazuelas de carne. Aun así, a principios
de cada mes, todos los de la oficina comíamos juntos. Cuando
nos sentábamos en la mesa, ella colocaba la cuchara y los palillos
ante cada uno de nosotros, como si fuera la tarea que le correspondía. A la salida del restaurante, cogía dulces colocados al lado
de la caja y se los repartía a los novatos como si fuera una afectuosa hermana mayor. Eran los mismos novatos que prestaban
atención tan solo a sus teléfonos móviles mientras ella les ponía
delante la cuchara y los palillos.
Para llegar a la oficina, había que caminar mucho subiendo
por una calle de pequeñas tiendas tradicionales y cruzar la calle
principal. Desde principios de enero hasta el Año Nuevo Lunar,
esta calle se llenaba de todo tipo de ornamentos. Se ofrecían
artículos para caballeros como cintas y adornos para sombreros,
pero lo que realmente llamaba la atención eran los productos
para damas. Desde adornos para el pelo, como horquillas y lazos,
hasta complementos y anillos tradicionales de todos los colores
y otros ornamentos para la cabellera, así como las almohadillas
que suelen verse en las telenovelas históricas. De vuelta a la oficina después de comer, los empleados nos deteníamos ante las
tiendas de accesorios para probárnoslos y estallábamos en carcajadas. En concreto, había un adorno con la figura de un pájaro
puesto en la punta del resorte de una fina varita de metal. La primera, la segunda, la tercera y la cuarta semana de enero observé
cómo se probaba ese ornamento en el cabello. Se reía alegremente al probárselo y cuando lo dejaba de nuevo en el mismo lugar se
le desvanecía la sonrisa y, sin darse cuenta, me dirigía la mirada
y por un momento detectaba la expresión con la que había aparecido en el periódico, aunque generalmente no mostraba la sensación que producía la fotografía.
Al quitarse el abrigo, la oficina se sentía fría y sombría. Casi
no entraba luz y había corriente de aire. Ella y yo utilizábamos
la misma percha para nuestros abrigos colocada en el pasillo. A
excepción de la hora de la comida, desde las nueve de la mañana
hasta las seis de la tarde, su abrigo y el mío se hallaban hombro
con hombro y con las mangas juntas. Había veces que estaban
alineados frente a frente y otras en las que el abrigo que se había
colgado antes estaba detrás como abrazando al otro. Por entonCultura y arte de Corea 65
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tras
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ces, esa percha hizo que se me revoloteara y, al mismo tiempo,
entristeciera un rincón de mi corazón.
Por la tarde, antes de reemprender mi trabajo, di una ojeada
al texto y a las fotografías que Gyu había subido a Internet. El
hecho de que Gyu últimamente adjuntara fotografías era tan solo
con el propósito de presumir de su hija. Cuando ponía una foto
con sus dibujos en el banner de fotos de su blog, sus compañeros
dejaban comentarios sobre que llegaría a ser una “estupenda
pintora”. Al aparecer una foto de la cara de la niña salpicada de
granos de arroz, ponían comentarios proponiéndole ser consue-
66 Koreana Verano 2015
gros en el futuro. Entre las fotos que ponía, mi cuñada aparecía
ocasionalmente. Solamente se veían partes de sus manos, las
extremidades inferiores o la parte posterior de la cabeza, pero
yo podía reconocerla y recordar claramente la forma de sus pies,
que presencié claramente la primera vez que la vi. Después de
tener a la niña no se maquillaba ni para disimular sus pecas, tampoco se hacía la permanente y se le alborotaba el pelo por todos
lados, por lo que cualquiera que la veía se daba cuenta de que era
la madre de la niña. Pero lo que sí permanecía sin cambiar era el
grosor de sus tobillos.
-¿No tiene frío?
Uno de los directivos se llevó el calentador de aire. ¿Cómo,
siendo hombre, quería estar al lado de un calentador que ardía?
¿Estaría, aun así, en forma? Cerré las fotos de Gyu y leí algunos
artículos en Internet. Escuché que se encendía el motor del radiador de aire. Alguien pasó con una taza llena de agua caliente.
Y yo me senté indefenso frente a la pantalla con la sección de
búsqueda, el banner publicitario y una lista de artículos, y me
topé frente a frente con una frase que sin lugar a dudas estaba
destinada a mí. Una frase que, aunque me hacía entristecer, no
podía resistirme a cliquear.
-¿Sientes cosquilleos en las entrepiernas?
Tenía cosquilleos. Primavera, verano, otoño e invierno, siempre los tenía. En primavera y otoño eran enloquecedores, en
verano insoportables y en invierno pasables. ¿Qué podía hacer
para rascarme sin producirme heridas? ¿Qué podía hacer para
que fuera imperceptible? Al subir la temperatura, me concentraba
únicamente en eso. Sentado en la oficina, metía las manos en los
bolsillos del pantalón y me rascaba como podía, pero cuando empezaban los cosquilleos en lugares llenos de gente no había otra
alternativa que apretar los dedos de los pies y terminaba por irme.
Los médicos me decían que no era bueno que permaneciera mucho tiempo sentado, pero en mi caso, más que realizar encargos
fuera, me era mucho más cómodo trabajar en la oficina donde las
mamparas de división ocultaban las extremidades inferiores.
Debido a los cosquilleos no podía caer en un sueño profundo,
pero lo desconcertante era que me rascaba inconscientemente
mientras dormía. Me rascaba con todas mis ganas y, cuando me
daba cuenta, me hacía sangre vertiendo pus. Eran muchas las
ocasiones en las que el escroto y el interior de los muslos se cubrían de descamaciones pareciéndose a la piel de un cocodrilo.
En pleno verano, tras pasar una o dos horas sentado, me llenaba
de sudor y con solo caminar un poco se me raspaba la piel produciéndome picor. El pus hacía que los calzoncillos se endurecieran
y se volvieran amarillentos, y la tela reseca irritaba de nuevo mi
piel. Tampoco se me quitaba un olor agrio y putrefacto, difícil de
describir.
Los síntomas se agravaron por culpa de Gyu. Después del
funeral de mi padre, me alisté inmediatamente en el servicio
militar. Los picores empezaron por esa época. Pensé que sería lo
normal en el ejército. En los entrenamientos estaba empapado de
sudor y tampoco podía lavarme a tiempo. De vez en cuando me
lavaba y, sin tiempo para secarme, me ponía precipitadamente el
uniforme, que no tenía ventilación alguna. En uno de mis permisos, mientras bebíamos unas copas, Gyu me recomendó un ungüento. Agregó que en su cuartel todos habían obtenido buenos
resultados. Por ser un malestar que en absoluto podía curarse
mientras estuviera en la mili, lo único que podía hacerse era
llevar potentes ungüentos en cada salida de permiso y aplicarlos
con regularidad.
Después de finalizar el servicio militar, el lugar al que primero
recurrí fue la sauna. Deseaba limpiarme debidamente. Después
de terminar la sauna, me puse ante un espejo de cuerpo entero.
Estaba secándome meticulosamente con una toalla. Me miré
repetidamente. Tenía esa parte negruzca. No era de un negro
simple, sino como entremezclado de rastros opacos, ya en putrefacción. Lo cierto era que, hasta hacía poco, la piel por debajo del
vello púbico no estaba más que enrojecida. Me di la vuelta y di
un vistazo a mi cuerpo. Me volví de nuevo y me miré de frente.
Lo que había empezado en el centro se extendía hacia el ano, los
muslos y hasta por debajo del ombligo. No solo eran manchas
negruzcas, ampollas de sangre y células muertas. Algo blancuzco inidentificable extendía su maléfico poderío. Así tal cual, iban
deteriorándose mis raíces. Hombres maduros fruncían sus ceños
al ver mi cuerpo, todavía en la veintena. El portero metió la toalla
que yo había usado en una bolsa de plástico y la echó a la basura.
El primer urólogo que visité al salir de la sauna me dijo:
-Límpiese y séquese bien.
Le mostré el ungüento que había usado en la mili. El doctor se
sorprendió chasqueando la lengua:
-Lo que padece no es un simple eccema, sino que tiene un
hongo alojado en las ingles. Debería haberse aplicado cremas
antibióticas, pero al haber usado durante años un ungüento tan
fuerte de esteroides, es natural que haya empeorado. Puede tener graves consecuencias si usa ungüentos indebidamente.
El médico chasqueaba la lengua por costumbre, como alguien
al que le tiemblan las piernas. Defraudado, cambié de clínica. En
la nueva clínica, el doctor me dijo:
-Lávese y séquese bien.
En ese lugar, las enfermeras no eran amables y, por eso, estaCultura y arte de Corea 67
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ba disgustado.
-¿Cuál cree que es el lugar más apropiado en este mundo para
que se desarrollen los hongos?
-…
-Nada menos que en los genitales de un hombre.
Pensé que lo decía porque era doctor en urología. Un arquitecto aseguraría que el mejor lugar en la Tierra para que se reprodujera el moho sería una terraza húmeda. Un especialista en tratamientos capilares diría que sería en la cabellera, y el jefe de la
sección de publicidad de una compañía de lejía diría que en todos
los rincones de este mundo. Después de eso, no fui a un urólogo
sino en busca de un dermatólogo.
-No soporto los picores.
El médico agitó la cabeza sin decir nada. Ya no quería perder
más tiempo y le dije:
-¿Cree que a causa de esto podría tener problemas en mi capacidad sexual?
Pregunté, por fin, lo que más deseaba saber en todo ese tiempo.
Pero, después de hacerlo, me di cuenta de que esta pregunta, más
que en el dermatólogo, habría sido más adecuada en el urólogo.
-Pues…, aunque los hongos viven alimentándose de células
muertas o en zonas debilitadas, en cualquier caso lo mejor es que
se vuelva más fornido. Si quiere ser más fuerte, desista del alcohol
y el tabaco, haga ejercicio físico, coma en casa y reduzca el estrés.
-…
-Los hongos se reproducen rápidamente en un ambiente cálido y húmedo, ¿se da cuenta? Lávese y séquese bien.
Anotando su prescripción, el médico agregó:
-Será una batalla prolongada.
-…
-El hongo es el ser viviente con mayor tasa de reproducción
del mundo.
Tampoco volví a esa clínica porque lo último que dijo me pareció indignante.
L
a junta de directores regionales del país, que comenzó por
la mañana, continuó hasta la hora de la comida. Debido a
dos eventos internacionales que tendrían lugar durante
el año, desde enero se habían ido realizando reuniones de los organizadores con asociaciones regionales relevantes. Los lugares
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donde se efectuarían los eventos serían Wanju y Pyeongchang.
-Tienes la cara algo desmejorada. Debes cuidarte y comer
bien, sobre todo cuando se vive solo.
Me lo dijo el director Kang de la asociación regional de Gang­
won, ofreciéndome una taza de café de máquina. Al escucharlo
sin prestarle mucha atención, lo podría haber interpretado
como un mero cumplido, pero en realidad me estaba menospreciando. Cuando se efectuaba la auditoría de las asociaciones
regionales, yo era el que llevaba ventaja, pero al trasladarme de
departamento estaba en una posición en la que debía solicitar
respetuosamente su cooperación para llevar a cabo con éxito mi
trabajo. Además, estaba a cargo de los pormenores del evento de
Pyeongchang. Pyeongchang estaba más al norte y más arriba de
Wanju. El evento de Pyeongchang sería en invierno y el de Wanju
en verano. Wanju era un lugar que yo debía eludir.
El director Kang se dirigió ágilmente hacia ella. Después de
intercambiar unas cuantas palabras, los dos se echaron a reír. En
comparación conmigo, que no hacía más que quejarme, estaría
infinitamente más cómodo con ella, ya que habían organizado
juntos otros eventos. Incluso conversando con ella, el director
Kang continuaba al tanto de mí. Sería consciente de que yo estaba al corriente de que él había metido mano a pequeñas sumas
de las donaciones de los miembros, había utilizado los incentivos
en efectivo de los miembros jóvenes para arreglar su portátil y
había abonado los costes de mantenimiento del personal a nombre de un compañero joven que ya se había dado de baja de la
asociación. Tampoco se habría olvidado de que fui yo el que le
había cubierto todas esas cosas.
El director Kang y el director de la asociación de Jeolla del
Norte entraron en la oficina del director general y ella regresó a
sus tareas. Puedo asegurar que ella era la que más trabajaba en
el departamento. El itinerario oficial de los preparativos se llevaba a cabo a través de su línea telefónica. No era porque liderara el
ambiente de las reuniones o tuviera una relación especialmente
íntima con el director general o el presidente de la asociación.
Con frecuencia, parecía que los directores regionales estaban
disgustados porque ella hacía sola el trabajo en lugar de compartir el proceso con los demás, pero tampoco era de esas personas
ambiciosas que iban al frente en el trabajo.
Había muchos detalles inexplicables en la última remodela-
ción de personal. ¿A qué se debería que yo, que siempre había
sido responsable de los asuntos prioritarios de la administración
de la oficina central, como la contabilidad o la auditoría, me hubieran trasladado al departamento de eventos, que era casi lo
mismo que estar de obrero? Se me ocurrían muchas cosas, como
por ejemplo si no sería porque se hubiera movilizado alguien de
las asociaciones regionales que estuviera en mi contra o si no se
vendría abajo mi plan de eludir trabajos afuera por mucho que
rumorearan y criticaran. De todos modos, cuando tenía lugar
un gran evento, se reclutaba a todos los empleados de la oficina
central, pero no era lo mismo ayudar en ciertas tareas que estar
de responsable del departamento principal. Ella era la persona
que tenía más antigüedad del departamento y yo era el más
nuevo. Aun así, nuestros cargos y el número de tareas de las que
debíamos hacernos cargo eran similares. Cuando se organizara
el equipo de Pyongchang y Wanju, ambos debíamos responsabilizarnos del otro. Se requería, por de pronto, que fuéramos compañeros cercanos y de confianza. Pero no podía superar la imagen
que tuve de ella al verla en la primera página de ese periódico.
Como un niño delatado al hacer travesuras, me incomodaba mirarla a los ojos y me preocupaba que ella considerara esta actitud
como una ridícula conciencia de culpabilidad o una excesiva
competencia.
Nos trajeron pizza de merienda. Sería porque habíamos concluido una importante reunión que nos la comimos rápidamente.
Después de algunos comentarios sobre el trabajo, la conversación se centró en un asesinato, y en la captura anteayer del criminal. En unas dos semanas habían ocurrido crímenes terribles,
uno tras otro. Uno mató a hachazos a su novia porque le dijo que
lo dejaba, el acoso sexual y el asesinato de una niña de guardería,
una mujer asaltada y asesinada de regreso a su casa. Todas las
víctimas eran mujeres.
-Si deseaba matar, que hubiera matado a hombres. Sea por lo
que fuere, se debería exterminar a todos los que matan a mujeres.
Lo murmuró alguien mientras tragaba Coca-Cola. De boca
del director, los incidentes de los asesinatos dejaron paso a comentarios sobre el trabajo.
-¿Se dan cuenta de que cada año se reduce el número de
miembros femeninos en la asociación? Hay que ingeniar la forma
de promocionarnos más a fondo. Las asociaciones regionales no
hacen más que pedir un aumento del presupuesto, pero no hay
ingresos de dinero de ningún tipo.
No había duda de que los hombres que mataban a mujeres
eran enemigos de nuestra asociación. Para una organización
privada sin ánimo de lucro que usa las matrículas de las jóvenes
integrantes para pagar los salarios, la reducción de la población
femenina era algo que concernía a su supervivencia. Mujeres en
edad de concebir y niñas que llegarían a serlo, eran todas entes
preciados para nosotros.
La búsqueda de mejores programas educativos que conlleven
el ingreso de nuevos miembros, y actividades para crear fondos
que permitan administrar la asociación sin depender totalmente
de la matrícula de los miembros. Claro que eran importantes
todos esos proyectos, que siempre se enfatizaban a principios de
año. Sin embargo, con un personal limitado, apenas llegaba para
organizar las actividades programadas en el calendario anual.
Tan pronto como entrenábamos a novatos perspicaces, se iban diciendo que habían encontrado otro trabajo, y aquellos, que como
yo dejaron pasar la oportunidad adecuada para retirarse de este
lugar y seguir durante años, se hallaban inmersos en ciertos hábitos, en un cansancio recurrente y en sensaciones de desasosiego.
En cuanto las dos empleadas novatas terminaron sus pizzas,
cogieron sus móviles y sus carteras y risueñas se fueron parloteando al baño. La mesa estaba desordenada, con los vasos de
Coca-Cola vacíos y las servilletas manchadas de salsa. En casos
como estos, quienes se hacían cargo de recogerla eran ellas o
los empleados novatos. Odiaba a las chicas novatas que se iban
en unos cuantos meses, después de dar vueltas por la oficina
con la cara empolvada y como diciendo que este no era el lugar
donde debían estar. Mujeres que, incluso en los calurosos días de
verano, estaban sentadas en la calle con un chaleco encima y sorbiendo café caliente con los ojos saltones. Cuando veo a este tipo
de mujeres, me dan ganas de echarlo todo abajo. Me atemorizaba
el hecho de que los miembros femeninos de esta organización
social educativa, donde yo me ganaba el pan con el sudor de mi
frente, pudieran llegar a ser ese tipo de mujeres que yo despreciaba. Era en esos momentos cuando me sentía persuadido a
dejar el trabajo.
Dejando escapar un profundo suspiro, ella regresó a su escritorio. Estaba prohibido encariñarse antes de echar raíces. Sin
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El invierno
tras
la
ventana
lugar a dudas, también ella estaría al tanto de eso.
El campamento de verano que tendría lugar en Wanju era
un evento que ella había organizado varias veces. Habiéndose
realizado durante años, se había establecido firmemente y solo
había que prevenir accidentes de gran magnitud. Pero quedaban
sin solucionarse muchos detalles relacionados con el evento de
Pyongchang. Aunque se decidió antes de que se consiguieran
los Juegos Olímpicos de Invierno, ahora era objeto de interés
y mayor atención. Se colgaba por todas partes la fotografía del
presidente de la asociación y el secretario general del comité
organizador de los Juegos de Pyongchang dándose la mano en la
ceremonia de patrocinio y cooperación. También habían colocado una convocatoria pública del Ministerio de Administración del
Gobierno, con actividades de miles de millones de wones. No era
algo tan simple para que bastara con los esfuerzos de una organización patrocinadora. Había que atestiguar nuestra presencia
como una entidad que se mantenía con una reconocida capacidad. El presidente de la asociación intentaría asignarle a ella el
evento de Pyeongchang. Era algo obvio. Era ella la apropiada,
quien más se había esmerado.
Me acordé del campamento estival al que fui una vez para
colaborar en la organización y al que nunca más volví dando toda
clase de excusas. Estaba en una zona de vacaciones húmeda en
pleno verano, los mosquitos y los chubascos caían desprevenidamente sobre la tienda de campaña, niñas adolescentes ya maduras que iban y venían con camisetas húmedas de sudor y la tropa
de hongos aún más desenfrenada habiendo llegado su estación.
Me veía rascándome las ingles ante diez mil chiquillas de treinta
países diferentes. Era catastrófico.
C
ontinuaban las nevadas, pero el invierno se dejaba atrás
paso a paso. El tiempo irá mejorando cuando se terminen
los días festivos del Año Nuevo Lunar y empiece nuestro itinerario. En invierno, cuando disminuyen los picores, es
cuando hay que aplicarse el ungüento con más cuidado. Eso es
porque los hongos no desaparecen del todo, sino que meramente
se esconden de forma temporal. Fueron varias las veces que,
creyendo que habían desaparecido, me había descuidado y empeoré mucho más. La batalla era mucho más dura y larga de lo
que había pensado. Poco a poco, iba perdiendo la esperanza que
70 Koreana Verano 2015
proporcionaban palabras como “completa recuperación” o “exterminación”. No había en el mundo entero ungüento que terminara
con la expansión de los hongos.
Ya eran las siete pasadas de la tarde. Ella estaba sola, sentada
al otro lado del pasillo. Ya había oscurecido afuera.
-¿No ha terminado todavía?
Le pregunté deliberadamente, con un tono ameno. Del cuello
de mi abrigo, colocado todo el día a la par del suyo, salía una fragancia que por mucho tiempo no había notado.
-Pienso quedarme un poco más.
Tenía extendidas en el escritorio copias de la revista trimestral de la asociación. Era una edición que llevaba la entrevista de
una anciana, miembro de la asociación, y que en los años sesenta
era una cría. Al lado de las revistas, había folletos dispersos de
Wangju y Pyeongchang. La frase “Feliz 700” estaba impresa aquí
y allá, como estrellas en el folleto de Pyeongchang.
-Dicen que es la altitud a la que los seres humanos se sienten
más felices. Setecientos metros sobre el nivel del mar.
Lo dijo sonriendo suavemente. Ambiente hermético, humedad, ventanas, ella que miraba a través de ellas y que se hallaba
ahora ante mí. Se iba ensombreciendo como la capa de escarcha
que se forma en la nieve cristalizada. ¿Sería porque quería vivir
en Pyeongchang? ¿O que le gustaría encargarse del evento de
Pyeongchang? ¿O que deseaba llegar a ser feliz? No sé precisamente en qué momento, pero se acercó ofreciéndome una taza
de té. En la oficina ensombrecida, aminorándose, el ambiente
agitado de la hora de salir se había calmado. Encima de la estufa
de queroseno, se iba enfriando la cafetera que hacía de humidificador. Más allá de la mesa de reuniones con un periódico
extendido, las gastadas puertas de un armario estaban algo desvencijadas. Había fardos de carpetas acumuladas colocadas en
un armario metálico.
En un extremo del pasillo, la lucecita de la fotocopiadora parpadeaba fantasmalmente.
-Antes, lo sabía con solo verlos. Si iban a quedarse o se irían
–dijo ella alzando los ojos en el aire vacío de la desértica oficina-,
pero ahora no estoy muy segura.
Mirándose la punta de los pies, sonrió levemente. Lo sabía
muy bien. Tras permanecer aquí por más de diez años, había sido
testigo de innumerables personas que iban y venían. Algunas
veces los habría retenido y otras se habría sentido insegura. El
peligroso hábito de trabajar sola puede que fuera una de las inevitables alternativas para protegerse a sí misma.
Le pregunté de nuevo si no se retiraba todavía, y me contestó
que se quedaría un poco más. De regreso a casa, me preparé
dos paquetes de fideos con salsa de frijoles negros. Me serví el
kimchi que me había enviado mi madre y me lo zampé en unos
cuantos bocados, pero tiré más de la mitad. Me corté más las
uñas y me lavé las manos con jabón desinfectante. Con únicamente unos calzoncillos flojos bajo la camiseta, me senté ante el
ordenador. Metiendo la mano izquierda en el interior de los calzoncillos para empezar a rascarme, cogí el ratón con la derecha.
Me sacaba de vez en cuando la mano con la que me rascaba para
olerla, mientras buscaba inmerso en Internet términos relacionados con los picores y así dejaba pasar la medianoche. Gracias
a mis esfuerzos en esa búsqueda, sacrificando las noches, probé
a untarme aceite de tejón en el miembro y me puse calzoncillos
de una fibra extraída del eucalipto. Al leer un comentario sobre
que el talco para bebés era muy efectivo, me acordé de pronto de
Gyu. ¿Se habría recuperado Gyu del todo? ¿No habría estado mi
cuñada inconforme?
Después de pensar en diferentes cosas, como por hábito,
entré en la comunidad de la asociación. Por sorpresa, en la lista
de usuarios encontré su nombre. Ya era muy entrada la noche,
pero... ¿estaría todavía en la oficina a estas horas de la noche?
Abrí la ventanilla del chat y puse: “¿Pero qué hace allí todavía sin
irse? Pero lo cambié a: “¿Qué hace todavía sin dormir?”. Pero lo
borré de nuevo. Con la ventana abierta y vacía, abrí su mensaje
en el tablón de noticias del departamento. Aparecieron muchas
de las entradas que ella había elaborado durante todo este tiempo. Entre actas de diferentes sesiones y resultados de diferentes
actividades, descubrí el título más corto. La había elaborado a las
17 horas 45 minutos del 29 de agosto del año pasado.
“Se está terminando una semana que ha sido excepcionalmente calurosa. ¿Será porque la Tierra está realmente girando en
silencio? Se lo debemos al esfuerzo de todos”.
Me vino a la mente su perfil mirando la desértica oficina.
Igualmente, su trasero volviéndose lentamente hacia su escritorio. Anteriormente, cuando yo estaba en otro departamento, en
otras estaciones, ella siempre estuvo allí como ahora. Siempre
había estado en ese escritorio preocupándose por los miembros
del departamento y realizando con ahínco su trabajo. Manteniendo la ventana abierta, permanecí largo rato con la vista fija. Leía
con los ojos, pero también en voz alta. Ya que la Tierra gira, al
irse el verano cuando te llenas de sudor, llega el invierno que es
cuando lo haces menos. Todo pasará. Eran esas las palabras con
las que su mensaje me consolaba. Deseaba verla. Quería decirle
algo, siquiera una frase. Abrí de nuevo la lista de usuarios en línea, pero ella ya se había retirado del tablón colectivo.
Abrí el portal. Como alguien que teclea el nombre de la persona añorada, puse “el invierno tras la ventana”. Corregí y puse “el
invierno tras la ventana del autobús en hora punta”. Y sí, apareció
su cara. Estaba sentada en el autobús. El semáforo, ante el autobús, estaría en rojo y pronto cambiaría. Me parecía muy largo el
tiempo que quedaba para que llegara la mañana.
Eliminé las carpetas poco relevantes de la pantalla y puse su
fotografía como imagen de fondo. Me recosté en la cama usando
los brazos de almohada. Me puse a soñar y caí dormido.
En la última comida que compartimos en la víspera de las fiestas del Año Nuevo Lunar, me puso una cucharada de su ración
de arroz en la tapa plateada del cuenco. Desde esa noche, cada
una de sus actitudes me era mucho más significativa que antes.
Puede que me pusiera a pensar en cosas como esas mientras
compartíamos la cazuela de tofu desmenuzado. Como las mujeres que tenían parejas en la oficina y que sacrificaban parte de lo
que les correspondía por el bien de su marido, pensaba que ella,
considerando mi situación, bien podría desistir de Pyeongyang,
pasándomelo a mí.
Cargados con una caja de setas como regalo, nos despedimos
todos a la salida de la oficina. Por primera vez, tuve curiosidad
por detalles como con qué miembros de su familia pasaría ella
las fiestas del Año Nuevo. Terminé con el dermatólogo que había
frecuentado todo este tiempo y volví con el urólogo.
M
i madre decía que el mundo era sucio, pero que teníamos la lejía. Ella, que tenía especial afección por
la lejía, seguía siendo la organizadora de las fiestas.
Establecía la tarea y el ámbito de lo que le correspondía a mi tía y
a mi cuñada, y de ninguna manera permitía que se sobrepasaran.
Mi madre lavaba trapos en agua con lejía y, mientras limpiaba los
Cultura y arte de Corea 71
El invierno
tras
la
ventana
rincones de la casa, dibujaba el flujo de personas que irían y vendrían durante las fiestas. Sobre el suelo reluciente, la hija de Gyu
saltaba jugando. “El primogénito debe desposarse pronto para
que la concuñada mayor se sienta satisfecha”. Este año no dejó
de repetírmelo, dándome palmadas en los hombros.
Después de tres o cuatros años de haber tenido a la niña, mi
cuñada se veía mucho más tranquila. De vez en cuando, se reía
tan radiantemente que me parecía extraño que fuera realmente
miembro de nuestra familia. Me agradaba que, llamándola “tía
mayor, tía mayor”, se acercara a mi madre cariñosamente preguntándole esto o lo otro. Pero cuando estallaba en carcajadas
con mi tía, caía en la cuenta de que su verdadera suegra no era
mi madre sino la madre de Gyu y me daba la impresión de haberme despertado de un sueño.
Mi madre decía: “no hay nada que discutir”. Basta con que sea
una mujer que con unos padres afectuosos haya crecido llena de
amor. Esa mujer sabrá apreciarte y hará que tus hijos crezcan
correctamente. Esas eran las virtudes a las que mi madre se refería. Una mujer con padres que se llevaran bien y que, gracias al
mundo y a la confianza en los seres humanos que ellos le inculcaron con naturalidad, tuviera de por sí un semblante radiante.
Existiría ese tipo de mujeres en alguna parte, alrededor de mí,
pero siempre estaban en otra clase, en otro departamento o en
otra zona. Aunque nos bajáramos en la misma estación de metro, trabajábamos en edificios diferentes. Cada vez que veía a mi
cuñada, me acordaba de las melancólicas chicas con las que me
había relacionado.
Mi tía y mi cuñada empezaron a freír tortillitas. Tras terminar
los preparativos incluido el sazonado del batido de huevo, mi madre se tomó un respiro jugando con la niña. Me llegó un mensaje
de texto de Gyu para que me juntara con él y mi tío, pues estaban
pescando. Estaba ya por levantarme. Mi madre, limpiándole el
trasero a la niña, dijo:
-Mira, huele mucho la caca de la niña.
Mi cuñada volteaba las frituras de rodajas de pescado.
-La niña tiene síntomas de gripe y por eso no la he bañado. La
bañaré después y estará bien.
-No parece que este olor se deba a que no se haya bañado.
Y cogió la botella de lejía que estaba en el baño.
-Se mezcla lejía con agua caliente y con solo limpiarla con
72 Koreana Verano 2015
esto, ese olor desaparecerá por completo de allí.
-¡Pero, tía!
Fue cosa de segundos. Como si la salvara de un incendio, como
si la recuperara de un secuestrador, mi cuñada tiró la espátula y
yendo en volandas rescató a la niña de mi madre. En los ojos de mi
cuñada, que se dirigían a mi madre, se vislumbró el odio traspasándolos momentáneamente. No se intercambiaron voces alteradas. Sentó a la niña a un lado poniéndole su móvil en las manos y
se afanó en terminar los preparativos. Como diciendo que ya se la
sabía para siempre, volvió la cabeza y se mantuvo silenciosa.
Era doloroso ver a mi madre, sentada sola y desconcertada, y
solamente pude irme de casa. Estaba dolido por el resentimiento
de si le habrían brillado los ojos de esa manera si hubiera sido su
propia suegra y por el pánico de que la obsesión de mi madre por
la lejía hubiera llegado a tales extremos.
Al salir al patio, pude ver la zona de sepulturas de la familia.
Desde cualquier lugar donde te encontraras en la aldea, podías
ver los sepulcros. Igualmente, desde cualquier rincón del sepulcro donde estuvieras, podías ver la aldea, el río que la traspasaba
y las casas alineadas en terrenos por encima de la ribera.
Cuando la gente veía a mi padre y a mi tío decían que, sin la
menor duda, el mayor destacaba. Con una cara en la que era difícil imaginar sus intenciones, mi tío, silencioso, siempre estaba
al tanto de lo que ocurría a su alrededor, pero mi padre, por el
contrario, era muy afectuoso, se reía todo el tiempo, le encantaba tomar unos tragos y siempre estaba rodeado de gente. Tenía
también buena constitución y solía cogernos a mi hermana y a mí
en sus brazos y nos daba vueltas como si fuéramos pedazos de
toalla. Esa personalidad abierta la había heredado mi hermana y,
en mi caso, no me disgustaba que la gente fuera a casa para consultar sus problemas con mi padre o nos enviara comida para que
la compartiéramos. Como en broma, la gente cercana decía que
mi tío era el único al que no le agradaba mi padre.
Ambos hermanos iban todos los años acompañados de sus
únicos hijos a eliminar la maleza de los sepulcros. La limpieza de
malas hierbas era como una especie de rito y de picnic a finales
de verano exclusivo para ellos cuatro. Al terminar esas labores,
Gyu recortaba la grama y yo sacaba el licor y la fruta de la mochila. Ante los sepulcros, mi padre y mi tío se sentaban, uno al lado
Cultura y arte de Corea 73
El invierno
tras
la
ventana
del otro, frente a los sepulcros y dejando que se secara el sudor
miraban abajo, al río. El río, que venía de una corriente superior
del bosque, atravesaba la aldea y fluía hacia un amplio campo
de arroz, y en su extremo se dispersaba el horizonte como formando en la distancia cintos de luz. Sentados así, mirando el río
y tomándose unas tazas de makgeolli, sin falta mi padre hacía
comentarios de “ese día”. Nunca podré olvidarme de ese día. Fue
maravilloso. Realmente lo fue.
Había sido por la luz del sol. En una de las entradas de la ribera había una gran roca. Estaba en el punto donde terminaban los
espesos árboles y, por eso, caían con fuerza los rayos de sol. Además, por ser el interior de una curva honda, se hallaba protegido
del viento. Cuando mi padre y mi tío estaban a finales y a mediados de sus veintenas, se desnudaron completamente y se recostaron a tomar el sol. Así acostados, esa parte íntima del cuerpo,
llenándose de energía por sí misma, se irguió dirigiéndose hacia
el sol. Tuvieron una sensación cálida, refrescante y agradable.
En aquel entonces, no comprendía por qué decían que había sido
tan excitante. Esa amplia roca era donde jugábamos todos desnudos desde niños. Acostarse allí desnudos era algo que todos
habíamos experimentado infinidad de veces. Pero había ocurrido
únicamente ese día. Mi padre estalló en carcajadas diciendo que,
desde entonces, los días y los años habían pasado tan rápidamente que no había tenido otra oportunidad de ponerse al sol y había
envejecido sin darse cuenta.
Alcé la vista hacia los sepulcros cubiertos de nieve. Allí descansaba mi padre. No fue en mi niñez sino ya de adulto, cuando
esa parte meridional ejercía sus funciones, que me expuse allí
a los rayos de sol por completo. Esa parte siempre había estado
bloqueada, doblada y ensombrecida. Sin siquiera experimentar
“ese día”, me estaba pudriendo a toda velocidad.
-Es indudable que en una casa tiene que haber niños.
La cría, vestida con un traje tradicional, andaba por la casa con
una bolsita de la buena fortuna colgando. Gracias a la niña que
hizo la reverencia de la buenaventura del Año Nuevo, agachándose como una ranita, desapareció enterrándose el aire incómodo
que reinaba en casa y terminamos riéndonos con todas nuestras
ganas. A la niña le gustaba jugar con su padre. Terminando de
comer, se encaramó a la espalda de Gyu para cabalgar. No se parecía en nada a su padre. Había heredado la línea materna, pues
74 Koreana Verano 2015
tenía el mismo aspecto que mi cuñada. Me reconfortaba un tanto
ver que Gyu andaba riendo y llorando mientras se arrastraba en
el suelo por una niña que no tenía nada de él.
Aunque hacía sol, el tiempo era todavía de frío severo. Gyu y mi
cuñada se hallaban en el patio trasero apartando las hojas de rábano secas que se llevarían a casa. La niña era risueña y no mostraba
timidez ante la gente, con lo que pronto se amistó conmigo. Tenía
síntomas de gripe, pero quería jugar solamente fuera de casa.
-¿Te parece que vayamos a conocer el vivero que está detrás?
Está caliente y puedes juguetear mucho con la tierra.
Se emocionó y me cogió de los brazos. Era muy lindo su peinado de trenzas que mi cuñada le había hecho acorde con el hanbok , el traje tradicional. Con la niña entre los brazos, cruzando el
patio trasero, les grité a Gyu y a mi cuñada:
-¡Vamos para el vivero a jugar!
Así, abrazada como iba, agitó las manos hacia su padre y su
madre. Estaba justo por darme la vuelta. Quitándole a Gyu de
las manos las hojas de rábano secas, mi cuñada nos señaló con la
mandíbula. Había cierta distancia, pero se podía saber a simple
vista. Se refería a que Gyu fuera tras nosotros. Gyu se quitó los
guantes y se levantó instintivamente. La cría sacudió mis hombros, como diciendo que nos apremiáramos. Pero ya había visto
la expresión de mi cuñada. Habría notado algo alarmante en mi
cara que iba endureciéndose, puesto que vino y tomó a la niña
entre sus brazos. La niña, llorando, insistía en que fuéramos al
vivero, pero en los brazos de su madre regresó a casa.
Gyu me siguió hasta el vivero.
-Pero, ¿qué es esto? –pregunté disgustadísimo.
-Todavía es pequeña. Puede que quiera hacer pis… y debas
molestarte sin necesidad…
Se le notaba indeciso y bajó los ojos. Desde pequeño era así.
Cuando le fijaba la mirada, no podía oponérseme. Aunque Gyu
nació un año antes que yo, mi cumpleaños es a principios de año
e ingresé a la primaria un año antes, por lo que fuimos compañeros en la misma clase. Gyu siempre había estado por debajo de
mí, tanto en deporte como en peleas y estudios.
-No me vengas con rodeos. Habla claramente. ¿Qué significa
esto? ¿Qué puedo hacerle a la niña?
-Sabes de sobra que no es eso. Así son todas las madres que
tienen hijas. A excepción del padre, no permiten que estén a so-
las con ningún hombre. Te habrás dado cuenta en los noticiarios.
Últimamente, no son pocos los casos que te dejan con la boca
abierta.
-¡Ah, ah, ah, ah! Pues sí, eso es.
Algo parecido a una culebra se retorcía en mis entrañas. Lo
que llevaba acumulado desde ayer, subía explotándome en la garganta. Pero, ¿cómo se atrevía mi cuñada? Pero, ¿cómo?
-¿Cómo puede mi cuñada comportarse así conmigo?
El vivero vibró levemente. El eco también se detuvo allí. Rompiendo el silencio, el viento sopló afuera. Se podía detectar un
sutil cambio en la expresión de Gyu.
-¿Qué tiene mi mujer? ¿Cómo debe comportarse mi mujer contigo?
Me miró firmemente, me reí volviendo la cabeza al vacío.
-Mira tú, no deberías criarla así, de esa manera.
-¡Anda pues! Pero, ¿cómo crees que estamos criándola? No te
sobrepases. ¿Sabes tú el cuidado que tienen los padres con sus
hijas?
Gyu alzó la mandíbula.
-¡Qué sé yo, pedazo de bastardo! ¡Joder! Sé lo que sienten
las niñas, pero desconozco del todo lo que sentís vosotros dos.
¿Cómo podría saber lo que tenéis por dentro?
Con un puntapié levanté tierra del suelo del vivero. El polvo de
la arena saltó hasta los bordes de la boca de Gyu.
Bufaba y resoplaba como si a duras penas pudiera contener las
ganas de darme puñetazos. ¡No faltaba más! No era un tipo que
pudiera ponerse así conmigo. Al casarse y tener a su hija, se le
había sumado una especie de confianza en sí mismo realmente
desagradable. En lugar de los puños, puso su cara sobre la mía
diciéndome:
-¿No te has curado todavía de allí? No te rasques a hurtadillas
confiando en que nadie se dé cuenta. Te ves muy pervertido.
Lo cogí del cuello.
-¿De quién crees que es la culpa de que siga con estos sufrimientos? Con tan solo haber dejado de aplicarme regularmente
ese ungüento, me habría…
-No me hagas reír. ¿Quién es el que lloriqueaba diciendo que
se había contagiado de su padre? En tus permisos de la mili, te
quejabas tanto que dabas lástima y me permití darte ese ungüento. ¿Cómo te atreves a echarle la culpa a otro? Eres un cobarde.
¿Mi padre? Pues sí, mi padre. Riéndome desconcertado, caí
sentado en el suelo de la tierra del vivero.
Lo que mi padre tomó fue solamente un sorbo en el tapón de
un tónico reconfortante. Pero había sido de Gramoxone, un herbicida que dicen que extermina a cualquiera con solo mojarse los
labios. No se sabía si lo había hecho por descuido o a propósito
por la furia que tenía. Mi madre echaba la culpa a mi tío que se
burlaba sin hacerlo notar, y mi tío se la echaba a mi madre que lo
mortificaba también sin hacerse notar.
Al encontrarle tirado, lo llevaron al hospital para hacerle un
rutinario lavado de estómago, pero todos en la aldea sabían que
mi padre no podría sobrevivir. De vez en cuando, en la aldea
se daban casos de personas que morían por ingestión de Gramoxone. Era un veneno mortal, exterminador de maleza, que lo
mataba todo, hasta lo más resistente. En la aldea, ya que faltaba
mano de obra, sin comparación con otros pesticidas, había tenido
mucha utilidad, como un buen hijo. En la aldea se regaba Gramoxone por doquier. Los adultos advertían repetidamente a los
niños que era peligrosísimo comer hierba mug o cosas parecidas
que crecían entre los arrozales. Aun así, cuando se encontraban
entre cuatro paredes, recurrían al Gramoxone para terminar con
sus vidas.
Los que habían presenciado los últimos días de aquellos que
lo habían ingerido, coincidían en decir la misma cosa. Si había
que hacerlo, lo mejor era tomarlo en grandes cantidades para
morirse instantáneamente. Las entrañas se derriten, pero mantienen plena conciencia, y de cada diez personas son nueve las
que suplican que les salven la vida.
De regreso del hospital, mi padre rehusó a toda costa que lo
acostaran en la habitación principal. Puede que fuera su último
acto de consideración a la familia. Lo recostaron en el estudio
que algunos años antes mi padre había construido para mí
cuando ampliaba la casa. Los allegados nos visitaban para ver al
paciente que iba muriéndose. Mi madre cayó en cama y mi hermana, con la excusa de estar preparando su ingreso en la universidad, desistió totalmente de permanecer a su lado. Me dejaron
como responsable de mi padre.
Cuando mi padre regresó del hospital, no parecía todavía que
fuera a morirse de inmediato. Sin embargo, a los dos días empezó a jadear agarrándose el cuello. El médico había dicho que el
Cultura y arte de Corea 75
El invierno
tras
la
ventana
herbicida, al combinarse con el oxígeno, hacía que se endurecieran los pulmones. No podían ayudarle a respirar poniéndole una
mascarilla porque mientras más oxígeno entraba en los pulmones, más rápidamente se solidificarían los tejidos.
Habían transcurrido diez días desde ese suceso. El cuerpo de
mi padre, al que le había penetrado completamente el herbicida,
era una constante repetición de esfuerzos por respirar y retorcimientos de dolor sin poder respirar debidamente. El aire que instintivamente el cuerpo había inspirado, congestionaba su tráquea
haciendo que se retorciera espantosamente.
-Suu huu, suu huu…
Se deslizaba de su boca un sonido como si tuviera un trozo de
una hoja de papel pegado en la campanilla. Había días que parecía
que saliera de atravesar llamas candentes. Cada vez que abría la
boca, el olor distintivo y repulsivo del Gramoxone se extendía por la
habitación. Continuaron los días calurosos. Para evitar la putrefacción de su cuerpo todavía en vida, me concentraba en darle vueltas
al cuerpo de mi padre, haciéndole llegar el aire del ventilador.
Era la cuarta noche de intenso calor. Remojé una toalla en
agua fría y entré en la habitación donde mi padre estaba acostado. Estaba boca arriba, sin nada más que una manta ligera cubriéndole el cuerpo. La espalda y las nalgas ulceradas despedían
ya mal olor. Al acercarme a su cara, se removieron sus irritados
globos oculares con venas rojizas y negruzcas sobresalidas. Seguía con vida.
-Deje que le limpie un poco, padre.
Remojé cuidadosamente la toalla. Al principio, pensé que
sería excremento grisáceo. Luego, que podría ser semen. ¿Sería
lo último que había derramado el cuerpo de mi padre antes de
morir? Pero no lo era. Eran hilos, decenas de veces más finos
que una telaraña. Era algo que se había entretejido por encima de
las intimidades de mi padre, un puñado de hilos que parecía que
al soplarlos se dispersarían de inmediato como el humo o que al
desviar la vista podría dudarse de que hubiera algo allí.
-Hui uh, hui uh…
Se abrieron los labios de mi padre como partidos con cuchilladas. Era lamentable el estado de su lengua y del cielo del paladar
que habían tenido contacto directo con el herbicida. Su agradable presencia y constitución fornida habían desaparecido del
todo. Como la hierba a la que le han echado herbicida, mi padre
76 Koreana Verano 2015
se había encogido instantáneamente.
-¡Padre! –le cogí las manos- Padre, ¿me escucha? Si me oye,
apriete mi mano.
Mi padre apretó mis manos. Aunque débilmente, sentí la tensión de sus manos. Bajé la vista mirando durante largo rato la cara
de mi padre. Afuera empezaba el canto de los insectos estivales.
-Padre, ¿es que deseaba morirse? -No sentí nada en sus manos. Retorcí poco a poco la cintura para verle las extremidades
inferiores que le temblaban- Padre, ¿es que siente picores?
Fue entonces cuando mi padre estrechó mis manos. Me agarró fuertemente como si hubiera reunido todas sus fuerzas y
no me soltaba. Se escuchaba el paso de coches por la carretera
recién construida. Esperé a que se profundizara la noche. La
carretilla estaba al lado de la bodega. Me la llevé y trasladé sobre
ella a mi padre. Se detuvo instantáneamente el chirrido de los
insectos, pero se escuchaba el susurro de las hierbas. Con mi
padre encima de la carretilla, caminé empujándola a lo largo de
la ribera. La curva formada por el río iba junto a la rueda de la
carretilla. Cuando me detenía en la caminata y miraba el cielo
nocturno, se transformaba continuamente y fluía en la distancia.
La luz que venía de las estrellas salpicaba en la superficie del río
y, luego, iluminaba otros horizontes de la tierra. La enorme roca
estaba en el mismo lugar. Le levanté la manta y desnudo como
estaba, lo acosté sobre la roca. Le extendí ampliamente los brazos y las piernas haciendo que se parecieran al carácter chino de
“grande”. Escuchando los chasquidos del río raspando el fondo
de la roca, me quedé dormido encogido al lado de mi padre.
Algo me punzaba en la cara y abrí los ojos. Su cuerpo, que ya
no respiraba más, se hallaba pacífico bajo la luz del sol. Como
si hubiera estado a la espera de que yo lo viera, los ardientes rayos de luz rebotaban concentrándose en el cuerpo de mi padre.
Como si fuera Drácula enfurecido al mostrarle ajo, el enorme
micelio que cubría la parte central de su cuerpo empezó a revolotear agresivamente. Me senté a su lado y me puse a rascarle el
cuerpo sin parar.
Durante los funerales, quemamos todas las pertenencias de
mi padre. Su almohada y las mantas que había usado en la convalecencia, hasta el escritorio y la silla de la habitación donde
estuvo acostado. Aun así, persistían mis picores. Mi madre pasó
más de un mes limpiando la habitación con lejía. Limpió la pared,
hasta el techo. En la casa, por todas partes rodaban botellas vacías de lejía como si fueran botellas de soju. Al soplar viento, los
guantes de plástico desteñidos con productos químicos agitaban
sus manos colgados en una cuerda. Como una alcohólica, mi madre compraba botellas de lejía y, desde entonces, no se le iba el
olor a lejía a las manzanas, las lechugas y la ropa interior.
Sin embargo, tanto mi madre como yo, cometimos un grave
error. No deberíamos haber quemado sus pertenencias, sino el
cadáver de mi padre. Lo más seguro era que los hongos filamentosos que cubrían su cuerpo hubieran perforado el ataúd, enraizándose en la tierra. Puede que continúen gozando de su existencia en la Tierra aun después de mi muerte. Cada vez que veía el
sepulcro de mi familia, mis ojos lo presenciaban. El micelio que
había terminado con mi padre, gracias a los nutrientes de la tierra
y habiéndose apoderado del sepulcro, se burlaban ahora de mí.
Después de la muerte de mi padre, mi tío se apropió de muchas de sus cosas, como los quehaceres, ya sean grandes o pequeños de la familia, así como de todas sus personas allegadas.
¿Qué sería de sus hijos? Mi primo, el hijo de mi tío, encontró a su
pareja y tuvo descendencia, y el hijo de mi padre, considerado un
pedófilo potencial, estaba riéndose en el vivero.
M
e propuse no volver a encontrarme con la familia de
Gyu. Fui al trabajo vaciando la cabeza y diciéndome
que bastaría con no volver a verlos, pero no se me iba
de la mente la expresión de mi cuñada. Antiguos sentimientos
escondidos hacia mi tío burbujearon uno tras otro. Mi cuello estaba tan tenso que parecía que explotaría con solo que lo tocaran.
Sin mostrar fatiga después de esos días festivos, ella estaba
ocupada con su trabajo. Aflojé mis piernas apoyándome en la
silla y presencié cómo ella pasaba con una tablilla sujetapapeles.
¿Qué piensa de la lejía? Tenía ganas de hacer que se diera la vuelta y detenerla para preguntárselo. Si ella, por causalidad, se diera
la vuelta, como extrañada, me encontraría en una situación en la
que me sería difícil controlar las emociones.
El jefe nos llamó a ambos para que fuéramos juntos a comer.
Teníamos que ponernos de acuerdo antes del seminario del departamento. El jefe empezó la conversación. No tardamos mucho
en darla por concluida.
-Como te has encargado del evento de Pyeongchang, desde
ahora serás la señorita Chang, y tú que llevarás adelante el de
Wanju serás el Sr. Joo. De ahora en adelante, debo llamaros así.
El jefe se rio abriendo ampliamente la boca. Las arrugas de su
cuello se plegaban desagradablemente. ¿También habría sido ella
de niña, en algún momento, miembro de la asociación? Sirvió un
cuenco de la cazuela para el jefe y otro para mí. Tenía una expresión radiante.
Mientras el jefe pagaba la cuenta, salí con ella a la callejuela.
Al cerrarse las pequeñas tiendas, la calle se veía vacía. Chicas
con el uniforme escolar corrían hacia las cajas de chocolate de la
pastelería de enfrente.
-Pues…
Parados de lado, ella y yo hablamos al unísono. Ella, que sonreía como avergonzada, volvió de nuevo la cabeza para mirarme.
Así, frente a frente, pasamos unos cuantos minutos. Fue ella la
que habló primero:
-Hagámoslo todo lo mejor posible, jefe de sección Joo.
El jefe del departamento apareció por la callejuela y ella sonrió
una vez más. ¿Cómo reaccionaría si le dijera que podría volverme
un pervertido al ir a Wanju? Yendo tras ellos que se habían adelantado, pensé lo agradable que sería que ella se diera la vuelta
siquiera por una sola vez. Que si volvía la cara una vez más podría, a lo mejor, cambiar mi parecer.
Caminando más despacio, llamé al director Kang.
Informe del presupuesto ejecutado en el evento de Goseong,
elaborado a las 19:20 horas del 5 de septiembre del año pasado.
Informe de la ejecución de la subvención elaborado a las 21:40
horas del 29 de noviembre del año pasado. Con el tablón de mensajes del departamento abierto en mi ordenador, trabajé toda la
tarde con el material que debía trasladar al director Kang. Cuando se lo envié, ya era la hora de salida del trabajo. Dejé la oficina
esforzándome por no dirigir la vista hacia ella.
Las calles nocturnas eran sombrías y el aire, fresco. Innumerables mujeres me sobrepasaron con pasos acelerados. Mujeres
con el móvil en el oído, mujeres bajando las escaleras taconeando, mujeres que pasaban la billetera por el lector de pago del
autobús, mujeres y mujeres. ¿A dónde irían todas esas mujeres?
¿No habría entre ellas una mujer que pudiera verse seriamente
conmigo con el propósito de tener hijos? Mi sueño no era tan
grande. Encontrar a una mujer virtuosa, tener un hijo que se paCultura y arte de Corea 77
El invierno
tras
la
ventana
78 Koreana Verano 2015
reciera a mí, una hija que se pareciera a ella y vivir juntos como
a setecientos metros sobre el nivel del mar. Alguien que tuviera
plena confianza en que la protegería de cualquier criminal potencial de este mundo. Deseaba que existiera en este mundo siquiera una sola persona que tuviera esa confianza que es posible solamente cuando coinciden nuestros ADN en un noventa y nueve
por ciento.
En una cantina ambulante cerca de mi casa, pedí sopa de
fideos y una botella de soju. Cuando llegué a casa, empezó a subirme el alcohol. Me senté ante el ordenador. Si no lo solicitaba
ahora mismo, no podría resistir esta sensación ni por unos cuantos minutos más. Abrí el portal de un centro comercial en Internet. “Picor en los órganos sexuales masculinos, ¿la solución?”
Sentado tranquilamente, repasaba las palabras que aparecían en
la barra de búsqueda.
Siempre dudé ante esa frase. La esperanza de que al abrir esa
ventana se desplegaría un mundo totalmente diferente de productos de limpieza o calzoncillos de hombre. Puede que hablara de
los rayos del sol o del invierno o de algo muy pulcro. Deseaba poder sumergirme aunque fuera una única vez en cosas como esas.
Borré una por una, empezando desde atrás, las letras de la frase. Y anoté lo que quería pedir en la compra.
Por las agujetas que tenía en el pecho, parecía que hubiera
dormido mucho. Tenía muchas llamadas perdidas de la oficina.
Al regresar del baño, sonó de nuevo el teléfono. Era el encargado.
-Jefe de grupo, pero ¿dónde está? -La voz era frenética.- Estamos en el período de auditoría provincial. Parece ser que hay
problemas en la asociación de Gangwon. Pero lo extraño es que
está implicada la administración central. Nuestra jefa de grupo
se encuentra ahora en una situación peligrosa. El jefe está furioso…. Debe venir rápidamente.
”Nuestra jefa de grupo” de la que hablaba el encargado era
ella misma. El director Kang parecía no haber podido rechazar
mi propuesta. Si las cosas iban como esperaba, no podría salvarse de las medidas disciplinarias internas. Después de colgar, apagué el móvil. Todo se calmó a mi alrededor. Al fin y al cabo, había
terminado de esta manera. Me senté acurrucado en la cama
totalmente atontado.
Sonó el timbre. Al abrir la puerta, una enorme caja de entrega a domicilio me empujó metiéndose dentro. Parecía como si
hubiera estado a la espera de esa caja todo este tiempo. La llevé
arrastrando hasta el baño y puse el tapón de la bañera. Saqué,
una a una, las botellas de dos litros de lejía de Yuhan que llenaban apretadamente la caja y empecé a vaciarlas en la bañera.
Continué derramando la lejía hasta que llegó a una altura de medio cuerpo de la bañera. Mi intención era sumergir mis extremidades inferiores en la lejía sin diluir. Así terminaría presenciando
con mis propios ojos cómo esos malvados, que se comían mi
cuerpo, se estremecían dentro de la bañera. Absorto únicamente
en eso, seguía echando la lejía como si estuviera fuera de mí.
Cuando estaba a punto de abrir la última botella, se me desvió
la vista. Me dolía la garganta como si una aguja me pinchara las
amígdalas. Con náuseas, tenía arcadas. Me apoyé con esfuerzo
en el lavabo para levantarme y me miré en el espejo. Habiendo
inhalado sustancias tóxicas, mis ojos derramaban lágrimas. Abrí
el grifo del agua caliente de la ducha. Se produjo vapor al caer
agua caliente sobre la lejía sin diluir. El espejo se nubló y el baño
se llenó de vapor de cloro. Iba a respirar profundamente cuando
me caí al suelo sentado.
Dejando escapar gemidos, apoyé la cabeza contra la pared. A
mi cuerpo, ya estupefacto, parecía que se le iban paralizando los
sentidos. Ante mis ojos, parpadeaba la luz del baño. Se iban formando capas de gotas de agua en mis pestañas. En el extremo de
esas gotas de agua que parecían cadenas, podía ver vagamente
algo que dudaba que estuviera entrando en mi visión. Era invierno, en una calle a pleno día. El aire era fresco y el cielo estaba
despejado. Ella estaba parada ante el espejo intentando ponerse
una horquilla en el cabello. Era un adorno que las mujeres antiguamente se colocaban en días especiales. Sobre un fondo circular de jade blanco, brillaban adornos de diversos colores. Cada
vez que ella movía la cabeza, la figura de un pájaro hecho de fino
hilo de plata prensada vibraba temblando. La tierra giraba silenciosamente y los rayos de sol en pleno invierno penetraban en
cada una de las hendiduras de las perlitas que dispersaban rayos
de luz.
Se dio la vuelta para mirarme. Ese día que establecieron la
alarma por fuertes heladas, en el momento preciso en el que se
tomó la foto, ¿qué es lo que mirabas a través de la ventana? Se le
desvaneció la sonrisa y volvió la cara. Había cambiado la luz del
semáforo. Con solo escuchar, podía darme cuenta de que pronto
rebosaría el agua de la bañera. Extendí el brazo hacia la manecilla de la puerta del baño. Una, dos, tres... se me deslizaba la mano
cada vez, y lloré dando golpes en el suelo.
Cultura y arte de Corea 79
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