Jornadas de literatura coreana Crítica La luz más allá de la irremediable tristeza Chang Du-yeong crítico literario La narrativa de Choi Eun-mi está repleta de tristeza. En Sueño tan hermoso, su colección de cuentos, la vida misma es escenario de agonías trágicas y los días se describen como procesos por los cuales se aprende a sobrellevar la tristeza. Se producen grandes tormentas de arena y se arremolinan cortinas de polvo amarillo que dificultan incluso la respiración; la protagonista cierra los ojos por un momento, pero entre sueños la persiguen almas muertas que la atormentan. Sin embargo, aun en medio de la tristeza, los personajes de la obra sueñan con ballenas que recorren libremente el océano. En plena agonía de la vida experimentan el vacío y la desesperación incapaces siquiera de dar un paso más, pero incluso así la vida es hermosa y en nuestro mundo no podemos parar ni por un momento de soñar. 60 Koreana Verano 2015 E n “El invierno tras la ventana” también abunda la tristeza. El protagonista, varón, tiene un dulce sueño. Aparece una mujer entre rayos de luz tan resplandecientes que impiden que pueda dirigirle directamente la mirada. Lo cautiva de inmediato y, por un momento, experimenta la felicidad. Poco después, sin embargo, se despierta de ese sueño. Y se da cuenta de que, aunque lo había deseado muy ardientemente, no podía sino admitir que era del todo imposible que se hiciera realidad. Era un sueño demasiado hermoso y por eso mismo le parece más triste y más lamentable. “La mujer, sentada al otro lado del cristal, dirigía la vista a algún lugar cerca de la cámara. Por la superficie del cristal, espeso de humedad, se derramaban gotas de agua. Apoyando su espalda en el asiento, exteriorizaba una mirada como si tuviera la mente en blanco. Las gotas de agua que se formaban fluyeron cruzándole la frente, la mandíbula y el cuello. En la parte interior del cristal, herméticamente cerrado, parecía como si esa mujer estuviera tomándose un respiro después de un coito o simplemente una persona de paso observando indiferente lo que ocurría afuera.”. El protagonista, sin hacerse notar, mira de reojo a la mujer y se sumerge en fantasías eróticas. En ese instante, la mirada que el protagonista le dirige es claramente una indicación de abstención. Pero después, al tratar a la mujer de la foto como compañera de trabajo, puede comprobarse ese aspecto cuando dice “como un niño delatado al hacer travesuras, me incomodaba mirarla a los ojos”. Aunque el cristal sirve como medio a través del cual el protagonista puede ver de reojo a la mujer es, al mismo tiempo, la división que separa el espacio donde ambos trabajan. El hecho de que el cristal se empañe y se forme escarcha en su superficie significa que el interior y el exterior de la ventana están completamente divididos y que existe una rotunda diferencia de temperatura en ambos lados. Puede que el objeto de deseo, por ser algo prohibido, sea aún más tentador. Así como la forma en que mira el protagonista a su cuñada toma un matiz indecente por la relación de parentesco que tienen, de la misma manera, al estar separados por el cristal, se va aumentando su deseo de acercarse a ella. Tiene intenciones de acercársele, pero ella, aun siendo objeto de tan ardiente deseo, le parece un espejismo imposible de palpar. Para llegar hasta donde ella se encuentra, tiene que romper el cristal que los separa, pero no se atreve a hacerlo. ¿Por qué se habría sumergido en la tristeza sin poder romper ese cristal? El relato presenta como causa fundamental la tragedia familiar del suicidio de su padre. Aunque lamentablemente hay poca explicación del motivo por el que su padre tomó un herbicida para terminar con su vida, a través de los recuerdos del protagonista se transmite ampliamente lo dolorosa que fue la convalecencia de su padre y lo fuerte que fue el golpe psicológico que se produjo en los miembros de la familia. El problema es que esa tristeza persiste provocando una fuerte influencia y nadie se libra de las secuelas que produce. Sobre todo, el insoportable tormento de los picores en las ingles que el protagonista hereda de su padre, aparece como símbolo de la extensión y la profundidad de esa tristeza, imposible de superar. Para curarse de los picores en las ingles, se requiere de luz solar, como los rayos de luz que brillan ampliamente en la sonrisa que brota en la cara de la mujer cuando se coloca hermosas horquillas tradicionales en el cabello. Y es necesario que llegue el invierno para que se le aminoren los síntomas. Con la feroz helada que se ha producido al otro lado de las ventanas del autobús que la lleva al trabajo, bien podría reducirse drásticamente la temida reproducción de los hongos. Todo lo que necesita es que llegue el invierno y brillen rayos de sol, pero en definitiva su ardiente deseo de conseguir a esa mujer podría interpretarse como el frenético esfuerzo de superar la tristeza que le viene oprimiendo. La tristeza no puede superarse fácilmente. Tal como señaló un médico con respecto a que “el hongo es el ser viviente con mayor tasa de reproducción del mundo”, de igual manera la tristeza tampoco se supera con facilidad. Aunque tiene la valentía de extender su mano hacia ella, esta se desliza repetidamente y siempre termina llorando mientras se lamenta. Aun así, esta situación no se desarrolla en una absoluta desesperación. Al igual que la anotación que ella deja en la página web de la oficina, la Tierra gira silenciosamente. Por eso mismo, el verano se irá cuando sea oportuno y llegará el invierno. Puede que entonces sea capaz de superar la tristeza y resistir a los hongos. Es por eso que este relato habla de una voluntad incontenible y del esfuerzo por ir más allá de la tristeza, que en última instancia sería la esperanza. (Traducido por Kim Un Kyung) Cultura y arte de Corea 61 la 62 Koreana Verano 2015 El invierno tras Choi Eun-mi Traducido por Kim Un Kyung, Universidad Nacional de Seúl Ilustraciones de Kim Si-hoon ventana Cultura y arte de Corea 63 El invierno tras la ventana E ra la mujer de mi primo. Cuando mi primo Gyu la trajo a casa por primera vez, me hallaba en el patio sacudiendo la nieve de los neumáticos. Era la tarde del Año Nuevo Lunar y pensaba partir antes de que la carretera se llenara de coches de regreso a la ciudad. Al recibir la llamada de Gyu diciendo que vendría para presentar a la mujer con la que iba a casarse, mi madre se trajo el registro de la lista de abonos en efectivo de la boda de mi hermana e iba confirmándolos uno por uno. Era un día en el que brillaba un sol invernal por encima de la nevada que había estado cayendo por varios días. La luz que reflejaba la nieve iluminaba por doquier, pero en el suelo ya estaba derritiéndose. Sacudía el polvo de nieve contra una piedra del jardín, cuando escuché la voz de Gyu que decía “¡tía!”. Levanté la cabeza y, por un súbito resplandor, cerré los ojos. ¿Habría sido durante un segundo o, tal vez, dos? Cuando abrí los ojos y me adapté a la luz, pude ver a una mujer parada al lado de Gyu. En medio del patio, se estaba quitando los guantes. Había sido por los guantes. Un gancho que colgaba en un guante resplandecía al moverse y la luz se reflejaba por todas partes. Por poco me caí al suelo. Cogiendo a cada uno la mano, mi madre ofreció a Gyu y a la chica asientos en el centro del salón. La chica se sentó dejando cuidadosamente las dos piernas juntas recogidas hacia un lado. Aunque llevaba medias gruesas, tenía tobillos esbeltos y los espacios entre los dedos de los pies estaban abruptamente insinuados. Al servirles mi madre un té dulce de canela, la chica dio dos sorbos consecutivos como si hubiera estado muy tensa en casa de Gyu, sin siquiera poder tomar un vaso de agua. Aun así, no había dejado marcas de pintalabios en la taza. Me parecía tan extraño que examinaba, alternativamente, la taza en la que había bebido y sus labios, con la duda de si se había maquillado o le brillaban así los labios de por sí. Luego, me sentí avergonzado y fijé la vista en Gyu. Tenía una cabellera grasosa que le cubría y un cutis descuidado. No se habría echado suficiente loción, pues se le notaban unas marcas blancuzcas formadas al rasurarse. Después de comentar algo, terminó diciendo que llevaba ya un mes sin fumar y se echó una carcajada. La chica también se rio y, a continuación, mi madre terminó también haciéndolo. Se reía, pero era indudable que no lograba disimular el malestar agrio que sentía. Diciéndole que la verían en la boda, se despidieron y 64 Koreana Verano 2015 se marcharon. La chica se agachó y se calzó las botas. Sus pies se introdujeron en unas largas botas. La nieve se había derretido ya bastante, pero como si hubiera venido deslizándose con pasos ligeros y sin tocar la tierra, no llevaba ni pizca de polvo de nieve en los tacones. ¡Una mujer que no deja marcas de barra de labios ni marcas de tierra! Esa fue la primera impresión que tuve de mi cuñada. Sería por eso que no me parecía que fuera de este mundo. Esa era la causa de que hiciera pésima pareja con Gyu. -Pero, ¿cómo diablos se las habría arreglado para liarse con una mujer así? En mi camino de regreso, en una zona de descanso y de pie como estaba, me atraganté con un cuenco de fideos de udong. Unos meses después, en primavera, esos dos se casaron. Me senté en la entrada del salón de bodas para recolectar los sobres con contribuciones de dinero para el novio. A los dos años, Gyu tuvo una hija. Los veía unas dos veces al año. Ella, que era la esposa de Gyu y madre de una niña, me llamaba “señorito” siempre que me veía. Yo, sin embargo, no pude dirigirme por mucho tiempo a ella como “esposa de mi primo mayor”. M i padre dijo que no podría olvidarse de ese día. A su lado, mi tío, su hermano menor, sonreía pacíficamente. Gyu arrancaba malas hierbas y yo servía licor. “Fueron días maravillosos, pues sí que lo fueron”. Dormitaba con la cabeza apoyada en la ventana del autobús que me llevaba al trabajo. Al soñar cuando dormitaba, siempre se me aparecía mi padre. No puedo olvidarme de ese día. Mi padre me perseguía, como si estuviera colgado y revoloteando en la ventana del autobús al igual que un banderín. Cuando el autobús paraba en un semáforo, mi madre, sentada en uno de los asientos, agitaba sus guantes de plástico. Y al volver a coger velocidad el autobús, mi padre, revoloteando, golpeaba las ventanas con cara ennegrecida. Hacía todo mi esfuerzo para que no se abriera la ventana, pero me despertaba al rebotarme la cabeza en el cristal. Ese día también fue así. El autobús se detenía silenciosamente, la gente cruzaba la calle con pasos precipitados y yo, después de observar que el asiento delantero cambiaba de ocupante, saqué un periódico de un bolso. E ra la fotografía de una mujer sentada más allá del cristal. Estaba seguro de que no se trataba de mi cuñada. La niña de Gyu cumpliría ya dos o tres años. Era casi nula la posibilidad de que mi cuñada, que estaría atada cuidando de la niña, apareciera en la primera página del periódico. La mujer, sentada al otro lado del cristal, dirigía la vista a algún lugar cerca de la cámara. Por la superficie del cristal, espeso de humedad, se derramaban gotas de agua. Apoyando su espalda en el asiento, exteriorizaba una mirada como si tuviera la mente en blanco. Las gotas de agua que se formaban fluyeron cruzándole la frente, la mandíbula y el cuello. En la parte interior del cristal, herméticamente cerrado, parecía como si esa mujer estuviera tomándose un respiro después de un coito o simplemente una persona de paso observando indiferente lo que ocurría afuera. La fotografía llevaba debajo la siguiente explicación: “El invierno tras la ventana”, -en la mañana del día 24 con un anuncio de advertencia de fuertes nevadas-, una empleada en el autobús que la lleva al trabajo dirige la mirada más allá, al otro lado de la ventana empañada. El centro meteorológico ha previsto que desde el día 26 se normalizará la temperatura aminorándose el frío. Al llegar a la oficina, alguien había colocado la fotografía de la mujer en el tablero informativo del programa para trabajar en grupo. Abundaban debajo de ella exclamativos comentarios. La mujer trabajaba en nuestra compañía. Nunca habíamos coincidido en el mismo departamento, pero conocía su cara y su nombre. Al encontrarnos en el pasillo, habíamos compartido comentarios sobre el trabajo. Aun así, no se me había ocurrido pensar que era la misma mujer del periódico. Unas semanas después, al llevarse a cabo un cambio de personal y coincidir en la misma oficina, me sorprendí tanto como cuando Gyu se casó realmente con la cuñada. Ella se sentó en el lado opuesto, con un amplio pasillo en medio. Cuando agachaba la cabeza, podía verse la cinta o el pasador de su cabello recogido en un moño por encima de la mampara de separación. Cuando ella miraba el monitor, su entrecejo coincidía casi precisamente con la parte superior de la mampara de división. Cada vez que entraba en mi campo de mi visión, expresiones como nevada, humedad, por encima, sexo y ser testigo se amalgamaban todas juntas en mi mente. Aunque trabajábamos en la misma oficina, raras veces comía- mos juntos. Ella lo hacía en un comedor interior próximo donde servían caldos, pero yo me iba afuera con algunos compañeros varones a comer espesas cazuelas de carne. Aun así, a principios de cada mes, todos los de la oficina comíamos juntos. Cuando nos sentábamos en la mesa, ella colocaba la cuchara y los palillos ante cada uno de nosotros, como si fuera la tarea que le correspondía. A la salida del restaurante, cogía dulces colocados al lado de la caja y se los repartía a los novatos como si fuera una afectuosa hermana mayor. Eran los mismos novatos que prestaban atención tan solo a sus teléfonos móviles mientras ella les ponía delante la cuchara y los palillos. Para llegar a la oficina, había que caminar mucho subiendo por una calle de pequeñas tiendas tradicionales y cruzar la calle principal. Desde principios de enero hasta el Año Nuevo Lunar, esta calle se llenaba de todo tipo de ornamentos. Se ofrecían artículos para caballeros como cintas y adornos para sombreros, pero lo que realmente llamaba la atención eran los productos para damas. Desde adornos para el pelo, como horquillas y lazos, hasta complementos y anillos tradicionales de todos los colores y otros ornamentos para la cabellera, así como las almohadillas que suelen verse en las telenovelas históricas. De vuelta a la oficina después de comer, los empleados nos deteníamos ante las tiendas de accesorios para probárnoslos y estallábamos en carcajadas. En concreto, había un adorno con la figura de un pájaro puesto en la punta del resorte de una fina varita de metal. La primera, la segunda, la tercera y la cuarta semana de enero observé cómo se probaba ese ornamento en el cabello. Se reía alegremente al probárselo y cuando lo dejaba de nuevo en el mismo lugar se le desvanecía la sonrisa y, sin darse cuenta, me dirigía la mirada y por un momento detectaba la expresión con la que había aparecido en el periódico, aunque generalmente no mostraba la sensación que producía la fotografía. Al quitarse el abrigo, la oficina se sentía fría y sombría. Casi no entraba luz y había corriente de aire. Ella y yo utilizábamos la misma percha para nuestros abrigos colocada en el pasillo. A excepción de la hora de la comida, desde las nueve de la mañana hasta las seis de la tarde, su abrigo y el mío se hallaban hombro con hombro y con las mangas juntas. Había veces que estaban alineados frente a frente y otras en las que el abrigo que se había colgado antes estaba detrás como abrazando al otro. Por entonCultura y arte de Corea 65 El invierno tras la ventana ces, esa percha hizo que se me revoloteara y, al mismo tiempo, entristeciera un rincón de mi corazón. Por la tarde, antes de reemprender mi trabajo, di una ojeada al texto y a las fotografías que Gyu había subido a Internet. El hecho de que Gyu últimamente adjuntara fotografías era tan solo con el propósito de presumir de su hija. Cuando ponía una foto con sus dibujos en el banner de fotos de su blog, sus compañeros dejaban comentarios sobre que llegaría a ser una “estupenda pintora”. Al aparecer una foto de la cara de la niña salpicada de granos de arroz, ponían comentarios proponiéndole ser consue- 66 Koreana Verano 2015 gros en el futuro. Entre las fotos que ponía, mi cuñada aparecía ocasionalmente. Solamente se veían partes de sus manos, las extremidades inferiores o la parte posterior de la cabeza, pero yo podía reconocerla y recordar claramente la forma de sus pies, que presencié claramente la primera vez que la vi. Después de tener a la niña no se maquillaba ni para disimular sus pecas, tampoco se hacía la permanente y se le alborotaba el pelo por todos lados, por lo que cualquiera que la veía se daba cuenta de que era la madre de la niña. Pero lo que sí permanecía sin cambiar era el grosor de sus tobillos. -¿No tiene frío? Uno de los directivos se llevó el calentador de aire. ¿Cómo, siendo hombre, quería estar al lado de un calentador que ardía? ¿Estaría, aun así, en forma? Cerré las fotos de Gyu y leí algunos artículos en Internet. Escuché que se encendía el motor del radiador de aire. Alguien pasó con una taza llena de agua caliente. Y yo me senté indefenso frente a la pantalla con la sección de búsqueda, el banner publicitario y una lista de artículos, y me topé frente a frente con una frase que sin lugar a dudas estaba destinada a mí. Una frase que, aunque me hacía entristecer, no podía resistirme a cliquear. -¿Sientes cosquilleos en las entrepiernas? Tenía cosquilleos. Primavera, verano, otoño e invierno, siempre los tenía. En primavera y otoño eran enloquecedores, en verano insoportables y en invierno pasables. ¿Qué podía hacer para rascarme sin producirme heridas? ¿Qué podía hacer para que fuera imperceptible? Al subir la temperatura, me concentraba únicamente en eso. Sentado en la oficina, metía las manos en los bolsillos del pantalón y me rascaba como podía, pero cuando empezaban los cosquilleos en lugares llenos de gente no había otra alternativa que apretar los dedos de los pies y terminaba por irme. Los médicos me decían que no era bueno que permaneciera mucho tiempo sentado, pero en mi caso, más que realizar encargos fuera, me era mucho más cómodo trabajar en la oficina donde las mamparas de división ocultaban las extremidades inferiores. Debido a los cosquilleos no podía caer en un sueño profundo, pero lo desconcertante era que me rascaba inconscientemente mientras dormía. Me rascaba con todas mis ganas y, cuando me daba cuenta, me hacía sangre vertiendo pus. Eran muchas las ocasiones en las que el escroto y el interior de los muslos se cubrían de descamaciones pareciéndose a la piel de un cocodrilo. En pleno verano, tras pasar una o dos horas sentado, me llenaba de sudor y con solo caminar un poco se me raspaba la piel produciéndome picor. El pus hacía que los calzoncillos se endurecieran y se volvieran amarillentos, y la tela reseca irritaba de nuevo mi piel. Tampoco se me quitaba un olor agrio y putrefacto, difícil de describir. Los síntomas se agravaron por culpa de Gyu. Después del funeral de mi padre, me alisté inmediatamente en el servicio militar. Los picores empezaron por esa época. Pensé que sería lo normal en el ejército. En los entrenamientos estaba empapado de sudor y tampoco podía lavarme a tiempo. De vez en cuando me lavaba y, sin tiempo para secarme, me ponía precipitadamente el uniforme, que no tenía ventilación alguna. En uno de mis permisos, mientras bebíamos unas copas, Gyu me recomendó un ungüento. Agregó que en su cuartel todos habían obtenido buenos resultados. Por ser un malestar que en absoluto podía curarse mientras estuviera en la mili, lo único que podía hacerse era llevar potentes ungüentos en cada salida de permiso y aplicarlos con regularidad. Después de finalizar el servicio militar, el lugar al que primero recurrí fue la sauna. Deseaba limpiarme debidamente. Después de terminar la sauna, me puse ante un espejo de cuerpo entero. Estaba secándome meticulosamente con una toalla. Me miré repetidamente. Tenía esa parte negruzca. No era de un negro simple, sino como entremezclado de rastros opacos, ya en putrefacción. Lo cierto era que, hasta hacía poco, la piel por debajo del vello púbico no estaba más que enrojecida. Me di la vuelta y di un vistazo a mi cuerpo. Me volví de nuevo y me miré de frente. Lo que había empezado en el centro se extendía hacia el ano, los muslos y hasta por debajo del ombligo. No solo eran manchas negruzcas, ampollas de sangre y células muertas. Algo blancuzco inidentificable extendía su maléfico poderío. Así tal cual, iban deteriorándose mis raíces. Hombres maduros fruncían sus ceños al ver mi cuerpo, todavía en la veintena. El portero metió la toalla que yo había usado en una bolsa de plástico y la echó a la basura. El primer urólogo que visité al salir de la sauna me dijo: -Límpiese y séquese bien. Le mostré el ungüento que había usado en la mili. El doctor se sorprendió chasqueando la lengua: -Lo que padece no es un simple eccema, sino que tiene un hongo alojado en las ingles. Debería haberse aplicado cremas antibióticas, pero al haber usado durante años un ungüento tan fuerte de esteroides, es natural que haya empeorado. Puede tener graves consecuencias si usa ungüentos indebidamente. El médico chasqueaba la lengua por costumbre, como alguien al que le tiemblan las piernas. Defraudado, cambié de clínica. En la nueva clínica, el doctor me dijo: -Lávese y séquese bien. En ese lugar, las enfermeras no eran amables y, por eso, estaCultura y arte de Corea 67 El invierno tras la ventana ba disgustado. -¿Cuál cree que es el lugar más apropiado en este mundo para que se desarrollen los hongos? -… -Nada menos que en los genitales de un hombre. Pensé que lo decía porque era doctor en urología. Un arquitecto aseguraría que el mejor lugar en la Tierra para que se reprodujera el moho sería una terraza húmeda. Un especialista en tratamientos capilares diría que sería en la cabellera, y el jefe de la sección de publicidad de una compañía de lejía diría que en todos los rincones de este mundo. Después de eso, no fui a un urólogo sino en busca de un dermatólogo. -No soporto los picores. El médico agitó la cabeza sin decir nada. Ya no quería perder más tiempo y le dije: -¿Cree que a causa de esto podría tener problemas en mi capacidad sexual? Pregunté, por fin, lo que más deseaba saber en todo ese tiempo. Pero, después de hacerlo, me di cuenta de que esta pregunta, más que en el dermatólogo, habría sido más adecuada en el urólogo. -Pues…, aunque los hongos viven alimentándose de células muertas o en zonas debilitadas, en cualquier caso lo mejor es que se vuelva más fornido. Si quiere ser más fuerte, desista del alcohol y el tabaco, haga ejercicio físico, coma en casa y reduzca el estrés. -… -Los hongos se reproducen rápidamente en un ambiente cálido y húmedo, ¿se da cuenta? Lávese y séquese bien. Anotando su prescripción, el médico agregó: -Será una batalla prolongada. -… -El hongo es el ser viviente con mayor tasa de reproducción del mundo. Tampoco volví a esa clínica porque lo último que dijo me pareció indignante. L a junta de directores regionales del país, que comenzó por la mañana, continuó hasta la hora de la comida. Debido a dos eventos internacionales que tendrían lugar durante el año, desde enero se habían ido realizando reuniones de los organizadores con asociaciones regionales relevantes. Los lugares 68 Koreana Verano 2015 donde se efectuarían los eventos serían Wanju y Pyeongchang. -Tienes la cara algo desmejorada. Debes cuidarte y comer bien, sobre todo cuando se vive solo. Me lo dijo el director Kang de la asociación regional de Gang­ won, ofreciéndome una taza de café de máquina. Al escucharlo sin prestarle mucha atención, lo podría haber interpretado como un mero cumplido, pero en realidad me estaba menospreciando. Cuando se efectuaba la auditoría de las asociaciones regionales, yo era el que llevaba ventaja, pero al trasladarme de departamento estaba en una posición en la que debía solicitar respetuosamente su cooperación para llevar a cabo con éxito mi trabajo. Además, estaba a cargo de los pormenores del evento de Pyeongchang. Pyeongchang estaba más al norte y más arriba de Wanju. El evento de Pyeongchang sería en invierno y el de Wanju en verano. Wanju era un lugar que yo debía eludir. El director Kang se dirigió ágilmente hacia ella. Después de intercambiar unas cuantas palabras, los dos se echaron a reír. En comparación conmigo, que no hacía más que quejarme, estaría infinitamente más cómodo con ella, ya que habían organizado juntos otros eventos. Incluso conversando con ella, el director Kang continuaba al tanto de mí. Sería consciente de que yo estaba al corriente de que él había metido mano a pequeñas sumas de las donaciones de los miembros, había utilizado los incentivos en efectivo de los miembros jóvenes para arreglar su portátil y había abonado los costes de mantenimiento del personal a nombre de un compañero joven que ya se había dado de baja de la asociación. Tampoco se habría olvidado de que fui yo el que le había cubierto todas esas cosas. El director Kang y el director de la asociación de Jeolla del Norte entraron en la oficina del director general y ella regresó a sus tareas. Puedo asegurar que ella era la que más trabajaba en el departamento. El itinerario oficial de los preparativos se llevaba a cabo a través de su línea telefónica. No era porque liderara el ambiente de las reuniones o tuviera una relación especialmente íntima con el director general o el presidente de la asociación. Con frecuencia, parecía que los directores regionales estaban disgustados porque ella hacía sola el trabajo en lugar de compartir el proceso con los demás, pero tampoco era de esas personas ambiciosas que iban al frente en el trabajo. Había muchos detalles inexplicables en la última remodela- ción de personal. ¿A qué se debería que yo, que siempre había sido responsable de los asuntos prioritarios de la administración de la oficina central, como la contabilidad o la auditoría, me hubieran trasladado al departamento de eventos, que era casi lo mismo que estar de obrero? Se me ocurrían muchas cosas, como por ejemplo si no sería porque se hubiera movilizado alguien de las asociaciones regionales que estuviera en mi contra o si no se vendría abajo mi plan de eludir trabajos afuera por mucho que rumorearan y criticaran. De todos modos, cuando tenía lugar un gran evento, se reclutaba a todos los empleados de la oficina central, pero no era lo mismo ayudar en ciertas tareas que estar de responsable del departamento principal. Ella era la persona que tenía más antigüedad del departamento y yo era el más nuevo. Aun así, nuestros cargos y el número de tareas de las que debíamos hacernos cargo eran similares. Cuando se organizara el equipo de Pyongchang y Wanju, ambos debíamos responsabilizarnos del otro. Se requería, por de pronto, que fuéramos compañeros cercanos y de confianza. Pero no podía superar la imagen que tuve de ella al verla en la primera página de ese periódico. Como un niño delatado al hacer travesuras, me incomodaba mirarla a los ojos y me preocupaba que ella considerara esta actitud como una ridícula conciencia de culpabilidad o una excesiva competencia. Nos trajeron pizza de merienda. Sería porque habíamos concluido una importante reunión que nos la comimos rápidamente. Después de algunos comentarios sobre el trabajo, la conversación se centró en un asesinato, y en la captura anteayer del criminal. En unas dos semanas habían ocurrido crímenes terribles, uno tras otro. Uno mató a hachazos a su novia porque le dijo que lo dejaba, el acoso sexual y el asesinato de una niña de guardería, una mujer asaltada y asesinada de regreso a su casa. Todas las víctimas eran mujeres. -Si deseaba matar, que hubiera matado a hombres. Sea por lo que fuere, se debería exterminar a todos los que matan a mujeres. Lo murmuró alguien mientras tragaba Coca-Cola. De boca del director, los incidentes de los asesinatos dejaron paso a comentarios sobre el trabajo. -¿Se dan cuenta de que cada año se reduce el número de miembros femeninos en la asociación? Hay que ingeniar la forma de promocionarnos más a fondo. Las asociaciones regionales no hacen más que pedir un aumento del presupuesto, pero no hay ingresos de dinero de ningún tipo. No había duda de que los hombres que mataban a mujeres eran enemigos de nuestra asociación. Para una organización privada sin ánimo de lucro que usa las matrículas de las jóvenes integrantes para pagar los salarios, la reducción de la población femenina era algo que concernía a su supervivencia. Mujeres en edad de concebir y niñas que llegarían a serlo, eran todas entes preciados para nosotros. La búsqueda de mejores programas educativos que conlleven el ingreso de nuevos miembros, y actividades para crear fondos que permitan administrar la asociación sin depender totalmente de la matrícula de los miembros. Claro que eran importantes todos esos proyectos, que siempre se enfatizaban a principios de año. Sin embargo, con un personal limitado, apenas llegaba para organizar las actividades programadas en el calendario anual. Tan pronto como entrenábamos a novatos perspicaces, se iban diciendo que habían encontrado otro trabajo, y aquellos, que como yo dejaron pasar la oportunidad adecuada para retirarse de este lugar y seguir durante años, se hallaban inmersos en ciertos hábitos, en un cansancio recurrente y en sensaciones de desasosiego. En cuanto las dos empleadas novatas terminaron sus pizzas, cogieron sus móviles y sus carteras y risueñas se fueron parloteando al baño. La mesa estaba desordenada, con los vasos de Coca-Cola vacíos y las servilletas manchadas de salsa. En casos como estos, quienes se hacían cargo de recogerla eran ellas o los empleados novatos. Odiaba a las chicas novatas que se iban en unos cuantos meses, después de dar vueltas por la oficina con la cara empolvada y como diciendo que este no era el lugar donde debían estar. Mujeres que, incluso en los calurosos días de verano, estaban sentadas en la calle con un chaleco encima y sorbiendo café caliente con los ojos saltones. Cuando veo a este tipo de mujeres, me dan ganas de echarlo todo abajo. Me atemorizaba el hecho de que los miembros femeninos de esta organización social educativa, donde yo me ganaba el pan con el sudor de mi frente, pudieran llegar a ser ese tipo de mujeres que yo despreciaba. Era en esos momentos cuando me sentía persuadido a dejar el trabajo. Dejando escapar un profundo suspiro, ella regresó a su escritorio. Estaba prohibido encariñarse antes de echar raíces. Sin Cultura y arte de Corea 69 El invierno tras la ventana lugar a dudas, también ella estaría al tanto de eso. El campamento de verano que tendría lugar en Wanju era un evento que ella había organizado varias veces. Habiéndose realizado durante años, se había establecido firmemente y solo había que prevenir accidentes de gran magnitud. Pero quedaban sin solucionarse muchos detalles relacionados con el evento de Pyongchang. Aunque se decidió antes de que se consiguieran los Juegos Olímpicos de Invierno, ahora era objeto de interés y mayor atención. Se colgaba por todas partes la fotografía del presidente de la asociación y el secretario general del comité organizador de los Juegos de Pyongchang dándose la mano en la ceremonia de patrocinio y cooperación. También habían colocado una convocatoria pública del Ministerio de Administración del Gobierno, con actividades de miles de millones de wones. No era algo tan simple para que bastara con los esfuerzos de una organización patrocinadora. Había que atestiguar nuestra presencia como una entidad que se mantenía con una reconocida capacidad. El presidente de la asociación intentaría asignarle a ella el evento de Pyeongchang. Era algo obvio. Era ella la apropiada, quien más se había esmerado. Me acordé del campamento estival al que fui una vez para colaborar en la organización y al que nunca más volví dando toda clase de excusas. Estaba en una zona de vacaciones húmeda en pleno verano, los mosquitos y los chubascos caían desprevenidamente sobre la tienda de campaña, niñas adolescentes ya maduras que iban y venían con camisetas húmedas de sudor y la tropa de hongos aún más desenfrenada habiendo llegado su estación. Me veía rascándome las ingles ante diez mil chiquillas de treinta países diferentes. Era catastrófico. C ontinuaban las nevadas, pero el invierno se dejaba atrás paso a paso. El tiempo irá mejorando cuando se terminen los días festivos del Año Nuevo Lunar y empiece nuestro itinerario. En invierno, cuando disminuyen los picores, es cuando hay que aplicarse el ungüento con más cuidado. Eso es porque los hongos no desaparecen del todo, sino que meramente se esconden de forma temporal. Fueron varias las veces que, creyendo que habían desaparecido, me había descuidado y empeoré mucho más. La batalla era mucho más dura y larga de lo que había pensado. Poco a poco, iba perdiendo la esperanza que 70 Koreana Verano 2015 proporcionaban palabras como “completa recuperación” o “exterminación”. No había en el mundo entero ungüento que terminara con la expansión de los hongos. Ya eran las siete pasadas de la tarde. Ella estaba sola, sentada al otro lado del pasillo. Ya había oscurecido afuera. -¿No ha terminado todavía? Le pregunté deliberadamente, con un tono ameno. Del cuello de mi abrigo, colocado todo el día a la par del suyo, salía una fragancia que por mucho tiempo no había notado. -Pienso quedarme un poco más. Tenía extendidas en el escritorio copias de la revista trimestral de la asociación. Era una edición que llevaba la entrevista de una anciana, miembro de la asociación, y que en los años sesenta era una cría. Al lado de las revistas, había folletos dispersos de Wangju y Pyeongchang. La frase “Feliz 700” estaba impresa aquí y allá, como estrellas en el folleto de Pyeongchang. -Dicen que es la altitud a la que los seres humanos se sienten más felices. Setecientos metros sobre el nivel del mar. Lo dijo sonriendo suavemente. Ambiente hermético, humedad, ventanas, ella que miraba a través de ellas y que se hallaba ahora ante mí. Se iba ensombreciendo como la capa de escarcha que se forma en la nieve cristalizada. ¿Sería porque quería vivir en Pyeongchang? ¿O que le gustaría encargarse del evento de Pyeongchang? ¿O que deseaba llegar a ser feliz? No sé precisamente en qué momento, pero se acercó ofreciéndome una taza de té. En la oficina ensombrecida, aminorándose, el ambiente agitado de la hora de salir se había calmado. Encima de la estufa de queroseno, se iba enfriando la cafetera que hacía de humidificador. Más allá de la mesa de reuniones con un periódico extendido, las gastadas puertas de un armario estaban algo desvencijadas. Había fardos de carpetas acumuladas colocadas en un armario metálico. En un extremo del pasillo, la lucecita de la fotocopiadora parpadeaba fantasmalmente. -Antes, lo sabía con solo verlos. Si iban a quedarse o se irían –dijo ella alzando los ojos en el aire vacío de la desértica oficina-, pero ahora no estoy muy segura. Mirándose la punta de los pies, sonrió levemente. Lo sabía muy bien. Tras permanecer aquí por más de diez años, había sido testigo de innumerables personas que iban y venían. Algunas veces los habría retenido y otras se habría sentido insegura. El peligroso hábito de trabajar sola puede que fuera una de las inevitables alternativas para protegerse a sí misma. Le pregunté de nuevo si no se retiraba todavía, y me contestó que se quedaría un poco más. De regreso a casa, me preparé dos paquetes de fideos con salsa de frijoles negros. Me serví el kimchi que me había enviado mi madre y me lo zampé en unos cuantos bocados, pero tiré más de la mitad. Me corté más las uñas y me lavé las manos con jabón desinfectante. Con únicamente unos calzoncillos flojos bajo la camiseta, me senté ante el ordenador. Metiendo la mano izquierda en el interior de los calzoncillos para empezar a rascarme, cogí el ratón con la derecha. Me sacaba de vez en cuando la mano con la que me rascaba para olerla, mientras buscaba inmerso en Internet términos relacionados con los picores y así dejaba pasar la medianoche. Gracias a mis esfuerzos en esa búsqueda, sacrificando las noches, probé a untarme aceite de tejón en el miembro y me puse calzoncillos de una fibra extraída del eucalipto. Al leer un comentario sobre que el talco para bebés era muy efectivo, me acordé de pronto de Gyu. ¿Se habría recuperado Gyu del todo? ¿No habría estado mi cuñada inconforme? Después de pensar en diferentes cosas, como por hábito, entré en la comunidad de la asociación. Por sorpresa, en la lista de usuarios encontré su nombre. Ya era muy entrada la noche, pero... ¿estaría todavía en la oficina a estas horas de la noche? Abrí la ventanilla del chat y puse: “¿Pero qué hace allí todavía sin irse? Pero lo cambié a: “¿Qué hace todavía sin dormir?”. Pero lo borré de nuevo. Con la ventana abierta y vacía, abrí su mensaje en el tablón de noticias del departamento. Aparecieron muchas de las entradas que ella había elaborado durante todo este tiempo. Entre actas de diferentes sesiones y resultados de diferentes actividades, descubrí el título más corto. La había elaborado a las 17 horas 45 minutos del 29 de agosto del año pasado. “Se está terminando una semana que ha sido excepcionalmente calurosa. ¿Será porque la Tierra está realmente girando en silencio? Se lo debemos al esfuerzo de todos”. Me vino a la mente su perfil mirando la desértica oficina. Igualmente, su trasero volviéndose lentamente hacia su escritorio. Anteriormente, cuando yo estaba en otro departamento, en otras estaciones, ella siempre estuvo allí como ahora. Siempre había estado en ese escritorio preocupándose por los miembros del departamento y realizando con ahínco su trabajo. Manteniendo la ventana abierta, permanecí largo rato con la vista fija. Leía con los ojos, pero también en voz alta. Ya que la Tierra gira, al irse el verano cuando te llenas de sudor, llega el invierno que es cuando lo haces menos. Todo pasará. Eran esas las palabras con las que su mensaje me consolaba. Deseaba verla. Quería decirle algo, siquiera una frase. Abrí de nuevo la lista de usuarios en línea, pero ella ya se había retirado del tablón colectivo. Abrí el portal. Como alguien que teclea el nombre de la persona añorada, puse “el invierno tras la ventana”. Corregí y puse “el invierno tras la ventana del autobús en hora punta”. Y sí, apareció su cara. Estaba sentada en el autobús. El semáforo, ante el autobús, estaría en rojo y pronto cambiaría. Me parecía muy largo el tiempo que quedaba para que llegara la mañana. Eliminé las carpetas poco relevantes de la pantalla y puse su fotografía como imagen de fondo. Me recosté en la cama usando los brazos de almohada. Me puse a soñar y caí dormido. En la última comida que compartimos en la víspera de las fiestas del Año Nuevo Lunar, me puso una cucharada de su ración de arroz en la tapa plateada del cuenco. Desde esa noche, cada una de sus actitudes me era mucho más significativa que antes. Puede que me pusiera a pensar en cosas como esas mientras compartíamos la cazuela de tofu desmenuzado. Como las mujeres que tenían parejas en la oficina y que sacrificaban parte de lo que les correspondía por el bien de su marido, pensaba que ella, considerando mi situación, bien podría desistir de Pyeongyang, pasándomelo a mí. Cargados con una caja de setas como regalo, nos despedimos todos a la salida de la oficina. Por primera vez, tuve curiosidad por detalles como con qué miembros de su familia pasaría ella las fiestas del Año Nuevo. Terminé con el dermatólogo que había frecuentado todo este tiempo y volví con el urólogo. M i madre decía que el mundo era sucio, pero que teníamos la lejía. Ella, que tenía especial afección por la lejía, seguía siendo la organizadora de las fiestas. Establecía la tarea y el ámbito de lo que le correspondía a mi tía y a mi cuñada, y de ninguna manera permitía que se sobrepasaran. Mi madre lavaba trapos en agua con lejía y, mientras limpiaba los Cultura y arte de Corea 71 El invierno tras la ventana rincones de la casa, dibujaba el flujo de personas que irían y vendrían durante las fiestas. Sobre el suelo reluciente, la hija de Gyu saltaba jugando. “El primogénito debe desposarse pronto para que la concuñada mayor se sienta satisfecha”. Este año no dejó de repetírmelo, dándome palmadas en los hombros. Después de tres o cuatros años de haber tenido a la niña, mi cuñada se veía mucho más tranquila. De vez en cuando, se reía tan radiantemente que me parecía extraño que fuera realmente miembro de nuestra familia. Me agradaba que, llamándola “tía mayor, tía mayor”, se acercara a mi madre cariñosamente preguntándole esto o lo otro. Pero cuando estallaba en carcajadas con mi tía, caía en la cuenta de que su verdadera suegra no era mi madre sino la madre de Gyu y me daba la impresión de haberme despertado de un sueño. Mi madre decía: “no hay nada que discutir”. Basta con que sea una mujer que con unos padres afectuosos haya crecido llena de amor. Esa mujer sabrá apreciarte y hará que tus hijos crezcan correctamente. Esas eran las virtudes a las que mi madre se refería. Una mujer con padres que se llevaran bien y que, gracias al mundo y a la confianza en los seres humanos que ellos le inculcaron con naturalidad, tuviera de por sí un semblante radiante. Existiría ese tipo de mujeres en alguna parte, alrededor de mí, pero siempre estaban en otra clase, en otro departamento o en otra zona. Aunque nos bajáramos en la misma estación de metro, trabajábamos en edificios diferentes. Cada vez que veía a mi cuñada, me acordaba de las melancólicas chicas con las que me había relacionado. Mi tía y mi cuñada empezaron a freír tortillitas. Tras terminar los preparativos incluido el sazonado del batido de huevo, mi madre se tomó un respiro jugando con la niña. Me llegó un mensaje de texto de Gyu para que me juntara con él y mi tío, pues estaban pescando. Estaba ya por levantarme. Mi madre, limpiándole el trasero a la niña, dijo: -Mira, huele mucho la caca de la niña. Mi cuñada volteaba las frituras de rodajas de pescado. -La niña tiene síntomas de gripe y por eso no la he bañado. La bañaré después y estará bien. -No parece que este olor se deba a que no se haya bañado. Y cogió la botella de lejía que estaba en el baño. -Se mezcla lejía con agua caliente y con solo limpiarla con 72 Koreana Verano 2015 esto, ese olor desaparecerá por completo de allí. -¡Pero, tía! Fue cosa de segundos. Como si la salvara de un incendio, como si la recuperara de un secuestrador, mi cuñada tiró la espátula y yendo en volandas rescató a la niña de mi madre. En los ojos de mi cuñada, que se dirigían a mi madre, se vislumbró el odio traspasándolos momentáneamente. No se intercambiaron voces alteradas. Sentó a la niña a un lado poniéndole su móvil en las manos y se afanó en terminar los preparativos. Como diciendo que ya se la sabía para siempre, volvió la cabeza y se mantuvo silenciosa. Era doloroso ver a mi madre, sentada sola y desconcertada, y solamente pude irme de casa. Estaba dolido por el resentimiento de si le habrían brillado los ojos de esa manera si hubiera sido su propia suegra y por el pánico de que la obsesión de mi madre por la lejía hubiera llegado a tales extremos. Al salir al patio, pude ver la zona de sepulturas de la familia. Desde cualquier lugar donde te encontraras en la aldea, podías ver los sepulcros. Igualmente, desde cualquier rincón del sepulcro donde estuvieras, podías ver la aldea, el río que la traspasaba y las casas alineadas en terrenos por encima de la ribera. Cuando la gente veía a mi padre y a mi tío decían que, sin la menor duda, el mayor destacaba. Con una cara en la que era difícil imaginar sus intenciones, mi tío, silencioso, siempre estaba al tanto de lo que ocurría a su alrededor, pero mi padre, por el contrario, era muy afectuoso, se reía todo el tiempo, le encantaba tomar unos tragos y siempre estaba rodeado de gente. Tenía también buena constitución y solía cogernos a mi hermana y a mí en sus brazos y nos daba vueltas como si fuéramos pedazos de toalla. Esa personalidad abierta la había heredado mi hermana y, en mi caso, no me disgustaba que la gente fuera a casa para consultar sus problemas con mi padre o nos enviara comida para que la compartiéramos. Como en broma, la gente cercana decía que mi tío era el único al que no le agradaba mi padre. Ambos hermanos iban todos los años acompañados de sus únicos hijos a eliminar la maleza de los sepulcros. La limpieza de malas hierbas era como una especie de rito y de picnic a finales de verano exclusivo para ellos cuatro. Al terminar esas labores, Gyu recortaba la grama y yo sacaba el licor y la fruta de la mochila. Ante los sepulcros, mi padre y mi tío se sentaban, uno al lado Cultura y arte de Corea 73 El invierno tras la ventana del otro, frente a los sepulcros y dejando que se secara el sudor miraban abajo, al río. El río, que venía de una corriente superior del bosque, atravesaba la aldea y fluía hacia un amplio campo de arroz, y en su extremo se dispersaba el horizonte como formando en la distancia cintos de luz. Sentados así, mirando el río y tomándose unas tazas de makgeolli, sin falta mi padre hacía comentarios de “ese día”. Nunca podré olvidarme de ese día. Fue maravilloso. Realmente lo fue. Había sido por la luz del sol. En una de las entradas de la ribera había una gran roca. Estaba en el punto donde terminaban los espesos árboles y, por eso, caían con fuerza los rayos de sol. Además, por ser el interior de una curva honda, se hallaba protegido del viento. Cuando mi padre y mi tío estaban a finales y a mediados de sus veintenas, se desnudaron completamente y se recostaron a tomar el sol. Así acostados, esa parte íntima del cuerpo, llenándose de energía por sí misma, se irguió dirigiéndose hacia el sol. Tuvieron una sensación cálida, refrescante y agradable. En aquel entonces, no comprendía por qué decían que había sido tan excitante. Esa amplia roca era donde jugábamos todos desnudos desde niños. Acostarse allí desnudos era algo que todos habíamos experimentado infinidad de veces. Pero había ocurrido únicamente ese día. Mi padre estalló en carcajadas diciendo que, desde entonces, los días y los años habían pasado tan rápidamente que no había tenido otra oportunidad de ponerse al sol y había envejecido sin darse cuenta. Alcé la vista hacia los sepulcros cubiertos de nieve. Allí descansaba mi padre. No fue en mi niñez sino ya de adulto, cuando esa parte meridional ejercía sus funciones, que me expuse allí a los rayos de sol por completo. Esa parte siempre había estado bloqueada, doblada y ensombrecida. Sin siquiera experimentar “ese día”, me estaba pudriendo a toda velocidad. -Es indudable que en una casa tiene que haber niños. La cría, vestida con un traje tradicional, andaba por la casa con una bolsita de la buena fortuna colgando. Gracias a la niña que hizo la reverencia de la buenaventura del Año Nuevo, agachándose como una ranita, desapareció enterrándose el aire incómodo que reinaba en casa y terminamos riéndonos con todas nuestras ganas. A la niña le gustaba jugar con su padre. Terminando de comer, se encaramó a la espalda de Gyu para cabalgar. No se parecía en nada a su padre. Había heredado la línea materna, pues 74 Koreana Verano 2015 tenía el mismo aspecto que mi cuñada. Me reconfortaba un tanto ver que Gyu andaba riendo y llorando mientras se arrastraba en el suelo por una niña que no tenía nada de él. Aunque hacía sol, el tiempo era todavía de frío severo. Gyu y mi cuñada se hallaban en el patio trasero apartando las hojas de rábano secas que se llevarían a casa. La niña era risueña y no mostraba timidez ante la gente, con lo que pronto se amistó conmigo. Tenía síntomas de gripe, pero quería jugar solamente fuera de casa. -¿Te parece que vayamos a conocer el vivero que está detrás? Está caliente y puedes juguetear mucho con la tierra. Se emocionó y me cogió de los brazos. Era muy lindo su peinado de trenzas que mi cuñada le había hecho acorde con el hanbok , el traje tradicional. Con la niña entre los brazos, cruzando el patio trasero, les grité a Gyu y a mi cuñada: -¡Vamos para el vivero a jugar! Así, abrazada como iba, agitó las manos hacia su padre y su madre. Estaba justo por darme la vuelta. Quitándole a Gyu de las manos las hojas de rábano secas, mi cuñada nos señaló con la mandíbula. Había cierta distancia, pero se podía saber a simple vista. Se refería a que Gyu fuera tras nosotros. Gyu se quitó los guantes y se levantó instintivamente. La cría sacudió mis hombros, como diciendo que nos apremiáramos. Pero ya había visto la expresión de mi cuñada. Habría notado algo alarmante en mi cara que iba endureciéndose, puesto que vino y tomó a la niña entre sus brazos. La niña, llorando, insistía en que fuéramos al vivero, pero en los brazos de su madre regresó a casa. Gyu me siguió hasta el vivero. -Pero, ¿qué es esto? –pregunté disgustadísimo. -Todavía es pequeña. Puede que quiera hacer pis… y debas molestarte sin necesidad… Se le notaba indeciso y bajó los ojos. Desde pequeño era así. Cuando le fijaba la mirada, no podía oponérseme. Aunque Gyu nació un año antes que yo, mi cumpleaños es a principios de año e ingresé a la primaria un año antes, por lo que fuimos compañeros en la misma clase. Gyu siempre había estado por debajo de mí, tanto en deporte como en peleas y estudios. -No me vengas con rodeos. Habla claramente. ¿Qué significa esto? ¿Qué puedo hacerle a la niña? -Sabes de sobra que no es eso. Así son todas las madres que tienen hijas. A excepción del padre, no permiten que estén a so- las con ningún hombre. Te habrás dado cuenta en los noticiarios. Últimamente, no son pocos los casos que te dejan con la boca abierta. -¡Ah, ah, ah, ah! Pues sí, eso es. Algo parecido a una culebra se retorcía en mis entrañas. Lo que llevaba acumulado desde ayer, subía explotándome en la garganta. Pero, ¿cómo se atrevía mi cuñada? Pero, ¿cómo? -¿Cómo puede mi cuñada comportarse así conmigo? El vivero vibró levemente. El eco también se detuvo allí. Rompiendo el silencio, el viento sopló afuera. Se podía detectar un sutil cambio en la expresión de Gyu. -¿Qué tiene mi mujer? ¿Cómo debe comportarse mi mujer contigo? Me miró firmemente, me reí volviendo la cabeza al vacío. -Mira tú, no deberías criarla así, de esa manera. -¡Anda pues! Pero, ¿cómo crees que estamos criándola? No te sobrepases. ¿Sabes tú el cuidado que tienen los padres con sus hijas? Gyu alzó la mandíbula. -¡Qué sé yo, pedazo de bastardo! ¡Joder! Sé lo que sienten las niñas, pero desconozco del todo lo que sentís vosotros dos. ¿Cómo podría saber lo que tenéis por dentro? Con un puntapié levanté tierra del suelo del vivero. El polvo de la arena saltó hasta los bordes de la boca de Gyu. Bufaba y resoplaba como si a duras penas pudiera contener las ganas de darme puñetazos. ¡No faltaba más! No era un tipo que pudiera ponerse así conmigo. Al casarse y tener a su hija, se le había sumado una especie de confianza en sí mismo realmente desagradable. En lugar de los puños, puso su cara sobre la mía diciéndome: -¿No te has curado todavía de allí? No te rasques a hurtadillas confiando en que nadie se dé cuenta. Te ves muy pervertido. Lo cogí del cuello. -¿De quién crees que es la culpa de que siga con estos sufrimientos? Con tan solo haber dejado de aplicarme regularmente ese ungüento, me habría… -No me hagas reír. ¿Quién es el que lloriqueaba diciendo que se había contagiado de su padre? En tus permisos de la mili, te quejabas tanto que dabas lástima y me permití darte ese ungüento. ¿Cómo te atreves a echarle la culpa a otro? Eres un cobarde. ¿Mi padre? Pues sí, mi padre. Riéndome desconcertado, caí sentado en el suelo de la tierra del vivero. Lo que mi padre tomó fue solamente un sorbo en el tapón de un tónico reconfortante. Pero había sido de Gramoxone, un herbicida que dicen que extermina a cualquiera con solo mojarse los labios. No se sabía si lo había hecho por descuido o a propósito por la furia que tenía. Mi madre echaba la culpa a mi tío que se burlaba sin hacerlo notar, y mi tío se la echaba a mi madre que lo mortificaba también sin hacerse notar. Al encontrarle tirado, lo llevaron al hospital para hacerle un rutinario lavado de estómago, pero todos en la aldea sabían que mi padre no podría sobrevivir. De vez en cuando, en la aldea se daban casos de personas que morían por ingestión de Gramoxone. Era un veneno mortal, exterminador de maleza, que lo mataba todo, hasta lo más resistente. En la aldea, ya que faltaba mano de obra, sin comparación con otros pesticidas, había tenido mucha utilidad, como un buen hijo. En la aldea se regaba Gramoxone por doquier. Los adultos advertían repetidamente a los niños que era peligrosísimo comer hierba mug o cosas parecidas que crecían entre los arrozales. Aun así, cuando se encontraban entre cuatro paredes, recurrían al Gramoxone para terminar con sus vidas. Los que habían presenciado los últimos días de aquellos que lo habían ingerido, coincidían en decir la misma cosa. Si había que hacerlo, lo mejor era tomarlo en grandes cantidades para morirse instantáneamente. Las entrañas se derriten, pero mantienen plena conciencia, y de cada diez personas son nueve las que suplican que les salven la vida. De regreso del hospital, mi padre rehusó a toda costa que lo acostaran en la habitación principal. Puede que fuera su último acto de consideración a la familia. Lo recostaron en el estudio que algunos años antes mi padre había construido para mí cuando ampliaba la casa. Los allegados nos visitaban para ver al paciente que iba muriéndose. Mi madre cayó en cama y mi hermana, con la excusa de estar preparando su ingreso en la universidad, desistió totalmente de permanecer a su lado. Me dejaron como responsable de mi padre. Cuando mi padre regresó del hospital, no parecía todavía que fuera a morirse de inmediato. Sin embargo, a los dos días empezó a jadear agarrándose el cuello. El médico había dicho que el Cultura y arte de Corea 75 El invierno tras la ventana herbicida, al combinarse con el oxígeno, hacía que se endurecieran los pulmones. No podían ayudarle a respirar poniéndole una mascarilla porque mientras más oxígeno entraba en los pulmones, más rápidamente se solidificarían los tejidos. Habían transcurrido diez días desde ese suceso. El cuerpo de mi padre, al que le había penetrado completamente el herbicida, era una constante repetición de esfuerzos por respirar y retorcimientos de dolor sin poder respirar debidamente. El aire que instintivamente el cuerpo había inspirado, congestionaba su tráquea haciendo que se retorciera espantosamente. -Suu huu, suu huu… Se deslizaba de su boca un sonido como si tuviera un trozo de una hoja de papel pegado en la campanilla. Había días que parecía que saliera de atravesar llamas candentes. Cada vez que abría la boca, el olor distintivo y repulsivo del Gramoxone se extendía por la habitación. Continuaron los días calurosos. Para evitar la putrefacción de su cuerpo todavía en vida, me concentraba en darle vueltas al cuerpo de mi padre, haciéndole llegar el aire del ventilador. Era la cuarta noche de intenso calor. Remojé una toalla en agua fría y entré en la habitación donde mi padre estaba acostado. Estaba boca arriba, sin nada más que una manta ligera cubriéndole el cuerpo. La espalda y las nalgas ulceradas despedían ya mal olor. Al acercarme a su cara, se removieron sus irritados globos oculares con venas rojizas y negruzcas sobresalidas. Seguía con vida. -Deje que le limpie un poco, padre. Remojé cuidadosamente la toalla. Al principio, pensé que sería excremento grisáceo. Luego, que podría ser semen. ¿Sería lo último que había derramado el cuerpo de mi padre antes de morir? Pero no lo era. Eran hilos, decenas de veces más finos que una telaraña. Era algo que se había entretejido por encima de las intimidades de mi padre, un puñado de hilos que parecía que al soplarlos se dispersarían de inmediato como el humo o que al desviar la vista podría dudarse de que hubiera algo allí. -Hui uh, hui uh… Se abrieron los labios de mi padre como partidos con cuchilladas. Era lamentable el estado de su lengua y del cielo del paladar que habían tenido contacto directo con el herbicida. Su agradable presencia y constitución fornida habían desaparecido del todo. Como la hierba a la que le han echado herbicida, mi padre 76 Koreana Verano 2015 se había encogido instantáneamente. -¡Padre! –le cogí las manos- Padre, ¿me escucha? Si me oye, apriete mi mano. Mi padre apretó mis manos. Aunque débilmente, sentí la tensión de sus manos. Bajé la vista mirando durante largo rato la cara de mi padre. Afuera empezaba el canto de los insectos estivales. -Padre, ¿es que deseaba morirse? -No sentí nada en sus manos. Retorcí poco a poco la cintura para verle las extremidades inferiores que le temblaban- Padre, ¿es que siente picores? Fue entonces cuando mi padre estrechó mis manos. Me agarró fuertemente como si hubiera reunido todas sus fuerzas y no me soltaba. Se escuchaba el paso de coches por la carretera recién construida. Esperé a que se profundizara la noche. La carretilla estaba al lado de la bodega. Me la llevé y trasladé sobre ella a mi padre. Se detuvo instantáneamente el chirrido de los insectos, pero se escuchaba el susurro de las hierbas. Con mi padre encima de la carretilla, caminé empujándola a lo largo de la ribera. La curva formada por el río iba junto a la rueda de la carretilla. Cuando me detenía en la caminata y miraba el cielo nocturno, se transformaba continuamente y fluía en la distancia. La luz que venía de las estrellas salpicaba en la superficie del río y, luego, iluminaba otros horizontes de la tierra. La enorme roca estaba en el mismo lugar. Le levanté la manta y desnudo como estaba, lo acosté sobre la roca. Le extendí ampliamente los brazos y las piernas haciendo que se parecieran al carácter chino de “grande”. Escuchando los chasquidos del río raspando el fondo de la roca, me quedé dormido encogido al lado de mi padre. Algo me punzaba en la cara y abrí los ojos. Su cuerpo, que ya no respiraba más, se hallaba pacífico bajo la luz del sol. Como si hubiera estado a la espera de que yo lo viera, los ardientes rayos de luz rebotaban concentrándose en el cuerpo de mi padre. Como si fuera Drácula enfurecido al mostrarle ajo, el enorme micelio que cubría la parte central de su cuerpo empezó a revolotear agresivamente. Me senté a su lado y me puse a rascarle el cuerpo sin parar. Durante los funerales, quemamos todas las pertenencias de mi padre. Su almohada y las mantas que había usado en la convalecencia, hasta el escritorio y la silla de la habitación donde estuvo acostado. Aun así, persistían mis picores. Mi madre pasó más de un mes limpiando la habitación con lejía. Limpió la pared, hasta el techo. En la casa, por todas partes rodaban botellas vacías de lejía como si fueran botellas de soju. Al soplar viento, los guantes de plástico desteñidos con productos químicos agitaban sus manos colgados en una cuerda. Como una alcohólica, mi madre compraba botellas de lejía y, desde entonces, no se le iba el olor a lejía a las manzanas, las lechugas y la ropa interior. Sin embargo, tanto mi madre como yo, cometimos un grave error. No deberíamos haber quemado sus pertenencias, sino el cadáver de mi padre. Lo más seguro era que los hongos filamentosos que cubrían su cuerpo hubieran perforado el ataúd, enraizándose en la tierra. Puede que continúen gozando de su existencia en la Tierra aun después de mi muerte. Cada vez que veía el sepulcro de mi familia, mis ojos lo presenciaban. El micelio que había terminado con mi padre, gracias a los nutrientes de la tierra y habiéndose apoderado del sepulcro, se burlaban ahora de mí. Después de la muerte de mi padre, mi tío se apropió de muchas de sus cosas, como los quehaceres, ya sean grandes o pequeños de la familia, así como de todas sus personas allegadas. ¿Qué sería de sus hijos? Mi primo, el hijo de mi tío, encontró a su pareja y tuvo descendencia, y el hijo de mi padre, considerado un pedófilo potencial, estaba riéndose en el vivero. M e propuse no volver a encontrarme con la familia de Gyu. Fui al trabajo vaciando la cabeza y diciéndome que bastaría con no volver a verlos, pero no se me iba de la mente la expresión de mi cuñada. Antiguos sentimientos escondidos hacia mi tío burbujearon uno tras otro. Mi cuello estaba tan tenso que parecía que explotaría con solo que lo tocaran. Sin mostrar fatiga después de esos días festivos, ella estaba ocupada con su trabajo. Aflojé mis piernas apoyándome en la silla y presencié cómo ella pasaba con una tablilla sujetapapeles. ¿Qué piensa de la lejía? Tenía ganas de hacer que se diera la vuelta y detenerla para preguntárselo. Si ella, por causalidad, se diera la vuelta, como extrañada, me encontraría en una situación en la que me sería difícil controlar las emociones. El jefe nos llamó a ambos para que fuéramos juntos a comer. Teníamos que ponernos de acuerdo antes del seminario del departamento. El jefe empezó la conversación. No tardamos mucho en darla por concluida. -Como te has encargado del evento de Pyeongchang, desde ahora serás la señorita Chang, y tú que llevarás adelante el de Wanju serás el Sr. Joo. De ahora en adelante, debo llamaros así. El jefe se rio abriendo ampliamente la boca. Las arrugas de su cuello se plegaban desagradablemente. ¿También habría sido ella de niña, en algún momento, miembro de la asociación? Sirvió un cuenco de la cazuela para el jefe y otro para mí. Tenía una expresión radiante. Mientras el jefe pagaba la cuenta, salí con ella a la callejuela. Al cerrarse las pequeñas tiendas, la calle se veía vacía. Chicas con el uniforme escolar corrían hacia las cajas de chocolate de la pastelería de enfrente. -Pues… Parados de lado, ella y yo hablamos al unísono. Ella, que sonreía como avergonzada, volvió de nuevo la cabeza para mirarme. Así, frente a frente, pasamos unos cuantos minutos. Fue ella la que habló primero: -Hagámoslo todo lo mejor posible, jefe de sección Joo. El jefe del departamento apareció por la callejuela y ella sonrió una vez más. ¿Cómo reaccionaría si le dijera que podría volverme un pervertido al ir a Wanju? Yendo tras ellos que se habían adelantado, pensé lo agradable que sería que ella se diera la vuelta siquiera por una sola vez. Que si volvía la cara una vez más podría, a lo mejor, cambiar mi parecer. Caminando más despacio, llamé al director Kang. Informe del presupuesto ejecutado en el evento de Goseong, elaborado a las 19:20 horas del 5 de septiembre del año pasado. Informe de la ejecución de la subvención elaborado a las 21:40 horas del 29 de noviembre del año pasado. Con el tablón de mensajes del departamento abierto en mi ordenador, trabajé toda la tarde con el material que debía trasladar al director Kang. Cuando se lo envié, ya era la hora de salida del trabajo. Dejé la oficina esforzándome por no dirigir la vista hacia ella. Las calles nocturnas eran sombrías y el aire, fresco. Innumerables mujeres me sobrepasaron con pasos acelerados. Mujeres con el móvil en el oído, mujeres bajando las escaleras taconeando, mujeres que pasaban la billetera por el lector de pago del autobús, mujeres y mujeres. ¿A dónde irían todas esas mujeres? ¿No habría entre ellas una mujer que pudiera verse seriamente conmigo con el propósito de tener hijos? Mi sueño no era tan grande. Encontrar a una mujer virtuosa, tener un hijo que se paCultura y arte de Corea 77 El invierno tras la ventana 78 Koreana Verano 2015 reciera a mí, una hija que se pareciera a ella y vivir juntos como a setecientos metros sobre el nivel del mar. Alguien que tuviera plena confianza en que la protegería de cualquier criminal potencial de este mundo. Deseaba que existiera en este mundo siquiera una sola persona que tuviera esa confianza que es posible solamente cuando coinciden nuestros ADN en un noventa y nueve por ciento. En una cantina ambulante cerca de mi casa, pedí sopa de fideos y una botella de soju. Cuando llegué a casa, empezó a subirme el alcohol. Me senté ante el ordenador. Si no lo solicitaba ahora mismo, no podría resistir esta sensación ni por unos cuantos minutos más. Abrí el portal de un centro comercial en Internet. “Picor en los órganos sexuales masculinos, ¿la solución?” Sentado tranquilamente, repasaba las palabras que aparecían en la barra de búsqueda. Siempre dudé ante esa frase. La esperanza de que al abrir esa ventana se desplegaría un mundo totalmente diferente de productos de limpieza o calzoncillos de hombre. Puede que hablara de los rayos del sol o del invierno o de algo muy pulcro. Deseaba poder sumergirme aunque fuera una única vez en cosas como esas. Borré una por una, empezando desde atrás, las letras de la frase. Y anoté lo que quería pedir en la compra. Por las agujetas que tenía en el pecho, parecía que hubiera dormido mucho. Tenía muchas llamadas perdidas de la oficina. Al regresar del baño, sonó de nuevo el teléfono. Era el encargado. -Jefe de grupo, pero ¿dónde está? -La voz era frenética.- Estamos en el período de auditoría provincial. Parece ser que hay problemas en la asociación de Gangwon. Pero lo extraño es que está implicada la administración central. Nuestra jefa de grupo se encuentra ahora en una situación peligrosa. El jefe está furioso…. Debe venir rápidamente. ”Nuestra jefa de grupo” de la que hablaba el encargado era ella misma. El director Kang parecía no haber podido rechazar mi propuesta. Si las cosas iban como esperaba, no podría salvarse de las medidas disciplinarias internas. Después de colgar, apagué el móvil. Todo se calmó a mi alrededor. Al fin y al cabo, había terminado de esta manera. Me senté acurrucado en la cama totalmente atontado. Sonó el timbre. Al abrir la puerta, una enorme caja de entrega a domicilio me empujó metiéndose dentro. Parecía como si hubiera estado a la espera de esa caja todo este tiempo. La llevé arrastrando hasta el baño y puse el tapón de la bañera. Saqué, una a una, las botellas de dos litros de lejía de Yuhan que llenaban apretadamente la caja y empecé a vaciarlas en la bañera. Continué derramando la lejía hasta que llegó a una altura de medio cuerpo de la bañera. Mi intención era sumergir mis extremidades inferiores en la lejía sin diluir. Así terminaría presenciando con mis propios ojos cómo esos malvados, que se comían mi cuerpo, se estremecían dentro de la bañera. Absorto únicamente en eso, seguía echando la lejía como si estuviera fuera de mí. Cuando estaba a punto de abrir la última botella, se me desvió la vista. Me dolía la garganta como si una aguja me pinchara las amígdalas. Con náuseas, tenía arcadas. Me apoyé con esfuerzo en el lavabo para levantarme y me miré en el espejo. Habiendo inhalado sustancias tóxicas, mis ojos derramaban lágrimas. Abrí el grifo del agua caliente de la ducha. Se produjo vapor al caer agua caliente sobre la lejía sin diluir. El espejo se nubló y el baño se llenó de vapor de cloro. Iba a respirar profundamente cuando me caí al suelo sentado. Dejando escapar gemidos, apoyé la cabeza contra la pared. A mi cuerpo, ya estupefacto, parecía que se le iban paralizando los sentidos. Ante mis ojos, parpadeaba la luz del baño. Se iban formando capas de gotas de agua en mis pestañas. En el extremo de esas gotas de agua que parecían cadenas, podía ver vagamente algo que dudaba que estuviera entrando en mi visión. Era invierno, en una calle a pleno día. El aire era fresco y el cielo estaba despejado. Ella estaba parada ante el espejo intentando ponerse una horquilla en el cabello. Era un adorno que las mujeres antiguamente se colocaban en días especiales. Sobre un fondo circular de jade blanco, brillaban adornos de diversos colores. Cada vez que ella movía la cabeza, la figura de un pájaro hecho de fino hilo de plata prensada vibraba temblando. La tierra giraba silenciosamente y los rayos de sol en pleno invierno penetraban en cada una de las hendiduras de las perlitas que dispersaban rayos de luz. Se dio la vuelta para mirarme. Ese día que establecieron la alarma por fuertes heladas, en el momento preciso en el que se tomó la foto, ¿qué es lo que mirabas a través de la ventana? Se le desvaneció la sonrisa y volvió la cara. Había cambiado la luz del semáforo. Con solo escuchar, podía darme cuenta de que pronto rebosaría el agua de la bañera. Extendí el brazo hacia la manecilla de la puerta del baño. Una, dos, tres... se me deslizaba la mano cada vez, y lloré dando golpes en el suelo. Cultura y arte de Corea 79